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37 Gombrowiczidas 1

Juan Carlos Gómez

2011

WWW.ELORTIBA.ORG
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WITOLD GOMBROWICZ, EL SUBJETIVISMO Y EL OBJETIVISMO

“El desgarramiento más profundo del hombre, su herida sangrante, es justamente esto:
subjetivismo u objetivismo. Es lo fundamental. Lo desesperante. La relación del sujeto con
el objeto, es decir, de la conciencia con el objeto de la conciencia, es el punto de partida del
pensamiento filosófico. Imaginemos que el mundo se reduce a un único objeto. Si no
hubiese nadie para tomar conciencia de la existencia de ese objeto, éste no existiría (...)”
“La conciencia está más allá de todo, es definitiva, soy consciente de mis pensamientos, de
mi cuerpo, de mis impresiones, de mis sensaciones, y por eso, para mí, todo esto existe. Ya
en su mismo inicio, en Platón y en Aristóteles, el pensamiento se divide en pensamiento
subjetivo y objetivo. Aristóteles, a través de Santo Tomás de Aquino, llega por distintas
vías a nuestro tiempo (...)”

“Platón llega a través de San Agustín y de Descartes. Y también a través de la deslumbrante


explosión de la crítica de Kant y de la línea del idealismo alemán que se origina en ella, a
través de Fichte, Schelling, Hegel. Y a través de la fenomenología husserliana y el
existencialismo llega a una gran eclosión superior a la de sus inicios ¿Queréis encontrar
subjetivismo y objetivismo en las artes plásticas? (...)”
“Mirad. ¿No es el renacimiento objetivismo y el barroco subjetivismo? En la música,
Beethoven es subjetivo y Bach objetivo. ¡Qué grandes hombres no se pronunciaron a favor
del subjetivismo! Pensadores como Montaigne o Nietzsche..., y si quisierais ver hasta qué
punto este desdoblamiento sigue sangrando, leed las dramáticas páginas de “El ser y la
nada” que Sartre dedica a una cuestión realmente insólita: ¿existen otros aparte de mí?”

El que pone a punto el subjetivismo de la percepción es un inglés. George Berkeley, el


obispo irlandés, con una audacia extraordinaria, plantea el problema de la existencia de una
manera increíble. “Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no
existe nada de nada”. Visiblemente, hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente
humana espontánea y naturalmente es realista.
Pone primero la existencia en sí y por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros.
Pero Berkeley afirma sin embargo que la tesis natural es la suya, porque ser es
precisamente ser tocado con las manos, ser visto con los ojos y ser oído con los oídos. El
subjetivismo de la percepción de Berkeley tiene un parentesco con la actitud fundamental
de Gombrowicz: el agrandamiento del yo.

La importancia que le da a su yo en el “Diario” es continua y no tiene altibajos, su yo no


podía crecer ni siquiera un milímetro más por la forma que le da a este género literario
desde la primera página: lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo; jueves. Yo. Una actitud tan
drástica sólo la podemos encontrar en Fichte que concibe el yo como la realidad anterior a
la división entre sujeto y objeto.
Es una realidad que se pone a sí misma y, con ello, pone a su opuesto, es decir a lo que no
es yo, al no-yo. Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la
división entre sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado demasiado el sueño a
Gombrowicz, pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter
originario de su yo.
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El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la grandeza
que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. A Gombrowicz le reprochaban
que se pusiera a discutir con cualquiera, pero a él le gustaba aporrearse con el primero que
se le cruzaba. De esta manera se disipa la superioridad artificial del escritor, desaparece la
distancia que lo protege de los lectores.
En cambio se manifiesta con crueldad la superioridad esencial y la inferioridad real. El
juicio del inferior hiere y duele, y no es verdad que a los escritores no les importe en
absoluto. “Seguramente sería mucho más interesante que yo me tomara este combate más
en serio, pero de todas maneras el hecho de que haya desafiado a la señora Báska Szubska
para que reconozca su inferioridad respecto a mi superioridad tiene su importancia (...)”

“Esta polémica, me permito observar modestamente, es única en la historia de la literatura”.


La polémica que mantiene con la señora Báska Szubska le da la ocasión de hacer algunas
reflexiones sobre el subjetivismo. El hombre sólo puede ver el mundo con sus propios ojos
y pensar con su propia razón, de modo que debe considerar que su juicio siempre es el
mejor juicio posible.
Aún si reconociera la superioridad de las ideas de Einstein, pongamos por caso, y siempre
que no sea un experto en la materia, sólo lo haría en el carácter de que es él mismo el que le
da crédito a los especialistas que opinan así, y también en este caso su juicio sería el
superior. El hecho de hacernos el centro del mundo choca de manera evidente con el
objetivismo que reconoce mundos y puntos de vista ajenos.

“El tormento de los que para hundirme a mí se han lanzado en ayuda de Báska viene
justamente de esto; porque, mirándolo objetivamente, es difícil suponer que todos los que
me alaban sean cretinos; pero, por otro lado, como no es posible ver con ojos ajenos, desde
esta perspectiva, todos mis alabadores son cretinos junto conmigo. Una contradicción
realmente flagrante”
La contradicción entre el subjetivismo y el objetivismo es fundamental. La relación entre el
sujeto y objeto, es decir, entre la conciencia y el objeto de la conciencia, es el punto de
partida del pensamiento filosófico moderno. A juicio de Gombrowicz, Platón y Aristóteles
debutan con el pensamiento subjetivo y objetivo. El pensamiento objetivo llega hasta
nuestros días a caballo del marxismo y del catolicismo.

“Pero el catolicismo es una metafísica basada en la fe y, paradójicamente, es una


convicción subjetiva de que el mundo objetivo existe”. Es Sartre el que se pregunta si
existen los otros aparte de uno mismo. Es una cuestión realmente insólita porque la
existencia de los otros es la más evidente y la más tangible de las realidades. Pero para
Sartre la existencia del otro es inaceptable.
El hombre es una conciencia pura; si admitiera que el otro es también una conciencia, esa
conciencia lo convertiría en objeto, y Sartre no está dispuesto a eso. Gombrowicz tiene la
costumbre de liquidar las relaciones de Sartre con el marxismo de una manera rápida, pero
en cuanto a la subjetividad y a la objetividad se refiere el asunto no es tan sencillo. “Crítica
de la razón dialéctica” es una obra abstracta y difícil de leer.

Sartre intenta clarificar en esta obra las relaciones entre el existencialismo y el marxismo.
La cuestión es que en este libro designa al marxismo como la filosofía insuperable de
nuestro tiempo, y que lo seguirá siendo hasta que la situación histórica y económica que
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expresa haya sido superada. Pero si el marxismo es la filosofía insuperable de nuestro


tiempo, ¿cuál es, entonces, la razón de ser del existencialismo de Sartre?
Para los filósofos comunistas el existencialismo representa la decadencia burguesa en un
escape de lo real, en el aislamiento del individuo, en la afirmación de la autonomía absoluta
del ego y en la superioridad de ese ego sobre mundo. Sartre, en cambio, está convencido de
que el marxismo ofrece la única interpretación válida de la historia, pero que su
existencialismo es el único camino que conduce a la realidad concreta.

Sobre esta base le hace al comunismo una acusación. “Hay dos maneras de caer en el
idealismo: una consiste en disolver lo real en la subjetividad; la otra, en negar toda
subjetividad real en beneficio de la objetividad”. Ambos se acusan de idealismo, pero
Sartre acepta sin restricciones el materialismo, es decir, que el modo de producción de la
vida material domina el desarrollo de la vida social, política e intelectual.
El salto del reino de la necesidad a un reino de la libertad, que Marx y Engels anunciaron
como un ideal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el principio de una
filosofía de la libertad. Pero este futuro está lejano y, mientras tanto, el marxismo, para no
degenerar en una antropología inhumana, debe ser complementado por el existencialismo
sartriano, que le proporciona su fundamento subjetivo, humano y existencial.

Dice Sartre que la comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de


la antropología marxista. A partir del día en que la investigación marxista tome la
dimensión humana como fundamento del saber antropológico, el existencialismo no tendrá
ya razón de ser. “A los ignorantes, para quienes la filosofía es un cúmulo de desatinos, me
permito llamar su atención (...)”
“Sobre una contradicción análoga a la del subjetivismo y el objetivismo es que los físicos
se rompen la cabeza”. Gombrowicz tiene la costumbre de volver dramáticas las
contradicciones entre los corpúsculos y las ondas, pero el asunto no es tan trágico, todo
depende del aparato con el que se observe el fenómeno. Tampoco es cierta la creencia de
que la física es tan solo un conocimiento objetivo.

Sir Arthur Eddington, el inglés que tuvo la ocurrencia de contar el número de partículas que
tiene el universo, dice algo muy instructivo al respecto. “Una cosa es, para la mente
humana, obtener, estudiando los fenómenos naturales, las leyes que la mente misma ha
colocado ahí, y puede ser otra cosa mucho más difícil encontrar leyes sobre las que no se
tiene ningún control (...)”
“Hasta es posible que las leyes que no tiene su origen en la mente sean irracionales, y puede
ser que no podamos nunca llegar a formularlas”. Y llevado por las alas del subjetivismo
Gombrowicz se refiere seguidamente a la intencionalidad de la conciencia, pues la
conciencia es siempre conciencia de algo, y entre la conciencia y ese algo hay siempre una
contradicción que nos impide aprehender la esencia de lo humano.

“Así se presenta a grandes rasgos el problema del subjetivismo, que para muchas cabezas
huecas no es más que una contemplación egoísta del propio ombligo y un conjunto de
turbiedades”. La batalla contra el marxismo es la batalla entre el subjetivismo y el
objetivismo, puesto que el marxismo quiere ser una ciencia, piensa Gombrowicz. Pero ni la
ciencia es tan objetiva, ni el marxismo es tan científico.
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Después de Kant el objetivismo recibió una paliza terrible, y todavía no ha logrado


recuperarse. Una cosa en la que sí están de acuerdo Gombrowicz y Sartre es en que ambos
desprecian a la ciencia, aunque de distinta manera. Es extraño que siendo Gombrowicz un
partidario absoluto del yo, es decir, del subjetivismo, haya sido también un partidario
acérrimo de la realidad, es decir, del objetivismo.

El yo es el mejor representante del subjetivismo y la historia es la mejor representante del


objetivismo. Si bien el camino del pensamiento va del realismo al idealismo, Gombrowicz
sigue el camino inverso; del subjetivismo extremo del que parte en “El bailarín del abogado
Kraykowski”, su primer obra, termina en “Opereta”, una obra en la que aparece la historia
como representante del objetivismo.
Corría el año 1926 y como el protagonista del cuento llega tarde al teatro en vez de ponerse
en la cola para sacar la entrada se cuela. Un individuo alto y perfumado lo sujeta del cuello
y lo arrastra hasta el último lugar de la cola. Al joven se le cortó la respiración, se dirigió al
atrevido, un hombre rozagante con un pequeño bigote cuidadosamente recortado, que
conversaba con dos damas elegantes y otro caballero.

Con una voz casi imperceptible, estaba a punto de desvanecerse, le preguntó si era a él a
quien le debía la gentileza, el caballero lo miró con desprecio pero no le contestó. Después
del primer acto lo saludó en la escalera, pero tampoco le respondió, entonces, le hizo una
reverencia, posteriormente lo volvió a saludar un par de veces más, regresó a su asiento
tembloroso y extenuado.
A la salida del teatro, cuando el arrogante caballero despedía a una de las señoras y a su
marido, el joven se le acercó para pedirle que si no le hacía el favor de dejarlo viajar en su
coche por un rato porque le gustaba la comodidad; como el hombre rozagante sólo le
responde que si no lo puede dejar en paz se dirige al chofer, y cuando empieza a repetirle el
pedido, el automóvil parte.

El joven lo sigue en un taxi, observa la casa en la que entran y con una estratagema obtiene
del portero el nombre del caballero: abogado Kraykowski. A la noche no pudo dormir
atormentado por los pensamientos de lo que le había ocurrido en el teatro. A la mañana
siguiente envía un ramo de rosas a la casa de Kraykowski y lo espera algunas horas en la
puerta de la casa. Sale el abogado elegantemente vestido silbando y blandiendo un bastón.
El joven sigue al abogado Kraykowski dominado por un sentimiento de gratitud y decide
entonces rendirle un homenaje en silencio. Le compra un ramo de violetas a una florista,
pasa corriendo al lado del abogado y se lo arroja a los pies sin detener la marcha. No se
animaba a mirar hacia atrás, cuando finalmente mira, el abogado Kraykowski había
desaparecido.

A la salida del teatro había escuchado que a la noche los cuatro se iban a encontrar en el
“Polonia”, un restaurante de primera categoría, así que el resto del día lo vivió con esa
única idea, la de encontrarse allí con el abogado Kraykowski. Entró tras ellos en el lujoso
local, inmediatamente advirtieron su presencia. Mientras las damas lo miraban y
murmuraban el abogado no le prestó ninguna atención.
Les hacía cortesías a las damas, miraba fijamente a otras mujeres y hablaba lentamente.
Cuando ordena la comida para su mesa el joven ordena la misma comida, come y bebe todo
lo que come y bebe el abogado. Admira la elegancia y la gracia de sus inclinaciones. Su
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esposa era una nulidad, pero la otra señora, la esposa del doctor, era muy atractiva y el
protagonista advierte que cuando se dirigía a ella su voz era más dulce y tierna.

La esposa del doctor era una mujer hecha realmente para él: delgada, elegante, felina, con
una deliciosa arbitrariedad femenina. Fue su primera orgía nocturna por el abogado y para
el abogado, a partir de ese día comenzó a esperarlo a la salida de su casa espiando desde un
café, para luego seguirlo. El joven tenía tiempo de sobra, su única ocupación era cuidar de
una epilepsia.
Esa enfermedad lo tenía extenuado hasta el punto de que había llegado a suponer que no le
quedaba mucho tiempo de vida. Unos ingresos modestos eran suficientes para cubrir sus
necesidades. El abogado era goloso, al regresar del Tribunal se detenía en una pastelería y
devoraba pastelillos de manzana. Después de pensarlo con cuidado el joven habla con la
pastelera y le paga por adelantado el consumo de un mes de pastelillos para Kraykowski,

Le dice que lo hace porque tiene que pagar una apuesta que había perdido. Al día siguiente,
cuando la pastelera no le quiso cobrar los pastelillos a Kraykowski, el abogado se enojó y
arrojó las monedas en una alcancía de beneficencia. Un océano ilimitado de ideas empezó a
llenarle la cabeza durante el día, las coincidencias y los servicios se sucedían, encuentros en
el tranvía para sentarse frente al abogado.
Los servicios de baño pagados por adelantado por el joven, eran señales de adoración y de
obediencia que le daba, muestras de fidelidad y de respeto, un sentimiento férreo del deber
que denotaba pasión. La mujer del doctor, el amigo de Kraykowski, parecía insensible a los
encantos del abogado, al joven le parecía evidente que lo rechazaba, un día lo vio salir
furioso de la casa de ella.

Para convencerla de que tenía que ceder a los sentimientos del abogado le escribe una carta
anónima en la que le protesta por su comportamiento incomprensible y la exhorta a que
cumpla sus obligaciones con un caballero tan encantador. A los pocos días el abogado
Kraykowski se detiene mientras el joven lo perseguía, se vuelve y se le acerca con el bastón
en la mano.
Una extraña sensación de desvanecimiento se apoderó del protagonista cuando se sintió
agarrado de la solapa y sacudido violentamente. Cuando el abogado Kraykowski lo
amenazó con romperle el cuello a bastonazos por los anónimos el joven no pudo hablar, se
sentía feliz y aceptaba el suplicio como si fuera la santa comunión, se arrodilló en silencio y
le ofreció la espalda.

Kraykowski se alejó y el joven regresó a su casa con la sensación de que eso todavía no
bastaba, que era necesario mucho más. Era evidente que ella había considerado la carta
como una broma estúpida y se la había mostrado al abogado. Decidió ser más persuasivo
esta vez y le volvió a escribir de manera más drástica, se iba a infligir toda clase de
penitencias hasta que ocurriera aquello.
Le dijo a la señora que debía dejar de lado su orgullo y su obstinación, ¿qué perfumes?,
sólo Violette, a él le gusta. A partir de entonces el abogado dejó de visitar a la esposa del
doctor. El protagonista pasaba las noches en blanco, le seguía escribiendo que debía
hacerlo, que su doctor era una nulidad, que lo debía hacer esa misma noche si es que el
marido no estaba.
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De pronto recordó que el abogado había tenido la intención de golpearlo, entonces se


dirigió a los Tribunales, y cuando Kraykowski salió en compañía de dos colegas se
arrodilló delante de él ofreciéndole la espalda para los golpes de bastón, exclamando que tal
vez ahora podía. El abogado le dijo en voz baja a sus colegas que debía ser un pobre idiota,
le dio unos centavos al miserable y se despidió.
Uno de los señores quiso darle él también unas monedas pero no se las aceptó, le explicó
que sólo recibía limosna de la mano del abogado Kraykowski. En el edificio de la mujer
dibujó una gigantesca K con una flecha. Fue tejiendo una telaraña de malos entendidos que
la empujaban más y más a caer en los brazos del abogado, le hacía llamadas a la
medianoche ordenándole que lo haga.

Pero todos sus esfuerzos parecían caer en el vacío, empezó a perder las esperanzas. En unas
de las noches en las que el joven regresaba a su casa después de las persecuciones
agotadoras, una corazonada le dijo que tenía que entrar en el parque. Y los vio, caminaban
por un sendero, luego se sentaron en un banco. El abogado la abrazó y empezó a
murmurarle palabras dulces.
El joven no pudo resistir, algo explotó dentro de él como si una corriente eléctrica se
descargara en su interior y empezó a gritar con una voz que podía escucharse en todo el
parque: “¡El abogado Kraykowski se la está…! ¡El abogado Kraykowski se la está…!”.
Cundió la alarma. La gente corría y se asomaba a las ventanas, el joven sintió una primera
sacudida, una segunda, una tercera.

Las piernas le temblaron y empezó a bailar como nunca lo había hecho antes, con la
espuma en la boca sollozaba en medio de las convulsiones. Fue una danza orgiástica, se
despertó en el hospital. Cada día que pasaba se sentía peor, los últimos acontecimientos lo
habían vencido. El abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una pequeña
localidad al este de los Cárpatos.
Buscó refugio en las montañas con la esperanza de que el joven lo olvidara. Pero el
protagonista se propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su
estrella. Duda que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a
ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de
inmediato al abogado Kraykowski.

WITOLD GOMBROWICZ Y LA VERGÜENZA POLACA

“En los polacos que vienen de Polonia se observan las contradicciones de siempre: el
comunismo nos sofoca, el país está en la miseria, no hay libertad de expresión. Y también:
tenemos nuestra gran literatura, nuestras bicicletas y motocicletas, nuestros sellos de
Correos, unos de los más bellos del mundo. O lo uno o lo otro. O la literatura está sofocada
o es grande (...)”
“¿Por qué esa vergüenza que nos impide reconocer lo que somos con esa manía de nuestro
aplomo? Un polaco capaz de confesar lo que es enseguida se convierte en un europeo, y de
gran clase. Un polaco que disimula, que siente vergüenza, se identifica con su miseria”.
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Ninguno de los hombres de letras del club de gombrowiczidas le da a su propio país la


importancia que le dio Gombrowicz a Polonia.

La empresa literaria de Gombrowicz de mayor alcance fue el “Diario”, unas narraciones


que empiezan y terminan con asuntos de Polonia, peripecias en su mayor parte escritas en
la Argentina que concluyen en Francia. Inmediatamente después de los cuatro yo que mete
al comienzo de esta obra nos cuenta la impresión que le produce la lectura de los periódicos
de su país.
Es como si le hablaran de unas aventuras que corriera alguien muy próximo a él en una
tierra extraña. El alguien ya no es próximo pero le queda con la persona conocida una
identidad diluida. La presencia del tiempo en las páginas de esos periódicos es tan fuerte
que se le despierta el deseo de un contacto directo con ese alguien, aunque sea para vivir y
relacionarse de una manera imperfecta.

“Pero la vida queda como detrás de un cristal, alejada; parece como si ya no nos
perteneciera y lo observáramos todo desde un tren”. Esa distancia que produce la memoria
y la vergüenza de los polacos que les impide ser sinceros ablandaban a Polonia y la volvían
virtuosa. “No éramos tan virtuosos cuando nos teníamos mejor en pie. No me fío de la
virtud de los que han fracasado (...)”
“Esa virtud nacida de la vergüenza y de la desgracia, y toda esa moralidad me recuerda a
Nietzsche: „La moderación de nuestras costumbres es una consecuencia de nuestro
debilitamiento‟”. Los encuentros que Gombrowicz tenía con algunos polacos que venían de
visita a la Argentina le permitían formarse una idea de cómo andaban las cosas por la
Polonia Popular.

“¿El señor Gombrowicz?; –Sí; –Soy un periodista, vengo de Polonia, ¿podría charlar con
usted?; –Por supuesto; –¿Y podría concederme una entrevista?; –No, prefiero que nuestra
conversación sea privada”. Esta reticencia en darle la entrevista no era caprichosa. En
camino al café de la Avenida de Mayo donde lo había citado meditaba en los encuentros
que había tenido con intelectuales y artistas polacos desde el final de la guerra.
Sus conversaciones, a medida que pasaba el tiempo, se habían vuelto cada vez más difíciles
y encendidas. “Pero aquí está mi periodista. Le veo sentado a una mesa. Es alto,
ligeramente encorvado, de rasgos atractivos, pero obeso, con cara abotargada y la mirada –
eso le ocurre a menudo a los polacos–, algo turbia... Nos saludamos con afecto, pero de
entrada hay algo que empieza a no gustarme (...)”

“Pido café, él un vodka. Vaya, ¿vodka a las cinco de la tarde?”. Al cabo de media hora
Gombrowicz se da cuenta de que lo estaba tratando, si no con hostilidad, con cierta
irritación ofensiva, se vuelve cada vez más frío. Lo que le disgusta en el periodista es su
falta de soltura, no es que pese sobre él el fantasma de la policía política, le tiene confianza
a Gombrowicz.
Por otra parte no le oculta que forma parte de la oposición al partido de gobierno, aunque
probablemente esa oposición, piensa Gombrowicz, se limite a las malas caras, al sarcasmo
y a los chistes contados mientras se vacía una botella. Su falta de soltura se manifiesta en el
hecho de que a cada momento él se siente una persona distinta: “¿Aquí vais de dictadura en
dictadura, eh? ¡Claro! ¡Ya se sabe, América del Sur!”
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Se olvida de que es polaco y de que en su casa también tienen dictaduras, se expresa como
un europeo, está orgulloso de ser europeo porque ha llegado aquí vía París y Londres: “¿Y
cómo estáis de coches en Polonia?; –Tenemos modelos propios, nada caros y muy bonitos”.
Gombrowicz le muestra la Avenida de Mayo, a esa hora la avenida está completamente
abarrotada de coches.
“Pero atascamientos como estos no los tenéis en Varsovia; –¿Qué piensa, que nosotros no
tenemos coches? Usted vive con los recuerdos de 1939, aquello ha cambiado mucho, no
nos faltan coches, hay casi tantos como aquí; –¿Qué? ¿Lo dice en serio? ¿Qué en Varsovia
hay tanta circulación de coches como en Buenos Aires?; –¡Por supuesto!”. Hasta hacía un
momento nada más el periodista le contaba que en Polonia había pobreza y miseria.

De repente el periodista, empieza a inventar historias nuevas, comportándose como si fuera


un ferviente admirador del gobierno comunista, declamando mentiras monumentales y
decididamente irritantes. Se ha producido una metamorfosis, y se ha producido porque el
periodista no distingue bien al partido de la nación y, en consecuencia, confunde las
responsabilidades.
Responsabiliza al comunismo de la miseria polaca, de modo que puede, sin sentirse
humillado, reconocer que el país estaba en bancarrota pues él no era comunista. Pero
cuando se empieza a hablar de la producción nacional se siente orgulloso del éxito, como si
fuera mérito de la nación y no del partido. “Olvidando que el país está bajo el mando de los
comunistas, se sintió orgulloso de aquellos coches (...)”

“Eso le excitó, quiso impresionarme con el progreso, la modernización y la civilización


polacas, y al tropezar con mi desconfianza se excedió, como cualquier soñador y cuentista.
¿Estaba orgulloso de esa Polonia que sabía que no era suya sino de los comunistas, o estaba
tan ligado a ella que a pesar de todo se identificaba con el país, ocultando sus miserias e
inventado triunfos?”
Los polacos tienen vergüenza, no son capaces de hablar tranquilamente y con naturalidad
porque tienen vergüenza, vergüenza del orgullo nacional malherido, de la dignidad
ofendida, de la envidia y de un sentimiento de inferioridad. Los intelectuales que llegaban
de Polonia estaban llenos de complejos y por eso resultaban imprevisibles, Gombrowicz
nunca sabía lo que iba a surgir de ellos.

No estaban preparados para el contacto con el mundo que estaba fuera de Polonia. “Son
personas que no se han planteado su situación en el mundo ni han reflexionado sobre ello.
Se manifiesta en ellos su falta de equilibrio, de tranquilidad, de seguridad en sí mismos, de
auto conciencia, de naturalidad, de algo que es capaz de adquirir hasta un preso, hasta el
último de los mendigos, con la condición de que se comprendan a sí mismos (...)”
“Su actitud ante Polonia cambia continuamente, lo cual hace que su actitud ante el mundo
también sea fantástica e imprevisible. En mi opinión, nuestra literatura contemporánea no
carece, en ese aspecto, de culpa, al no haber sabido educar a la nación”. Los polacos que
escribieron después de la guerra fueron culpables, según lo veía Gombrowicz, de no haber
sabido educar a la nación en una conducta más natural y menos fantástica.

Pero los que habían escrito antes de la guerra también fueron culpables. En la relación de
los polacos con el mundo de antes de la guerra había algo de malo y de alterado, si por su
situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente
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desgarrada, entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su verdadera
humanidad.
Los artistas y los intelectuales polacos de antes de la guerra fueron entonces también
responsables de no ajustar las cuentas con ese pedazo de tierra creado por las condiciones
de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo, de modo que la leyenda
polaca del romanticismo y del idealismo se extinguiera. En el “Diario” le recuerda a los
polacos el olvido de que Polonia era un país ocupado.

Una nación tan ocupada como lo estaba siendo Checoslovaquia después de la entrada del
ejército soviético. En la prensa de la emigración habían aparecido protestas valientes que
Gombrowicz comparte mereciéndole todo su respeto, pero también aquí aparece la
vergüenza polaca que les impide a los polacos ser sinceros. “Hay un detalle que me da que
pensar, un detalle casi freudiano (....)”
“Su indignación casi infantil parece olvidarse que Polonia ha sufrido de la misma violencia.
Al fin y al cabo, Polonia es desde hace años un país ocupado, exactamente como lo es hoy
Checoslovaquia. Si dijeran „Para mí la violencia es un acto cotidiano, sé lo que es, por eso
condeno la invasión rusa‟, todo estaría claro. Pero se les ha olvidado..., incluso a quienes
viven en el extranjero (...)”

“Consternados por Checoslovaquia por vergüenza han olvidado su propio destino”.


Gombrowicz sentía a Polonia como mirándola a través de un cristal, y a él como un
pasajero de un tren que la miraba desde lejos. La falta de foco para mirar a Polonia lo ponía
frecuentemente a él mismo fuera de foco, especialmente en la cuestión de la vergüenza y
del comunismo.
La actividad de escribir le proporciona a los hombres de letras una mayor facilidad de la
que tienen los hombres que no escriben para darle distintos aspectos a lo que son y a lo que
les ocurre, siendo Gombrowicz un buen ejemplo de todo esto. “Escuchadme, hipopótamos:
yo no me quejo de que vuestra estupidez profesional o articulista haya difamado sin cesar
mi trabajo literario, que como se ha comprobado hoy, tiene algún valor (...)”

“Hicisteis lo que pudisteis por fastidiarme la vida y en parte lo conseguisteis. Si no fuera


por vuestra mezquindad, vuestra superficialidad, vuestra mediocridad, tal vez no hubiera
pasado hambre durante años en la Argentina, y también otras humillaciones me hubieran
sido ahorradas. Os interpusisteis entre yo y el mundo, banda de infalibles maestros de
escuela y periodistas (...)”
“Habéis deformando, tergiversando, falseando los valores y las proporciones. Bien, al
diablo con vosotros, ¡os perdono! Y no espero que ninguno balbucee hoy algo parecido a
unas tímidas disculpas, sé demasiado bien qué es lo que se puede esperar de unos pillos
como vosotros. Pero ¿cómo perdonaros el que hayáis logrado vencerme en mi victoria final
sobre vosotros? Sí. Alegraos (...)”

“Habéis ganado en vuestra derrota. Porque habéis hecho que mi éxito haya llegado
demasiado tarde..., diez, veinte años más tarde..., cuando ya estoy demasiado cerca de la
muerte y ella contamina de derrota hasta mis triunfos...; ¿sabéis?, ya no soy lo
suficientemente vigoroso para poder disfrutar de mi desquite, ¿Triunfo? ¿Megalómano?
¿Presumido? (...)”
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“Pero si hasta de esto me habéis privado, no puedo gozar ni de mi ascensión ni de vuestra


derrota, ¿cómo voy a perdonarlo?”. Este es un reproche amargo que Gombrowicz le hace a
una buena parte de la inteligencia polaca. Sin embargo, a pesar de lo que dice Gombrowicz,
no se puede hacer responsable a esa inteligencia de todas las humillaciones que padeció en
la Argentina.

Los argentinos empezaron a pasarlo de mano en mano: Gálvez se lo pasó a Capdevila,


Capdevila a su hija Chinchiana, Chinchina a sus amigas. En el año mortal de 1940
Gombrowicz flirteaba con esas chicas que lo llevaban a los museos, lo invitaban con masas,
mientras él les retribuía con charlas que armaba sobre el amor europeo. En ese año fatídico
Roger Pla le había presentado a Antonio Berni.
En la casa del pintor dio una charla sobre el por qué y el cómo Europa había sentido el
deseo del salvajismo, y de cómo esta inclinación enfermiza del espíritu europeo podía
aprovecharse para la revisión de la cultura demasiado alejada de sus propias bases. Pero le
falló el estilo, de la vergüenza que lo asaltó salieron unas palabras que resultaron mediocres
y Pla le reprochó el tono sentimental de unos razonamientos ingenuos.

Sin embargo, dos meses después del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, se
anima a dar otra conferencia que resultó famosa por el escándalo que se armó con los
polacos. Decidió rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema: “Regresión
cultural en la Europa menos conocida”, la dio en el Teatro del Pueblo invitado
especialmente por su director, el escritor Leónidas Barletta.
Le adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la flor y nata del
ambiente cultural de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un texto del más
alto nivel intelectual. Gombrowicz planteó otra vez la cuestión de cómo la ola de barbarie
que había invadido a Europa central y oriental podía aprovecharse para revisar los
fundamentos de la cultura.

Leyó el texto, lo aplaudieron y bastante contento volvió al palco reservado para él donde se
encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos collares de
monedas. Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al
estrado y empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra
Polonia, la excitación y los aplausos.
Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso agitando los brazos mientras el
público empieza a chillar. Gombrowicz no entiende nada pero estaba contento de que su
conferencia hubiera despertado tanta animación. Pero, de repente, los miembros de la
Legación de Polonia abandonan la sala, parece que algo andaba mal. Un escándalo, resulta
que la conferencia fue aprovechada por los comunistas allí presentes para atacar a Polonia.

Una parte de la elite intelectual argentina era medio comunistoide y no exactamente la flor
y nata de la intelectualidad de Buenos Aires, de modo que su ataque a la Polonia fascista no
se distinguió precisamente por su buen gusto. Barletta, igual que Gombrowicz, no podía
digerir al Asiriobabilónico Metafísico, se refería a él en forma despectiva. ...:“Cachafaz…
Fracasado… El pobre Borges (...)”
“Vate criollo y vate septuagenario… Buscador de puestitos… Pergeñador de cuentos
persas... y lávese de toda esa mugre metafísica.”. Esta comunidad de opiniones respecto al
Asiriobabilónico Metafísico le encantaba a Gombrowicz y quizá debido a esto pasó por
12

alto que Barletta era también un hombre de izquierdas. Sería injusto hacer responsable a
Barletta de lo que ocurrió ese día en el Teatro del Pueblo.

Hay que decir sin embargo que Gombrowicz se las vio mal y pasó verdaderos apuros. Al
día siguiente de la conferencia que había dado en el Teatro del Pueblo Gombrowicz, lleno
de vergüenza, fue a la Legación de Polonia donde lo recibieron en forma fría, como si fuera
un verdadero traidor. En vano les explicó que el director del teatro, el señor Barletta, no le
había informado que era costumbre seguir las conferencias con un debate.
Que, por otra parte, no podía considerar como comunista a ese señor pues él mismo se
hacía pasar por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas
y amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote
pronunciado y el collar de monedas hicieron aparecer a Gombrowicz como un cínico en un
momento en el que Polonia ardía en llamas. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se
puso verde con esta metida de pata.

WITOLD GOMBROWICZ, EL OPTIMISMO Y LA LIBERTAD

“„Nací y me eduqué en una casa muy respetable‟. Esta forma irónica con la que iniciaba
uno de mis relatos, „El diario de Stefan Czarniecki‟, podría igualmente servir de
introducción a los presentes recuerdos. Yo fui en realidad el niño mimado de eso que se
llama una familia respetable, aunque aquí la palabra respetable debe ser utilizada sin ironía,
ya que se trataba de una casa de gente más bien benévola y de principios (...)”
“Mi padre era propietario de una pequeña finca en la región de Sandomierz y trabajaba en
la industria. En los tiempos de mi adolescencia era presidente de la Central de Chatarra y
miembro de varios consejos de supervisión y de administración, lo que le aseguraba unos
ingresos sensiblemente más altos que los de la pequeña finca de Maloszyce. Mi madre era
hija de Ignacy Kotkowski, propietario terrateniente de la región de Sandomierz (...)”

“Mi padre era oriundo de Lituania. A mi abuelo Onufry el gobierno ruso le había
confiscado sus bienes. Con el dinero que salvó compró el pueblo de Jakubowice y, más
tarde, Maloszyce, donde yo nací. Los Gombrowicz nos considerábamos siempre algo
superiores a los demás terratenientes de la región de Sandomierz, como consecuencia de
diversos vínculos familiares que habíamos heredado de la época lituana (...)”
“También porque la nobleza de ese país, más rica y asentada desde hacía siglos en sus
tierras, podía vanagloriarse de una mejor tradición, una historia más precisa y funciones
más importantes. De todas formas no puedo asegurar que la nobleza de la región
compartiera este punto de vista. Yo era el menor de los hermanos. El primogénito se
llamaba Janusz; luego venía Jerzy y mi hermana Irena, cinco años mayor que yo”

“Mi vida en Polonia era tranquila y mediocre; conocía a poca gente eminente y vivía
escasas aventuras. Pero me gustaría mostrar, aunque no sé si resultará útil para alguien, de
qué manera esa vida llegó a formarme a mí y a mi literatura. Por supuesto, serán unas
confesiones muy incompletas que no tocarán a menudo más que la superficie de los
acontecimientos (...)”
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“No es éste el lugar para análisis más profundos ni confidencias más brutales. A pesar de
ello creo que esta biografía suavizada logrará arrojar un poco de luz de la realidad polaca de
aquel tiempo. Además, me gustaría aprovechar la ocasión para trasmitir a los lectores mi
visión actual de aquella Polonia, ya sea desde la perspectiva de mis veinte años vividos
fuera de ella o desde la perspectiva occidental, americana (...)”

“Debe existir poca gente en Polonia que me conozca a partir de una lectura profunda de mis
obras, bastante difíciles y excéntricas. Serán más los que hayan oído hablar de mí, aquellos
para quienes soy sobre todo el autor de la „facha‟ y el „cucul‟, los dos poderosos mitos bajo
cuyo signo he entrado en la literatura polaca”. Durante mucho tiempo Gombrowicz fue
considerado como un mocoso por sus hermanos y por su padre.
Excluido de la complicidad que se había establecido entre sus hermanos y su padre, se vio
dominado por ellos. En especial era víctima de las bromas de su hermano Jerzy, el favorito
de la familia. Jerzy, brillante e ingenioso, se mofaba de él continuamente, y lo ponía
frecuentemente en algún compromiso. Gombrowicz, subyugado por su hermano Jerzy y por
sus éxitos entre los adultos, lo imitaba y trataba de igualarlo cuanto podía.

La admiración hacia su padre se vio redoblada por la que sentía por su hermano. Pero
cuanto mayor era su admiración, más humillado e inferior se sentía. Sobre todo ante su
padre: la manera de ser de su padre, muy natural y distinguida, lo impresionaba muchísimo.
La consideración de que gozaba el padre en su medio, así como su posición social, le
infundían respeto.
Gombrowicz sentía por su padre admiración, temor, ansia y al mismo tiempo celos y
aversión. Describía a su padre como un hombre apuesto, alto, distinguido..., mientras que él
detestaba su propia silueta. Carecía del aire desenvuelto y el aspecto viril que admiraba en
su padre. Tenía dos defectos que lo hacían objeto de continuas burlas por parte de sus
compañeros de colegio: su tez, muy femenina, y su tendencia a ruborizarse.

Más tarde reaccionaría contra sus complejos desmitificando y tomando a broma todo lo que
lo dominaba y lo limitaba. La evolución de su actitud hacia su padre tiene algo de
exorcismo. Gombrowicz se curó de su humillante admiración en “El bailarín del abogado
Kraykowski”. En “Ferdydurke” completó esta cura burlándose de la superioridad, la
elegancia y el refinamiento señorial de su padre.
“No me han comprendido del todo (me refiero a los artículos sobre „Ferdydurke‟ que
aparecen en Polonia), o, mejor dicho, han extraído de mí sólo lo actual, lo que conviene a
su historia presente y a su situación. Me resigno a ello: semejante lectura fragmentaria y
hasta diría que egoísta, siempre desde el punto de vista de las necesidades del momento,
resulta inevitable (...)”

“Antes de la guerra „Ferdydurke‟ pasaba por ser algo así como los desvaríos de un loco,
pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que
estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo,
mi libro ha sido elevado al rango de sátira y de crítica en el pleno sentido de la palabra
¡como Voltaire!”
Sartre lo provocaba a Gombrowicz con la idea de la libertad, y el doctor Pangloss del
“Cándido o el optimismo” de Voltaire, con su idea del optimismo. El Pangloss de Voltaire
tiene como postulado principal el de que las cosas no pueden ser diferentes a como son.
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Habiéndose hecho todo con un fin, éste no puede menos de ser el mejor de los fines, y, por
tanto, todo en el mundo no sólo está bien, sino que está en el último grado de la perfección.

Tal principio es un esquema caricaturesco de las ideas de Leibniz. El libro gira en torno a
las desventuras ocurridas a Cándido, haciendo una sátira de los principios filosóficos
sostenidos por Pangloss. “Cándido o el optimismo” se opone con virulencia al optimismo
filosófico de Leibniz. Voltaire ataca irónicamente la doctrina leibniziana que afirma que en
el universo se encuentra realizado el “mejor de los mundos posibles”.
La manera en que Leibniz plantea la cuestión del mal es ciertamente desconcertante. La
realidad está compuesta de mónadas, autónomas, unidades psíquicas sin comunicación
entre ellas. Para resolver el problema de la conexión y relación de las mónadas entre sí,
Leibniz se refiere a la teoría de la armonía preestablecida. Es decir, que estas mónadas
están reguladas de modo sincrónico.

Su conjunción global obedece al orden del “mejor de los mundos posibles”; pero este
mundo también incluye necesariamente una dosis de mal, la mínima posible, porque si
fuera creado de modo perfecto, se confundiría con Dios. Voltaire se complace
morbosamente en demostrar por medio del absurdo la falsedad de esta construcción
metafísica.
La acumulación de desgracias privadas y públicas, de calamidades naturales, de torpezas
humanas, etc., se suceden aquí a un ritmo desenfrenado, probando que el desarrollo
metafísico de Leibniz, en boca del filósofo Pangloss, está en constante contradicción con la
realidad; la sucesión sistemática de calamidades convierte en absurda la tesis de la armonía
preestablecida, y del “mejor de los mundos posibles”.

Tan provocante como el optimismo de Pangloss, es decir, de Leibniz, es para Gombrowicz


la idea de libertad de Sartre. “Lo que hace más patente esta sangrienta ironía es que la
misma idea de libertad, tan radicalmente opuesta a nuestra experiencia cotidiana, resulta ser
del todo razonable y fértil en sus múltiples consecuencias. Por otra parte, una filosofía cuyo
punto de partida es la conciencia, ¿puede tener algo en común con la existencia? (...)”
“A fin de cuentas, a la vida la conciencia como tal le es indiferente. La vida sólo conoce las
categorías del pesar y del placer. El mundo sólo existe para nosotros como posibilidad de
dolor o de gozo. La conciencia, mientras no es conciencia de dolor o de gozo, no tiene para
nosotros ninguna importancia. La existencia de la que he tenido conciencia no es ninguna
existencia mientras mi sensibilidad no la sienta (...)”

“Lo más importante no es la propia existencia de la que se ha tomado conciencia, sino que
lo más importante es la existencia misma, la existencia sentida. La conciencia tiene que ser
conciencia de la sensibilidad y no conciencia de la existencia. Pero el dolor (y por
consiguiente también el placer) es, por su misma esencia, contradictorio con el concepto de
libertad (...)”
“Decir que conservamos una posibilidad fundamental de libertad ante el sufrimiento
(libertad que estaría relacionada con una finalidad que determina nuestro sistema de
valores, aunque sólo fuera una libertad en situación) significa eliminar del todo el sentido
de esta palabra. El sufrimiento es algo que yo rechazo pero que tengo que sufrir
necesariamente (...)”
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“Lo importante en este caso es la coacción, es decir, la falta de libertad. Sería difícil
imaginar una oposición más radical de la que existe entre el sufrimiento y la libertad.
Considerando que el punto de partida del existencialismo no puede ser otro que la
sensibilidad, rechazo por eso mismo toda filosofía existencial que tenga el aspecto de una
filosofía de la libertad”
“Ahora se dice que „Ferdydurke‟ es un libro razonable, la obra de un lúcido racionalista que
juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar
de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista? El hombre se encuentra siempre
por debajo de sus valores, siempre desacreditado, hasta el punto que ser hombre significa
ser peor, peor de lo que se produce (...)”

“¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le
es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? Quien no llega a aprehender, a sentir esta
degradación en „Ferdydurke‟, en „El casamiento‟ y en mis otras obras, no ha comprendido
lo más esencial de mí”. La caricatura es la forma grotesca de una persona o cosa,
Gombrowicz era un especialista en hacer caricaturas como su hermano Jerzy.
Según parece ese hermano era un personaje con alma de artista, un cómico y un bromista
nato dotado de un gran sentido del efecto y de una notable invención en materia de dichos y
expresiones algunos de los cuales fueron utilizados por Gombrowicz cometiendo, como él
dice, un miserable plagio. En los veinte años de independencia después de la Primera
Guerra Mundial las costumbres dieron un enorme salto adelante.

Ese salto fue mayúsculo en un asunto substancial para los polacos: la noción del honor. El
padre de Gombrowicz era un gentleman a la antigua pero también él empezó a caricaturizar
el asunto del honor tan en boga por aquel entonces. Un día la madre lo sorprendió mientras
disparaba con una pistola a una silueta apuntándole al trasero. Lo habían retado a duelo y
decidió colocar la bala en esa parte pronunciada del cuerpo del adversario.
La cuestión de la forma y la caricatura se volvió muy relevante en los cuentos de
Gombrowicz, especialmente en todo lo que tenía que ver con el espíritu polaco que él
presentaba en forma ridícula. Las formas polacas se iban convirtiendo en caricaturas; el
honor, las reglas de la buena educación, el besa manos, la moda y casi todas las costumbres
llegaban a su fin.

Se escapaba de ellas su contenido vivo quedándose nada más que con la rigidez de la forma
pura según la concepción del diabólico Witkiewicz. Ese formalismo abunda en la obra de
Gombrowicz, los cambios violentos del comportamiento atraían cada vez más su atención
sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del gesto en nuestra
esencia más íntima.
El amor por su tiempo junto al sentimiento de solidaridad con su generación, eran muy
fuertes en Gombrowicz, eran pasiones que había experimentado la juventud de todo el
mundo, una magia de la historia que después no se volvería a repetir. Fue una época
prometedora también para los polacos aunque después cayera sobre ellos otra vez la sangre
y el dolor.

En aquellos años los polacos aún no sabían que en los dos imperios derrotados por la guerra
se incubaba una nueva catástrofe universal. Es entonces cuando la idea de la caricatura, la
forma y la deformación se convierten para Gombrowicz en una y la misma cosa, y es
16

entonces cuando la facha y el cucul se entronizan en su vida, y ya, desde “Ferdydurke”, no


lo abandonan más.
La Argentina fue para Gombrowicz un gran campo de maniobras, en este lugar neutral,
como si fuera la mesa de uno de los café tradicionales de Varsovia, intentó establecer los
límites al problema de poner en claro si el par dialéctico de la inmadurez y de la forma era
una verdadera reducción ontológica del hombre o tan sólo una perogrullada o una
tautología.

La concepción de la forma no es para Gombrowicz un problema conceptual, como lo es


para la filosofía, sino un problema práctico. La realidad no puede ser abarcada tan sólo por
la forma pues la forma no está acorde con la esencia de la vida. El intento por definir esta
insuficiencia de la forma es un pensamiento que se convierte en forma, y que confirma
tanto su impotencia para aprehender la existencia como nuestra inclinación por ella.
Había pasado un cuarto de siglo desde la aparición de “Ferdydurke” en Polonia.
Gombrowicz se dispone a dar una clase elemental de su filosofía, a pensar de la
desconfianza que le tenía a la enseñanza. En la clase escrita que da en “Recuerdos de
Polonia” intenta sortear los escollos de la enseñanza y se presenta de una manera sencilla,
como el autor de la facha y del cucul.

Pegarle la facha a alguien según Gombrowicz es ponerle una máscara, disfrazarlo y


deformarlo. Cuando se trata a un hombre que no es nada tonto como si fuera un tonto, se le
está pegando la facha, y la cuculización opera de la misma manera, sólo que en este caso
particular un adulto es tratado como un niño, y la deformación lo transforma en un
inmaduro.
La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la
razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura. La importancia
que le ha dado a la forma tanto en la vida social como en la personal es el punto de partida
de su psicología. Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las
formas en sus diarios.

También desmontó buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación


artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Sin embargo, no pudo elaborar un
pensamiento compatible para que las formas y la inmadurez convivieran juntas en una
teoría que no se devorara a sí misma. Dio explicaciones analíticas y realmente simples en
sus diarios y en los prólogos de sus novelas y de sus piezas de teatro.
Lo guiaba el propósito de divulgar un pensamiento y una visión del mundo sobre su propia
obra, a sabiendas de que estas explicaciones no podían resultar un acercamiento suficiente a
los problemas que introduce la inmadurez en la esfera de la cultura. En el año de la
primavera polaca se levantaron las barreras del index y sólo siguió prohibida la publicación
de sus diarios.

La crítica del país se ocupó de este renacimiento y Gombrowicz escribió que sólo lo
estaban comprendiendo parcialmente. Para atacar la concepción simplista de la crítica
literaria da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”. La idea de que el hombre
es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los
convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada.
17

Para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra
persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social
como explicó Marx, es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter
casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y
además absurda.

Esa forma no es necesaria para uno mismo sino para que el otro me pueda ver y
experimentar, es un elemento imposible de dominar. Un hombre así, creado desde el
exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe
ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los
hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento.
En estas condiciones lo único que el hombre puede hacer es confesar que la sinceridad está
fuera de nuestro alcance y constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente
condenado al fracaso. Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad que
desarrolla la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de
Gombrowicz un carácter propio.

Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo


deforman sino, sobre todo, porque sólo es expresable lo que tiene forma, lo demás, es decir,
la inmadurez, se queda en silencio. La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta
parte del hombre; las bellas artes, las filosofías y las morales nos ponen en ridículo porque
nos superan, porque son más maduras que nosotros.
“Interiormente no somos capaces de estar al nivel de nuestra cultura, es un hecho que hasta
ahora no ha sido suficientemente tenido en cuenta y que, sin embargo, es decisivo para la
tonalidad de nuestra vida cultural. En el fondo somos unos eternos mocosos”. Gombrowicz
cumplía al pie de la letra con este programa de mocoso, tanto en su obra como en su vida
particular.

Cuando le pagó a dos jóvenes francesas con seis gatitos recién nacidos recogidos de la calle
la traducción al francés que habían hecho de “El casamiento”; cuando delante de un cordero
asado recién puesto a la mesa le dijo a la criada: –qué hermosa ave. Cuando se miraba al
espejo y recitaba: –miro mis rasgos de aristócrata, pareciera que mis facciones, día a día,
registran mejor todo mi linaje.
Cuando delante de un mozo comunista que lo estaba sirviendo dijo: –primero los alemanes,
luego los rusos, ¿qué ha sido de mis vacas y de mis criados?; cuando se presentaba como
conde con derecho al taburete porque su abuelita era grandeza de España. Cuando nos
explicaba que no había retornado a la lejana Polonia debido a sus intensos estudios del alma
sudamericana comenzados el día anterior a la partida del barco; cuando...

WITOLD GOMBROWICZ Y LA FAMILIA

“Mi casa natal, a pesar de las apariencias, era el colmo de una disonancia que no cesaba de
herir mis oídos infantiles. Existían muchas razones para ello: una de las principales fue el
contraste de temperamento y carácter entre mi madre y mi padre. Mi padre, un hombre
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hermoso y elegante, „de raza‟, como se solía subrayar en aquel entonces, tenía fama de
persona seria, responsable y honrada (...)”
“La discordancia entre su comportamiento, correcto y respetable, y ciertas extravagancias
nuestras, de sus hijos, despertaba a veces algunas reflexiones en las que no quedábamos
bien parados. Su excelente aspecto unido a una mente sin especial profundidad ni amplios
intereses, pero perfectamente eficaz, le aseguraban cargos más bien representativos en
diversos consejos y organismos administrativos (...)”

“En cambio, mi madre se distinguía por un temperamento extraordinariamente vivo y una


imaginación exuberante. Nerviosa, exaltada, inconsecuente, incapaz de controlarse,
inocente y, aún peor, poseedora de una imaginación de sí misma totalmente equivocada. Mi
padre cedía a veces ante su lucidez e inteligencia y, a menudo, soportaba en silencio sus
exaltaciones, realmente difíciles de superar”
La transformación que sufre Gombrowicz respecto a la idea de familia es menos clara que
la que sufre respecto a la idea de Dios y a la idea de patria, pues atraviesa toda su vida casi
sin cambios. Son admirables la nobleza y la discreción con las que Gombrowicz habla de
sus padres y de sus hermanos hasta el final de sus días. Sin embargo, las contrariedades que
tenía con la familia fueron las primeras, y el origen de todas las otras contrariedades.

Aunque Gombrowicz no era indiferente a la vida difícil de los pobres, mientras vivió en
Polonia, tuvo una vida fácil sin necesidades materiales. La familia, las institutrices y el
servicio doméstico lo mantuvieron alejado de la parte dura de la existencia. Las cosas
cambiaron brutalmente cuando llegó a la Argentina, el mundo doble y acolchado de ese
noble burgués se derrumbó.
Gombrowicz tuvo que enfrentar entonces el hambre, la humillación, la soledad y toda la
variedad de las penurias materiales que produce la miseria. Este cambio fatal de las
circunstancias que se produce cuando llega a la Argentina acentuaron el rechazo que
siempre había tenido por los artificios, el idealismo y las ilusiones al punto que se obligó a
definir de una manera drástica su axiología.

Todas las historias que conciernen a los hombres tienen un principio y un fin, veamos
entonces un poco de cómo empezó la historia de Gombrowicz. En el tiempo en que Onufry
Gombrowicz, el abuelo de Gombrowicz, es obligado a vender sus propiedades en Lituania
y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente puesto fuera de su clase, se mostró hostil a
su nuevo medio y se quedó orgullosamente apartado en su clan cerrado.
Su hijo, Jan Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una propiedad
en Maloszyce y contrae matrimonio con Marcelina Antonina Kotkowska, una hermosa
mujer que le da cuatro hijos; Janusz 1894, Jerzy 1895, Irena 1899 y Witold 1904. Cuando
Gombrowicz tenía un año se mudaron de Maloszyce a Bodzechow, y a los siete años
terminó viviendo en Varsovia.

El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios.
La familia de Marcelina Antonina se hallaba establecida en la región de Bodzechow, y fue
en ese viejo castillo donde a Gombrowicz le aparecieron los primeros síntomas de la sangre
enfermiza de los Kotkowski. De este ambiente lúgubre y de locos Gombrowicz sacó
inspiración para muchas de sus narraciones.
19

Los estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal enfermo,
fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía “Ferdydurke”.
La curiosidad que tienen las personas cultas, mejor dicho, las personas informadas por
saber cuáles han sido las lecturas de los hombres de letras eminentes es análoga al deseo de
conocer sus antecedentes familiares.

Es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento humano, la
necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al desorden. Pero ni
de sus antecedentes familiares ni de las lecturas que hacía Gombrowicz podemos deducir su
verdadera naturaleza. El padre de Gombrowicz era un hombre íntegro, que reaccionó como
patriota contra la violencia zarista.
Fue encarcelado por esta razón en la prisión de Radom. Sus hijos vivieron esos
acontecimientos con intensidad, y Gombrowicz, que por entonces tenía cinco años, los
comprendía también en parte, y estaba muy impresionado. La influencia que ejerció la
familia sobre Gombrowicz fue muy importante, desgraciadamente el abuelo paterno era un
lituano muy arrogante.

El abuelo materno en cambio era un polaco medio loco, de esta mezcla de familias tan
diferentes nació un Witold en el que se precipitaron unas sangres extravagantes y
peligrosas. Como la familia lituana del padre estaba muy orgullosa de sus orígenes y de sus
alianzas principescas, Gombrowicz fue alimentado desde el nacimiento con las tradiciones
lituanas.
Los archivos familiares que su abuelo Onufry había llevado consigo al salir de Lituania
obligado por el Zar de Rusia eran para Witold una lectura apasionante, y a los dieciséis
años le inspiraron su primer texto, una historia de su familia. Este manuscrito permaneció
inédito, pero Gombrowicz conservó toda su vida una pasión muy marcada por la
genealogía.

La pertenencia de Gombrowicz a una clase social situada entre la alta aristocracia y los
hidalgos campesinos se le manifestó como un gran problema que llegó a tener alcances de
obsesión. En Varsovia experimentaba un sentimiento de inferioridad frente a sus
compañeros de clase, hijos de importantes familias aristocráticas, mientras por otro lado
despreciaba a la nobleza rural que su familia frecuentaba.
Pero Gombrowicz era artista por los Kotkowski y no por los Gombrowicz, y fue el peso de
esta sangre enfermiza el que lo arrastró finalmente hacia el mundo de los hombres de letras.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su
familia a la que le encontraba un cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de
Thomas Mann.

Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la
parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos
futuros, y el padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir
confianza. Él y sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes la
gente decía que era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz.
Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara
hasta la muerte del padre en el año 1933, después las cosas fueron cambiando poco a poco.
En vida del padre Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna
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facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse
como un camaleón.

Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de terrateniente más que


de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos,
especialmente con el género femenino. Después de la muerte de su padre se le fue haciendo
cada vez más claro que tenía que justificar su vida con una obra de orden superior pues el
tiempo pasaba y su situación en Polonia se tornaba cada vez más penosa.
A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior empezó a debilitarse,
cosa que aparece con mucha claridad en “Ferdydurke”, y el desastre de la guerra que
arruinó a su familia y también a él pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción.
Gombrowicz llora cuando se rebela contra Dios y contra al padre mientras escribe “El
casamiento”.

Llora porque se queda solo frente a la nada, un sentimiento que le aparece con una
elocuencia clarísima, con la misma elocuencia que tienen los hechos. “El casamiento” es la
primera obra que Gombrowicz escribe en la Argentina, y la escribe mientras está
enfrentado el hecho de la guerra. La autoridad del padre y el poder de la nación aparecen
traspuestos en la obra narrativa de Gombrowicz
Una autoridad y un poder perpetuamente caídos que alimentan el sueño del espíritu
anarquista. En los últimos años de su vida los franceses, que son propensos a clasificar con
una meticulosidad cartesiana, ubicaron a Gombrowicz en el casillero de los escritores
anarcoexistencialistas. “En el mismo año 1933, en que se publicó mi primer libro, murió mi
padre (...)”

“Hacía meses que estaba enfermo, pero su empeoramiento se produjo en forma repentina,
de modo que sólo mi madre y yo asistimos a su muerte. Mis hermanos no llegaron del
campo hasta el día siguiente. Esa muerte me ha dejado recuerdos bastantes vergonzosos.
Cuando expiró, intenté abrazar a mi madre para al menos de esta forma mostrarle mis
sentimientos (...)”
“Pero el gesto me salió con torpeza y en un abrir y cerrar de ojos me di cuenta de toda mi
miseria: era incapaz de tener unos sencillos reflejos humanos, de mostrarme cordial,
cariñoso, estaba paralizado por la forma, por el estilo, por toda esa maldita manera de ser
que me había creado... ¡resulta pues que no había sido capaz de aportar un poco de calor a
mi propia madre en semejante momento! (...)”

Para bien y para mal las madres tienen una importancia fundamental en la organización de
nuestra personalidad, al punto que los gombrowiczólogos y los psicoanalistas están
convencidos de que la madre de Gombrowicz está presente en toda su obra en forma de tía,
de prima, de novia, de esposa... y también de madre. Una de las característica más
señaladas de la sangre de los Kotkowski era su propensión a la locura.
Sin embargo, o por esa misma razón, los primeros aliados incondicionales que tuvo
Gombrowicz fueron su madre y su abuela materna, Aniela Kotkowska. La madre fue la
primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad,
era en verdad un exceso de irrealidad. El catolicismo de la madre era espontáneo, natural y
despreocupado.
21

Cuando abordaba cuestiones teológicas lo hacía con indolencia y sin preparación. Era
católica ferviente de la misma forma que era polaca y nacida de terratenientes. Las madres
son las primeras que nos dan afecto y son las primeras que nos enseñan a querer, algo debió
pasar entonces entre Marcelina Antonina Kotkowska y Witold Gombrowicz para que
después de sesenta años de nacido la siguiera sintiendo como la fuente de su irrealidad.

Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos
principios morales y a un estilo demasiado rígidos propios de su época. Marcelina Antonina
participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres
Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable
grandilocuencia de estilo.
Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la
tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para
obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha
esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se
daba cuenta de lo anormal de su situación social.

Para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba con los sirvientes como un
señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social
como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado
lo que Hegel llama mala conciencia. Pero la siguiente generación empezó a sentir el peso
de este problema.
Con el material satírico que sacaba de las reuniones de la madre escuchando detrás de las
puertas más algunas otras ocurrencias ajusta las cuentas con su familia y con su clase social
provocando un verdadero descalabro en el final de “Ferdydurke”, su primera novela. De la
combinación de los Gombrowicz con los Kotkowski resultó una familia que empezó a
decaer.

La sangre enfermiza de los Kotkowski y el orgullo impenetrable de los Gombrowicz


ejercieron una influencia muy importante en Witold. “Mi madre era toda vivacidad,
sensible, dotada de una excesiva imaginación, poco práctica, perezosa, indolente,
demasiado nerviosa. En la familia de los Kotkowski había muchos casos de enfermedades
mentales. No reprocho en absoluto a mi madre de ser como era (...)”
“En otros órdenes, tenía cualidades excelentes: bondad, nobleza, probidad, inteligencia,
mientras sus debilidades eran un poco el producto de sus nervios y el resultado de la vida
artificial y de una educación no menos artificial que había recibido. Pero el hecho de no
querer ser lo que era, de no reconocerse a sí misma, terminó vengándose de ella, porque
nosotros, sus hijos, le declaramos la guerra. Nos enervaba. Provocaba (...)”

“Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas aventuras con las diversas
distorsiones de la forma polaca que producían en mí un efecto parecido al de las cosquillas:
uno se troncha de risa, pero no resulta agradable. Como éramos tres, mi hermana no
participaba de ese deporte, nuestra casa iba alcanzando lentamente la fisonomía de un
manicomio y tan solo la severidad y el rigor de mi padre nos salvaba de la catástrofe total”.
La sexualidad de Gombrowicz se fue formando entonces un poco frente a esa pureza
inocente de la madre y otro poco frente a la sangre enfermiza de los Kotkowski.
Gombrowicz lleva el componente de pureza inocente que tenía Marcelina Antonina a un
22

extremo paroxístico convirtiéndolo en virginidad en una de sus obras. La mayor virtud


residía en la virginidad.

Este valor condicionaba el espíritu y en torno a él se situaban los instintos superiores. La


virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre
salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito. De una pequeña
particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en
evidente contraste con nuestra triste realidad.
Los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento
tentados por Satanás. Le suplicaron entonces al Todopoderoso que les concediera un poco
del candor y de la inocencia perdidos. Dios se apiadó de ellos y creó la virgen, el recipiente
de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una
nostálgica languidez. Las casadas eran una pura patraña, una botella abierta y evaporada.

Este ideal de pureza y virginidad es puesto en tela de juicio en “Pornografía”, una novela
realmente libidinosa. Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla
y de una rectitud ejemplar, unas virtudes parecidas a las de la madre de Gombrowicz. En
ella regía el Dios católico, desprendido de la carne, un principio metafísico, incorpóreo y
majestuoso.
Ella no podía atender las majaderías que tramaban los adultos con Henia y con Karol.
Estaba subyugada con Fryderyk, ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba
engañar ni distraer por nada, un ser de una seriedad extrema. Pero es justamente en la finca
de Amelia donde tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa que
había ocurrido en la iglesia.

Joziek, un ladronzuelo de la edad de Karol, entra en la casa para robar. Según todo lo hacía
parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek. Transcurren unos
minutos y llega a la mesa tambaleándose donde están su hijo y los invitados, se sienta
lentamente y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo. La situación no
estaba clara.
Nadie sabía lo que había pasado realmente porque Amelia no pudo contar nada y Joziek
decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal
psicólogo pues tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña
Amelia en cualquier situación. La sospecha que flotaba en el aire era la de que esa mujer
tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha.

Se había revolcado en el suelo con Joziek de puro placer y, por accidente, se le había
clavado el cuchillo. Rena, la hermana de Gombrowicz, era de un temperamento más fuerte
y de un espíritu más lógico que el de los otros tres hermanos. Las representantes del bello
sexo amigas de Rena que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que
por su coquetería.
Se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la
que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas
amigas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. El catolicismo de la
madre de Gombrowicz era espontáneo, natural y despreocupado, cuando abordaba
cuestiones teológicas lo hacía con indolencia y sin preparación.
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Era católica ferviente de la misma forma que era polaca y nacida de terratenientes. La fe de
Rena era, en cambio, complicada, fruto del esfuerzo y la concentración, un catolicismo que
podríamos calificar de existencialista. El catolicismo moderno del temperamento más fuerte
de los hermanos, era de un espíritu lógico atraído por la objetividad científica, con una fe
sentimental y razonada a la vez.
Rena estudiaba matemáticas y tenía un actitud desprovista de alegría. La severidad y la
frialdad propias de la hermana se iban convirtiendo en el rasgo característico de la
generación de Gombrowicz, un presagio del nacimiento de tiempos nuevos y más duros.
Los hermanos se burlaban de las exageraciones de Rena y de sus amigas mostrándoles que
eran el fruto de un refinamiento burgués.

Era un fruto nacido de las comodidades aseguradas por pertenecer a una clase social
superior. Estas objeciones no llegaban a la conciencia de la madre que las rechazaba por
proceder de la incredulidad y de la malicia. Pero en jóvenes como la hermana sí
encontraban resonancia porque sabían que fuera de su mundo se ocultaba otro más brutal
que no se podía evitar.
Se sentían culpables: “No es culpa mía que haya nacido en un medio acomodado, cada uno
tiene que vivir allí donde lo puso Dios, replicaba Rena; –Vamos, dime, ¿no es lógico?”
Actuó toda su vida de acuerdo a esa lógica, era trabajadora, escrupulosa, disciplinada,
silenciosa y modesta. Pero estas católicas más modernas se encontraban verdaderamente
limitadas.

Estaban limitadas por el peso de la tradición, por los lugares comunes de las madres y de
las tías contra las que no querían rebelarse demasiado. Polonia era por aquel entonces un
país de estilos agonizantes, uno de los alimentos principales de los que dispuso
Gombrowicz para la concepción de “Ferdydurke”. Los diez años de diferencia que tenía
con Janusz bastaban para mostrar con qué rapidez se producían los cambios.
Janusz aún pertenecía a la juventud dorada, en vías de desaparición, era del campo,
elegante, caminaba balanceando el bastón y se daba vuelta cuando se le cruzaba una mujer,
con cara de tenorio. En el teatro se le veía siempre en las primeras filas conservando el
porte de la nobleza terrateniente. Aunque no tuviera nada en el bolsillo, llegaba siempre a
uno de los cafés más distinguidos de Varsovia en un coche elegante.

Cuando ya estaba en las últimas, tomaba el coche en la esquina más cercana sólo para
descender en el café con su gala correspondiente. Gombrowicz no usaba bastón, a duras
penas se ponía el cuello duro, no frecuentaba lugares de moda, no tenía asuntos de honor,
no asistía ni a comilonas ni a borracheras, andaba en bicicleta en el campo y en la ciudad en
tranvía, para escándalo de sus familiares y parientes higalguillos.
Gombrowicz no tenía demasiada confianza en la cultura de los miembros de su propia
familia, por lo menos no la tenía respecto a su hermano Janusz: “No estaría mal construir
una acera para no hundirse en el barro cuando vamos al granero o a los establos; –
¡Tonterías!; –¿Por qué?; –Porque el fango es el fango, si hago la acera se la llevan en tres
días, mientras el fango no se destruye, ¡el fango es el fango! (...)”

“¡Pero el fango es el fango solamente en este país!, ¡en otras partes no es así!, saben
arreglárselas, lo que pasa es que nuestro fango es un fango que con el fango...; –¡No seas
tonto!, no son más que quimeras, hay que pensar con realismo, nuestras condiciones son
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diferentes”. Janusz se preocupaba más por el honor de los comerciantes que por el honor de
los nobles.
En su visión del mundo la economía jugaba un papel mucho más importante que las
tradiciones y la carga hereditaria de las antiguas castas nobiliarias. Excluido de la
complicidad que se había establecido entre los hermanos y el padre, Gombowicz se vio
dominado por ellos, especialmente por su hermano Jerzy, el favorito de la familia, que lo
hacía víctima de bromas continuas.

Gombrowicz estaba subyugado y trataba de imitarlos, pero cuánto más crecía su


admiración más humillado se sentía. El gusto que tenía Gombrowicz por decir tonterías le
hacia decir a su hermano Jerzy: “Cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo
es que Janusz se acueste y que Witek se ponga a contar tonterías”. Contar tonterías
constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo absorbía.
Pero nunca se censuró esta actividad idiota. El desorden, la confusión y la torpeza de una
existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor
escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo.
Jerzy manifestaba durante el tiempo de su carrera universitaria, un gran gusto por todo el
ritual y todo el protocolo solemne utilizados en los asuntos del honor.

Sin embargo, no los tomaba en serio. El benjamín de los Gombrowicz en cambio estaba
completamente desprovisto de honor, en esa materia era un salvaje incapaz de distinguir las
jerarquías de las partes del cuerpo y comprender por qué una bofetada era algo más terrible
que un golpe en la oreja. El deporte que más practicaba con su hermano Jerzy era el de
arrastrar a la madre a discusiones absurdas.
Este deporte fue una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica que tuvo
Gombrowicz, unas conversaciones que escandalizaban a las empleadas domésticas que
tomaban partido por la pobre madre. “¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?,
¿otro divorcio en la familia?, ¡no es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa,
parece que ella se enamoró de su peluquero; –Cielos, qué escándalo (...)”

Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y Witold aparecía la madre temblando de
indignación: “¡Si la mujer de Henryk es tan desvergonzada no volveremos a recibirla!: –
Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos veces y ahora juega al bridge con sus tres
maridos, dice que forman un equipo perfecto y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían
el doble de parientes”
Gombrowicz ajustó cuentas con los miembros de su familia en todas sus obras, pero sin
mencionarlos por su nombre. En “Historia” en cambio, una pieza de teatro que no llegó a
ver la luz del día en vida de Gombrowicz, los pasa por las armas a todos. Intervienen como
personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la parentela, el padre, la madre y sus
tres hermanos, con sus verdaderos nombres.

A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en personajes


históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX. Gombrowicz se mueve como
un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los reyes a que hagan lo mismo. Se
propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus
papeles y se quiten los zapatos.
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Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del portero. A partir de ese momento
la familia se convierte en un jurado que examina esta confraternización entre clases y se
pregunta si Gombrowicz sería capaz de graduarse de bachiller debido a esta circunstancia.
De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio,
llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial.

Yo llegué a conocer a un miembro de la familia de Gombrowicz. Cuando me encontré con


la Vaca Sagrada en Buenos Aires en el año 1973 el inefable Gustaw Kotkowski, primo de
Gombrowicz, nos hizo de partenaire. Es difícil encontrar una persona tan amable y cordial
como Gustaw Kotkowski, sin embargo Gombrowicz en el café Rex lo trataba en forma
desconsiderada.
Nos contaba que su primo tenía propensión a dormirse, que se dormía en cualquier lugar,
que un día lo había encontrado dormido de pie en una estación de subterráneo apoyado en
una pared. Kotkowski visitaba a Gombrowicz en el café Rex una vez por mes para charlar y
llevarle un paquete con ropa. Cuando nos retirábamos Kotkowski era el que abría la puerta
del ascensor.

Gombrowicz entraba primero con el paquete debajo del brazo sin decir ni siquiera gracias.
Cuando le preguntábamos por qué era tan descortés con una persona tan amable como su
primo decía con tono displicente: “Vean, sucede que está preestablecido, nuestras familias
son casi iguales, pero la mía es levemente superior a la de él”

WITOLD GOMBROWICZ Y EL GRAN CAMBIO

“Cuando tenía once años se produjo en mi vida un gran cambio: mis padres me enviaron a
la escuela. Ese colegio, el instituto filológico San Estanislao Kostka, se encontraba
entonces en un lugar bastante siniestro. Estaba aterrorizado. No sólo porque era sensible,
sino también a causa de mi timidez y de mi incapacidad de relacionarme con la gente,
rasgos que singularizaban a los hijos de los terratenientes”
Los edificios y las personas sobre los que guardamos nuestros recuerdos más perdurables
son los que habitan en la casa natal y en el colegio. También de los primeros amigos
guardamos un recuerdo que vuelve siempre a nosotros en el transcurso de nuestras vidas.
Kazimiers Balinski y Tadeusz Kepinski fueron los primeros amigos de Gombrowicz y sus
cómplices de aventuras juveniles en el colegio Kostka.

Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia y él prosiguió sus
estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para su hijo Kazimiers. La
casa de esta señora era por entonces uno de los centros culturales más importantes de
Varsovia. Gombrowicz frecuentó la casa de la señora Balinski durante mucho tiempo e hizo
amistad con Kazimiers.
No obstante, sus primeros contactos con los hijos de los aristócratas varsovianos lo
deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse de
su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho que
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desear se preocupaba constantemente por los modos de comportarse en sociedad y por su


falta de modales.

“Los aristócratas se relacionaban por lo general entre sí y no permitían que entraran en su


clan más que unos cuantos elegidos con cuidado, emparentados o no por la familia, pero en
todo caso pertenecientes a familias de la „sociedad‟. El proceso se realizaba con una
precisión sorprendente en gente tan joven, a través de una especie de selección natural,
seguramente inconsciente (...)”
“La rigidez y la intransigencia del tabú aristocrático aplicado sobre el fondo de nuestra
anarquía desenfrenaba y chillona, me revelaron una ley no escrita, una de esas leyes que
cuanto menos se proclama más se hace notar. Balinski tenía una abuela condesa y una
bisabuela princesa, aparte de su padre senador; yo, con una cuantas tías condesas a duras
penas podía acompañar a alguno de ellos de la escuela a casa”

Gombrowicz envidiaba de los aristócratas una facilidad para imponerse y una desenvoltura
en los modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía
dominarlo todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por los que él
consideraba sus defectos, a menudo imaginarios, por lo cual aumentaba todavía más su
timidez y su torpeza.
Este sentimiento de inferioridad consolidaría uno de los rasgos de su carácter: una timidez
externa ligada a una seguridad interior. Consciente de la superioridad de ciertos adultos de
su entorno, evitaba las discusiones con ellos por miedo a parecer ridículo. “Yo pasaba
entonces las tardes en casa de los Balinski, una mansión que se consideraba ilustrada, culta
y rica en contactos con París y Londres, abierta al arte (...)”

“Fue mi primer contacto con la literatura. A pesar de eso seguía siendo provinciano hasta la
médula, tímido, rústico, salvaje, casi un hijito de mamá y, aunque vivía espiritualmente con
una gran intensidad la nueva vida polaca que nacía con la independencia, en la práctica, no
sabía establecer contacto con ella”. El instituto filológico San Estanislao Kostka era un
colegio muy aristocrático.
Estaba plagado de Radziwill, de Potocki, de Tyszkiewicz, de Plater, aunque también había
adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres enviaron a
Gombrowicz a esa escuela. Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los
primeros años fueron muy dolorosos. Como estaba dotado de un temperamento intranquilo
y travieso se convirtió rápidamente en víctima de los alumnos.

Era blanco de todos los golpes, puntapiés y torturas sofisticadas como el sacacorchos, las
tijeras sencillas y la doble Nelson. No había día en que no fuera varias veces al suelo con
un golpe lateral plano que le daban con el pie en una parte baja de la pierna. Cada mañana,
yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y pomadas que le
aplicaban unos pesados terribles.
Estos condiscípulos se convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de
todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para
protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus
desolladores. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno
insoportable.
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Era un infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de


ebullición permanente, Gombrowicz quería descansar por fin de la suciedad y fealdad de
esos mocosos simiescos. El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y
consiguiente malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba
pensando Gombrowicz cuando lo escribía.
La novela comienza cuando Jósiek Kowalski, el protagonista treintiañero llamado Pepe, es
raptado de su casa en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de
adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el
profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y
estallar en una risa pellizcada.

En el medio de la narración Pepe tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un
duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su
antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras
sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle el
triunfo a sus ideas.
“Nosotros, en el colegio, nos propinábamos grandes y ruidosas bofetadas que, sin embargo,
ya no terminaban en duelo pues las costumbres habían cambiado. El ultrajado tenía que
devolver la bofetada si no quería perder su honor, pero entonces el adversario se veía
también obligado a su vez a devolver la bofetada, ya que una ley tácita estipulaba que el
último en golpear la cara ganaba (...)”

“Un día, con Tadeusz Kepinski, atravesamos dos veces el patio de la escuela dándonos
bofetadas: ambos terminamos con la cara hecha una calabaza”. Al mismo tiempo discutía
en el colegio en forma madura con su profesor de polaco, el señor Cieplinski, el Enteco de
“Ferdydurke”, sobre un contenido de la educación en Polonia que le daba más importancia
a sus poetas profetas que a Shakespeare y a Goethe.
Gombrowicz le reprochaba que se ocuparan más de las guerras polacas contra los turcos
que de la historia europea y universal. Y cuando Cieplinski le respondía que había que tener
en cuenta que eran polacos, que hasta no hacía mucho tiempo habían sido perseguidos por
hablar polaco en las escuelas, Gombrowicz le replicaba que por eso no tenían que ser
ignorantes.

Gombrowicz dejó la adolescencia, entró en la juventud, escribió “Ferdydurke”, pero seguía


ocupándose de tonterías. “Mi situación era un tanto embarazosa porque desde hacía unos
cuantos años casi no había abierto mis manuales, y me dedicaba durante las clases a
practicar mi firma, cada vez más sofisticada, con rúbrica o sin ella, aprobando los cursos de
pura chiripa (...)”
“En el cuarto curso el director me había retado porque yo no llevaba libros a la escuela,
simplemente una pequeña agenda para tomar apuntes. En respuesta contraté a un
mensajero, se encontraban entonces en las esquinas de las calles, que entró detrás de mí en
el edificio de la escuela cargando con mi mochila llena de libros”. Cuando termina sus
estudios en el instituto Kostka Gombrowicz va a celebrar el éxito.

“Fuimos a celebrar el éxito. Me emborraché como todos y eché mis entrañas por la ventana
del quinto piso: estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo había una cafetería con
las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la calle, me hicieron avisar
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rápidamente a mis compañeros y, acto seguido, colocamos una barricada en la puerta de


entrada dispuestos a defendernos hasta el final”
La educación de Gombrowicz antes de su ingreso al instituto Kostka estaba proporcionada
por su madre y por las institutrices francesas. Esta educación se vio complementada con sus
numerosas estancias en el extranjero, sobre todo en Alemania y Austria, de las cuales
conservó el gusto por los viajes. “Recuerdo nuestra estancia en Reinchehall en 1910.
También allí evitaba la compañía de los niños (...)”

“Permanecía entre los adultos y les hacía preguntas sobre los diversos temas relacionados
con el país visitado. Fue quizá a raíz de tales ocasiones como nació en mí el amor por las
novelas de viajes. En el instituto Kostka, mi lectura favorita eran los libros de Karl May”.
Karl May es uno de los autores más leídos en Alemania. Quedó ciego al poco de nacer y
no recuperó la visión hasta los cinco años, después de ser operado.
En estos años de ceguera se formó en el niño un profundo e impresionante mundo interior
alimentado por los relatos de su padrino y de su abuelo. Acusado de haber robado un reloj,
fue a parar a la cárcel y se le retiró la licencia para enseñar. Durante algunos años se
sucedieron los delitos de Karl May contra la propiedad. Los castigos que padeció en prisión
le permitieron descubrir las posibilidades redentoras de la escritura.

Durante este cautiverio esbozó el plan de su obra; compuso, en un estilo ingenuo, pero rico
en imágenes, penetrante y persuasivo, sesenta y siete volúmenes. Karl May representa para
los alemanes lo que Verne para los franceses o Salgari para los italianos. El estilo
adocenado, los errores descriptivos y la simplicidad y esquematismo de los personajes no
impidieron que gozase de una tremenda popularidad en Alemania y en el resto del mundo.
Karl May, el novelista émulo de Julio Verne, fue sometido a juicio por haber contado sus
fantásticos viajes por el mundo, por relatar sus aventuras en las praderas norteamericanas
sin haber abandonado nunca, en la realidad, su Baviera natal. Por ese hecho, May afrontó
casi veinte años de juicios. La realidad jurídica no podía permitirse esas fugas del alma
hacia las regiones de lo imaginario.

No podía permitirse mundos a los que huir, lugares ideales, aunque falsos, donde la
atormentada alma germana pudiera encontrar refugio. El mundo atormentado e imaginario
de Karl May parece que asomara la cabeza en un cuento al que Gombrowicz llamó
“Aventuras”. Es un relato fantástico sobre la naturaleza y la forma del encierro y del miedo,
pero lo es más bien como un acontecimiento exterior.
Unas aventuras cuyas variaciones son mecánicas y automáticas, y ajenas a los fenómenos
psíquicos y a las concepciones morales. En el mes de septiembre de 1930 cuando el
protagonista navegaba rumbo a El Cairo se cayó en las aguas del Mediterráneo. Los
tripulantes advirtieron su caída pero el barco ya se había alejado un kilómetro, el capitán se
puso muy nervioso y ordenó un regreso a toda marcha.

Pero el regreso adquirió tanta velocidad que cuando el gigante llegó donde estaba el
protagonista no se pudo detener. El navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a
pasar como un tren a toda velocidad, esta maniobra se repitió diez veces hasta que un yate
privado se acercó y lo recogió, mientras el otro barco retomaba su ruta. Por casualidad
descubrió que el capitán del yate tenía el rostro y los pies blancos pero era negro.
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El capitán se puso furioso cuando lo descubrió, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y


empezó a alimentar un odio ilimitado. Era la única persona en el mundo que había
descubierto su secreto: era un negro blanco. Durante los ocho meses siguientes navegó sin
parar y se deleitó con el poder absoluto que le proporcionaba el tenerlo encerrado en un
camarote oscuro.

Un día, finalmente, lo condujo al puente del yate y el protagonista se preparó para morir.
Fue colocado en el interior de un recipiente de cristal en forma de huevo, podía mover los
brazos y las piernas pero no cambiar de posición. El Negro le enseñó el mapa del océano
Atlántico y le señaló con precisión la ubicación del yate, estaban en el centro del mar, entre
España y México.
En esa zona marítima las corrientes eran circulares, si algo caía al agua, al cabo de un
tiempo, después de un viaje de circunvalación, volvería a pasar por el mismo lugar. Lo
equiparon con tres mil comprimidos de caldo que le alcanzaban para vivir diez años, con un
pequeño instrumento para destilar agua, y lo tiraron al océano. Como las paredes del huevo
eran de cristal observaba todo lo que pasaba en el exterior.

Bajo la superficie del mar había una calma verdosa, pero arriba el mar estaba muy agitado,
finalmente estalló una tormenta y se levantaron olas gigantescas. El Negro lo siguió un par
de semanas, después se aburrió y tomó otro rumbo. El protagonista tenía ganas de aullar
pero se puso a cantar ya que el desencadenamiento de los elementos marítimos lo
predisponía al canto.
Un barco francés lo atropello, rompió el cristal del huevo y lo rescató, habían pasado unos
años desde que el Negro lo tirara al océano. Cuando desembarcó en Valparaíso se escondió,
estaba convencido de que el Negro lo había seguido, había disfrutado mucho de él y no iba
a renunciar a ese placer. El protagonista atravesó el mundo huyendo, finalmente le pareció
que el lugar más seguro era Islandia.

Pero ya en el puerto apareció el Negro, lo atrapó y lo condujo al yate. Después de largos


meses de prisión sofocante pudo respirar nuevamente el fresco del aire marítimo en el
puente de popa. Vio una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús,
abrieron una portezuela lateral del artefacto y lo arrojaron a su interior donde había un
pequeño saloncito.
Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico más profundo del mundo.
El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría en el fondo del mar al que vería con su
imaginación adivinando lo que estaría mirando el protagonista moribundo. El peso de la
bola de acero había sido mal calculado y cuando la tiraron al agua no se hundió, entonces el
Negro ordenó que le engancharan un ancla pesada.

El protagonista fue arrojado al mar y comenzó a descender. Al final de un viaje de dos


horas sintió una ligera sacudida, había tocado fondo. Pasó el tiempo y no pudiendo resistir
más, comenzó a dar golpes en todas las direcciones. Aquella locura estéril provocó
seguramente algún movimiento en el exterior de la bola de acero, y la cadena arruinada por
la herrumbre se rompió.
El hecho es que la bola empezó a ascender aumentando a cada minuto su velocidad
saliendo disparada como un proyectil a un kilómetro de altura sobre la superficie del mar.
El obús fue abierto por la tripulación de un barco mercante, mientras tanto el Negro había
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desaparecido. Hicieron escala en el puerto de Pernambuco desde donde el protagonista


partió para Polonia.

En ese mismo período un gigantesco bólido había caído sobre el mar Caspio y las aguas se
evaporaron en un instante. Las nubes que se formaron cubrieron la tierra amenazando con
producir un segundo diluvio universal. Finalmente alguien tuvo la idea de perforar una
nube que se encontraba encima del lecho del mar Caspio en la parte más ventruda y la nube
empezó a desaguar.
Cuando el mar Caspio se vació por completo otras nubes ocuparon su lugar y,
mecánicamente, en forma automática entregaron el agua y reconstituyeron el mar. En su
casa de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo. El Negro había
desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo
aerostático tipo Montgolfier.

Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a
ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos
jubilosos, cuando llegó a una altura de cincuenta metros apagó la mecha y empezó a
descender. Aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la
merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos.
El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la
llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el
globo mismo. Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras ella
lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido que las mujeres aman lo
novelesco, no se atrevió a contarle nada de sus aventuras con el Negro...

Llegó el día del cambio de anillos... Luego empezó a acercarse también el día de la boda.
Pero una semana antes de la fecha del casamiento, cuando el protagonista se sentía
penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso del tiempo prenupcial, se le ocurrió hacer
un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró
con fuerza diabólica.
Después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las
olas del Mar Amarillo. Se despidió por dentro de los abedules y de los ojos de su amada y
se abrió dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades extrañas.
Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino leproso. Tocó con sus manos la
piel pustulosa y lo condujo hacia unas cabañas miserables que se veían a lo lejos.

Todos los habitantes de la aldea eran leprosos, pero a pesar de su condición lamentable
aquellas personas no tenían nada que ver ni con la modestia ni con la humildad. El
protagonista se alejó al instante de aquel pueblo pero la chusma lo seguía a cierta distancia.
Los amenazó con los puños en alto y desaparecieron, pero un momento después lo
volvieron a seguir.
La isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince kilómetros cuadrados, estaba
desierta y buena parte de ella era boscosa. El protagonista caminaba acelerando el paso
pues sentía detrás de él la presencia de aquellos monstruos anhelantes. No sabiendo bien
que hacer se internó en la espesura de la selva pero ellos le pisaban los talones. No podía
comprender qué es lo que quería esa chusma roñosa.
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Tenía la misma sensación que se apodera de las mujeres cuando los vagabundos
maleducados las importunan en la calle, primero persiguiéndolas y después permitiéndose
bromas de mal gusto y palabras soeces, hasta que las pobres se veían obligadas a huir con la
cabeza baja. Si bien ignoraba la causa de la excitación de esos leprosos, eran evidentes sus
demostraciones de obscenidad, de impudicia y de lascivia.
Tanto en los monstruos machos con su dura brutalidad, como en las monstruosas hembras
con su diversión maliciosa, estas demostraciones de obscenidad lasciva no podían significar
otra cosa que inocencia o inmadurez. El protagonista hubiese aceptado la lepra, pero la
lepra y el erotismo a la vez, no los podía aceptar. Estaba enloquecido y empezó a huir
rápidamente.

Se escondió en la fronda de un árbol con un garrote en la mano dispuesto a romperle la


cabeza al primero que se acercara. Durante dos meses llevó en la isla una vida de mono
escondiéndose en la cima de los árboles. Finalmente, por azar, descubrió unas cuantas
botellas de petróleo provenientes, posiblemente, de algún naufragio. Logró inflar
nuevamente el globo y levantar vuelo.
Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer
amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había
abandonado a él. “Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención.
Recuerdo que en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos
sabido, las trincheras llegaban hasta el mar (...)”

“Se trataba de un verdadero sistema de canales profundos que tenían una longitud de hasta
quinientos kilómetros. Sólo a mí se me ocurrió la sencilla idea de inundar los canales. Una
noche trabajé a escondidas, cavé un foso que comunicó los canales con el mar. Al penetrar
ininterrumpidamente, el agua inundó las trincheras y corrió por toda la línea del frente. Con
gran estupor los aliados vieron a los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de
las fosas enloquecidos de pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer
brumoso”

WITOLD GOMBROWICZ, LA GUERRA Y EL BACHILLERATO

“En la época de la Primera Guerra Mundial, cuando estaba haciendo el bachillerato en el


colegio Kotska, creo que el frente pasó cuatro veces por nuestra casa, avance, retroceso, el
fragor lejano y luego cada vez más próximo el cañón, los incendios, los ejércitos que se
retiran, los ejércitos que avanzan, el tiroteo, los cadáveres junto al estanque, y los
prolongados altos de los destacamentos rusos, austríacos y alemanes (...)”
“Nosotros, los muchachos, nos la pasábamos en grande recogiendo cartuchos, bayonetas,
cinturones, cargadores. El excitante olor de la brutalidad lo invadía todo, aunque el mundo
de los amos al cual pertenecía me preservaba del contacto inmediato con la guerra. En
aquellos años, la guerra mundial despertó en mí una nostalgia incurable por Occidente. Lo
digo porque creo que eso es muy polaco y se mantiene vivo ahora como entonces”
32

“Seguía con vehemencia los cambios en el frente y, con un lápiz, marcaba solemnemente
sobre el mapa cada pueblecito tomado allá por Reims o Amiens, como si de eso dependiera
el resultado de la guerra. Al otro lado de aquel frente comenzaba para mí la verdadera
Europa, mientras los rusos y los alemanes conformaban una especie de realidad de segunda
categoría: ridícula, bárbara, separadora de aquello, de la civilización (...)”
“Presentía, sabía que allí se hallaba mi mundo, mi patria, mi destino. Cuando en el año
1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse, al principio gota a gota,
significó tanto para mí como la recuperación de la independencia. ¡Europa! Esta palabra me
excitaba tanto como el vocablo Polonia. Una Europa ensangrentada, ya brillante, se elevaba
como la luna sobre nosotros (...)”

“Hasta hacía poco, habíamos sido una provincia llamada el „País a las orillas del Vístula‟.
No me lo formulaba con toda claridad, pero presentía que se perfilaba a la distancia alguna
posibilidad de librarse de aquellas fealdades polacas que tanto me atormentaban. ¡En
aquella época era incapaz de expresarme! ¡Prácticamente ante nadie! Frente a los mayores,
padres, familiares o desconocidos me encontraba paralizado (...)”
“Sólo en compañía de mis amigos más íntimos recobraba la capacidad de hablar; con todo,
hay que decirlo, no lo hacía nada mal. Maduraban en mí unas rebeliones que no podía
comprender ni dominar. ¡Qué espléndido año aquel de 1918! Era todavía demasiado joven
para abarcar toda la belleza de este final de la primera guerra mundial, ¡cuánto más cargado
de poesía que el de la segunda! (...)”

“Fue un despertar prometedor y conmovedor, el inicio de una nueva vida, el hundimiento


de los tronos, de la moda de cuellos rígidos, de los bigotes y de los prejuicios del honor, la
libertad de los cuerpos se mezclaba con la del espíritu. Era la derrota de los redingotes y
zapatos acharolados, una gran expansión de la juventud aclamando su hora, un poderoso
viento de libertad sopló cuando las rodillas de las mujeres asomaron en sus faldas (...)”
“No me sentía tan embriagado como los poetas del grupo „Pikador‟ llamados más tarde
„Skamandritas‟, quienes preparaban su aparición, pero, sin embargo, percibía toda la
electricidad acumulada en el ambiente. Tenía dieciséis años y acababa de termina el sexto
curso, cuando sobrevino el dramático verano de 1920”. Todos los jóvenes del bachillerato
se alistaban entonces como voluntarios (...)”

“Casi todos mis colegas se paseaban ya en uniforme. Para mí el ejército era una pesadilla, a
mis dieciséis años ya me venía a la cabeza un angustioso pensamiento sobre el servicio
militar que me esperaba al cabo de cinco años, y de repente una broma pesada de la historia
hacía que las chicas me preguntasen por la calle: –Y usted, ¿por qué no lleva uniforme
como los demás? (...)”
“Mi madre, horrorizada, reprobaba al gobierno por reclutar niños, pero yo no me hacía
ninguna ilusión de que esto fuese algo más que la expresión de un temor egoísta por su
propio hijo. ¿Así que yo era un cobarde? Hoy considero con mayor tranquilidad mi
cobardía y soy consciente de que mi naturaleza me llamó a desempeñar ciertas tareas y
desarrolló en mí otras facultades completamente ajenas a la milicia (...)”

“Pero un chico de dieciséis años no conoce aún nada de sí mismo y no halla su salvación si
no es en lo que hacen los demás muchachos de su misma edad. La oposición terminante de
mi madre venció la voluntad de mi padre que en principio exigía que yo cumpliera con mi
33

obligación. Fui destinado a una institución civil que se dedicaba a enviar paquetes a los
soldados del frente (...)”
“Creo que el año 1920 hizo de mí lo que seguí siendo hasta hoy: un individualista. Y
sucedió así porque no supe cumplir con mis deberes hacia la nación en un momento en que
una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia. Esto me colocó en una
situación apurada, no tenía alternativa. El patriotismo, cuando no estaba dispuesto a
sacrificar mi vida por la patria, era para mí una palabra hueca (...)”

“Y ya que no existía en mí esta disposición, debía sacar consecuencias. Todos estos


fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo con el curso de mi desarrollo
ulterior. Pero no han desaparecido. Cosa extraña: se hubiera podido creer que toda esta
confusión de sentimientos e ideas causada por la crisis de la guerra y por mi imagen
manchada, iba a desembocar en un estado de doloroso desgarramiento (...)”
“Sin embargo, al contrario, todo ese estado de confusión de sentimientos se descargó bajo
un ataque increíble de snobismo morboso. En el momento en que el combate con los
bolcheviques llega cerca de Varsovia a su fase culminante, me entretenía mostrándole de
refilón una foto a mi jefe en la oficina donde trabajaba de voluntario enviando paquetes a
los soldados (...)”

“La foto era la de un edificio público de Lublin bastante conocido, sin embargo, le dije a mi
jefe, que para mi desgracia lo había visitado un par de veces: –Es el palacio de mi prima
Tyszkiewicz. La familia de los Tyszkiewicz, junto a la de los Radziwill, los Potocki y los
Plater, era una de las más aristocráticas de Polonia pero no estaba emparentada con mi
familia. Mis artificios se volvían indigeribles (...)”
“Después de la conmoción de la guerra con los bolcheviques en la batalla de Varsovia, la
escuela siguió su rumbo con unos meses de retraso y sin entusiasmo, ya que a los
muchachos que habían olido la pólvora nos les resultaba agradable la rutina y la rancia
educación del miserable „cole‟. A mí tampoco. Wasinski y Braksal cesaron de hacerme el
„sacacorchos‟ (...)”

“Mi superioridad intelectual me aseguró en el sétimo grado un mínimo de respeto, en


cambio lo absurdo del programa de todo el sistema de enseñanza se dibujaba cada vez más
nítidamente. Al considerar mi infancia a vuelo de pájaro, puedo discernir grosso modo
ciertas iniciaciones, e incluso definir cierto terreno, sobre el cual va a desarrollarse toda mi
vida posterior (...)”
“El culto al absurdo, las relaciones entre la realidad y la irrealidad, entre la superioridad y la
inferioridad, entre el amo y el criado, ya por entonces me gobernaban. Una cosa más: en
ese tiempo llevaba ya una doble vida. Había en mí algo oscuro que por nada del mundo
aceptaba abrirse a la luz del día. Uno no recuerda el pasado tranquilamente, como un
observador, sin pasión (...)”

“El presente siempre es agresivo, incluso en el declive de la vida, y cuanto más elaborada,
forjada, afilada y definida se halla esta vida presente, en mayor medida encuentra la
plenitud de su expresión y más profundamente se sumerge en las aguas turbias del pasado
para recuperar sólo aquello que pueda ser útil en la actualidad, a fin de modelar todavía
mejor su forma presente (...)”
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“Quizá no recuerdo tanto el pasado, sino que más bien lo devoro, para alimentar con él lo
soy ahora”. Gombrowicz era escurridizo como una anguila o un camaleón, con estos
artificios quería aproximarse a verdades más profundas. La palabra humana tiene la
consoladora particularidad de que se halla muy cerca de la sinceridad, no por lo que
confiesa, sino por lo que busca.

Era todavía un adolescente y ya el mundo se la hacía insoportable. La familia, la sociedad,


la nación, el estado, el ejército, los ideales, las ideologías y él mimo le resultaban unas
caricaturas. Erraba por los campos cabizbajo aplastando terrones con la punta de sus
zapatos. No había dejado de creer pero la fe ya no le interesaba por lo que su soledad llegó
a ser completa.
Cuando Gombrowicz observaba a sus compañeros de la infancia, esos pequeños
campesinos que habían integrado una guardia que él organizaba y comandaba bajo la
supervisión de su hermano Janusz, se daba cuenta que ellos no eran caricaturas, al
contrario, eran sencillos y sinceros. No podía comprender por qué la cultura y la educación
falsificaban al hombre, mientras el analfabetismo daba buenos resultados.

Viajando en tren hacia Varsovia, en circunstancias extrañas y dramáticas, se le vino a la


cabeza una idea que, por lo menos en parte, le pudo aclarar este enigma. En la estación
siguiente a la de su ingreso al tren subió uno de sus tíos y se sentó junto a él. Era un hombre
mayor, terrateniente, tirador excelente y apasionado por la caza. De repente miró a su
alrededor: –Salgan, por favor.
La gente observó que estaba armando un revolver, y otra vez con tono firme pero sin
levantar la voz : –Salgan, por favor. El compartimento se vació en un santiamén, entonces
el tío le guiñó un ojo a Gombrowicz. “Por fin, un poco más de espacio. Había tanta gente
que no sabía lo que decía. Ando mal de los nervios, no puedo dormir, voy a Varsovia a ver
si allí mejoro (...)”

Gombrowicz se dio cuenta que se había vuelto loco, que dispararía si lo provocaban, tuvo
que convencerlo al guarda del tren de que podía controlarlo hasta que llegaran a Varsovia.
“Es terrible que todo terrateniente tenga que ser un excéntrico y haya de comportarse como
si estuviera chiflado; –¿Tú crees?, pero sí, es verdad se han vuelto tan extravagantes que da
vergüenza, serán sus fortunas que se le han subido a la cabeza (...)”
“Sabes tío, yo tengo una teoría. La gente sencilla vive una vida natural, sus necesidades son
elementales y por lo tanto sus valores son verdaderos; –¡Qué cosas dices!; –Para un hombre
rico, en cambio, el pan, por ejemplo, no es un valor porque está saciado de pan. Un hombre
rico no tiene que luchar para vivir, entonces inventa necesidades artificiales, es decir,
falsas: el cigarrillo, la elegancia, la genealogía, los galgos (...)”

“Por eso los hombres ricos son excéntricos y no encuentran el tono adecuado”. Con esta
explicación que le dio al tío no sólo resolvió el enigma de la educación y el analfabetismo,
sino que también dio una clase familiar de lo que el marxismo llama la dialéctica de las
necesidades y los valores. La idea sobre lo artificioso de la forma de las clases superiores
iba a ser uno de los puntos de partida de su trabajo artístico.
“Cuando, transcurridos una decena de años, le conté a Wladyslaw Broniewski en el café
Ziemianska, cómo por miedo a un revólver cargado llegué a concebir una de las tesis
fundamentales del marxismo, se me echó encima acusándome de fabulador”. Gombrowicz
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llegó a sentirse en la época en que cursaba el bachillerato como una caricatura de la


realidad.

Una caricatura en la que se mezclaban la crueldad, el snobismo, la perversidad y, en


general, la falta de escrúpulos morales. Estas ponzoñas formaron su temprana conciencia
literaria y estaban muy presentes cuando escribe uno de sus primeros cuentos. “El festín de
la condesa Kotlubaj” es una de sus primeras novelas cortas de Gombrowicz, la escribió en
el año 1929.
Si en “Crimen premeditado” se nota la relación entre el asunto de la novela y su práctica de
pasante con un juez de instrucción, y en “La virginidad” asistimos a la confusión del
erotismo más refinado con la obscenidad total, en “El festín de la condesa Kotlubaj” la
cuestión es otra. Cuenta como unos personajes aristócratas organizan comilonas
aparentemente vegetarianas con el fin de cultivar la sublimación y las sutilezas del espíritu.

Pero en realidad asistimos a un banquete en el que se sirve una comida muy sabrosa
preparada con trozos de un pequeño muchacho. Es una narración absurda y cruel, pero
construida con elementos sacados de la vida, un absurdo monstruoso que, sin embargo, es
una caricatura de la realidad. Esta novela le trajo algunos problemas con una familia
Kotlubaj de Lituania que casi termina en un asunto de honor, lo retaron a duelo.
Sin embargo, la fuente verdadera de su inspiración había sido Marta Krasinska, esposa de
un mayorazgo, famosa en aquel entonces por sus hazañas filantrópicas y estéticas. Ese
plasma oscuro de la conciencia de Gombrowicz esta vez se le dispara hacia el lado de la
crueldad, está preparando el próximo banquete de los aristócratas antropófagos en el rostro
infantil de un pequeño enfermizo.

El pobre joven observa por la ventana lo que ocurre en el interior del palacio en medio de la
lluvia. La honestidad burguesa de Mann resulta chocante y vacía en nuestros tiempos pero
la perversidad de Gombrowicz nos fascina. Sin embargo, algunas de las composiciones de
Gombrowicz tienen un carácter instrumental y una falta de probidad manifiesta, yo creo
que él atraviesa una línea moral más allá de la cual está lo prohibido.
El tiene otro punto de vista: “No, ni el menor escrúpulo ante la probidad de esta actitud ad
hoc, adoptada con entera sangre fría: la probidad es una necedad, no se puede siquiera
hablar de probidad cuando uno no sabe nada de sí mismo, cuando no recuerda nada, cuando
no tiene pasado, cuando se es sólo un presente que fluye continuamente. En una niebla
como la mía, ¿es posible hablar de escrúpulos morales?”.

La idea que se me fue formando a mí en la medida que reflexionaba sobre su perversidad,


es que la capacidad que tiene Gombrowicz para cuestionar todos los sentimientos e ideas
humanas, sus propios sentimientos y sus propias ideas, nos pone frente a un horizonte que
se aleja constantemente de nosotros y ahonda nuestra conciencia. Según lo veo yo, la falta
de sinceridad y la renuncia a la probidad se transforman en sus manos.
Por un lado, en una búsqueda de instrumentos y mecanismos para no dejarse dominar por
ninguna situación, y por otro, en una lucha permanente en la que la contradicción toma la
forma de una espada poderosa para combatir al mundo y conquistar la libertad interior,
porque el objetivo, el sentido moral de la vida, no se puede alcanzar si uno no es uno
mismo.
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Aunque no haya nada más ilusorio que esto, todo el valor y el honor de los hombres penden
de ese hilo, de la incesante defensa del yo. El protagonista y la condesa Kotlubaj eran
amigos, era la amistad de un joven de un medio burgués y una aristócrata de pura raza.
Había conquistado la simpatía de la condesa gracias a su altivez, a su agudeza intelectual y
a su tendencia al idealismo.
Su espíritu romántico y ligeramente anacrónico le allanaron el camino para asistir por
primera vez a los célebres almuerzos vegetarianos de los viernes que daba la condesa
Kotlubaj. La condesa maldecía la carne y los olores que despedían las personas que la
comían. Era heredera de los ilustres Krasinski y tenía la convicción arcaica de que bastaba
que un salón fuera aristocrático para que sus altos propósitos quedaran garantizados.

Un príncipe había aceptado el papel de intelectual y filósofo para darle seriedad a los
almuerzos, una baronesa animaba las reuniones con su canto, era impresionante ver
inclinarse a las más grandes fortunas sobre un plato de achicoria en un mundo cruelmente
carnívoro. Los tomates rellenos con arroz poseían un sabor inigualable, las tortillas de
espárragos tenían reputación mundial.
El protagonista llegó a su primer almuerzo vegetariano en el antiguo palacio situado en los
alrededores de Varsovia. Quedó un poco decepcionado porque sólo encontró a una vieja
marquesa desdentada y a un barón de orígenes dudosos que gracias a los innumerables
millones de su madre se hacía perdonar su estirpe paterna y el aspecto desastroso de su
nariz.

La sopa de calabaza dulce estaba demasiado cocida y resultó insípida, pero el protagonista
disimulando exclamó: –¡Ah, qué excelente sopa, nada en ella recuerda el sabor de la
muerte! Pero el barón, poeta y célebre gastrónomo, se inclinó hacia el protagonista y le
murmuró al oído: –Este calducho nos hubiera entretenido si el cocinero no lo hubiera
jodido.
El almuerzo parecía una miserable copia de los festines del pasado, el alimento era escaso y
reinaba un aire fúnebre. Sirvieron el segundo plato: zanahorias a la cacerola, la condesa
estaba pálida y lucía las joyas de la familia, consumía con valor la miserable pitanza y
trataba de conducir la conversación hacia los temas más alados: –Que el espíritu vuele con
presteza. Decidme, pues, ¿qué cosa es la belleza?

A continuación, el protagonista, la condesa, la marquesa y el barón siguieron recitando sus


versos, lamentándose de los sufrimientos de los niños raquíticos, de los prisioneros, de los
inválidos, de las maestras jubiladas, de los peluqueros con várices y de los mineros.
Después de alabar al amor y a la piedad la condesa exclama: –Encendamos en verano y en
invierno, con nuevo espíritu e ideales nuevos, nuestro eterno y sagrado fuego.
El protagonista respondió: –¡A izquierda y a derecha, el águila blanca en nuestro pabellón,
defiende la patria! Los camareros trajeron una gigantesca coliflor cubierta de mantequilla
fresca deliciosamente horneada. Conversaban en forma animada del amor, de la belleza y
de la piedad, de que la piedad era más bella que el amor pero que no había que descuidar
los modales.

¡Deliciosa coliflor!, exclamó el barón; sí, dijo la condesa mirando el plato con sospechas
mientras ordenaba que lo llamaran al cocinero. El barón le explica en voz baja al
protagonista que dos semanas atrás había descubierto que el cocinero condimentaba los
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vegetales con jugo de carne, amenazó con despedirlo y entonces el pobre le juró que no
volvería a repetirse.
Era por eso que había tan poca gente en el almuerzo, pero la coliflor estaba deliciosa.
Mientras discutían sobre el sabor del plato entra el cocinero: alto, pelirrojo y de mirada
innoble, jura por el alma de su mujer que había servido una coliflor inmaculada. La
conversación derivó hacia los cocineros: había que controlarlos, eran hombres simples y
vulgares.

También eran traicioneros al punto de cambiar los macarrones por lombrices, unos bribones
asesinos. Comían la coliflor con una glotonería atroz, sin ningún tipo de modales, el
protagonista no pudo contenerse más, estornudó y se levantó de la mesa para ir a buscar un
pañuelo, no podía comprender por qué habían perdido tan abruptamente la elegancia y la
delicadeza.
Cuando llegó al vestíbulo donde estaba su abrigo vio un título en el periódico: Misteriosa
Desaparición de Coliflor, y un subtítulo: corre peligro de congelamiento. La noticia
señalaba que se había perdido un hijo de ocho años de Valentín Coliflor en las propiedades
de la condesa Kotlubaj, y que se temía que el niño pudiera haberse congelado en el campo
durante las lluvias otoñales.

Volvió al comedor, la enorme bandeja de plata tenía restos de la coliflor, la panza de la


condesa parecía la de una mujer en el séptimo mes de embarazo, el barón hundía la nariz en
el plato mientras la marquesa rumiaba moviendo las mandíbulas como una vaca. ¡Divino,
maravilloso, efervescente manjar!, exclamaban. El protagonista no comprendía lo que había
pasado.
En ese momento empezaron unas aclaraciones que le parecían momento a momento cada
vez más extrañas. El barón le reprochaba que no fuera un gastrónomo, que él era mucho
más que eso, que era un gastropófago. Pero es que acaso la delicada frescura, la fragancia
indefinible y el sabor particular no le despertaban el apetito; la condesa reía coquetamente y
pidió que no se lo aclararan.

Mientras tanto la marquesa le espetaba al jovencito que el gusto se mama en la leche


materna, haciéndolo sentir como si hubiera nacido en el seno de una modesta familia
campesina. Se levantaron de la mesa y condujeron sus enormes abdómenes al dorado
saloncito Luis XVI. La alegría de los comensales se alimentaba del desconcierto del
protagonista que jamás había presenciado semejante comportamiento.
El barón cantaba arias canallescas de opereta. Nosotros, los de la aristocracia, le murmuró
al oído la marquesa, adoramos la más completa libertad de las costumbres, somos capaces
de emplear expresiones vulgares, sabemos ser frívolos y, en algunas ocasiones, plebeyos. El
barón exclama con aire de superioridad que no eran terroríficos aunque su grosería
pareciera menos aceptable que su elegancia.

La condesa grazna que, claro, no habían cometido ningún delito, que no eran caníbales y
que no se habían comido a nadie, con excepción de... Y todos soltaron una gran carcajada
lanzando los cojines al aire. El protagonista intentaba volver a la comida vegetariana
recordándole a la condesa los guisantes, la zanahoria, el puerro y los calabacines, pero el
barón vociferó, ¡coliflor!, relamiéndose de una manera sospechosa.
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Pero la coliflor era un vegetal así que el protagonista no entendía. El barón lo estimulaba
para que descubriera qué era lo que le daba sabor a la coliflor con una gran suficiencia de
señor mientras le decía a la condesa que no valía la pena invitar a gente que tenía el gusto
de una época primitiva. Se desentendieron de él y empezaron a bromear y a contar
anécdotas de un nivel inmensamente vulgar.

Tanto el protagonista como sus conceptos de belleza y nobles ideas, eran eliminados y
puestos a un lado como una silla rota. Estos aristócratas no eran los mismos de la sopa de
calabaza, una metamorfosis increíble los había hundido en la hostilidad, el sarcasmo y en
una mofa ardiente que sostenían con una altivez y un desprecio que le impedían cualquier
manifestación de confianza.
Después de soportar un largo rato su propio silencio le recordó a la condesa que le había
prometido un ejemplar dedicado de los “Efluvios de mi espíritu”. La condesa tomó un
pequeño volumen encuadernado, le escribió unas palabras y firmó: Condesa Podlubaj, una
palabra que quiere decir húrgame la nariz. Cuando el protagonista le señala la equivocación
le responde que era distraída y estalla en una risa a mandíbula batiente con todos los demás.

Afuera diluviaba con una lluvia de ráfagas de un viento cortante que azotaba los ventanales.
La condesa le preguntó por qué tenía esa expresión de terror, mientras los otros lo acusaban
de que estaba escandalizado porque en su ambiente nadie se divertía con tanta imaginación,
que ellos cultivaban maneras infinitamente mejores que la de los salvajes aristócratas.
Empezaron a fingir que estaban temerosos del juicio del protagonista.
Se acusaban en público fingiendo arrepentimiento. Desvanecido, sin saber a qué santo
encomendarse o hacia dónde huir, se dirigió suplicante a la marquesa que había hablado
con tanta piedad de los niños raquíticos, y le pidió piedad suponiendo que si era capaz de
sacrificarse por esos pobres desgraciados podría consolarlo. La marquesa se enjugó las
lágrimas de risa que tenía en los ojos.

Le dijo que cuando los veía caer y levantarse sobre sus piernitas enclenques todavía se
sentía fuerte como una encina. Ahora era demasiado tarde para montar a caballo así que
cabalgaba alegremente sobre sus pequeños paralíticos. De pronto intentó mostrarle sus
piernas viejas aunque rectas, sanas y todavía fuertes, el protagonista hizo un gesto de
espanto.
¿Y el amor, la piedad, la belleza, los presos, los inválidos y las maestras jubiladas? Nos
acordamos de todos ellos, le decían en medio de estruendosas risotadas, entonces el
protagonista empezó a temblar espasmódicamente, finalmente había comprendido dónde se
hallaba mientras la lluvia seguía azotando los cristales de las ventanas. ¡De cualquier
manera el Señor existe!, balbuceó el pobre tratando desesperadamente de agarrarse de algo.

El barón le respondió que por supuesto que existe, el Señor existe y sale a pasear con la
Señora. La marquesa se sentó al piano mientras el barón y la condesa empezaron a bailotear
con elegancia, buen gusto y finura. Ahora sabía de qué se trataba... se lo habían hecho
comprender con violencia. ¡Era un baile de caníbales! Faltaba sólo la presencia del pequeño
tótem.
Ese monstruillo negro de cabeza cuadrada, labios prominentes y nariz chata desde algún
lugar patrocinaba esas bacanales. Dirigió la mirada hacia la ventana y vio algo
espeluznante... un pequeño rostro infantil, un rostro febril y enfermizo que observaba lo que
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ocurría en el interior con una mezcla de idiotez y de éxtasis celestial... A la madrugada el


protagonista logró salir del palacio y se aventuró en la lluvia.

Vio bajo la ventana un cuerpo exangüe. Era el cadáver de un muchachito de ocho años, de
cabellos rubios y pies descalzos, flaco al punto que... parecía haber sido completamente
devorado. En eso había terminado el pobre Bolek Coliflor, fascinado por la luminosidad de
las ventanas, visibles desde lejos en medio de campos inundados. Mientras corría hacia el
portón apareció Felipe, el cocinero.
Estaba vestido de punta en blanco con una distinción de maestro en el arte culinario. “Se
inclinó, me miró de reojo y dijo en tono servil: –¡Espero que el señor haya disfrutado
nuestra comida vegetariana!”

WITOLD GOMBROWICZ, POTOCZEK Y ZAKOPANE

Potoczek y Zakopane son lugares que inspiraron a Gombrowicz para escribir su primera y
última novela. “Mi hermano Janusz acababa de casarse y su mujer era dueña de una finca
en la región de Ilza que se llamaba Potoczek. La mansión estaba situada en medio de unos
bosques inmensos surcados por una línea de cinco lagos que se extendía uno detrás de otro
a lo largo de varios kilómetros hasta el pueblo (...)”
“Mi hermano y su mujer vivían entonces en Maloszyce y no iban casi nunca a esa mansión.
Una casa en medio del bosque, es siempre algo melancólico. Pero qué decir de una casa en
medio del bosque cuando no hay nadie en ella, cuando el crepúsculo aparece agonizante y
nada lo enturbia, cuando la noche es noche de verdad, con todas sus locuras, con los
aullidos y ladridos desesperados de los perros (...)”

“La servidumbre hacía lo que podía para tenerme contento. Me aburría, comía y
vagabundeaba por el bosque, volvía a casa, comía, me acostaba para dormir y aguzaba la
oreja al oír el repentino jolgorio de los perros, los pánicos nocturnos y, aún peor, el silencio
lleno de susurros ondulantes de los pinares. Tenía una ocupación: escribía una disertación
sobre la „solidaridad‟ de León Bourgeois, un trabajo de seminario (...)”
“Pero toda esa sociología política me aburría y pronto la abandoné. ¿Qué hacer? Me
invadió una inquietud imprecisa, un sentimiento cada vez más intenso de que algo no iba
como debería ir, algo relacionado conmigo en esta mansión, de que llevaba demasiado
tiempo sin dar golpe, que de alguna forma tenía que justificarme, romper con esa vida
sibarita ya asfixiante (...)”

“Así, pues, me puse a buscar febrilmente una salida, debía emprender algo, actuar,
purificarme por el esfuerzo... ¿qué hacer? El silencio nevado de los árboles que me
rodeaban era la única respuesta. Al final, nervioso, casi desesperado, sin saber adónde huir
y dónde albergarme, me puse a esbozar una novela, sobre el personaje de un contable, que
poco a poco me absorbió hasta tal punto que empecé a trabajar sistemáticamente (...)”
“Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. No sólo carecía
del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió „La no Divina
Comedia”, sino que mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria, todos mis
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fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con facilidad
cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios (...)”

“Leí un fragmento a mi hermano y a mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror!


Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante nacimiento y en el
futuro ocúpate de otra cosa. Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te hayas
dedicado más a la caza. En el fondo sabía que tenían razón. Quemé mi obra y me dediqué
de nuevo a la sociología de León Bourgeois (...)”
León Bourgeois, abogado y político francés, fue el padre del solidarismo. Diputado,
ministro, senador, presidió la primera sesión de la Sociedad de las Naciones en 1920 y en
ese mismo año recibió el premio Nobel de la Paz. Se debe a León Bourgeois una nueva
fundamentación de lo moral en el hecho de la solidaridad. Según esta teoría, el hombre
depende por entero de la sociedad.

Tenemos frente a ella una deuda que pesa sobre nuestro actuar. Por esto, la solidaridad
domina nuestras actuaciones. Así, el mundo de la actividad humana está sometido a la ley
de la solidaridad que expresa la dependencia universal de todo frente a todo. Presionados
por esta solidaridad, deudores frente a la sociedad de una deuda que nunca lograremos
saldar, debemos consagrarnos por entero al bien social.
“El bien moral se identifica con las exigencias de la solidaridad”. En esta moral no se puede
hablar, entonces, de deberes para consigo mismo, y menos aún de deberes para con Dios;
no hay más que deberes para con los demás, y estos deberes se expresan verdaderamente
por la solidaridad, que nos hace estar siempre atentos de la repercusión de nuestros actos en
la vida colectiva.

