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INTRODUCCIÓN

Potencias de lo humano

La historia de los pueblos y sus individuos parecen demostrar que las potencias de lo humano son
ilimitadas. Del impedido al atleta, del disminuido psíquico al genio, el espectro de potencialidades del ser
humano parece burlar continuamente la posibilidad de fijar su esencia y el intento de hallar su definición.
Si por principio el ser humano es potencia ilimitada, el ser determinado de esta potencia deberá su
determinación al exterior- ésto es, el mundo-. De la potencialidad en principio infinita del índice humano y
su determinación fáctica en el mundo fenoménico se genera su efectiva realización, vale decir el individuo
real y empírico. El contacto del mundo y sus límites con la potencialidad abstracta del individuo produce el
sujeto singular- pero éste no es posible ni pensable sin la determinación exterior que lo lleva a cabo-. Si
esto es así, la determinación exterior, su forma, límites y estructura serán un a priori infranqueable para la
posterior manifestación y realización del individuo.

'No es la conciencia la que determina el ser, sino el ser el que determina la conciencia', había dejado dicho
Karl Marx, pero el filósofo alemán quiso callar algo que él sabía muy bien, y que ya le habían enseñado
antes Fichte, Goethe y Hegel, a saber: que la conciencia no se limita a soportar las condiciones exteriores
de su existencia, sino que en cuanto principio animado, en cuanto movimiento- Geist- aspira a realizarse en
y a través del mundo: éste era el principio del idealismo alemán de Goethe a Hegel, y Marx no sería aquí un
herético; el ser determina en efecto la conciencia, pero la conciencia aspira a superar- aufheben- las etapas
materiales y finitas que la confinan en su 'infinito malo', es decir en su mero soportar las condiciones
materiales que la definen. Hay una línea más o menos visible que se puede trazar a través de las confusas
penumbras de la historia, y que une a Platón con Moro, que continúa con los grandes idealistas alemanes
hasta culminar en el marxismo. A un lado y otro de esta línea se citan compañeros de viaje de lo más
variopintos, que no siempre permanecen fieles al camino principal y que en muchas ocasiones devienen,
por esta razón, en fundadores de sectas, en sacerdotes de religiones laicas o en renegados místicos, en
terroristas, en histéricos; en un sentido laxo- pero esencial- esta línea se puede rastrear hasta los
fundadores de la civilización humana, a orillas del Tigris y el Éufrates, pues allí comienza en verdad la
odisea de la potencia humana y su juego ambivalente y ladino con las condiciones que permiten su
existencia. En ese sentido, Hegel tiene absoluta razón cuando dice que la historia de la humanidad es la
historia del Espíritu; las potencias creativas de la humanidad estimuladas por las condiciones fácticas y
limitantes que la rodean se confunden con el devenir real de su propia historia. Sin embargo, no siempre
las civilizaciones y sus sacerdotes han sido fieles a esta meta. Y de la misma manera que encontramos
pueblos decididos a elevar y potenciar las fuerzas de sus individuos, existen momentos de la historia en los
que prevalece una fatal voluntad de aniquilación, que se traduce en la total destrucción de las potencias
ilimitadas ocultas en los sujetos y sus pueblos. Aquí y allá, como hogueras
fugaces en la noche, aparecen a lo largo y ancho del escenario histórico individuos y pueblos que iluminan
con su voluntad política, artística o intelectual, senderos nuevos para la humanidad de su época; pero con
la misma insistencia las fuerzas reaccionarias y los instintos primitivos golpean y sofocan las iniciativas
audaces que quisieran abrir un sendero peligroso por temido, demasiado peligroso para los que viven en el
presente; es el temor que llevaría a los Freikorps a arrojar el cuerpo de Rosa Luxemburgo a un canal en
Berlín y que llevó probablemente a la crucifixión de Cristo; es también la pasión negra como la noche que
hizo quemar en la hoguera a Giordano Bruno y a Servet. Pero ¿quiénes gobiernan hoy? ¿Los aventureros y
las luminarias del sendero, o los vigilantes nocturnos, junto a sus férreos calabozos y sus picotas sedientas
de sangre?

