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Kurt Brotbeck

LA FORMACIÓN DE LA VOLUNTAD EN LA EDUCACIÓN

ESTÍMULOS PARA LA FORMACIÓN DE LA VOLUNTAD EN LA PEDAGOGÍA.

En la pedagogía moderna la formación de la voluntad se presenta en cierta medida como


un hijo espurio. Existen varias razones para ello. En primer lugar, su descuido en nuestros
programas escolares va unido al hecho de que desde la Ilustración del siglo XVIII el
objetivo de la educación se ha concentrado predominantemente en las capacidades
cognitivas, esto es, en el desarrollo de las facultades intelectuales. Por otro lado, puede
deberse a que la educación de la voluntad se encuentra entre una de las tareas más difíciles
de la pedagogía, porque la voluntad se sustrae a todo concepto consciente. En tercer lugar,
hay que hacer notar que la educación de la voluntad presume ya la voluntad misma.
Quisiéramos intentar describir cómo, en la pedagogía Waldorf, las fuerzas de la voluntad
durante el período desde el nacimiento hasta la mayoría de edad, pueden ser estimuladas de
manera adecuada a la edad y de forma progresiva. Como Walther Bühler ya ha indicado
anteriormente, toda educación de la voluntad comprende un aspecto físico, uno anímico y
uno espiritual. Estos tres aspectos de hacen patentes en la metodología de la formación de
la voluntad en las tres fases evolutivas que determinan el proceso de formación del ser
humano en crecimiento. En la edad preescolar todo el desarrollo de la voluntad va unido
predominantemente a las fuerzas de crecimiento y formadoras del cuerpo físico; en la edad
escolar se desarrolla el aspecto anímico y durante la adolescencia el espiritual.
A continuación, describiremos todo esto en forma breve.

CÓMO EDUCAR LA VOLUNTAD DURANTE EL PRIMER SEPTENIO

Los primeros siete años constituyen una fase evolutiva que determina profundamente toda
la vida posterior del ser humano. En este período el niño se enfrenta a una doble tarea: tiene
que formar su cuerpo, ponerse de pie y dominarlo; tiene que orientarse en su medio
ambiente y aprender a moverse.
El primer año está dedicado a la primera tarea y las fuerzas espirituales se hacen poco a
poco con el cuerpo. Para los padres y educadores es siempre impresionante observar cómo
del niño despierta, en cierta manera, desde arriba hacia abajo y ensancha su campo de
percepción. Primero despierta la vista y sus ojos se dirigen a la madre; después lo hacen los
músculos de la cara y el niño sonríe, más tarde levanta la cabeza. Durante los primeros tres
meses adquiere dominio sobre el movimiento de la cabeza y cuello; durante los tres
siguientes se concentra en los brazos y manos y se convierte en un “pensar”. Al final de
este período aprende a sentarse. Durante el tercer trimestre “descubre” sus piernas e intenta
ponerse de pie. Hacia el final del primer año, a veces más tarde, intenta dar los primeros
pasos él solo en el espacio. ¡Qué impresionante es el primer paso! Con él alcanza el estadio
de “madurez” y “apertura del mundo” (Portmann) que le permite una toma de contacto rica
con los padres, los cuidadores y con su medio. Sin embargo, el hecho mismo de ponerse de
pie y de andar no es algo dado por la Naturaleza, no es consecuencia del aparato motor
heredado, sino que es un hecho cultural, ya que el niño únicamente alcanza la posición
vertical si vive entre seres humanos erectos; pero, por otra parte, ningún esfuerzo humano
lograría la verticalidad si en el niño mismo no viviera la fuerza del Yo que la capacita para
mantenerse erecto y “derecho” en el mundo. La posición vertical es la primera victoria de
esta fuerza sobre la naturaleza inferior. Únicamente cuando esta victoria ha sido ganada, es
posible conseguir las demás: andar, hablar, pensar, son los tres dones “reales” que le
permiten al hombre llegar a ser un ser con conocimiento capaz de cuestionarse a sí mismo.
Lo que se describe como este despertar del cuerpo desde arriba hacia abajo, caracteriza la
encarnación de la voluntad en el cuerpo físico. Una vez que la voluntad se ha hecho con el
cuerpo, se dirige hacia el exterior. El niño se lanza al mundo como un pequeño Colón,
agarrando todo, tirando de todo lo que pueda atrapar. Comienza un período que exige
constantemente atención de los mayores.

