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LEYENDA CUBANA.

EL CAPITÁN DIEGUILLO.

¿Conocéis al capitán Dieguillo? Decía por los años de 1537 una mujer de color, a
varias personas que la escuchaban, en la plaza mayor de la ciudad de la Habana, al salir
de misa, según era uso y costumbre, no tanto de oírla puntualmente, cuanto ir después
por pescado; de donde ha quedado el refrán.—Ir por pescado era quedarse departiendo
en los grupos que se formaban, ora bajo de la seiba, que sirvió de dosel a la primera
misa, ora a la sombra de los toldillos y colgadizos cercanos.

Mentar María Berroa al pirata holandés y arremolinarse a su alrededor el auditorio, fue


todo uno, elevándose un diluvio de voces, que se levantaban y no caían, porque no
cesaban, queriendo, blancas y negras, indias y mestizas, agitando los rosarios y echando
atrás las mantillas, descubrir tamaña oreja para no perder ripio.

—Sí, seña Guadalupe. —No, ña Escolástica —que-se-yo Eduvigis, exclamaba la


Berroa queriendo contestar a todas; pero pidió orden para poder explicarse y tomando
un aire grave y misterioso, se sentó en un sillar de piedra de las fábricas de la calle de
Velázquez, (1) en que se fabricaba a la sazón, y con reposado continente comenzó su
plática.

—Vuesa mercedes me han de guardar sobre todo el secreto, y sin esto no puedo
satisfacer su curiosidad.

Protestaron a una los oyentes enmudecer después de haber tomado posesión de la


noticia, y ya, segura de su discreción la matrona, continuó:

—Bendito sea el Señor que de tan pobres criaturas como .tomos, se vale como
instrumentos de su providencia. ¡Dios se lo pague al que ha elevado a los humildes y
confundido a los soberbios! El santo sacerdote que ha dicho la misa, hijas mías, fue
prisionero hace poco de Dieguillo... La impaciencia de los oyentes no pudo contenerse y
muchos dijeron:

—Pero ¿quién es Dieguillo?

—Dieguillo es repuso María, dirigiéndose a una señora Manca, mujer del


mayordomo de propios, Dieguillo es, Miseá Antonia, un capitán pirata o corsario de la
armada holandesa que manda el tremendo Pie-de-Palo, y nunca el pabellón de ítolanda
ha tenido a su sombra un hombre más valiente, ni :rras generoso que el capitán
Dieguillo. Guando pelea no ve el número de los enemigos; cuando vence es todo
humanidad». Miren vuesamercedes el religioso que dijo la misa, ahí viene, y en efecto
se acercaba al grupo, fue hecho prisionero por él y lo trató de un modo tan humano, que
se hizo cargo de varias comisiones del capitán para sus amigos y parientes aquí.

—Pues que tiene parientes el holandés en la isla? dijo doña Antonia.

—Muy cercanos, lo contestó María Berroa, pero ya lo sabrán vuesamorcedes todo.—


El padre Dominico ha estado enfermo y fué preciso asistirle con todo cuidado: véanlo
allí que buen color tiene ahora, como que es inglés.
No fué la noticia de la patria del religioso bien recibida, Miles se hicieron lijeros
comentarios sobre esa circunstancia en que vino á ponerse en claro que no se fiaban de
las apariencias; pero el murmullo cesó y la narradora de la prision y enfermedad doFr.
Tomis G-age pudo seguir su interrumpida historia.

