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“Olenka siempre quería a alguien y no podía vivir sin amor”, dice Chejov de la
protagonista del cuento.
Con descripciones de lo esencial de cada acción, más que de los rasgos de carácter o los
antecedentes psicológicos de los personajes, el autor nos plantea la vida de una mujer
aparentemente sin deseos o motivaciones diferentes a los de su respectivo objeto de afecto.
La vida de Olga Semiónovna es presentada por Chejov, a través de cuatro épocas en su
vida, componiendo así una repetición serial con ligeras, pero notorias variaciones.
1.Relación de Olenka con Kukin, empresario y arrendador del parque Tivoli, matrimonio
en el cual, ella asume los pensamientos, deberes y convicciones de su marido.
2.Relación de Olenka con Pustoválov, gerente del almacén de madera, matrimonio en el
cual, ella conoce, comercia, y sueña con la madera, siendo éste, el universo de su marido.
3.Relación de Olenka con Platónovich, veterinario militar. Acercamiento de pareja, en el
cual, ella adopta el discurso de él sobre las enfermedades animales. La diferencia con las
relaciones anteriores es que Platónovich le reclama que esta actitud lo está cansando,
mientras de los hombres anteriores, no se menciona o insinúa de parte del narrador lo que
piensan.
4.Relación de Olenka con el pequeño Sasha, hijo de 10 años de Platónovich. Ella adopta las
opiniones del mundo escolar que tiene el niño.
El cuento está narrado por un narrador objetivo que interviene de vez en cuando mas como
un traductor de ciertos gestos y acciones, más que como valorador y enjuiciador de las
lógicas que rigen al mundo del relato o a sus personajes:
El narrador utiliza la narración generalizada para hacer notar un paso drástico del tiempo,
no sabemos si interno del personaje, o exterior a él:
No es posible tener una certeza del momento exacto para el cual el narrador describe cada
evento en la casa o en Olenka. Se da una indicación general de la estación en la que ocurren
las cosas, omitiendo todo lo demás que pudo haber ocurrido. Esto insinúa sutilmente quizás
que Olenka se convierte en el tiempo mismo, en su forma cíclica. El fragmento funciona
como espejo de la estructura general del cuento, pues los cuatro amores de su vida se
pueden ver como cuatro estaciones climáticas, en cuatro bloques de historia.
No se nos dice de qué hablaron Olenka y Pustoválov en los diez minutos de visita, o qué
dijo Olenka a la dama entrada en años al mandarla llamar (ni a quién le encargó llamarla),
pero lo podemos suponer uniendo las piezas resultantes. Por supuesto hay causalidades en
la historia, pero no son tan evidentes y sobre-explicadas, como para quitarle el
protagonismo que tiene merecidamente el tratamiento temporal del relato. No se puede
hablar de elipsis solamente para economizar palabras, sino también para estimular la
imaginación del lector.
En otra parte se menciona la muerte del padre de Olenka, personaje que vivía en la misma
casa con ella, pero que misteriosamente se ha omitido “como ser humano” del relato. Si
pensamos que el narrador está viendo a través de los ojos de Olga Semiónovna la mayor
parte del tiempo y otorgando importancia a las mismas cosas que ella, se podría decir que a
través de lo que se dice de su padre y de la relación con él, se sugiere bastante sobre ella. Es
necesario repetir que no hay en el texto una insistencia o clarificación de la psicología de la
protagonista, pero esto no quiere decir, que no exista, sino que por el contrario, hay tal rigor
técnico en la forma de la escritura del relato, que se prefiere mover cada información en el
ámbito del indicio y la insinuación.
Suena muy extraño que Olenka hubiera dejado de amar a alguien, cuando siempre se nos
recuerda que no puede vivir sin amar y que cuando ha dejado de hacerlo, es porque el
objeto de su afecto ha muerto. Es muy interesante que se omitan detalles de la relación
padre-hija y que no se mencione a una madre, sino a una tía que solía visitarla cada dos
años y que no aparece en la historia. Chejov no hace deducciones ni emite juicios por esta
especie de desprendimiento familiar. Mucho menos da la sensación de ser una explicación
de por qué Olenka actúa como actúa. Pero es muchísimo más distanciada y “fría”, la
manera en que se menciona la muerte del padre, sin nombre, de Olenka:
No hay rastros de dolor por la muerte del padre, o si lo hubo, no se menciona en absoluto.
Y dicho deceso, sólo es mencionado posteriormente. Sin embargo, no se podría especular
que el relato se remita únicamente a la necesidad de amor y pasión carnal de parte de
Olenka, pues su relación con el pequeño Sasha, negaría de inmediato tal hipótesis.
Tampoco se puede decir que haya dejado de amar a su padre porque en su enfermedad no
tendría posiblemente algo que admirar para identificarse con él hasta el punto de emularle.
