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GUILLERMO ALMEYRA
El viejo vientre inmundo de la extrema derecha puede seguir pariendo monstruos, advertía Bertolt
Brecht. Ahí están, para probarlo, los neonazis italianos que homenajean al nazi Priebke, quien
asesinó a 335 italianos en las Fosas Ardeatinas en Roma; los neonazis griegos de Aurora Dorada; el
crecimiento de la extrema derecha en los países nórdicos y en Francia, detrás del Frente Nacional
(FN) de Jean-Marie y Marine Le Pen, e incluso el tea party estadunidense. La xenofobia, el
racismo, el antisemitismo, el chauvinismo, la demagogia, el liberalismo extremo, el rechazo a la
solidaridad social, a la justicia social, al socialismo, caracterizan a estos movimientos que dicen
combatir al gran capital aunque lo sirven y, como Hitler cuando bautizabasocialista a su
nacionalismo y adoptaba una bandera roja o Mussolini con su República Social, intentan agitar
tradicionales banderas de la izquierda para lograr popularidad y practicar una política reaccionaria.
Son movimientos con base en las clases medias bajas, conservadoras, aplastadas y condenadas
por la política del gran capital financiero, pero que –estimulados por los grandes medios de
comunicación– desvían su odio contra el movimiento obrero, los sectores más pobres de la
población, como los inmigrantes, los otros (musulmanes, judíos, gitanos) y los políticos, no contra
sus verdugos.
Este último, pequeño comerciante (tenía una librería-papelería) formado entre los fascistas
franceses de Jacques Doriot y ex militante del régimen racista y fascista de Vichy, colaboracionista
con los alemanes hasta que éstos ocuparon toda Francia, llegó a hacer mitines con 200 mil personas
y a obtener 11.6 por ciento de los votos y 52 diputados, uno de los cuales fue Jean-Marie Le Pen, ex
combatiente en África contra la independencia de las colonias francesas. Poujade soñaba un
capitalismo de pequeños y medios comerciantes e industriales, sin extranjeros ni sindicatos ni
grandes capitalistas y financistas (para él todos judíos y masones), con un Estado de orden. A
diferencia del Frente Nacional de Le Pen, que tiene hoy el apoyo de más obreros que todos los
partidos de izquierda juntos, su movimiento semifascista de masa, antecesor del Frente Nacional
lepenista, terminó por disolverse apretado por un lado entre la fuerte resistencia de los trabajadores
y la intelectualidad izquierdista y, por el otro, el veloz crecimiento del capitalismo francés en esos
años, que le quitó la base de masas.
No es de extrañar que ex votantes y miembros del partido comunista francés apoyen hoy al
Frente Nacional ni que el chauvinismo de éste aumente cuando el ministro del Interior de Hollande,
elsocialista Valls, declara que los roms o gitanos deben ser expulsados porque tienen características
genéticas inasimilables. Si los socialistas hacen la política de la derecha en Grecia, en Francia, en
Escandinavia y el gran capital necesita eliminar totalmente la resistencia obrera y, sobre todo, alejar
el temor al estallido social como consecuencia de sus políticas de ajuste, ¿cómo no se va a deslizar
el centroderecha hacia la extrema derecha, cómo no va a crecer ésta abriendo el camino a
gobiernos duros?
El antídoto contra la derecha es, antes que nada, una campaña de educación y una política
anticapitalista, un gobierno de los trabajadores de todo tipo, pluralista, democrático,
internacionalista. Si hay que enterrar la vieja república capitalista, debe ser para dar origen a una
república social y solidaria de todos los trabajadores nativos o inmigrados.