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Guy THUILLIER, « Être soi », en L‘histoire entre le rêve et la raison.

Introduction au
métier de l'historien. París, Economica, 1998, pp. 96-102.

Traducción experimental para el curso Introducción a la Historia (código 2015610),


Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, realizada por el profesor
José Antonio Amaya, con asistencia del auxiliar de docencia Diego Giovanni Castellanos.
Se ruega a las y los estudiantes leer atentamente el texto y comentarlo en su contenido y en
su forma, evitando en todo momento distribuirlo a personas ajenas al curso.

SER SÍ MISMO

¿En qué consiste ser sí mismo para un(a) historiador(a)? ¿Cómo se puede ser sí mismo
como historiador? Se trata de asuntos peligrosos, subversivos del orden establecido, que
obligan a cuestionar ciertas costumbres y quizá conduzcan a un callejón sin salida a gentes
apocadas. Querer ser sí mismo no es siempre bien visto, las vacas sagradas prefieren con
frecuencia sujetos dóciles que piensan poco y repiten “el modelo del maestro”; la
costumbre de recompensar a las personas seguras está bien establecida. La experiencia
permite constatar que el historiador no gusta “ser él mismo”, que está acosado de mil
formas, que su personalidad se encuentra con frecuencia alterada: sin embargo, quizá son
verdades que no deben decirse. Los archivos orales obligan inevitablemente a plantear el
tema del yo1. Se quiere exponer “con prudencia” los obstáculos que se han identificado en
la materia y los consejos que uno puede atreverse a dar2.

I. ¿Cuáles son los obstáculos?

La experiencia enseña que el historiador, el buen historiador, está inmerso en un tejido de


tiranía indefinida: los hilos liliputienses de la vida, los ladrones del yo. Su personalidad
está más o menos restringida, limitada su libertad de creación, y sin embargo no se perciben
suficientemente estos lazos invisibles cuando se hace el balance de una carrera de 40-45
años. Procedamos pues a examinar los obstáculos que se encuentran cuando uno se ubica al
final de la carrera.

Primer obstáculo: Es falsa la idea de que el historiador debe desaparecer frente al


documento, borrar su personalidad, su visión personal, de que la objetividad científica debe
en cierto modo eliminar al científico. Se trata de una idea primaria que procede de las
ciencias exactas, hasta cierto punto, que comporta consecuencias peligrosas con frecuencia;
que suscita pusilanimidad y escrúpulos, limita las ambiciones y deforma la personalidad.
Existen historiadores talentosos que se limitan a trabajos de pura erudición, de corto
aliento, que refrenan su curiosidad y limitan sus aspiraciones (Marc Bloch se burlaba del
1
La verdadera cuestión que se encuentra subyacente es: ¿para qué sirve hacer historia si no se hace buena
historia? Vivir en arriendo es ciertamente la garantía de que nunca se hará buena historia.
2
Estas observaciones están al inicio del capítulo sobre la diferencia infra. 462.
espíritu apocado de Sylvestre Bonnard3). Al cabo de diez o veinte años, el historiador es
menos capaz que cuando era joven; la personalidad de atrofia; uno se vuelve mediocre.

Segundo obstáculo: La idea exagerada de prudencia en el marco de la carrera.


Algunos llegan a creer que es necesario disimular su personalidad para hacerse agradable a
los ojos de las vacas sagradas: adoptar las doctrinas de los otros, los sistemas de moda, ser
el buen estudiante que se pone de ejemplo, que se recomienda (que prolonga el modelo del
maestro). Esto conduce a bastante hipocresía (se aplican modelos prestados sin creer en
ellos), a sistemas carrieristas4 (reforzados por la tesis y los concursos profesorales de
habilitación), a una suerte de parálisis. No es posible alejarse del camino trazado, sean
cuales fueren las propias curiosidades, ni siquiera cuando se ha conquistado el poder,
cuando se logra ser “independiente”, ya no se tiene el coraje para cambiar el modo de
razonamiento, las existencias ya se han agotado, fond de boutique, se depende de un cierto
leguaje, de ciertas reglas para interrogar la realidad, no se atreve a liberarse del peso de
modelos anticuados; la aceptación de sistemas indefinidos termina por modelar una carrera.
A los 40-45 años se teme liberarse de estos vínculos invisibles, afirmar su diferencia y se
termina por hacer trabajos a la usanza, que portan poco.