Por qué somos espectros

Nos lo recuerdan una y otra vez filósofos tan dispares como Marx, Bloch, Mumford, Platón o Moro; la
utopía es sin duda una característica que nos conforma y sin la que no se puede aún hablar de humanidad.
La amputación de la dimensión utópica aniquila la capacidad re-creativa de los hombres y su creatividad
productora; por eso toda aniquilación de las potencias creativas es a un tiempo amputación de lo humano
mismo y degradación de lo humano. A la inversa que en el esquema platónico, hoy la apariencia es lo
espectral y la idea o nóesis es lo meramente humano; la salida de la cueva platónica no da hoy a la episteme
en la que contemplamos la verdad de cara a cara, sino a la mera apariencia de la realidad, que es ahora un
supra-ser con respecto del estado subterráneo que nos caracteriza. La doxa platónica, condición primaria
de todo ulterior conocimiento, es hoy una poderosa idea regulativa en sentido kantiano: una moral
completa. Las condiciones materiales para la libre productividad humana están selladas, al menos por hoy,
y por eso una libre apología de las capacidades emancipatorias de los hombres representadas por las clases
populares es otra forma ruin de la ideología en sentido marxiano. La mera idea de que el hombre es el
productor de su mundo es una forma de la ideología que una vez pudo representar una actitud científica
ante el mundo. Pero los hombres no pueden ser hoy los protagonistas de su mundo, puesto que ellos
mismos han sido sustraídos a las meras condiciones que podrían albergar su desarrollo autónomo.
Arrancado de sus horizontes, sometido al funcionamiento exterior e independiente de un universo de
objetos científico técnicos cuya teleología es ajena cuando no opuesta a los fines de los individuos que los
consumen, lo que hoy llamamos humanidad es una mascarada infame a la que se le han extirpado las
potencias que podrían convertirla verdaderamente en humana. En otro tiempo digna y valiosa, los
caminos tortuosos de la modernidad han convertido la reivindicación de ésta en una broma macabra y de
mal gusto. Espantados por el futuro, arrancados de su pasado, los individuos que viven en las sociedades
modernas capitalistas son reclusos inconscientes de una tiranía anónima, absurda y sin rostro que cabalga
sobre sus propios hombros, reduciendo el papel de los pueblos a ciegos animales que sujetan una carga
sobrenatural. Sin horizontes ni futuros el ser humano se reduce a una bestia que come, como sus
compañeros animales, en el granero del presente. Es así como los individuos, arrancados de sus
posibilidades, dejan de ser lo que deberían ser para transformarse en un espectro de sus posibilidades, en
una sombra o fantasma de lo que podrían ser. No puede haber autonomía allí donde el proyecto humano
en su conjunto descansa en un principio heterónomo. Este mundo producido por los hombres no es sin
embargo para los hombres. 'La enajenación aparece tanto en el hecho de que mi medio de vida es de otro,
que mi deseo es de otro, que mi deseo es la posesión inaccesible de otro, como en el hecho de que cada cosa
es otra que ella misma, que mi actividad es otra cosa, que por último domina en general el poder
inhumano'. (Karl Marx). Así pues, ¿de quién somos esclavos? ¿Qué somos, en tanto no podemos ser sino
espectros?

Pero la revolución lo cambiará todo...