—Cuando estaba convaleciente preguntó á sus conocidos por mi morada, ádonde fué
á visitarme. El buen padre estaba azorado de lo que pasaba á su alrededor, pero á todo le
tomaba el gusto. El no quería comer carne de puerco, convaleciente, porque eii Europa
hace daño y ahora parece un guajiro segun se aficionó; el tasajo de tortuga le apestaba y
mas tarde se chupa los dedos cuando come el agiaco hecho con él: y eso que no hace
mas que siete dias, contando con la enfermedad que está aquí. Fué á verme el padre-y
me habló largamente de Dieguillo. Me dijo que era un hombre muy humano y
generoso'; que le había dejado en libertad y hasta al buque para que continuaran su
viaje; que al despojarle de la« riquezas que él habia adquirido en Méjico, se conocía que
lo rarificaba porque lo creía un deber; que al ver disipadas su* ilusiones y perdidos sus
nueve mil pesos recogidos en regalos de los inocentes indios, recordó su j.'ateriiidad el
refran que dice: que lo mal ganado se lo lleva el Diablo (1) y él se resig-nó para salvar
su alma. En fin, encomia la bondad del capitan (pie procura ahorrar toda efusion de
sangre y contiene ;í »us subordinados en muy estrecha disciplina. Dieguillo no e*
holandés aunque está casado con una dama holandesa....

Aqui interrumpió la conversacion el R. P. y saludó á María Berroa, manifestando que


los galeones de D. Carlos Ibarra se daban al mar al dia siguiente y que él se ibaá Europa
en ellos: todos le desearon buen viaje y besaron la cruz del santo Rosario que sobre el
escapulario tenia. La animacion de la ciudad era grande, pues tras hallarse en el puerto
los galeones de Panamá, se esperabala Flota de Veracruz. María Berroa no abandonó la
relacion. —Deciaquo Dieguillo no era holandés: es criollo de la Habana. ...

Una interrupcion en que los signos de Cruz y la accion desantiguarse se mezclaban en


las interjecciones de admiracion, sorpresa y hasta terror, cortó de nuevo á la anciana en
cu relato.

—Sí, señor, es habanero.... ha mucho tiempo que se fué á Campeche sirviendo á un


magnate; su madre no sabia de »u existencia y era porque allí no pudo resistir el mal
trat» de su señor, que lo quería considerar como esclavo y hasta lo azotó.... Entonces se
huyó y ofreció sus servicios á los holandeses y ya vuesamercedes saben lo demás.

—Y vive BU madre, ¿quién es?

María Berroa dejó brillar una magestad desusada en s-i espresion.

—Vive, y es una mujer de color á quien el R. P. Gttge ha traido noticias de su hijo y


algunos presentes; vive y á su ca

(1) Testual en las relaciones del B. P.—7 alude a- la- inocencia de los que le
ratriW&n en mas de lo debido á sus trabajos.

riño consagra el capitan corsario los actos de generosidad con que distingue á sus
antiguos compatriotas en sus triunfos; vive y yo soy su madre y él.... el mulato criollo
Diego, la luz que de nuevo ilumina mi existencia!
El.descubrimiento produjo una admiracion general y por muchos dias se ocupó la
Habana de la vida y antecedentes de María Berroa y el capitan Dieguillo, que así fué
como guarda

• ron el secreto los curiosos oyentes tan luego como se sopararon cada cual á sus
respectivas habitaciones, no sin que adulteraran los 'sucesos del que llamaban corsario
los unos y renegado los mas. El capitan Dieguillo ha seguido siendo holandés para la
historia.

Antonio bachiller y morales(1) Hoy Oficios.

