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Introduction au
métier de l'historien. París, Economica, 1998, pp. 96-102.
SER SÍ MISMO
¿En qué consiste ser sí mismo para un(a) historiador(a)? ¿Cómo se puede ser sí mismo
como historiador? Se trata de asuntos peligrosos, subversivos del orden establecido, que
obligan a cuestionar ciertas costumbres y quizá conduzcan a un callejón sin salida a gentes
apocadas. Querer ser sí mismo no es siempre bien visto, las vacas sagradas prefieren con
frecuencia sujetos dóciles que piensan poco y repiten “el modelo del maestro”; la
costumbre de recompensar a las personas seguras está bien establecida. La experiencia
permite constatar que el historiador no gusta “ser él mismo”, que está acosado de mil
formas, que su personalidad se encuentra con frecuencia alterada: sin embargo, quizá son
verdades que no deben decirse. Los archivos orales obligan inevitablemente a plantear el
tema del yo1. Se quiere exponer “con prudencia” los obstáculos que se han identificado en
la materia y los consejos que uno puede atreverse a dar2.
Primer consejo: Sea usted mismo, protéjase de las vacas sagradas, de los pares, de
los estudiantes que ejercen discretamente presión, que lo halan hacia abajo. Hay que
inventar un sistema de defensa, preservar la independencia, si es necesario disimulando (lo
que no es verdaderamente una mentira), marcar “discretamente” la diferencia.
Tercer consejo: Dé el máximo de usted mismo. Mírese a usted mismo, busque sacar
el mejor provecho de sus sueños, profundice en usted mismo: es un consejo que no se da
suficientemente a los jóvenes que cogen la “mala costumbre” de vivir en arriendo.
Cuarto consejo: busque ir más allá de sus límites, ir más allá de lo posible, de la
prudencia ordinaria, arriésguese (quien nada arriesga nada tiene): en historia es tan
verdadero como en el mundo empresarial.
Quinto consejo: Intente acumular una experiencia tan larga como sea posible. En
historia no se conforme con stocks pobres, escoja temas amplios; como “hors histoire”,
trabaje en adquirir un savoir-faire que le ayudara a comprender la vida (por ejemplo
practicando el periodismo, dirigiendo una asociación). No viva con los ojos cerrados, en
una burbuja protectora (Lucien Febvre lo desaconsejaba vivamente): hay que amar la vida,
no las cosas muertas.
Hay que bajar (ramener) estos consejos a una altura mediana (midi auteure), ya que pueden
parecer demasiado exigentes, demasiado rígidos. Hay el historiador de oficio que posee una
cierta disciplina de vida, que sabe para dónde va (aunque esté equivocado), el historiador
que ni siquiera imagina que se compromete por cuarenta años, que trabaja un poco al azar,
en bouillie, que no domina gran cosa, el historiador no profesional (que trabaja por placer,
que es independiente y tiene otra experiencia de la vida). Se puede entonces dudar a bon
droit del valor de estos consejos ¿cómo adaptarlos a cada caso? ¿Cómo encontrar el punto
de flexión necesario?
Segunda regla: el historiador toma, como ya lo hemos dicho, debe ser ambicioso;
sin embargo, debe desconfiar de la ilusiones, de la patología de la ambición. Hay que ser a
un mismo tiempo ambicioso y desconfiar de sí mismo; es quizá en este punto en el cual
sería necesario pedir consejo aunque nadie puede verdaderamente aconsejar: cada uno debe
inventar su camino.
Conclusión: Nos hemos ubicado en uno de los terrenos más difíciles 9. ¿Qué
lecciones podemos sacar de estas observaciones?
9
Es verdad que ¿qué es ser sí mismo? Vale para todos los oficios (¿Qué es ser sí mismo “como
magistrado”?). Pero para el historiador que tiene una gran libertad de juego, el asunto puede reglar su
conducta.
Primera lección: Una lección de escepticismo,. Uno puede decirlo y decirlo bien,
aconsejar, pero el riesgo de no ser escuchado es grande, ya que ser sí mismo es algo
costoso, arriesgado, y nuestros propos son necesariamente subversivos. De manera general,
el historiador disimila cuidadosamente lo que es el mismo y termina por olvidar sus
riquezas.
Tercera lección: Quizás sería necesario ir más lejos, explicar que hay que inventar
su camino solo, que la soledad es una fuerza, que hay que desconfiar del conformismo y del
doux-vivre (la dolce vita) es decir que hay que tener principios, una línea de acción. Sin
embargo este voluntarismo es con frecuencia muy mal aceptado, por pereza o por
escepticismo.