CUÁNDO Y DÓNDE COMENZAR LA EDUCACIÓN DE LA VOLUNTAD

Esta es una pregunta que se hacen muchos padres conscientes. ¿Cuándo debemos
introducir la educación, especialmente la educación de la voluntad, de manera que no lo
hagamos demasiado pronto ni demasiado tarde? ¿Ha llegado ya el momento en el que el
niño se encuentra abierto frente a su entorno? ¡No! La educación de la voluntad comienza
pocos días después del nacimiento por medio de una actitud que penetra profundamente en
la región inconsciente de la voluntad, en la antesala de la vida volitiva, es decir a través de
una rutina diaria rítmica y continuada. El día que discurre rítmicamente es el primer signo
de una realidad superior impregnada del espíritu que se eleva por encima de los procesos
biológicos naturales. Estos naturalmente están justificados en los primeros meses de la vida
del niño, pero han de ser paulatinamente liberados por medio de la educación, es decir, por
un criterio guiado por el hombre. Ya la introducción de unas horas de mamar rítmicas
dirigidas a establecer una diferenciación entre el día y la noche es una medida que
introduce un orden humano en los procesos biológicos. De manera similar se ha de
considerar también la introducción paulatina del uso del orinal, un horario regular de
comidas y de acostarse. Un día ordenado regularmente da al niño tranquilidad interior,
fuerza y seguridad. Por el contrario, un niño criado en un hogar lleno de improvisación
llevará siempre en sí algo de inquietud, de nerviosismo, de inseguridad y descontento, de
tensión e irritabilidad.
Esto es aplicable a la vida toda: el ritmo fortalece la voluntad porque va unido a la
naturaleza misma del tiempo y por lo tanto fortalece el cuerpo vital -al que podemos
designar también “cuerpo de tiempo”- ya que éste se despliega en el tiempo.
En la misma esfera del ritmo diario se encuentra la importancia de una vida familiar
buena y armónica. El niño trae consigo una confianza primordial en la bondad del mundo.
Según Rudolf Steiner, en la base del alma de un niño durante los primeros siete años vive el
convencimiento de que “el mundo es bueno”; y una vida familiar sana y feliz alimenta esta
confianza. El afecto de los padres hacia el niño es decisivo. Pero, por otro lado, las
tensiones, los divorcios y las desavenencias familiares debilitan la fuerza de encarnación
del alma más que la pobreza o la privación. Podemos comprobar una y otra vez que los
jóvenes que después de la pubertad tienen dificultad para establecer una relación positiva
con la sociedad provienen de familias cuyas relaciones durante los primeros siete años
fueron malas. Un niño que pasa por estas experiencias durante el primer período de su vida
será débil, tendrá su voluntad paralizada, su “cuerpo social” dañado y su fuerza de
integración social rota.
LA IMITACIÓN: PALABRA CLAVE PARA EL IMPORTANTE PRIMER SEPTENIO

La observación nos enseña que el niño es un ser casi totalmente volitivo. Esta voluntad ya
se muestra en el aprendizaje a través de la práctica y repetición constante durante los
primeros tres años. Sin embargo, esta voluntad no guía a la razón. El medio atrae las
fuerzas, la atención, el goce de la actividad del niño. Exagerando, casi podríamos decir que
el mundo externo es el mundo interior del niño. Este hecho determina la tarea del educador
que consiste en ayudar a que las facultades escondidas del niño puedan desplegarse. La
palabra clave para la educación preescolar es imitación. El Dr. Heinz Herbert Schöffer
subraya en su interesante libro: “El niño ante el cambio de siglo”.

“Nuestra influencia en el niño pequeño es mucho menor por lo que decimos que
por lo que hacemos y mucho mayor aún por lo que somos, el niño imita a la
muñeca con la que duerme; imita la forma de andar del abuelo con quien va de
paseo; imita a sus hermanos mayores o a su madre en los quehaceres diarios:
plancha, limpia, lava, lleva leña, imita cuanto sucede en su entorno. Y en su
actividad conforma y plasma su voluntad.”