Releyendo un hermoso libro del periodista e investigador Francisco Mota, Piratas y corsarios en las costas de
Cuba, ha vuelto a  mis recuerdos el tema de los piratas, una de mis fantasías infantiles más queridas.      
Cuando yo era apenas una cubanita de cinco años, mi abuelo don José Manuel, hijo del capitán Picart,
ayudante de campo del general mambí Calixto García Íñiguez, tomó a su cargo la labor de enseñarme
Historia de Cuba a través de hermosos cuentos. Cuando hablábamos cada noche sobre la Conquista en el
balcón de nuestra casita en Luyanó, sobre los primeros siglos de nuestyra existencia como país, sobre La
Habana antigua y la construcción de aquellas fortalezas maravillosas que él me llevaba siempre a visitar
en el perímetro de La Ciudad Vieja y los muelles, indefectiblemente surgía el tema de los piratas y sus
ataques a la villa de San Cristóbal de La Habana.    
Abuelo mencionaba muchos nombres extranjeros y narraba aterradoras historias de tales incursiones, pero
me llamaba la atención que en su lista de piratas nunca mencionara un nombre cubano. En la escuela se
repetía el caso: los maestros hablaban sobre piratas de todas las banderas. Y nosotros, con una isla grande
tan cercana a la Tortuga, refugio caribeño de la piratería mundial,  ¿no teníamos ningún pirata ilustre?     
Pero nosotros los cubanos sí tuvimos un gran pirata: el mulato Diego Grillo, también llamado Dieguillo o
Diego Martín. Supongo que abuelo no lo mencionaba porque no conocía bien su historia y no quería
hablarme de un tema que no dominaba, porque la vida y hazañas de Diego Grillo han sido hasta ahora
imposibles de aclarar completamente. Lo llamaban Diego Grillo, el capitán Dieguillo y por último…
pudiera haber sido también el terrible pirata apodado Lucifer. Pero antes de evocar su imagen
hagamos…    
UN POCO DE HISTORIA    
La primera mitad del siglo XVI fue el escenario de los filibusteros franceses, quienes se establecieron en
los cayos e islotes de las Antillas y desde allí saqueaban una y otra vez nuestras prósperas villas y
ciudades. El más célebre, aunque no el único, fue sin duda Jacques de Sores. En la segunda mitad del
siglo las hazañas de los piratas galos fueron eclipsadas por la aparición en aguas caribeñas de los piratas
ingleses, siendo entre ellos los más sonados Sir Frances Drake y Baskerville.    
A principios del siglo XVII francos y britanos fueron desplazados por sus homólogos holandeses, quienes
mantuvieron largo tiempo en jaque las flotas y convoyes españoles que retornaban a Sevilla cargados con
las maravillosas e infinitas riquezas saqueadas a las tierras de América. Entre ellos los nombres son
menos conocidos hoy, aunque resaltan los de Vaude Van Enrico, Perin Petre y Cornelius Jol, conocido
como el temible Pata de Palo.    
Por último, la segunda mitad de aquel siglo vio aparecer sobre las dulces aguas caribeñas una plaga de
audaces vándalos del mar con banderas de todas las naciones. Los de hazañas más mentadas fueron, claro
está, el tristemente célebre Henry Morgan; así como también Lorencillo, Bartolomé el Portugués y otros
muchos. La situación empeoró mucho cuando en 1712 Francia, Inglaterra y Holanda pactaron la libertad
de comercio por los mares de las Indias. Desde ese instante los pacíficos habitantes ya no tuvieron un
momento de descanso seguro.    
Que Cuba haya sido un enclave favorito para el saqueo y el merodeo de los corsarios y piratas no es
casual, ya que era el punto intermedio en la travesía de los galeones que regresaban a España y,  al mismo
tiempo, de las enormes y pesadas flotas españolas que venían a América con sus bodegas  repletas de
mercancías y abastos con destino a los colonos. Es fácil suponer cómo desde sus refugios los bandidos
vigilaban ese tránsito que debía proveerlos de fortunas inmensas por el solo golpe de su audacia, y que al
final sólo dejó un ramillete de incitantes leyendas sobre tesoros enterrados en las orillas de Cuba.    
DIEGO GRILLO    
Como suele ocurrir con muchos personajes históricos, cuando se hace el recuento de los lugares que
conocieron su presencia y las fechas en que ocurrieron los hechos que se le atribuyen, parece haber vivido
unos dos siglos más o menos, lo cual se explicaría si se admitiera la existencia en suelo cubano de dos