Abrumado seguramente por las concepciones morales de León Bourgeois, Gombrowicz se


hunde en esa mansión solitaria en unas monstruosidades literarias cuyo primer intento es
abortado por su hermano y su cuñada, pero el joven escritor no ceja. “En total pasé
bastantes meses del invierno en Zakopane. Ni mi trabajo de pasante en el tribunal, ni mis
ocupaciones literaria ulteriores me lo impedían y mi salud me lo exigía (...)”
“Debía hacer reposo en una tumbona sobre la terraza, arropado con un saco de piel, con la
vista clavada en una montaña del Tatra occidental y sus alrededores. La monotonía de esta
ocupación era interrumpida de vez en cuando por diversas atracciones, que variaban con las
estaciones. Durante dos temporadas la atracción estuvo constituida por las llamadas
„manoseadas‟ (...)”

“Las „manoseadas‟ eran un puñado de señoritas de quince a dieciocho años, inocentes como
ángeles, venidas de no sé qué provincias, a las cuales manoseábamos yo y mi confidente y
aliado de pensión: –¿No deberíamos manosear un poco a la señorita Jolanta?; –Es cierto,
podríamos manosear un poco a la señorita Jolanta. Nos poníamos entonces a manosear a la
señorita Jolanta (...)”
“Esta joven, por miedo a que la oyera su tía, se limitaba a lanzar un grito silencioso que se
convertía en un chillido estridente pero ahogado. El aburrimiento de largas horas de reposo
en las tumberas suscitaba en nosotros un ansia de sensaciones fuertes, lo cual a veces
conducía a tensiones dramáticas, sobre todo cuando llegaba de Cracovia el sabio grupo de
profesores de la Universidad Jaguellónica”
41

La Universidad Jagellónica está situada en Cracovia y es la mejor universidad de Polonia.


Fue fundada por Casimiro III el Grande con el nombre de Academia de Cracovia, nombre
que perduró durante siglos, hasta ser renombrada con su actual denominación para
conmemorar a la dinastía de los Jaguellón bajo cuyo mecenazgo se destacó entre las
grandes universidades del renacimiento y el humanismo.
Es una de las mayores universidades de Europa. Quizás la Universidad Jaguellónica no sea
el mejor lugar para hacer observaciones sobre el comportamiento polaco pues de allí
partían los profesores que llegaban a la pensión de Zakopane donde vivía Gombrowicz. Las
despreocupadas comidas de Gombrowicz se convertían entonces en una especie de
celebración, cuya pesada pedantería lo enervaba increíblemente.

Los profesores mantenían entre ellos unas conversaciones sabias que los demás comensales
escuchaban con devoción. Nunca había sentido simpatía por los profesores, pero esos
diálogos filosóficos e históricos le parecían tan pesados como un hipopótamo y no mucho
más lúcidos de lo que son esos mamíferos. En los momentos más solemnes los interrumpía
con cortesía con algún disparate: –¿Por qué no prueban estos pastelitos?
En un almuerzo les sirvieron unas pastas indigestas e insípidas, entonces Gombrowicz
protestó alzando la voz: –Pasta para el estómago, pasta para el alma, es realmente
demasiado. Se produjo un escándalo y uno de los sabios intentó romperle una silla en la
cabeza. Situada al pie de los Tatras, a cien kilómetros de Cracovia hacia el sur, Zakopane es
la capital de los deportes de invierno de Polonia y la cuna del turismo polaco.

Durante el invierno Zakopane es un destino ideal para los amantes del esquí. En el verano,
gente de todo el país va allí para relajarse o hacer caminatas por las montañas de Tatra.
“Tales eran mis diversiones aunque en años posteriores me comporté más seriamente. Es
curioso, pero a pesar de haber estado tantas veces en Zakopane, nunca eché raíces allí, tal
vez porque no frecuentaba sistemáticamente los locales de diversión (...)”
“Sólo a Witkiewicz lo veía a menudo, no porque buscara su compañía sino porque me unía
una amistad con su gran amiga, la señora Wandowska, una persona inteligente y de una
gran sensibilidad artística, a quien su enfermedad la obligaba a permanecer siempre en la
montaña. La señora tenía que utilizar alta diplomacia para mantener más o menos una
armonía entre naturalezas tan diferentes como la de Wiykacy y la mía (...)”

“Yo, para diferenciarme de él, insistía mucho más que en otras circunstancias en
representar el papel de terrateniente o incluso de snob. Si Witkacy no me borró a primera
vista colocándome en el último lugar de su lista de amigos, fue seguramente porque ella le
informaba que yo no siempre era tan tonto. Aparte de Witkacy, mantenía pocos contactos
con el Parnaso de Zakopane (...)”
“De vez en cuando participaba de unas borracheras artísticas; una de ellas me quedó
grabada en la memoria: fue con Witold Malkuzynski y Colette Gaveau, su esposa, por
entonces novia suya. Jamás en ningún lugar he visto fiestas como las que solían estallar en
la madrugada en los locales nocturnos de Zakopane. También es verdad que no soy un gran
experto en materia de fiestas (....)”

“Vagando por aquí y por allá, generalmente apartado, en calidad sólo de mirón, poco
conocido por la gente, no podía dejar de observar, sin embargo, el proceso que se
desarrollaba ante mis ojos durante esos años que yo pasaba en Zakopane, lo definiría como
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la extinción progresiva de ambientes y estilos”. Aunque Gombrowicz no era alcohólico


participaba de algunas borracheras artísticas.
No le quedaba más remedio, a los polacos les gusta mucho el trago. Tomando vodka
calman sus contratiempos históricos y personales, además de combatir las inclemencias del
tiempo. Se dice de los escritores polacos que es más fácil imaginárselos sin pluma que sin
una copa en la mano. Era muy amigo de Witold Malcuzynski, el último de los pianistas
románticos, con el que tomaba copas después de los conciertos.

Malcuzynski bebía mucho después de sus interpretaciones, le temía al público y de esta


manera se relajaba. En una oportunidad se le fue la mano y le echó tanto vodka al cuerpo
que se puso blanco como un papel, se fue tambaleando al baño mientras Colette y
Gombrowicz con malos presentimientos corrían detrás de él. Cuando la novia de
Malcuzynski entró al baño de hombres estaba repleto de gente.
Cundió el pánico, la aparición de un león embravecido no hubiera provocado un sálvese
quien pueda tan general, todo el mundo huía abrochándose lo que tenía que abrocharse. El
estilo de Witod Malcuzynski, lleno de virtuosismo y fuerza pero a la vez de vitalidad y
romanticismo, fascinó al mundo entero y le hizo ser calificado como el último romántico
del piano.

En el mismo año en que Gombrowicz publica “Ferdydurke”, Malcuzynski gana el premio


de la “Chopin International Piano Competition” que se celebraba en Varsovia., obteniendo
además una gratificación inesperada: entre los participantes conoció a una joven pianista
francesa que se llamaba Colette Gaveau, ambos se enamoraron casi a primera vista,
contrajeron matrimonio al año siguiente y se radicaron en París.

La historia de “Cosmos” transcurre en Zakopane, en cuya calle principal se encontraban los


cafés, los restaurantes, y los clubes nocturnos más distinguidos. En estos lugares
Gombrowicz vio con nitidez cómo en Polonia la superioridad y la inferioridad tenían una
incapacidad para convivir, se hundían mutuamente en la farsa. Observaba el proceso que se
desarrollaba ante sus ojos de la progresiva extinción de los ambientes y de los estilos.
La gente vagaba en libertad por sus calles y no era aplastada por las funciones ni por las
jerarquías. Hidalguillos, mafiosos, aristócratas, escaladores profesionales, escritores,
industriales y comerciantes, estudiantes, toda esa diversidad de tipos se mezclaba en la
calle. Cada uno andaba por su propio camino, a pesar de la facilidad aparente resultaba muy
difícil pasar de un grupo a otro.

A veces se producían situaciones diabólicas cuando alguien lo intentaba. En una pensión


distinguida, en la que se alojaba gente de tono aristocrático, aterrizó un señor de apellido
desconocido con unas maletas espléndidas y un traje sport deslumbrante. El hombre se
equivocó, confundió la pensión, pero como había una habitación disponible lo alojaron. Se
presentó con entusiasmo manifestando vivos deseos de tomar parte en la conversación.
Pero la conversación no lo quería, a pesar de que todos intentaban ser amables con el recién
llegado. Era un mundo pequeño que tenía sus propios argumentos, sus parientes y un estilo
propio de bromear y provocar. La reacción normal hubiera sido el aburrimiento o la
indiferencia, pero ese forastero quedó encantado precisamente por el hecho de que no
comprendía nada.
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El deslumbramiento por el secreto ajeno es bastante conocido, el pobre hombre vivía con la
esperanza de que, finalmente, sería aceptado por los pensionados. Sin embargo cuando
empezó a inmiscuirse en los asuntos del grupo fue rechazado. Gombrowicz, en su
condición de escritor y oveja negra de ese pequeño círculo de gente respetable, se le acercó
a ese hombre recién llegado y amistosamente lo azuzó contra los demás pensionados.
La situación alcanzó unos límites de locura y ese pobre hombre miserable perdió la cabeza.
Lo convenció de que su ropa y sus maletas eran demasiado nuevas, y de que ésa era
precisamente la razón por la que lo trataban con malevolencia, como si fuera un
advenedizo. Pasaron toda una tarde revolcando su vestuario en la basura y raspando sus
maletas con un cuchillo para que parecieran viejos.

El pluralismo de lenguajes de aquella Polonia, de esos pequeños mundillos, parecían


inexpugnables como castillos de la Edad Media. Pero pasó el tiempo y todo cambió, un
conde ya no despertaba curiosidad, las jovenzuelas se sentaban a la mesa de los escritores
sin haber sido invitadas. El mito según el cual existían unos grupos cerrados poseedores del
monopolio de la cultura o el chic, estaba en vías de extinción.
Gombrowicz estaba de acuerdo con la evolución que iba destruyendo todos esos cultos y
veneraciones que le quitaban a los polacos la audacia y la libertad. Pero después de veinte
años de vida en la Argentina, donde la gente no hace tanto caso a los esplendores del otro,
empezó a añorar aquellas vergüenzas de otro tiempo, y aquella torpeza nacida de la
admiración.

“Tal vez era más interesante... Naturalmente, es agradable sentirse seguro de sí mismo y
cómodo con todo el mundo, no dejarse impresionar, no interesarse demasiado por nadie,
dedicarse a asuntos personales. Sin embargo, se produjo una especie de empobrecimiento
cuando el hombre dejó de sentir en el otro un secreto magnífico e inaccesible, y
desaparecieron las tensiones entre los diferentes medios (...)”
“En la Polonia de hoy, ¿habrá alguien que impresione o infunda respeto al otro? Lo dudo.
Habéis ganado en razón, pero quizá, perdido en poesía”. En Zakopane Gombrowicz hace
transcurrir la acción de su última novela que, a diferencia de su primera novela malograda
de la historia de un contable, es coronada con el Premio Internacional de Literatura. En esta
obra magistral Gombrowicz pone a prueba su talento físico matemático.

En un momento determinado Gombrowicz se propuso disciplinar sus conocimientos


anárquicos acerca de las formas generales del conocimiento, la filosofía y sus primeros
desprendimientos: la física y la matemática. Lo hizo recurriendo a la lectura de dos libros;
“Lecciones preliminares de filosofía” de García Morente, y “Panorama de las ideas
contemporáneas” de Gaetan Picon.
La atracción por la filosofía la conservó en toda su integridad durante toda la vida. Cuando
pensamos en la física y en la matemática es muy difícil no pensar en el determinismo en
cualquier campo que sea después del broche de oro que le puso Laplace. Este matemático
francés coronó el pensamiento causal afirmando que podemos mirar el estado presente del
universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro.

Ni siquiera la física cuántica se libra del demonio de Laplace, un demonio tan poderoso que
lo obliga a Einstein a decir que Dios no juega a los dados. “Mi novela „Cosmos‟ es capaz
de angustiarme, y hasta de asustarme. A lo largo de mi vida me he forjado una sensibilidad
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especial hacia la forma, y, verdaderamente, el hecho de tener cinco dedos en la mano me da


miedo. ¿Por qué cinco? ¿Por qué no 327.584.598.208.854? (...)”
“¿Y por qué no todas las cantidades a la vez? Y en definitiva, ¿por qué dedos? Para mí no
existe nada más fantástico que el estar ahí, y ahora, y el ser tal, definido y determinado,
concreto, éste y no otro?”. Sin embargo, el demonio de Laplace es paradójico. Si mis
acciones determinan inexorablemente el futuro, soy responsable de todo lo que ocurrirá en
el mundo.

Pero si mi propia vida está regida por circunstancias que escapan a mi control, entonces, no
soy responsable de mis acciones. “Cosmos” es la obra más abstracta de todas las que
escribió Gombrowicz. Las relaciones que Gombrowicz tenía con la abstracción,
especialmente con la matemática que es su forma más pura, se pusieron de manifiesto muy
tempranamente.
“Volvió a repetirse lo mismo, desgraciadamente, en el examen escrito de matemáticas. Mi
falta de talento en esta materia se dejó ver con toda claridad. Ataqué el problema de
trigonometría con la bravura de un suicida y, para mi mayor sorpresa, lo resolví en diez
minutos. Todo iba como la seda: bastaba sumar unas cuantas cifras y ya estaba listo. Pero
yo sabía que era demasiado hermoso para ser cierto (...)”

“Me dispuse a buscar, horrorizado, otras soluciones, pero no había nada que hacer, cada
vez, como un tren sobre una vía muerta, llegaba a la misma solución sencilla, clara,
deslumbrante por su evidencia. Por fin sucumbí, no pude resistirme más a la evidencia.
Sofocado por los peores presentimientos, entregué el trabajo. Sabía que me iban a poner un
cero pero, ¿qué podía hacer si no existía mancha ninguna en mi obra? (...)”
“Sí, un cero en trigonometría, un cero en álgebra, un cero en latín: tres ceros coronaron mis
esfuerzos. Parecía que no tenía salvación”. La naturaleza de “Cosmos” tiene sin embargo
una extraña relación con la ciencia de matemática. Gombrowicz estaba llegando al apogeo
de su juventud en un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las
revoluciones del pensamiento.

Estas revoluciones tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo
diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó
muy afectado por todo esto. Desde la época de la antigua Grecia los hombres se han
propuesto saber de qué cosas está hecho el mundo. Siguiendo el camino del análisis,
primero descubrieron las moléculas y los elementos.
Después descubrieron los átomos, abocados a la tarea de buscar partículas elementales, es
decir, aquellas que no estaban compuestas de otras más pequeñas. Finalmente los
científicos llegaron a los protones y a los electrones. Bombardear átomos para que
aparezcan esos elementos más pequeños que ya no se pueden dividir no es una tarea para
nada sencilla.

Sin embargo, los aceleradores de partículas con los que cascotean a los átomos son cada
vez más poderosos y el más imponente de todos es la máquina de Dios con la que los
físicos se proponen dividir los protones y los electrones en partículas más estables que los
quarks y los hadrones para conocer la verdadera naturaleza de la materia y el origen que ha
tenido el universo.
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Cuando el hombre mete la nariz en asuntos reservados a los dioses suele tener
contratiempos: la caja de Pandora en la antigüedad, y más recientemente la máquina de
Dios son dos claros ejemplos. Los fracasos que sufren los investigadores científicos cuando
se ponen a desentrañar misterios de la naturaleza, aunque parezca mentira, les vienen muy
bien a los hombres de letras.

Le vienen muy bien pues mientras la ciencia, por lo general, se propone resolver esos
misterios se puede decir que el arte en cambio vive de ellos. El Natura non facit saltus había
imperado desde el tiempo de los griegos. La naturaleza no creaba especies ni géneros
absolutamente distintos, existía siempre entre ellos algún intermediario que los unía al
anterior.
Pero cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir radiación más que
por cantidades finitas, por granos, por cuantos, y Heisenberg nos muestra que sólo podemos
conocer la probabilidad de existencia y no la existencia misma de una partícula, la
naturaleza empieza a saltar. Gombrowicz queda deslumbrado con la naturaleza granulada
de la energía.

Se propone construir él también, ya no esa energía granulada que había descubierto Planck,
sino una moral granulada. Puesto que la cantidad de los que sufren le pone límites al dolor,
lo fragmenta y lo disuelve, y como el sentimiento que pone al hombre en contacto con el
dolor del otro proviene de una reflejo moral, entonces, debe disponerse de una moral
limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta.
Una moral que por su naturaleza no es continua sino granulada. Este tipo de moral es la que
Gombrowicz utilizaba para enfrentar todos los excesos, especialmente los excesos
ideológicos. También queda sobrecogido con el principio de indeterminación de
Heisenberg tan ligado al azar y a la probabilidad, y aunque esta concepción es divergente
con el universo determinado de Laplace, sigue siendo fundamental en la física moderna.

Gombrowicz busca y encuentra en sus reflexiones sobre la forma algo parecido a lo que
habían encontrado Bohr y Heisenberg en las partículas elementales. En el encuentro de una
persona con otra hay una zona determinada de la conducta, de la que se ocupan la
psicología y la antropología, y una esfera en la que el comportamiento no está determinado
de antemano.
En esta esfera el comportamiento se va ajustando y pasa del caos inicial a una estructura
probabilística en la sobresale el azar sobre el determinismo, y en la que cada participante
del encuentro define en el otro una función. Esta doble naturaleza del comportamiento le
presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto Bohr con su noción de
complementariedad para el caso de los protones y de los electrones.

Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la
imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias son
concurrentes. Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del cuanto de
acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto más se quiere
precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace necesariamente vaga.
Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran en conflicto porque no existen al
mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se totalizan complementariamente. Esta
concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está presente en el
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espíritu de la época de la juventud de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a


su modo cuando se extraña de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.

La característica más sobresaliente de “El casamiento” es la manera en que cambian las


conductas de los personajes, no por procesos psíquicos, sino por mutaciones formales. El
comportamiento de los protagonistas pasa de la mujerzuela a la virgen, del tabernero al rey,
del borracho al sobrio, de la tragedia a la alegría, de lo laico a lo sagrado, del hombre a
Dios...
Son pares complementarios en los que la sabiduría va de la mano de la estupidez. Estos
pares complementarios tienen una semejanza formal con las ideas de Niels Bohr. Bohr le
puso el nombre de complementariedad física al hecho de que los fenómenos de la
naturaleza se comportan como corpúsculos o como ondas según sea el aparato con que se
los mida.

Pues bien, en el caso de Gombrowicz podríamos hablar de un principio de


complementariedad formal, un hecho en el que los fenómenos humanos se presentan como
comportamientos superiores o inferiores según sean las transformaciones indeterminadas
que buscan el completamiento del doble aspecto que tiene la realidad., especialmente en lo
que concierne a la inteligencia y a la estupidez.
El principio de complementariedad de Niels Bohr tiene un estructura asimilable a “El
casamiento” mientras que el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg tiene una
estructura asimilable a “Cosmos”. Se puede decir que el principio de incertidumbre postula
que en la mecánica cuántica es imposible conocer exactamente, en un instante dado, los
valores de variables canónicas conjugadas.

Cuando queremos cuantificar los valores de la posición y del impulso, por ejemplo, o de la
energía y el tiempo, la medición precisa de una de estas variables implica una total
indeterminación en el valor de la variable conjugada. En “Cosmos”, Gombrowicz maniobra
con un filósofo de la combinaciones, de la causalidad, del azar, de la lógica interna y
externa, del intento de organizar el caos y de la formación de la realidad.
Pero el filósofo queda enredado en las bocas erotizadas y sexualizadas de la criada y la hija,
en la pasión enfermiza de un joven estudiante por la hija, en la masturbación del padre y en
la muerte del esposo de la hija. La acción de “Cosmos” está constituida por ideas que se
perfilan poco a poco y luego se vuelven nítidas. El protagonista le sigue la pista a estas
formas inestables para asociarlas con el mundo, pero constantemente le caen en el caos.

Al poner en juego intencionalmente elementos reales para configurar una idea que
previamente tiene en la conciencia, el joven lleva a cabo un acto desleal que perturba lo que
está observando. Por esta razón sólo conocerá entonces el resultado de esa perturbación. De
las cuatro narraciones que integran la novelística de Gombrowicz: “Ferdydurke”,
“Transatlántico”, “Pornografía” y “Cosmos”, “Cosmos” es la más extraña.
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WITOLD GOMBROWICZ Y LA CORVINA

“Como mi estancia en Potoczek, la finca de mi hermano Janusz, no curó del todo mis
pulmones, fui a pasar el verano a Rabka. Recuerdo que mi estancia en Rabka agravó aún
más mis relaciones con la gente, ya de por sí bastante tensas. Pero es que en aquella
estrafalaria pensión donde me instalé, me encontré frente a una colección de tipos que
parecía expresamente confeccionada (...)”
“Esa gente representaba la mezcolanza de estilos y lo más grotesco de lo polaco. Movilicé
enseguida todos mis rencores y me volví provocativo, lo cual no tardó en producir un
resultado desagradable con una damisela que había estado en Inglaterra: –Se nota que se
atracó de Inglaterra y ahora la está repitiendo en la mesa. La damisela me echó una mirada
fulminante y dijo algo a propósito de los mocosos mal educados (...)”

“Un señor muy autoritario y terriblemente digno, añadió unas palabras sobre la arrogancia
típica de los estudiantes insensatos. Cuando un juez retirado, reprendió violentamente a su
hija, yo me sentí aludido inmediatamente: –¡Hay que saber con quién se juega! Este señor,
según supe después, había reprendido a la joven por haber jugado a las cartas antes de
comer (...)”
“Sus palabras provocaron un cataclismo entre todos los presentes que no comprendía bien,
yo creía que la indirecta estaba dirigida a mí. Después de la comida se produjo un gran
movimiento entre los señores, ellos también habían jugado a las cartas antes de comer, se
sintieron por lo tanto ofendidos y le pidieron explicaciones al juez. Cada uno mandó un
emisario para preguntarle si se refería a él (...)”

“Al final llegó mi turno, me sentía enfermo, la suma de todas esas idioteces, esa notable
ausencia de civismo que nos caracterizaba a todos en esa maldita pensión de Rabka, me
sumió en un estado de terrible impotencia, de trágico desánimo. De esa forma se producían
en mí saltos de la bufonería a la seriedad, de lo cómico al sufrimiento real. Y seguía sin
poder resolver mi problema con la farsa polaca, con nuestro desequilibrio (...)”
“Se trataba de un océano en el que yo naufragaba pero que, a la vez, llevaba dentro de mí.
Desde Rabka hice una breve excursión a Zakopane donde una noche en un café me
encontré con Tadeusz Boy-Zelenski. No lo conocía personalmente pero sabía cosas de él:
escritor, inteligente, talentoso, europeo... Lo observaba de lejos, sorbiendo mi té. ¿Y si me
acerco? Estaba solo. La sala estaba vacía. Si me acerco, ¿qué le diré? (...)”

“¿Señor Zelenski, me permitiría unas palabras, aunque no tengo el honor de ...?; –Siéntese;
–Verá usted, yo soy un pasajero sentado sobre una silla, la silla está sobre una caja, la caja
sobre unos sacos, los sacos sobre un carro, el carro sobre un barco, el barco sobre el agua.
Pero, ¿dónde está la tierra firme y cómo es...? Nadie lo sabe; –No lo sabemos. Navegamos
y navegaremos en este barco polaco pero no tocaremos tierra hasta que no nos hundamos”
Tadeusz Boy-Zelenski era médico, escritor, poeta y crítico, tradujo además más de cien
clásicos de la literatura francesa. Fue el enfant terrible de la escena literaria de Polonia en la
primera mitad del siglo XX. Se convirtió muy pronto en una de las autoridades más
destacadas de la intelectualidad liberal y democrática que existía en Polonia antes de la
guerra.
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Criticó con dureza la doble moral del clero, promovió la secularización de la vida pública y
de la cultura, y fue uno de los mejores defensores de la igualdad de la mujer. Luchó en sus
ensayos contra la tradición romántica de Polonia, una forma que distorsionaba el
pensamiento de la sociedad sobre su pasado. Los nazis lo asesinaron junto a otros cuarenta
y cinco intelectuales polacos en el año 1941.
Este crimen de los alemanes se lo conoce como la masacre de los profesores de Lviv.
Gombrowicz se veía poco con Boy, apenas tenía contacto con las mujeres que lo rodeaban,
un séquito de segunda mano, mujeres de letras entradas en años que constituían el estado
mayor femenino del maestro. También había mujeres jóvenes y hermosas, actrices, poetisas
o a veces simplemente muchachas atraídas por el ambiente.

En este medio su belleza podía resplandecer si correr riesgos, pero estas jóvenes que venían
a buscar la vida fácil en la órbita de Boy, tenían una actitud deliberada, y su deseo de
emancipación era demasiado estereotipado, entonces, no resultaban atractivas y hasta
llegaban a ser irritantes. Cuando se propone llevar al teatro a “Ivona, princesa de Borgoña”,
lo consulta a Tadeusz Boy-Zelenski: “Pregúntale a Mira, ella te dirá”
Mira Ziminska era actriz, a más de ser inteligente tenía un gran sentido del humor, pero
Gombrowicz se llevaba mal con los actores, especialmente con las actrices, consideraba
que los intérpretes pertenecían a una clase inferior de artistas. “Con las actrices me
mostraba aún más implacable que con los actores, y tenía la costumbre de fingir que no las
conocía; me presentaba solemnemente a cada una de ellas en cada encuentro (...)”

“Un día, cuando me presenté cortésmente por quinta vez a una diva, ésta agarró un vaso de
agua y sin pensarlo dos veces me lo vació en la cabeza. Mira, por suerte, no me guardaba
rencor, pero sus horizontes teatrales no eran tan amplios como para poder apreciar una obra
tan innovadora como „Ivona‟. Me dijo que el principio no estaba mal, pero que el resto no
valía nada”
„Ivona‟ es una transición entre "Memorias del tiempo de la inmadurez" y "Ferdydurke", un
juego humorístico y una forma transitoria que Gombrowicz utiliza para ganar tiempo. Se
convirtió en la obra de teatro más atractiva para el público por su humor ligero y cruel y
porque su puesta en escena le permite al regisseur la libertad de movimientos en todos los
niveles y planos dramáticos.

Una de las ocupaciones principales que tenía Gombrowicz en la época en la que escribió
„Ivona‟ era decir sandeces en forma reiterada, sandeces que, sin embargo, le permitían
mantener y desarrollar lo que siempre fue para él la ley suprema: el estilo. La risa y el estilo
son pues los dos cánones de Ivona, el príncipe se rebela contra la ley de la naturaleza que lo
obliga a gustar tan sólo de mujeres atractivas.
Esta rebelión introduce un factor de descomposición que se manifiesta en vicios y
degeneraciones de todo tipo al punto que la corte se convierte en una incubadora de
monstruos. La acción comienza en una época indefinida en la que hay reyes, príncipes y
chambelanes. Los reyes y su hijo Felipe entran a un paseo arbolado anunciados por el son
de las trompetas.

La reina y el chambelán se complacen con la belleza del crepúsculo y el rey piensa en la


partida de bridge que jugará a la noche. Un mendigo pide limosna y el rey ordena que le
den cinco centavos para que el pueblo sepa que no es indiferente a sus problemas, la reina
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duplica la limosna inspirada en la puesta de sol, y el rey la sube a quince para que el
pordiosero sienta todo el peso del presente regio.
Los cortesanos hacen gestos de admiración. Los reyes se retiran, el príncipe se queda en el
paseo con dos amigos y entre los tres consultan el horóscopo del que el príncipe deduce que
las horas eran favorables para una aventura galante. Cipriano los anima a que desempeñen
la función de la alegre animalidad juvenil como muchachos jóvenes, para que los curas
tengan trabajo y funcionen como curas según el principio de la división del trabajo.

Felipe siente que empieza a recorrer el camino de siempre, buscar unas buenas piernas y la
dulzura de unos labios diciéndole que sí. Cada uno representa un papel, su padre forja el
alma de los súbditos y él seduce el corazón de las súbditas. Los amigos miran a una rubia
que pasa y él a Ivona que entra al paseo con dos tías. Como la joven carece de gracia uno
de los amigos empieza a burlase y el otro a ladrar.
El príncipe los interrumpe y se presenta a las tías como el hijo del rey. Las tías le cuentan
que están fastidiadas con Ivona, que tiene una tara fisiológica, en el invierno se hincha, en
el verano se congestiona, en el otoño le salen los sabañones y en la primavera le vienen los
flujos, que se podría curar si la sangre le circulara más rápido pues se pondría más alegre,
pero no se puede poner alegre porque tiene la sangre espesa, un círculo vicioso.

El príncipe se dirige a Ivona y le dice que le vienen ganas de pincharla con una aguja para
burlarse de ella, que le ha puesto los nervios de punta, y como la joven se calla empieza a
construir a partir de ese callar el porte y la conducta soberbia de una reina ofendida, en ese
momento decide que será de él y se la presenta a sus amigos. Cipriano se anuncia como el
conde de la mierda y Cirilo como el marqués de la colitis.
La dama de honor de la reina les pide piedad para la pobre muchacha. Y pobre muchacha es
el disparador final de la rebeldía de Felipe, decide casarse con ella y pedirle el
consentimiento a las tías. ¿Una broma?, si ella misma es una broma, si ella puede bromear,
él también puede bromear, sí él es príncipe ella es una reina orgullosa y ofendida a la que le
pide el honor de que le conceda la mano.

Cuando las tías le están agradeciendo la generosidad y la filantropía y los amigos, que no lo
pueden creer, lo maldicen, las trompetas anuncian la llegada del rey, la tías se escapan. El
rey se complace con la naturaleza donjuanesca de su hijo que heredó del padre, según dice,
y la reina lo reprende. Le pregunta qué clase de bicho es esa doncella a lo que Felipe le
responde que es su prometida.
El chambelán y la dama de honor le aclaran que es un chiste y el rey lo acepta como broma,
esa broma lo hace sentir más joven. El príncipe le explica que tiene bastante fortuna como
para someterse a los peores sacrificios, no está obligado a elegir la belleza, puede también
elegir un mamarracho, no acepta nada que pretenda esclavizarlo. El rey le recuerda que si
una chica es linda, está bien, y si es fea, buenas noches, es una ley de la naturaleza.

El hijo le responde que es una ley vulgar e injusta. El chambelán comenta que es vulgar
pero sabrosa; al rey todo eso le parece un síntoma del hastío que le producen a Felipe los
estudios universitarios en el Instituto Oficial de Construcción de Altos Hornos y sus
ocupaciones en el dominio cívico y social, para el chambelán el hastío proviene de la
facilidad que existe en los tiempos que corren para la práctica de juegos eróticos.
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La reina le recuerda que si sus juegos juveniles han dejado de gustarle y el bridge y el polo
no tienen atractivo para él le quedan todavía el fútbol y el dominó. El príncipe exclama que
se casa y listo, el rey se ofende y lo trata de mocoso insolente, que como lo está ofendiendo
en su propia casa se verá obligado a lanzarle el anatema, mientras la reina le ruega que no
lo haga porque es el buen corazón del hijo el que lo arrastra.

El chambelán le observa al rey que, necesariamente, la acción debe ser noble pues si no lo
fuera el casamiento sería un escándalo. El rey aprecia la nobleza desproporcionada de la
acción pero el hijo le aclara que no es por nobleza que lo hace; Margarita, la reina, le ruega
a su Fitito que no los contradiga, que lo autoriza a que les presenta a la prometida, el
chambelán y los cortesanos lanzan suspiros de admiración.
En el momento que el príncipe presenta a Ivona el chambelán le pide a la joven Ivona en
voz baja que haga una reverencia, como no la hace se lo pide Felipe, después la madre,
después el rey y otra vez el príncipe, pero Ivona permanece impávida. La reina le
manifiesta al príncipe que están en el cenit de la emoción y a la joven que en adelante serán
padres para ella.

El espíritu evangélico los colma de felicidad y la belleza se encuentra en la cimas más


elevadas del espíritu. El rey, a solas con Margarita y el chambelán, se desespera, fueron
ellos los que tuvieron que hacerle la reverencia al monstruo horrible y no ella a los reyes, la
reina le recuerda que a pesar de esa falta de modales la acción es bella. El chambelán
concluye que cuanto más horrible es la novia más bella debe ser la acción.
Él tratará de descubrir las verdaderas intenciones del príncipe pues no conviene exacerbar
su rebeldía. Felipe entra a su aposento con Cirilo, Ivona y un criado, echa al criado y le dice
al amigo que habría que atarla a la pata de la mesa para que no se escape. Piensa que su
novia es un monstruo al que hay que cazar del mismo modo que los cazadores solitarios y
nocturnos cazan a los búfalos.

Cirilo protesta pues no se puede entender con él, entonces Felipe le dice que es justamente
por el hecho que ella no tiene derecho a gustarle a nadie que se siente príncipe hasta la
médula de los huesos, que uno nunca conoce su verdadera superioridad hasta que encuentra
a alguien inferior, que ser príncipe para los demás no vale realmente nada, que él quiere ser
príncipe para él.
Ivona responde con el silencio a todas las preguntas que le hacen probablemente porque
está asustada y ofendida, pero como les dice que no está asustada ni ofendida empiezan a
investigar cómo funciona ese mecanismo. Es apática porque es dejada y es dejada porque
es apática, una dialéctica monstruosa, un sistema cerrado, tiene miedo porque es tímida y es
tímida porque tiene miedo, mientras tanto Ivona permanece impávida.

Le buscan desesperadamente una virtud, por más pequeña que fuere, cuando le preguntan si
cree en Dios les responde que sí con un gesto de desprecio. Se les ocurre que utiliza a Dios
como una pantalla para ocultar sus enfermedades, es una pena que no se la pueda curar con
vitaminas pues no asimila los remedios. El príncipe descubre que lo está devorando con los
ojos con una debilidad libidinosa y desvergonzada.
Decide asarla al fuego como si fuera una babosa. El chambelán les pide a los cortesanos y a
las damas que no se rían. El príncipe les presenta a Ivona, le responden con admiración y
asombro, le ruega a su prometida que les dirija la palabra y le advierte a los invitados que
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es delicada, orgullosa y tímida. Cuando la invita a que se siente ella hace un ademán para
sentarse en el suelo.

Una de las damas le susurra al príncipe que se han dado cuenta de que el golpe teatral que
está dando es contra ellas, que se compromete con esa infeliz para ponerlas en ridículo, a
Yolanda con sus ungüentos y máscaras faciales, y sigue luego una cadena interminable de
los reproches que se hacen unas damas, de las dentaduras y de los pechos postizos, de las
espaldas torcidas, de los zapatos ortopédicos.
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Los cortesanos se empiezan a reír de los defectos de las damas, el chambelán le advierte al
príncipe que ha hecho cundir el pánico entre el bello sexo. Un cortesano, después de
muchas dudas, les confiesa que ama a Ivona, que todo lo que estaba ocurriendo le parecía
una infamia, que en un principio tenía ganas de protestar pero después le pareció mejor
desistir de la protesta.

Felipe se atormenta, de golpe el momento se vuelve sagrado, le pide perdón a su prometida


pues de repente descubre que puede despertar amor. Ivona llora. Inocencio confiesa que las
chicas mejores le resultaban terriblemente difíciles mientras que con ella no había
problemas. Ni ella ni él podían encontrar algo peor, basta de remates al mejor postor, que
de esa manera se respira tranquilidad.
Sin embargo está celoso y le habla con pasión. Ivona le grita que se vaya. A partir de ese
momento el príncipe siente que Ivona está enamorada de él, a pesar de que la humilla y la
atormenta lo ama, lo ama porque no la puede tolerar. Ivona calla. Si es su bienamado no
podrá dejar de quererla, es necesario que la ame y la amará. Le pide a Ivona que se ponga el
sombrero para ir de paseo, y mientras caminan intentará amarla.

El chambelán le dice a Cirilo que una mujer joven realmente desagradable puede obligar al
joven que se le acerca confiado y entusiasmado a llevar por delante las cosas, a realizar
actos horriblemente atroces que un gentleman no puede conocer, pues si los conociera no
sería gentleman. Entran Ignacio y Margarita, el rey se caga en Dios y se pregunta qué
mierda habrá inventado Felipe para que las damas estén tan alborotadas.
Se le están quejando a la reina de que se comprometió con ese mono para burlarse de los
dientes y de los senos postizos de las señoras, y la reina se queja de que los caballeros están
haciendo bromas fuera de lugar. El chambelán les advierte que es mucho más que eso, que
el príncipe la ama, que el hecho tiene algo de explosivo, que hay que desconfiar y tener
cuidado, que puede provocar un estallido general.

En una sala del palacio el príncipe habla con Cirilo, está susceptible, piensa que ahora es él
el hazmerreír de la gente, no está acostumbrado a que la chusma se burle de él. El rey y la
reina le preguntan a Ivona si está satisfecha, si le gustan las peritas con azúcar y crema
fresca. Ivona calla. El criado anuncia la llegada del médico que va a revisar a la novia antes
del compromiso.
La reina le dice al hijo que la decencia exige que Ivona salga del mutismo absoluto en el
que ha caído, que le ha brindado su corazón de madre y pasado por alto sus defectos, el
príncipe le responde amenazante que debe amarla, que nadie puede atreverse a dejar de
amarla. La reina y el chambelán le insinúan al rey que, quizás, en vez de inspirarle amor le
inspira miedo.

El rey no encuentra motivos para que le tenga miedo pero sí los encuentra para el hastío
que le deben producir a la joven los cargoseos de Margarita. La reina y el chambelán
insisten, le piden que se familiarice con ella para que se habitúe a la corte, que se la van a
mandar con cualquier pretexto. El chambelán le aconseja que le sonría, el ir y venir de las
sonrisas traerá la afabilidad.
Ignacio se imagina que tendrá que sonreírle y hacerle las reverencias, y la tarada estará
cagada de miedo, le pide al chambelán que no lo deje solo. Empieza la conversación
preguntándole por las novedades, ella le contesta que hay un ovillo de lana y se calla. El rey
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se acerca unos pasos y le pregunta si tiene un poco de julepe, ella retrocede, se le aproxima
más aún y le dice que es padre como un hombre cualquiera.

Ella retrocede bruscamente y deja caer el ovillo de lana, el rey aúlla de rabia y el chambelán
le dice que así no. El rey empieza a putear y la joven se escapa. El chambelán comenta que
Ivona no sabe asustarse de una manera elegante y picante como algunas damas, tiene un
miedo desnudo, un miedo en pelotas. El rey se acuerda de que cuando todavía no era rey,
en ese mismo desván, tuvieron una aventura con una costurera.
La costurera también tenía miedo, después se suicidó, tenía el mismo aire de maltratada, la
asociación se le apareció con una fuerza infernal. Entra la reina y el rey le pide que no se le
acerque, que tiene derecho a tener un capricho, que si no salió bien la cosa es porque se
acordó de algo que le concernía a ella, que cuando miraba la forma de moverse, de
temblequear y de rumiar de la tarada pensaba en cierto abandono de ella.

Le recordaba su dejadez, su descuido y su asquerosidad. La reina le pide que no le falte el


respeto. Cuando el rey se va la reina sermonea a la dama de honor por hacer monerías
frente al espejo como lo estaban haciendo todas las señoras desde que la desdichada
apareció en la corte. Intrigada por lo que le dijo el rey se le ocurre que alguien puede
haberle mostrado el cuaderno donde escribe poesías.
Es probable que exista una relación entre el abandono y la asquerosidad de Ivona y sus
poemas demasiado líricos, y entonces empieza a maldecir sus ensoñaciones, sus éxtasis, sus
delirios y sus confesiones. El príncipe le pregunta a la madre por qué el rey espanta a su
prometida, por qué se abalanza sobre su novia para injuriarla, por qué Ivona le recuerda al
padre algunos pecados de ella.

Felipe está confundido, ¿así que el padre se arroja sobre Ivona porque la madre tiene
pecados? Entra el rey y otra vez le pide a la reina que no lo mire, la madre le dice al hijo
que no haga tonterías, entonces el príncipe termina confesando que no la ama, que se siente
estúpido y que se comporta de una manera idiota con Ivona. Felipe empieza a saludar a los
padres, el rey le pregunta qué bicho lo picó.
El príncipe le dice que con Ivona uno puede permitirse cualquier cosa, y lo saluda al
chambelán que retrocede disgustado, que todo el mundo puede tocarla y hacer lo que quiera
porque ella no va a protestar. Cuando se retira la dama de honor el príncipe le besa la nuca
y después le besa la boca, Isabel lo rechaza y le dice que es un atrevido, pero él la abraza y
la besa otra vez,

Tiene el propósito de hacerla sufrir a Ivona y pide que se la traigan mientras le declara su
amor a Isabel. Le confiesa a Ivona que la está engañando con Isabel, que ya no es más su
prometida, le besa la mano a la dama de honor, le pide a Ivona que no se quede plantada
delante de él y le comunica a Isabel que anunciará de inmediato su compromiso nupcial con
la dama de honor.
Como Ivona no se mueve le pide a Cirilo que traiga de inmediato a Inocencio, su amante
anterior, le dice a Ivona que no tiene ningún remordimiento, que es frívolo y no tiene
piedad, que si no se va ella se pueden ir ellos. Ivona se inclina y levanta del suelo un pelo
de Isabel. Inocencio protesta pero el príncipe lo obliga a callarse y le pide a Ivona que le
devuelva el pelo, Isabel le recuerda que tiene otros pelos.
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Felipe insiste en que le devuelva el pelo porque tiene el presentimiento que es a ellos a
quienes lleva en ese pelo. Da órdenes de que no la dejen salir del palacio y demora el
anuncio de la ruptura de su compromiso. Cirilo sospecha que todo va a empezar de nuevo
pero el príncipe le asegura que la historia terminó haciéndole un gesto con la mano de que
la va a decapitar.
Cuando el amigo le dice que devolviéndola a su casa ella desaparece le contesta que
prefiere matarla, está enamorado de Isabel, no le preocupan los sufrimientos de Ivona, pero
sí le preocupa que si se va los lleva con ella, a él y a Isabel, tiene que matarla y le pide
ayuda a Cirilo. El canciller le pregunta al rey qué vestimenta debe llevar el embajador en su
viaje a Francia.

El rey le contesta que vaya en pelotas, pide disculpas y le da libertad para que se vista como
a él le dé la gana pero que pague de su bolsillo. El mariscal le pregunta que desearía comer
en el compromiso del príncipe con Ivona, le responde que cagadas y escupidas, se disculpa
enseguida. Cuando el juez supremo le pide gracia para un viejo servidor, vocifera que nada
de indultos, que le corten la cabeza, les exige a todos que no lo miren y los echa.
El rey escondido detrás de un sillón le dice al chambelán que le gustaría saber qué cosas
hace Margarita cuando nadie la ve, está empezando a sospechar que lo engaña. Le habla de
la prosperidad de la inmoralidad, el cinismo y la desvergüenza, de que si pasara por ahí
Ivona podría matarla, que ya otra vez lo habían hecho. El chambelán lo previene de que es
necesario, debido a los momentos que se viven, conservar la urbanidad y el tacto.

En el banquete se podría servir un plato de pescado con muchas espinas como la corvina.
Ivona se pone nerviosa delante de la gente, casi se ahoga con una papa, la corvina es un
pescado difícil. El rey lo aprueba, esa idiotez es tan grande que no puede despertar
sospechas. Entra la reina y el rey se esconde tras el sillón otra vez. Margarita saca un
cuaderno de poemas de amor y recita.
Se siente humillada por la semejanza que encontró el rey entre sus escritos e Ivona y está
decidida a matarla con un veneno volcando unas gotas en su medicina. Pero la tiene que
matar con otro aspecto, se desordena el cabello, se pintarrajea y cuando está por entrar al
cuarto de Ivona el rey se le echa encima y la detiene. Le dice que es un monstruo, una
infame y ella se desmaya.

Cuando Margarita se despierta el rey le dice que ellos saben como matarla, que hace mucho
tiempo habían ahogado a otra tarada. La reina no está de acuerdo, el rey le dice que la
asesinará con estilo y majestad y de una manera tan idiota que nadie podrá pensar mal, que
en el banquete de la noche se iba a manducar una corvinita a la crema exquisita. Margarita
le dice que ni loca piensa servir corvina.
En ese momento el rey le pide al chambelán que le alcance la corona, la reina retrocede
aterrada mientras Ignacio la amenaza con pegarle y le exige que prepare y sirva la corvina.
El rey se tranquiliza y le ruega que invite a los dignatarios más snob, a los viejos
profesionales de la arrogancia capaces de paralizar a cualquiera. No quiere ver más
emociones ni éxtasis.

Le pide que termine con su poesía, que ella es más que esos versitos, que es la reina. A la
noche todas sus chicas deberán exhibir su elegancia hasta reventar, quiere una recepción
brillante, le ordena que vaya a cocinar. El rey y el chambelán escuchan pasos y se
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esconden, entra el príncipe con un cuchillo en la mano y Cirilo con una bolsa. Desde fuera
del cuarto ven como Ivona bosteza y caza moscas.
Felipe aprieta el cuchillo y se prepara, cuando Ivona se queda dormida le pide a Cirilo que
lo haga por él porque es tan fácil como degollar un pollo, Cirilo no se anima, entonces le
pide que se vaya, que lo hará solo. Ivona suspira, entra Isabel, se espanta y les recrimina a
los dos que se estén preparando para ser asesinos. El rey escondido desea que la mate,
Isabel le dice qué es de él en cuerpo y alma, que se ocupe de ella.

Sin embargo el príncipe siente que todos están en el interior de Ivona, que los arrastra por el
barro y hace de ellos lo que quiere. Isabel le ruega que la bese, el príncipe la observa a
Ivona que ronca y traga saliva, Cirilo le pide que bese a Isabel, el rey en silencio también lo
anima, Isabel ofendida se niega a mendigar besos, Felipe le implora que se quede, que no
quiere perderla, que el beso será la salvación.
La abraza y le pide que le diga que lo ama, Isabel se niega. Ivona aparece en la puerta
restregándose lo ojos. El rey sale de su escondite y lo azuza al hijo para que mate a Ivona,
le dice que hay que darle duro a la tarada, el chambelán lo contiene e Isabel los convoca a
una huida general mientras el rey lo exhorta al hijo para que la degüelle viva con ánimo y
valor.

Entra la reina vestida de gala con los invitados, los criados traen las mesas del banquete,
entonces el rey se acuerda de la corvina y le pide al hijo que se detenga, que se arregle la
corbata y que se pase un peine, y al chambelán que le alcance la corona. El rey le ruega a
todos los invitados que se ubiquen y que sienten frente a los reyes a la futura nuera. Los
invitados hacen reverencias.
El rey les explica que se celebra la comida en honor a Ivona a la que condecora con el título
de Princesa de Borgoña. Los invitados aplauden y se deleitan con la corvina. El rey y el
chambelán la estimulan para que coma, Ivona empieza a comer, Ignacio le dice que tenga
cuidado con las espinas. Ivona se ahoga. La reina y los invitados se lamentan de la pobre
desdichada y se van retirando poco a poco mirando el cadáver de Ivona.

Mientras el príncipe y el chambelán constatan que se murió atragantada con una espina la
reina piensa en el luto, acaricia los cabellos del príncipe y le dice que está con él. El
chambelán le ordena a los criados que la preparen para las pompas fúnebres y se pone de
rodillas, todos se arrodillan excepto el príncipe. El chambelán y la reina le piden que se
arrodille. El príncipe se arrodilla.

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CRIMEN

Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A
los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar,
usaba la táctica del pájaro cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –
¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se
había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
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A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio Kotska en el que, por una cosa o por
la otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad. “Pasé ese verano en la
costa del Báltico, en Spot. ¿Qué iba a estudiar en la universidad? A decir verdad no me
atraía nada, tal vez algo la filosofía, aunque ya en aquella época me daba cuenta que para
saber un poco de filosofía bastaba con ir a una librería (...)”

“Una vez en la librería debía comprar unos cuantos libros y leer en lugar de perder el
tiempo escuchando conferencias y asistiendo a seminarios. Finalmente escogí la Facultad
más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad de Derecho. En el otoño comencé
a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad.
El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible (...)”
“Mis compañeros de curso tampoco se mostraron demasiado interesantes. Cuando leo en
los diarios de Zeromski sus años universitarios saturados de colorido, ricos en amistades,
política, sueños, poesía y declamación, llenos de lo que él denomina „la genial charlatanería
estudiantil‟ le tengo envidia, ya que a mí el destino me escatimó ese entusiasmo. Mi
madurez se manifestaba en la convicción de que „la vida es la vida‟ (...)”

“Ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis
colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía
aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo.
Acabé la carrera de derecho. En el último examen de la Facultad me sucedió un hecho tan
insólito que sólo podría ser comparado con el premio gordo de la lotería (...)”
“Tras unas cuantas preguntas, a las que respondí bien, me dijo el profesor: –Ahora, busque
este artículo en el código. Yo no había mirado el código en mi vida, no sabía si buscar el
artículo al principio o al final, pensé: me ha embromado, de igual modo abrí el libro al azar.
Y ¿qué ocurrió?, encontré precisamente el dichoso artículo, a pesar de que el libro era muy
gordo y de papel muy fino: –Ya veo que usted conoce muy bien el código (...)”

“Terminada la carrera ¿qué haría? Por nada del mundo quería ser abogado o juez. Estaba
hasta la coronilla del derecho: cuando su sutileza y precisión tropezaba con la vida, se
armaban unos „quid pro quos‟ increíbles. En teoría el derecho debía ser una síntesis de
exactitud y de lógica, pero en la práctica se despachaba a los criminales rápido y corriendo,
como sea, de cualquier manera y cuanto antes (...)”
“Al final llegué a odiar esa ciencia pretenciosa, tan vulgarmente desenmascarada por la
vida que se sentaba en el banquillo”. Para calmar la irritación que tenía el padre a raíz de su
holgazanería Gombrowicz inició sus prácticas de pasante con un juez de instrucción en los
tribunales de Varsovia. En esa época escribe cuatro novelas cortas, eran los años de su
práctica no rentada en los tribunales.

Trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con


un hampa de diversas clases. “Los jueces de instrucción ejercían sus funciones en un
edificio de la calle Nowy Zjazd, a orillas del Vístula. Mi jefe, el juez Myszkorowski, tenía
asignados dos cuartos que daban a un largo pasillo atestado de presos y de policías. En el
primer cuarto, nosotros, los pasantes, teníamos tres escritorios (...)”
“El otro escritorio estaba ocupado por el juez. Nuestra tarea consistía básicamente en
instruir los expedientes penales dirigidos al tribunal de primera instancia. Se trataba de
asuntos judiciales bastante serios, el juez me entregaba el dossier de la investigación
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preliminar llevada a cabo por la policía. Durante el año y pico que trabajé en el despacho
del juez tuve ocasión de tratar con un hampa de diversas clases (...)”

“Autores de asesinatos, crímenes políticos, eróticos, robos, estafas. Tratábamos a veces con
algún loco o teníamos que asistir a autopsias, lo cual no podía ser incluido entre las cosas
agradables. Pudiera parecer que de este contacto con la miseria y el crimen debería haber
sacado enseñanzas de suma importancia. Sin embargo, no fue así, sucedió en cambio lo
contrario (...)”
“Había constatado desde hacía tiempo que el hombre no se habitúa a nada tan rápidamente
como a ese bajo fondo de la existencia, sobre todo si contacta con ellos profesionalmente,
como médico o como juez. El trabajo en el tribunal no me ocupaba demasiado tiempo, en
total unos dos días por semana, el resto del tiempo lo ocupaba leyendo. Devoraba al azar
una cantidad considerable de libros (...)”

“Volví también a otra de mis ocupaciones abandonada hacía tiempo: escribir. Esta vez, sin
embargo, ya no se trataba de obras abortadas en su propia concepción, sino de un trabajo
sagaz y calculado para dar un resultado concreto. Me puse a escribir obras cortas, es decir,
cuentos, con la idea de que si no salían bien esos cuentos los quemaría y empezaría de
nuevo a escribir otra cosa (...)”
“A pesar de vivir en Varsovia, a pesar de mi trabajo presente de pasante, seguía siendo un
muchacho de campo, un producto típico de mi universo terrateniente, pero aún así me iba
introduciendo poco a poco en el mundillo artístico. Por el mismo tiempo me absorbió otra
pasión: el tenis. Me inscribí en el club deportivo Legia y quedé cautivado. Me sumergí en
el ambiente del club (...)”

“Las rivalidades, la jerarquía que se establecía entre los jugadores, todo esto hizo que el
tenis fuera para mí algo infinitamente más sublime de lo que había sido en la época en la
que lo practicaba como amateur en diversas canchas campesinas. Empecé a jugar con
pasión e hice algunos progresos, aunque nunca llegué a ser un jugador destacado”.
Gombrowicz se divertía jugando al tenis y escribiendo cuentos.
No consideraba a sus prácticas de pasante en los tribunales de Varsovia como un trabajo
verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Se le estaba presentando la posibilidad de
realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los
propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos
dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida.

En esa época escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa
Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”. Gombrowicz se sintió desde muy
joven como actor de una mala obra teatral, con un papel estrecho y banal, y sin ninguna
posibilidad de lucirse, así que se fue preparando poco a poco con la conciencia de esta
inferioridad esperando tiempos mejores.
Lo que sí sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la
situación. En el año que trabajó como pasante en los Tribunales de Varsovia se dio cuenta
de que esta característica suya era innata, no creía de ninguna manera que la persona a
quien se atormentaba con preguntas taimadas fuera de veras culpable. Se inclinaba más
bien a pensar que el reo había tenido mala suerte al dejarse pescar.
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Esa convicción sobre la inocencia absoluta del hombre no era la consecuencia de ningún
pensamiento determinista, era un pensamiento espontáneo que no podía combatir. “Esto
creaba en ocasiones situaciones extrañas. Una vez, en el tribunal de primera instancia,
donde había sido destinado para desempeñar funciones de escribiente, el presidente, tras
haber ordenado la suspensión de la sesión, me mandó preguntar algo al acusado (...)”
“Me acerqué al banquillo y le tendí mi mano al reo; sólo las miradas estupefactas de los
abogados hicieron que me diera cuenta de mi metida de pata”. Decide permanecer en la
localidad de Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que en su gran
mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha y de lo más
reaccionaria.

Sus partidarios se escandalizaban por las relaciones que mantenía Gombrowicz con centros
de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese
momento renunció a la continuación de su carrera jurídica. Mientras Kafka se puso sobre
los hombros todos los crímenes y las culpas del mundo podríamos decir que Gombrowicz
hizo todo lo posible por quedar libre de culpa y cargo.
“Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo. Yo no
sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa
de un intenso sentimiento de culpa. Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor
de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido,
pero no supe adónde enviarla y la destruí”.

El sometimiento de un hombre a un juicio surgido de la convivencia humana es algo


extraño. Se somete sin preguntar siquiera si ese juicio es justo o no, ésta es la consecuencia
que saca Gombrowicz de su convicción espontánea de que el hombre es inocente por
naturaleza. Esta convicción la podemos deducir del comportamiento de los personajes en
toda su obra para un rango que cubre las oscilaciones que van desde el amor al crimen.
En el año 1929 Gombrowicz escribe “Crimen premeditado”. La convicción de que el
hombre no era culpable de nada lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía
más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares
del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente
establecida dentro de su propia lógica.

Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el
origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un
holgazán. Es evidente la relación que existe entre el asunto de “Crimen premeditado” y su
actividad profesional. El juez le entregaba expedientes con la investigación policial
preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía jugar al ajedrez..
Trataba con locos, asistía a autopsias, pudiera parecer entonces que Gombrowicz debiera
haber sacado enseñanzas importantes del contacto con la miseria y con el crimen, pero no
fue así. Los Tribunales de Varsovia llegaron a ser para Gombrowicz una especie de agujero
negro por el penetraba en la miseria de la existencia. Pero los jueces y los abogados, aunque
mejores que los propietarios terratenientes, se hallaban lejos de la perfección.

La vida miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los


terratenientes, pero esa intelligentsia urbana de los jueces y los abogados también estaba
desfigurada por su modo de vivir, ellos también eran caricaturas. Había que destruir esa
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forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad
para establecer con ella una relación creativa.
Las relaciones entre el crimen, la culpa y la condena son asuntos que Gombrowicz
desarrolla magistralmente en “Crimen premeditado”. De la casa de Ignacio K. solicitaron la
ayuda de un juez para resolver un problema patrimonial. El funcionario llegó a la noche, lo
atacaron los perros y tuvo que meterse de apuro en el coche. Finalmente pudo anunciarse
como el juez de instrucción H. y manifestar el deseo de verse con el señor K.

El joven Antonio lo hizo pasar y le dijo que era hijo del anfitrión. Su hermana Cecilia, que
los esperaba en una sala pequeña, con excepción de una cara bonita, pertenecía a la clase de
las jóvenes carentes de reacciones, indiferentes y despistadas. Le dieron la bienvenida,
estaban temerosos, pero no se sabía de qué tenían miedo. El juez preguntó si el señor K se
hallaba en casa y los hermanos respondieron afirmativamente.
La cena fue sombría, el apetito del hambriento juez resultaba extraño tanto a los hermanos
como a Esteban, un criado. Cuando terminaron de cenar entró la madre, la señora K., se
sentó sin pronunciar palabra, miró con severidad al juez y después de unos minutos le
comentó que quizás estuviera molesto por haber hecho un viaje sin sentido puesto que su
esposo había fallecido anoche.

El juez muy sorprendido le dio las condolencias y balbuceó algo referente al respeto y
aprecio que siempre había tenido por el difunto. Como el visitante estaba acostumbrado a
los cadáveres provenientes de los asesinatos, en vez de pedir permiso para ver al difunto, lo
pidió para ver el cadáver, una palabra que produjo un efecto desafortunado, la viuda rompió
a llorar y le tendió una mano que el juez besó con humildad.
El protagonista permaneció allí, mirando sus manos temblorosas sin que se le ocurriera
nada, sintiendo que su situación a cada minuto se volvía más embarazosa. La señora lo
acompañó a ver a Ignacio. Mientras subían al piso superior le comentaba que fue un golpe
terrible, que los hijos estaban aturdidos y no decían nada, que Antonio estaba disgustado
con ella porque le temblaban las manos.