Y por ello mismo un Tratado de mística espectral solo puede dirigirse a aquellos que no pueden esperar, que
son demasiado impacientes como para esperar el gran Colapso civilizatorio que abra el camino de nuestra
libertad. Aquellos que sufren sin saber, y que quieren saber acaso por qué sufren, pero que necesitan, más
allá de soflamas propagandísticas y eslóganes espúreos, enfrentarse con la dura realidad sin edulcorantes
que se presenta en su día a día. Es decir, aquellos que no han sustituido la grasa y la suciedad del mundo
subterráneo por hermosos cantos de sirena revolucionarios y místicas sobrenaturales y trascendentes.
Aquellos que no quieren seguir ocultando por más tiempo su condición de espectros, de seres secundarios,
de fantasmas impotentes. La paradoja de nuestra situación nos obliga hoy a comprender que el mundo
real, inmediato, la experiencia bruta que nos conforma, y que cada vez tiene más y más peso sobre nuestro
margen de decisión personal, está forjada y levantada por una muchedumbre de fantasmas. Desconectados
de un sentido común de la existencia, debemos como monstruos aislados buscar nuestra supervivencia en
las fosas de la ciudad y enfrentarnos cara a cara con los vecinos que quieren arrebatarnos nuestro pan. De
ésto trataba el fin de la historia, a saber, que la historia como proyecto colectivo de los pueblos en busca de
un fin racional había tocado a fin. Quien hoy sin embargo clama por el apocalipsis de la Revolución no es
diferente del profeta de la secta milenaria que ve en las luces del crepúsculo veraniego la llegada del jinete
divino, espada en mano para impartir justicia celestial.
Hacia una mística espectral

La ruptura con la dimensión utópica exige entonces una mística negativa y sin esperanza que, aislados o
arrancados de nuestras condiciones de posibilidad, ofrezca sin embargo un mero asidero para sobre-vivir,
esto es, asegurar un hilo al que agarrarnos en la vida subterránea y espectral. Por eso la mística espectral
no acepta ninguna clase de recompensa sobrenatural al modo de la mística cristiana, que se corona con los
frutos de la virtud- moral, celestial, etc- sino que en el acto de su renuncia absoluta no hay ninguna clase
de compensación, y aún menos alguna clase de reducto soteriológico. Pues su única esperanza le ha sido
arrebatada, y ella misma es el resultado de una ruptura con aquello que posibilitaría su anulación en pos de
una creativa o positiva transformación. ¿Es pensable una mística de esta clase, un manifiesto que pugne
por dar a luz la condición real y no imaginada de los espectros que habitan este mundo? ¿Cuál sería su
propósito, sino solo ese, a saber, dar a conocer al espectro su condición de espectro? ¿Es posible una
fenomenología del espectro?
-Tratado de mística espectral-
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¿Qué puede un espectro? Ésa es la pregunta espinozista de nuestros días. A diferencia de los agitadores de
muchedumbres, que creen ver en la rebelión de las masas una oportunidad de constitución del sentido, y
que en realidad es solo la oportunidad de constitución del sentido de sus dirigentes, el individuo espectral
sigue siendo, como individuo y como masa, como átomo indiferente y como miembro de una comunidad,
una nada, una copia de su potencia. Nadie quiere mirar al espectro como espectro: por eso ponemos en él la
fuerza que no tiene y lo dibujamos imaginando sus cualidades revolucionarias. Pero el espectro no puede,
su potencia está arrancada por el reguero de una civilización que ya no lo necesita y que persigue con una
fuerza nunca antes vista objetivos autónomos, ajenos y extraños a sus propios deseos. En realidad, ni
siquiera el deseo es propio del espectro; el espectro es solo la confirmación del Otro, la manifestación y
expresión del Otro, el cuerpo del gran Leviatán sin rostro que vive del sudor de sus esclavos. Al espectro le
han robado sus potencias, pero sus amos futuros disfrazados de guías y sacerdotes laicos y revolucionarios
gustan de imaginar con lascivia el levantamiento de las masas, la voz de los que no tienen voz y el montón
de arena y polvo que armarían con ello. Mas un montón de espectros juntos no hacen más que una
muchedumbre de espectros.