piratas con nombres semejantes, lo cual, por demás, no es imposible. Si los estudiosos del mito admiten
que hubo diez personajes llamados Hércules en la prehistoria de Grecia, y que el que conocemos reúne en
su leyenda las hazañas más famosas de los otros nueve, ¿por qué no podría suceder otro tanto por estos
lares?      
Se cree que Diego Grillo nació en San Cristóbal de La Habana alrededor de 1556. La leyenda cuenta que
fue hijo de un cuarterón español y una hermosísima negra esclava;  que en su infancia estuvo al servicio
del  gobernador de Campeche, quien lo azotaba y sometía con frecuencia a otros maltratos, lo cual
despertó en él un ánimo rebelde que lo llevó a abandonar su villa natal a la temprana edad de trece años y
enrolarse como grumete en alguna fragatilla española. Se supone que en sus primeras andanzas visitó los
puertos de Veracruz, Campeche, Nombre de Dios y Río Hacha, y no se descarta que hasta se haya
adentrado por los grandes ríos continentales en las selvas americanas.    
Poco después, a la edad de quince años, es capturado por  Sir Francis Drake, quien lo halló a bordo de un
galeón español cuando saqueaba con  sus dos naves el mencionado puerto. Con Drake, Diego participó en
el saqueo de Campeche y Veracruz y otras ciudades de la costa nicaragüense, y también figuró en los
atropellos cometidos en Mogadores, Río de Oro, Cabo Verde, La Plata El Callao y otros puertos de las
costas de Chile y Perú, durante el viaje de circunvalación que llevó a cabo Drake desde 1577 a 1580.     
Según esta data, Diego Grillo debió estar presente en el recibimiento fragoroso de que fue objeto Drake a
su regreso a Inglaterra. Quizás hasta estuvo junto al pirata inglés cuando éste fue visitado en Plymouth
por la mismísima reina Isabel, quien tenía  a su coterráneo en muy alta estima, como lo demostró al
otorgarle un codiciado título de nobleza.     
De esta amigable relación entre el corsario de confianza de la reina Isabel I de Inglaterra y el humildísimo
mestizo cubano dan testimonio, entre otros documentos,  las declaraciones hechas ante el Santo Tribunal
de la Inquisición de México por un portugués que fue capturado y después liberado por Drake. Por él se
sabe que Diego regresó con el anglosajón a las cálidas aguas caribeñas alrededor de 1585, cuando su
patrón decidió abandonar su fría patria norteña y al frente de una flota de veintitrés naves puso proa a
América para saquear Puerto Cabello y Cartagena de Indias, plan que no pudo materializar al verse su
tripulación fatalmente atacada por un brote de fiebre amarilla. Tuvo que regresar, deteniéndose varios
días en el Cabo de San Antonio para reabastecerse.  Desde allí amenazó a La Habana durante varios días,
pero finalmente se retiró sin hacer nada.    
A partir de entonces las huellas de  Dieguillo se pierden nuevamente y nadie vuelve a saber de él hasta el
18 de febrero de 1603, cuando reaparece convertido nada menos que en el  prestigioso capitán Diego
Grillo, a quien muchos ya comenzaban a llamar El Mulato Lucifer. Ese año coopera con el célebre pirata
holandés Cornelius Jols, alias Pata de Palo, en el asalto a una fragata española frente al puerto de Nombre
de Dios. Dicen que en esa primera época recorrieron juntos la Isla de Pinos y que Diego se hizo el más
experto conocedor de la misma y de toda la cayería que la rodeaba. Poco después vuelve a aparecer su
figura arrogante y cruel en Puerto Caballos, Golfo de Honduras, donde dos galeones españoles se
encontraban cargados de la plata que Centro América enviaba a España. La pequeña flota estaba al mando
de un joven capitán español llamado Juan de Monasterios, quien fue informado de que un escuadrón de
corsarios se dirigía hacia el puerto en busca de sus naves.     Luego de hacer que su tripulación se
confesara con el capellán de a bordo, Monasterios se dispuso a la defensa. Los piratas se presentaron de
madrugada por la boca del puerto y comenzaron el ataque. La nave almirante iba comandada por Pata de
Palo; pero el jefe de la nave capitana era nuestro mulato criollo de La Habana, el infernal Diego Grillo.
Un fragmento de archivo describe así la actuación de Dieguillo durante aquel combate:    
Se aproximan concentrando fiero cañoneo sobre uno de los galeones españoles. Desde lo alto del alcázar anima Grillo a sus holandeses,