Tercer obstáculo: La falsa idea de una adhesión necesaria a una doctrina, a un


sistema ideológico. Se cree, ingenuamente, que no se puede hacer historia sino de manera
gregaria, afiliándose a una doctrina y por consiguiente rechazando todo lo que no coincide
con ella; se desprecia, se suprime todo lo que se halla fuera de la doctrina (si el papel de las
personalidades no está en la doctrina se evita hablar de ello, se desprecian las biografías).
Esta actitud doctrinal es peligrosa: es indudable que no se puede hacer historia sin teoría;
no obstante se exagera el principio, se transforma la doctrina en sistema exclusivo, tiránico,
y se pasa la vida algunas veces demostrando mediante sus escritos sistemas ideológicos o
políticos, lo que conduce necesariamente a trabajos con índices de obsolescencia rápida, y
con frecuencia se termina, a nombre de la doctrina, por limitar la personalidad, por tener un
pensamiento insensible, cuasi mecánico5.

Primer consejo: Sea usted mismo, protéjase de las vacas sagradas, de los pares, de
los estudiantes que ejercen discretamente presión, que lo halan hacia abajo. Hay que
inventar un sistema de defensa, preservar la independencia, si es necesario disimulando (lo
que no es verdaderamente una mentira), marcar “discretamente” la diferencia.

Segundo consejo: Plantéese muy pronto objetivos importantes, sea ambicioso 6,


tenga confianza en usted mismo. Busque su camino por lo alto: hacer buena historia exige
3
Nota pendiente del traductor.
4
Nota pendiente sobre la palabra carrierista, que no existe en español.
5
Por ejemplo, está fuera de duda que un historiador económico de estricta observancia pueda hacer historia
religiosa o historia de la espiritualidad y menos aún historia del arte: está en contra de la costumbre, sea
cuales fueren sus gustos.
6
Con Jean Toullard hemos dado estos consejos en La morale de l’historien, 1995, p. 27-30.
ser ambicioso, se debe soñar sin temores en lo que es “lo más importante”; es la riqueza,
casi la exuberancia de los sueños lo que explica la capacidad del historiador mucho más
que su habilidad o su celo.

Tercer consejo: Dé el máximo de usted mismo. Mírese a usted mismo, busque sacar
el mejor provecho de sus sueños, profundice en usted mismo: es un consejo que no se da
suficientemente a los jóvenes que cogen la “mala costumbre” de vivir en arriendo.

Cuarto consejo: busque ir más allá de sus límites, ir más allá de lo posible, de la
prudencia ordinaria, arriésguese (quien nada arriesga nada tiene): en historia es tan
verdadero como en el mundo empresarial.

Quinto consejo: Intente acumular una experiencia tan larga como sea posible. En
historia no se conforme con stocks pobres, escoja temas amplios; como “hors histoire”,
trabaje en adquirir un savoir-faire que le ayudara a comprender la vida (por ejemplo
practicando el periodismo, dirigiendo una asociación). No viva con los ojos cerrados, en
una burbuja protectora (Lucien Febvre lo desaconsejaba vivamente): hay que amar la vida,
no las cosas muertas.

Sexto consejo: Tenga una disciplina de pensamiento; no trabaje al azar, siguiendo


sus caprichos; sepa usar el tiempo, plenamente. No se escribe un libro: se construye una
obra, un conjunto coherente que aparecerá como tal a la hora del balance final.

Séptimo consejo: No tenga nada por adquirido, ni conocimientos ni savoir faire, ni


maneras de conocer. La dinámica de la obsolescencia arruina toda certeza y sus primeros
trabajos serán necesariamente condenados a la precariedad, al olvido. Tenga en cuenta en
sus cálculos la obsolescencia probable, es ella la maestra del juego.

Octavo consejo: Continúe sus lecturas filosóficas; amplíe su cultura filosófica: es


una inversión rentable, y estos ejercicios son indudablemente la fuente de intuiciones
importantes, de trabajos fecundos7; no hay que tener el espíritu estrecho, friolento.

Noveno consejo: Colóquese usted siempre en el día de la rendición de cuentas, en el


momento del balance final ¿Cuál será su activo? Y ¿y qué hice importante? Es la pregunta
más cruel8. Hay que recordar la frase de Marc Bloch (Apología para la Historia, edición de
1974, p.119): “¿Qué artesano, envejecido en el oficio se ha preguntado alguna vez sin un
pincemeto en el corazón si él hizo de su vida un uso sabio?