Su hijo no debería haber tocado el cuerpo y esperaba que no enfermara por haberlo tocado,
sin embargo, algo se tenía que hacer, hubo que arreglarlo, que Antonio no había llorado en
ningún momento, que ella le rogaba al cielo para que pudiera llorar. Cuando la viuda abrió
la puerta el juez se arrodilló e inclinó la cabeza sobre el pecho, el muerto estaba en la cama
tal como había fallecido.
Su cara azul e hinchada indicaba la muerte por asfixia, muy común en los ataques al
corazón. El juez se persignó, rezó una plegaria e hizo un comentario sobre la nobleza de los
rasgos del difunto Se volvió a arrodillar otra vez a dos pasos de un cadáver que no tenía
derecho a tocar. Desde su llegada todo lo que había hecho le resultaba falso y pretencioso,
como la representación de un actor mediocre.

Cuando por fin se halló en su habitación se sacó el cuello y lo arrojó al piso para pisotearlo,
estaba furioso, sentía que lo estaban poniendo en ridículo, que aquella mujer malvada había
preparado todo muy hábilmente. Le exigía que le rinda homenaje, que le bese las manos,
que tenga sentimientos. Le daba rabia que no hubieran tenido en cuenta su carácter de juez
de instrucción, y que en la casa había un cadáver.
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Era evidente que una cosa estaba relacionada con la otra, un huésped que accidentalmente
resulta ser un juez de instrucción al que no le envían el coche y se resisten a abrirle la
puerta. A alguien le molestaba su presencia, lo obligaban a arrodillarse y a besar manos con
el pretexto de que el finado había muerto de muerte natural. Había algo irregular en todas
estas coicidencias.

Echó mano a toda su agudeza y empezó a establecer la cadena de hechos, a construir


silogismos, a seguir los hilos y a buscar pruebas. A la mañana siguiente se puso a hablar
con el otro criado, le confirmó que Ignacio había muerto en la habitación de arriba,
también le dijo que Esteban dormía con el mayordomo en un cuarto junto a la cocina, y que
él dormía en la despensa.
La señora dormía con el señor pero una semana antes de la muerte de Ignacio se había
mudado al cuarto de la hija, y Antonio dormía en la planta baja junto al comedor. Al juez le
resultó extraño lo de la mudanza de la esposa pero se propuso no sacar conclusiones
apresuradas. Cuando la viuda le preguntó si ya se iba le respondió que le gustaría quedarse
un poco más.

La viuda murmuró algo sobre el traslado del cadáver y le preguntó con poca convicción si
estaría presente en el funeral. El juez le respondió que sí, que era un gran honor para él
estar presente y le pidió permiso para ver el cadáver otra vez. A juzgar por las evidencias el
hombre había muerto de muerte natural, sin embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del
cadáver con un dedo.
La viuda se alarmó pero el juez siguió revisando el cuello y examinado la habitación. Lo
único que desentonaba en el conjunto era una enorme cucaracha muerta. Finalmente se
decide y le pregunta a la viuda por qué se había mudado a la habitación de la hija, le
responde ofendida que porque su hijo se lo había recomendado, para que Ignacio tuviera
más aire pues ya se había estado asfixiando durante todo una noche.

La mujer está preocupada, el juez le pide que no trasladen el cadáver hasta el día siguiente,
ella se yergue, lo desafía con la mirada y abandona la habitación. Pero, nada, sólo la
cucaracha aplastada junto al tocador, es como si el cadáver, contemplando el cielo,
estuviera diciendo que había muerto de un ataque cardíaco. El juez salió de su habitación
para dar un paseo alrededor de la casa.
Cuando entró al comedor Cecilia y Antonio se alejaron rápidamente mientras los sirvientes
preparaban la mesa para el almuerzo. La señora estaba aterrorizada y le preguntó a la hija si
el juez ya se había ido, no comprendía qué andaba buscando, que Antonio no lo iba a
tolerar porque estaba cometiendo una injuria. Cuando el juez le pregunta a Antonio si lo
quería al padre, le responde que lo quería bastante.

El día de la muerte había dormido en su habitación de la planta baja. Mientras el juez se


lavaba las manos en su cuarto entró el mismo criado de la mañana para preguntarle si
necesitaba algo. Le contó que la noche de la muerte del señor Ignacio Antonio lo había
encerrado con llave en la despensa, no estaba dormido a pesar de que era la medianoche y
lo había escuchado, le pidió al juez que no lo comentara.
Pero si en el tribunal le hubieran preguntado al juez en qué se basaba para afirmar que ese
hombre había sido asesinado, tendría que haber respondido, que en el comportamiento
extraño del hijo, en que todos se comportaban como si lo hubieran asesinado aunque la
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autopsia hubiera demostrado que había muerto de un ataque cardíaco. En la mesa el juez se
mandó una larga perorata sobre la naturaleza del crimen.

El crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las formalidades médicas y
judiciales, los detalles son externos. De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su
servilleta y, con las manos más temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa
exclamando que era un malvado. El juez le dice que si él era un malvado que le explicara
entonces por qué habían cerrado la puerta con llave.
Estaba pensando en la puerta de la despensa en la noche de la muerte de Ignacio. Cecilia
dice que fue ella, la madre aclara que ella se lo ordenó, pero se referían a la puerta del
cuarto de ellas. Antonio manifestó que no podía decir porque había cerrado la puerta y
abandonó el comedor. El juez pensó que el cadáver, sin embargo, debía haberle preocupado
a esa banda de asesinos.

A la medianoche Antonio golpeó su puerta y lo hizo entrar, el joven le dijo que o se iba
inmediatamente de la casa o le hablaba con claridad. El juez se decide y le dice que está
pensando que su padre había sido estrangulado. Se ponen a reflexionar entre los dos y
concluyen que nadie pudo haber entrado a la casa desde afuera así que sólo existían seis
sospechosos, tres de la familia y tres de la servidumbre.
Pero el paso de los sirvientes había sido cerrado por Antonio que no sabía por qué lo había
hecho. Como la madre y la hermana también habían cerrado la puerta de su cuarto sin saber
por qué, el único sospechosos que quedaba era Antonio, y otra cuestión que lo volvía
sospechoso es que no había llorado, y que se sentía feliz por la muerte de su padre. Pero
nadie había estado en el cuarto de Ignacio.

Nadie podía haber estado porque Antonio, no sólo había cerrado la puerta de la despensa,
sino también la de su propia habitación. Antonio murmuraba que como todos temían que el
padre se muriera, posiblemente, por miedo y por pudor se habían encerrado con llave,
porque todos querían que Ignacio resolviera por su cuenta sus asuntos. Cuando el juez se
volvió a preguntar quién lo habría hecho entonces, Antonio se quebró.
Le respondió que había sido él, que lo había hecho maquinalmente, que en un minuto había
estrangulado a su propio padre, había regresado a su cuarto y se había dormido. El juez le
hizo ver a Antonio que, sin embargo, existía una pequeña dificultad, una formalidad nada
importante: el cuello de Ignacio no revelaba huella alguna de estrangulación, el cuello no
había sido tocado.

Dicho esto se deslizó por la puerta entreabierta y se fue a esconder en el guardarropa del
cuarto donde yacía el cadáver. Esperó largo rato hasta que, finalmente, la puerta se abrió,
alguien se deslizó en el interior y enseguida escuchó un ruido espantoso, la cama crujió
estruendosamente, después los pasos se retiraron sigilosamente. Luego de una hora el juez
salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban revueltas.
“El cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las impresiones de diez
dedos. Las formalidades se habían cumplido ex post facto. Aunque los peritos no
estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares (alegaban que había algo que
no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a la plena confesión del asesino,
como una base legal suficiente”
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WITOLD GOMBROWICZ, EL OMBLIGO Y EL CULO DEL MUNDO

“Por aquel entonces escribía cuentos a escondidas y en mi cabeza no entraba otro proyecto.
Pero mi familia había tomado la decisión de enviarme a París a continuar mis estudios y yo
no estaba tan loco como para resistirme. Por supuesto, podía ir a París, tanto más cuanto
que esos estudios me permitían aplazar ese servicio militar al que temía con verdadero
pánico (...)”
“En el Instituto de Altos Estudios Internacionales donde estaba matriculado, había muchos
jóvenes interesantes llegados del mundo entero, pero de nada me servía porque iba muy
poco a la célebre escuela y me había hartado de estudiar. En París no visité ningún museo y
toda mi estancia allí se limitaba a andar tontamente por las calles parisienses si hacer
absolutamente nada (...)”

“Cuando se lo cuento a los argentinos que durante años han guardado dinero en el calcetín
para poder permitirse una peregrinación a la Ville Lumière sus dientes crujen. Sin embargo
mi indiferencia por París no era más que una apariencia. El chino Chou, a quien
cariñosamente llamaba Mon chou, me arrastró a uno de los cafés cercanos al Panteón y me
presentó a sus amiguetes (...)”
“Era una juventud con estímulo, vivaz, violenta, incisiva, que poseía una notable capacidad
para la formulación. Venían al café también unos cuantos curas, sospecho que más bien por
el placer de discutir que para luchar contra los incrédulos. Yo me comportaba con extrema
reserva. Mi instinto me aconsejaba no llamar la atención. Estaba contento cuando se me
tomaba por un inglés, pero una noche tuve con ellos un pequeño altercado (...)”

“¿Le gusta París?; –Así, así. A decir verdad no he visitado nada; –¿Por qué?; –No me gusta
levantar la cabeza delante de los edificios y, en general, las visitas turísticas me aburren y
deprimen; –¿Así que París no ha tenido la suerte de caerle en gracia?; –Bueno... más o
menos... no mucho; –Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la Place de la
Concorde?; –Cómo no, siento respeto por todo ese Gótico y por el Renacimiento (...)”
“Lástima que la población no esté a la altura... Para ser sincero los parisinos son más bien
feos y carecen de encanto. Mis comentarios fueron recibidos con regocijo. Les apasionaba
discutir, frecuentemente nos enredábamos en las marañas de la filosofía de Bergson o en la
cuestión anarquista”. Henri Bergson era el filósofo que apasionaba a los franceses en el
tiempo en que Gombrowicz hace su peregrinación a París.

Era el tema de discusión más importante en la mesa del café donde discutía con los
amiguetes del chino Chou. Aunque Gombrowicz no se plegaba a la maraña de filosofemas
de Bergson, sin embargo el filósofo era para él de gran utilidad en su reacción contra el
positivismo y en su combate con la ciencia. “Mi situación no tenía nada de envidiable,
estaba solo frente a una banda de gente muy segura de sí misma (...)”
“Esa gente no paraba de burlarse de todo cuanto podía, estaba totalmente solo con mis ideas
provincianas y con mi francés que, sin ser un desastre, no podía compararse a la fluidez y
agilidad de su lenguaje. Comprendí que tenía que obrar con sensatez, que no podía
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permitirme ni una pizca de estupidez. Que mi inteligencia tenía que reflejarse no solamente
en mis palabras, sino también en el mismo modo de hablar, escuchar, en la mirada (...)”

“Había llegado la hora de poner a prueba toda mi sabiduría polaca que crecía lentamente.
Este juego se volvía cada vez más serio, hasta que al final íbamos a ese café como a un
campo de batalla para librar un combate que duraba varios días y estaba muy lejos de
concluir. Para mí, todo eso tenía una importancia capital. Como polaco, como representante
de una cultura más débil, tuve que defender mi soberanía (...)”
“No podía permitir que París se me impusiera. Y durante esas batallas me di cuenta de que
lo que hasta entonces me había impedido gozar de París fue justamente eso: la necesidad de
preservar mi independencia, dignidad y orgullo. Tenía que evitar a toda costa convertirme
en un alumno, imitador, acólito, admirador y mirón. Atribuyo una importancia enorme a
aquellas discusiones enconadas (...)”

“Esas polémicas tuvieron lugar en la pequeña cafetería del Boul‟Mich, en aquella mesa del
rincón; fue allí y entonces cuando por primera vez cogí por los cuernos a un toro con el que
luego me enfrentaría en numerosas ocasiones, el toro de la superioridad occidental. Veo la
escena como si hubiera ocurrido ayer: junto a la pared había un sofá donde estaban
sentados unos dependientes de la tienda que se inmiscuían en nuestra conversación (...)”
“De lado, aunque en principio sentado en otra mesa, participaba también un poeta catalán,
el padre Barcelos, mientras nosotros, seis o siete con el chino Mon chou, discutíamos
arduamente gritando como desesperados. La dialéctica es la madre de la ciencia. Fue
entonces cuando descubrí el método apropiado para polemizar con París”. El abate
Barcelos le tenía aprecio a Gombrowicz.

Lo consideraba una oveja descarriada pues ese joven de buena familia había llegado a
relacionarse con algunos tratantes de blancas, y por el aprecio que le tenía tuvo que
intervenir en una mediación importante y providencial que lo salvó de la cárcel. “Poco a
poco me iba integrando en París y es posible que hubiese terminado siendo un verdadero
parisino, pero las cosas se complicaron (...)”
“No estudiaba nada, no pasaba los exámenes, ni me asomaba por el Instituto de Altos
Estudios Internacionales. ¿Cómo justificarlo ante mi padre quien en sus cartas preguntaba
por mis progresos? Por suerte, los vértices de mis pulmones que parecían curados volvieron
a dar señales de vida. Apareció la febrícula acompañada de un debilitamiento general,
Janek Balinski se ocupó de mí y me mandó al médico (...)”

“Llegué a la conclusión de que esa enfermedad me caía del cielo como la mejor
justificación de mi holgazanería y me puse a quejarme delante del matasanos, quien
enseguida sentenció que debía partir inmediatamente hacia el sur, hacia las montañas. De
este modo, una noche cualquiera me encontré en un tren que me llevaba a la región de los
Pirineos Orientales, allí donde los Pirineos se lanzan al Mediterráneo (...)”
“Viajaba con el espíritu en estado de ebullición, lleno de los fermentos acumulados durante
mi estancia en París y justamente aquella noche se me hizo claro y evidente que sería
artista, escritor. Al sumergirme en esa noche de Francia tuve la sensación de estar
penetrando en mi propio futuro. En el transcurso de ese viaje no sucedió nada
extraordinario (...)”
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“Sin embargo, todavía hoy cuando viajo en tren de noche y centellean detrás de las
ventanas luces misteriosas y formas inexploradas, vuelve a golpearme la fortísima
impresión de aquel viaje colmado de intensos presentimientos, casi lindantes con la
evidencia”. En el tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación
con una joven escocesa durante gran parte de la noche.
Cuando la joven se enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que
después no se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias
realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en las que la escocesa
participaba activamente. Se despidieron cariñosamente en Perpignan. Gombrowicz llegó a
su destino y se hizo compinche de unos lugareños que jugaban al billar.

El domingo del primer fin de semana Gombrowicz con sus compinches se fueron en
bicicleta a Banyuls, un pequeño puerto cercano. En ese trayecto tuvo su primer
deslumbramiento con el Sur. Pedaleaba hacia abajo con ese grupo de meridionales
desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del
mar latino como si se levantara un telón.
Lo que no habían podido hacer las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino
vertiginoso que apuntaba al mar. Gombrowicz comprendió al Sur, a Francia, a Italia, a
Roma, todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa. Y se le apareció
justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un
tipo humano inferior.

La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez
de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había
parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más
sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un
deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje que hizo más tarde a la Argentina.
Gombrowicz decidió quedarse algunos días en la playa del puerto de Banyuls, pero en la
mañana del cuarto día vio a la escocesa que le había confesado acontecimientos indecentes
en los ella participaba, sentada en la arena. “Banyuls es un puerto diminuto con a penas
cuatro casas acurrucadas en los escondrijos multicolores de una orilla abrupta; un paisaje
encantador, dulzón, estilo bombón, como una tarjeta postal (...)”

“No me agrada esa belleza tan ostentosa, sin embargo, la pureza del entorno, la inmaculada
austeridad de los claroscuros, la blancura de las casitas planas y el azul solemne, eran tan
patéticos que me reconciliaban con el paisaje. Decidí quedarme allí, aunque fuera contra la
voluntad del médico quien me aconsejaba la montaña, y, al día siguiente, traje mi maleta y
busqué una pensión”.
La situación era más embarazosa para la escocesa que para Gombrowicz. Sea como fuere
ambos se ponían como un tomate cuando se veían a la distancia. Gombrowicz decidió
mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada, cuando salía del hotel a la
mañana, vio a la escocesa bajando del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea
de mudarse.

Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se


atrevió a ponerlas en una novela. “Yo he conocido varias veces en mi vida aquello que se
llama concursos de circunstancias, tan asombrosos que no me atrevería jamás a introducir
65

algo semejante en una novela. Pasa lo mismo con las puestas de sol, cuando alguien dice:
„Si un pintor pintara esto, dirían que exagera‟”.
Sea exceso de realidad, concurso de circunstancias o irrealidad la cuestión es que la falta de
realidad era un asunto muy complicado para Gombrowicz. Tanto era así que podríamos
decir que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo
porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son
historias que no pueden ocurrir en el mundo real.

Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son
los que le hacen posible la actividad de escribir. El defecto de realidad es entonces el que
pone en marcha su obra, pero no su desarrollo ni su término, pues todas ellas tienen, como
quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría
decir que el exceso de realidad obraría como un palo en la rueda.
Las tensiones entre la madurez y la inmadurez, entre la superioridad y la inferioridad que
tan tempranamente se le manifestaron a Gombrowicz, tuvieron dos representantes que a
menudo vuelven en los diarios como el corsi e ricorsi del destino: París y Argentina, el
ombligo y el culo del mundo. Las obras que expresan más claramente este conflicto son dos
novelas contiguas aunque muy separadas en el tiempo: “Ferdydurke” y “Transatlántico”.

“Transatlántico” es la obra polaca más argentina de Gombrowicz, ya tenía encima más de


la mitad del tiempo que vivió en Argentina, y no pudo ni quiso sustraerse a su influencia.
“Doscientos dólares, toda mi fortuna, me bastaron durante cerca de seis meses, la Argentina
era por entonces un país excepcionalmente barato. A veces me veía obligado a pedir
prestados algunos pesos para poder comer, unas situación que se prolongó hasta 1947 (...)”
“Después trabajé en el Banco Polaco durante siete años, esto me resultó terriblemente
aburrido. El regusto amargo, trágico y poético de los primeros siete años no habrían de
borrases fácilmente. Me dejé arrastrar sin vacilaciones en aquel caos de lenguas diversas,
me convertí en uno de ellos. Mi „Transatlántico‟ no alude a un barco, sino a algo como a
través del Atlántico (...)”

“Se trata de una novela que mira hacia Polonia desde la tierra argentina. Sigue
divirtiéndome ese „Transatlántico‟, jocoso, esclerosado, barroco, absurdo, escrito en un
estilo arcaico, lleno de extravagancias idiomáticas, a veces inventadas... Es la menos
conocida de mis novelas, ya que esas excentricidades lingüísticas no resultan fáciles de
traducir (...)”
La novela comienza cuando Gombrowicz manifiesta su necesidad de comunicarle a su
familia perdida en una Polonia destruida por la guerra, a sus parientes y a sus amigos el
comienzo de sus aventuras en la capital de la Argentina, unas aventuras que ya duraban
diez años. Llega a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 y desde el primer día, a la salida
de las recepciones, les agredían los oídos con el grito obsesivo de “Polonia”.

Ese grito se escuchaba en las calles de Buenos Aires, Gombrowicz se daba cuenta que algo
no andaba bien, no había remedio, la guerra estallaría de hoy para mañana. El barco recibe
la orden de partir y Gombrowicz se despide de un amigo embarcado con él deseándole un
buen viaje. El pobre compatriota sólo atina a rogarle que se presente rápidamente en la
embajada.
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Cuando el barco se está alejando Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra
Polonia y se interna en la ciudad. Estaba completamente desorientado y sin dinero, así que
visita a un compatriota que había sido vecino de uno de sus primos en Polonia para pedirle
opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su
decisión de quedarse.

Que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos
tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no
presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no
exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo
hiciera.
Perdido entre la muchedumbre Gombrowicz decidió no inmiscuirse en el asunto de la
guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran.
Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le
ofreció sus servicios y su sangre. Le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su
santa voluntad y entender, dispusiera de su persona.

El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si
quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría
algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y
después ladrar. Gombrowicz se dio cuenta de que el embajador lo estaba despidiendo con
moneda menuda, entonces le dijo que él era una literato pero también era un Gombrowicz.
Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió
que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces el diplomático le ofreció ochenta pesos en
vez de cincuenta, ni un peso más. Le recordó que estaban en guerra y que había que
marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera
ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado delante de él.

Le pidió que escribiera artículos para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese
servicio le podía pagar setenta y cinco pesos mensuales. Era necesario ensalzar a la patria
en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le
daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que
la embajada le había rendido homenaje.
Lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz. La
primera consecuencia de su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una
recepción. Se trataba de una reunión en la casa de un pintor a la que iban a asistir los
escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como
maestro lograría superar y dominar a todos los demás.

Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron, el consejero Podsrocki lo presentaba y


ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz. Como nadie le llevaba el
apunte, el consejero Podsrocki lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera
algo para no avergonzarlos. Entró un hombre vestido de negro, se notaba que era una
persona muy importante, un gran escritor, un maestro.
Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento,
y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los
compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro,
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que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder. Entonces Gombrowicz habló


con la persona más cercana en voz bastante alta.

“No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la


sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”. El hombre de negro
le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado
en sus “Eglogas”, entonces Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo
que decía Sartorio.
Lo que le importaba era lo que decía él, el que hablaba; el gran escritor sin pensarlo dos
veces le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo
parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz perdió el aliento, aquel
canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar, y cada vez caminaba con
más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira.

Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin
embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el
diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía
para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en
una mansión simulaba ser su propio lacayo.
Tenía miedo que los muchachos le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata. El
moreno estaba perdidamente enamorado de un joven rubio hijo de un comandante polaco.
Junto a Gombrowicz, en la Plaza San Martín, vio al joven rubio, lo siguieron hasta el
Parque Japonés, y allí encontraron a los tres socios de la empresa equino-canina donde
trabajaba Gombrowicz.

Los socios empezaron a decirle a Gombrowicz que entonces no era tan loco como pensaba
la gente, que el moreno tenía millones, insinuándole de esa manera una aventura con él. El
joven rubio estaba tomando cerveza con el padre, un hombre bueno, decente, cortés y
aterciopelado. Le comenta a Gombrowicz que va a enrolar a su único hijo en el ejército
polaco.
Gombrowicz lo previene contra el moreno y le sugiere que se vaya del lugar, el padre no
accede. El moreno brinda con el padre desde lejos, el comandante se lo prohibe con un
gesto. El moreno se irrita y le arroja el jarro de cerveza, le parte la frente y brota la sangre.
Primero la vergüenza en la embajada, después en la casa del pintor, y ahora en el Parque
Japonés, mientras allá, del otro lado del océano, se derrama la sangre.

A la mañana siguiente apareció el padre en la pensión de Gombrowicz. Le rogó que


desafiara al moreno en su nombre. Vaca o no vaca el hecho era que ese malvado llevaba
pantalones y que lo había ofendido públicamente. Cuando Gombrowicz se lo contó al
moreno éste le recriminó que se hubiera puesto de parte del viejo y no del joven, que tenía
que defender al joven de la tiranía del padre.
De qué le servía a los polacos ser polacos, ¿acaso habían tenido hasta hora un buen destino?
Gonzalo se preguntaba si no estaban hasta la coronilla de su polonidad, si no les bastaba ya
el martirio, el eterno suplicio y el martirologio, había llegado el momento de la filiatría.
Aceptaba el duelo bajo la condición de que las balas fueran de salva, las verdaderas se
debían escamotear al momento de cargar la pistolas en el forro de la manga.
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Para asegurar esta impostura Gombrowicz nombró a dos socios de la empresa equino-
canina como padrinos del duelo. El moreno había rematado su exhortación con la palabra
filiatría, y esta palabra le retumbaba en la cabeza a Gombrowicz junto a los gritos de
“Polonia, Polonia” que escuchaba en la calle mientras caminaba presuroso hacia la
embajada.
¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador, un coronel ya le había contado lo del
duelo entre el comandante y Gonzalo. Como todos descontaban que el duelo terminaría sin
sangre convinieron en agasajar al comandante con una comida que se daría en la embajada;
mientras el consejero Podsrocki volcaba en el libro de actas la invitación que estaba
haciendo el embajador escribió también que iban a asistir al duelo.

Tenían que ver la valentía del polaco con la pistola en la mano atacando al enemigo. Pero
un duelo no es una partida de caza, tenían que asistir con una excusa bien pensada, bien
podría ser una cacería con galgos a la que invitarían a los extranjeros. Mientras tanto
Gombrowicz le preguntaba al embajador cómo era posible que marcharan sobre Berlín si
los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia.
El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado. Habían
perdido la guerra y había dejado de ser embajador, pero la cabalgata se iba a realizar de
todos modos. Al día siguiente, el duelo, se dio la señal y los adversarios entraron al terreno.
Gombrowicz cargó las pistolas y metió las balas en el forro de la manga. Vacío absoluto,
eran disparos vacíos.

A lo lejos apareció la cabalgata; vacío porque no había balas y vacío porque no había
liebres. El duelo era una trampa que no tenía fin porque se había convenido a primera
sangre. De pronto se oyó un furioso ladrido de perros y un grito espantoso. El hijo estaba
siendo atacado por los perros, el padre disparó contra los animales enfurecidos pero con un
revolver vacío, entonces, el moreno se arrojó sobre la jauría y salvó la vida joven.
El padre se conmovió y le ofreció su amistad eterna que el moreno aceptó. Para cerrar todas
las heridas Gonzalo lo invito a su casa. No era el palacio de la ciudad, era otro distante a
tres leguas, el comandante tenía malos presentimientos pero igual fue. Pinturas, esculturas,
tapices, alfombras, cristales… se depreciaban muy rápidamente por su abundancia
excesiva. La biblioteca estaba llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo.

Era una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores
flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se
mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva
cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen verdaderos perros rabiosos
hasta darse muerte.
El moreno regresó pero vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que
se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba. Pero ese
mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues
cada vez que se movía el hijo también se movía él. Al final fue un alivio que el dueño de
casa diera la señal de ir a dormir.

Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas,
Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la
congoja le hace un juramento sagrado. Iba a lavar su honra con sangre, pero no con la
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sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo, era
la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra.
Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que
tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre, y al convertirse en parricida
necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras. El
moreno y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam,
bam, bam, resonaban los golpes.

Mientras tanto el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal
colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo
golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el
bumbam le estaban robando al hijo… Gombrowicz había perdido la patria, se había
asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre…
Los compañeros de Gombrowicz de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la
necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible aún que el filicidio y el parricidio que
estaban planeando el padre y Gonzalo, un horror que los colmara de poder, se propusieron
entonces torturar al embajador junto a su mujer y sus hijos. Después los matarían a todos
arrancándoles los ojos.

Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante,
esa muerte aumentaría tanto el horror que la naturaleza, el destino y el mundo entero iban a
cagarse en los pantalones. El moreno y el hijo jugaban a la pelota y el mequetrefe se movía
con el joven clavando palitos, bumbambeaban. Mientras tanto el comandante se paseaba
comiendo ciruelas.
El hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los
movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba
el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles. ¡A
bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, mejor olvidar y no dejar
transparentar nada.

En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, unas siluetas que parecían


perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar,
copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles
matando al hijo. Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de
brillo y gallardía.
Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los
cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam.
El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo. Y, de pronto, bum, el criado
contra una lámpara; y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y
el hijo, bam, al jarrón.

Bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo
con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme
corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato. El
hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa
que le estalló en la garganta.
70

El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto
a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam. “Y,
entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban”

WITOLD GOMBROWICZ Y LA RATA MUERTA

“Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre mí durante muchos años, nunca fui
indiferente al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres;
fue un asunto que siempre me ha atormentado dolorosamente desde mi más temprana
juventud. Sobre este asunto tuve un diálogo con Adam Wazyk, uno de los escritores
comunistas que acababa de conocer (...)”
“¿De qué hablar con usted?, si usted no conoce la vida, vive en un invernadero, alejado de
la lucha por la existencia? ¿Qué puede usted saber de estos problemas sociales? Era mi
talón de Aquiles, pero sabía cómo defenderme. Me propuse demostrarle, con el tono
contenido y apropiado, que no era extraño a esa realidad: –Pensé que usted era hijo de
mamá y, sin embargo, veo que usted penetra en esa problemática (...)”

“Conozco la vida y sé mejor lo que es que vosotros, los comunistas, aunque nunca haya
experimentado directamente la miseria. Sonaba presuntuoso, pero tal vez mi juicio no
estuviera tan distante de la verdad como pudiera parecer pues la experiencia personal no
siempre aumenta la sensibilidad, sino que a menudo la disminuye: –Si usted lo siente con
tanta fuerza, ¿por qué no se hace comunista? (...)”
“No porque no me gusten vuestros objetivos. Sino porque no creo que podáis realizarlos.
No haréis más que aumentar la confusión”. Desde adolescente Gombrowicz se sintió en
rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectividad para presionar sobre el individuo
y desde entonces estuvo convencido de que ninguna reforma violenta puede transformar el
mundo en un paraíso.

Mientras, por un lado, Gombrowicz seguía perteneciendo a la vieja época de la buena


educación política en la que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por
otro lado, era un representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo
que facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones sociales.
Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento para destruir el conjunto de
condiciones que fatalmente lo determinaban si no fuera porque no creía que la teorías
fueran capaces de transformar verdaderamente la vida. “No podía hacer nada para mejorar
la suerte de las capas sociales inferiores, pero, ¿quién sabe?, quizás podría contribuir a
mejorar el comportamiento de los superiores respecto a los inferiores (...)”

“Si la vida miserable deformaba al proletariado, si la ociosidad y las comodidades


deformaban a los terratenientes, esa intelligentsia urbana también era deformada por su
modo de vivir... ¿Acaso la vida nunca creaba hombres completos? ¿Tenían que ser siempre
fragmentos humanos que se complementaban entre sí? Ése era, pues, un error de estilo, un
error de forma de una importancia inconmensurable (...)”
71

“Ese error hacía del hombre únicamente un producto de su propia clase, de su grupo social,
lo separaba de otras vidas, lo empequeñecía, limitaba, hacía imposible cualquier contacto
creativo con gente de otra clase. Habría que destruir esa forma, imponer otra que permitiera
a la superioridad acercarse a la inferioridad, establecer con ella una relación creativa “

“Mi vida no debería ser más fácil que esa otra vida, la inferior, incluso yo debería vivir para
esa otra vida. No se trata de suprimir mi estado de posesión, todos esos valores a los que
una educación más cuidadosa me dio acceso, sino que los demás puedan beneficiarse de
él”. Sobre la ética del comunismo Gombrowicz abre un cuestionario realmente paradójico.
“¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conozco, y a mi
izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los
sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?”. Por la compasión que le produce la
inmensidad de los sufrimientos y la montaña de cadáveres. No, ha pasado por la escuela de
Schopenhauer y de Nietzsche, sabe que la vida es trágica por naturaleza.

Por los bienes y la situación social que perdió. No, esa pérdida lo liberó de los
condicionamientos sociales. Si hay alguien que carece de prejuicios en este punto, ése es
Gombrowicz. Entonces, por las paradojas de su proceso dialéctico que se detiene justo en el
momento en que la revolución alcanza su plena realización. No, por ninguna razón que
tenga que ver con su desenvolvimiento político.
Por el terror que mata la libertad de pensamiento. No, es más grave aún que todo esto, nos
encontramos ante una de las más grandes mistificaciones de la historia, de ésas que
desenmascararon Nietzsche, Marx y Freud. Por su falta de sinceridad, entonces. No, el
comunismo es una doctrina de la acción y, a pesar de su realismo, no es un pensamiento
sobre la realidad;

Son sinceros respecto al mundo ajeno e insinceros con el de ellos porque necesitan ser
insinceros. Aquí Gombrowicz suspende su cuestionario y concluye, es necesario que se
reconozca entonces esa insinceridad. “Debéis decir: nosotros nos cegamos a propósito.
Mientras no lo digáis, ¿cómo se puede hablar con alguien deshonesto consigo mismo?
Unirse a alguien así es perder el último apoyo bajo los pies y precipitarse en el abismo”
Gombrowicz era un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la
realidad, aunque siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo, el
realismo es una manera pesada e ingenua de ver la realidad. En las vísperas de la primera
guerra mundial, Europa estaba arrastrada por la vanguardia, el proletariado, el surrealismo,
el social realismo, el ocaso de la burguesía y del feudalismo.

En ese entonces Gombrowicz maniobraba en una mesa del café Ziemianska con su
abolengo manifestando que su abuela era prima de los Borbones españoles. Realizaba
también actos de servidumbre, por ejemplo, le alcanzaba el azúcar a un poeta de clase
social alta, y no al mejor poeta que era de familia pobre. Apoyaba la opinión de otro porque
era de una familia de terratenientes.
“La poesía es muy importante pero ante todo te aconsejo que no seas provinciano. No,
señores, el arte es un fenómeno esencialmente heráldico. Y así durante meses, años, con la
imperturbable lógica del absurdo. Los otros chillaban y vociferaban pero, poco a poco,
sucumbían; una ya decía que su abuelo era terrateniente, otro, que la hermana de su abuela
era del campo, otro más empezaba a dibujar su blasón en la servilleta”
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“¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia? ¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No. Un bosque


de árboles genealógicos y nosotros a su sombra. Una tarde me dijo el poeta Broniewski: –
¿Qué está haciendo usted? ¿Qué sabotaje es éste? ¡Usted ha logrado contagiar de heráldica
hasta a los mismísimos comunistas!”. La naturaleza y la formación de Gombrowicz le
impedían ser pro o anti.
Ésta era una cuestión sobre la que el comunismo le tiraba de las orejas, especialmente en
las discusiones de café. Una buena parte de la obra de Gombrowicz es un contrapeso que
utilizaba con astucia para balancear el peso de las ideologías. El realismo y la sensatez de
su postura frente a la vida le abren las puertas a la fantasía y al absurdo en su creación
literaria.

En “La rata”, una historia escabrosa de extroversión e introversión, Gombrowicz saca a la


superficie con ligereza e indiferencia el aspecto automático que tiene la muerte. “La rata”
es uno de los relatos cortos que Gombrowicz escribió en 1937, el año de la publicación de
“Ferdydurke”, su obra fundamental. “La rata” ilustra todos los fermentos del alma de
Gombrowicz.
En este cuento se manifiesta su talante de demonólogo de la forma y su carácter de
demiurgo de la inmadurez a los que apunta con tanta inteligencia y genio este magnífico
integrante de los tres mosqueteros. Un malhechor llamado Huligan asolaba con sus
fechorías una comarca de Polonia. Tenía un carácter exuberante y no admitía restricciones
de ninguna especie.

Odiaba a los ladrones de carteras y de cosas pequeñas, si tenía que elegir entre pellizcar a
alguien o despacharlo al otro mundo con un golpe violento, lo liquidaba y seguía
caminando y cantando a pleno pulmón. Nadie podía atribuirle un asesinato vil o hecho a
traición, todos sus asesinatos tenían un aspecto noble y los realizaba al son de una tonada: –
Ay, María, María, Mariíta mía.
Amaba a María más que a nadie, la amaba con amplios gestos, entre bailes, saltos y vodka
en abundancia. No concebía el silencio ni la falta de lenguaje tan común en los hombres de
nuestro tiempo. A veces le pesaba la nostalgia, entonces toda la comarca escuchaba sus
lamentos sonoros y lánguidos. Los perros aullaban dentro de los corrales y su aullido
contagiaba a los hombres: –Ay, María, vida mía.

Poco a poco se convirtió en una leyenda y se compusieron canciones en su honor con el


estribillo: –Ay, ay, ay, vida mía. En una villa solitaria vivía un soltero encallecido que
había sido juez y detestaba la fantasía exuberante de la región. Se quejaba a las autoridades
por la tolerancia que tenían con sus asesinatos y sus escándalos a pleno día, pero la policía
se mostraba impotente porque la población lo protegía.
Además sólo mataba a unas pocas personas y a la gente le gustaba presenciar sus
asesinatos. Mientras el comisario conversaba con el ex-juez volaba por los aires un cadáver
y llegaba a sus oídos un grito magnífico, como si miles de bisontes hollaran los campos
sembrados y los prados. La conversación que mantuvo con el comisario no lo satisfizo.

Entonces el juez jubilado se propuso detenerlo con sus propias manos y encerrarlo en una
jaula para limitar su naturaleza exuberante. Le ordenó a su mayordomo que se colocara
debajo de un árbol en la colina y lo encadenó a su tronco. Excavó con sus manos un hoyo
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en el que puso una trampa de hierro y regresó a su casa. Llegó la noche y el juez miraba a la
colina desde un balcón.
Hulingan se encaminó hacia el sirviente a grandes zancadas para despedazarlo a la luz de la
luna pero cayó en la trampa, el juez llega a la carrera y con mucho trabajo lo transporta al
sótano de su vieja casa. En los días siguientes el jubilado se regocijaba de tener en el sótano
al bandido amordazado para evitar que aullara y provocara escándalos. Durante meses
enteros reinó en la comarca un gran silencio.

Huligan soportaba las vejaciones del juez en silencio, y su silencio crecía, crecía y se
agigantaba en las tinieblas, digno de sus hazañas más gloriosas. Con la meticulosidad de un
ratón de biblioteca el viejo buscaba el punto flaco del bandido para transformarlo en un ser
de naturaleza estrecha, tan estrecha como la de él. Cuando le quitaba la mordaza para darle
de comer Huligan estallaba en aullidos.
De esa manera la población de las aldeas se daba cuenta de que estaba vivo. El juez seguía
buscando el punto de menor resistencia y finalmente lo encontró: la rata. En una ocasión
una rata entró en la celda y en ese momento el malhechor se contrajo. El juez le quitó la
mordaza pero Huligan permaneció en silencio, el asco y el miedo lo paralizaron. Cuando la
rata se acercó a sus pies, sujetos al cepo, se rió nerviosamente.

Huligan no se había conmovido ante los tormentos a que lo sometía el juez pero le tenía
mucho miedo a una rata, matar a una rata con sus propias manos se le aparecía como una
acción realmente inaccesible. El viejo jubilado se convirtió finalmente en el amo de
Huligan, y a partir de entonces, sin la menor piedad, le propinaba todos los días y a cada
momento rata.
Pasaron los años y el mayordomo, hastiado de todas las tareas que tenía que realizar para
maltratar a Huligan, empezó a maldecir a la rata, al amo, a la casa y al bandido. La tensión
crecía y crecía. Una noche la rata rompió la cuerda que la tenía sujeta, el sirviente bajó la
cabeza y la persiguió, el juez también la persiguió con la cabeza baja, ambos habían
perdido los estribos y se envistieron.

Se oyó un estruendo enorme en el sótano y los cerebros volaron por el aire. Después de
once años Huligan se halló libre. Lo obsesionaba el pensamiento de qué habría ocurrido
con la rata, pero la rata no aparecía. Había conocido demasiado bien el aspecto horroroso
de la rata al punto que su sola ausencia era más importante para él que los sonidos más
dulces y que todas las brisas del mundo.
El oído del bandido era empleado para captar el rumor más ligero semejante al que hace
una rata, pero la rata no aparecía. Era increíble que el roedor, durante tantos años unido a su
persona por relaciones tan estrechas y espantosamente profundas, hubiera podido separarse
de él, desaparecer y renunciar a él de buenas a primeras. No había caso, la rata no aparecía.

Un día la vio, la rata deslumbrada por la luz buscaba refugio, y las cavidades de la ropa y el
cuerpo de Huligan eran los escondites más a mano que tenía la rata. Huligan empezó a
correr seguro que detrás de él galopaba la rata, estaba confundido y sin darse cuenta se
metió en la cabaña de María, la muchacha dormía con la boca abierta. De pronto apareció la
rata y empezó a remolonear cerca de las faldas de María.
El bandido había descubierto la madriguera y hacía maniobras silenciosas para que el
roedor se metiera en ella, pero, repentinamente, algo atrajo a la rata hacia la rodilla derecha
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de la joven, y Huligan se quedó paralizado. El terror que le produjo el contacto de la rata


con María hizo que el bandido aullara. Aulló como en el pasado para despertar al mundo
entero.

Se lanzó aullando contra la rata, ya no tenía miedo, la atacó de frente, tenía la convicción de
que estaba acorralada, pero ocurrió algo terrible. La rata, ciega de terror, sintió la necesidad
de meterse en un agujero, se dirigió rápidamente a la boca de María y saltó dentro de la
cavidad abierta de la muchacha dormida. María, semidormida, se despertó sorprendida.
Cerró las mandíbulas mecánicamente pero de manera implacable y puso fin a la máquina
del horror: la rata terminó con la cabeza guillotinada. Un mordisco en el cuello consumó la
muerte de la rata. La rata dejó de existir. Huligan tuvo que enfrentase a la espantosa muerte
de la rata en la adorable cavidad oral de su amada María. Y con esa visión en los ojos
desapareció.

“Da un paso y otro paso y otro paso, pero lo sigue aquella rata muerta. Paso tras paso, paso
tras paso, y en la boca de María sigue la rata muerta”

WITOLD GOMBROWICZ Y LOS HUESOS

“La generación a la cual yo pertenecía se encontraba en una situación poco habitual para las
generaciones polacas, entrábamos a la vida en una Polonia libre e independiente, un idilio
que iba a durar veinte años completos. Se generalizó entre nosotros un gran pudor respecto
a la noción de patria, en ese sentido mis colegas se parecían a mí, les resultaba cada vez
más difícil volcar su efusiones patrióticas en prosa o en verso (...)”
“Defendían su sensibilidad con cinismo, preferían bromear antes que declamar. Esta
Polonia recién creada se apartaba de los grandes descubrimientos en la filosofía, en la
ciencia, en el arte, nosotros estábamos condenados al papel del discípulo, cuyo mayor
mérito podía ser asimilar cuanto antes los logros ajenos, y esa desesperante calidad de ser
secundarios nos imposibilitaba acceder a la vida y a la realidad (...)”

“En medio de esta realidad polaca yo luchaba con mis cuentos. Ocultaba esos tesoros en un
cajón cerrado, puesto que era muy púdico en todo lo que se refería a mi literatura
incipiente. Mis cuentos eran cada vez más audaces en cuanto a la técnica, me atrevía con
todo mi ardor a escribir de una forma no solamente fantástica, sino totalmente despegada de
la realidad (...)”
“En poco tiempo recogí bastante material para hacer un libro, en total eran siete cuentos,
algunos de ellos, sin duda alguna, me salieron diferentes a lo que se escribía por aquel
entonces en Polonia. Pero yo me encontraba en esa época muy lejos de considerarme un
innovador. Algunos amigos me animaron a editarlos, aunque en realidad la idea no me
divertía en absoluto (...)”

“La veía como una operación muy desagradable, que sin embargo no podía eludir, ya que
era una consecuencia inevitable del hecho de escribir. Me obstiné en ponerle al volumen el
título de „Memorias del tiempo de la inmadurez.‟. Pensaba que un título así podía despertar
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curiosidad, demostrando a la par que yo mismo no consideraba esos cuentos como un logro
definitivo (...)”
“En aquel momento se decidió la orientación de toda mi literatura ulterior, porque mi
modestia e ingenuidad se vengaron de mí cruelmente. Los críticos me atormentaron con esa
inmadurez hasta tal grado, que llegó a ser el punto de partida de mi libro siguiente,
„Ferdydurke‟. De esta forma me fui convirtiendo poco a poco en un especialista de la
inmadurez y en su sacerdote”

“La publicación de „Memorias del tiempo de la inmadurez‟, junto a esas críticas y notas de
la prensa no significaban todavía que hubiera entrado en el mundillo literario de Varsovia y
que hubiese echado raíces en él. Sin embargo, poco a poco, empezaban a aparecer personas
con las que iba a unirme el momento del debut por la comunidad de destinos literarios (...)”
“Ser artista no es nada serio, no es una profesión ni una posición social, además, una obra
de arte, posee casi siempre un carácter confidencial, es en cierto modo una especie de
confesión, lo cual hace difícil que pueda ser asimilada por los familiares y amigos del autor.
Aparte de eso, un artista incipiente siempre resulta un fenómeno bastante pretencioso (...)”

“Es un poco como si alguien propusiese su propia candidatura para ser un gran hombre. Por
otra parte mis cuentos no eran unos cuentos corrientes, escritos según el modelo del género,
sino algo que huía de la norma. La verdad es que yo mismo, siendo el autor, tampoco sabía
lo que había escrito”. Cuando entregó un ejemplar de “Memorias del tiempo de la
inmadurez” a su respetable familia se sintió raro.
Los hermanos lo recibieron con una reserva que no auguraba nada bueno: “Ah, sabes,
acabo de terminar tu libro. Tal vez sea un poco demasiado moderno, pero es interesante...
me ha gustado, ya veremos qué dice la crítica. Supongo que si hubiera entrado a formar
parte de un ballet y me hubiera puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi
familia no se hubiera sentido más incómoda (...)”

“Era una familia respetable que no sabía a causa de qué pecados tenía que sufrir semejante
vergüenza”. Cuando Gombrowicz publica “Memorias del tiempo de la inmadurez” por
primera vez le parece que se había excedido demasiado en originalidad, entonces escribe un
prefacio para la primera edición que no aparece en las ediciones siguientes.
“En lo tocante al elemento sexual, en particular, su preponderancia resultó del espíritu de la
época que, desgraciadamente, pone cada vez con más frecuencia el énfasis en la relación de
la esfera erótica con la del espíritu; por otra parte, la preponderancia de la crueldad y de la
repulsión resulta, a mi entender, del hecho de que su papel en la vida sobrepasa a nuestra
imaginación más audaz (...)”

“El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor, pero me repudiaba física y
moralmente”. Kierkegaard, de la misma manera que Gombrowicz, era enemigo del
disimulo y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe cristiana y
luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel de los severos y austeros
principios del cristianismo verdadero.
Quiso ponerse a prueba él mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa Regina
Olsen que lo adoraba. Es una conducta que utilizó desvergonzadamente en sus libros
describiendo a la mujer como el eterno enemigo del espíritu, como el diablo que arrastra a
los jóvenes a sus trampas, exaltando en forma inauténtica el valor de la virginidad.
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Pero todas estas actitudes con las justificaciones respectivas eran mentiras, mentiras al
mundo y mentiras a sí mismo. La auténtica razón de su ruptura con la joven Regina Olsen
fue su impotencia sexual, contra la cual buscó ayuda médica sin resultado. Los analistas de
la psique postularon después que un conflicto mental de toda la vida puede ser localizado
como proveniente de alguna inferioridad orgánica.
Gombrowicz le entreabría las puertas a la fe de Kierkegaard pero se las cerraba a su
angustia. Es muy difícil encontrar en la obra de Gombrowicz menciones directas a los
órganos y a las funciones sexuales pero desbordan en referencias indirectas, echaba mano a
esta estrategia para que la atracción y la excitación se hicieran presentes con más
intensidad.

Una historia que acostumbraba a contarnos, en la que combinaba en proporciones


armoniosas la mundología y la sexualidad, era la de una fiesta en la que dos primos suyos
estaban sentados en el pasto, al lado de una prima que también estaba sentada. Cada primo,
sin saber nada de lo que estaba haciendo el otro, empezó a acariciar a la prima por debajo
de la falda cuidándose de que su acción pasara inadvertida.
La prima, que estaba cambiando de color debido a la excitación, también disimulaba como
podía. La cosa es que los dedos de los primos empezaron a tocarse; por un momento
dudaron sobre cuál era la actitud que debían tomar para zafar de una situación tan
embarazosa: recordaron que ambos eran caballeros, se dieron la mano por debajo de la
falda de la prima, saludaron a la prima, se levantaron y se fueron.

“Los primeros escritos que me procuraron alguna satisfacción fueron: „El bailarín del
abogado Kraykowski‟, „El diario de Stefan Carniecki‟, „La virginidad‟ y „Crimen
premeditado‟. Escribí estos cuentos a los veinticuatro y veinticinco años, pero ya me venía
ejercitando en la escritura desde los dieciséis años. Una cruel disparidad de nivel
caracteriza estos comienzos (...)”
“Esos primeros escritos eran ingenuos y torpes, cuando yo mismo ya no era tan ingenuo ni
tan torpe, la pluma me traicionaba y eso me hacía sufrir. Transcurridos algunos años escribí
„El bailarín del abogado Kraykowski‟, un cuento que parecía bueno, eso ya era literatura, a
partir de entonces empecé a practicar la escritura en serio. ¿Por qué adopté desde el
principio un tono tan fantástico, tan excéntrico, tan extravagante? (...)”

“¿Por qué corté de inmediato con la realidad normal, para entregarme a la manía, a la
locura, al absurdo? Es cierto que me había formado en ello en el curso de mis discusiones
con mi madre, pero ésta no podía ser la única razón, y sin duda la forma aristocrática de los
cuentos, aferrada a su propio esplendor, iba unida a mis miserias personales, vergonzosas,
miserias crueles y angustiosas (...)”
“Yo buscaba el estilo del pensamiento fundamental, el estilo de una sensibilidad para llegar
al fondo de las cosas, así como a la independencia, a la libertad, a la sinceridad. Devoraba
el estilo, el modo de expresarse, el tono, la manera de ser de esas personas importantes, con
la avidez de un hambriento. A fin de poder seguir viviendo del dinero paterno, realicé un
período de prácticas sin sueldo en los tribunales de Varsovia (...)”

“Fue entonces que escribí esos primeros cuatro cuentos a los que completé con otros cuatro:
„El festín de la condesa Kotlubaj‟, „Aventuras‟, „En la escalera de servicio‟ y „Acerca de lo
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que ocurrió a bordo de la goleta Banbury‟. Estas ocho novelas cortas aparecieron en el año
1933 con el título de „Memorias del tiempo de la inmadurez‟, una obrita que aspiraba a ser
brillante, un artificio reverberante de fantasía (...)”
“Después escribí los dos „Filifor‟, „La rata‟ y „El banquete‟, más logrados desde el punto de
vista técnico, pero que no diferían esencialmente de los cuentos anteriores. Por entonces me
daba mucha vergüenza escribir, me escondía, ocultaba mis papeles cuando alguien entraba
a mi habitación, y todavía hoy la desfachatez de los escritores noveles con su yo soy poeta,
me fastidia (...)”

“Me fastidia tanto como el ostentoso despliegue de sus colas de pavo real al que se entregan
los poetas consagrados y glorificados”. Gombrowicz piensa que a la literatura le resulta
indispensable una moral, que sin moral no existiría la literatura, que la moral es el sex
appeal de la literatura puesto que la inmoralidad es repulsiva y el arte debe ser atrayente.
La moralidad en sus obras se manifiesta con mucha intensidad, es más fuerte que
Gombrowicz. Él no busca la moralidad, pero ella lo busca a él y lo gobierna. La posguerra
trajo una ola moralizadora en la literatura a caballo de los comunistas, los existencialistas y
los católicos, pero en esta literatura resulta casi imposible separar la moral de las
comodidades.

Desgraciadamente, el lujo parece acompañar a esta moralidad también en un sentido


concreto. Gracias a este tipo de moralidad Sartre, Camus, Mauriac, Aragon, Neruda…
tuvieron una gran influencia en las jóvenes generaciones, fueron premiados con el Nobel y
con la Academia, y consiguieron de un sistema capitalista inmoral riquezas, honores y
amor.
Con la moral el artista seduce a los demás y embellece a sus obras, es su sex appel, en
consecuencia debería tratarla con la mayor delicadeza. El arte explícitamente moralizador
era para Gombrowicz un fenómeno falso e irritante. Que el escritor sea moral, pero que
hable de otra cosa, que la moral nazca de sí misma al margen de la obra.

Gombrowicz se propuso debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral


premeditada con el fin de que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse
libremente. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre
enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una
amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.
Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba
entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus
complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis
le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor.

Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus
creaciones. Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una
pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo
más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen
los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas.
La boca es una cereza, los senos son botones de rosa. Alicia era hija de un mayor retirado y
estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se
acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es
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distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de
existir es seducir a los demás.

Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre. Una
tarde paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que
rodeaba al jardín, le arrojó un ladrillo que le dio de pleno en la espalda, la muchacha
trastabilló y estuvo a punto de caer. Sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban
de dolor.
Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que
había sonreído. Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída
le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones,
tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con
la que había tomado el té.

Salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol.
Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no
hubiera robado la cucharita; el padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de
China, el compromiso se había realizado cuatro años atrás cuando Alicia cumplía los
diecisiete años.
El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su
prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo. Pablo era un
muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según
pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se
situaban sus instintos superiores.

“Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al
hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el
infinito. Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos.
De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de
los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”
Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee
adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el
idilio sería una trampa. Habían transcurrido cuatro años y nuevamente pasea con su
prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho, pero
ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre.

El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica
de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide
que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y sin reírse. Pablo le
cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del
conocimiento tentados por Satanás.
Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia
perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a
vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez.. Cuando Alicia
le pregunta por las casadas le responde que son una patraña, una botella abierta y
evaporada.
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Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y
por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa
Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son una y la misma cosa y que había que
cuidarse de no desgarrar el sagrado velo de la virginidad para proteger ese misterio.
Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos
deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adoraba su candor irracional.
Alicia le pregunta si había robado alguna vez, y Pablo le contesta que no, que ella no podría
amar a un hombre sin dignidad. La joven estaba confundida y le sigue haciendo preguntas a
Pablo.

Le pregunta si había engañado, mordido o golpeado a alguien alguna vez, si había


caminado desnudo o comido inmundicias. Pablo le pregunta si acaso se había vuelto loca y
le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes
eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador.
Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había
abandonado Bibí. En el momento que Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que
es mejor irse de allí, ella le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian
unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que
royesen el hueso juntos.

Al mismo tiempo que lo abraza le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga
porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué
importancia podía tener un hueso para ella, si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso
de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera.
Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le esté pidiendo inmundicias y ella le
replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos
sin que nadie los vea. Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera
despertado ese deseo malsano de roer un hueso, que ése no podía ser el instinto de una
joven virgen, que no eran más que patrañas insensatas.

Alicia le dice que todos roen los huesos, todos lo hacen salvo ellos, que eso es realmente el
amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse con Alicia por el hueso. En un
momento de la pelea se oyen detrás del muro un golpe y un lamento pronunciado. Alicia y
Pablo se asoman encima de los rosales y ven a una joven descalza lamiéndose una rodilla.
Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y
golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que era una ladrona. “¿Lo has
visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por
placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto... Ven, que el hueso nos espera,
volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos… ¡Quieres?... ¡Juntos! ¡Yo contigo, tú
conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TINIEBLAS DE LA NOCHE


80

En Polonia no se daban cuenta de las relaciones que existen entre el arte y el mundo
espiritual con la enfermedad. Para los polacos el artista no es un neurótico que se cura a sí
mismo como dice Freud, sino un creador con un exceso de fuerza vital y salud llamado
talento. Mientras tanto Gombrowicz andaba penando con las perturbaciones psíquicas de su
herencia.
También penaba con sus anormalidades, y esta falta de valor y estas anormalidades eran
justamente las que le permitían ubicar su obra en un clima más real y más trágico. Le
permitían también adquirir una distancia en relación a su debilidad y un sentido más agudo
sobre la normalidad. Pero los polacos no entendían que un enfermo sabe mejor que un sano
lo que es la salud, al igual que un hambriento sabe mejor lo que es el pan.

Con esta mezcla de miserias Gombrowicz se acercó a dos de los artistas de origen
proletario más importantes de Polonia. Él no estaba acostumbrado a tipos como Rudnicki o
Unilowski, eminentes en ciertos aspectos y en otros completamente incultos. Las
tradiciones de la generación anterior de literatos gentlemen, compuesta por unos señores
educados y pulidos, estaba aún muy arraigada en Gombrowicz.
Mientras Gombrowicz pasaba unas vacaciones sin un término definido en la Argentina, los
polacos no se ponían de acuerdo sobre si era un escritor apegado a las antiguallas del
pasado, a la clase terrateniente y a la genealogía o si, en cambio, en tanto que amoral y
ahistórico, era un escritor vanguardista. En "Veinte años de vida" de Zbigniew Unilowski el
prologuista intenta ubicar a Gombrowicz en el panorama de la literatura.

“En el período en que Unilowski apareció en el campo de la literatura, las tendencias


progresistas se vieron de nuevo contrastadas por el implacable culto a la separación de la
literatura de la vida. Fue el tiempo en que Gombrowicz quería 'cuculizar' la literatura
polaca, ejerciendo por desgracia una gran influencia sobre sus contemporáneos con su
literatura dominada por el infantilismo y el subconsciente (...)”
“En su novela, cuyo título constituía ya de por sí un programa (puesto que 'Ferdydurke' no
significa nada), quiso reducir la vida humana a unos reflejos infantiles. Unilowski deseaba
mostrar el desarrollo y la maduración de un niño en un mundo severo y malo. Gombrowicz,
todo lo contrario: quiso reducir las cuestiones de la vida, las cuestiones sociales, a la época
de la niñez, a la esfera de los reflejos subconscientes (...)”

“Unilowski era un escritor que iba en la dirección opuesta a Gombrowicz y sus adeptos”. A
Zbyszek Unilowski, un novelista reportero proveniente de una familia muy humilde,
Gombrowicz lo conoció en un dáncing varsoviano. En esa época se lo veía a Unilowski
como el mayor escritor polaco del futuro, y hasta el mismo mariscal Pilsudski lo admiraba.
Aunque Gombrowicz lo apreciaba como persona y como artista no tenían gran cosa en
común, estaba frente a un proletario que había ascendido en la escala social gracias a su
talento e inteligencia. Desde muy joven había entrado a un ambiente totalmente diferente,
nada fácil para alguien que debía comenzar por aprender todas esas conversaciones, esas
formas, esas finuras.

Si no se entendían era más bien por diferencia de caracteres y no de cultura y educación.