franceses e ingleses, e improando sobre la nave española que defiende Monasterios la ataca con salvaje denuedo. El español, acorralado, se

defiende, y a pesar de sus sangrantes heridas recorre la cubierta animando con su valor a los que aún sobreviven. La nave, severamente

castigada por el fuego pirata, consigue sin embargo rechazar el ataque de Dieguillo. Al medio día una acometida dirigida personalmente

por Pata de Palo fracasa igualmente. Al anochecer el holandés y Dieguillo lanzan un ataque combinado y el cubano consigue acodar su

nave sobre un costado del galeón español. En medio del abordaje consigue apresar a Monasterios, rodeado por cinco vivientes guiñapos

humanos. Premiando su bizarría días después, los piratas liberaron al valiente vencido     

Quién sabe de qué singular naturaleza habrá sido la amistad que unió al joven holandés mutilado con el
gallardo mestizo cubano, y que al parecer, con largos e incomprensibles intervalos, duró hasta la muerte
del primero; pero lo cierto es que aquel mismo año los dos amigos volvieron a separarse. Jols continuó
asediando a Cuba hasta que un buen día desapareció de nuestros mares, convertido en Almirante por
nombramiento que le otorgó la Compañía Holandesa de Indias Occidentales, patrocinadora del corso por
las Antillas.  El mestizo Grillo, de origen humilde tan cercano a la esclavitud, no podía aspirar a parecidos
honores.    
Las huellas de Diego Grillo vuelven a palidecer, como si la separación de su socio holandés hubiera
restado bríos a su actividad filibustera. Pero cuatro años después del ataque a Puerto Caballos se le acusa
de dirigir en persona, al frente de diez urcas, el asalto a un puerto nicaragüense. Nuestra fuente de archivo
asegura  que al ser derrotado se vio obligado a huir con bastante descalabro a bordo.    
Más tarde se le achaca el apresamiento de dos navíos, donde viajaban importantes autoridades españolas
que de manera milagrosa consiguen escapar huyendo entre los cayos a bordo de dos faluchos. También se
le creyó responsable del desvalijamiento del oro y la plata cargados por las once naves españolas que,
comandadas por don Pedro Escobar, naufragaron en los arrecifes cercanos al puerto de Veracruz.    
También se dice que en 1619, mientras Pata de Palo asolaba Santiago de Cuba, fue Diego Grillo quien,
con un navío de doscientas toneladas y dos jabeques, asaltó embarcaciones ancladas en el puerto de
Nuevitas y se llevó consigo seis fragatillas españolas.    
Igualmente algunos historiadores creen que Grillo peleó junto a Pata de Palo una vez más cuando en 1628
los corsarios holandeses destruyeron y robaron en la bahía de Matanzas la rica Flota de la Plata,
comandada por los capitanes llamados Dos Juanes,  Juan de Benavidez y Juan de Leoz, experimentados
marinos españoles. Y cito, ya como parte de la leyenda, que Grillo pudo haber actuado una vez más junto
a Pata de Palo cuando el corsario, ya anciano, atacó en agosto de 1638, frente a Bahía Honda y Cabañas,
al convoy español mandado por el valiente Marqués de Caracena. También se ha querido culpar al pirata
cubano por ciertas atrocidades cometidas en 1675 en el Canal de Las Bahamas. Saqueo, pillaje,violación,
asesinato, incendio y masacre: de nada más blando podría tratarse entonces, como igualmente hoy, porque
la violencia que el odio y la ambición engendran tiene siempre el mismo rostro.    
Sobre la personalidad de Diego Grillo se sabe con certeza que hablaba perfectamente el inglés y el
español,  que poseía un valor personal rayano en la intrepidez, y en combate era el primero en abordar las
naves que apresaba; nunca se cuidaba de la muerte, como si no tuviera en gran aprecio la existencia.
Quizás se tratara de mera arrogancia, o de una táctica bien calculada para hacerse respetar  y admirar de
sus hombres. O tal vez era auténtica indiferencia ante el peligro, pues después de todo, un negro pirata no
tenía gran cosa que perder, como no fuera el fruto de su pillaje, cosa que, sin embargo, tampoco parecía
interesarle demasiado.    
Tres anécdotas relacionadas con él podrían perfilar algunas facetas de su carácter. Se cuenta que en una