Pero alguna hipótesis tiene que desarrollar el lector. Para eso están los indicios y a eso se le
invita. No es gratuita la mención del sillón arrinconado sin una pata y cubierto de polvo en
la buhardilla, con su muerte. Quizás se hace un parangón o equivalencia entre el padre y el
mueble, muy sutil sin descuidar la sordidez que de por sí, ya todo asunto humano posee.
Ante textos como éste, que invitan a la interpretación es inevitable tropezar con nuestro
propio pensamiento y sensibilidad, donde quiera que la tengamos. Para bien o para mal,
muchos de nosotros no somos como Olenka y alguna voz interior que quizás no sea nuestra
del todo, nos induce a dar opiniones.
En lo personal, discrepo con Tolstoi al afirmar que Chejov pretendiera maldecir a cierto
tipo de mujer y que mucho menos, la termine bendiciendo. La historia está desprendida en
absoluto de efectos que pudieron haber conducido al lector hacia un enjuiciamiento
temprano y condena de Olenka, por el simple hecho de resaltarle ciertas características
como vicios y defectos. Aquí no se le connota de esa manera. La forma serial con
variaciones hace que los actos de Olenka pierdan patetismo porque al repetirse dejan de
sorprender y se convierten en habituales. Se empieza a conocer al personaje en su
pasividad, se entra en su lógica, más no en sus razones o motivaciones. Permaneciendo
fuera de ella, sin poder saber “¿por qué hace eso? ¿por qué actúa así?”, pues ni siquiera ella
misma lo sabe, nos alejamos rápidamente del reproche o la bendición. Observemos las
palabras del narrador:
Esta tiene que ser una deducción del narrador, jamás filtrada por los ojos de Olenka, pues
de haber deducido ella que no tenía ninguna opinión, y mejor aún, al haber pensado que
esto era espantoso, estaría precisamente generando una opinión. He aquí una referencia al
vacío:
Más bien, lo que hay dentro de Olenka es otra cosa, más inmediata, imposible de maldecir
o bendecir, y aun si hubiera una inclinación hacia alguna de las dos acciones, ¿sería un
criterio “humano” el que determinara el reproche o la complicidad con el personaje?
Recordemos las palabras consignadas en el estudio preliminar de Teresa Suero Roca
atribuidas a Antón Chejov:
“…él mismo dice que se necesitaría ser Dios para decir cuáles
son los éxitos y cuáles los fracasos en la vida.”
Lo que hay dentro de Olenka es otra cosa, más inmediata, imposible de maldecir o
bendecir, y que tiene que ver con la percepción del mundo:
No considero que al final Olenka sea cubierta con el maravilloso brillo, ni siquiera
involuntariamente, tal como afirma el autor de Anna Karénina. No hay evidencia de ningún
cambio o aprendizaje en Olenka. Y no es porque sea requisito de una historia que su
personaje principal cambie, sino porque el principio de construcción del mismo no permite
que genere cambios ni en lo interior ni en lo exterior. Al parecer, a Olenka siempre le
pasarán cosas, pero nada surgirá de su iniciativa. Sin embargo en la relación que cierra el
cuento, con el pequeño Sasha, en el tiempo presente, Olga Semiónovna se encuentra con un
elevado e intenso sentimiento maternal que el narrador expone y al que se pregunta por su
fundamento o razón de ser, sin encontrar respuesta.
La pregunta proviene del narrador, quien a juzgar por otras informaciones que ha tenido en
su poder, bien podría tener alguna clase de contestación. Pero no la hay. Más importante
que la presencia de la pregunta, es la ausencia de la respuesta. Esto excluye a Olenka y
Sasha y sólo deja al narrador y al lector. Entre ella y el niño hay un vínculo invisible
innegable del cual Chejov nos da solamente indicios. Ninguna palabra, ningún término,
ningún rotulo, es usado para definir o referirse a la relación entre Olga Semiónovna y el
niño. El narrador evade la definición y la precisión clarificadora:
“De dos a tres comen, por las tardes hacen juntos los deberes
y juntos lloran.”
Si los dos lloran juntos, probablemente comparten un lenguaje. En este lenguaje está
contada la historia de “Alma de paloma”. Una lágrima no requiere una opinión. Las
palabras finales que Sasha balbucea en sus sueños no requieren una opinión.
El maravilloso brillo del que habla Tolstoi no es para Olenka, sino para quienes, la
acompañamos, sentimos, opinamos y pensamos en todo su camino. Olenka quizás no emite
opiniones ni se transforma; es el lector quien puede transformarse y ser cubierto por el
brillo que es ver sin necesidad de verlo todo, todo el tiempo.
Bibliografía
SUERO R., Teresa. Antón Chejov. Novelas cortas. Estudio preliminar. Bruguera.
Barcelona. 1955.