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El texto está muy interesante, pero le hace falta más claridad para exponer lo que pretende.

Contra
eso, creo, basta un desarrollo más sistemático; por ejemplo: el texto habla de élites, elitización de
los medios de comunicación y de criminología mediática; entonces, ¿por qué no hablar y explicar
primero el proceso de elitización de los medios para luego articularlo con la consecuencia del mismo,
que vendría siendo para el caso la coptación del acto de informar por una cierta criminología
mediática que muestra, según el interés de esas élites, qué merece ser crimen, qué merece ser
noticia y, así, en donde se justifica que el estado pene, castigue, reprenda? Según entiendo en el
texto está escrito al revés. Además, creo que algunas de las cosas que dice –muy profundas, muy
interesantes todas- merecen unas palabras más, alguna explicación adicional, que también ayudaría
a que el texto se explique mejor.

La manipulación desmedida, inconsciente y perniciosa de los medios de comunicación sugiere una


disyuntiva ideoléxica en la construcción de la realidad a través de una criminología mediática, y el
uso de los mismos como instrumento de dominación circundado de nociones legislativo-punitivas
propias de una minoría despótica. Socialmente hay señalamientos a las constantes derrotas de la
democracia liberal por no cumplir plenamente con las peculiaridades exigidas por la modernidad
colonial (Líquida, amorfa); sin embargo, es notable y significativo el triunfo desde una perspectiva
metacrática. Es aquí donde entendemos el papel de los mass media y lo que representan “son, por
tanto, sin duda ninguna, parte de la estructura de poder económico” (Segovia, 2017).

Aunque nos encontramos en una sociedad bautizada contemporánea donde los billetes o capital
físico es una mera abstracción, papel con alto significado simbólico, las clases por acumulación
lograron sedimentarse y adherirse a las nuevas praxis de consumo, equiparando la influencia
mediática con las nuevas lógicas que han de producirse y expandirse para quienes están por fuera de
la creación de la racionalidad rectora (glotona). Más que aludir a una cohesión en la manera como se
transforman las relaciones entre sujetos, podemos hablar de ofuscación social; inicialmente es
posible en cuanto compartimos las ideas de Zaffaroni sobre la criminología mediática donde el
empleo de la información, subinformación y desinformación es la encargada de construir la realidad;
desde luego, esto implica edificar campos de lo cercano, lo lejano, lo decible e indecible. Cuando
estas circunstancias se traducen a ejemplos cotidianos e inmediatos, con lo primero que nos
encontramos es una reestructuración de políticas públicas, especialmente aquellas que aclaman y
justifican la “sensación de inseguridad”. Bien son conocidas algunas tendencias vanguardistas como
alterar cifras y museificar los crimenes (homicidios y delitos menores), cabe destacar que “cada
medio cuenta el mismo hecho desde diferentes ángulos”. (Portillo,2017) Hasta aquí, queda en
evidencia el velo que usualmente invisibiliza y normaliza las problemáticas; por otra parte, de
manera momentánea o en aquel lapso denominado posverdad es cuando hay maneras de escapar y
tomar medidas, esto es, un momento en el que somos conscientes de la manipulación y engaño,
pero por diversos estratagemas seguimos empecinados en jugar con la bola de nieve que siempre se
nos viene encima.

Ya planteado este panorama, la apropiación y acaparación, no solo de los medios, por parte de un
grupo selecto obedece a un “patrón” o huella. Majfud (2018) postula:

“Cuanto más capital un grupo tiene, más posibilidades tiene de dominar las narrativas sociales a
través de los principales medios de prensa. Cuanto más dominio de la narrativa y poder de
donación o financiación de campañas políticas, más acceso tiene al congreso, al gobierno y a
otros poderes del Estado de su país. Cuanto más poder político en el congreso y en el gobierno,
más leyes que protejan sus propios intereses pueden pasar”.

En cuanto a los dos primeros postulados, dominio de narrativas y acceso a otros poderes, se ha visto
el papel que desempeña la élite dentro de las clases sociales y el uso de los medios de comunicación
para transmitir información poco sensata y maquillada con intereses individualizados. No obstante
queda por preguntarse el rol que desempeña el papel del derecho penal en una sociedad o
“comunidad” con estos rasgos. La atención por y para este término (derecho penal) debería ser
colectivo teniendo en cuenta que a lo largo y ancho del territorio nacional las políticas sancionadoras
han trascendido aspectos propios del bienestarismo, retributivismo e incluso del populismo punitivo .
La mano dura marcó otro horizonte haciendo de un término común y corriente todo un lema de
gobierno, y más que un lema de gobierno llevó a lo que la profesora Beatriz Vanegas considera una
“institucionalización de la barbarie”. Por un momento detengamonos a reflexionar la siguiente
proposición: a quién debería interesar más las búsquedas relacionadas con el tema en cuestión ¿el
centro o la periferia? Podriamos ser desatinados y responder bajo la premisa -quien indaga es
porque está interesado y/o lo necesita-. Al buscar en Google Trends (las tendencias) el término
derecho penal, las subregiones que más registran dicha búsqueda son Sucre, Nariño, Meta, Cauca y
Córdoba, respectivamente. Estas zonas donde se desarrollan otras prácticas económicas, sociales y
políticas siguen formando parte del oligopolio y plutocracia característicos del territorio nacional.
Maiello (2014) ilustra una visión interesante, abordable no solo desde el la noción trabajador, sino
ciudadano o sujeto:

“La legislación burguesa, incluido el derecho penal, no es algo propio sino que es efectivamente una
cosa extraña y hostil al trabajador, y el Estado capitalista que la garantiza por la fuerza es
efectivamente un poder independiente del trabajador que sirve para sostener la dominación de la
burguesía”.

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