de sus incursiones sobre el puerto de Campeche, supuestamente aquella en que los corsarios de Pata de
Palo atacaron con diez navíos y más de quinientos hombres, Diego halló entre los muertos un cadáver que
identificó como el de su padrino, el capitán Domingo Galbán Romero, quien resultó ser el defensor de la
plaza. El cubanomostró gran sentimiento, según aseguran los cronistas, ante aquellos despojos de quien lo había
llevado a la pila bautismal, llegando hasta sentirse culpable de su muerte.    
Es muy  probable que haya sido en esa misma ocasión cuando tuvo lugar la muy mencionada búsqueda
que hizo Diego de la persona de aquel ex gobernador de Campeche que le maltratara en su infancia, con
la intención de cortarle la nariz y las orejas en la Plaza Pública.    
Y ha quedado para la Historia su proverbial caballerosidad en el trato con las mujeres que tomaba
prisioneras, de la cual se cita como más alto ejemplo la protección que brindó a la bellísima dama
española doña Isabel de Caraveo, viuda del gobernador Centeno Maldonado, destituido de su mando de la
villa de Campeche después del ataque pirata. Para evitar a la dama los ultrajes a que sin duda la hubieran
sometido sus colegas corsarios, le asignó una guardia personal que la cuidó esmeradamente hasta desembarcarla sana y
salva cerca de Campeche. ¿Por qué lo hizo, si ella era su prisionera y como tal le pertenecía; si ella era joven y
de belleza célebre en la época, y él  aún viril y vigoroso?     No es extraño que la Historia y la leyenda
recojan disímiles datos sobre el final de Diego Grillo. Hay constancia de que al menos dos gobernadores
de la Isla de Cuba le persiguieron afanosamente, y en el libro Quién es quién entre los piratas se asegura que fue
capturado y ahorcado por los españoles en 1673; pero quién sabe si se trataba de otro pirata con nombre
semejante, porque hay noticias de que a él se le vuelve a avistar en 1680 en Boca de las Carabelas.    
Lo cierto es que por esa fecha, supuestamente con  unos ciento veinticuatro años cumplidos, desaparece
misteriosamente de las aguas caribeñas, como sucedió con muchísimos piratas y corsarios que  tuvieron
un final sórdido y gris, asesinados por alguno de sus iguales o por sus tripulaciones amotinadas en los
cayos donde tenían seguro refugio los de su condición, y donde no imperaba ley alguna.    
Cualquier riña mal zajada, cualquier venganza de honor, robo de mujeres o posesión de tesoros enterrados
bastaba para que estos elementos de baja laya se enzarzaran entre sí en encuentros mortales, donde los
despojos del vencido bien podían terminar pudriéndose entre los arrecifes, confundidos con racimos de
algas y carapachos vaciados de langostas. O quizás acabó de una forma menos cruenta, aunque no menos
dramática, terminando  sus días vencido por alguna enfermedad propia de  hombres de mar, fornicadores
irredentos e insaciables bebedores de ron, harapiento y desnutrido, paseándose sin rumbo por dominios en
los que antaño su hermosa figura fue temida y obedecida por bandidos de todas las latitudes.    
No importa demasiado esclarecerlo, porque no debe estar lejano el día en que Diego Grillo, el mulato
Lucifer del mar Caribe, el hijo virulento y rencoroso, pero hijo al fin de San Cristóbal de La Habana, se
convierta en protagonista de alguna gran novela, y entonces, el final que le conceda el autor será el que
quede inscrito para siempre como colofón de la vida y  leyenda de quien fuera, probablemente, el único
gran pirata cubano, mientras no se demuestre lo contrario.    
A veces pienso que abuelo quizás sí conocía perfectamente la existencia de Diego Grillo, y que si nunca
me habló de él fue porque, más allá del mundo maravilloso de sus historias y como descendiente que era
de un recio oficial mambí, la idea de un pirata cubano no era muy de su agrado. Le comprendo. Pero
ahora que el libro de Francisco Mota y otros viejos papeles de archivo me han descubierto la pintoresca
personalidad del mulato Lucifer, confieso sin vergüenza alguna que me siento orgullosa de añadir a su
nombre la palabra CUBANO.      

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