Tan atractivo como fácil, pero también tan fácil como engañoso, es el esfuerzo que pugna por buscar ideas
rectoras , luminarias conceptuales que arrojen luz en los pliegues embarrizados del camino; con el camino
en sí, nadie quiere tener cuentas; sean teologías materialistas, liberales, morales o esotéricas, todas ellas
siguen siendo teologías; la inteligencia mira hacia arriba como su lugar natural: las cloacas y el
alcantarillado son sus enemigos declarados. Solo se pueden tocar con el guante del concepto y bajo el
impermeable del sistema. En el mejor de los casos, como en el sistema hegeliano, se inocula el virus del
Espíritu en la materia a fin de absolverla de su culpa. En cuanto a Nietzsche y los inmanentistas, su error
consiste en transportar las cualidades pertenecientes a la trascendencia e incorporarlas a la inmanencia.
Pero con ello no se acepta el dolor y pesar de la inmanencia, sino que se la diviniza falsamente- Spinoza es
mucho peor que Nietzsche aquí-. La aceptación de la realidad mundana rechaza sin embargo la
edulcoración mística de la inmanencia y el sentimiento religioso del amor fati nietzscheano. Simplemente
despliega de forma consciente la relación impura entre el yo y el mundo y la situación que genera como
consecuencia. No hay mártires de la inmanencia ni celebraciones de la inmanencia, solo resistencia
descarnada, conciencia sin precio o beneficio.
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Solo los poderosos están absueltos del mal, el caos y la destrucción que ellos mismos generan; el pobre se
responsabiliza por ellos y también por sus ridículas faltas, que en sus manos son sin embargo piedras
plomizas y cargas insufribles.

Dice Ceronetti que los tatuajes de la juventud moderna le recuerdan la condición de esclavos de aquellos
que en épocas anteriores también portaban 'marcas'; los marcados como esclavos, como presos, como
delincuentes, privados de la libertad. Para Ceronetti, el hecho de que también hoy los jóvenes hayan
elegido estas marcas como parte de su decoración corporal, es un signo de su renuncia a la libertad, de su
anhelo permanente por continuar en la sombra y en la dependencia. El joven actual como espectro,
esclavo que ha asumido inconcientemente su naturaleza esencial de esclavo.

La mística subterránea o espectral no invita a la renuncia, pues nosotros mismos como espectros somos ya
productos legítimos de la renuncia, retoños de la renuncia, descendientes naturales de la renuncia. No
obliga al desprendimiento, pues ella misma es la consecuencia natural del desprendimiento; no exige ritos,
ofrendas, sacrificios; ella misma es rito y ofrenda y sacrificio. Solo una cosa exige la mística espectral, a
saber: el reconocimiento del lodo que la conforma y el rechazo de los ídolos que podrían maquillar o
falsificar su condición. La mística espectral es una ética de la resistencia y de la conciencia, no una ética del
sacrificio.

Loco está Don Quijote por luchar y por su sed de justicia, no por confundir molinos con gigantes o por
llevar un bacín en la cabeza.

Solo hay verdad en la exposición descarnada de nuestro dolor e insignificancia, nunca paz ni absolución.
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El agua del río heracliteano pasa una sola vez, y así también la lucidez no es una constante en general sino
un feliz regalo de la juventud o de la fuerza inicial que la infancia y su pulsión de absoluto imprimen a la
existencia, a fin de ser soportada con rigor. Pero allí donde la lucidez ha de enfrentarse a pesos excesivos,
su tiempo está pronto a acabarse. Es razonable imaginar que la época más feliz de Friedrich Nietzsche
comenzara tras su parálisis, absorto en jugar con sus muñecos, y lo mismo podría decirse de Hölderlin. El
bardo suabo pasaba sus horas estériles al piano, el filósofo de Röcken cantaba y danzaba; un gran peso, una
gran responsabilidad, y sobretodo, la deuda impagable que implica la voluntad de conocer, dejaron de
pronto de tener efecto y en su lugar advino un cansancio crónico suavizado por una calma imperturbable
del espíritu. Porque tampoco los sufrimientos y las cargas son eternos, y a pesar de que esta evidencia no
constituya por sí misma un consuelo, Canetti tiene razón cuando dice que soportamos tanto, que creemos
poder soportarlo todo. El valor de la vida también consiste en poder desprenderse de ella. La muerte y la
locura pueden ser una morada pacífica en medio de una tormenta inerminable.

Marx y Weil en las antípodas: la necesidad de la razón contra la aceptación de la necesidad; el dominio y la
posesión del mundo contra el desasimiento, la dialéctica feliz contra la dialéctica imposible.