Se percibe la envergadura de estos consejos. De hecho no se orientan sino al querer del


historiador, a su derecho a la diferencia, a su independencia: hacer historia es en primer
lugar querer queriendo (vouloir vouloir), pero un buen artesano sabe trabajar
ordenadamente, conducir bien sus esfuerzos, y también ama su independencia.
7
Sobre la experiencia espiritual de historiador, infra, p. 252.
8
Infra, p. 136.
Evidentemente, estos consejos deben adaptarse a cada uno. Su aplicación varía según el
temperamento, el carácter, el talento, las debilidades, la tenacidad del historiador. Es verdad
que cada uno conoce sus fortalezas y sus debilidades: cada uno pude tomar tal consejo y de
laisse tal otro: lo esencial es manejar sus pensamientos en orden.

IV. Reglas del buen uso (bon usage)

Hay que bajar (ramener) estos consejos a una altura mediana (midi auteure), ya que pueden
parecer demasiado exigentes, demasiado rígidos. Hay el historiador de oficio que posee una
cierta disciplina de vida, que sabe para dónde va (aunque esté equivocado), el historiador
que ni siquiera imagina que se compromete por cuarenta años, que trabaja un poco al azar,
en bouillie, que no domina gran cosa, el historiador no profesional (que trabaja por placer,
que es independiente y tiene otra experiencia de la vida). Se puede entonces dudar a bon
droit del valor de estos consejos ¿cómo adaptarlos a cada caso? ¿Cómo encontrar el punto
de flexión necesario?

Primera regla: La historia no es un asunto fácil, hay que estar vigilantes. El


historiador debe hacer el inventario de sus fuerzas y de sus debilidades bastante pronto –sin
duda a partir de los 30-35 años, buscar puntos de apoyo, construir programas provisionales
de trabajo. Es todo un trabajo sobre sí mismo que uno no puede despreciar sin tomar
riesgos.

Segunda regla: el historiador toma, como ya lo hemos dicho, debe ser ambicioso;
sin embargo, debe desconfiar de la ilusiones, de la patología de la ambición. Hay que ser a
un mismo tiempo ambicioso y desconfiar de sí mismo; es quizá en este punto en el cual
sería necesario pedir consejo aunque nadie puede verdaderamente aconsejar: cada uno debe
inventar su camino.

Tercera regla: el historiador debe ampliar su sensibilidad, sus curiosidades, siendo


sin embargo consciente del riesgo de dispersión, del desperdicio del tiempo: hay que
encontrar el punto de equilibrio (y sobre cuarenta años pude cambiar mucho). El querer ser
sí mismo no puede, evidentemente, ser practicado por todos. Se necesita cierto talento y los
riesgos de fracaso son numerosos por insuficiencia del querer, por estrechez de espíritu,
por frilosité, por mediocridad; estos consejos se aplican principalmente a los historiadores
jóvenes bien dotados y a los historiadores no profesionales que tengan una experiencia
solida de la vida.

Conclusión: Nos hemos ubicado en uno de los terrenos más difíciles 9. ¿Qué
lecciones podemos sacar de estas observaciones?

9
Es verdad que ¿qué es ser sí mismo? Vale para todos los oficios (¿Qué es ser sí mismo “como
magistrado”?). Pero para el historiador que tiene una gran libertad de juego, el asunto puede reglar su
conducta.
Primera lección: Una lección de escepticismo,. Uno puede decirlo y decirlo bien,
aconsejar, pero el riesgo de no ser escuchado es grande, ya que ser sí mismo es algo
costoso, arriesgado, y nuestros propos son necesariamente subversivos. De manera general,
el historiador disimila cuidadosamente lo que es el mismo y termina por olvidar sus
riquezas.

Segunda lección: Hay en el historiador reservas insospechadas, incalculables, si el


consciente a no vivir de préstamo, a vivir por su cuenta, a ser el mismo; sin embargo, el
dressage impuesto por la costumbre mutila con frecuencia la personalidad o opone a los
jóvenes una prudencia excesiva y la situación en este sentido aparece muy degradada.

Tercera lección: Quizás sería necesario ir más lejos, explicar que hay que inventar
su camino solo, que la soledad es una fuerza, que hay que desconfiar del conformismo y del
doux-vivre (la dolce vita) es decir que hay que tener principios, una línea de acción. Sin
embargo este voluntarismo es con frecuencia muy mal aceptado, por pereza o por
escepticismo.

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