Esto está relacionado con el hecho de que el ser humano, durante los primeros siete años,
estructura el cuerpo físico con las fuerzas de su cuerpo vital y lo conforma de tal manera
que pueda servir más delante de herramienta útil al Yo. Las facultades de la voluntad están
enraizadas en esta esfera. Para que éstas se desarrollen y pueda tener lugar la formación y
plasmación de su cuerpo de la manera indicada, las fuerzas de sus facultades necesitan una
atmósfera espiritual y cultural adecuada en las que poder ser motivadas y despertadas. Por
el contrario, todo el medio determina la formación de las disposiciones y fuerzas del niño
pequeño. Si en su medio ve y oye bondad, belleza y verdad y puede imitarlas jugando,
desarrolla en sí las fuerzas correspondientes. Por lo tanto, en ninguna otra edad el modelo,
el ejemplo de vida y comportamiento juegan un papel tan profundamente significativo y
existencial que penetra hasta las fuerzas formadoras del cuerpo. El niño no solamente
absorbe lo que los padres hacen externamente, sino que se identifica con lo que las personas
de su medio sienten, piensan y quieren. Todo cuanto tiene lugar en su ambiente son fuerzas
directrices para la formación sana o enferma del cuerpo. Rudolf Steiner pone las bases en
su escrito: “La educación del niño a la luz de la Ciencia Espiritual”:

“Las condiciones físicas para un sentido moral sano se forman en el cerebro y en


la circulación de la sangre si el niño ve moralidad en su entorno. Pero si antes de
los siete años sólo ve acciones necias, el cerebro adquiere formas tales que hacen
más adelante en la vida se incline hacia la necedad.”

Rudolf Steiner también ha hecho notar que la repetición de determinadas acciones


fortalece la voluntad del niño. Toda actividad repetida desarrolla la voluntad y para ello
sirve cualquier tarea diaria de la casa.
LAS NARRACIONES COMO ESTÍMULO DE LA VOLUNTAD INFANTIL

Es un hecho conocido que en su evolución el hombre reproduce en cierta manera los


pasos evolutivos por los que ha pasado la humanidad. El niño pequeño, por tanto, revive el
tiempo más antiguo de la evolución humana, cuando el hombre aún estaba íntimamente
unido al mundo espiritual-divino, a esto también apunta el hecho de que la historia de todos
los pueblos desemboca en un período religioso-mitológico. Esta conciencia religiosa-
mitológica también le pertenece al niño pequeño; y se expresa, por ejemplo, en cómo se
relaciona con sus juguetes como si fueran seres animados. El mismo taco de madera puede
ser un árbol, una casa, una persona y, además, ser bueno o malo; con unos botones se puede
representar el cuento del lobo, los siete cabritos, etc.
Esta conciencia necesita el alimento adecuado, y esto lo encontramos en los cuentos. Los
cuentos son “sueños-verdad de los pueblos” que provienen de un tiempo en el que la vida
volitiva del hombre estaba aún influenciada poderosamente por el mundo espiritual, a
través de los guías de la humanidad. El niño pequeño se encuentra en una etapa semejante.
Los cuentos actúan sobre la voluntad y ayudan al ser espiritual, al alma que quiere
encarnarse, a abrir canales que lleguen hasta el cuerpo físico. Son ayudas para la
encarnación que indican en imágenes (imaginaciones) poderosas y adecuadas para el niño,
el camino que toda persona en evolución ha de andar. Friedel Lenz, la extraordinaria
intérprete de cuentos, nos muestra el cuento popular -al que aquí nos referimos- como una
imagen que ayuda al alma a comprender que ha de abandonar un reino de la luz -el mundo
espiritual-. En este proceso se ve sumida en la pobreza y en toda clase de dificultades -el
descenso al oscuro valle de la Tierra- y desviada del buen camino. Se pierde en el bosque
-como Caperucita- y por ello es tragada por el lobo -lo instintivo se entrelaza con el alma
pura-. Sin embargo, llega el cazador y abre la tripa del lobo -la agudeza del juicio dirigido
con seguridad a un objetivo libera al alma del lobo-. El elemento terapéutico y sanador del
cuento es que junto a lo amenazante siempre se halla la salvación y la ayuda: el cazador en
“Caperucita”, el príncipe en “Blancanieves”, etc. Los cuentos dejan una verdadera huella en
la vida del niño y ponen las bases para una actitud valerosa y confiada frente a la vida.

¡DAD BUENOS JUGUETES A LOS NIÑOS!