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La Gravedad y la gracia podría ser la Biblia de los lúcidos y los desamparados, como también el dogma de las
muchedumbres sin rostro del futuro. 'La vida es imposible- dice Weil- pero solo la desgracia hace que lo
sintamos'. El conocimiento que destruye toda idolatría, que no teme quedarse ciego por mirar de frente a
la luz. Es la ontología del más acá inconsciente, que busca desasirse para quemar todos los ídolos. Hay aquí
un gran tesoro, pero cuyas ramas torcidas y su sendero abstruso exigen un aprendizaje especial.
Comprender los símbolos de este lenguaje hondo y cautivador es como aprender un idioma nuevo desde el
principio.
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No se entiende cómo no hay una religión de la inmanencia y sus pesares, una religión laica y
desesperanzada que no obstante pueda servir de refugio- temporal, no puede ser de otra manera- al sujeto
abandonado y sin propósito. Esa religión tendría como divisa el lema de Simone Weil- 'alcanzar la
eternidad abrazando el tiempo contra el corazón'-, y convertiría nuestros sufrimientos cotidianos en
piedad, obra y servicio- pero el receptor de este servicio no es ningún dios, sino el puro existir, el puro ser
aquí. La tarea, convertir este exilio material y espiritual en un valor, es un proyecto aún no realizado, pero
en el dolor del individuo, en su absurdo destino, en sus pesares, en sus cargas y penalidades cotidianas, hay
más religión que en los libros de teología y las ceremonias eclesiásticas.

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Todos los fieles de una religión inconsciente cuyos dogmas son el llanto ahogado y el lamento reprimido.

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Vemos lejanos destellos que hacemos pasar por verdades, pues en plena oscuridad un poco de luz basta.

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Nada puede unirnos, y el lamento secreto deberá permanecer secreto, y sin embargo solo es posible un
lamento tal como letra de un alfabeto inconsciente y universal.

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Da Vinci en su taller de Florencia, Goethe en Weimar o los trabajadores de la fábrica en el Londres de


principios del siglo XX no eran en absoluto libres, pero tenían en sus manos un espacio de condiciones de
posibilidad que podían utilizar para lograr la libertad. Los espectros arrojados al centro comercial como
masas enfurecidas solo llevadas por la saciedad de su deseo egoísta o los empleados de una empresa de
telecomunicaciones china con sede en Nueva York que trabajan doce horas al día por afán de lucro no son
en absoluto libres, y además no disponen de un espacio de condiciones de posibilidad que puedan utilizar
acaso para lograr su libertad.
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Los esclavos antiguos aún disponían de dioses, de ídolos. Nuestros profetas contemporáneos han
certificado la huida de los dioses cuando no- Jünger- están esperando 'a los dioses venideros'. Incluso aquí
el ídolo tiene una función, que es la de reconocer el espacio del absoluto a fin de movilizar las fuerzas
interiores que podrían, en virtud de la imitación, transformar al individuo o empujar a transformarlo. Hoy
en día los altares están vacíos, el espectro debe vivir sin culto, pues el ídolo solo haría entontecerlo aún
más. No valen de nada los ídolos cuando aquello que representan está sellado por principio. El espectro es
más feliz hoy sin religión.

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Hay algo morboso y pornográfico en el poder, como hay algo trágico y vergonzoso en quien sufre el yugo
del poder.

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Nada diferencia al loco y al espectro, excepto que aquel ya no se ve obligado a fingir la cordura.

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El aburrimiento, la desaparición de todo proyecto colectivo y la ruina de toda religión filosófica, produjo
monstruos ideológicos y mitologemas infantiles; un bienestar económico acompañado de una falta de
dirección y propósito generales que produciría amargas digestiones y continuas sequías de la inteligencia
y la creatividad. Una civilización desposeída de raíces y carente de frutos, un mundo espectral que vive de
los productos de su gloriosa y sangrienta herencia pero que es incapaz de imaginar lo nuevo; la muerte por
el éxito, pues el mundo y su devenir- ley cósmica inmutable- exige lo nuevo también a aquellos que han
llegado en apariencia a dominar y subyugar los pueblos de la tierra y sus tesoros.

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