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Apunte Freud, S. Recordar, repetir y reelaborar.

Nuevos consejos sobre la técnica

del psicoanálisis II. (1914)

Sobre recordar

Freud comienza este texto recordando los cambios que la técnica psicoanalítica sufrió

desde sus comienzos, pasando por el método catártico propuesto por Breuer, siguiendo por

el método hipnótico, hasta la técnica que hoy empleamos: donde el analista pone al

descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo, una vez dominadas estas el

paciente narra las situaciones y los nexos olvidados, permitiendo así llenar las lagunas del

recuerdo y vencer las resistencias de represión.

En este punto Freud se propone realizar algunas observaciones con respecto a estos

procesos:

Sostiene así, que el olvido de impresiones, escenas, vivencias, responden más que a

un “olvido”, a un bloqueo.

Que los pacientes con frecuencia exteriorizan cuestiones como: "En verdad lo he sabido

siempre, sólo que no me pasaba por la cabeza".

En este punto, Freud plantea también que estos "olvidos" guardan relación con los ya

conocidos recuerdos encubridores y con la amnesia infantil, y que solo es posible

desarrollarlos por medio del análisis.

Separa y diferencia de las impresiones, escenas y vivencias a otro grupo de procesos

psíquicos a los que llama "actos puramente internos"

Refiere que estos actos puramente internos deben ser considerados separadamente en

su relación con el "olvido" y con el "recuerdo".


En este grupo de procesos psíquicos sucede con frecuencia que se recuerda algo que

sin embargo nunca pudo ser olvidado, que nunca fue consciente.

Toma entonces para explicar este grupo de procesos psíquicos como ejemplo a un tipo

particular de importantísimas vivencias que tuvieron lugar en la primera infancia y que en

su tiempo no fueron entendidas, pero que luego, han devenido con efecto retardado.

Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños, ya que la mayoría de las veces es

imposible despertar un recuerdo.

Sobre repetir

El analizado no recuerda en general nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa.

No lo reproduce como recuerdo, sino como acción: lo repite, sin saber, desde luego, que

lo hace.

Por ejemplo: El analizado no refiere acordarse de haber sido desafiante frente a la figura

de los padres, en cambio, se comporta de esa manera frente al analista.

O no se acuerda de haber sentido intensa vergüenza por ciertos quehaceres sexuales, ni

de haber temido que lo descubrieran, pero se avergüenza del tratamiento al que ahora se

somete y procura mantenerlo en secreto.

Generalmente, empiezan la cura con estas repeticiones.

Lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión a la repetición y su vínculo

con la trasferencia y la resistencia.

Pronto advertimos que la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, pero no

sólo sobre el médico, también sobre otras figuras.

La compulsión a la repetición sustituye el impulso de recordar.


Lo vemos al inicio del análisis, cuando se le comunica al paciente la regla fundamental,

esto es: a decir todo cuanto se le ocurra.

A menudo, refieren que no saben qué decir, que no se les ocurre nada y callan.

Esto constituye una resistencia a todo recordar.

Por eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión

de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con

el analista, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida, por

ejemplo: si durante la cura elige un objeto de amor, toma a su cargo una tarea, inicia una

empresa, etc.

No es difícil notar el papel que juega la resistencia en estos casos, y, mientras mayor sea

esta, más será sustituido el recordar por el actuar.

Entonces, dijimos que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las

condiciones de la resistencia; ahora bien ¿Qué repite o actúa, en verdad?

Repite sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter, y

durante el tratamiento, repite todos sus síntomas.

Freud en este punto nos advierte de no tratar su enfermedad como un episodio histórico,

sino como un poder actual.

Esta condición patológica – el repetir- va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y

del campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo vivencia como algo actual,

nosotros debemos realizar el trabajo que consiste en la reconducción al pasado.


Sobre la cura

El enfermo, por lo común se ha conformado con lamentarse por su enfermedad, con

despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor.

Para la cura, desde luego, ello no sirve.

La introducción del tratamiento conlleva, a que el enfermo cambie su actitud consciente

frente a la enfermedad: Es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar su atención en

los fenómenos de su enfermedad, de nada sirve considerarla algo despreciable.

Debe ser, más bien, un digno oponente, y deberá recoger algo valioso para su vida

posterior.

El trabajo analítico consiste entonces en preparar desde el comienzo la reconciliación

con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas, pero también es necesario conceder

cierta tolerancia a la condición de enfermo.

¿Qué significa esto?

Que si en virtud de esta nueva relación con la enfermedad se agudizan conflictos y

algunos síntomas, uno puede sostener al paciente, remarcando que este aparente

empeoramiento durante la cura es necesario, pero que será pasajero.

Sin embargo, hay que estar atentos a que la resistencia no explote la situación para sus

propios propósitos o que se abuse del permiso de estar enfermo.

Ahora bien, otro peligro del que hay que estar alerta aparece al progresar la cura: La

compulsión a la repetición puede alcanzar mociones pulsionales nuevas, situadas a mayor

profundidad que todavía no se habían abierto paso.

¿Qué hacer como analistas en estos casos?

El recordar a la manera antigua, el reproducir en un ámbito psíquico, sigue siendo la

meta.
Debemos disponernos a librar una permanente lucha con el paciente a fin de

retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él querría guiar hacia lo motor.

Para esto contamos con la ligazón trasferencial, si esta se ha vuelto de algún modo

viable, el tratamiento logrará en el mayor de los casos, impedir al enfermo todas las

acciones de repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material

para el trabajo terapéutico.

Otro punto a destacar consiste en comprometer al paciente a no adoptar durante el

tratamiento, ninguna decisión de importancia vital, como por ejemplo: tomar una decisión

importante con respecto a su profesión o escoger un objeto definitivo de amor.

Todas estas decisiones deberán esperar al momento de la curación.

Sin embargo, puede suceder también que existan pacientes a los cuales no se los pueda

disuadir de tomar ciertas decisiones, o que el paciente, en una acción de repetición desgarre

el lazo que lo ata al tratamiento.

En estos casos, nuestro principal recurso es y seguirá siendo el manejo de la

transferencia.

Nuestra tarea como analistas consiste en abrir al paciente la transferencia como la

palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena

que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que permanezca escondido en la

vida anímica, así conseguimos casi siempre dar a todos los síntomas de la enfermedad un

nuevo significado trasferencial: sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de

trasferencia de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico.

La trasferencia crea así un reino intermedio entre la enfermedad y la vida. El

nuevo estado ha asumido todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una

enfermedad artificial accesible a nuestra intervención.


Sobre la reelaboración

El vencimiento de las resistencias comienza, con el acto de ponerlas en descubierto.

Ahora bien, la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al

enfermo para enfrascarse en la resistencia, no sabida por él, para reelaborarla.

Sólo en el auge de la resistencia se descubre, dentro del trabajo en común con el

analizado, las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y que mueven la vida del

paciente.

En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea

para el analizado y en una prueba de paciencia para el analista: se debe esperar, no puede

ser apurado.

No obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo efecto sobre el paciente

y que distingue al tratamiento analítico de las terapias sugestivas.

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