El espacio que el niño experimenta en su juego es un espacio de actividad, un lugar en el


que asimilar su entorno a través del ejercicio. A esta actividad la llamamos juego. Es la
forma adecuada a esta edad para relacionarse con la vida. Para jugar el niño necesita
juguetes. Realmente puede jugar con cuanto hay en la casa y en la Naturaleza, pero si los
padres quieren comprar algo, han de cuidar que esté hecho de materiales naturales: madera,
lana o algodón, pero no de materiales y fibras artificiales. También se ha de evitar un
naturalismo excesivo en los muñecos. Es importante que el juguete deje espacio para las
fuerzas de la fantasía que quieren despertar. Asimismo, los tacos de madera son fuerzas de
la fantasía, que quieren ser estimuladas. También las piezas de construcción de madera son
considerablemente más aconsejables que las piezas de “Lego” perfeccionadas, pues con los
primeros puede comprobar una y otra vez las fuerzas de gravedad y equilibrio de la Tierra y
además dejan más espacio libre para la actividad creativa. El juego sano que le hace
olvidarse de sí mismo es extraordinariamente importante, pues es la base de una voluntad
flexible y de una fantasía bien desarrollada.
Desgraciadamente, hoy día es extremadamente difícil comprar buenos juguetes
pedagógicos. Las tiendas y almacenes están llenos de feas figuras de plástico que hacen
ruidos y chillan; de muñecos que hacen muecas; de supermanes musculosos llenos de
armaduras de materiales artificiales; de vehículos y aparatos mecánicos, eléctricos y
electrónicos; de artilugios monstruosos y armamento bélico, que dan miedo y desasosiego
si se piensa en la influencia formadora o deformadora de semejantes juguetes. La
responsabilidad de los padres en la actualidad es mayor que en el pasado ya que entonces
no existía esta producción masiva de objetos malos, feos, que matan la fantasía y paralizan
la voluntad.
Sería más sano y estimulante que los padres mismos construyeran juguetes sólidos. En el
libro: “Juguetes hechos por los padres” se presenta una colección pertinente de ideas sobre
ello. Hay algo que es importante: que el cuarto del niño no sea un almacén de juguetes. Es
sano que el niño tenga solamente un juguete a mano y el resto quede guardado en el
armario, ya que de esta manera las fuerzas de la voluntad pueden concentrarse en una sola
cosa. Solamente cuando ya ha jugado bastante con uno se guarda éste y se saca otro.
Hoy día la televisión juega un papel muy importante. La consideramos un medio muy
cuestionable en la educación, no sólo porque fuerza al niño a una pasividad total, sino
también porque transmite una realidad aparente que reduce extraordinariamente la imagen
de la realidad del mundo. Los objetos, animales y personas que se presentan al niño en la
televisión son en realidad únicamente puntos luminosos que se suceden en veloz vibración.
Imaginemos al niño que se haya acostumbrado a tomar por personas reales esta suma de
veloces puntos luminosos. ¿Puede sorprendernos que niños que han sido sometidos a
semejantes impresiones falsas no tengan más adelante consideración alguna por quienes les
rodean? Llegará el día en el que la televisión se mantenga tan alejada de los niños como un
biberón venenoso. El niño ha de poder relacionarse primero totalmente con la Naturaleza
no falseada antes de poder, más adelante, relacionarse con esos medios sin sufrir daño.

JUEGOS, RONDAS Y CANCIONES

Una contribución eficaz para dirigir la voluntad la constituyen los juegos en rondas y las
canciones, que todos los niños entre los tres y los nueve años hacen con alegría y
entusiasmo. Acabamos de indicar que el niño pequeño vive totalmente en el movimiento y
que el sistema motor (el esqueleto y la musculatura) constituye el punto de apoyo de la
voluntad. El niño sano siente un impulso desenfrenado de experimentar su entorno
activamente y asirlo con sus manos.
Al jugar a la ronda el niño se siente recogido. El círculo en el que se encuentra integrado
le presta un apoyo interno y externo. Mientras canta, recitan un verso o cuentan un cuento
(por ejemplo “Los siete cabritos”) los niños se mueven en círculo imitando con las manos y
los pies el sentido de las palabras, los gestos de los animales o los trabajos que relatan. Con
ello se consigue que la intranquilidad y excitabilidad que muchos de nuestros niños
televidentes traen consigo, se reduzca y ordene en una actividad llena de sentido.
El significado antropológico de tales juegos en la ronda, si se hacen regularmente,
consiste en que este movimiento alegre y lleno de sentido da calor y vivifica al organismo
entero; la parte anímica penetra profundamente en la corporal y ello crea más tarde la base
de una voluntad activa y espontánea.
De gran importancia también ya en el Jardín de Infantes es la euritmia, un arte basado en
el movimiento, creado por Rudolf Steiner. Este arte ofrece la posibilidad de expresar lo que
vive en el lenguaje y en la música a través del movimiento de todo el cuerpo. La euritmia
permite a las fuerzas anímico-espirituales fortalecer y actuar sobre el organismo motor
desde dentro. Este arte es especialmente importante para la mejora y la cura de trastornos
físicos y psíquicos.