Gombrowicz era un hombre de café, le gustaba contar frivolidades durante horas enteras
sentado a una mesa entregado a diversos juegos psicológicos. Unilowski necesitaba del
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alcohol, de las luces filtradas, del jazz y de los camareros serviciales, de ese modo sentía
que había ascendido a un escalón superior.
Había sido camarero y contaba una historia que Gombrowicz nos repetía en el café Rex. La
historia de que el esfuerzo mental de un camarero era infinitamente más grande que el de
un escritor; tenía que recordar los pedidos de cinco mesas sin equivocarse ni confundirse,
corriendo con platos, botellas, jugos, salsas y ensaladas, y a la noche durante horas
interminables quedarse desvelado recordando las voces de los pedidos.

Gombrowicz tenía confianza en su inteligencia y en su gusto y por eso le dio a leer el


manuscrito de “Ferdydurke”. A pesar de todo sentía que algo los separaba y no era
precisamente su condición social. Unilowski le dijo que le había robado la novela que le
hubiera gustado escribir. Sin embargo, lo seguía considerando un burgués, un filisteo que
por azar era poeta y tenía aventuras extrañas como el señor Pickwick.
Según decía Unilowski Gombrowicz era como un Pickwick, pero Gombrowicz no era así.
“Temo mucho haber sido la causa de su muerte. Yo tenía una gripe ligera, estaba en casa
aburriéndome... Lo llamé para que viniera a casa. Vino, se contagió, la gripe desembocó en
una encefalitis y murió. Tal vez no se contagiase de mí, tal vez la encefalitis se produjera
por otras causas (...)”

“Sin embargo no puedo quitarme de encima la sospecha de que si no me hubiera visitado


aquel día seguiría viviendo. Sí, era un talento, un hombre valiente, lúcido, capaz y sensato,
aunque quizás todavía lejos de superar sus enormes problemas. Lo estimaba mucho, pero
nunca estuve de acuerdo con quienes lo consideraban un gran escritor, un especie de Balzac
polaco”
Adolf Rudnicki no era especialmente distinguido, provenía de un suburbio y, además, no
era demasiado limpio. A partir de estos antecedentes Gombrowicz intentó hacer lo de
costumbre, aplastarlo con su manera aristocrática. A él le parecía que esta manía suya no
estaba dictada por la estupidez, sino al revés, era precisamente la inteligencia la que lo
impulsaba a este comportamiento descarriado.

Había que buscar lo contrario, más aún en ese tiempo en el que las consignas eran la
democracia, la igualdad, el progreso y la negación de la nobleza, especialmente en los
ambientes intelectuales. Decidió mostrarse delante de Rudnicki como un personaje
disfrazado conscientemente de anacronismo. Rudnicki le hacía cargos a la literatura de
postguerra.
Se los hacía porque no había sido capaz de agotar el tema de la guerra, que de ese abismo
infernal no se había extraído todo lo que de el hombre se podía extraer. Se puso a hablar de
los cuerpos torturados creyendo que la inmensidad del sufrimiento lo proveería de alguna
verdad, de un nuevo saber sobre nuestros límites, pero sólo descubrió que la cultura de los
estetas intelectuales no es más que espuma.

Del doble lenguaje de la guerra y de la literatura Gombrowicz deduce las condiciones a las
que debe ajustarse el escritor. Que se encante con su objeto y que tome una distancia fría
frente a él; que se sienta coautor de la cultura y que no la venere; que exprese su propio
espíritu individual. De la inobservancia de estas condiciones devino una literatura que no
expresó la realidad.
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Expresó en cambio las fantasías colectivas, las abstracciones estéticas e históricas, la


misión social, el satanismo. “Acepta, comprende que no eres tú mismo, pues nadie es jamás
él mismo, con ningún otro, en ninguna situación; ser hombre significa ser artificial. Se
trataba de algo sencillo, sí, pero existía una dificultad: no bastaba con aceptarlo y
comprenderlo, había que experimentarlo en uno mismo (...)”

“La historia vino en mi ayuda. En aquellos tiempos de preguerra, la gente se volvía extraña.
Cabe concebir la guerra como un conflicto de formas. Yo veía con estupor cómo Europa, la
central y la oriental principalmente, se preparaba para la guerra, entraba en la era de
movilización demoníaca de las formas. Los hitlerianos y los comunistas se componían un
rostro amenazador (...)”
“Por otra parte la fabricación de creencias, de entusiasmos y de ideales igualaba a la
fabricación de cañones y bombas. La obediencia ciega y la fe ciega se habían vuelto
obligatorias, y no solamente en los cuarteles. La gente se ponía artificialmente en estados
artificiales, y todo –incluso, y en especial, la realidad–, todo debía ser sacrificado para
obtener la fuerza (...)”

“Esta obediencia ciega suponía puras sandeces vocingleras, cínicas falsificaciones, la


deformación de la realidad más evidente; una atmósfera de pesadilla. Un horror sin nombre.
Esos años de preguerra fueron quizás más ignominiosos que los de la guerra misma.
Asfixiado por esa presión de la forma, me lancé con todas mis fuerzas hacia una nueva
aprehensión del hombre (...)”
“Era la única posibilidad de conservar algo de esperanza. Me hallaba, junto a la humanidad,
en la más negra de las noches. Dios agonizaba, las leyes, los principios y las costumbres
que habían constituido el patrimonio de la humanidad se veían suspendidos en el vacío,
despojados de su autoridad. El hombre, desembarazado de Dios, liberado y solitario,
amenazaba con formarse a sí mismo a través de los demás hombres (...)”

“Seguía siendo la forma, y no otra cosa, lo que se encontraba en la base misma de esas
convulsiones. El hombre moderno se caracterizaba por una nueva actitud frente a la forma.
La imaginación me representaba a los hombres del futuro dejándose formar
deliberadamente unos por otros. Vinculé mi experiencia particular a ese panorama general
de la humanidad y conseguí con ello un sosiego relativo (...)”
“No era el único en ser camaleón, todo el mundo lo era. Se trataba de la nueva condición
humana, había que tomar conciencia de ello con rapidez”. Los acordes de la guerra
resuenan en la cabeza de Gombrowicz cuando lleva algunos años de Argentina.
Convaleciente y también aterrado por la pérdida de la juventud en ese año terrible de 1944,
Gombrowicz empieza escribir “El casamiento” y “El banquete”.

El año 1944 fue el año en el que empezó a vislumbrarse el final de la guerra, Gombrowicz
todavía no podía saber que el comunismo le iba impedir regresar a Polonia y que su guerra
iba a continuar hasta la muerte. Es difícil saber qué le pasaba por la cabeza a Gombrowicz
cuando escribía “El banquete”, pero existe en esta narración el aliento de una derrota que se
convierte en victoria.
Una victoria militar en medio de todas las indignidades humanas. “El banquete” es su
última novela corta, y aunque está más lograda técnicamente que las otras, no difiere
esencialmente de ellas. El absurdo y el snobismo se ponen aquí al servicio del in crescendo
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al que Gombrowicz llama elevación a la potencia, un absurdo que siempre está plegado a la
lógica ceremoniosa de los rituales y las celebraciones.

El plasma sombrío que existía dentro de Gombrowicz está completamente transpuesto en


“El banquete”, chispea de humor y alcanza la inocencia a través del disparate. Utiliza sus
anormalidades psíquicas y eróticas como componentes de la forma, con este procedimiento
consigue dominarlas y manejarlas creativamente para alcanzar un valor cultural, para
situarlas de una manera civilizada.
Es una narración paródica y teatral cuyo nivel no es menor al de ninguna de sus obras
grandes. Están presentes, la repetición, la simetría, la analogía, la mitologización y, en fin,
muchas de la visiones y situaciones que aparecen en sus piezas teatrales y en sus novelas.
Las sesiones secretas del consejo de ministros se desarrollaban en la oscuridad de la sala de
los retratos.

Los ministros y viceministros del estado se pusieron de pie, iban a anunciarse las nupcias
del rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Al día siguiente, durante la
celebración del banquete real, los prometidos, que sólo se conocían por fotografías, serían
presentados formalmente. Esa unión acrecentaría realmente el prestigio y el poder de la
corona.
El canciller abre el debate de la sesión del consejo. El ministro del interior pide la palabra
pero comienza a callar, y no hace otra cosa más que callar todo el tiempo que dura su
intervención. Los ministros que le siguen en el uso de la palabra hacen lo mismo, se callan.
No podían decir nada, todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar
y vendía a manos llenas su propia majestad.

Entra el rey al consejo vestido de general con la espada al flanco y un tricornio de gala en la
cabeza. Los ministros se inclinan y el monarca, mientras se arrellana en el sillón, los
contempla con una mirada astuta. El consejo de ministros se transforma en consejo de la
corona por la presencia del rey y se prepara para escuchar sus declaraciones. El soberano
manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa.
Pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan
venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina
en la sala. Sigue diciendo que estaba obligado a hacer un serio esfuerzo para que la
archiduquesa reciba la mejor impresión de su reinado. Cuando sus dedos empiezan a
tamborilear sobre la mesa a los ministros no les queda ninguna duda.

El monarca estaba solicitando una colaboración para la realización del banquete. Se queja
de los tiempos difíciles, de que no sabía cómo hacer para afrontar ciertos compromisos, en
ese momento se empieza a reír y a guiñarle el ojo al canciller en forma repetida, finalmente,
le hace cosquillas debajo del brazo. El silencio del canciller es profundo y la risa del rey se
extingue.
El anciano canciller y los otros ministros se inclinan ante el soberano. El poder de la
reverencia de la corte fue verdaderamente tremendo, el rey quedó golpeado e inmovilizado,
aquella reverencia le devolvió la realeza, el pobre rey Gnulo gimió y trató de reír pero no
pudo, entonces huyó aterrorizado amenazando al consejo con que se iba a tomar venganza.
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Los ministros se preguntaban cómo había que hacer para impedir que el rey Gnulo armara
un escándalo en el banquete como represalia por no haber obtenido la cantidad de dinero
que deseaba. La archiduquesa extranjera era hija de emperadores y no podían permitir que
se llevara una mala impresión de la actitud miserable del monarca. A las cuatro de la
mañana el consejo presentó su dimisión.
El viejo canciller no acepta la dimisión con el argumento de que había que constreñir,
encarcelar y enclaustrar al rey en el rey mismo. Había que aterrorizar al rey para salvar la
reputación de la corona con el esplendor y la magnificencia de la recepción. La
archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la
luminosidad del archibanquete.

Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa
no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo
vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su
futuro marido. En el momento que Gnulo le toma la mano la archiduquesa se estremece de
disgusto.
Sin embargo el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho
un suspiro de admiración. Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al
tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia enemiga
sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo.

El anciano canciller mira de reojo al embajador porque sospecha que el sonido viene de ahí.
El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron.
El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por
los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las
trompetas y los reflejos brillantes de las luces.
El rey, aterrorizado por esta duplicación, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas
no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar
el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad. El rey sólo se dejaba
tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad
miserable.

Lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la
archiduquesa emitió un gemido de repulsión. La asamblea se espanta, entonces el venerable
anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los
presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido hacerlo por sí mismo.
Todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja con violencia la mesa y se
levanta bruscamente. Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única
manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera
naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente
aquellos que no admitían imitación.

Había que convertir los gestos del rey en archigestos para presionar al monarca. Gnulo,
enfurecido como estaba, golpea la mesa y rompe dos platos. Todos los demás hicieron lo
mismo, cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los
invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los
comensales deambulan.
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Cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza
un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe que hacer y empieza a
estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre
la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla del mismo modo en que lo estaba
haciendo el rey Gnulo.

Los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los
invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa
y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad. Tomado
por el pánico el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la
idea de dejar atrás todo aquel archireino.
Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que
seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La
ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey
se convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los
descendientes de estirpes gloriosas galopando.

Cabalgan junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los
ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el
galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las
luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se
lanzó a la carga.
“Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas
de la noche”

WITOLD GOMBROWICZ Y EL ALCOHOL

“Otro recuerdo de borracho. Fui a ver a un conocido y estuvimos jugando en su casa al


ajedrez: –Allí está el vodka, bebamos un poco. Tomó una copa y murió. Cosas como éstas
también sucedían. El juego y el deporte estaban minados por diversos moribundos que de
repente llegaban al término de su vida”. Gombrowicz menciona por primera vez una
ingestión de alcohol cuando termina el bachillerato.
“Fuimos a celebrar el éxito al apartamento de Miecio Grabinski, llamado el presidente, en
la calle Jerozolimskie, frente a la Estación Central. Me emborraché como todos y eché mis
entrañas por la ventana del quinto piso. Estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo
había una cafetería con las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la calle, me
hicieron avisar rápidamente a mis compañeros (...)”

“Acto seguido, colocamos una barricada en la puerta de entrada dispuestos a defendernos


hasta el final”. Muchos años después anda envuelto otra vez en una borrachera. “Para
despedir el año 1934 organicé en la Noche Vieja una fiesta artística en el piso de mi madre.
Mi madre y mi hermana se hallaban entonces en el campo y podía hacer en la casa lo que
me diera la gana (...)”
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“La fiesta, que duró hasta las seis de la mañana, era un signo manifiesto de mi sólida
posición en el mundillo literario de Varsovia. No faltaron Tadeusz Breza, Zofia y Adam
Mauersberger, Antoni Sobanski, Adolf Rudnicki, Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno
Schulz, Swiatopelk Karpinski, Michal Choromanski, Janusz Minkiewicz. Yo estaba
borracho como todos (...)”

“Disimulaba que me divertía, lo cual no me impidió constatar una vez más que era por
naturaleza muy ajeno a este tipo de placeres. Tenía mal alcohol, como me dijo el gran
conocedor de mundo Swiatopelk Karpinski; el alcohol provocaba unos pésimos efectos en
mi hígado y me volvía hipocondríaco, no me acercaba a nadie, al contrario, me alejaba de
todos”
Los borrachos estaban organizados en un club en el que había un cuarteto sobresaliente en
el que Karpinski se dedicaba a poner peceras en el ascensor para divertir a los peces, y
Minkiewicz a pedir limosna para una vodka en los colegios de señoritas. Eran los borrachos
más destacados, Karpinski, el único poeta verdadero, escribía textos para cabarets y
afirmaba que un buen chiste era solamente cuestión de técnica.

Él disponía de un método para fabricar chistes en cualquier cantidad. Minkiewicz, también


poeta, pero de más ligero calibre, era un cantautor al estilo parisiense, adoptaba una pose
indolente, era pesado, lento, semejando a un gato murmurando sus chistes. Esta cofradía de
borrachos fue una de las características destacadas de Varsovia de antes de la guerra.
“Hoy quizás los calificaría de precursores, puesto que esos sabios parecían leer claramente
en el libro del destino y ahogaban en vodka el absurdo de la situación polaca, su trágico
callejón sin salida, que a cada esfuerzo honrado ponía un signo de interrogación”. Ese
grupo de poetas beodos estaba unido bajo el signo de la broma y de la burla, y aparte de la
vodka y las mujeres no tomaba nada en serio.

No tomaba en serio ni siquiera el dinero, el verdadero Dios de ese gremio era el sentido del
humor, fue por eso que “Memorias del tiempo de la inmadurez” se ganó la aprobación de
esos bromistas borrachines. Y fue por eso también que después de “Ferdydurke” lo
empezaron a admirar. Si bien es cierto que lo trataban con afecto Gombrowicz no se dejaba
comprar por sus alabanzas, tenía una reserva con ellos.
Era un fenómeno social vergonzoso, ningún miembro de ese grupo era un artista de gran
envergadura y su producción literaria no se caracterizaba por la decencia que distingue a un
hombre con el gusto formado y la imaginación disciplinada. Su mundo era desordenado y
anárquico, le faltaba el reflejo de las personas cultas que con la herencia y la educación
sustituyen con éxito la ausencia de ideología, de moralidad y de fe.

Se fueron hundiendo en la lujuria y en las pequeñas porquerías unidas a ella, de año en año
fueron más infelices, más borrachos y más desesperados. Hasta que llegó la guerra. “La
Polonia de entreguerras era para mí un país que transformaba poco a poco su cultura
erótica femenina en masculina. Tuve oportunidad de constatarlo cuando, poco antes de la
guerra, unas colegialas me invitaron a una pequeña fiesta (...)”
“La invitación se debía a que acababan de poner en escena, con su propio esfuerzo, mi
cuento „Filidor forrado de niño‟, después de haberlo adaptado para el teatro, y daban una
fiesta con tal motivo. Alguna vez había tenido ocasión de participar en fiestas raras y
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atrevidas, pero una cosa así, tanto ímpetu encaminado a la diversión, el vodka y la locura,
no lo había visto jamás (...)”

“Recepciones como ésta demostraban una militarización bastante importante de las


costumbres de las jovenzuelas, lo defino así porque era el estilo de los jóvenes de las
academias militares, el estilo de vida militar. Este desenfreno social que se había apoderado
de los menores, que tanto escandalizaba a los adultos, recobraba entonces, al menos en los
últimos años de entreguerras, un sentido dramático: la guerra (...)”
“Su sombra se sobreponía a todo, su aciaga proximidad daba a entender que había que
precipitarse a disfrutar de la vida antes que se mezclase demasiado con la muerte. Esas
chicas poseían ya algo de ese desprecio por lo convencional que unos años después
caracterizó a los jóvenes que lucharon en las calles de Varsovia. „Vivimos como si
fuéramos a morir‟ (...)”

“Ese grito me lo había pegado al oído en el curso de una borrachera Swiatopelk Karpinski,
completamente bebido, y esta constatación reflejaba muy bien un ambiente que pesaba
sobre Polonia más aún que sobre el resto de Europa. No frecuentaba locales nocturnos. El
alcohol no me llamaba la atención, el baile tampoco, y los asiduos de esos diversos
dancings, tanto hombres como mujeres, me parecían poco interesantes (...)”
“Esa vida dorada sobre el fondo de la miseria varsoviana era demasiado chocante, más de
una vez percibí un sentimiento de odio en los ojos de los obreros que reparaban el
pavimento en la madrugada. Ese odio aparecía cuando nosotros, vestidos con nuestros
abrigos de pieles salíamos de esos locales y llamábamos a unos taxis con ademanes
despreocupados (...)”

“Aunque también era verdad, que si esos obreros hubieran podido mirar en nuestros
bolsillos vacíos y, más aún, en nuestros estómagos vacíos, habrían comprendido enseguida
que esas orgías no eran tan orgiásticas como pudiera parecer. Pero las apariencias debían
ser hirientes: por un lado el obrero, trabajando a la intemperie y por otro unos burgueses
saliendo de una juerga en compañía de chicas (...)”
“Sospecho que en la Polonia de antes de la guerra existía más apariencia de agravios e
injusticia que una verdadera explotación social. A simple vista, el abismo que separaba a un
conde, un terrateniente, un fabricante o un intelectual de un obrero parecía inmenso. En
realidad hasta ese propietario, terrateniente, fabricante o conde estaban en ocasiones en las
últimas y les faltaba dinero para cubrir sus gastos indispensables (...)”

“Las apariencias eran aún altivas y orgullosas: reverencias, títulos, obsequiosidad, pero, a
decir verdad, nadie vivía en la opulencia y cada uno se rompía la cabeza para que, dentro de
su nivel, le alcanzara el dinero. También pasaba a veces que cuanto más fortuna tenía uno,
tantas más penas. Mi miserable ingreso de intelectual me permitía salir al extranjero cuando
me daba la gana (...)”
“En cambio mis diversos tíos, grandes terratenientes, no se podían mover de su sitio
vigilando los impuestos y los pagos, y corriendo detrás de los préstamos. Lamentablemente,
la pobreza polaca tenía características extremas. Lo que sí saltaba a la vista era el
proletariado. El pueblo comenzaba a comprender: en Occidente no existía el proletariado, al
menos no en el sentido polaco del término (...)”
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“Había trabajadores intelectuales y trabajadores físicos pero, por lo general, la miseria no


alcanzaba un estado tan grave como para crear de verdad una nueva categoría de hombres,
otra clase. Unas criadas descalzas como las veíamos en Varsovia era algo inconcebible en
París”. Gombrowicz abandona el alcohol de Polonia y empieza a apurar el alcohol de la
Argentina.
“El caso es que vosotros no sabéis nada de cómo se ha desarrollado mi convivencia con el
mundo literario argentino. Sí, ahora me doy cuenta de que hasta el momento no habéis sido
introducidos en este capítulo de mi biografía. No dudo de que lo escucharéis con ganas.
¿Habré logrado introduciros ya en mi intimidad hasta el punto de que todo lo que se refiere
a mí no os resulte indiferente? (...)”

“Como es sabido, llegué a Buenos Aires en el barco Chrobry una semana antes del estallido
de la guerra”. Las observaciones que se pueden hacer en un laboratorio tienen una
diferencia insalvable con las que se pueden hacer en la vida, en el laboratorio se pueden
repetir más o menos exactamente las condiciones iniciales, en la vida no se pueden repetir
ni siquiera aproximadamente.
Es por esta razón que no podemos saber cómo hubiese sido la obra de Gombrowicz y aún
Gombrowicz mismo, si no hubiera venido a la Argentina, pero en todo caso podemos
suponer que algo distintos hubieran sido, no tanto porque vino sino por el tiempo que se
quedó. “En el Chrobry pasaba frente a las costas alemanas, francesas e inglesas, territorios
de Europa inmovilizados por el pavor del crimen aún por nacer (...)”

“El clima sofocante de la espera, parecía gritarme: ¡sé ligero, nada te es posible, lo único
que te resta es la ebriedad! Me emborrachaba, pues, a mi modo, es decir, no necesariamente
con alcohol, pero estaba borracho, casi totalmente embotado”. Gombrowicz se
emborrachaba muy de vez en cuando, no sabía pasar el tiempo de esa manera tan propia de
Polonia.
El alcohol le producía tristeza y en vez de estimularle la sociabilidad y la diversión lo
alejaba de la gente y lo ponía sombrío. Esa tendencia a la melancolía que le provocaba el
alcohol ejerció sobre Gombrowicz una influencia decisiva y perjudicial en su destino
literario, pues en Polonia es más fácil imaginarse un escritor sin pluma que sin una copa en
la mano.

Cuando llegó a la Argentina y estalló la guerra, Gombrowicz, en vez de emborracharse con


los tragos, jugó al ajedrez, el ajedrez lo ayudó más que ninguna otra cosa a matar los
recuerdos. Pero aquellos borrachos de Polonia se quedaron al acecho, y un año antes del fin
de la guerra le tomaron otra vez la mano y llegaron a tener un papel estelar mientras
escribía “El casamiento”.
En esta pieza de teatro los borrachos se burlan de todo, de lo secular y de lo sagrado, de la
familia y del honor, también de sí mismos, y no le dan lugar a una tragedia que ellos
mismos provocan con una beodez premeditada. “„El casamiento‟ sin teatro es como un pez
fuera del agua pues es un drama no sólo escrito para el teatro, sino que es también la misma
teatralidad de la existencia que se libera de sus cerrojos (...)”

“No obstante, temo que nadie, aparte de mí, sea capaz de dirigirlo y que el espectáculo se
derrumbe, con gran vergüenza para mí, enterrando por muchos años la carrera teatral de la
obra. La mayor dificultad consiste en que „El casamiento‟ no es una transposición artística
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de un problema o una situación, sino una libre descarga de la imaginación, eso sí, dirigida a
un fin determinado (...)”
“Lo cual no quiere decir que „El casamiento‟ no cuente una historia: es el drama de Henryk,
un hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido destruido, que ha visto en sueños su casa
convertida en una taberna y a su novia Manka-Mania transformada en una mujerzuela.
Deseando recuperar el pasado, este hombre proclama rey a su padre, y en su novia quiere
ver una virgen (...)”

“Todo en vano, puesto que no sólo su mundo ha sido destruido, es él mismo quien también
ha sufrido un hundimiento y a quien ya se le han agotado aquellos sentimientos de antaño.
Es el sueño acerca de una época, que expresa los tormentos de nuestro tiempo presente,
pero a la vez es el sueño que anticipa una época que trata de adivinar el futuro (...)”
“El sentido de estas reflexiones resulta melancólico, la verdad es que no tengo ninguna
seguridad de que „El casamiento‟ se represente mientras yo viva”. El príncipe Segismundo,
de Calderón de la Barca, y el príncipe Henryk, de Gombrowicz, siguen caminos diferentes.
Sin embargo ninguno de los dos distingue en sus historias si son verdaderamente reales o
están dictadas tan sólo por los sueños.

Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas, y también son
ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad. Que
el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión con la que no todos
están de acuerdo. La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un
antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra.
Por esa diferencia se pueden destruir mutuamente, pero si lo que ocurre, ocurre entre una
persona y un mundo de sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación,
el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático. No
existe drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño.

Pero el sueño de “El casamiento”, según lo ve Gombrowicz, es un sueño sobre la realidad.


Los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque
sea un contacto con personas creadas por su imaginación en la esfera de los sueños. Los
hombres independientes no existen, y nuestras ideas y sentimientos no vienen de nosotros
mismos
Se forman entre los hombres, en la esfera peligrosa y poco conocida de la forma y de los
sueños. “Perdió su amor, su novia. Ruega a Dios que le devuelva todo lo perdido y espera
¿Qué es lo que reclama, pues Kierkegaard? Reclama la repetición de una vida que no vivió,
la recuperación de la novia perdida. Reclama la repetición del pasado; que le sea devuelta
Regina, tal como era en los tiempos de noviazgo‟ (...)”

“¡Qué parecido tan grande entre este pensamiento de Lefebvre y „El casamiento‟! Sólo que
Henryk no se dirige a Dios sino a los hombres. Derriba a su padre-rey (el único eslabón que
lo une con Dios y con la moral absoluta), tras lo cual, al proclamarse rey, intentará
recuperar el pasado sirviéndose de los hombres, creando de ellos y con ellos una realidad.
Magia divina y magia humana”
Kierkegaard era enemigo del disimulo y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el
reino de la fe cristiana y luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel
de los severos y austeros principios del cristianismo verdadero. Quiso ponerse a prueba él
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mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa Regina Olsen que verdaderamente
lo adoraba.

Utilizó desvergonzadamente esta conducta en sus libros describiendo a la mujer como el


eterno enemigo del espíritu. La mujer era el diablo que arrastra a los jóvenes a sus trampas.
Pero todas estas actitudes con las justificaciones respectivas eran mentiras, mentiras al
mundo y a sí mismo. El sueño de Kierkeggard que le ruega a Dios que se la devuelva a
Regina, no es el mismo de Gombrowicz en “El casamiento”.
Manka estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen
e inocente. Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania. “Por
favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es
esto? ¡Eh! Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la
quieran manosear (...)”

“No piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar,
siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas. ¡No te cases con ella!
Porque el viejo borracho dijo la verdad. Ella tonteaba con Wladzio, en el pasado. ¡También
yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día, se toqueteaban y se buscaban, él a
ella y ella a él, Henryk, no te cases!”.
Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la
parodia de un drama genial. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de
Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo, en la mitad del
segundo acto todavía no sabía bien lo que quería. “El casamiento” es la teatralidad de la
existencia.

Una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta
obra Gombrowicz les abre la puerta a sus percepciones proféticas. “Empecé „El
casamiento‟ durante la guerra, en el año 1944, en la localidad de La Falda de la provincia
de Córdoba, convaleciente de unas líneas de fiebre persistentes que, como supe al fin, se
debían a que el termómetro marcaba unas décimas de más (...)”
“Esta pieza de teatro se fue estructurando en mí lentamente, a tirones, a lo largo de esa
existencia argentina, un día tras otro. „Fausto‟ y „Hamlet‟ fueron mis modelos, pero sólo en
lo referente a su genialidad. Quería escribir un drama que fuera grande y genial, y me remití
a estas obras, que en mi juventud había leído con veneración. Mis ambiciones no estaban
exentas de cierta astucia (...)”

“Ladino como era, presentía que era más fácil escribir una gran obra que una obra
simplemente buena. La vía del genio me parecía menos ardua. „El casamiento‟ que, como
todas mis obras, se rebela contra la forma, es una parodia de la forma, una parodia del
drama genial. Pero, parodiando el genio, ¿acaso no iba a poder introducir fraudulentamente
un poco de mi propio genio, de contrabando? (...)”
“Me propuse mostrar a la humanidad en su paso de la Iglesia de Dios a la iglesia de los
hombres. Con todo, la idea no surgió desde el comienzo de mi obra. Primero empecé por
lanzar a la escena un puñado de visiones, de gérmenes, de situaciones y lentamente a
trompicones, llegué a esa idea. Iba por la mitad del segundo acto y seguía sin saber lo que
quería (...)”
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“Y se me antojaba que la creación bamboleante, ebria y sonámbula, a partir de los


cortocircuitos de la forma, de sus conexiones y combinaciones, se correspondía con el
devenir de la historia, la cual avanza también ebria y sonámbula. Pueden detectarse en „El
casamiento‟ ciertos mecanismos de gestación del hombre y de la humanidad modernos
(...)”
“La presencia constante de la forma en la escena constituye el spiritus movens del drama. Y
aquel que se deje arrastrar en los torbellinos de la forma en proceso de formación, queda
preso para siempre en una duda mortal. ¿Es eso cierto? ¿Es sensato, o más bien estúpido?
¿Es realidad o sueño? Mi modesto teatro de aficionado no es teatro del absurdo (...)”

“Es teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un
mundo personal”. En “El casamiento” se narra el sueño sobre una ceremonia religiosa que
se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está
formando a sí mismo de un modo imprevisible. Éste es un acorde disonante entre el
individuo y la forma; si no hay Dios, los valores nacen entre los hombres.
Pero el reinado de Henryk sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades
formales de la acción para hacerlo rey terminan por derrumbarlo y toda la transmutación
fracasa; ha recibido un zarpazo de Dios. En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un
soldado polaco alistado en el ejército francés. Está peleando contra los alemanes en algún
lugar de Francia.

Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en
alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre
contemporáneo a caballo de dos épocas. Henryk ve surgir de ese mundo onírico a su casa
natal en Polonia, a sus padres y a su novia. El hogar de Henryk se ha envilecido y
transformado en una taberna empobrecida.
En esa taberna su novia Mania es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable
y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él,
grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación desesperada se empieza a
hilar la trama de la obra. Los borrachos cantando y bailando a su alrededor con risas beodas
y sarcásticas lo señalan con el dedo como si fuera un rey intocable.

Pero, entonces, el hijo le rinde homenaje al padre con toda la seriedad y pompas de una
consagración real, y el padre se transforma en rey. Ya como rey el padre eleva al hijo a la
dignidad de príncipe de la corona y le hace la promesa, en virtud de su poder real, de que le
concederá un casamiento digno y religioso que restituirá a la novia la pureza y la integridad
de antaño.
Cuando se está preparando el casamiento digno y sagrado que celebrará un obispo el sueño
del protagonista empieza a vacilar junto a la misma ceremonia, se siente amenazado por la
estupidez justamente cuando aspira con toda el alma a la sabiduría, a la dignidad y a la
pureza y, poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo y también en el sueño.

Otra vez entra en la escena el cabecilla de los borrachos para provocarlos. Cuando Henryk
está a punto de pegarle, la escena se metamorfosea en una recepción de la corte en la que el
borracho se ha convertido en el embajador de una potencia extranjera que incita al príncipe
a la traición. El obispo, el rey, la iglesia y Dios son viejas supersticiones.
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Si Henryk se proclamara a sí mismo rey, ninguna autoridad divina ni terrenal le sería


necesaria. Se administraría a sí mismo el sacramento del matrimonio y obligaría a todos a
reconocerlo y a reconocer a la novia como pura y unida a él. Una transformación que había
comenzado con la intocabilidad del padre culmina en el paso de un mundo basado en la
autoridad divina y paternal a otro mundo.

En este nuevo mundo la propia voluntad de Henryk deberá convertirse en la autoridad


divina y creadora como la de Hitler, como la de Stalin. El príncipe cede a la incitación del
borracho, destrona al padre y se convierte en rey, pero el borracho anda detrás de algo más,
cuando estaba por finalizar la ceremonia matrimonial le pide a Wladzio, el amigo de
Henryk, que sostenga una flor encima de la cabeza de Manka-Mania.
En ese momento escamotea rápidamente la flor dejándolos en una actitud falsa y
sospechosa que despierta los celos del príncipe. Henryk ve al borracho como si fuera un
sacerdote cochino uniendo a su amigo y a su prometida en un casamiento inmoral y bajo. El
padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad.

“Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito,
infernal, diabólico, abominable y terriblemente despreciable. Un crimen que irá de
generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los
tormentos, maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”.
Henryk se convierte en un dictador, ha dominado a todo el mundo, también a sus padres, y
de nuevo se vuelve a preparar la ceremonia nupcial pero sin Dios, sin otra sanción que la de
su poder absoluto. Henryk utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento
drástico para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios.

“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido
detenido. Aparte de eso, también están en la cárcel los medios militares y civiles, y grandes
sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor y las Direcciones
Generales. Los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y
parvularios, todos están es prisión (...)”
“Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está
en la cárcel. Es la paz. La calma”. Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento”
Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras. “¡Todo eso es mentira! Cada
uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían
traicioneramente a espaldas nuestras (...)”

“Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, sino que son las palabras las que nos
dicen a nosotros, y traicionan nuestro propio pensamiento que, a su vez, nos traiciona a
nosotros. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! Las palabras liberan en nosotros ciertos
estados psíquicos. Nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros (...)”
“Si tú dices algo como: 'Si tú lo quieres, Henryk, yo, Wladzio, me mataré de mil amores',
parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así,
ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos. „Asiste a la boda, Wladzio, y cuando
llegue el momento, mátate con este cuchillo‟”. El dictador siente que su poder debe hacerse
real.
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Sólo tendrá realidad si es confirmado por alguien que realice voluntariamente el sacrificio
de su sangre. Le pide a Wladzio que se mate para él, pues este sacrificio calmará sus celos y
lo hará poderoso y formidable para realizar su casamiento y conseguir la pureza de Manka-
Mania, la novia. El amigo se mata, Henryk retrocede horrorizado ante lo que ha hecho y el
casamiento no se consuma.

WITOLD GOMBROWICZ Y LA LOMBRIZ

En el año 1955 Vladimir Nabokov había actualizado la atracción malsana que ejercen las
nínfulas sobre los hombres maduros con su “Lolita”. Gombrowicz no tenía una buena
opinión sobre la persona de Vladimir a quien consideraba un don nadie. Escritor
estadounidense de origen ruso, es considerado como una de las principales figuras de la
literatura universal.
Nacido en San Petersburgo en el seno de una familia de la aristocracia, su novela sobre
ajedrez, “La defensa de Luzin”, lo consagró como uno de los principales valores de la joven
generación de escritores emigrados de Rusia a causa de la revolución bolchevique. Su fama
literaria fue discreta hasta la publicación en París de “Lolita” en el año 1955.

Esta obra supuso su consagración como escritor, una asombrosa novela que narra la intensa
y obsesiva relación de un hombre maduro con una adolescente precoz, y que puede
considerarse como un estudio del amor y el deseo sexual. Detestaba las ideas habituales
sobre la novela; al hablar sobre el “Ulises” de Joyce insistía a sus alumnos en que tuviesen
a mano un mapa de Dublín.
Con ese mapa podían seguir las peripecias de los personajes, antes que hablarles sobre la
compleja historia irlandesa que muchos críticos creen ver como esencial para comprender
la novela. Gombrowicz alcanzó en “Pornografía” una de sus creaciones artísticas más
logradas sobre el tema de la sexualidad. Estaba rompiéndose la cabeza con una novela a la
que primero llamó Acteón y después “Pornografía”.

Cuando ya llevaba a cuestas una buena parte de las páginas del libro hace unas reflexiones
en los diarios. “Esta novela se me da mal. Su lenguaje, demasiado rígido, me paraliza. Me
temo que todo lo que llevo escrito hasta ahora –ya va por las cien páginas– sea una terrible
porquería. No soy capaz de apreciarlo, porque cuando se trabaja duramente largo tiempo en
un texto, se pierde el sentido crítico (...)”
“Tengo miedo..., algo me pone sobre aviso. ¿Tendré que tirarlo todo a la papelera, todo el
trabajo de meses, y empezar de nuevo? ¡Dios mío! ¿Y si he perdido el talento y ya nunca
más nada..., al menos nada a la altura de mis obras anteriores? He inventado un tema
fascinante, excitante, una realidad cargada de terribles revelaciones, y la obra está ya en
estado de ebullición, estimulada por numerosas ideas, visiones e intuiciones (...)”

“Pero todo esto hay que escribirlo. Me falla el lenguaje. Me he metido en un lenguaje de un
género demasiado tranquilo, demasiado poco enloquecido”. “Pornografía” es una novela en
la que Gombrowicz recuerda el café Ziemianska como un representante de la ex-Varsovia.
“Voy a contarles otra de mis aventuras, y justamente una de mis más fatales historias (...)”
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“Por entonces, era en el año 1943, me encontraba yo en la ex-Polonia y en la ex-Varsovia,


en lo más hondo del hecho consumado. El desmantelado grupo de mis compañeros del ex-
café Ziemianska, se reunía los martes en un pisito de la calle Krucza, y allí, mientras
bebíamos, procurábamos seguir siendo artistas, escritores, pensadores... reanudando
nuestras viejas conversaciones, nuestro ex-debates sobre el arte (...)”

“Dale, dale, dale, todavía hoy nos veo sentados o tumbados, en el cuarto lleno de humo,
todos charla que charlarás y grita que gritarás. Uno chillaba: Dios, otro: arte, un tercero:
nación, un cuarto: proletariado, y así discutíamos ferozmente y venga darle vueltas y
vueltas. Dios, arte, nación, proletariado, pero un día llegó Fryderyk, un hombre de mediana
edad, oscuro y reseco, de nariz aguileña (...)”
“Se presentó a todo el mundo con todos los requisitos de la cortesía”. Gombrowicz y
Fryderyk se van a la casa de campo de Hipolit para escaparse del drama colectivo de la ex-
Polonia, de la ex-Varsovia y de las discusiones interminables sobre la nación, Dios, el
proletariado, el arte. En el primer domingo de misa Gombrowicz observa a su compañero.

Fryderyk arrodillándose y actuando de una manera particular le va quitando importancia a


la ceremonia religiosa. Con una mirada obsesiva y penetrante establece un contacto sensual
entre las nucas de dos jóvenes, ese hombre se volvía temible y, de repente, esa misa
celebrada en un lugar de la Polonia abandonada a los alemanes, cayó fulminada por un
rayo, como si el absoluto de Dios hubiera muerto.
Pero cada nuca estaba sola, las nucas no estaban juntas, eran la nucas de Henia, la hija de
Hipolit, y la nuca de Karol, un auxiliar de la finca. Y la novela termina como los dramas de
Shakespeare, en una verdadera tragedia. Cómo es que se pasa de la descomposición del
ritual religioso y de las nucas a semejante carnicería, sólo Dios y Gombrowicz lo saben.

El estallido de las monstruosidades señoriales y campesinas que confluyen en el gesto del


sacerdote celebrando la misa, y la nihilización de la iglesia, preparan el camino para el
reemplazo de Dios por una nueva deidad. Las nucas de Henia y Karol se asocian en la
conciencia de Gombrowicz de una manera lasciva, le nace el pensamiento de que los
jóvenes deben consumar con el cuerpo la atracción que él había descubierto.
Es alrededor de este elemento sensual y erótico cómo se empieza a desarrollar la trama de
esta historia. Henia y Karol son representantes de la tentación y del pecado; Waclaw, el
prometido de Henia, y su madre Amelia, son representantes de la corrección y de los
principios religiosos. De qué son representantes Fryderyk y Gombrowicz es más difícil
saberlo.

Por ahora digamos que son dos adultos mirones y lascivos que planean, en principio, que
los dos jóvenes se presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo para
los jóvenes mismos. Karol es atractivo con una juventud violenta que lo arroja en los brazos
de la brutalidad y la obediencia. Sensual, carnal y con una sonrisa que lo ata a una
inferioridad superficial, Karol no puede defenderse.
Esta mezcla explosiva en la conciencia de Gombrowicz se le echa encima a Henia como si
fuera una perra, arde por ella, un deseo que nada tiene que ver con el amor, un
enamoramiento becerril con toda su degradación. Pero la joven señorita tiene con el
muchacho un diálogo desembarazado y confiado, los jóvenes no se comportan según el
contenido de la conciencia de Gombrowicz.
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En este punto Gombrowicz se pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la


descomposición de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del cuerpo de los
jóvenes a la consumación. Henia es una colegiala cortés, cordial y muy atractiva. Cuando
Fryderyk tenía apartes con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la llevaba para hacer
cosas con ella o ella se iba con él para que él le haga cosas.
A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador del drama mientras
Gombrowicz le sigue los pasos y trata de interpretar el significado de sus extrañas
maniobras. Fryderyk maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a Henia que se
los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, yo gozaré, yo lo deseo.

Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los
propósitos de Fryderyk. Pensaba más o menos así: Henia remangaba los pantalones para
que Fryderyk gozara, de modo que estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también
con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también
Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego.
No eran tan ingenuos entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás,
los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso.
Después de que Karol le levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole
brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de pelo negro, le dice a Gombrowicz que le
gustaba Henia.

Sin embargo le gustaría más hacerlo con doña María, la madre de Henia. El joven estaba
actuando para los adultos porque quería divertirse con ellos, y no con Henia, porque los
adultos, aún dentro de su fealdad, podían llevarlo más lejos al ser menos limitados. Pero
esto no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado joven para Dios y para las
mujeres, era demasiado joven para todo.
El sueño de los dos adultos de que los jóvenes consumaran su atracción innegable se venía
abajo. Era una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja
de amantes, el fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse. Llameaba entre
ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una sensualidad irritada.

Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar
una misma lombriz hasta partirla. Quería que Henia y Karol causaran tormentos con sus
suelas, con toda calma Fryderyk había transformado en un verdadero infierno la existencia
de esa pobre lombriz. Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la
intimidad fundiendo a unos con otros.
En la virtud los jóvenes se le presentaban a Fryderyk y a Gombrowicz cerrados, herméticos,
pero en el pecado podían revolcarse con ellos. Era un sistema de espejos, Fryderyk lo
miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del
otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por
suya.

Por su parte Henia les hacía saber que era verdaderamente creyente, que si no lo fuese no se
confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido.
Su futura suegra era como si fuera su misma madre, era un honor para ella entrar en esa
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familia tan respetable, era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con ningún
otro.
Un comentario que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión
de su debilidad, excitaba precisamente por su virtud y no por su pornografía. Y también les
decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito,
que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los
habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo.

Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud
ejemplar. En Amelia regía el Dios católico, desprendido de la carne, era un principio
metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender a todas las majaderías que
tramaban los adultos con Henia y Karol. Daba la impresión de que estaba enamorada de
Fryderyk.
Parecía subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y
distraer por nada, un ser de una seriedad extrema. En la finca de Amelia tiene lugar la
segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la
edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al
ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek.

Transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y
cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo. La situación no estaba clara, nadie
sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se
habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía
demasiada inteligencia.
Por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. Una sospecha
terrible flotaba en el aire de la casa de campo. Sospechaban que esa mujer tan espiritual y
guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek
revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si
esto fuera así no podían entregar a Joziek a la policía.

A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde. Sus
compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian
actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de
todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor
temeridad, para la causa común.
La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado, preparado a dispararse
como un perro al oír la orden. Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos
instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban
la orden para entregarse a la lucha. Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar
a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido.

Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban
de una escena extraña. Los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con
ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre
Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que
eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro.
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Así no se hacía, le parecía que ella no se había entregado a él. Esto le resultaba peor que si
hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no,
porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más
de Karol. Al final de la novela hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz
y Fryderyk, es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa.

Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de
tensión y del apetito. Él piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada
plenitud para los otros, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a los
otros, a través de los otros y también de Waclaw, por los otros. Lo peligroso de todo esto es
que Fryderyk siente que ha caído en manos de unos seres frívolos.
Unas manos apenas crecidas empujaban, en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral,
a su propio pensamiento y pasión a hacer todo lo que estaba haciendo, se sentía como un
Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años. Y llegamos al final. Los adultos no se
animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la
juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro.

Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga
la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la
puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian. Queda un cabo suelto,
Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces,
Fryderyk lo mata.
Y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia que había
caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los
jóvenes. Hania y Karol sonríen. “Sonríen como sonríe la juventud cuando no sabe cómo
salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos
miramos a los ojos”.

Gombrowicz intentó en “Pornografía” elevarse por encima del erotismo y el satanismo de


Witkiewicz. Poco tiempo después de haber terminado esta novela le pareció que esta obra
podía ser un intento de renovación del erotismo polaco, un erotismo que se correspondiera
mejor con el destino y la historia de la Polonia de los últimos años hecha de violencia y
esclavitud.
Una historia que descendía hacia el oscuro extremismo de la conciencia y del cuerpo. La
idea de que “Pornografía” podía ser el moderno poema erótico de Polonia no se le apareció
mientras la escribía, era una idea extraña, por otra parte, ajena a su naturaleza. Extraña
porque Gombrowicz no escribía para la nación ni con la nación ni desde la nación, escribía
consigo mismo y desde su propio interior.

En el mismo año en que Nabokov publica “Lolita” Gombrowicz renuncia al Banco Polaco
y escribe en los diarios unas palabras inolvidables sobre tres rubias muy bellas en la
estancia de Necochea en la que pasó algunas temporadas. “Ayer por la mañana salí en
autobús, vía Necochea, hacia la estancia de Wladislaw Jankowski, llamada „La Cabaña‟
(...)”
“Si este diario que estoy escribiendo desde hace algunos años no está a la altura –la mía, la
de mi arte o la de mi época–, nadie debería reprochármelo, pues es un trabajo que me ha
sido impuesto por las circunstancias de mi exilio y para el que posiblemente no sirva.
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Llegué a „La Cabaña‟ a la siete de la tarde. Durante la cena me dediqué a hacerles muecas
con la mitad de la cara a tres rubias (...)”
“A Marisa y Andrea, las hijas de Dus Jankowski, y a Lena, la hija de Stanislaw Czapski.
Espaciosa habitación en la tranquila casa de invitados en el jardín, donde dispuse mis
borradores de “Pornografía”. ¿Quién sentenció que hay que escribir sólo cuando se tiene
algo que decir? Si el arte consiste precisamente en que no se escribe lo que se tiene que
decir, sino algo totalmente imprevisto”.

Wladyslaw Jankowski, llamado Dus, era dueño de una estancia en Necochea. En sus
vacaciones en esa estancia Gombrowicz escribió páginas memorables sobre el perro, la
vaca, el caballo y los escarabajos en un ambiente familiar en el que le hacía muecas a tres
rubias muy bellas, mientras componía versos con el amigo. Los hombres eminentes cuando
pasan los cincuenta años suelen ir poniéndose chochos.
La chochera es realmente una pérdida del juicio, un debilitamiento de las facultades
mentales, un estado que regresa al hombre al tiempo de su niñez. El amor hace chochear
con frecuencia a las personas mayores. En los escritos de Gombrowicz hay tres cosas que
nunca faltan: la sexualidad, el humor y los sueños en proporciones que son variables

La configuración especial que van tomando estos componentes con el transcurso del tiempo
nos inclina a pensar que Gombrowicz se fue convirtiendo poco a poco en un viejo chocho,
asunto que se pone en franca evidencia cuando se casa con la Vaca Sagrada. “Marisa,
quince años, distinguida y romántica, se sumerge continuamente en las luminosas brumas
de la belleza, el amor y el arte (...)”
“Andrea, doce años, una chiquilla avispada, brillante y perspicaz, me gusta reír con ella, se
ha especializado en robarme la pipa. Lena, catorce años. Con ella he iniciado un ligero
flirteo que consiste en intercambiar miradas. Rubias. ¡Qué bellas son! Y miento, miento,
porque es lo que me exige la imaginación de las rubias, estoy impregnado de mentira hasta
la médula. Les cuento mis batallas en la última guerra”

Hay dos lolitas de Gombrowicz que se hicieron famosas, la lolita Crisamor de Tandil, y la
lolita Lolaluca de Buenos Aires. Gombrowicz le pedía a Flor de Quilombo que le mostrara
las cartas de las novias para hacer estudios psicológicos sobre el estilo y la forma. Se
detenía especialmente en las de Crisamor: –Pero, ¿no te das cuenta que son cartas de
amor?, está mortalmente enamorada de vos.
Es muy joven. Sé responsable. Presta atención, puede suicidarse. La madre de Crisamor lo
veía a Quilombo con desconfianza pero su hija no le obedecía. Un día Gombrowicz, con la
complicidad de Flor de Quilombo, se decide y le escribe una carta a Crismaor: –Crisamor
de mi corazón... La madre descubrió la carta, se lo cuenta a un hermano y el tío de
Crisamor le habla al padre de Mariano.

¿Quién es ese hombre tan raro que trastorna la cabeza de tu hijo y molesta a mi sobrina?
Gombrowicz se estaba haciendo la fama de un corruptor de la juventud. Para colmo de
males, un polaco de Tandil había leído “Transatlántico”: –¿No sabés con qué degenerado
anda tu hijo? Crisamor parecía salida de “Ferdydurke”, le escribía a Gombrowicz cartas
alocadas y magníficas.
Su humor de prima donna, con gorjeos auténticos, pescaba al vuelo el tono de las idas y
vueltas de los jóvenes comediantes de Tandil. La otra lolita, Lolaluca, lo veía a
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Gombrowicz cuando llegaba con Marlon al café Querandí: –Sos un viejo vanidoso, además
sos muy egoísta y también egocéntrico... La lolita Lolaluca se hizo famosa por una foto que
aparece en todos los libros de testimonios.

Es una foto en la que aparece Gombrowicz arrojándose sobre ella en un sofá con la actitud
desembozada de un viejo chocho violador. Gombrowicz se marcha de “La Cabaña”, se
despide de Dus, de las rubias y de esa “Pornografía” que le crujía en las manos. Viaja hacia
el norte, hacia Buenos Aires, dentro de unos días navegará por el río Paraná. Va sentado en
el tren mirando tranquilamente por la ventana.
Observa a la mujer que está frente a él de manos menudas y pecosas. “Y al mismo tiempo
estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan un rendez-vous en mí;
la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la patraña, la grandeza y la
pequeñez, pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a
poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando”

WITOLD GOMBROWICZ Y FILIDOR O FILIFOR FORRADO DE NIÑO

“Después escribí los dos „Filifor‟, „La rata‟ y „El banquete‟, más logrados desde el punto de
vista técnico, pero que no diferían esencialmente de los cuentos anteriores. Por entonces me
daba mucha vergüenza escribir, me escondía, ocultaba mis papeles cuando alguien entraba
a mi habitación, y todavía hoy la desfachatez de los escritores noveles con su yo soy poeta,
me fastidia (...)”
“Me fastidia tanto como el ostentoso despliegue de sus colas de pavo real al que se entregan
los poetas consagrados y glorificados”. Gombrowicz escribe los Filifor en 1934, un año en
el que ya había establecido su batalla en el café Ziemianska contra los skamandritas. “El
café Ziemianska era una especie de edificio espiritual compuesto de varios pisos, donde no
resultaba fácil pasar de un piso más bajo a otro superior (...)”

“La planta baja estaba ocupada por unos jóvenes variopintos, debutantes aún desconocidos,
generalmente sin derecho a voz. También la ocupaban otros admiradores provenientes
sobre todo del medio de la pequeña intelligentsia, a quienes su falta de educación y de
carácter mundano impedía participar activamente en los simposios, estaban de antemano
condenados a un silencio que provenía de su situación social (...)”
“Una especie de coro griego, pero mudo, importante por su misma presencia. Cuando unos
cuantos de esos catadores silenciosos se acercaba a uno de los grupos y se sentaba a su
mesa sin decir nada, eso significaba que allí iban a ocurrir cosas dignas de atención, ya que
eran unos expertos a quienes no se les escapaba ningún valor cotizado en esa bolsa
literaria”.

Poco a poco, en el café Ziemianska, Gombrowicz fue encontrando su lugar en el mundo.


Escribiendo y frecuentado ese café Gombrowicz consiguió un prestigio considerable. Su
mesa, a la que concurría un gran número de admiradores, era testigo de sus bromas, sus
gestos, sus dichos, su dialéctica, sus elevaciones líricas, sus razonamientos filosóficos y
psicológicos.
100

Con sus declaraciones artísticas, sus ataques arrolladores y sus provocaciones taimadas
electrizaban a sus oyentes. “Cuando se dieron cuenta que mi mesa tenía una tendencia
marcada a prosperar, gente con cara de sentarse en la primera fila del teatro empezó
enseguida a acercarle sus sillas; noche tras noche se repetía la misma escena en un silencio
absoluto interrumpido sólo a veces por una tos o una risotada (...)”

“En el primer piso se encontraban sobre todo los poetas del proletariado. Esta
denominación abarcaba no solamente a los cantores de la clase obrera, sino aquellos que,
descendientes de clases sociales inferiores, se convirtieron en adoradores de surrealismos,
dadaísmos y otros ultramodernismos por el estilo, que servían para disimular sus
primitivismos y oscurantismos más esenciales (...)”
“Estos poetas del proletariado tomaban parte en las discusiones pero no sin grandes
dificultades. Generalmente no tenían más que un solo caballo para montar, por ejemplo el
marxismo, o la estética poética, o bien el psicoanálisis, mientras todos los demás caballos
de la humanidad eran para ellos totalmente desconocidos, o conocidos muy a la ligera (...)”

“Es necesario reconocer, además, que en esa misma situación poco confortable se hallaba la
mayoría de los que frecuentaban el café Ziemianska. La ignorancia de esos intelectuales era
algo increíble: de un lío de lecturas y conceptos, de unos párrafos y fragmentos asimilados
a tontas y a locas, nacía un saber fantástico y proteiforme como la nube de Falstaff (...)”
“En el piso superior estaban ya los „grandes nombres‟, autores y artistas cuyas acciones se
cotizaban en la bolsa literaria, aunque todavía no podían pretender la gloria. Y arriba de
todo, incluso en el sentido físico de la palabra, puesto que era un piso que se hallaba en un
entresuelo, elevado por encima de la muchedumbre, irradiaba su esplendor la musa de los
skamandritas”.

Gombrowicz no se sentaba a la mesa los skamandritas en el café Ziemianska, él actuaba


casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las plantas más altas prácticamente
las ignoraba. “No aceptaba en mi mesa a ninguno de los skamandritas. Efectivamente, no
los admitía, yo era profeta, charlatán y payaso. Sin embargo sólo lo era entre seres iguales a
mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores (...)”
“A los otros, a los honorables, a los pretenciosos, a los skamandritas con quienes no me
podía permitir una broma, una mofa, una provocación, una tontería, a quienes no podía
imponerle mi estilo, prefería no tratarlos; ellos me aburrían a mí y sabía que yo también los
aburría a ellos. Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto
punto (...)”

“Conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida. Conocían
su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno de ellos se
elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”. El “Filidor forrado de niño”,
antes que “Ferdydurke” ya le estaba abriendo a Gombrowicz las puertas de la juventud
polaca.
“La Polonia de entreguerras era para mí un país que transformaba poco a poco su cultura
erótica femenina en masculina. Tuve oportunidad de constatarlo cuando, poco antes de la
guerra, unas colegialas me invitaron a una pequeña fiesta. La invitación se debía a que
acababan de poner en escena, con su propio esfuerzo, mi cuento „Filidor forrado de niño‟,
después de haberlo adaptado para el teatro (...)”
101

“Alguna vez había tenido ocasión de participar en fiestas raras y atrevidas, pero una cosa
así, tanto ímpetu encaminado a la diversión, el vodka y la locura, no lo había visto jamás.
Recepciones como ésta demostraban una militarización bastante importante de las
costumbres de las jovenzuelas, lo defino así porque era el estilo de los jóvenes de las
academias militares, el estilo de vida militar (...)”
“Este desenfreno social que se había apoderado de los menores, que tanto escandalizaba a
los adultos, recobraba entonces, al menos en los últimos años de entreguerras, un sentido
dramático: la guerra. Su sombra se sobreponía a todo, su aciaga proximidad daba a entender
que había que precipitarse a disfrutar de la vida antes que se mezclase demasiado con la
muerte (...)”

“Esas chicas poseían ya algo de ese desprecio por lo convencional que unos años después
caracterizó a los jóvenes que lucharon en las calles de Varsovia. „Vivimos como si
fuéramos a morir‟. Ese grito me lo había pegado al oído en el curso de una borrachera
Swiatopelk Karpinski, completamente bebido, y esta constatación reflejaba muy bien un
ambiente que pesaba sobre Polonia más aún que sobre el resto de Europa”
“Filidor forrado de niño” es un relato corto que Gombrowicz incluye en “Ferdydurke”.
Escrito, como Filimor, en 1934 es presentado en el libro con un prefacio, uno de cuyos
pasajes se convirtió con el tiempo en el manifiesto ferdydurkysta. “Dejad de identificaros
con lo que os define. Tratad de esquivar toda expresión vuestra. Desconfiad de vuestra
opiniones (...)”

“Tened cuidado de vuestras fes y defendeos de vuestros sentimientos. Retiraos de lo que


parecéis ser desde afuera y huid ante toda exteriorización como huye el pájaro de la
serpiente. El vate repudiará su canto. El jefe temblará ante su orden. El sacerdote temerá al
altar más que le teme ahora, la madre enseñará al hijo no sólo principios, sino también
cómo manejarlos y defenderse de ellos para que no le hagan daño (...)”
“Y, por encima de todo, lo humano se encontrará un día con lo humano”. Esta novela corta
es una muestra del talento que tiene Gombrowicz para componer estructuras lógicas con
elementos absurdos. En algunas ocasiones cuando los críticos, o los escritores puestos en
actitud de críticos, discutían sobre el significado de una obra les recomendaba que le
preguntaran al autor, quién mejor que el autor podía conocerlo.

Y si el autor no estaba presente les ofrecía el número de teléfono para que lo consultaran.
Ahora bien, ¿cuál es el significado de “Filidor forrado de niño”? En el año 1934
Gombrowicz ignoraba la existencia de Joyce y de Kafka, conocía muy poco del surrealismo
y tenía unas nociones vagas sobre Freud, captaba lo que estaba en el aire, en las
conversaciones y hasta en los chistes.
El aparato formal que había puesto en movimiento era pues, en buena parte, de su propia
cosecha. Cuando le preguntaron qué significaba "Filifor forrado de niño" respondió que era
una historia que convocaba a la lucha a dos partes antitéticas alrededor de un eje central, en
la que triunfaba la función sobre la idea. Roma locuta, causa finita.

