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Cassany (1998), propone cuatro aspectos que pueden apoyar la erradicación de las
faltas. El primero consiste en saber que se ha cometido una falta. El segundo, en poder
recordar la forma correcta, equivalente a la falta. En tercer lugar, tener interés en
erradicarla. Y, por último, tener la oportunidad de practicar la misma cuestión
lingüística en condiciones reales.
Según Bartolo (2012), los factores que inciden en las posibilidades de que se cometan
errores ortográficos son:
Las letras son los signos gráficos mínimos que componen la secuencia escrita. Su
función es representar los fonemas, que se manifiestan en el habla en forma sonidos
distintivos y se definen como la representación mental del sonido.
Una ilustración del segundo caso es el fonema bilabial, oclusivo, sonoro /B/, el cual se
puede escribir como B o como V; y la fricativa sorda alveolar /S/, la cual puede
escribirse con S-C-Z-X-SC.
La cuarta situación ocurre con la letra X que puede representar los sonidos agrupados
[KS-TS].
En estos cuatro casos se centra la causa principal de los errores ortográficos. De hecho,
si se diera una relación biunívoca entre fonemas y letras, o sea, si tuviésemos un
alfabeto fonológico, todos los alfabetizados escribirían con un nivel aceptable de
corrección. Sólo correrían el riesgo de equivocarse en aquellas palabras que no supieran
pronunciar (faltas de origen prosódico) o en aquellas concordancias de las cuales no
tienen conciencia en la lengua oral.
Quienes más leen, tienen más oportunidades para mejorar el uso de la lengua, incluido
el aspecto ortográfico. Siendo así, no es de extrañar que la carencia de hábito de lectura
sea uno de los factores fundamentales de la pobre competencia ortográfica que se
evidencia en el ámbito académico y profesional.
Asociado a la observación está el caudal léxico de una persona. Mientras más amplio es
el léxico de una persona, menores son sus posibilidades de errar. Por eso, se recomienda
la lectura permanente para incrementar el número de palabras cuyo significado y
escritura se conozcan con precisión.
Otra de las observaciones que realiza el lingüista García Molina es que, dentro de las
situaciones que incita las faltas ortográficas, se encuentra la pérdida de la mística
docente. Por mística docente se entiende que es ese ambiente donde se invita al estudio
que estimula, que contagia, que refuerza. Cuando en la escuela se les señala a los
estudiantes los desaciertos ortográficos y/o léxicos; se les reconoce la corrección en el
uso de la lengua escrita (y por qué no, también en la oral) sin importar que la asignatura
sea Historia, Geografía, Naturales, Matemática o Español y se organizan olimpíadas
ortográficas, se crea un ambiente en el que el educando siente que sus conocimientos de
la lengua son útiles, significativos. Pero lamentablemente, cada asignatura es un
compartimiento cerrado. No hay relación ni colaboración interdisciplinarias. Lo que se
aprende en una disciplina no se aplica en la otra, por lo que los estudiantes no se
entusiasman con aprender, retener y aplicar los aprendizajes de la escuela.
La homofonía, es uno de los casos más frecuentes de faltas ortográficas. Sucede cuando
dos o más palabras tienen la misma realización fonética, pero diferente escritura.
Algunos ejemplos de homófonos son caso ‘suceso’ y caso (del verbo casar), cojo (del
verbo coger) y cojo ‘que cojea’, vaca ‘hembra del toro’ y baca ‘portaequipaje’, etc. La
homofonía se puede considerar como un caso particular o un aspecto de la homonimia.
Cuando las palabras en cuestión no solo suenan igual, sino que también tienen una
misma escritura, nos hallamos ante homónimos totales. Si comparten la pronunciación,
pero difieren en la escritura, se trata de homónimos parciales. El cambio lingüístico
puede contribuir al aumento del número de homófonos. Así, las alteraciones que con el
tiempo va sufriendo la pronunciación de las palabras pueden dar pie a que unidades
léxicas con etimologías diferentes converjan fonéticamente, como le ocurrió a león
(animal), procedente de leonem, y León (ciudad), a partir de legionem. Fenómenos de
reordenación del sistema fonético del español como el seseo, el ceceo y el yeísmo han
aportado nuevos homófonos a las variedades correspondientes. Hoy, la mayoría de los
hablantes pronuncian exactamente igual pozo y poso, hallamos y hayamos.
En definitiva, se puede afirmar que se escriben mal algunas palabras porque se las
asocia con otras con las que tienen proximidad semántica, pero no morfológica. En
otras ocasiones, se las deriva de un lexema con el que no guardan relación etimológica,
o que el término o raíz ha sufrido transformaciones morfológicas, por ejemplo, banal
(se asocia con vano porque tienen algunas acepciones en común). Este factor está muy
relacionado con el anterior, la diferencia está en que el cruce analógico no
necesariamente se da con palabras homófonas. La solución para evitar ambos casos está
en observar cuidadosamente el significado y la escritura de las palabras que se
aprenden.
Del tratamiento del tema anterior se desprende que el método ortográfico debe incluir
estos componentes:
- La lectura
- La observación-automatización
- Construcción de inferencias
- La adquisición lexical
- Las reglas ortográficas
- La morfología
- El uso del diccionario
Bibliografía