CÓMO EVALUAR LA EDUCACIÓN ANTI-AUTORITARIA

Aunque la ola de anti-autoridad que, procedente de América, ha inundado Europa desde


hace años ya ha pasado, hay todavía padres que eligen este tipo de educación. Parten de la
base de que el niño es un ser de la Naturaleza y que es él mismo quien mejor sabe lo que le
conviene. Estos padres creen que lo mejor es interferir lo menos posible y que así irá todo
mejor. Este punto de vista lo expresó Jean-Jacques Rousseau en su libro de educación
“Emile”:

“El niño es desde el principio una criatura de la Naturaleza. El educador ha de


seguir únicamente las indicaciones de este maestro primordial y cuidad de que su
influencia no quede constreñida ni sus esfuerzos frustrados”.

Debido a que Rousseau espera todo de las fuerzas de la Naturaleza, desconfía de una
educación activa, tal como se ha llevado a cabo -con mayor o menor éxito desde los
tiempos de la Grecia antigua. Llamó a su educación “Education negative” porque el
educador debe quedar, de ser posible, invisible.
Los padres que siguen este método dejan al niño un espacio libre totalmente sin límites,
no intervienen ante el mal comportamiento, evitan toda presión y se revisten de una
paciencia de santos frente a su niñito. A menudo se les oye decir: “tengo que terminar los
quehaceres de la casa lo más deprisa posible para poder dedicar tiempo al niño”. Cuando lo
correcto sería que el niño pudiera imitar jugando a la madre en sus labores. En esta
educación anti-autoritaria al niño se le pregunta constantemente “¿qué quieres, esto o
esto?”. Tales preguntas sacan al niño de su ser infantil y le obligan a adoptar una conducta
de adulto, es decir ¡le hacen viejo!
¿Qué consiguen los padres con esta actitud? El niño se convierte en el tirano de los padres
y de su entorno. Pronto descubre cómo patalear y gritar para conseguir cualquier cosa. Con
la eliminación de la imagen guiadora, consistente y equilibradora de los padres, sus
exigencias crecen sin medida. Se enfadará inmediatamente si no consigue lo que le apetece,
especialmente en situaciones en las que su actitud descarada haga sufrir a sus padres, por
ejemplo, en una tienda llena de gente. En resumen: esta educación sin dirección ni
consistencia, que renuncia a ofrecer ejemplo al niño y darle un marco de referencia sobre el
que poder elevarse, conduce a un predominio de los impulsos y apetitos inferiores y con
ello se entorpece el desarrollo del hombre superior. Ningún niño está en situación de saber
lo que le conviene o lo que le hace daño. Si no lo aprende a través del ejemplo de sus
educadores, se convierte en esclavo de sus apetitos, inclinaciones e impulsos. El niño
necesita experimentar y vivenciar la resistencia de la voluntad del adulto, fuerte y penetrada
por el Yo. Sólo frente a ella puede despertar su propia voluntad de la manera adecuada y ser
activada por su Yo en desarrollo. Si no, sufre una debilitación de la voluntad y un
embrutecimiento.
Muy a menudo, tras el mal comportamiento de un niño se esconde su necesidad
inconsciente de provocar que sus padres o educadores le ofrezcan la actitud y resistencia
que necesita perentoriamente para el desarrollo de las fuerzas de su ser. Sin embargo, si
éstas no son estimuladas y desarrolladas en el momento correcto, tampoco existirá la base
necesaria para una conducta moral. Este tipo de personas están constituidas de tal manera
que de adultos no son capaces de renunciar a nada. Se enfada e incluso se ponen agresivas
si no obtienen lo que quieren, y tampoco tienen nada con qué oponerse a las tentaciones de
la vida. No han podido desarrollar y fortalecer su voluntad frente a las fuerzas de los
apetitos naturales, como tendrían que hacer hecho.

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