Las relaciones entre la función y la idea son entonces las riendas con las que sujeta al
desbocado “Filidor forrado de niño”. El aparato formal que había puesto en movimiento
era, en buena parte, de su propia cosecha. El príncipe de los sintéticos, el señor Filifor,
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doctor en sintesiología, era un hombre corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos, un


fenómeno espiritual de gran magnitud.
Este fenómeno debía suscitar, en acuerdo con el principio de acción y reacción, un
fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario. Anti-Filifor, un eminente analista,
doctor en análisis superior, hombre menudo y hosco cuya única misión era perseguir y
humillar al magnífico Filifor se especializaba en la descomposición del individuo
reduciéndolo a partes por medio de cálculos y papirotazos.

Accediendo al llamado de su vocación obtuvo el título nobiliario de anti-Filifor del que


estaba muy orgulloso. Cuando Filifor se enteró de que anti-Filifor lo estaba persiguiendo
comenzó él también a perseguirlo, pero durante algún tiempo se persiguieron en vano pues
el orgullo no les permitía admitir que eran perseguidos. El choque de ambos sabios se
produjo por casualidad en el Hotel Bristol de Varsovia.
Se encontraron en el restaurante del hotel en el que estaban también presentes la profesora
Filifor, Flora Gente de Mesina, y dos doctores que procedieron a tomar notas por escrito.
Como un duelo preliminar de miradas no resultó favorable a ninguno de los dos
contendientes, el profesor analítico le espetó al sintético la palabra ñoquis por considerarla
esencialmente analítica, a lo que el sintesiólogo le respondió: –ñoqui.

Ñoquis era analítico pues resultaba de una combinación de harina, huevos y agua, mientras
que ñoqui era sintético porque representaba la unidad del ñoqui supremo. La profesora
Filifor muy entrada en carnes estaba sentada sin pronunciar palabra, de repente, el profesor
anti-Filifor se planta ante ella murmurando en voz baja la palabra oreja, mientras estalla en
una risa sarcástica.
Filifor le ordena a su esposa que se cubra las orejas con el sombrero. Anti-Filifor, entonces,
murmura para sí: –los dos orificios de la nariz, desnudando con este procedimiento los dos
orificios de la nariz de la profesora en forma analítica e impúdica. Filifor amenaza con
llamar a la policía pues la balanza se estaba inclinando de manera pronunciada en favor del
profesor de análisis que acentuó su celebración.

Anti-Filifor sigue murmurando: –los dedos de la mano, los cinco dedos de la mano. La
robustez de la profesora le impedía ocultar el hecho de los cinco dedos de la mano, los
dedos estaban allí. Cuando se disponía a ponerse los guantes anti-Filifor le hace un análisis
de orina ambulatorio y exclama victorioso: –un poco de leucocitos y albúmina, y acto
seguido se retira rápidamente con su amante.
El profesor Filifor con la ayuda de los dos doctores lleva a la profesora al hospital. La
descomposición de la señora Filifor era incontenible y perdía aceleradamente toda su
contextura. Gemía: –pierna, yo oreja, pierna, mi oreja, cabeza... despidiéndose de aquellas
partes del cuerpo que se comportaban de manera autónoma, era una personalidad en estado
de agonía.

Buscando intensamente medios para la salvación de su esposa Filifor pronunció


inesperadamente la palabra bofetada, era una acción que le podía devolver el honor a la
esposa y sintetizar los elementos dispersos. Sin embargo, la bofetada no llegó a su destino,
anti-Filifor había previsto la maniobra y se había tatuado en las mejillas una viñeta con
palomitas, la bofetada resultó ser un golpe dado contra el papel pintado.
103

Cuando los testigos le hacen ver al ofendido que no existe ofensa porque el analítico no
tiene honor, Filifor les responde que no tomará en cuenta entonces la ofensa pero que su
esposa se está muriendo, así que no tiene más remedio que proceder sobre la cortesana. Si
anti-Filifor analiza a su esposa él va a sintetizar a su amante. Decide actuar directamente
sobre Flora Gente.

La invita con una copa de Cinzano y de repente le espeta: –alma–, la mujer no le contesta; –
yo; –¿usted?, son cinco zlotys; –unidad superior, igualdad en la unidad. Cuando le leyó dos
cantos del Dante, le pidió dos zlotys. Y así siguió estimulándola con recursos sintéticos,
pero cuando quiso estimular su dignidad le pidió cincuenta zlotys: –las extravagancias hay
que pagarlas viejito.
Uno de los doctores le sugirió al profesor de la síntesis que quizá podría sintetizarla con el
dinero, pero el dinero forma siempre una suma que nada tiene que ver con la unidad
propiamente dicha. Filifor le da vueltas a la idea, no había caso, sólo el céntimo es
indivisible, y un céntimo no puede impresionar a nadie. ¿Pero una suma inmensamente
grande no la atolondraría?

El filósofo de la síntesis completamente seguro de lo que hacía los invitó al restaurante


Alcázar donde realizaría el experimento decisivo. Filifor colocó un zloty sobre la mesa,
nada. Recién después de haber colocado noventa y siete zlotys le aparecieron síntomas de
extrañeza a Flora Gente, y a los ciento quince su mirada se empezó a sintetizar alrededor
del dinero.
A los cien mil zlotys Filifor jadeaba, anti-Filifor empezaba a inquietarse y la cortesana
alcanzaba cierta concentración. La suma iba dejando de ser suma y se convertía en algo
inabarcable haciendo estallar el cerebro por su enormidad. Cuando el sacerdote de la
ciencia de sintetizar desembolsó todo lo que tenía y selló el montón, Flora Gente se levantó
y en medio del llanto y la risa dijo: –señores, yo.

Filifor profirió un grito de triunfo y anti-Filifor le pegó en la cara, un golpe que actuó como
un rayo sintético arrancado de las entrañas analíticas. Los testigos se abocaron a preparar el
duelo. Filifor no tenía ninguna duda, cualquiera fuera el que cayese muerto la síntesis
saldría triunfadora porque la índole de la muerte es sintética, tendría una victoria más allá
de la tumba.
Debido a su exaltación invitó a ambas señoras al duelo en carácter de simples
espectadoras. Sin embargo, los doctores estaban inquietos, le temían a la simetría de la
situación pues a cada movimiento de Filifor, que tenía la iniciativa, le correspondería un
movimiento análogo de anti-Filifor. ¿Pero qué sucedería si anti-Filifor se apartara de esta
simetría?

Filifor apuntó al corazón, tiró y no dio en el blanco. Y ya en este primer movimiento anti-
Filifor se aparta del eje que unía a los contendientes y en vez de apuntar al corazón de
Filifor apunta al dedo meñique de la profesora Filifor. El dedo meñique cayó cortado y los
testigos profirieron un grito de admiración. Filifor, fascinado por el tiro del adversario
apunta él también al dedo meñique de Flora Gente, que cae cortado.
El tiroteo continuó en forma incesante, a su turno cayeron, después de los dedos, las orejas,
las narices, los dientes... Con el último tiro el maestro del análisis perfora la parte superior
del pulmón derecho de la profesora Filifor, y con la réplica del maestro de la síntesis queda
104

perforada la misma parte del pulmón de Flora Gente. Los testigos estallan y gritan con
admiración, luego reinó el silencio.

Ambos troncos murieron, cayeron al suelo, y ambos tiradores se miraron. El análisis había
vencido, pero de esta victoria no resultó nada, y si hubiera vencido la síntesis tampoco
hubiera resultado nada. Los sabios abandonaron sus posiciones y tomaron distintos caminos
ejercitando su puntería con piedras y escupitajos que arrojaban contra gorriones, árboles,
gallinas, conejos, faroles, ventanas, sombreros, velas.
Y así recorrieron el mundo los dos sabios. Cuando alguien del mundo científico le
recordaba a Filifor el pasado glorioso de aquellas luchas del espíritu contestaba con
ensoñación que sí, que en el duelo se había disparado muy bien, y si alguno de los testigos
le reprochaba que estaba hablando como un niño le respondía: “Todo está forrado de
niñadas”

La historia argentina de “Filidor forrado de niño” comienza cuando el maestro Paulino


Frydman, director del salón de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer desde
Polonia un ejemplar polaco de “Ferdydurke” a la Argentina. El trabajo comenzó antes de la
publicación en “Papeles de Buenos Aires” de “Filidor forrado de niño” en 1944.
Este cuento fue traducido por Gombrowicz e incorporado íntegramente al libro traducido en
1946 y publicado en 1947, con el único cambio del Filidor por Filifor. Este cambio fue un
cambio forzado, Gombrowicz estaba harto de que le preguntaran si su Filidor tenía algo que
ver con el ajedrecista francés, el mejor jugador de ajedrez del siglo XVIII.

Adolfo de Obieta, con la publicación del cuento en “Papeles de Buenos Aires” tres años
antes de que apareciera “Ferdydurke”, despertó el entusiasmo de Cortázar, de Piñera, de
Sabato y de Gálvez. En “Rayuela” aparecen unas líneas del “Prefacio al Filidor forrado de
niño”. “Ésas, pues, son las fundamentales, capitales y filosóficas razones que me indujeron
a edificar la obra sobre la base de partes sueltas (...)”
“He conceptuado la obra como una partícula de la obra y he tratado al hombre como una
fusión de partes de cuerpo y partes de alma, mientras que a la humanidad entera la trato
como a una mezcla de partes. Puede que alguien me haga la objeción de que esta parcial
concepción mía no es en verdad ninguna concepción, sino una mofa, chanza, fisga y
engaño (...)”

“Puede también que ese alguien me diga que yo, en vez de sujetarme a las severas reglas y
cánones del Arte, estoy intentando burlarlas por medio de irresponsables chungas, zumbas
y muecas; a ese alguien le contestaría que sí, que es cierto, que justamente tales son mis
propósitos. Y, por Dios, no vacilo en confesarlo, yo deseo zafarme tanto de vuestro Arte,
señores, como de vosotros mismos (...)”
“No puedo soportaros junto con vuestro Arte, vuestras concepciones, vuestra actitud
artística y todo vuestro medio artístico”. Y Manuel Gálvez también manifiesta su
entusiasmo. “Acaso lo que más me ha gustado sea el capítulo „Filifor forrado de niño‟. A
pesar de ser, en apariencia, lo opuesto a una novela realista, hay en su libro un fondo
realista y humano (...)”

“Ha dado usted una representación en cierto modo simbólica de la realidad. O mejor que
simbólica, algebraica. Hay un extraño humorismo en su libro. Y cosas excelentes. Algunas
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se sus intenciones son difíciles de ser comprendidas, y no sé si las habré alcanzado. No


quiero olvidarme de su enorme contenido: contenido filosófico, poético, idiomático”
Mariano Etkin, uno de los compositores argentinos más importantes e influyentes de la
segunda mitad del siglo XX y un relevante pensador en su labor como investigador y
analista musical, también le rinde pleitesía al célebre cuento en el año 1966. “Homenaje a
Filidor forrado de niño” es una composición de Etkin para dos flautas, dos clarinetes y
percusión.

WITOLD GOMBROWICZ Y EL OJO DE DESCARTES

El sentido aristocrático se había muerto en Polonia, pero Gombrowicz les proponía a los
emigrantes algo así como un suicidio colectivo. “En Polonia se ha derrumbado la torre de
una cultura demasiado aristocrática, y en la presente y en la próxima generación todo,
aparte de las chimeneas de las fábricas, se volverá allí enano. Pero ¿quiere decir esto que
también nosotros, la intelligentsia en el exilio, hemos de encogernos? (...)”
“Pues bien, hay que decir una cosa muy extraña pero también cierta. Aunque hemos
quedado suspendidos en el vacío, aunque constituimos una clase que se debe extinguir, una
superestructura privada de base, aunque cada vez habrá menos gente capaz de
comprendernos, tenemos que seguir pensando de una forma no simplificada y no primitiva
(...)”

“Tenemos que seguir pensando de acuerdo a nuestro nivel, justamente como si en nuestra
situación no hubiese cambiado nada. Debemos hacerlo así sencillamente porque para
nosotros es lo natural, y porque nadie debería ser más tonto de lo que realmente es.
Debemos realizarnos hasta el final, expresarnos hasta el fondo, porque sólo los fenómenos
capaces de vivir incondicionalmente tienen derecho a la existencia (...)”
“El rasgo dominante del desarrollo polaco debería ser el espíritu de contradicción.
Debemos abandonarnos al espíritu de contradicción durante muchos años, buscando en
nosotros mismos precisamente lo que no queremos y ante lo cual nos resistimos. ¿La
literatura? Debemos tener una literatura justamente opuesta a la que se ha escrito hasta
ahora, tenemos que buscar un camino nuevo”

Existen algunas casualidades un tanto llamativas. Que Gombrowicz se haya encontrado con
Czeslaw Straszewicz en un café de Varsovia unos días antes de la partida del Chrobry, y
que a Hitler y a Stalin se les haya ocurrido firmar el pacto de no agresión justo en el
momento en que Gombrowicz desembarcaba en Buenos Aires, pueden se tomados como
hechos casuales y llamativos.
Pero que Gombrowicz se haya quedado un cuarto de siglo en la Argentina tiene más olor a
causalidad que a casualidad. El programa de Gombrowicz sobre el espíritu de contradicción
tuvo frutos extraños en la Argentina, despertó la atención de la juventud y una ostensible
indiferencia de la intellegentsia. En el año 1960 Gombrowicz figuraba en la lista de los
grandes maestros internacionales de la literatura.
106

Aún vivía en Buenos Aires, acababa de ser traducido al alemán y su fama europea crecía
semana a semana, en medio de la más ciega indiferencia argentina. “Pero, hablando
seriamente, ¿qué aspecto tendré yo si París me sorprende en uno de esos momentos de
debilidad como un admirador? ¡No, debo ser siempre difícil, difícil! Y sobre todo debo ser
igual a como era en la Argentina (...)”
“Oh, la, la, si yo cambiara esa modalidad no sería más que un pequeño detalle bajo la
influencia de París, ése sería el efecto. No, así como yo era con Flor en el Rex, así debo ser
ahora, ¡tengo que estampar mi sello en la cúpula de los Inválidos o en las torres de Notre-
Dame tal como era con Flor en la Argentina. ¡Con Flor o también con la vieja Polonia
aristocrática!”

De la contradicción entre la juventud inferior y la intelligentsia despreciativa surge un amor


extraño.“Escríbeme, mis lazos con la Argentina se aflojan y no se puede remediar, cada vez
menos cartas, pero es casi seguro que apareceré un día por Buenos Aires, porque
experimento una curiosidad casi enfermiza; es realmente extraño que no me atraiga en
absoluto Polonia, en cambio, con Argentina no puedo romper”
Uno de los propósitos deliberados que tenía Gombrowicz era el de desvincular la conducta
humana de la voluntad y del determinismo psíquico. A la voluntad la trasponía con el
automatismo y al determinismo psíquico con partes del cuerpo. Este modelo creativo se le
empezó a perfilar en “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Bambury”, un modelo
que perfeccionó en “Ferdydurke”.

La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y las orejas; el culo y sus proximidades:
las manos, los dedos, los muslos y las espaldas se convirtieron desde entonces en los
representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez. “Acerca de lo que ocurrió a
bordo de la goleta Banbury” es la novela corta más larga de Gombrowicz.
Esta novela corta la escribió en el año 1933, y sin saber que siete años más tarde
desembarcaría en la Argentina, ya sueña con ella. “Bajo el hermoso cielo de Argentina, los
sentidos gozan gracias a una niña”. Y comienza la narración en forma realmente
premonitoria. “Mi situación en el continente europeo se hacía día a día más penosa y más
equívoca”.

Pero lo más extraño es que en el diario de la travesía, cuando se va de la Argentina, y sin


decir que lo hace, mete los relatos del ojo sobre la cubierta y del marinero que se traga la
cuerda del palo de mesana como si fueran episodios reales de lo que está narrando.
Gombrowicz está empeñado en construir catedrales y en desarrollar composiciones
arquitectónicas artificiales como instrumentos.
Lo hace para redondear algo bello, algo que duele, algo que existe. Esta irrupción de los
relatos en el diario de la travesía resulta desconcertante, está contando la historia de un
alejamiento conmovedor, lírico, dramático y, de pronto, se coloca en una situación circense.
¿Por qué hace esto?, porque la más larga de sus novelas cortas había sido publicada en
Francia un poco antes de su llegada a París con muy buena acogida.

Aquí también se pone de manifiesto el carácter instrumental de sus composiciones. En


“Cosmos” intenta volver reales las asociaciones que tiene en la conciencia, y ahorca al gato,
un acto desleal pues falsea la relación entre el ahorcamiento imaginario del gorrión y el
107

ahorcamiento real del gato. Pone en juego intencionalmente elementos reales para
configurar una estructura de elementos imaginarios que tiene en la conciencia.
De este modo el protagonista lleva a cabo un acto desleal pues perturba lo que está
observando y sólo conocerá entonces el resultado de la perturbación. Con el ojo humano y
el marinero que se traga la cuerda del palo de mesana hace al revés, pone en juego
intencionalmente elementos imaginarios para configurar una estructura de elementos reales,
otro acto desleal que arroja el mismo resultado.

En la primavera de 1930 Zantman emprendió un largo viaje por motivos de salud. Su


situación en el continente europeo se tornaba día a día más embarazosa y menos clara. Le
pidió a un amigo que le encontrara un lugar en alguna de sus embarcaciones, y a la semana
siguiente emprendió el viaje en una hermosa goleta de tres mástiles con una capacidad de
cuatro mil toneladas cargada de sardinas y arenques, rumbo a Valparaíso.
El capitán Clarke le dio la bienvenida cuando subió a bordo de la goleta Banbury. El primer
oficial Smith le cedió su camarote por una módica suma de dinero. A las horas Zantman
empezó a vomitar todo lo que tenía en el estómago, y para volverlo a llenar devoró toda la
ropa de cama y la ropa interior del primer oficial que estaba en el baúl, pero muy poco
tiempo permanecieron en sus entrañas.

Sus gemidos llegaron al capitán quien, apiadándose de él, ordenó que subieran al puente un
barril de arenques y otro de sardinas para que siguiera devorando. Sólo al anochecer del
tercer día, después de haber consumido tres cuartas partes de los arenques y la mitad de las
sardinas, logró recuperarse. Cesó también el movimiento de las bombas que limpiaban el
navío.
Se alejaban de Europa, en una noche estrellada y apacible ocurrió algo que parecía
relacionado con los vómitos que había padecido Zantman y que, en cierto sentido, resultó
premonitorio. Uno de los marineros se llevó a la boca, en forma distraía, una cuerda que
colgaba del mástil mayor. Muy posiblemente, debido al movimiento vermicular del
intestino estimulado por esta anomalía, se empezó a tragar la cuerda.

Se la tragó con tanta violencia que el marinero fue izado como si fuese un trapo hasta lo
más alto del mástil donde quedó atascado con la boca completamente abierta. Dos mozos
de cubierta se colgaron de sus piernas pero no pudieron hacerlo bajar, entonces, el primer
oficial tuvo la idea de recurrir otra vez a los vómitos. Para despertarle la imaginación
vomitiva le presentó al paciente un plato lleno de colas de rata.
El pobre infeliz, con los ojos totalmente desorbitados, tuvo un acceso de vómito y cayó al
puente tan pesadamente que casi se rompe las piernas. Aunque en ese momento no le puso
mucha atención, Zantman había presenciado ya dos acontecimientos con síntomas
relacionados a la náusea, el del marino, de carácter absorbente y centrípeto, y el suyo, de
carácter centrífugo.

Las colas de las ratas, la nave y las espaldas de los marineros le empezaron a resultar
familiares. Smith, el primer oficial de a bordo, y el capitán Clarke le explicaban que el
barco era bueno, y que si a alguien no le parecía del todo bueno podía abandonarlo cuando
lo deseara. Al promediar la conversación Clarke le pide a Smith que ordene a la tripulación
tres vivas para el capitán, y la tripulación lo viva tres veces.
108

Los marineros siempre estaban inclinados limpiando algo, de modo que Zantman no veía
otra cosa más que sus espaldas. Una mañana le manifestó al primer oficial su convicción de
que la tripulación de la Banbury estaba integrada por mozos valientes y honestos. Smith le
respondió a Zantman que no era así, que los tenía sujetos a todos con el taladro.

Los trataba con puño de hierro y no le daba una patada en el culo al que se portaba mal, a
pesar de que era lo único que ofrecían, porque no serviría de nada, si pateaba a uno tendría
que patearlos a todos por el espíritu de igualdad, y eso sería una tontería. El capitán le
comentaba a Zantman que arriba de la goleta no había papá ni mamá y tampoco había
consulados, que él era el amo y señor de la vida y de la muerte.
No había abuelos ni dulces ni bizcochos, sólo había disciplina y obediencia. Quería
demostrarle a Zantman que tenía poder, deseaba mostrárselo porque de vez en cuando lo
asaltaba el desánimo y se reblandecía. El capitán Clarke le dijo a Smith que si lo viera sin la
hoja de parra, como Dios lo trajo al mundo, sin los pantalones blancos y los galones de oro
en la gorra, no lo reconocería ni lo respetaría.

Al marcharse el capitán, Zantman murmuró que eso bastaba para él, refiriéndose a las
manías del capitán, y al momento el primer oficial le contesta que no le aconsejaba hacerse
el gracioso. De vez en cuando el capitán y el primer oficial jugaban con bolitas de migas de
pan, el tedio se dejaba sentir tanto que se peleaban violentamente sin conocer la razón de la
riña.
Los oficiales bebían licores y los marineros realizaban extraños movimientos con el cuerpo,
se inclinaban, apoyaban los brazos en el suelo, estiraban las piernas y movían los hombros
como hacen los gusanos en la tierra. El primer oficial Smith le confiesa a Zantman que
debido al aburrimiento sus relaciones con el capitán Clarke se habían puesto difíciles y
tirantes.

Jugaban a pincharse con agujas, vencía el que resistía más tiempo, estaba picado como un
colador. Zantman le dice que habían creado un círculo vicioso sin salida lateral. Tenían que
procurarse un alfiletero y colocarlo entre los dos. Smith lo miró con respeto y le dijo que
estaba sorprendido con sus conocimientos, que había resultado ser un magnífico navegante
experimentado, que tenía el colmillo de un viejo lobo de mar.
Con el alfiletero dejarían inmediatamente de pincharse. A la tarde Smith empezó a hacerle
confidencias sobre la tripulación, la peor gentuza, carne de horca recogida en los peores
puertos del mundo. Había que tratarlos con mano dura, no pensaban en otra cosa que
sacarle el cuerpo al trabajo, que el peor de todos se llamaba Thompson, con una boca en
forma de culo de gallina como si quisiera sorber vaya saber qué cosa.

Esa noche le iba a dar una lección. Después de decirle todo esto empezó a canturrear que de
agua y tedio era la vida del marinero. Posteriormente a la conversación sobre el alfiletero
con Smith el capitán cambió la actitud hacia Zantman, dedujo que Zantman tenía sus
métodos para combatir el tedio, que no era de esos estúpidos ratones de tierra sino un
experto navegante, y que era inútil que le ocultara su verdadera identidad.
Clarke, en tierra firme, no hacía otra cosa que aburrirse, y el tedio que le sobrevenía lo
arrojaba otra vez al mar. Y una vez desplegadas las velas, desaparecidas las costas del
continente, tras el movimiento y el ruido de la hélice, otra vez, nada, el aburrimiento, el
109

tedio marino. Con una buena tormenta se arreglarían las cosas, pero así todo resulta
intolerable.

Al día siguiente el ayudante de cocina dejó caer involuntariamente al mar un gran balde de
cobre que desapareció inmediatamente en la boca de un tiburón. El hecho le produjo al
mozo tanta alegría que sin poder contenerse empezó a arrojar todos cubiertos que el escualo
devoraba al vuelo, y después lanzó al mar el resto de lo que cayó en sus manos. Smith lo
detuvo cuando estaba desclavando una repisa de la pared.
Al muchacho lo hicieron enfermar de paludismo esa misma noche y no reapareció hasta el
final del viaje. De día, las espaldas de los marineros eran dóciles y temerosas, pero en las
noches llegaba hasta el camarote de Zantman un zumbido monótono e insistente semejante
al de un enjambre de insectos. Eran los marineros que Smith controlaba durante el día, pero
no a la noche.

Murmuraban historias absurdas e interminables en las que no existía ni una sola palabra de
verdad. Cuando Zantman comprobó que Thompson tenía, efectivamente, la boca de culo de
gallina le preguntó porque la ponía así, le respondió que la ponía así porque le gustaba, le
hacía bien para olvidarse del aburrimiento y de la severidad de los oficiales que lo estaban
arruinando.
Zantman le dio diez chelines, le prometió que le iba a dejar fruta y leche en la puerta de su
camarote todas las noches y le rogó que no hiciera escándalos y aguantara hasta llegar a
Valparaíso. Thompson contó lo de los chelines, la noticia se divulgó y algunos marineros le
empezaron a pedir plata a Zantman, la cuenta le iba resultando de treinta y seis chelines y
seis peniques.

Había hecho mal, los marineros se excitaron y se volvieron más insolentes, les daba una
mano y se tomaban el brazo. Un día Zantman paseaba por la popa y vio en el puente un ojo
humano. Le preguntó al timonel de quién era el ojo, pero el timonel no lo sabía, y cuando le
preguntó otra vez si alguien lo había perdido o se lo habían sacado a alguien, le respondió
que estaba ahí desde la mañana pero que él no había visto a nadie.
Le hubiera gustado recogerlo y guardarlo en una caja pero no podía abandonar el timón.
Bajo cubierta había otro ojo, era un ojo distinto, era de otro hombre. Zantman se lo contó a
los oficiales y el capitán comentó que habían empezado a jugar al ojito, le dio la orden al
primer oficial Smith de castigar al autor de ese desaguisado y, además, de obligarlo a comer
el ojo extraído como lo exigían los usos y las costumbres marítimos.

Zantman les comenta que no vale la pena castigarlos, que el ojo es sólo un órgano mal
fijado, es sólo una bolita colocada en una cavidad del hombre. Smith murmuró que en
adelante ya no tendrían paz, que durante una temporada en el Pacífico meridional habían
perdido las tres cuartas partes de los ojos de la tripulación, y que tenía que darles una
lección.
Cuando Zantman le dijo a Clarke que tenía la impresión de que los hombres se encontraban
molestos como si les estuviera faltando algo y que, a lo mejor, se los podría tranquilizar de
alguna manera, el capitán le contestó que era evidente que lo había calado el miedo, que a
veces le parecía un navegante valeroso y otras una mujercita plañidera.
110

En ese momento Zantman le espetó que tenía conocimiento de que en el barco se estaba
preparando un motín, y que todo iba a terminar muy mal. El capitán lo invitó a beber unos
tragos de cognac. Los marineros de proa cantaban: –Oh, bella mía, ¿por qué no me amas?,
y los de popa cantaban: –Bésame, bésame. Era necesario evitar hablar de mujeres.
Smith les prohibió mencionarlas y, entonces, los marineros al tirar de las cuerdas
exclamaban: –Aprieta, aprieta–, e inclinados sobre los baldes: –Lava, seca, moja, riega.
Cantaban con todo el sentimiento y toda la nostalgia de la que eran capaces. El capitán dio
la orden perentoria de que los marineros debían tomar una cucharada de aceite de hígado de
bacalao.

Aunque ellos no querían arruinar sus ensueños con esa cucharada de aceite igual la
tomaron, por el momento volvió a reinar la calma. A la noche la tripulación canturreaba y
murmuraba: –Las mujeres de Singapur, de Mandrás, de Mindoro, de Sáo Paulo, de
Loamin–, se restregaban los brazos con aceite de hígado de bacalao. Y seguían: –Sus
manecitas, sus piececitos, yo he sido amado sin dejarle siquiera un chelín.
Thompson propuso cambiar la ruta noventa grados, apuntar hacia el Sur donde existen islas
cubiertas de jardines y vacas marinas grandes como montañas, mientras cantaba: –Bajo el
hermoso cielo de Argentina, los sentidos gozan gracias a una niña. Cantaban para amar a la
nostalgia. Zantman estaba pensando que era una suerte que no hubiera mujeres cuando,
repentinamente, sintió el chasquido inconfundible de un beso.

Era Thompson abrazándose con un grumete, Zantman le ofreció una libra al grumete para
que recuperara el juicio, pero el grumete gritó, con la voz tan aflautada como la de una
mujer, que él se parecía a una mujer. Otros marineros se abrazaban y cuchicheaban. El
capitán observaba desde el puente de mando con la pipa encendida. Zantman se le acercó y
le dijo que en el barco habían aparecido los besos.
En el puente los marineros andaban en pareja, paseaban del brazo y se abrazaban. Clarke
llamó a Smith y le dijo que había que prepararse para castigar el motín de acuerdo a las
leyes del mar y la navegación. Hacia la medianoche el viento se transformó en un huracán,
la goleta comenzó a bailar como un columpio y la velocidad aumentó vertiginosamente.

Al cabo de veintiséis horas la tormenta amainó pero Zantman prefirió no salir del camarote.
Era evidente que el amotinamiento había tenido lugar, cerró la puerta con llave y la aseguró
con un armario. Pasaban los días y nadie se presentaba, la goleta aumentaba su velocidad
sobre una superficie tersa como la de un pantano, las luces que se filtraban por las
hendiduras del camarote eran cada vez más intensas.
Zantman estaba seguro de que afuera había grandes cóndores, vistosos papagayos y peces
de oro, y de que los marineros habían dirigido a la Banbury hacia las aguas desconocidas
del trópico. Había preferido no oír los gritos salvajes y frenéticos de la tripulación que, con
toda seguridad, estaba saludando a los colibríes, a los papagayos, y a todos los otros signos
que anunciaban la próxima y grandiosa orgía.

“No, no quería saberlo y no deseaba el calor, ni la exuberancia, ni el lujo. Prefería no salir


al puente por temor a ver lo que hasta ese momento ofuscado, oculto y no dicho se
desencadenaría con toda su falta de pudor, entre plumajes de pavos reales y fulgores
espléndidos. Desde el comienzo todo había estado en mí, y yo, yo era exactamente igual a
todos los demás. El mundo exterior no es sino un espejo que refleja el interior”
111

El sesgo del mundo de Gombrowicz que se perfila en “Acerca de lo que ocurrió a bordo de
la goleta Banbury” es un campo fértil para la filología. Por fortuna, el club de
gombrowiczidas cuenta con dos filólogas ilustrísimas y también muy bonitas: la Corifea
polaca y la Filóloga argentina. La Corifea está juntando papeles de Gombrowicz y sobre
Gombrowicz casi desde el nacimiento.

Cataloga a estos papeles con un cariño maternal, con la misma dedicación que tienen los
entomólogos cuando clasifican los insectos. La Filóloga, una investigadora cordobesa que
vive en Bélgica y a la que se le dio por investigar a Gombrowicz por el costado argentino,
escribió unas páginas memorables sobre “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta
Banbury”
“El hecho de que el tacto sea un sentido privilegiado en los textos de Gombrowicz no
significa, sin embargo, que el sentido de la vista esté ausente. A la inversa, el mirar y el ser
mirado es en su obra una experiencia clave. Este cuento muestra la fascinación por lo visual
que tenía Gombrowicz. Pero además muestra otra cosa, la constancia de esa fascinación
(...)”

“Sorpresivamente, el mismo episodio narrado en este cuento vuelve a aparecer casi treinta
años más tarde en el „Diario‟. Al narrar la travesía en el barco que lo lleva de regreso a
Europa luego de haber vivido en Argentina casi un cuarto de siglo, Gombrowicz intercala,
junto a una narración realista de sus sentimientos y pensamientos, un episodio que ya
aparecía en el cuento (...)”
“Es el episodio del ojo humano que hace su aparición en la cubierta del barco. El ojo es
vulnerado y se extrae de su cuenca, es decir, se extirpa o se separa del cuerpo. El ojo pierde
su función, se transforma en un ojo que no ve. Pero sobre todo representa, de manera
paródica, la separación de la vista del cuerpo característica de la tradición cartesiana (...)”

“El „juego del ojito‟, que provoca el comentario escéptico del narrador quien considera,
después de todo, al ojo sólo como una „bolita colocada en una de las cavidades del
hombre‟, constituye una radical devaluación de la experiencia visual convencional : no sólo
del lugar jerárquico tradicionalmente asignado al ojo y a su noble función, sino,
especialmente, la devaluación de un régimen visual determinado (...)”
“Este régimen visual es la visión incorpórea, atemporal y trascendental que representa la
perspectiva cartesiana. El texto es profético ya que cuando Gombrowicz lo escribió no tenía
idea de que al final de la década, él mismo se embarcaría en un viaje trasatlántico que
azarosamente lo depositaría en la Argentina. La narración de su vuelta a Europa en 1963
representa, por lo tanto, el viaje inverso al que se narraba en 1933”

WITOLD GOMBROWICZ, LA MIRADA Y EL OTRO

Hay personas que sueñan con desaparecer, otras que sueñan con ser invisibles, hay muchos
sueños, la pasión predominante de Gombrowicz era la de duplicarse. No es extraño, pues,
que luego de algunas fragmentaciones se haya querido sintetizar a toda costa convirtiéndose
112

en un campeón de la entronización del yo, tanto que en “Yo y mi doble” sueña con su
propio ectoplasma.
Un día del 1955, un año antes de haber sido presentados en el café Rex, yo lo vi a
Gombrowicz hablando solo por la calle Florida. Caminaba con entusiasmo, también sonreía
como si hubiera resuelto algún problema. Pasado más medio siglo me doy cuenta ahora que
ese talante de condenado que recién sale del presidio estaba relacionado con su próxima
renuncia la Banco Polaco hacia donde se dirigía presurosamente cuando lo vi.

El trabajo en el Banco Polaco y la polonidad fueron verdaderas torturas para Gombrowicz,


la primera le duró algún tiempo, la segunda le duró toda la vida. A la alergia que le
producía el trabajo le oponía la contraforma de su linaje pues, según él, su familia hacía
cuatrocientos años que no trabajaba y estaba alejada del origen de la plusvalía.
Lo de los cuatrocientos años no era caprichoso, los sacaba del pasto inglés, ésa era la
antigüedad del césped de la campiña inglesa y por eso era tan hermoso. El infierno del
Banco Polaco le produjo delirios que traspuso literariamente recurriendo a un ectoplasma.
Cuando Gombrowicz se miraba al espejo no veía su alter ego, esa persona en la cual uno
tiene absoluta confianza.

Tampoco veía sus facciones registrando el progreso sus rasgos aristocráticos, como una
tarde le dijo en el café la Fragata a Antonio Berni, veía a su contrario. “En una ocasión
estuve explicando a alguien que, para sentir la importancia verdaderamente cósmica que
tiene para el hombre otro hombre, hay que imaginarse lo siguiente: estoy completamente
solo en un desierto (...)”
“Jamás he visto a nadie, ni tampoco adivino la posibilidad de la existencia de otro hombre.
De repente, en mi campo de visión aparece un ser análogo, que sin embargo no soy yo –la
misma idea encarnada en otro cuerpo, alguien idéntico y sin embargo extraño–, y
experimento al mismo tiempo una maravillosa plenitud y un doloroso desdoblamiento (...)”

“Pero por encima de todo domina esta revelación: que me he convertido en un ser ilimitado,
imprevisible para sí mismo, multiplicado en todas las posibilidades por esa fuerza extraña,
fresca y sin embargo idéntica que se me acerca como si yo mismo me acercase desde el
exterior”. El hecho de que cada uno de nosotros quiera ser el centro del mundo y su propio
juez choca de manera evidente con el objetivismo.
El objetivismo nos obliga a reconocer mundos y puntos de vista ajenos. Pero el punto de
partida de Gombrowicz, como también del existencialismo, no es el objeto sino el sujeto.
Gombrowicz le da un lugar especial a las transacciones entre el ego y el alter ego en “Yo y
mi doble”, un relato fascinante. También el Asiriobabilónico Metafísico se ocupa del alter
ego, justamente en un cuento al que intituló “El otro”.

En el cuento un Asiriobabilónico Metafísico ya anciano, relata el encuentro acaecido con


un Asiriobabilónico Metafísico joven. El diálogo se desarrolla, según el viejo a orillas del
río Charles en Cambridge en 1969, y junto al río Ródano en Ginebra en 1918, según el
joven. Si el lugar del episodio y el año en que sucedió son otros, también lo son los
personajes.
La visión romántica de una fraternidad de todos los hombres a la que el joven alude, es una
abstracción para el escepticismo del mayor, que duda de la existencia de todo. El joven,
escéptico, se pregunta cómo es posible que el otro no recordara ese encuentro. A raíz de un
113

dato inexacto que proporciona el joven, el anciano concluye que se trata de un episodio real
para él, pero un sueño para el más joven.

Mientras para Gombrowicz el problema del otro es un asunto trágico para el


Asiriobabilónico Metafísico es un juego espaciotemporal. “El hecho ocurrió en el mes de
febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque
mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo
escribo, los otros lo leerán como un cuento (...)”
“Con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún
durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda
conmover a un tercero”. La Filóloga, la que le sigue la pista a Gombrowicz en la Argentina
como la Corifea se la sigue en Polonia, hace una comparación entre “El otro” y “Yo y mi
doble”.

“La pacífica ceguera del viejo protagonista en „El otro‟ de Borges contrasta con la
hipervisualidad paranoica del protagonista en „Yo y mi doble‟ de Gombrowicz, para quien
la vista, lejos de ser el instrumento de un análisis claro y distinto del mundo, resulta ser,
precisamente por su capacidad de análisis, un elemento perturbador, origen de angustia
(...)”
“En conclusión, se puede afirmar que, comparados, estos cuentos contribuyen a mostrar la
relevancia que el discurso visual adquiere en Gombrowicz”. El fenómeno del doble
también es tratado en “William Wilson”, un relato corto de Edgar Allan Poe. El cuento
sigue el tema del doppelgänger, y está escrito en un estilo basado en la racionalidad, donde
el protagonista y su doble se van fundiendo en una sola persona.

El doble se comporta como una especie de ángel amonestador para William Wilson. Lo
cierto es que cada vez que el doble interfiere en los planes de William Wilson es porque
podían acarrearle algún daño. En un determinado momento, William Wilson no soporta la
impresión de verse a sí mismo en los rasgos del doble y lo mata, matándose también a sí
mismo.
“Has vencido y yo sucumbo. ¡Pero en adelante tú también estarás muerto, muerto para el
Mundo, para el Cielo y para la Esperanza! En mí existías tú y en mi muerte verás por esta
imagen, que es la tuya, cuán absolutamente te has asesinado a ti mismo”. La imitación
despiadada que realiza el doble de William Wilson hace que en su corazón y en su mente
nazcan los sentimientos y los pensamientos de su rival.

El mundo inferior de Gombrowicz hacia el que lo impulsaba su erotismo aparecía ante sus
ojos como rebosante de una vida intensa pero despojada de toda forma consciente de
obligación y de responsabilidad. Por aquel entonces, la lectura de “El retrato de Dorian
Grey” de Oscar Wilde, confirmó al joven Gombrowicz en sus ideas y en su
comportamiento.
Cabe ver en esta obra el origen de su culto fáustico por la juventud y por la belleza, su
concepto del erotismo y también los temas del doble y de la mirada, tan importantes en toda
su obra. El problema de la mirada es un asunto central en el existencialismo de Sartre, una
cuestión que desarrolla magistralmente en “El Ser y la Nada”. El camino de la interioridad
pasa a través de la otra persona.
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La otra persona sólo es interesante para mí en la medida en que me refleja, vale decir en la
medida en que yo soy un objeto para ella. Dado que soy un objeto tan solo en cuanto existo
para el otro, tengo que obtener su reconocimiento de mi ser. El otro es el mediador entre yo
y yo mismo. Por su naturaleza misma, la vergüenza es entonces un reconocimiento, yo
reconozco que soy como el otro me ve.
Todas las relaciones entre diferentes personas, son las tentativas que cada uno hace para
subyugar o poseer la libertad del otro. Tan pronto existo, establezco un límite de hecho a la
libertad del otro. Yo soy ese límite, y cada uno de mis proyectos traza ese límite en torno
del otro ser, el respeto de la libertad del otro es pues una palabra vana. Acteón era un
cazador que sorprendió a la hermosa Diana bañándose desnuda.

Se quedó mirándola fascinado por su belleza, la diosa se irritó, lo convirtió en ciervo y fue
devorado por sus propios perros. En “El ser y la nada”, Sartre, al que no le alcanzaban los
complejos de Edipo y de inferioridad, se inventó otros dos: el de Acteón y el de Jonás. El
de Acteón está relacionado con la mirada curiosa y lasciva cuya sublimación es el origen de
toda búsqueda.
Se diferencia del voyeurismo tradicional en que es la búsqueda más que el encuentro lo que
caracteriza al complejo. Para Sartre, la esencia de las relaciones humanas, incluido el amor,
es una tentativa de posesionarse de la libertad del otro, de esclavizarlo. Pero esta actividad
de apropiación del hombre no está relacionada solamente con las personas sino también con
las cosas.

El conocimiento, en el sentido de descubrimiento de la verdad, es un cazador que sorprende


una desnudez blanca y virgen, para robarla, apropiarse de ella y violarla con la mirada. El
conocimiento o descubrimiento de la verdad es un modo de apropiación, es algo análogo a
la posesión carnal, que nos ofrece la seductora imagen de un cuerpo que es perpetuamente
poseído y perpetuamente nuevo.
En el cuerpo la posesión no deja rastro alguno. “Pornografía”, una narración metafísica más
que psicológica, es una novela en la que las transformaciones las sufren los maduros, los
jóvenes son poseídos por las miradas de los adultos pero permanecen intactos. Una cosa es
mirar, es decir, fijar la vista con atención en algo, y otra cosa es espiar, es decir, observar
algo para después contárselo a otro.

Aunque mirar y espiar no son la misma cosa debemos decir que son de la misma familia.
La cuestión de la mirada adquirió una gran importancia cuando Sartre puso la atención en
ella, era la puerta de entrada a una de las tres categorías en las que divide el ser: el ser-para-
otros. Un poco antes que Sartre, Erskine Caldwell le había dado algunas vueltas al
problema de la mirada en una narración memorable.
Agnes era una linda muchacha que vivía en un pueblecito norteamericano. Su padre la puso
en un autobús, le dio unos pesos y le prometió enviarle mensualmente la misma cantidad
durante algún tiempo. Estaba convencido de que su hija iría a Birmingham de Alabama
para estudiar taquigrafía en un colegio comercial. Pero la joven no llegó jamás a tomar esas
lecciones.

Se convirtió, en cambio, en la manicura de una peluquería de segunda categoría. Los


hombres llegaban, deslizaban sus manos por su escote, y la apretaban. Pronto estaba
ganando más dinero fuera de horario que en su mesa de trabajo. Toda su familia sabía que
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vivía en un hotelucho y que no era una taquígrafa. Pero cuando la muchacha iba a su casa
todos los años, para Navidad, no le decían nada.
Simplemente se sentaban y se quedaban mirándola. La muchacha llega a la histeria: –Se
sientan y me miran, pero no me dicen nada sobre eso, sólo dicen que me están mirando.
Esta narración nos da una idea del inexorable sentimiento de culpa y vergüenza que la
mirada de los otros puede producir en nosotros, el camino de la interioridad pasa a través de
la otra persona.

La otra persona sólo es interesante para mí en la medida en que me refleja, vale decir en la
medida en que yo soy un objeto para ella. Más recientemente el mismísimo Pato Criollo
aborda el problema de la mirada en una novela cuya acción transcurre en Coronel Pringles.
En cierto momento se produce una gran revolución en el cementerio, los muertos salen de
las tumbas y atacan al pueblo.
Le abren la cabeza a los vecinos y le chupan las endorfinas, los zombis resultan
invencibles. Sin embargo, en un momento determinado una señora anciana mira y reconoce
a uno de los muertos que se le está viniendo encima: –Pero si éste es el colorado Pereira.
Los viejos comienzan a mirarlos e identificarlos a uno por uno y los zombis, mirados y
derrotados, vuelven a las tumbas.

Gombrowicz tenía problemas para sostener la mirada del otro, la vergüenza lo obligaba a
espiar más que a mirar, observaba al otro para después contárselo a sus escritos.
Gombrowicz le da un lugar especial a las transacciones entre la mirada y el otro en “Yo y
mi doble. “Bien, por lo que a mí se refiere, afirmo y anoto uno de los cánones de mi
conocimiento de los hombres (...)”
“El que desee agradarles y causarles placer alcanzará con más facilidad la humanidad que
el que desee tan sólo ser un siervo útil”. Gombrowicz no podía buscar ni el placer ni el
deseo de agradar a los demás en ese ectoplasma que en la madrugada brumosa de un martes
se había desprendido del calentador de carbón y se había presentado en su habitación.

No podía mirar con ojos amorosos a un doppelgänger pues no era ni una muchacha ni la
patria, sino él mismo, un ectoplasma al que había escupido para que se fuera. Gombrowicz
zarandea en este relato con sarcasmo y ligereza unas marionetas a las que a veces llama yo,
otras ser, y otra más identidad, sin embargo, estas cuestiones eran fundamentales en su
concepción del mundo y del hombre.
“Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y
lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos fenómenos de
resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa
totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al
molino, al borde del río”

Cuando Gombrowicz miraba al presente, en cambio, contabilizaba unas mejillas sin


frescura, un vejete antipoético y rígido que no podía inspirar poemas y al que ya nadie
admiraría. La nostalgia de su propia belleza desvanecida lo agitaba cada vez más. Le
quedaba el trabajo, sí, un buen puesto para meterle miedo a las muchachas que ya no
languidecían por él.
O tener un hijo y vivir por él y en él una vida plena repitiendo el canto eterno de la
juventud, de la felicidad y de la belleza. O sacrificar la vida por algún ideal para adquirir
116

una segunda belleza y convertirse de nuevo en objeto de nostalgia. Gombrowicz sabía que
no tenía ningún atractivo para nadie, era un empleado aburrido para él y para los demás.

Sus debilidades espirituales eran cada vez más nítidas a medida que se le instalaba la
rigidez de la edad madura y empezaba a sentirse mal con sus defectos. Pensó entonces en
suicidarse para suscitar después de la muerte la atracción y la nostalgia y vivir la vida de
una estatua ya que no podía hacerlo como un hombre privado. O en convertirse en un
bombero para adornarse con el uniforme.
De pronto, mientras se hundía en la repugnancia hacia sí mismo, la forma de un espectro se
desprendió del calentador de carbón. Como era de madrugada pensó que a esa hora la única
que podía llamarlo era la patria, como ya los había llamado a los tres bardos profetas de
Polonia. La silueta del espectro era, sin embargo, la de un ser humano.

No era la figura de su bienamada sino de un hombre, debía ser entonces la humanidad que
lo estaba llamando para el sacrificio de su vida. Pero, no, no era una abstracción, era un
hombre concreto que vestía saco azul marino. Al ver que no era la bienamada ni la patria ni
la humanidad quienes lo llamaban, es decir, nada de lo que podía despertar su melancolía
Gombrowicz se dispuso a retomar el sueño.
Repentinamente, se dio cuenta que era él mismo quien estaba de pie frente al calentador,
esperando. El espectro no estaba en pose, se miraba los zapatos, se pellizcaba
maquinalmente la manga del saco y parecía avergonzado. Tenía un grano en la mejilla
izquierda y, al sentirse mirado, se avergonzó aún más. Estaba lleno de defectos físicos y
espirituales.

El espectro se dejaba examinar, se acurrucaba e intentaba escapar de la mirada indiscreta de


Gombrowicz. Al rato Gombrowicz se cansó de mirarlo y cayó de rodillas frente a él, ocultó
el rostro y produjo tal cantidad de vergüenza que se quedó sin aliento, entonces el espectro
lo miró. Los defectos físicos y espirituales del ectoplasma habían desaparecido, mejor
dicho, se habían convertido en la mirada del espectro.
Gombrowixcz ya no miraba sus defectos sino que los defectos lo miraban a él. Esos signos
que habían sido fuente de vergüenza y de indecencia se convirtieron en una mirada
brillante, algo tan absoluto como las barbas de Dios Padre. Y esos defectos que para
alguien de afuera sólo podían despertar compasión ahora miraban con la fuerza y la
soberanía de la vida, más aún, eran la vida misma.

Una vida que Gombrowicz había buscado en todas partes salvo dentro de sí mismo. Por fin
la calma, ya no era necesario sentir miedo ni vergüenza, podía existir como él mismo. El
amor y la nostalgia mezclados con el temor lo hicieron volar como una pluma. Pero, de
pronto, se dio cuenta que no podía caer de rodillas ni extenderle la mano a una forma que
era él mismo.
No era la bienamada ni la patria ni la humanidad quienes se le habían aparecido, no podía
mirar con ojos amorosos a alguien que era él mismo. Su cabeza hervía, se aparecía ante sí
mismo con el aspecto de un egocéntrico y de un narciso sucio, sintió que la juventud se
burlaba de él y lo despreciaba como a un miserable egoísta y que las alumnas del liceo no
verían nunca en él ningún atractivo sexual.
117

Entonces escupió en el rostro del espectro, el espectro lanzó un gemido y desapareció.


Gombrowicz se quedó con la sensación de un vacío profundo, sin otra perspectiva que la de
una existencia miserable y vana con la muerte inevitable al final del camino. La pregunta
de quién era él le quedó flotando, a veces le parecía que era una función social, y otras que
era, sin más.
Pero la palabra „ser‟ sin atributos era un hecho desnudo y terrible, lo llenaba de espanto.
Parecía que no había nada más difícil que ser uno mismo, ni más ni menos. Esa palabra
„ser‟ connotaba una horrorosa desnudez. Por otra parte, Gombrowicz había escupido al
espíritu y el espíritu se había desvanecido. “No, no –murmuré encogido y trémulo–, no
quiero ser yo mismo (...)”

“Prefiero ser un empleado subalterno del Ministerio de Relaciones Exteriores, prefiero


servir para algo, servir para algo o para alguien, inmediatamente, sin tardanza, hay que
tratar de servir, buscar con qué abrigarse porque hace frío y es indecente estar desnudo y
buscar el placer. Es necesario, hay que servir”

WITOLD GOMBROWICZ, LOS PRÓLOGOS Y LOS JINETES

Existen tres cuestiones que ponen en contacto a Gombrowicz con Stanislaw Lem: la ironía,
la matemática y los prólogos. Stanisław Lem es un escritor polaco cuya obra se ha
caracterizado por su tono satírico y filosófico. Los pone en contacto especialmente su
profunda perspectiva irónica, y es en “Cosmos” donde las visiones de los dos escritores
polacos encuentran el punto de aproximación más evidente.
A partir de la imagen de un gorrión colgado de una rama al inicio de “Cosmos”,
Gombrowicz va desovillando una trama de escenas que parecen rimar, como el estribillo de
una canción extraña. Escrita en un tono minimalista, lleno de detalles absurdos y frases
deslumbrantes, la novela es un intento por descubrir lo que Gombrowicz llama el origen de
la realidad.

“Cosmos” recuerda algunas de las obras de Lem, sobre todo a dos novelas policiacas: “La
investigación” y “La fiebre del heno”. “En La investigación” un grupo de cadáveres se
escapa de la morgue y un agente de Scotland Yard investiga el caso. Resulta que los
cadáveres resucitaron durante algún tiempo de un modo inexplicable siendo encontrados
después en diversos lugares de un Londres aureolado de una atmósfera gótica.
En “La fiebre del heno” una serie de hombres calvos, regordetes y solterones, muere
misteriosamente en un balneario italiano. Las autoridades contratan a un astronauta
divorciado, pelado y obeso, para que siga cada uno de los pasos de las víctimas. En ambas
novelas el misterio se queda en el misterio a pesar de que se revela parte del enigma.

Lo mismo sucede en “Cosmos” de un modo más sutil y menos espectacular: al final de la


novela el lector encontrará una solución, pero esta sólo planteará mayores problemas.
Stanislaw Lem escribe unas palabras con la intención de conseguirle a los prólogos un
título de nobleza. Reconoce el intento que había hecho Gombrowicz en este sentido pero
puntualiza que el resultado había sido incompleto.
118

“Evoquemos a ese doctor preclaro, a ese terrateniente convertido a la hermenéutica de los


prólogos que es Witold Gombrowicz. El nos explicaría las cosas de este modo: No se trata
de que a la gente la idea de liberar a los Prólogos de la Materia qué anuncian nos guste o no
nos guste, ya que estamos sometidos sin apelación a las leyes de la Evolución de la Forma
(...)”

“El Arte no puede detenerse en un sitio ni repetirse siempre a si mismo: por eso no puede
sólo gustar. Si has puesto un huevo, has de incubarlo; si te sale de él un mamifero en vez de
un reptil, debes darle algo con que alimentarse; si, pues un paso consecutivo nos lleva a
algo que despierta un disgusto general e incluso un estado paravomital, no hay remedio
(...)”
“Hemos elaborado ya aquel Algo Concreto, nos hemos arrastrado y empujado tan lejos ya a
nosotros mismos que, obedeciendo una orden superior al placer, tendremos que dar vueltas
en el ojo en el oído, en el intelecto, a lo Nuevo, categóricamente aplicado, porque fue
descubierto en el largo camino del ascenso. Por cierto, nadie ha estado nunca allí, ni quiere
ir (...)”

“No se sabe si se puede aguantar en Aquellas Alturas siquiera un momento; pero, a decir
verdad, ¡para el Desarrollo de la Cultura esto no tiene la menor importancia! Este lema nos
ordena, con la soltura propia de la genialidad displicente, que cambiemos una esclavitud
antigua, espontánea y por tanto inconsciente, por otra, nueva. No nos quita las trabas, sólo
alarga nuestro ronzal (...)”
“De ese modo nos lanza a lo Desconocido, dando el nombre de libertad a una necesidad
razonada”. Gombrowicz pasó olímpicamente por alto una personalidad tan multifacética y
seductora como la de Jacques Lacan, sólo se refiere a él cuando mezcla su nombre en una
retahíla de nombres estructuralistas que menciona en un reportaje apócrifo que se hace a sí
mismo.

La inteligencia de Jaques Lacan era tan seductora que despertó la admiración de nuestra
Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales, aunque
nadie puede asegurar que la relación que tuvo con él haya ido más allá de un apasionado
flirteo mundano, a pesar del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con
personajes destacados.
Gombrowicz vivió en la época más agitada del siglo XX, a la gente se le había dado por
pensar y las ideas deslumbrantes salían de las cabezas de los pensadores a una velocidad
vertiginosa. Gombrowicz era por naturaleza perezoso pero no podía dejarse estar ni
quedarse atrás, más aún estando en Europa, y en el asunto de la novedad del pensamiento
Dios le dio una mano.

Los franceses empezaron a hacer correr como reguero de pólvora el comentario de que su
idea de la forma se había adelantado treinta años al estructuralismo con el que tenía un gran
parecido. Por más que uno mire con los ojos de la ciencia la forma en la que se encadenan
los acontecimientos, el resultado al que llegamos algunas veces nos parece milagroso.
De la misma manera nos parece milagrosa la aparición del protagonista que juega un mach
de tenis en “Filimor forrado de niño”. “A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en
París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo
119

otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, jugaba un mach en la cancha del
Racing Club parisiense”

El encadenamiento de los acontecimientos psicoanalíticos en todo lo que concierne al club


de gombrowiczidas se presentó de un manera parecida. En la segunda mitad del siglo XX,
Jacques Lacan, nacido en París, tuvo un yerno, Jacques-Alain Miller, y de ambos nacieron
unos miembros del club que participan de estas historias verdaderas con suerte
marcadamente desigual.
Estos miembros son: el Gnomo Pimentón, Louis Soler, Jean-Michel Vappereau, y más
recientemente el Gran Ortiba y Jorge Gómez Alcalá. Los cismas lacanianos que se
producen en las organizaciones tanáticas que preside el yerno de Lacan son frecuentes,
violentas y contagiosas. El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más
señalados, ha despachado desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa.

Director de una organización de orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un


destripador de psiques que ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de
los casos más notables el de Cara de Ángel. Una de las particularidades más destacadas del
yerno de Lacan, a más de la violencia, es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda
a la de otro ilustre miembro del club: Revólver a la Orden.
“De las „psicosis no desencadenadas‟, de los lazos entre Borges y Lacan y del „supuesto
saber del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló Jacques-Alain Miller, el
yerno de Lacan”. En las apariciones de Gombrowicz, tanto se trate de su vida como de su
obra, se hace presente el niño diabólico. El diabolismo de Gombrowicz, como también el
de los niños, más que perverso es divertido.

Se pone voluntariamente en una posición inmadura y alegre para que su profundidad oscura
y dramática sea francamente digerible. Las tesis y los problemas serios no le importaban
demasiado, si bien se ocupaba de ellos lo hacía como quien no quiere la cosa, porque en el
fondo de su alma era irresponsable. Los otros diablos que aparecen en Gombrowicz son
más bien domésticos y sociables.
Aunque son diablos burlones y sarcásticos, tienen buenos modales y se los puede invitar
tranquilamente a tomar el té en casa. “Filimor forrado de niño” es un relato corto que
Gombrowicz incluye en “Ferdydurke”. Escrito en 1934 es presentado en el libro con un
prefacio en el que Stanislaw Lem piensa cundo escribe sobre la naturaleza de los prólogos.

En este prefacio Gombrowicz da una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la
forma y sobre los prólogos utilizando un estilo sarcástico para burlarse de la crítica.
Construye artificialmente una tabla de sufrimientos para encontrar el dolor fundamental, y
aunque escrita en forma irónica y teatral ni uno solo de esos dolores deja de ser humano.
En otra tabla contigua en la que identifica especialmente a sus rebeliones pone en
entredicho a su propia psique, a la herencia y a toda la cultura. “Filimor forrado de niño” es
un ejemplo de la maestría que tiene Gombrowicz para manejar el comportamiento de
conjuntos a los que le va agregando elementos, hasta que finalmente algo explota.

