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LOS SALMOS
Himnario
de los hijos
del Pacto
- I -
INTRODUCCIÓN
2. LOS SALMOS.
“¡Hallelujah!”
¡Qué pena, que esta palabra no haya sido traducida! Pero,
literalmente, significa: “¡Alabad a Jahweh!” ¡Cuán frecuente-
mente nos debería estimular la Palabra de Dios a alabar a
nuestro Padre celestial! Canta, pues, sobre todo, salmos. En
casa con tus hijos, y en las reuniones de la iglesia. Los Sal-
mos forman la más antigua “Colección de Himnos” que po-
see el pueblo de Dios; pero también contienen nuestro más
Capítulo 1
Génesis.
¡Cuánta atención muestran los salmistas por la tierra y por
lo que en ella se puede ver! “¡Oh Jehová, SEÑOR nuestro,
cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Este tono su-
surra no sólo en el Salmo 8, sino en otros muchos: “Porque
él dijo, y fue hecho; y él mando, y existió”, Sal. 33: 9. El Salmo
104 deja oír aun más claramente el eco del relato de la creación;
e incluso ha bordado totalmente su alabanza a la obra de la
creación de Dios en el cañamazo de los seis días de la creación.
Sin embargo, esto afectó únicamente al eco de Génesis 1. Esto
no obstante, el asunto principal de este primer libro de la
Biblia no es la creación de cielo y tierra, sino el Pacto que
Dios estableció con Abraham y su descendencia. Este Pacto
forma el cimiento en que edificaría el SEÑOR en Horeb el
fundamento del Pacto sinaítico.
Deuteronomio.
Cuando Moisés como ministro plenipotenciario del SEÑOR
impuso nuevamente a Israel un pacto en los campos de Moab,
lo redactó, como era costumbre de su tiempo, según el modelo
de los pactos que los grandes reyes establecían con sus vasallos.
Esto nos parece uno de los rayos de luz más sorprendentes
que los descubrimientos arqueológicos en el Cercano Oriente
han arrojado sobre la Biblia: la concordancia en la forma que
el libro Deuteronomio muestra con los textos de tratados
viejo-orientales hallados. Por ejemplo, las correspondientes ame-
nazas usuales dirigidas al vasallo no frustran al Gran Rey. En
este caso: mantener en honor al Gran Rey Jahweh. En este
marco, Moisés hace notar, entre otras cosas, también esto:
“Guardadlos (los estatutos o cláusulas del Pacto), pues, y
ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos
estos estatutos y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendi-
do... y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda esta ley (Thorá) que yo pongo hoy de-
lante de vosotros?”, Dt. 4: 6, 8.
Coloca ahora aquí, por un momento, el Salmo 19: “La ley
ban su Pacto que había hecho con sus padres, así como los
avisos que sus profetas transmitían. Ofendían al SEÑOR yendo
detrás de nulidades-de-ídolos. Surgieron fundiciones de imágenes.
Incluso se osaba levantar partes sagradas en la santa Casa del
SEÑOR. Y, finalmente, los israelitas se pusieron de rodillas,
y sacrificaron sus hijos como sacrificios de fuego a Moloc.
Con lo cual, Israel abandonó el fundamento de su Pacto,
y el edificio de la convivencia de Israel tuvo que derrumbarse.
También este resonante golpe retumbó en los Salmos. Pues
en ellos hablan los justos, el Resto santo que aún temía ver-
daderamente al SEÑOR. ¡Cuánto ha sufrido este pobre Res-
to, cuando los pilares de la Thorá fueron serrados bajo el mundo
de los israelitas! Quizá aun más que desde los libros de los
profetas, sabemos por los Salmos cuánto dolor produjo este
derrumbamiento en la vida de tantísimos piadosos. Pues con
la violación de la Thorá fue roto el escudo protector que el
SEÑOR había erigido en Horeb sobre viudas, huérfanos, levitas,
esclavos, extranjeros y obreros. Desde este libro (la Thorá)
oyes subir hasta Dios un coro desgarrador de gritos de do-
lor. Un desheredado como David clama sobre todos. Él se
hizo el intérprete de la desconocida legión de justos perse-
guidos que durante la actuación de los Profetas suspiró en
Israel bajo las consecuencias del abandono del Pacto. Nabot
no fue ciertamente el único que perdió su parte en la he-
rencia (= Canaán). Y la mujer e hijos de Nabot seguro que
no fueron los únicos que perdieron su esposo y padre. En
los salmos se lamenta tantísimo sobre impíos perseguidores,
que cualquier cita basta. Aquí tienes el retrato de semejan-
te impío israelita: “Llena está su boca de maldición, y de engaños
y fraude; debajo de su lengua hay vejación y maldad. Se sienta
en acecho cerca de las aldeas; en escondrijos mata al ino-
cente... Se encoge, se agacha, y caen en sus fuertes garras
muchos desdichados”, Sal. 10: 7-8, 10. Un salmo que incon-
tables justos pobres han cantado con lágrimas en sus ojos.
En los capítulos 2 y 3 volvemos de manera especial sobre
estos justos e impíos en los Salmos.
Pero, levantar los puños al cielo, eso no lo hicieron los
justos. En medio de las tormentas de los juicios de Dios por
causa del abandono de su Thorá y del Pacto de Horeb, los
salmistas se hicieron los intérpretes de los justos que respetaron
NOTAS
1. Cf. Dr. D. Holwerda, “Grondlegging van de (Israëlitische) wereld”, pp. 119-127,
Enschede, Países Bajos.
1a. Mitchell Dahood, Psalms I (1965), Psalms II (1968), Psalms III (1970), (The
Anchor Bible), New York. “Introduction, translation, and notes”. El tercer tomo:
“with an appendix, the grammar of the psalter”.
2. También F. Delitzsch está a favor de esta fecha del Salmo 11.
3. Cuando en este libro mencionamos el Nombre JHWH (Jahweh) lo transcribimos
por SEÑOR, excepto en las citas bíblicas.