En Gombrowicz conviven su clase social y una conciencia penetrante que buscaba el estilo
de los pensamientos fundamentales, la independencia, la libertad y la sinceridad, en medio
120

de los remolinos de sus anormalidades. Buscaba la realidad y sabía que la podía encontrar
tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia.
El prólogo al “Filimor forrado de niño” es considerado como una muestra temprana de las
relaciones que existen entre la idea de la forma que tiene Gombrowicz y la idea de
estructura que tiene los estructuralistas. A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido
en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego
hubo otro hijo…

Y el último hijo, campeón mundial de tenis, estaba jugando un mach en la cancha del
Racing Club parisiense. Un coronel de zuavos, sentado en la tribuna lateral, empezó a
envidiar el juego impecable de ambos campeones, y ansioso él también de exhibir sus
habilidades, sacó una pistola y disparó contra la pelota. La pelota, no podía ser de otra
manera, reventó.
Los contendientes, privados imprevistamente de aquello que estaban golpeando, golpeaban
con la raqueta en el vacío. Cuando cayeron en la cuenta de que sus movimientos era
absurdos, se agarraron a trompadas. Un trueno de aplausos estalló entre los espectadores.
Aunque ésta no había sido la intención del coronel, la bala que había disparado siguió su
trayectoria.

Finalmente la bala dio en el cuello a un industrial armador que estaba en la tribuna de


enfrente. La esposa del herido, viendo borbotear la sangre de la arteria atravesada, quiso
echarse sobre el coronel para quitarle el arma, pero como estaba inmovilizada por la
muchedumbre le dio un cachetazo al vecino de la derecha. El abofeteado resultó ser un
epiléptico.
Bajo la conmoción producida por el golpe, estalló como un geiser en medio de
convulsiones. La pobre mujer se encontró de pronto entre un hombre que manaba sangre y
otro que echaba espuma por la boca. El publicó atronó el estadio con aplausos. Un
caballero que estaba sentado cerca de la desgraciada señora tuvo un acceso de pánico y
saltó sobre la cabeza de una dama acomodada en las gradas de abajo.

La mujer se irguió y brincó hacia la cancha arrastrándolo en su carrera. El vecino de la


izquierda del caballero, un jubilado humilde y soñador, hacía muchos años que soñaba con
saltar sobre las personas ubicadas más abajo. Estimulado por el ejemplo de lo que estaba
viendo, sin la menor tardanza saltó sobre una dama que tenía abajo recién llegada de
África.
La joven en forma inocente se imaginó que justamente ésa era una costumbre del país y sin
pensarlo ni por un momento también brincó tratando de imitar las maniobras de la otra
dama y conservar la naturalidad de los movimientos. La parte más culta del público
aplaudió para disimular el escándalo delante de los representantes de los países extranjeros.

La parte menos culta de la concurrencia tomó los aplausos como una señal de aprobación y
empezó a cabalgar a sus damas. Como los extranjeros no salían de su asombro las personas
presentes más distinguidas, también para disimular el escándalo, cabalgaron a sus damas.
Un tal marqués de Filimor, se sintió disgustado y ofendido por los acontecimientos que se
estaban desarrollando en la cancha de tenis.
De improviso el marqués se sintió gentleman, y desde el medio de la cancha de tenis, pálido
y completamente decidido, preguntó si alguien, y quién precisamente, quería ofender a la
121

marquesa de Filimor. Arrojó a la cara de la muchedumbre un puñado de tarjetas con la


inscripción de “Philippe de Filimor”. Un silencio mortal reinó en el estadio.

De repente, no menos de treinta y seis caballeros se acercaron a la marquesa Filimor


montados sobre mujeres de pura raza para ofender a la marquesa y para sentirse ellos
mismos gentlemen. Pero la marquesa, a raíz del gran susto, abortó y parió un niño que
empezó a berrear en forma estridente a los pies del marqués bajo los cascos de las mujeres
piafantes.
“El marqués, repentinamente, forrado de niño, dotado y complementado de niño, mientras
actuaba en forma particular y como un gentleman en sí, y adulto, se avergonzó y se fue a su
casa en tanto un trueno de aplausos se oía entre los espectadores”. En este cuento, con
toques maestros que le da a la forma y a la estructura, Gombrowicz convierte un partido de
tenis en una cabalgata metafísica de jinetes.

Pero Gombrowicz no tenía una buena opinión de los jinetes. Los terratenientes tienen en
general una buena relación con los animales, a Gombrowicz lo alcanzan las generales de la
ley, es una predisposición que paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como
también le ocurría a nuestro Bioy Casares. Ya sabemos que, a pesar de su nobleza
terrateniente, Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza.
Al ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-naturaleza, sin
embargo, con los caballos le iba bastante bien, no así con los jinetes. Mientras los caballos
eran para Gombrowicz los representantes de una soledad radical, los jinetes en cambio eran
unos payasos incorregibles. El hombre a caballo es una cosa estrafalaria, una ridiculez y
una ofensa a la estética.

Los animales no nacen para cargar sobre sí a otros animales. Un hombre sobre un caballo
es tan absurdo como una rata sobre un gallo o un mono sobre una vaca, es una perturbación
del orden natural a pesar de que el arte le rinde homenaje a este convencionalismo en las
estatuas y en la pintura. El jinete da brincos sobre la bestia con las piernas despatarradas en
un animal torpe y estúpido.
Corre montado a la velocidad de una bicicleta y repite vez tras vez el salto de un obstáculo
en una bestia que ni sirve ni ha nacido para saltar. Los placeres de las cabalgatas provienen
del atavismo pues en otros tiempos el caballo era realmente útil y enaltecía al hombre. Un
hombre a caballo dominaba a los demás, el caballo era la riqueza, la fuerza y el orgullo del
jinete.

De esos tiempos nos quedó el culto de la equitación y la adoración por un cuadrúpedo


anacrónico. “Mi monstruoso sacrilegio resonaba salvajemente de un extremo a otro del
horizonte. El dueño y criador de sesenta yeguas de raza me miraba con condescendencia”

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS FIESTAS

Las fiestas de fin de año tienen, para los que fuimos educados en las creencias cristianas, un
carácter más o menos religioso. Sin tomar en cuenta la fuerza de ese carácter, que en
122

algunos casos puede llegar a ser nula, vamos a echarle un vistazo a alguna de esas fiestas en
las celebraciones de Gombrowicz. “Para despedir el año 1934 organicé en la Noche Vieja
una fiesta artística en el piso de mi madre (...)”
“Mi madre y mi hermana se hallaban entonces en el campo y podía hacer en la casa lo que
me diera la gana. La fiesta, que duró hasta las seis de la mañana, era un signo manifiesto de
mi sólida posición en el mundillo literario de Varsovia. Yo estaba borracho como todos, y
disimulaba que me divertía, lo cual no me impidió constatar una vez más que era por
naturaleza muy extraño a este tipo de placeres (...)”

“Tenía mal alcohol, el alcohol provocaba unos pésimos efectos en mi hígado y me volvía
hipocondríaco, no me acercaba a nadie, al contrario, me alejaba”. Esta alegre fiesta y la
sólida posición literaria de Gombrowicz en el mundillo de Varsovia contrasta con el tono
de la que celebró treinta años después en Berlín. El año nuevo de 1964 lo pasó con un
grupo de jóvenes alemanes en la casa de un pintor.
Y aquí, como ya lo había hecho en el café Querandí, empieza a darle vuelta a las manos, ve
a esos jóvenes nórdicos encadenados a sus propias manos, una manos por otra parte
perfectamente civilizadas. “Y las cabezas acompañaban esas manos como una nube
acompaña la tierra. Eran unas manos nuevas e inocentes y, sin embargo, iguales a aquellas
otras sangrientas (...)”

“Manos amistosas, fraternales y amorosas, como las de aquel bosque de manos alzadas,
tendidas hacia delante en su heil, en las que también había amor. Pero en estos jóvenes
alemanes de hoy no tenían ni una sombra de nacionalismo, era la juventud más madura que
había visto jamás. Una generación que parecía no engendrada por nadie, sin pasado y
suspendida en el vacío (...)”
“Pero seguía encadenada a sus propias manos, unas manos que ya no mataban, sino que se
ocupaban de gráficos, de la contabilidad y de la producción. Eran ricos. Para llenar una
laguna de mi alemán chapurreado cité el Hier ist der Hund begraben (Aquí está el perro
enterrado) de Goethe, y enseguida vino a pegárseme un perro enterrado, no, no exactamente
un perro (...)”

“No un perro sino un muchacho igual que ellos, de su edad, que podía estar enterrado en
algún lugar próximo, a orillas del canal, debajo de las casas, donde una muerte joven debió
ser muy frecuente en el último combate. El esqueleto de ese muchacho estaba seguramente
en algún lugar cercano a las orillas del canal... Y al mismo tiempo miré la pared y vi, en lo
alto, casi tocando el techo, un gancho clavado en la pared (...)”
“Clavado en una pared lisa, solitario, trágico como aquellas anillas de hierro de las que
colgaban o asfixiaban a los que luchaban contra Hitler”. Ese año nuevo en Berlín le resultó
plácido, sin la presencia del tiempo ni de la historia. Sólo aquel gancho en la pared, el
esqueleto fraterno y esas manos se le asociaban con las paradas militares amorosamente
mortales.

De esos jóvenes alemanes se habían extraído unas manos puestas en la avanzada de un


bosque de manos que mostraban el camino hacia delante y hacia el triunfo. “Aquí y ahora,
en cambio, las manos estaban tranquilas, desocupadas, eran privadas, y, sin embargo, los vi
de nuevo encadenados a sus manos. En realidad no sabía a qué atenerme (...)”
123

“Nunca había visto una juventud más humanitaria y universal, democrática y


auténticamente inocente..., más tranquila. Pero... ¡con esas manos!”. En las referencias que
hacemos a las fiestas de fin de año que Gombrowicz celebró en la Argentina aparece
especialmente la soledad, una soledad que a veces baila y otras representa sólo una farsa.

“Me presenté en aquel baile de la Nochevieja de 1954 a las dos de la madrugada, llevando
dentro, aparte del pavo, bastante cantidad de vodka y de vino. Había quedado allí con unos
conocidos, pero no estaban; deambulé por diversos salones, me senté en el jardín donde
inesperadamente la muchedumbre se dividió en parejas y empezó el baile”. Tanto en sus
novelas cortas como en las largas echaba mano al recurso de los bailes, a veces bailes
imaginarios, como el de “Ferdydurke”, cuando baila frente a las toallas, los pijamas, las
cremas y las camas de los Juventones para ridiculizarlos y descalabrar su modernidad.
Como expresión del hombre Gombrowicz le reservó siempre un lugar especial a la música.

La música rehumaniza la descomposición formal con mayor fuerza que la literatura y por
eso su efecto es más poderoso que el del resto de las artes. Después de su ocupación
habitual que era la literatura, las pasiones predominantes de Gombrowicz eran la filosofía y
la música. En la variedad de temas que Gombrowicz aborda en los diarios está incluida su
sabiduría filosófico musical, pero su obra artística no la incluye.
Hay que decir no obstante que las estructuras musicales y el pensamiento fundamental
están presentes en el momento de la creación, pero Gombrowicz se ocupa de cubrir su
presencia con el lenguaje. A veces utiliza el sistema de la grilla que se aplica sobre un texto
legible para hacer surgir un código, y otras el método del pintor que primero hace un
cuadro realista y después oculta su legibilidad.

En ocasiones fue la danza la que inspiró a los músicos, pero al principio fue la música con
sus instrumentos del corazón y de la voz, y luego surgió la danza. Gombrowicz se pone de
parte de la relación tradicional entre la música y la danza y en un pasaje de los diarios
ilustra de una manera ejemplar cómo el baile se pone en el lugar de la acción en un relato
donde los caracteres y la trama apenas asoman la cabeza.
Había llegado a esa reunión de Nochevieja a las dos de la mañana, era la noche de fin de
año. Inesperadamente, la gente se dividió en parejas y empezó a bailar. Desde el lugar
donde estaba Gombrowicz casi no se oía la música, el ritmo de la danza era más real que la
melodía, parecía que el origen del baile no era la música, sino que el origen de la música
era el baile.

Era un baile de barrigas, de calvas y de los rostros marchitos de gente mayor. Se trataba de
la humanidad más corriente con su inevitable miseria que se pavoneaba de sí misma
desvergonzadamente entre brincos sin música, como dispuesta a poseer por la fuerza a la
belleza, la elegancia y la alegría, poniendo en el baile todos sus defectos y su vulgaridad.
“Pero ese frenético anhelo de verdadero encanto, al llegar a su total paroxismo, de repente
arrebataba un signo de vida a la melodía, a aquellas pocas notas felices que al unirse con el
baile lo santificaban por un instante, tras lo cual se reanudaba la colaboración salvaje,
oscura, sorda y sin Dios de unos cuerpos agitados y arrastrados por su propio ímpetu”.

El baile, a pesar de su imperfección, creaba la música, y es aquí donde Gombrowicz hace


una pirueta profunda, sin embargo tenía conciencia de que esa idea se le había ocurrido sin
124

elaboración. La idea de que el baile creaba a la música era lo que había en el fondo de los
libros, en el fondo de las luchas y del valor de los escritores a lo largo de toda la historia.
Hacia ese idea se precipitaba toda la humanidad.
Esa idea se había convertido en la inspiración y en la meta de nuestro tiempo. “También yo
me dirigía hacia esa idea siguiendo una espiral que estrechaba cada vez más sus círculos”.
Gombrowicz llega a la conclusión de que el baile degrada el espíritu de la música así como
los libros degradan el espíritu de los escritores, pero son justamente el baile y los libros los
que crean el espíritu del hombre.

“Aullidos de sirenas, pitidos, fuegos artificiales, descorchar de botellas y el vasto murmullo


de una gran ciudad en gran agitación. En este instante hace su entrada el año nuevo, 1955.
Camino por la calle Corrientes, solo y desesperado. Delante de mí no veo nada... ninguna
esperanza”. Finalmente, el trabajo de oficina en el Banco Polaco lo había aplastado, no
podía escribir nada aparte de los diarios.
Se sentía un forastero en todo el universo. Sin embargo, pasados unos días después de las
fiestas le cambia el humor y escribe en una página del diario cómo en un café de la calle
Callao había puesto una inscripción en la puerta de un baño. “A señoras y a señores, para
nuestro beneficio, no lo hagan en la tapa, háganlo en el orificio”. En seguida le advierte al
lector que había dudado antes de confesar esta manía.

Pero la manía le había resultado tan fascinante que se lamentaba de haber perdido tanto
tiempo sin conocer un placer tan barato y desprovisto de riesgo. “Hay en esto algo..., algo
extraño y embriagador... debido probablemente a la terrible evidencia de la inscripción
unida al absoluto ocultamiento del autor, al que es imposible descubrir. Y también al hecho
de que se trata de algo inferior al nivel de mi creación”
Hace más de medio siglo, en la Nochebuena del 56, Gombrowicz pasaba unas vacaciones
en el Jocaral, una quinta del barrio Los Troncos en Mar del Plata. Las lluvias, la agitación y
el ruido de las hojas de los árboles lo obligaban a encerrarse en casa y también en sí mismo,
y de esos experimentos nocturnos que hacía resultaba el miedo, tenía miedo que se le
apareciera algo.

“Algo anormal, ya que mi monstruosidad va creciendo, mis relaciones con la naturaleza son
malas, flojas, y este aflojamiento me hace vulnerable a todo. No me refiero al diablo, sino a
cualquier cosa. No sé si me explico. Si la mesa dejara de ser una mesa transformándose
en... No necesariamente en algo diabólico. El diablo es sólo una de las posibilidades, fuera
de la naturaleza está el infinito (....)”
“La casa crujía, los postigos golpeaban. Quise encender la luz: imposible, los cables
estaban cortados. Un aguacero. Me quedé sentado a oscuras en medio de los resplandores.
Me levanté, di unos pasos por la habitación y de pronto extendí la mano, no sé por qué,
quizás porque tenía miedo. Entonces cesó el temporal. La lluvia, el viento, los truenos, el
fulgor: todo acabó. Silencio (...)”

“Entiéndase bien: la tempestad no se extinguió de un modo natural, sino que fue


interrumpida. Yo, por supuesto, no estaba tan loco como para creer que mi gesto había
detenido la tempestad. Pero, por curiosidad, volví a extender la mano en aquella habitación
envuelta ahora en las tinieblas. ¿Y qué?: viento, lluvia, truenos, ¡todo empezó de nuevo!
(...)”
125

“No me atreví a extender la mano por tercera vez, y mi mano ha quedado hasta hoy „sin
extender‟, manchada por esta vergüenza. Al fin y al cabo, lo que sé de mi naturaleza y de la
naturaleza del mundo es incompleto, es como si no supiera nada”. En el año 1957
Gombrowicz firma el contrato para publicar “Ferdydurke” en Francia, y al año siguiente
aparece esa novela en París, pero...

“El año nuevo de 1958 venido del Este con la velocidad de una revolución terrestre me ha
alcanzado y envuelto en La Cabaña, la casa de Wladyslaw Jankowski, sentado en el sofá
con una copa de champán en la mano. La llegada del año nuevo es una terrible carrera del
tiempo, de la humanidad, del mundo, todo se precipita como en arrebato de locura hacia el
futuro, y la magnitud de esta carrera cósmica corta la respiración (...)”
“Ha comenzado otro año. Mi historia, que está llegando a su fin, empieza a producirme un
placer casi sensual. Me sumerjo verdaderamente en este placer como en un río insólito que
tiende a esclarecerse. Poco a poco todo se va completando. Todo se cierra. Empiezo ya a
disfrazarme de mí mismo, aunque con dificultad y como a través de unas gafas opacas (...)”

“Qué extraño: por fin empiezo a ver mi propia cara que emerge del Tiempo. Lo cual va
acompañado del presagio del fin”. Yo pasé una sola Navidad con Gombrowicz, en
Piriápolis, en la casa de los Swieczewski, en el año 1961. Una mesa de católicos polacos en
la que sólo Gombrowicz y yo habíamos perdido la fe. En el momento del brindis a mí se
me ocurrió decir “prosit”.
Esta ocurrencia era realmente extraña en una reunión de polacos. La cuestión es que
Gombrowicz exclamó al instante y en voz alta: –dijo “closet”. Como era un asunto que no
se podía aclarar me puse colorado como un tomate. Viajamos a Piriapolis en un buque
elegante que hizo el trayecto entre Buenos Aires y Montevideo en una noche estrellada.

A bordo de la nave no pasó gran cosa, salvo la proposición que me hizo Gombrowicz de
que nos contáramos la vida y nos tratáramos de tú. Esta idea sorprendente me dejó de una
pieza, cuando recuperé mi compostura me negué con mucha cortesía pero no sin cierta
intranquilidad. Es una pena que no haya escrito yo también mi propio diario sobre las
vacaciones en ese balneario.
A estas horas podría recordar con más detalle lo que realmente ocurrió en Piriapolis, pues
Gombrowicz, en el suyo, le dio rienda suelta a su imaginación, al punto que lo comienza
narrando nuestro viaje en avión, a pesar de que lo habíamos hecho en barco. Cuenta que
habíamos viajado a mil quinientos metros de altura unos cincuenta pasajeros en total.

Según se le ocurre a él, la cantidad de pasajeros sería diferente si se hubieran quedado en


tierra. Divisa desde el avión una eczema de cinco millones de individuos que se alejan de
nosotros a quinientos kilómetros por hora. Promediando el vuelo se puso a hacer cálculos.
Si bien el viaje de doscientos diez kilómetros lo íbamos a hacer en veinticinco minutos, la
duración total era otra.
Con revisión de valijas y verificación de papeles, había sido de ciento ochenta minutos,
exactamente. Llegado a este punto se imagina una igualdad. El número de kilómetros era
igual al número de pasajeros más ciento sesenta minutos, un cálculo que somete a mi
consideración, un cálculo que yo completo con reflexiones sobre el fenómeno de la cifra y
la cifra del fenómeno.
126

Cuando salíamos de la aduana a Gombrowicz se le ocurrió que yo hablaba demasiado, que


había hablado casi sin parar durante todo el vuelo, aunque no estaba del todo seguro de que
esto fuera así porque las hélices hacían mucho ruido. Antes de subir al ómnibus se puso a
observar un bulto que llevaba un pasajero del que goteaba vodka; entre la altitud y la vodka
que goteaba quedamos un poco aturdidos.
Yo terminé saltando del ómnibus pues me había olvidado la valija en tierra. Gombrowicz
llegó solo a Piriapolis a las cuatro de la tarde. En la casa se topó con unos alambres en los
que los habitantes colgaban la ropa, una situación que presagiaba un futuro incierto. “Era
una casa construida en un bosque de pinos, muda como un pescado petrificado (...)”

“Aparecía en la perspectiva gótica de árboles y de ese desierto donde las guirnaldas de telas
y de lencería de hombre y mujer representaban para mí, en ese momento, después de mis
recientes tribulaciones –dudo que esto resulte claro–, una especie de atenuación de la
cantidad humana, una substitución, o una real decadencia... un espectro pálido de la locura,
algo lunar... mórbido...”
En la habitación Gombrowicz se pone a mirar tres botellas de vino, hace unas
consideraciones acerca del alcohol que se le había subido a la cabeza cuando vio la vodka
que goteaba, y se pone en guardia pues tiene el presentimiento de que lo que le va a ocurrir
en Piriapolis va a ser tan sólo una farsa. Una niña de ocho años se nos aparecía como la
representante del otro lado de la casa y nos servía el almuerzo.

A Gombrowicz le gustaba que los otros se le aparecieran de esa forma atenuada y reducida.
De nuestro lado, en el dominio del bosque, no hay más que ropa tendida en los alambres.
“Pero nuestro encuentro con la farsa todavía no se ha engendrado, la cuestión es saber si
todo esto es farsa, si nosotros mismos figuramos dentro de esa farsa, si yo fuera de color
gris agregaría: una farsa como esas camisas y esos calzoncillos”
Sospechaba que yo tenía el hábito de hacer farsas, que ese proceso se estaba elaborando en
mí, por lo que se alegraba de esa propiedad genial y fructuosa que tiene la literatura, esa
libertad que le permite al escritor construir tramas como si eligiera senderos en el bosque
sin saber dónde lo llevan y qué le espera.

“Gómez lleva a su boca un vaso de curasao. Me confía con una sonrisa que no encontró
hasta el momento en toda Piriapolis una sola persona que hable, nosotros somos los
únicos...”. A medida que hacemos excursiones el presentimiento de la farsa se le va
acrecentando. “Fuera de aquí, fuera a la farsa, No. No. ¡Fuera! ¿Pero por qué se pega así a
mí? La botella mea pero el calzoncillo seca. Fuera de aquí. Fuera farsa (...)”
“Por qué se pega a mí esta Farsa... por qué me invade como un parásito... hija de perra...
Farsa... Fuera”. Relata nuestras conversaciones y discusiones interminables sobre los
asuntos más abstractos: las formas de la afirmación, los límites del hermetismo, el número
pi, la ingenuidad de la perversión, la tragedia seca y viscosa, el sujeto del prefijo “ex”, el
carácter maníaco de la física, el principio de corporalidad.

Pero la farsa lo empieza a golpear sin piedad. En medio de la oscuridad la farsa se le dibuja
en la ropa colgada que parece una bandera envenenada, una bandera de los que están del
otro lado, a quienes reconoce bajo la forma de calzoncillos y de camisas. La farsa le
muestra los dientes. No quiere discutir más conmigo, no quiere mezclarse con ninguna
farsa, sabe que si responde a la farsa con la farsa está perdido.
127

Debe cuidar la seriedad de su existencia. Si tiene que ser cómico, que lo sea sólo
exteriormente, no en su interior. Él, en su centro, debe quedarse imperturbable como
Guillermo Tell, con la manzana de la seriedad sobre su cabeza. “He aquí que todo termina.
Dejé Piriapolis el 31 de enero y, vía Colonia, llegué a Buenos Aires en el mismo día, a las
once y media de la noche (...)”

“Gómez se había ido antes, lo habían llamado por telegrama desde la universidad. No sabré
pues jamás qué es lo que realmente pasó en Piriapolis”. Buenas fiestas, gombrowiczidas,
entre copas, el baile y la farsa, allí nos encontraremos.

WITOLD GOMBROWICZ, LAS MUJERES Y EL COMUNISMO

“Debo hablar también un poco de las mujeres de esa época lejana... Mi madre y mi
hermana eran virtuosas, creyentes, con principios, como se solía decir entonces, por lo tanto
las representantes del bello sexo que frecuentaban nuestra casa se caracterizaban más por
sus virtudes que por su coquetería. Las distintas amigas de mi hermana Rena, pertenecían a
la Asociación de Mujeres Terratenientes o a la Acción Católica (...)”
“Se dedicaban generalmente a actividades filantrópicas y no se mostraban para nada
dispuestas al flirteo. Polonia era por aquel entonces un país de estilos agonizantes, de las
formas que se remataban sin piedad como a un animal enfermo... ¿Pero acaso esos chirridos
formales no eran para mí una verdadera ganga en el momento de escribir „Ferdydurke‟?
(...)”

“No siempre el deseo de venganza de la generación que prosperaba tomaba una forma
dramática. Uno de mis amigos se llevaba mal con una de sus tías. Esta tía, que actuaba
como guardiana y protectora de los principios de la familia, había condenado públicamente
sus esponsales con una señorita no lo suficientemente bien. Entonces mi amigo se buscó
una mujer conocida como callejera (...)”
“No se presentaba nada mal, le enseñó en unas cuantas lecciones de las llamadas maneras
de los salones y la introdujo con un nombre falso en el salón de la tía. La cortesana se
comportó al parecer, perfectamente, bebía el té y comiscaba los bocaditos de una manera
irreprochable, pero resultó que tenía demasiados conocidos entre los señores allí presentes
(...)”

“Este encuentro provocó pavor, el pavor pánico, y el pánico escándalo, terminando de


patitas en la calle no solamente la pobre prostituta sino también mi amigo”. La vieja
generación de las mujeres de la intelligentsia cargaba con los lugares comunes que había
heredado de la tradición y de la literatura de la época anterior. Estaban dispuestas a cumplir
una misión y hablaban en nombre de principios superiores.
Eran unas señoras un tanto exageradas, poco flexibles, ingenuas y casi infantiles frente al
papel glorioso que habían elegido. Las hijas de estas señoras ya ejercían un mayor control
sobre sí mismas. Una señorita normal, que no rehuía ni a la diversión ni al flirteo, que
deseaba casarse, no se sentía cómoda en la armadura de su madre que no estaba hecha a su
medida.
128

A menudo perdía el sentido de la proporción, comprendía mal lo que se le pedía y cuáles


eran sus deberes. A todo esto se agregaba una contradicción más entre el ambiente de los
establecimientos de enseñanza donde reinaba el liberalismo y el espíritu de austeridad que
alimentaba su casa. Pero Gombrowicz no sólo remataba las formas de las mujeres de antes,
también remataba las formas de las mujeres modernas.
El protagonista de “Ferdydurke” se propone descubrir el talón de Aquiles de los Juventones
y decide espiarlos. “Agucé los sentidos. ¡Bestializado espiritualmente, era como un salvaje
animal civilizado en el Kulturkampf! Cantó el gallo. Primero apareció Juventona en una
robe de chambre a medio peinar”. La Juventona entró al closet-water y salió de allí más
orgullosa que al entrar.

De este templo sacaban su poder las modernas esposas de los ingenieros y los abogados.

Salían de ese lugar más perfectas y culturales, llevando en alto la bandera del progreso, de
ahí provenían la inteligencia y la naturalidad con las que la Juventona atormentaba al
protagonista. Enseguida apareció el Juventón trotando en pijama, carraspeando y
escupiendo ruidosamente.
Al ver la puerta del closet-water risoteó y entró jugueteando. Salió desmoralizado, con una
cara lujuriosa y vil, parecía un tonto. A Pepe le extrañó que mientras el clost-water ejercía
una influencia constructiva sobre la esposa, sobre el esposo actuaba en cambio
destructivamente. Mientras tanto la doctora se había bañado, se secaba y hacía ejercicios.

Hizo doce cuclillas hasta que los senos sonaron, al protagonista le empezaron a bailar las
piernas en un bailoteo infernal y cultural. La intranquilidad de los perseguidos aumentaba
porque se sentían mirados. La doctora trataba de organizar a ciegas una defensa y toda la
tarde se dedicó a la lectura de Russell, mientras al esposo se le dio por leer a Wells.
No conseguían ubicar su desasosiego, no podían permanecer sentados pero tampoco podían
permanecer de pie, el Juventón buscaba la complicidad de Pepe guiñándole un ojo. Se
acercaba la noche y con ella la hora decisiva. Los Juventones entraron al dormitorio y el
protagonista corrió para escuchar detrás de la puerta y mirar por el ojo de la cerradura.

El ingeniero Juventón brincando en calzoncillos y sumamente risueño le contaba a la


doctora Juventona anécdotas del cabaret: –¡Basta, cállate!; –Espera, chinita, enseguida
terminaré; –No soy ninguna chinita, me llamo Juana, sácate los calzoncillos o ponte los
pantalones; –¡Calzoncillitos!; –¡Cállate!; –Enciende la luz, vieja; –No soy ninguna vieja.
Juana se preguntaba qué les estaría pasando, le pedía al esposo que volviera en sí, que
juntos iban hacia los tiempos nuevos como luchadores y constructores del mañana: –Así es,
una gorda, gorda langosta conmigo se acuesta. A pesar de su gordura es muy soñadura.
Pero a él no se le antoja porque ya es muy floja. La doctora lo convoca a que piense en la
abolición de la pena de muerte, en la época, en la cultura, en el progreso.

Victorcito trotando pega brincos; –¡Víctor! ¿Qué dices? ¿Qué te picó? ¡Hay algo malo!
¡Algo fatal en el aire! La traición; –La traicioncita; –¡Víctor! ¡No uses diminutivos!; –La
traicionzuelita. Empezaron a manotearse, uno prendía y otro apagaba la luz, la Juventona
jadeaba y el ingeniero jadeaba y chillaba de risa: –¡Espera que te dé una palmadita en el
cuellito!; –¡Jamás, suelta o morderé!
129

Víctor echó de sí todos los diminutivos amorosos de alcoba. El infernal diminutivo que tan
decisivamente había pesado en el destino del protagonista ahora le hacía sentir sus garras a
los Juventones. El paso de Pepe para descalabrar a la modernidad estaba dado, había
preparado todo para el derrumbe final. Schopenhauer fue el pensador que le dio a
Gombrowicz la noción más acabada para organizar el mundo en una visión.

La contemplación es un juego superior a la vida, el artista contempla el mundo y se


maravilla como un niño, en forma desinteresada. Schopenhauer construye una teoría
artística que deslumbra a Gombrowicz. Deduce la primacía de la belleza del cuerpo del
hombre sobre el cuerpo de la mujer. Este golpe artero que le da Schopenhauer a la
condición femenina es rematado por Gombrowicz de una manera aún más cruel.
“Mujeres ajamonadas con grupas a punto de estallar, pantorrillas y muslos que rebosan por
todas partes, clavadas en medio de la playa como una cuña imbécil, bobina y cretina,
cederán las costuras, estallarán, ¡explotarán con todas esas carnes! ¿Dónde está el carnicero
que pueda con ellas? Mujeres mayores, obesas. Mujeres mayores, flacas. Paseante, mira
esas montañas de grasa o esos huesos, mira, por favor, ¿lo ves? (...)”

“En el vaquismo vacuno de esta asquerosidad descarada y desvergonzada sólo se ha


conservado una cosa de los viejos tiempos, a modo de recuerdo. Un piececito... ni gordo, ni
flaco, y... mira... ¿no se parece al piececito de tu novia? ¿Has entendido joven? ¿Ya sabes
qué potencial de cinismo carnal y qué indiferencia hacia la fealdad se ocultan en tu
preciosidad? (...)”
“Señoritas encantadoras, graciosas esposas, aconsejad a vuestras mamás que se queden en
casa, ¡que no os desenmascaren demasiado!”. Gombrowicz estaba de malas con las mujeres
y también estaba de malas con el comunismo. “Contrariamente a lo que se ha dicho y
escrito sobre mí durante muchos años, nunca fui indiferente al siniestro problema de la vida
fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres (...)”

“Fue un asunto que siempre me ha atormentado dolorosamente desde mi más temprana


juventud. Sobre este asunto tuve un diálogo con Adam Wazyk, uno de los escritores
comunistas que acababa de conocer: –¿De qué hablar con usted?, si usted no conoce la
vida, vive en un invernadero, alejado de la lucha por la existencia? ¿Qué puede usted saber
de estos problemas sociales? (...)”
“Era mi talón de Aquiles, pero sabía cómo defenderme. Me propuse demostrarle, con el
tono contenido y apropiado, que no era extraño a esa realidad: –Pensé que usted era hijo de
mamá y, sin embargo, veo que usted penetra en esa problemática; –Conozco la vida y sé
mejor lo que es que vosotros, los comunistas, aunque nunca haya experimentado
directamente la miseria (...)”

“Sonaba presuntuoso, pero tal vez mi juicio no estuviera tan distante de la verdad como
pudiera parecer pues la experiencia personal no siempre aumenta la sensibilidad, sino que a
menudo la disminuye: –Si usted lo siente con tanta fuerza, ¿por qué no se hace comunista?;
–No porque no me gusten vuestros objetivos. Sino porque no creo que podáis realizarlos.
No haréis más que aumentar la confusión”
En la misma época en la que Gombrowicz mantuvo ese diálogo con Adam Wazyk sobre el
comunismo, había escrito “El diario de Stefan Czarniecki”, un cuento en el que liquida el
problema del comunismo de una manera curiosa. La idea de la bastardía rondaba en la
130

cabeza de Gombrowicz, y no podía ser de otra manera, el bastardo tiene menos derechos en
la familia.

Esa era la sensación que tenía Gombrowicz respecto a sus hermanos. No se sentía
reconocido por su padre como adulto y como adaptado a la vida. El giro indigno de una
conducta que degenera de su origen está presente en toda la obra de Gombrowicz, y es
también el que alienta en “El diario de Stefan Czarniecki”. En este cuento no queda títere
con cabeza.
La familia, la polonidad, la política, la guerra, el amor, todo vuela por los aires, pero son
más bien caricaturas las que vuelan por los aires, unas marionetas que Gombrowicz
zarandea como una verdadera parodia de la realidad. Stefan Czarniecki había nacido en una
casa muy respetable. El padre, un hombre fascinante y orgulloso, poseía unos rasgos que
personificaban una estirpe perfecta y una raza noble.

La madre andaba siempre vestida de negro con unos pendientes antiguos como único
adorno. Stefan se veía a sí mismo como un muchacho serio y pensativo. Había en su vida
familiar un solo punto oscuro, su padre odiaba a su madre, no la soportaba, un enigma que
lo condujo finalmente a la catástrofe interior. Se convirtió en un inútil inmoral, besaba la
mano de una dama babeándola, sacaba el pañuelo y se secaba la saliva mientras le pedía
perdón.
El padre evitaba el contacto con la madre, a veces la miraba a hurtadillas con expresión de
infinito disgusto. Stefan, en cambio, no manifestaba aversión hacia su madre a pesar de que
había engordado muchísimo al punto de tropezarse con todas las cosas. Stefan se imaginaba
que había sido concebido realmente bajo coacción violentando los instintos, y que él era el
fruto del heroísmo del padre.

Un día la repugnancia del padre estalló: –Te estás quedando calva. Dentro de poco estarás
más calva que un trasero. Eres horrorosa. Ni siquiera adviertes cuán horrible es tu aspecto.
Stefan no comprendía el porqué debía considerar a la calvicie de la madre peor que la del
padre, además, los dientes de la madre eran mejores y, sin embargo, ella no sentía
repugnancia por él.
Era una mujer realmente majestuosa y muy religiosa, rodeada de una furia de ayunos y
acciones piadosas. A veces, los convocaba a Stefan, al cocinero, al mayordomo y a la
camarera: –¡Ruega, ruega pobre hijo mío por el alma de ese monstruo que tienes por padre!
¡Rogad también vosotros por el alma de vuestro amo que se ha vendido al mismísimo
diablo!

A la madre le producían horror las acciones del padre, la forma desconsiderada en que la
trataba, y al padre lo que le producía horror era ella misma. No podía dejar de manifestar su
asco: –Créeme, querida, que estás cometiendo una falta de tacto. Cuando veo ante el altar tu
nariz, tus orejas, tus labios, tengo la convicción de que también Cristo se siente un poco a
disgusto.
A pesar de estas contrariedades, del conflicto permanente entre los padres, Stefan fue un
buen alumno, aplicado y puntual, pero nunca gozó de la simpatía de los demás. En el recreo
los alumnos cantaban: –Uno, dos y tres, dos pan pan/ no hay judío que no sea un can/ Los
polacos en cambio son águilas de oro/ Uno, dos, tres, ahora le toca al loro. Stefan estaba
fascinado con estos versos pero debía apartarse de los otros chicos cuando cantaban.
131

A pesar de los esfuerzos que hacía por resultarles agradable a ellos y a los profesores con
sus buenas maneras, lo único que conseguía era una actitud hostil. Una tarde, un profesor
de historia y literatura, un vejete tranquilo y bastante inofensivo les estaba dando una clase
sobre los polacos: –Los polacos, señores míos, han sido siempre perezosos, sin embargo, la
pereza es siempre compañera del genio.
Los polacos han sido siempre valientes y perezosos ¡Magnífico pueblo, el polaco! A partir
de ese momento el interés de Stefan por el estudio disminuyó. Sin embargo con este cambio
no consiguió la simpatía del profesor y de nada le sirvió su incipiente preferencia por los
desaplicados y los perezosos. La observaciones del profesor tenían mucha influencia en la
clase, especialmente cuando hablaba de los polacos.

Los polacos han sido siempre holgazanes, pero las suecas, las danesas, las francesas y las
alemanas pierden la cabeza por nosotros, sin embargo, nosotros preferimos a las polacas.
¿No es acaso famosa la belleza de la mujer polaca? El resultado de esas insinuaciones fue
que Stefan se enamoró de una joven pero ella no se daba por enterada. Una mañana,
después de haberle pedido consejo a sus compañeros, venció su timidez y le dio un
pellizco.
Ella cerró los ojos y soltó una risita. Lo había logrado. Se lo contó a sus compañeros y fue
la primera vez que lo escucharon con interés, acto seguido se precipitaron sobre una rana y
la mataron a golpes. Stefan estaba emocionado y orgulloso de haber sido admitido por los
jóvenes y presintió que empezaba una nueva etapa de su vida. Para congraciarse aún más
atrapó una golondrina y le rompió un ala.

Cuando se disponía a golpearla con un palo un alumno le dio una bofetada muy sonora en
la cara. Como no se defendió todos se lanzaron sobre él y lo aporrearon sin ahorrar
escarnios ni insultos. En el amor tampoco le iba nada bien, la joven pellizcada le hacía
recriminaciones porque era un consentido, un pequeño nene de mamá. Stefan había
comprendido finalmente que, si bien el padre era de raza pura, su madre también lo era.
La madre lo era pero en el sentido contrario, el padre era un aristócrata arruinado casado
con la hija de un rico banquero. Se imaginaba que las dos razas hostiles de los padres,
ambas poderosas, se habían neutralizado. De ese modo habían parido un ratón sin
pigmentación, un ratón completamente neutro, por eso Stefan no tomaba parte de nada a
pesar de haber participado en todo, ése era su misterio.

La joven Jawdiga le pedía que fuera valiente, le ordenaba que saltara zanjas, que sostuviera
pesos, que golpeara abedules bajo la observación del vigilante, que arrojara agua sobre el
sombrero de los transeúntes. Cuando Stefan le preguntaba a Jawdiga cuál era la razón de
esos caprichos ella le decía que no lo sabía, que era un enigma, una esfinge, un misterio
para sí misma.
Si la joven fracasaba en algo se entristecía, si triunfaba se ponía feliz y le permitía besar sus
deliciosas orejas, como premio, sin embargo, nunca se permitió responder a su apremiante:
–¡Te deseo! Le decía que había algo en él de repulsivo y no sabía bien qué era. Pero Stefan
sabía muy bien lo que querían decir esas palabras. Leía mucho y trataba de comprender el
significado de su secreto.
132

Se daba ánimos con el recuerdo de uno de los temas escolares, la superioridad de los
polacos: los alemanes son pesados, brutales y tienen los pies planos; los franceses son
pequeños, mezquinos y depravados; los rusos son peludos; los italianos... bel canto. Ésta
era la razón por la que querían eliminar a los polacos de la faz de la tierra, eran los únicos
que no causaban repulsión.
El horizonte político se volvía cada vez más amenazador y la joven cada vez más nerviosa.
La multitud en las calles, las tropas se desplazaban hacia el frente. La movilización, los
adioses, las banderas, los discursos. Juramentos, sacrificios, lágrimas, manifiestos,
indignación, exaltación y odio. La amada de Stefan ni lo miraba, no tenía ojos más que para
los militares.

Stefan afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías, pero algo en
la mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el regimiento de ulanos.
Atravesaban la cuidad cantando inclinados sobre el cuello de sus caballos, una expresión
maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres y sentía que muchos corazones latían
también por él.
Y no entendía el porqué pues no había dejado de ser el conde Stefan Czarniecki que era
antes ni el hijo de una Goldwasser, el único cambio era que ahora usaba botas militares y
llevaba en el cuello unas tiras color frambuesa. La madre lo convocaba para que no tuviera
piedad, para que arrasara, quemara y matara, para que destruyera a los malvados. El padre,
un gran patriota, lloraba en un rincón.

Le decía a Stefan que con la sangre podría borrar la mancha de su origen; le rogaba que
pensara siempre en él y ahuyentara como la peste el recuerdo de la madre porque ese
recuerdo podía serle fatal, que no perdonara y que exterminara hasta el último de esos
canallas. La amada le entregó por primera vez su boca, una verdadera delicia. La guerra era
hermosa.
Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le proporcionaba las energías para
combatir al implacable enemigo del soldado: el miedo. De cuando en cuando lograba
colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y entonces se sentía columpiado por la sonrisa
impenetrable de las mujeres y hasta le parecía que se ganaba el afecto de los caballos que
hasta el momento sólo le habían propinado coces y mordiscos.

Sin embargo, ocurrió un incidente que lo lanzó al abismo de la depravación moral de la que
no pudo apartarse hasta el día de hoy. La guerra se había desencadenado en todo el mundo.
La esperanza, consuelo de los imbéciles, lo hacía vislumbrar la dichosa perspectiva del
porvenir: el regreso a casa y la liberación de su situación de ratón neutro, pero las cosas no
ocurrieron de esa manera.
El regimiento de Stefan estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina
en el frente, con la orden de resistir hasta la muerte. Fue entonces cuando cayó un obús que
le cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó los intestinos, pero el
pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada convulsiva que Stefan tuvo que
acompañar.

Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole en los oídos comprobó
que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no
le quedaba más remedio que volverse comunista. Stefan entendía el comunismo como un
133

programa en el que los padres y las madres, las razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo,
sería nacionalizado y distribuido mediante cupones en porciones iguales.
Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida entre
quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones; que lo mismo debería hacerse
con su padre entre aquellos cuya raza fuera poco satisfactoria. Un programa en el que todas
las sonrisas, las gracias y los encantos fueran suministrados exclusivamente bajo petición
expresa, y que el rechazo injustificado fuera causal del castigo con la cárcel.

Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran
adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y los
rostros brutales de esos intelectuales. Las conversaciones más irónicas y afectuosas las tuvo
con su adorada Jadwiga que lo había recibido con efusiones extraordinarias al regreso de la
guerra.
Stefan le preguntaba que si acaso la mujer no era algo misterioso, y cuando ella le
respondía que sí, que lo era, y que ella misma era misteriosa y desencadenaba pasiones, que
era una mujer esfinge, entonces Stefan exclamaba que también él era un misterio, que tenía
un lenguaje personal secreto y que le gustaría que ella lo adoptara, que le encantaría
compartirlo con ella.

Le advirtió que le iba a meter un sapo debajo de la blusa, y que ella tenía que repetir con él
unas palabras: Cham, bam, biu, mniu, ba, bi, ba be no zar. Fue imposible, no quiso
pronunciarlas, le dijo que le daba vergüenza y se echó a llorar. Stefan no le hizo caso, tomó
un sapo grande y gordo y cumplió con su palabra. Se puso como loca. Se tiró al suelo, y el
grito que lanzó sólo podría compararse con el del soldado destripado.
¿Pero es que para todas las personas las mismas cosas deben ser bellas y agradables? Lo
único que le quedó de agradable en esa historia fue que ella enloqueció, incapaz de librarse
del sapo que se agitaba bajo su blusa. Es posible que Stefan Czarniecki no fuera comunista
sino tan solo un pacifista militante. “Navegaba por el mundo en medio de opiniones
totalmente incomprensibles (...)”

“Cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o
la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía. Tal es el secreto personal que opongo
al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?... cuando paso junto a una pareja feliz, a
una madre con un niño o a un anciano amable, pierdo la tranquilidad. Pero a veces el
corazón se me encoge y una gran nostalgia de vosotros, padre y madre queridos, se apodera
de mí. ¡También de ti siento nostalgia, oh santa infancia mía!”

WITOLD GOMBROWICZ Y KRYSTYNA JANOWSKA

“La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre


las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz
contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes. “Gombrowicz,
cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o
generalidades poéticas, evitando los detalles (...)”
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“En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba
más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como
una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen que el erotismo de la juventud de
Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental.

En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su


inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico.
Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas. “Por supuesto no he
cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy
dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía (...)”
“Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Antes de
hablar de Krystyna Janowska, la primera novia de Gombrowicz, vamos a dar unas vueltas
alrededor de su naturaleza contradictoria. “Como mi estancia en Potoczek, la finca de mi
hermano Janusz, no curó del todo mis pulmones, fui a pasar el verano a una pensión de
Rabka (...)”

“Recuerdo que mi estancia en Rabka agravó aún más mis relaciones con la gente, ya de por
sí bastante tensas. Pero es que en aquella estrafalaria pensión donde me instalé, me encontré
frente a una colección de tipos que parecía expresamente confeccionada para representar la
mezcolanza de estilos y lo grotesco polaco. Movilicé enseguida todos mis rencores y me
volví provocativo (...)”
“Este talante no tardó en producir un resultado desagradable con una damisela que había
estado en Inglaterra: –Se nota que se atracó de Inglaterra y ahora la está repitiendo en la
mesa. La inglesa me echó una mirada fulminante y dijo algo a propósito de los mocosos
mal educados, a lo cual un señor muy autoritario y terriblemente digno, añadió unas
palabras sobre la arrogancia típica de los estudiantes insensatos (...)”

“Cuando un juez retirado, reprendió violentamente a su hija, yo me sentí aludido


inmediatamente: –¡Hay que saber con quién se juega! Este señor, según supe después,
había reprendido a la joven por haber jugado a las cartas antes de comer, pero sus palabras
provocaron un cataclismo entre todos los presentes que no comprendía bien, pues creía que
la indirecta estaba dirigida a mí (...)”
“Después de la comida se produjo un gran movimiento entre los señores, ellos también
habían jugado a las cartas antes de comer, se sintieron por lo tanto ofendidos y le pidieron
explicaciones al juez. Cada uno mandó un emisario para preguntarle si se refería a él. Al
final llegó mi turno, me sentía enfermo con la suma de todas esas idioteces (...)”

“Esa manifiesta y notable ausencia de civismo que nos caracterizaba a todos en esa maldita
pensión de Rabka, me sumió en un estado de terrible impotencia, de trágico desánimo. De
esa forma se producían en mí saltos de la bufonería a la seriedad, de lo cómico al
sufrimiento real. Y seguía sin poder resolver mi problema con la farsa polaca, con nuestro
desequilibrio (...)”
“Se trataba de un océano en el que yo naufragaba pero que, a la vez, llevaba dentro de mí”.
Esta confusión se acentuaba aún más en relación con las mujeres. “Personalmente no sabía
tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba realmente como no debía. Me
vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma
odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas (...)”
135

“Eran unas guías, institutrices y, desgraciadamente, a menudo críticas. Por fin llegó un
momento en que me rebelé y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad
de la literatura. Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad
literaria eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos (...)”
“De la justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a
luchar por ellas”. Si el destino hubiera sido un poco más recto de lo que suele ser quizás
Gombrowicz se hubiera casado con su prima Barbara Godecka y hubiera tenido hijos con
ella, como la Teresa de su hermano Jerzy muy agraciada e inteligente, no así como el Józef
de su hermano Janusz, pedigüeño y medio tonto.

Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión estándar. “En cuanto hijo de buena familia,
educado, bastante sano, ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas,
alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón,
parlanchín, provocador, a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus
compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron su madre, Marcelina Antonina, su hermana
Irena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto
virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la
casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a
actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo.

Por esta razón Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud
hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. Con las
criadas Gombrowicz ajusta las cuentas en “La escalera de servicio” y con las primas se
toma revancha en Isabel de “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes
polacos tenían mucho que ver con el interés.
La madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara Godecka por su posición
social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos, intentaba casarlo con una joven
que había elegido cuidadosamente. “¿Para qué necesito a una mujer? Esta joven le gusta a
mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede” Jan Onufry estaba
preocupado por el matrimonio de su hijo

También lo estaba su amigo Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de


Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de
mal en peor. Finalmente, como sus fracasos no cesaban de repetirse, llamaron la atención
de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y
del arte.
Tenía la esperanza de haber encontrado para Gombrowicz la unidad ideal de cuerpo y de
espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un
escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y
sus gracias, hizo que a Gombrowicz no se le despertara ningún interés por ella.

En el año 1926 Gombrowicz realiza los primeros flirteos con sus primas y las amigas de su
hermana, todas las cuales lo abruman con su celo religioso. Su familia desea que se
prometa a una joven condesa católica, amiga de su hermana, dos años mayor que él y
136

organiza una discreta comida para que él se declare, pero nada ocurre. Su primer amor es
Krystyna Janowska.
Es una joven, vecina de la propiedad de su hermano Jerzy en Wsola, a la cual ve por las
noches. Fue un amor intermitente, que se prolongó durante varios años. Hacia el año 1930
había empezado a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide
permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de sus abogados que en su gran mayoría
pertenecían al Partido Nacional, una agrupación de derecha.

Los partidarios de esa agrupación se escandalizaban por las relaciones que tenía
Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci
Literackie. Desde ese mismo momento Gombrowicz renunció a la continuación de su
carrera jurídica. “Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte (...)”
“Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de
Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto
de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban,
personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran
apasionadas (...)”

“Yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la


belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y por su resplandor, pero me repudiaba
física y moralmente. Me sentía raro al entregar un ejemplar de „Memorias del tiempo de la
inmadurez‟, un libro fresco, recién sacado del horno, a mi respetable familia (...)”
“Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiese puesto a saltar
medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda”. Con
esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de vergüenza
cuando pensaba que algún día sería un artista como ellos, que se convertiría en un
ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas.

No quería ser un engranaje de esa terrible maquinaria, un miembro de ese clan. Por nada
del mundo quería sentirse perteneciendo a ese al gremio. Desde muy temprano se le
manifestó a Gombrowicz una tendencia personal que le causaría un gran daño en el
transcurso de su vida, la imposibilidad de tratar normalmente a personas de rango social
superior.
Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente
con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La
aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su
contra, tenía que someterse. Esta separación, sin embargo, no era tan drástica como podría
suponerse.

La primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”.


La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los
Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada
detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su
familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de
Thomas Mann. Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos
137

parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos
psíquicos futuros.

El padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza. Él y
sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes la gente decía que
era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz. Su pertenencia a dos mundos,
tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del padre,
después las cosas fueron cambiando.
En vida del viejo Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad,
cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse como un
camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de
terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de
malentendidos, especialmente con el género femenino.

Después de la muerte de su padre se le fue haciendo claro que tenía que justificar su vida
con una obra de orden superior pues el tiempo pasaba y su situación en Polonia se hacía
cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior
empezó a debilitarse y el desastre de la guerra que arruinó a su familia y también a él
pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción.
Pero Gombrowicz nunca dejó de pertenecer a esos dos mundos, en la Argentina se las
ingenió para darle una nueva vida al mundo de la aristocracia: “Entonces llegó el momento
en el que los oyentes, fascinados por mi lúgubre resplandor, empezaron a insistir en que les
dijera qué es el arte, en qué consiste el arte, cómo es y cómo debiera ser el arte (...)”

“Estas preguntas se me echaron encima igual que unos perros que años atrás me habían
asaltado al llegar frente a la mansión de Wsola, en presencia de mi primera novia.
Respondí. –¡No, eso no os lo voy a decir! Eso sólo puedo decirlo a una persona de un rango
igual al mío. De entre todos vosotros, sólo a una persona; -¿A quién?; –Sólo a ella –
contesté, indicando a una de las damas–, sólo a ella. ¡Porque ella es una princesa!”
Este pasaje de uno de sus diarios se refiere a Ada Lubomirska, la encantadora princesita.
Gombrowicz siempre fue un holgazán, pero ya de joven se imaginaba que el pensamiento
errante y libre de un holgazán era lo que más desarrollaba su inteligencia. Sin embargo, su
pereza no era tan absoluta como pudiera parecer, no sabía bien cómo pero había conseguido
una superioridad intelectual sobre su entorno.

Poco a poco se fue haciendo notar como más sensato y equilibrado que los demás, de
alguna manera se sabía que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. “El hombre es
un ser social, y quien se integra rápida y fácilmente en su ambiente, se forma e incluso llega
a un grado considerable de eficacia... pero no se manifestará nunca en él la fuente de sus
energías más profundas (...)”
“Será un hombre técnicamente útil, pero superficial y limitado”. Su gusto por decir
tonterías le hacía decir a su hermano Jerzy: –Cuando voy de visita con mis hermanos lo
único que temo es que Janusz se ponga a dormir y que Witold se ponga a contar tonterías.
Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo
absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota.
138

El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para


relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió
más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo. La residencia Wsola perteneció a Jerzy
Gombrowicz, hermano de Witold, y a su esposa Aleksandra Pruszak de Gombrowicz hasta
la Segunda Guerra Mundial.
Gombrowicz solía pasar sus vacaciones familiares en ese lugar, donde escribió varias de
sus obras, entre ellas “Ferdydurke” y algunas partes de “Los Hechizados”. En Wsola,
Witold también solía jugar al tenis con Aleksandra. La residencia Wsola es el único lugar
de Polonia vinculado con Witold Gombrowicz que no fue destruido durante la Segunda
Guerra Mundial.

Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas
pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y
esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis. Krystyna se refiere a
Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se
burlaba de los terratenientes.
Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una
opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones
nocturnas a las que se refiere Gombrowicz. Cuatro años menor que él, nacida en
Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y
normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto.

Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las
jóvenes. No podía representar el papel de admirador y de amante. “Ferdydurke” termina
con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una
mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven
disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas.
La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de
novio y marido. La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en
el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada
serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus
sentimientos ni mencionó el casamiento”

Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante. No sabía
bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía
miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. En
“Aventuras” en “Yo y mi doble” y en el “Diario” Gombrowicz se refiere a Krystyna de una
manera romántica. En “Aventuras” se enamora de ella en un globo
“La pasajera que tenía a mi lado me proporcionaba además una alegría íntima mucho
mayor que la que proporcionaba el globo mismo. Sobre los prados, los campos y los
bosques, por primera vez en la vida, perdía el juicio, y lo perdía cada vez más, mientras ella
me escuchaba con tal atención que habría podido besar mil veces su pequeña, perspicaz y
comprensiva oreja (...)”

“A pesar de que es bien sabido que las mujeres dicen amar lo novelesco, no le conté nada
sobre el Negro ni sobre mis otras aventuras… Me lo impidió una incomprensible vergüenza
que me advertía que no debía hablar demasiado. Llegó el día del cambio de anillos…
139

Luego, empezó también a acercarse el de la boda”. En “Yo y mi doble” en cambio se


enamora al borde de un río.
“Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y
lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos fenómenos de
resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa
totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al
molino, al borde del río”

Gombrowicz recuerda en los diarios los sueños de Kierkegaard. La pérdida del amor, de su
novia, los ruegos que le hace a Dios para que le devuelva todo lo perdido. El petimetre
danés espera la repetición de una vida que no vivió, la recuperación de la novia perdida,
quiere que le sea devuelta Regina, tal como era en los tiempos de noviazgo
“¡Qué parecido tan grande con „El casamiento‟!. Sólo que Henryk no se dirige a Dios.
Derriba a su padre-rey (el único eslabón que lo una con Dios y con la moral absoluta), tras
lo cual, al proclamarse rey, intentará recuperar el pasado sirviéndose de los hombres,
creando de ellos y con ellos una realidad completamente nueva. Magia divina y magia
humana”

A este sueño de Kierkeggard Gombrowicz le encuentra un parecido con “El casamiento”,


pero Regina sigue siendo pura cuando el más elegante de los filósofos le ruega a Dios que
se la devuelva, en cambio Manka-Mania estaba pasa de vueltas cuando Henryk le ruega al
padre que se la devuelva virgen e inocente. Los padres de Henryk no tenían una buena
opinión de Manka-Mania.
Quizá Regina fuera más parecida a otra novia que Gombrowicz recuerda en los diarios. A
los cincuenta años Gombrowicz recuerda que, veinte años atrás, en una fiesta de vecinos se
encontraba Krystyna Janowska, una joven que lo transportaba a estados de embeleso.
Quería lucirse y brillar ante ella, en aquel entonces esto era absolutamente necesario para
él.

Pero al entrar al salón, en lugar de señales de admiración, se encontró con la compresión de


las tías, las bromas de sus primas y la ironía vulgar de todos los nobles de la vecindad. Un
periodista se había ocupado de uno de sus cuentos con unas palabras llenas de indulgencia,
pero dando a entender que le faltaba talento. La publicación había caído en las manos de los
presentes y todos conocían su contenido.
Le daban más crédito al crítico, naturalmente, porque era un escritor de mucho éxito. Esa
noche Gombrowicz no sabía dónde esconderse, se sentía impotente, pero no porque la
situación le viniera grande, sino porque era irrefutable, no merecía refutación. Igualmente
sufría, sufría y tenía vergüenza de su sufrimiento, a pesar de que ya, por aquel entonces,
sabía arreglárselas con demonios más peligrosos.

Sin embargo en este asunto se hundía descalificado por su propio dolor. Al Gombrowicz
cincuentón le hubiera gustado ponerse detrás de aquel otro veinteañero para que se sintiera
completado por el sentido futuro de su vida, para ayudarlo a lucirse y brillar frente a
Krystyna Janowska, esa joven virgen. “Pero yo –tu realización– estoy a mil millas, a
muchos años de distancia de ti (...)”
“Estoy sentado aquí, en esta orilla americana, tan amargamente retrasado..., con la mirada
fija en el agua que brota por encima del parapeto de piedra, colmado por la distancia del
140

viento que llega velozmente de la zona polar”. Estaba en la Costanera mirando el Río de la
Plata. Al Gombrowicz viejo le hubiera gustado ayudar al joven completándolo con su
madurez.

Pero se sentía incompleto, distante, amargado y retrasado a orillas de la costa americana,


tan distante, amargado y retrasado como se sintió con la Regina de su cuento. El miedo es
un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o
imaginario. Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy
débil.
Lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la
posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. “Todos estos
fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo en el curso de mi desarrollo
ulterior. Pero no han desaparecido”. El sentimiento del que derivan la deserción y el
destierro de Gombrowicz es el miedo.

Pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad de


Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino,
pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La cuestión de que la homosexualidad le
produjera tanta vergüenza y la heterosexualidad de sus relaciones algunas mujeres dan para
pensar que le tenía miedo a las mujeres.
Algunos gombrowiczidas connotados piensan que el miedo era el origen de su
homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era
ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz. Fue el
miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que lo
impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires.

Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no


tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la
sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la
sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este
camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros.
Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el
deseo de volver a ser jóvenes.

WITOLD GOMBROWICZ, LOS PULMONES Y LAS MONTAÑAS

A raíz de sus problemas pulmonares Gombrowicz tuvo que buscar desde joven refugio en
las cercanías de las montañas. La región de los Cárpatos, especialmente los montes Tatras y
la ciudad de Zakopane se convirtieron en lugares habituales de su vida y de su imaginación.
Su primera novela corta y su última novela utilizan esas regiones montañosas como vías de
escape y purificación.
En la primera novela el abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una
pequeña localidad al este de los Cárpatos, buscando refugio en las montañas con la
esperanza de que el joven epiléptico lo olvidara. Pero el protagonista se propone seguirlo,
141

lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda que regrese vivo de
ese viaje pero se arriesga a morir.

Por si eso llegara a ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea
remitido de inmediato al abogado Kraykowski. En su última novela Leon busca la
purificación en la montaña recurriendo a la masturbación. “Pero hay en ello un profunda
necesidad espiritual. La formación de la obra en mí me parece, en principio, idéntica a la
formación de la realidad en mis obras (...)”
“¿De donde procede, por ejemplo, esa distancia física de la segunda parte de ´Cosmos‟, ese
eco. Por qué he obligado a mis personajes a marchar a la montaña?”. La historia de
“Cosmos” transcurre en Zakopane, en cuya calle principal se encontraban los cafés, los
restaurantes, y los clubes nocturnos más distinguidos. En estos lugares Gombrowicz vio
algo con mucha nitidez.

En Polonia la superioridad y la inferioridad tenían una incapacidad absoluta para convivir,


se hundían mutuamente en la farsa. Observaba el proceso que se desarrollaba ante sus ojos
de la progresiva extinción de los ambientes y de los estilos. La gente vagaba en libertad por
sus calles y no era aplastada por las funciones ni por las jerarquías.
Hidalguillos, mafiosos, aristócratas, escaladores profesionales, escritores, industriales y
comerciantes, estudiantes, toda esa diversidad de tipos se mezclaba en la calle. Cada uno
andaba por su propio camino, a pesar de la facilidad aparente resultaba muy difícil pasar de
un grupo a otro, a veces se producían situaciones diabólicas y trágicas cuando alguien lo
intentaba.

El pluralismo de lenguajes de aquella Polonia, de esos pequeños mundillos, parecían


inexpugnables como castillos de la Edad Media. Pero pasó el tiempo y todo cambió, un
conde ya no despertaba curiosidad, las jovenzuelas se sentaban a la mesa de los escritores
sin haber sido invitadas. El mito según el cual existían unos grupos cerrados poseedores del
monopolio de la cultura o el chic, estaba en vías de extinción.
Gombrowicz estaba de acuerdo con la evolución que iba destruyendo todos esos cultos y
veneraciones que le quitaban a los polacos la audacia y la libertad. Pero después de veinte
años de vida en la Argentina, donde la gente no hace tanto caso a los esplendores del otro,
empezó a añorar aquellas vergüenzas de otro tiempo, y aquella torpeza nacida de la
admiración.

“Tal vez era más interesante... Naturalmente, es agradable sentirse seguro de sí mismo y
cómodo con todo el mundo, no dejarse impresionar, no interesarse demasiado por nadie,
dedicarse a asuntos personales. Sin embargo, se produjo una especie de empobrecimiento
cuando el hombre dejó de sentir en el otro un secreto magnífico e inaccesible, y
desaparecieron las tensiones entre los diferentes medios (...)”
“En la Polonia de hoy, ¿habrá alguien que impresione o infunda respeto al otro? Lo dudo.
Habéis ganado en razón, pero quizá, perdido en poesía”. Un cierto parentesco de Polonia
con la Argentina, una semejanza del comportamiento de sus clases superiores, y la
añoranza de los viejos tiempos, ponen bastante cerca a estas dos naciones tan lejanas. Los
Montes Tatras son una verdadera rareza.
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La altura que poseen y el aspecto del paisaje que presentan nos inducen a error. Si
observamos imágenes del área, creeríamos estar en un cordón montañoso imponente,
cuando en realidad, su mayor altura no supera los 2.499 metros sobre el nivel del mar. Los
geógrafos alemanes que exploraron el área en el siglo XIX los bautizaron como “la alta
montaña más pequeña del mundo”.
El cerro Aconcagua es una montaña de la cordillera de los Andes, situada en la Provincia
de Mendoza al centro-oeste de la República Argentina. Es el pico más alto de Argentina y
el más alto de América y del mundo fuera de Asia, con sus 6.962 metros de altura. Las
características tan diferentes de los Montes Tatras y del Aconcagua le dieron ocasión a
Gombrowicz para acercarse a la belleza y a la inmensidad.

El hombre se siente diferente según esté en un bosque sombrío, en un jardín podado a la


francesa, o en el piso cuadragésimo de un rascacielos. Los que escriben en los cafés tienen
los límites de su personalidad a la distancia que los separa de las mesas vecinas. No hay en
ellos ni rastros de un empeño dramático, les falta la angustia metafísica nacida del silencio,
el método y la disciplina de los laboratorios científicos.
Cada uno de ellos acaba allí donde comienza su vecino; muy cerca. En medio de la
montaña Gombrowicz sentía la necesidad de sintetizarse, de ser un hombre concreto, de
vivir el mundo sólo para transformarlo en la medida que se lo permitieran las posibilidades
de su naturaleza. El Pato Criollo escribe en el prólogo de “Gombrowicz, este hombre me
causa problemas” unas palabras que me llamaron la atención.

“El argentino y el extranjero: el extranjero asciende un escalón más en lo concreto de la


realidad al desterrase. Si bien suele hablarse del exilio como de un universal del que se
predican angustias y productividades, no se lo puede generalizar porque es un producto
biográfico de la Historia. El desterrado hace una construcción imperfecta, arma un país con
los fragmentos de otro (...)”
“Es un trabajo parecido al de construir la felicidad, que se arma con fragmento de otras
vidas, fragmentos cuyos bordes nunca coinciden exactamente”. Inspirado en este pasaje del
Pato Criollo sobre el argentino y el extranjero me puse a buscar algunos de los fragmentos
de Polonia y de Europa con los que Gombrowicz había armado a la Argentina y me
encontré con algunas dificultades desde el comienzo del proyecto.

Con unos fragmentos muy heterogéneos Gombrowicz llegó a la Argentina y se propuso


armar un país que, naturalmente, ya estaba armado. Si bien es cierto que los inmigrantes de
todos los países del mundo suelen vanagloriarse llenando de alabanzas a su país natal, los
polacos son una caso muy especial. Dostoievski acostumbraba a decir que cuando los
polacos se van de Polonia y pisan suelo extranjero se declaran condes.
Cuatro cosas de la Argentina lo impresionaron vivamente a Gombrowicz por sus
dimensiones descomunales. Eran cosas pertenecientes a la mismísima naturaleza: el río
Paraná, el Aconcagua, las cataratas del Iguazú y Mar del Plata, e intentaba que los polacos
que no conocían el país se formaran una idea sobre estas cuatro cosas que ciertamente son
descomunales.

“La Argentina, aunque geográficamente hablando esté perdida en la más extrema periferia,
ahogada entre océanos, en realidad es un lugar abierto al mundo, un país internacional,
marinero, intercontinental. En la Argentina la inmensidad del continente americano y su
143

poder se manifiestan en dos situaciones diferentes, una de naturaleza hídrica y la otra


montañosa (...)”
“La de naturaleza hídrica se manifiesta cuando navegas río arriba por el Paraná y por el
Uruguay, ríos que no se acaban ni se estrechan nunca, semejantes a dos reptiles
prehistóricos, y la de naturaleza montañosa se manifiesta cuando te acercas a la Cordillera.
Una especie de monotonía se eleva de esas montañas que en algunos lugares alcanzan los
ocho mil metros, unas pulgadas menos que el Himalaya (...)”

“Entramos a una región de huertas y viñas, comienza la ciudad de Mendoza. Estamos a dos
mil metros de altura, el doble de la altura de Zakopane. Lo extremo me ha asediado por
todos lados. Y es un asedio lleno de terror y fuerza. Pero –como ya lo he anotado con
satisfacción– apago en mí todas las fuerzas. Un existencialista profundizaría en las
angustias. Un creyente se prosternaría ante Dios (...)”
“Un marxista trataría de llegar hasta el fondo del marxismo... No creo que ninguno de ellos,
hombres serios, se defendiera ante la seriedad de este experimento; yo, en cambio, hago lo
que puedo para volver a una dimensión media, a una vida corriente, no demasiado seria...
No quiero abismos ni cumbres, lo que deseo es la llanura”. Pero..., el hombre propone y
Dios dispone.

Cuando Gombrowicz estaba terminado de construir una muralla para defenderse de la


inmensidad y la desmesura, tropieza con el Aconcagua. La Argentina y Polonia tienen
naturalezas bien distintas, la de Polonia es mansa y cariñosa, la de Argentina es inhóspita,
monumental y no le da lugar a las caricias; el hombre va por un lado y la naturaleza por
otro.
Gombrowicz emprende desde la ciudad de Mendoza la expedición al Aconcagua. A medida
que el coche sube por caminos empinados se va desorientando con las perspectivas
gigantescas que le ofrece la cordillera de los Andes, el aire se vuelve denso y lo empieza a
embriagar. “¡Ay, si pudiera embriagarme hasta perder el conocimiento! ¡Ay, si pudiera
tomar siquiera una copa! (...)”

“Ya que todos los precipicios que he contemplado con terror a lo largo de mi vida se
reducen a unos huecos de nada en comparación con lo que surge ahora justo a mi lado, a un
palmo de las ruedas del coche, y que ya prácticamente deja de ser un precipicio y se
convierte en el espacio que se lanza vertiginosamente hacia abajo, casi gritando, y es tan
amenazador, que el cuello se crispa y el corazón sube hasta la garganta”
Entre las paredes rocosas surgen valles, gargantas y laderas encadenados a un precipicio
que produce pánico, es un movimiento detenido, esa inmovilidad del movimiento es la
misma que Gombrowicz había observado en el Tatra, en los Alpes y en los Pirineos, pero
esa tensión del movimiento era más fuerte en los Andes. “¡Helo aquí: el corazón de las
montañas! ¡Helo aquí: el Aconcagua, como perdido entre otras cumbres!”

Esa inmensidad exigía una confirmación intelectual, era grandiosa, pero su grandeza, igual
que la de las obras de arte, era domada por la armonía de las proporciones perfectas y por
esa razón dejaba de existir. Si Polonia tuviera el Aconcagua, los polacos se conmoverían,
estarían orgullosos y felices, con un recogimiento religioso mirarían sus cimas como algo
propio, la polonidad de ese paisaje sería su mayor encanto.
144

En la Argentina no ocurre nada parecido, nadie piensa que la segunda cumbre en la altura
del mundo es argentina. Gombrowicz vuelve a descubrir aquí hasta qué punto los
argentinos son imperialistas y con qué fuerza está arraigada en ellos la conciencia de su
destino a escala intercontinental. En la Argentina Gombrowicz se siente ciudadano del
mundo y tiene el presentimiento de desempeñar un papel mundial...

El nacionalismo de aquí a menudo adquiere formas grotescas, pero se limita a manifestarse


en el campo de la política; en la vida cotidiana, en la convivencia con la naturaleza, el
sentimiento argentino es de amplias miras y respira como esas montañas que, con su
inmensidad, derrumban las fronteras del Estado y se convierten en la propiedad de
América.
“Si la geografía condiciona el espíritu humano, el espíritu humano de Polonia debería ser
mezquino, estrecho, retrógrado... Pero, ¿acaso el espíritu no parece a veces querer llevar la
contraria? ¿No resulta antinómico? ¿Acaso no es capaz de superase a sí mismo? En mi
opinión, Polonia debería sentir la llamada del más extremo universalismo, porque sólo así
podrá compensar su situación geográfica”

Los pulmones por fin le impiden a Gombrowicz regresar a la Argentina y escribir una obra
que ya tenía en la cabeza. El asma que lleva de la Argentina y el hábito de fumar que no
abandona hicieron fracasar los tratamientos que le hacían para restablecer sus vías
respiratorias. Fue perdiendo el aire poco a poco a pesar de la cortisona que le aplicaban
diariamente.
No podía hablar en forma continua y por eso tuvo que escribir las entrevistas con el
Hasídico, pues no pudo grabarlas. Por la misma razón Gombrowicz tampoco pudo escribir
una obra que había concebido para encontrarle una forma al dolor, la enfermedad se lo
impidió. Los protagonistas, un hombre y una mosca, siguen la fantasía que se le había
formado a Gombrowicz en relación con los cuartetos de Beethoven.

El dolor más evidente y el que se le manifestaba con mayor frecuencia en la época que lo
conocí era el que le producía el asma que más de una vez lo acercó a la idea del suicidio.
En la mayor parte de su vida estuvo protegido de los dolores sociales que algunas veces
producen el matrimonio y el trabajo, aunque en ocho de los veinticuatro años que vivió en
la Argentina tuvo que afrontar la miseria.
Sin embargo se puede decir que los dolores que contabilizó Gombrowicz en su obra tienen
un alcance más extendido. “Mi vida se hace cada día menos agradable, mi organismo se
debilita, el asma me cansa muchísimo y últimamente apareció también una úlcera de
estómago que me obligó a dejar la cortizona. Desde que dejé la Argentina me siento cada
día un poco peor (...)”

“Creo que ya les mencioné que es conveniente tener preparada una salida por cualquier
cosa. Soy bastante cobarde y no puedo pegarme un tiro en la cabeza pero pienso sin
embargo que podría matarme con una preparación adecuada. Lamentablemente el asunto no
es fácil. Las píldoras para dormir, el gas, y otras cosas parecidas no me despiertan
confianza (...)”
“Me parece mejor el cianuro; si no me equivoco la muerte sobreviene entre los seis y los
ocho minutos aunque ya en el primer momento se pierde el conocimiento. No obstante me
faltan aquí amigos que puedan hacer algo por mí en este sentido. Pensé en ustedes, supongo
145

que tienen alguna posibilidad de proporcionármelo o por lo menos de indicarme a alguna


persona que me podría ayudar (...)”

“Estoy dispuesto a pagar cien dólares, o más. La forma de mandarlo es lo menos


importante. Esta carta no es tan macabra como parece. Algunas veces es la mejor salida...
Yo por el momento ni pienso en suicidarme pero prefiero tenerlo preparado para mi propia
tranquilidad”. La provincia de Córdoba fue la representante montañosa más singular para
Gombrowicz en la Argentina.
Aunque no está debidamente registrado ni en sus diarios ni en sus innumerables biografías
hay que decir que Gombrowicz se encontró una vez con Neruda en una residencia
cordobesa. En una de las vacaciones que Gombrowicz pasó en la ciudad de Córdoba se
alojó en la residencia de un nuevo rico argentino que había llegado al lugar con unas
monedas en el bolsillo.

En la actualidad poseía doscientos millones, un Rolls Royce, un yate, un avión y una


piscina de tres plantas que se adaptaban a cada nivel del terreno. “Soporto mal la riqueza, la
brutal preponderancia del dinero por lo general me ofende, de modo que interiormente me
preparé para mostrarme disgustado y rebelde. Pero resultó que mi rebeldía estaba fuera de
lugar”
Gombrowicz se fue dando cuenta de que en la mesa donde estaba cenando había una
especie de sinceridad infantil y una falta absoluta de afectación y arrogancia. El dueño de la
casa, a diferencia del tío en “Ferdydurke”, miraba sin temor a los criados, y eso porque aún
hoy seguía trabajando duro, probablemente más duro que sus propios sirvientes.

No había reticencias entre el magnate y los empleados, la situación era evidente para todos,
en la vida unos tienen suerte y otros no la tienen. “Es cierto que en la Argentina, y quizás
en toda América, se da menos importancia al dinero que en Europa. El dinero es más ligero.
Es más inocente. Tiene menos pretensiones. Y cambia de manos con facilidad”
El vecino de mesa de Gombrowicz, un coronel simpático y conversador, le señala
discretamente a un señor corpulento sentado junto a la señora de la casa: –Es Neruda. Y
aquí comienza el desarrollo de un malentendido que tiene un final inesperado, como tantos
otros finales inesperados que lo persiguieron a Gombrowicz durante el cuarto de siglo que
vivió en la Argentina.

Neruda era un bardo comunista que tenía mucha suerte, pero el pobre Gombrowicz era un
burgués instalado en el capitalismo que vivía apenas mejor que un obrero. El cantor del
proletariado, censor de la explotación del hombre por el hombre, se revolcaba en millones
largos gracias precisamente a su melopea revolucionaria recitada a los cuatro vientos.
“No hay mejor cosa que ser un poeta comunista en el podrido Occidente: se goza de una
fama universal, también detrás del „telón de hierro‟, se gana un montón de dinero y encima
todos los placeres de ese capitalismo salvaje y podrido están a mano. Sin hablar de que una
situación casi oficial te convierte en una especie de embajador o ministro itinerante”

Cuando se había realmente contrariado con todos estos pensamientos que le habían venido
a la cabeza se la acerca la señora de la casa: –Señor Gombrowicz, el señor Neruda es un
gran admirador suyo. Gombrowicz no comprendía nada, ¿cómo ese enemigo suyo podía ser
146

su admirador? El coronel, muy nervioso, le da un codazo: –Es Neruda, pero no el que usted
piensa. Es otro Neruda. Éste es del Chaco.
Gombrowicz juró para dentro de sí aprovechar la primera ocasión que se le presentara para
vengarse de ese coronel gracioso, mientras tanto salieron a pasear por el campo. Pero,
lamentablemente para Gombrowicz, la primera ocasión para hacer una nueva broma se le
volvió a presentar al coronel. A la vuelta del paseo se sentaron en el salón, y como las
puertas estaban abiertas se metió una serpiente.

“Perdí la conciencia de lo que pasaba conmigo y sólo al cabo de un rato constaté que estaba
de pie sobre una frágil mesita de caoba: un milagro de equilibrio, que no sé cómo se
produjo”. Antes de irse a dormir en la maravillosa residencia del magnate Gombrowicz fue
víctima de otra broma del coronel. “El coronel me preguntó si me gustaba que me gastaran
bromitas (...)”
“Le contesté que sí, que un hombre dotado de un sentido del humor como el mío puede
deleitarse con cualquier bromita. El coronel se alejó un momento para beber agua, mientras
yo pegaba un brinco impresionante, debajo de mi sillón se produjo un estallido
ensordecedor. ¡Me había puesto un petardo!”

WITOLD GOMBROWICZ Y LA HISTORIA

Después de unas peripecias que duraron más o menos quince años Gombrowicz celebra
bailando con Rita, su perro Psina, María y Bohdan Paczowski, la publicación de “Opereta”.
Esta pieza de teatro le dio algunos dolores de cabeza, en primer lugar porque quiso utilizar
como protagonistas directos a los miembros de su propia familia, pero esta idea tuvo que
cambiarla a raíz de la vergüenza que le sobrevino.
En segundo lugar por las complicaciones que trae consigo el tema que actúa como telón de
fondo de la obra: la historia contemporánea, las dos guerras mundiales y la revolución rusa.
En tercer lugar porque se propuso encontrarle una estructura a la pieza de teatro bajo la
forma de opereta. “Yo lo admiraba a Gombrowicz. Con él, se entraba en un edificio de
arquitectura clara y precisa (...)”

“Escribiendo contra la forma rígida, estancada, se había formado él mismo, él era una obra
que él había construido, diferente, en eso, a tantos escritores que creen que su obra literaria
los liberará de su desorden y su oscuridad”. Gombrowicz vivió en una época que
experimentó un ascenso irresistible de la actividad política en la historia cuya forma más
representativa fue el marxismo.
Hegel estaba siendo para las nuevas concepciones de la historia lo que Kant había sido para
las nuevas ideas de la física moderna. Las ideas de los filósofos se metieron lateralmente en
la obra de Gombrowicz. Que esas ideas se habían metido en los diarios de Gombrowicz es
fácil de verlo, pero también se metieron en los cuentos, en las piezas de teatro y en las
novelas.

Hegel introduce un sistema para estudiar la historia de la filosofía y el mundo mismo,


llamado a menudo dialéctica sin que él le hubiera dado particularmente ese nombre, un
147

sistema que desarrolla una progresión en la que cada movimiento sucesivo surge como
solución de las contradicciones inherentes al movimiento anterior. El mundo existe en
nosotros un poco cada vez.
Sólo al final de la historia ese mudo será completamente asimilado y será real. Al final de la
historia desaparecerán el tiempo y el espacio, el sujeto y el objeto llegarán a ser idénticos y
se transformarán en el absoluto. Este sistema filosófico tiene una estructura fantástica pero
nos sirve para comprende mejor la realidad y el mundo. El progreso de la razón se realiza a
través del sistema dialéctico.

De una posición histórica como la Revolución Francesa deviene por su negación otra
posición superior, y de la negación de esta negación deviene otra posición más alta aún en
la jerarquía histórica, y así sucesivamente. De esta negatividad originaria surge la
contradicción que progresa en todos los asuntos humanos: la nación, la familia, las leyes, el
gobierno, las guerras, el estado.
Esta marcha incontenible es un proceso dialéctico que nos coloca a cada paso en un escalón
superior y es el logro progresivo de la razón en el desenvolvimiento de la historia. La
actividad espiritual está formada entonces por dos elementos opuestos que no se encuentran
nunca, y el hombre está en el medio de esta abertura como el ser a través del cual la razón
del mundo llega a tener conciencia de sí misma.

El mundo hegeliano es una verdad en marcha, es el lugar donde la humanidad forma sus
leyes y el hombre se convierte en un peldaño de la historia. La importancia que Hegel le dio
a la historia contribuyó en forma excepcional a la difusión de sus ideas. A este filósofo que
era capaz de deducir la racionalidad del mundo a partir de un lápiz, no le costó un gran
trabajo demostrar que lo inmoral de la guerra deviene en moral.
El estado se va transformando para Hegel en la encarnación de lo divino. Ésta es la historia
que nos cuenta Hegel en su filosofía, pero Gombrowicz nos cuenta otra historia algo
distinta en su “Opereta”. No hay mejores representantes de la historia que la guerras y las
revoluciones y en “Opereta” están presentes precisamente la dos guerras mundiales y la
revolución comunista.

Estos cambios violentos en el comportamiento general atrajeron la atención de


Gombrowicz sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del gesto y
de la máscara en nuestra esencia más intima. Y si lo sintió con tanta fuerza fue porque le
tocó entrar en la vida en un momento en que las formas moribundas de aquella época que
ya se alejaban, gozaban aún de cierta vitalidad y podían morder.
El ascenso desde el individuo hasta la historia, que pasa por la familia, el pueblo, la nación,
el estado, es también el ascenso de una forma cada vez más pesada que termina por aplastar
al hombre, dictándole su destino. A medida que ascendemos por la colina de la forma hacia
la historia la montaña de cadáveres va llegando al cielo, pero para Hegel las cosas no son
así.

La historia progresa aprendiendo de sus propios errores y de estas experiencias deviene la


existencia de un estado constitucional de ciudadanos libres, que consagra tanto el poder
organizador y benévolo del gobierno racional, como los ideales revolucionarios de la
libertad y la igualdad pues es en el pensamiento, según lo aprecia Hegel, donde reside la
libertad.
148

“Opereta” y “Transatlántico”, contrario sensu de Hegel, son ajustes de cuentas que hace
Gombrowicz entre el individuo y la nación. Gombrowicz le pide cuentas a Polonia, a ese
pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación
especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del
individuo haciéndola más resistente al abrumador predominio del estado.

Gombrowicz es un anti Hegel convicto y confeso, pero a pesar de todo podríamos afirmar
que él también fue envenenado por las terribles ponzoñas del filósofo. La dialéctica en el
sistema de Hegel es el momento negativo de toda la realidad, pues bien, no hay un caso
más claro de cómo funciona el “no” en el mundo que el caso de Gombrowicz.
Siempre se definió por la contradicción: con su familia, con sus condiscípulos, con sus
colegas escritores, con cada uno de los temas de la cultura y, como si esto fuera poco,
consigo mismo. Igual que Hegel, Gombrowicz utilizaba la contradicción como base del
movimiento interno de la realidad. La contradicción le producía una fascinación verdadera.

Con la negación aterrorizaba a sus interlocutores ocasionales que no sabían a qué atenerse.
“No idolatraba la poesía, no era ni demasiado progresista ni moderno, no era un intelectual
típico, ni nacionalista, ni católico, ni comunista, ni de derechas, no adoraba la ciencia, ni el
arte, ni a Marx, ¿quién era entonces? Era con frecuencia, la negación de mi aterrorizado
interlocutor (...)”
“Sólo al cabo de numerosas sesiones, se daba cuenta de que yo discutía por afición, por
jugar y también por curiosidad, con el propósito de examinar por si acaso el contenido
contrario de cada tesis. Ese espíritu de contradicción que me quedaba aún de mi juventud,
de las discusiones con mi madre, otorgaba a mis diálogos una viveza y una agilidad jocosas
y, a la vez, nos conducía hacia vías verdaderamente imprevistas”

“Historia” es tan sólo un boceto de esos que hacen los artistas cuando comienzan una obra,
con la misma esencia de “Opereta”, pero con personajes y acciones marcadamente
distintos: una madre puerca, un enviado especial que se pasea descalzo por las cortes
europeas invitando a los reyes a que se quiten los zapatos para liberar a los hombres de su
forma.
Gombrowicz se propuso liberar a los hombres desnudándolos, con una desnudez parcial o
total, pero desnudándolos. En el primer proyecto intentó liberarlos descalzándolos, es decir,
dejándoles los pies desnudos, pero este bosquejo le pareció de alcances reducidos y no
llegó a convertirlo en obra, le sirvió sin embargo de base para un segundo intento de
alcances más amplios en el que la desnudez abarca el cuerpo entero.

Al proyecto le llamó “Historia” y a la obra “Opereta”. En “Historia” intervienen como


personajes el mismísimo Gombrowicz y toda la familia, el padre, la madre y sus tres
hermanos, con sus verdaderos nombres. A medida que se desarrolla la acción estos
fantasmas se van transformando en personajes históricos de las cortes europeas de
principios del siglo XX
En este medio Gombrowicz se mueve como un enviado especial que se pasea descalzo
invitando a los reyes a que hagan lo mismo, es decir, a que se quiten los zapatos. Se
propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus
papeles y que se queden descalzos con esos pies desnudos que habían hostigado a Polonia
durante siglos.
149

La aristocracia empujaba a Polonia hacia lo alto, y el fango y los pies descalzos de los
campesinos con abrigos de piel de cordero, la ligaba con la parte más atrasada de Europa.
En “Historia” Gombrowicz entra descalzo a su casa con el hijo del portero. La familia se
convierte entonces en un jurado que examina esta confraternización y se pregunta si
Gombrowicz será capaz de graduarse de bachiller.
De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio,
llegan hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial. El
Príncipe Bastardo compone una obra con estos bocetos de Gombrowicz. El último acto
transcurre en el café Ziemianska. Gombrowicz le aconseja al mariscal Pilsudski que se
descalce.

El mariscal consiente, pero cuando Gombrowicz le pide que baile y cante una tonada y que
se rasque la cabeza con un dedo del pie, Pilsudski se niega y lo envía a ver a Hitler en una
misión secreta. “Hacia el final de la vida de Gombrowicz se produjeron acontecimientos en
Francia que repercutieron en el mundo entero. Nadie previó la revolución de los
estudiantes, es cierto (...)”
“Nadie entre los políticos, los sociólogos, ni uno solo de los especialistas, tan numerosos en
la actualidad, del mundo estudiantil. Existe, sin embargo, una obra literaria que desde hace
treinta años anuncia dicha revolución: la obra de Gombrowicz. „Opereta‟ parece realmente
una ilustración poética de los acontecimientos de ese mayo de 1968”

Gombrowicz trabajó en “Opereta” durante más de quince años antes de lograr su forma
definitiva: al principio, en 1950-1951, durante sus horas de trabajo en el Banco Polaco y,
más tarde, en 1958-1960, en Tandil. “Entonces desempolvé el borrador de „Opereta‟, una
obra teatral que había empezado cuando todavía trabajaba en el banco, para abandonarla
luego, con la que de nuevo había luchado en Tandil y que una vez más había arrumbado en
un cajòn”
La tercera y última versión de la obra, comenzada en Vence en diciembre de 1964 y
terminada en agosto de 1966, se publicó por primera vez en polaco en el mismo volumen
que el Diario 1961-1966, en Kultura, París, 1966. “Siempre me he sentido fascinado por la
forma de la opereta, en mi opinión una de las más felices que ha producido el teatro (...)”

“Así como la ópera tiene algo de torpe, de irremediablemente abocado a la pretensión, la


opereta, en su divina idiotez y en su esclerosis celestial, toma sus alas del canto, de la
danza, del gesto, de la máscara y me parece el teatro perfecto, perfectamente teatral. Para
mi gran sorpresa, mis obras teatrales, que en París habían sido sacadas de la sombra, se
representan en otros escenarios (...)”
“Entonces desempolvé el borrador de „Opereta‟, una obra teatral que había empezado a
escribir cuando todavía trabajaba en el Banco Polaco, para abandonarla luego, con la que de
nuevo había luchado en mis vacaciones de Tandil y que una vez más había arrumbado en
un cajón. El escollo contra el que chocaban todos mis esfuerzos era el estilo arcaico de la
opereta (...)”

“Divinamente idiota y absolutamente esclerosado, como todos los estilos monumentales y


cristalizados, el estilo de la opereta no tolera nada que no se integre en él por completo. En
una opereta, los personajes deben ser de opereta, la acción de opereta, el universo de
150

opereta, los mitos de opereta; y yo intentaba introducir demasiadas cosas en esta bendita
opereta (...)”
“Sólo cuando logré insertar todos esos contenidos en el lenguaje escénico específico de la
opereta, la obra me pareció tener vida propia. „Opereta‟ no ha sido todavía representada, ni
las traducciones concluidas. Quienes la han leído tienen sobre ella opiniones encontradas:
unos dicen que es cruel y trágica, otros que rebosa una fe optimista en la juventud
perpetuamente renaciente y desnuda de la humanidad”

Desde la Argentina Gombrowicz observa cómo Polonia es destruida y empieza a


desaparecer. Pero no sólo Polonia desaparece, desaparece también la Europa de la alta
cultura, de la alta costura, de la alta cocina, de la aristocracia, de las ideas, del
romanticismo; desde nuestras pampas Gombrowicz ve caerse el inmenso y majestuoso
edificio europeo.
Gombrowicz se convierte, a través de su obra, en un arquetipo de artista al que reverencian
los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, el apetito y las ganas de comer, la saciedad
y el hambre. “Opereta” es la obra a la que más vueltas le dio Gombrowicz. La historia fue
el objeto del último combate artístico que libró Gombrowicz.

En “Opereta” Gombrowicz se subleva contra el drama patético de la humanidad: la historia


La historia se convierte en sus manos en un baile de máscaras al que consigue arrancarle
en el final un grito humano de esperanza. Pero ya mucho antes Gombrowicz le seguía los
pasos de este mastodonte que llevaba de las narices a los hombres y, como un león, le daba
zarpazos.
Si había algo que Gombrowicz sabía hacer, era desembarazarse rápidamente de cualquier
cosa que le resultara incontrolable, pesada o aburrida, tomando distancia, si es que podía
desarrollar alguna estrategia defensiva, o, en caso contrario, simplemente huyendo. El
ascenso desde el individuo hasta la historia, que pasa por la familia, el pueblo, la nación, es
también el ascenso de una forma cada vez más pesada.

Esta forma termina por aplastar al hombre, dictándole su destino. En “Opereta” aparecen
más evidentes que en “Ivona” y “El casamiento”, quizás porque es una obra más clara, los
conatos de rebeldía de Gombrowicz que, en esta ocasión, no están destinados al fracaso: la
desnudez triunfa sobre todas las formas y sobre todas las máscaras.
En “Opereta”, Gombrowicz, al final de una carrera enloquecida de la historia, entroniza
finalmente a la juventud, abandona su intento de transformarse en un ser maduro y se queda
a solas con esa conciencia agudísima que lo acompañó toda su vida, una conciencia que
toma el lugar de la madurez y se encarna en un ser inmaduro que no logra ponerse a su
altura.

El camino hacia la madurez le ha sido cortado, Gombrowicz se vuelve viejo, un viejo


inmaduro. La acción comienza un poco antes de la Primera Guerra Mundial. El conde
Agenor, dandy y calavera, hijo del príncipe Himalay, se propone conquistar a una bella
joven y busca una excusa para presentársele. Contrata a un rufián con el propósito de que le
robe algo mientras está medio dormida en el banco de una plaza.
Con la excusa de devolverle lo que el rufián le robó, se presenta a la joven. Albertina sintió
la mano del rufián y en el sueño piensa que el toqueteo estaba relacionado con el amor y no
con el robo, soñaba que la mano no buscaba el medallón sino su cuerpo. A partir de ese
151

momento la excitada y transfigurada Albertina soñará con la desnudez adormeciéndose


para sentir de nuevo el roce que la desnudaba.

El conde Agenor, vestido de pies a cabeza, no quiere la desnudez de la joven Albertina,


adora el vestido y se propone seducirla con la elegancia de sus modales y de su abundante
vestuario. Un célebre modista recién llegado de París visita el castillo del príncipe Himalay
con la intención de lanzar sus creaciones en un baile con desfile de modelos.
Mientras Albertina sueña con la desnudez el maestro debe hacer reinar la moda, la
elegancia y el adorno, pero está inseguro y tenso pues no sabe en qué sentido presionará la
historia y cuál será la silueta que se adaptará mejor a los tiempos que corren. Un invitado al
castillo se le presenta al modista como cuidador de caballos y le aconseja que proponga un
baile de máscaras.

En el baile los participantes deberán cubrir con un saco el traje que hayan confeccionado
para dictar la moda. A una determinada señal caerán los sacos y entonces el jurado
premiará las mejores creaciones para que el maestro pueda elegir la moda de los años
venideros. Pero el criador de caballos no es criador de caballos sino un impostor.
Es nada más que un antiguo mayordomo del príncipe Himalay que fue despedido y se
convirtió en agitador y militante revolucionario. Introducido en el castillo con un nombre
falso por un profesor que oculta cuidadosamente sus ideas marxistas, planea lanzar en el
baile de máscaras una moda sangrienta con un traje terrorífico para sembrar la revolución
entre la servidumbre hasta ahora sumisa.

El conde Agenor lleva a Albertina al baile de máscaras sobrecargada de vestidos pero ella
sigue subyugada por la palpación del rufián, se adormece continuamente y sueña con la
desnudez. Agenor, dandy y calavera como era lleva a su rufián atado a una correa, mientras
un rival, dandy y calavera como él, también lleva a su rufián atado a una correa.
Como ambos son incapaces de responder al llamado a la desnudez que les hace Albertina
desde el sueño, se insultan y se desafían a duelo. El baile refulge en el máximo esplendor
de sus máscaras y los rivales, desesperados, sueltan a sus rufianes que se entregan a la
palpación y al robo. Los rufianes roban y palpan a manos llenas y los invitados se ponen a
gritar desconcertados.

Los buenos modales y el desfile de modas caen en la debacle. El antiguo mayordomo y


falso cuidador de caballos se lanza al galope a la cabeza de la servidumbre. Es la
revolución. Sopla el viento de la historia, ha transcurrido el tiempo, después de la Segunda
Guerra Mundial estamos en las ruinas del castillo del príncipe Himalay y la vestimenta de
las hombres es desaliñada.
Los disfraces son extraños: el de príncipe-lámpara, el de sacerdote-mujer, el de un nazi en
uniforme, el de un soldado con máscara anti-gas. Todos se ocultan y nadie sabe quién es
quien. El antiguo mayordomo galopa a la cabeza de un escuadrón de la servidumbre para
cazar fascistas y burgueses. El maestro de moda, desamparado, clama en vano por un
procedimiento legal para juzgar a los fascistas detenidos.

El viento de la historia se lo lleva por delante. Increíblemente, en medio de esta


descomposición, aparecen los dandys calaveras y rivales cazando mariposas, delante de un
cajón llevado por dos enterradores. Cuentan la triste historia de la desaparición de Abertina
152

y de los rufianes después del baile, sólo quedan algunos vestigios del guardarropas de la
muchacha somnolienta.
Persuadidos de que Albertina fue desnudada, violada y asesinada se lanzaron a los caminos
provistos de un cajón para enterrar su cuerpo. Cada uno arroja en ese cajón sus propios
fracasos y sufrimientos pero, cuando en el colmo de la desesperación, maldiciendo la
vestimenta, la moda y las máscaras de los hombres, el modista deposita en el cajón la
inasible desnudez humana, aparece desnuda la joven somnolienta.

Los dos enterradores son los rufianes, ellos la raptaron del baile, la desnudaron y la
escondieron en el cajón. “¿Qué hay de ti, „Opereta‟, qué debo hacer, qué métodos inventar
para que tus sacos hablen con la voz de la Historia? El balbuceo de la Historia dentro de sus
sacos, es así como lo veo en este momento... Vientos, truenos inesperados, irónicos,
virulentos, y de pronto cantos y bailes que irrumpen de golpe (...)”
“El teatro es algo traidor, tienta por su concisión, cuánto más fácil es, a primera vista,
concluir una pieza teatral que una novela de no sé cuántas páginas. Pero, una vez que te has
dejado arrastrar hacia todas las trampas de esta forma detestable, cuando la imaginación se
siente abrumada bajo el peso de la gente encima del escenario, bajo esa torpeza suya de
hombres vivos que hacen crujir las tablas (...)”

“Cuando comprendes que debes darle alas a ese peso, convertirlo en un signo, en un cuento,
en arte..., entonces las distintas versiones que has escrito van una detrás de la otra a la
papelera y esa bagatela de pocos actos comienza a devorar meses de tu vida”. Gombrowicz
falleció en julio de 1969, no llegó a conocer la gloria escénica de “Opereta”
La primera representación de la pieza tuvo lugar en Italia, unos meses después de su
muerte, en noviembre de ese mismo año. En enero de 1970 se presentó en París, y en
Polonia se estrenó en abril de 1975.

WITOLD GOMBROWICZ Y LOS TIEMPOS MODERNOS

“Mi obra es muy chic, como un neceser de viaje. Una valija grande: mis novelas; dos
valijas medianas: mi Diario y mi teatro, y una valija pequeña: mis cuentos”. “Ferdydurke”
fue publicado por primera vez en octubre de 1937. La acción de la novela se sitúa al
comienzo de la década de 1930, en Varsovia y en una casa solariega del campo polaco.
“De hecho, su lectura puede resultar indigesta a aquellos que otorgan cierta importancia a
su persona, a sus convicciones y a sus creencias, es decir, a un pintor „creyente‟, a un
científico „creyente‟ o a un ideólogo „creyente‟. Los lectores occidentales de „Ferdydurke‟
se dividen en: a) frívolos, que buscan la diversión sin preocuparse de otra cosa; b) graves, y
c) graves y ofendidos”

A pesar de la delicia de los primeros años del exilio y de que le estaba predestinada, la
Argentina sólo pudo registrar el paso de Gombrowicz durante un cuarto de siglo por la
publicación de su novela “Ferdydurke”. Y esto fue así porque, si bien la mayor parte de su
obra la escribió en la Argentina, Gombrowicz no se desnacionalizó y siguió escribiendo en
polaco.
153

El protagonista principal de sus libros es él mismo, a veces aparece con el nombre de


Gombrowicz, a veces con el de Witold y la mayor parte de las veces con nombres de
fantasía. El nombre de fantasía de su obra más famosa es Jósiek Kowalski. “Ferdydurke” es
la única obra en la que Gombrowicz introduce cuerpos extraños, dos cuentos ajenos a la
narración y una explicación de sus ideas sobre la forma.

La novela relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta años y es sometido a las
ordalías de los tiempos modernos: la de la escuela, la del amor y la de la época y la familia,
pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es
también la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a sus
dos mundos.
Estos mundos son los del rango social y el de la intelligentsia, mientras a la inmadurez le
encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y
actuar como mensajera entre los dos mundos. Es difícil encontrar una persona que se
parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de
Gombrowicz.

La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en
esta novela traspone, aunque no demasiado, las torturas que había sufrido realmente en el
colegio a un lenguaje artístico. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de
aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de
ebullición permanente.
Quería descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. El que tenga
aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de
“Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo
escribía. La novela comienza cuando el protagonista treintiañero, un joven escritor, es
raptado de su casa en una forma infantil por un profesor.

El profesor lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada


Adela que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada
pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada. La fantasía de
Gombrowicz se desboca completamente en el diálogo inicial entre Kowalski y Pimko,
cuando el joven escritor intenta que el profesor no lo hunda en el infantilismo.
“No podía echarme sobre Pimko, por encontrarme sentado, y me encontraba sentado
porque él estaba sentado. No se sabe cómo ni por qué el sentarse se destacó en primer plano
y se convirtió en el mayor obstáculo: –¡Espíritu! –exclamé. ¡Yo… espíritu! ¡No un
autorcito! ¡Un espíritu! ¡Yo, vivo! ¡Yo! Pero él estaba sentado y estando sentado
permanecía sentado de modo tan sentadesco (...)”

“Se arraigaba tanto en su sentarse, que el sentarse, siendo insoportablemente tonto, era al
mismo tiempo dominador. Y, sacándose los lentes de la nariz, los limpió con el pañuelo y
se los puso otra vez. Y la nariz era algo indecible y a la vez invencible. Era ésta una nariz
trivial y notoria, escolar y pedagógica, bastante larga, compuesta de dos caños paralelos y
definitivos: –¿Qué espíritu, por favor?; –¡El mío! – exclamé (...)”
“¿El suyo? – preguntó él entonces. Es decir, claro está, el espíritu patriótico de la Patria; –
¡No! ¡No el espíritu de la Patria, sino el mío!; –¿El suyo? –dijo él bondadosamente. ¿Así
que creemos tener un espíritu propio? ¿Pero acaso conocemos por lo menos el espíritu del
154

rey Ladislao? Y permaneció sentado; –¿Qué rey Ladislao? ¡Me sentía como un tren
desviado de golpe y porrazo a la vía muerta del rey Ladislao! (...)”

“Frené y abrí la boca, dándome cuenta de que no conocía el espíritu del rey Ladislao; –Pero
¿conoce usted el espíritu de la Historia? –preguntó él entonces. ¿Y el espíritu de la
civilización helénica? ¿Y el de la gálica, espíritu de armonía y de buen gusto? ¿Y el espíritu
de un escritor bucólico del siglo XVI quien por vez primera usó en la literatura la palabra
„ombligo‟? ¿Y el espíritu del idioma? (...)”
“¿Cómo se debe decir: „el puente‟ o „la puente‟? La pregunta me tomó completamente por
sorpresa, cien mil espíritus me aplastaron de golpe el espíritu; tartamudeé que lo ignoraba,
y entonces me preguntó qué podía decir sobre el espíritu de Mickiewicz y cuál era la actitud
del poeta frente al pueblo. Me preguntó todavía por el primer amor de Lelevel (...)”

“Tosí y me miré furtivamente las manos, pero las uñas estaban limpias, no había nada
escrito en ellas. Entonces miré a mi alrededor como esperando que alguien me soplara, mas
no había nadie alrededor. ¿Sueño? ¡Cielos! ¡Qué pasa, Dios Mío!”. Kowalski tiene unas
aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes
de dos agrupaciones enemigas.
Expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de
palabras sublimes y obscenas. Caen en la vulgaridad y el anacronismo y no pueden darle el
triunfo a sus ideas. “Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica se
abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, el profesor Pimko, siempre
infalible en toda su personalidad excepcional (...)”

“¡Qué bien, los niños juegan a la pelota! ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia
uno tira la pelota al otro, con qué soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi
cara, pálida y crispada por el pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te
resulta saludable y la pelota también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora
Juventona, donde alquilé una pieza para ti”
Promediando el relato el profesor Pimko había llevado a Jósiek Kowalski a la casa de los
juventones arrojándolo en los brazos de la colegiala para que se enamore de ella y retenerlo
así en su inmadurez. Las aventuras con la colegiala, los juventones y el profesor
desembocan en el derrumbe del amor por la colegiala, el otro ideal bajo y mitológico, y en
la descomposición de las máscaras maduras de los adultos.

Gombrowicz, poco a poco, se va hartando de Polonia, de su solemnidad, obcecación,


romanticismo, arcaísmo, irrealidad, ingenuidad, ignorancia, rusticidad, pomposidad,
provincialismo. Finalmente en “Ferdydurke” rompe con Polonia echando mano al poeta
Norwid y al profesor Pimko. Norwid vivió luchando contra la pobreza y la soledad. En los
últimos meses de su vida fue atendido por las religiosas de un asilo de ancianos.
Este gran escritor es un autor polifacético: poeta, prosista, dramaturgo, filósofo, pintor y
grabador. Capaz de expresar sus opiniones de modo muy diverso, sin embargo, fue un
artista difícilmente clasificable. No se ajustó a los cánones de la poesía de la segunda
generación de románticos polacos y combatió enérgicamente los valores intelectuales y
filosóficos del positivismo.
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El positivismo era una corriente de pensamiento muy difundida por entonces en la que
militó Sienkiewicz, mucho antes de escribir “Quo Vadis”. Norwid, el gran poeta cristiano,
pobre y desventurado, es increíblemente utilizado por Gombrowicz como un clarísimo
órgano sexual, como un verdadero falo, en la primera novela que escribe: “Ferdydurke”.
“En mis tiempos los jóvenes.... ¿Pero qué hubiera dicho de eso el gran poeta nuestro,
Norwid? La colegiala se mete en la conversación: –¿Norwid? ¿Quién es? Y preguntó
perfectamente, con la ignorancia deportiva de la joven generación y con un asombro propio
de la Época, sin comprometerse demasiado con la pregunta, sólo para dejar saborear un
poco su no saber deportivo (...)”

“El profesor se agarró la cabeza: –¡No sabe nada de Norwid!; –¡La época, profesor, la
época! El ambiente se volvió simpatiquísimo. La colegiala no sabía nada de Norwid para
Pimko. Pimko se indignaba con Norwid para la colegiala. Sobre todo el poeta Norwid se
convirtió en pretexto de mil jugarretas, el bondadoso Pimko no podía perdonar la
ignorancia de la colegiala al respecto (...)”
“Esa ignorancia ofendía sus más sagrados sentimientos, ella de nuevo prefería saltar con
garrocha y así él se indignaba y ella se reía, él le reprochaba y ella no consentía, él
suplicaba y ella saltaba. Admiraba la sabiduría y la sagacidad con las que el maestro Pimko,
no dejando ni por un momento de ser maestro, actuando siempre como un verdadero
maestro, lograba sin embargo gozar de la moderna colegiala (...)”

“Y gozaba de ella por efecto del contraste y por medio de la antítesis, admiraba cómo con
su maestro excitaba a la colegiala, mientras ella con su colegiala al maestro excitaba. Ya no
se contentaba con el flirteo en la casa de los Juventones, bajo la mirada de los padres,
también aprovechaba la autoridad de su puesto, quería imponer a Norwid por la vía legal y
formal (...)”
“Ya que no podía hacer otra cosa, quería por lo menos hacerse sentir en la muchacha con el
poeta Norwid. Bajo la influencia de esos pensamientos las piernas se me movieron solas. Y
ya estaban por bailar en honor de los Muchachos Viejos del siglo XX, ejercitados,
hostigados y castigados con el latigazo, cuando en el fondo del cajón percibí un gran sobre
del ministerio ¡y en seguida reconocí la escritura de Pimko! (...)”

“La carta era seca: „No voy a tolerar más su escandalosa ignorancia dentro de lo abarcado
por el programa escolar. La cito a presentarse a mi despacho del ministerio, pasado
mañana, viernes a las 16.30‟. Voy a explicarle, a aclararle y a enseñarle al poeta Norwid y
eliminar así una falla en su educación. Hago observar que cito legal, formal y culturalmente
(...)”
“La cito como profesor y educador y, en caso de desobediencia, mandaré a la directora una
moción por escrito para que la expulsen del colegio. Subrayo que no puedo soportar más la
falla y que, como profesor, tengo derecho a no soportarla‟”. El tratamiento erótico que le da
Gombrowicz al poeta Norwid culmina en una de las escenas más hilarantes de
“Ferdydurke”.

Jósek Kowalski llamado Pepe, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos
cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de
medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de
los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala.
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Se prepara para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese
momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus
transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle
se arrastra hasta la pieza de la colegiala. “¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi
camarada! ¡Soy colega!”

La carta que le había enviado Kowalski lo había embriagado: “¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita!
¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en
cuenta la diferencia de edad, de posición social” Y aquí, Jósiek, que está detrás de la puerta,
da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como
tirado por un cordel y logró alcanzar un armario.
El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió él también
en otro armario. Entran los juventones a la pieza de la colegiala y Jósiek sigue echando leña
al fuego para producir un escándalo: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha
de una nueva intriga pero Kowalski levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga?

Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Jósiek abre de un puntapié uno de los
armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida: –Ah, Zutka. Los juventones se
ríen, estaban satisfechos con la colegiala, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los
ojos felices de la modernidad. La juventona se propone hacerle morder el polvo de la
derrota a Kowalski: –¿Por qué está aquí el caballero?
¡Al caballero esto no le importa! Kowalski abre en silencio la puerta del otro armario y
aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor
carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al
poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú... Las oscuras y turbias aclaraciones
del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad.

¿Qué hace usted aquí, profesor, a esta hora?; –Le ruego que no me levante la voz; –¿Qué,
usted se permite hacerme observaciones en mi propia casa? Un semblante barbudo miraba
por la ventana con una ramita verde en la boca, Jósiek le había pagado al mendigo para que
lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere ahí ese hombre?; –Una
ayudita por amor de Dios; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya!
Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la
puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos
como el gato sobre el ratón: -¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente! La doctora juventona en
un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón!, ¡creo que
soy el padre!

Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa
todo esto? La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la
depravasteis, no llores, no llores, niña. El ingeniero está furioso: –¡Le felicito, profesor!
¡Usted responderá por esto! Así que depravaban a la colegiala, a Kowalski le pareció que la
situación se volvía a favor de la muchacha.
¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me
acusan injustamente. Kowalski maniobra para terminar de hundir a Pimko: –¡Sí!, soy
testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar. La señorita
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Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la
casa por un momento.

Pimko, cobardemente, se asió a esta explicación tan desagradable: –Sí, justamente, sí,
estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que
simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en
forma arrogante le pegó una bofetada. Jósiek fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y
comenzó a vestirse, poco a poco, sin perder de vista la situación.
El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba
de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero
lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el
colegial que se adhirió a los saludos: –¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de
un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada.

Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el
mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y agarró al ingeniero por la rodilla. El juventón se
derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo
como si estuviera loco. La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de
Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas.
Este acto provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del
montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre
la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso. La colegiala
saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a
Kopeida: –¡Mamita! ¡Papito!

El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para


sus manos, le agarró un pie a la colegiala por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro,
calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba. En
cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero
empujaba al colegial
Un poco después se deslizó por un segundo el muslo de la joven colegiala sobre la cabeza
de la madre juventona. Al mismo tiempo el profesor Pimko que estaba en el rincón
comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía
levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda
tampoco podía.

Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, Pimko agarró al
juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Kowalski terminó de colocar sus
cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno,
de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo
que ya no existía.
“Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui
alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio,
despojador de alas de moscas, espía en el baño Que anduve con cuculeito, facha, muslo.
No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni
muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo”
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“Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina
palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe,
Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía
apresuradamente los zapatos”. El derrumbe de la burguesía de los tiempos modernos le abre
paso en la novela al derrumbe de la nobleza terrateniente.
“De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos de la Polonia de preguerra el que
agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un
espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi
todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país (...)”

“¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de


mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la
modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz!
Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la
provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas”
Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos
principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la
vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una
institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de
estilo.

Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la
tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para
obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha
esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se
daba cuenta de lo anormal de su situación social.
Para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor,
relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como
algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que
Hegel llama mala conciencia. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este
problema.

Estas reflexiones preliminares nos llevan de la mano a “La fachalfarra o el nuevo


atrapamiento”. “Ferdydurke” termina cuando la fraternización con el peón del amigo de
Kowalski va descomponiendo las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el
tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del
príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando.
Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al
señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el
protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble. El deseo de Polilla de
entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos del protagonista empieza a
descomponer el estilo de los terratenientes.

El tono altanero y aristocrático del tío Eduardo tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era
de la plebe justamente de donde obtenía sus jugos. Los nobles terratenientes vivían un
sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del
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señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un
canon, un orden.
Después de que Pepe le da un sopapo en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su
pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de
los roles. Pepe descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la
servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre.

Este comportamiento estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito


señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a
través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural. El
hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara de Polilla, un huesped de
señores y un señor, tenía que provocar consecuencias perversas.
Se había roto la bisagra mística, la mano del servidor cayó sobre el semblante del señor. La
inmadurez se derramó por todas partes. Cedieron las ventanas, el pueblo se impuso y
empezó a penetrar lentamente, la oscuridad se pobló con partes de cuerpo campesinales. El
pueblo, animado por la excepcional inmadurez de la escena, perdió el respeto y también
deseó la fra... ternización.

Isabel es la prima con la que Pepe huye mientras los padres de la joven se revuelcan en la
casona señorial tomada por la plebe. Pepe pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran
a Varsovia se libraría de Isabel y comenzaría a vivir de nuevo. Pero quedó agarrado por la
garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para desembarazarse de ella.
“¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame
la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel se acurrucó con más cariño, calor y
ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos. Y le acercó la facha. A Pepe le faltaron
las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella con su facha había besado la suya (...)”

“Perseguidme si queréis! Huyo con mi facha en las manos.”. Con estas palabras termina la
versión española de “Ferdydurke”, pero no la versión polaca. La criada Adela, que aparece
al principio de la novela asomando la cabeza por la puerta, inquieta por los ruidos que salen
de la habitación del escritor y que responde a su explicación con un plácido “Ah”, es una
referencia a Aniela Brzozowska
Esta Aniela fue la fiel criada de los Gombrowicz hasta la guerra. Gombrowicz, le debe el
famoso “¡Listo está!¡ Bah, bah, bah! ¡el tonto que lo leerá!” que aparece al final de
Ferdydurke. “El hombre se encuentra siempre por debajo de sus valores, siempre
desacreditado, hasta el punto que ser hombre significa ser peor, peor de lo que se produce
(...)”

“¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le
es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? Quien no llega a aprehender, a sentir esta
degradación en “Ferdydurke” y en mis otras obras, no ha comprendido lo más esencial de
mí”. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros
es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura.
La importancia que le ha dado a la forma es el punto de partida de su psicología. “Antes de
la guerra „Ferdydurke‟ pasaba por ser una novela escrita por el desvarío de un loco, pues en
la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo
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todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha
sido elevado al rango de sátira (...)”

“Ahora se dice que es un libro razonable, la obra de un racionalista lúcido que juzga y
vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a
racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”. Para atacar la concepción simplista de la
crítica literaria Gombrowicz da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”.
La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le
impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para
Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra
persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social
como explicó Marx.

El hombre es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual,
directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda.
Esa forma no es necesaria para el uso uno mismo sino que es necesaria para que el otro me
pueda ver y experimentar, y por tal razón es un elemento imposible de dominar.
Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el
contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la
forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el
nacimiento. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad
está fuera de nuestro alcance.

Sólo puede constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al
fracaso. Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad de la inmadurez,
más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si
el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman.
Es sobre todo porque sólo es expresable aquello que tiene una forma, todo lo demás, es
decir, la inasible inmadurez, se queda en silencio. La forma desacredita a la inmadurez y
humilla a esta parte del hombre inexpresable; las bellas artes, las filosofías y las morales de
la humanidad nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que
nosotros.

“Hace ya largo tiempo que estamos deshabituados de fenómenos tan perturbadores, de


estallidos ideológicos de tal magnitud, como la novela de Witold Gombrowicz,
“Ferdydurke”. Nos hallamos aquí ante una manifestación excepcional de talento de escritor,
de una forma y de un método novelístico nuevo y revolucionario y, a fin de cuenta, de un
descubrimiento fundamental (...)”
“Este descubrimiento fundamental es la anexión de un nuevo reino de fenómenos
espirituales, dominio hasta ahora echado al abandono, del que nadie se había apropiado, y
donde jugaban, en plena indecencia, el chiste irresponsable, los retruécanos y el absurdo”
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