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La casa del verbo

J.M. Briceño Guerrero

La casa del verbo

Compilación y presentación:
Gonzalo Fragui
«En el principio era El Verbo».
Evangelio de San Juan
PIEDRA DE AMOLAR ESPADAS
(A propósito de J.M. Briceño Guerrero)

GONZALO FRAGUI

SIEMPRE NOS HEMOS preguntado qué será en esencia


J.M. Briceño Guerrero. Maestro, filósofo, poeta, profesor,
historiador, escritor, humorista, investigador, traductor, pe-
ligroso conductor de automóviles, experto de la gnomó-
nica (arte de hacer relojes de sol), o simplemente el más
andino de los filósofos griegos nacido en el llano.
Los chinos que son unos sabios en esto de poner
nombres lo llamaron Pai Lique, que significa «Piedra de
amolar espadas». Eso fue lo que pensaron del maestro
cuando lo vieron dando clase a sus discípulos, amolándo-
los en el lenguaje, en los idiomas, en el arte, en el pensa-
miento, en las expresiones populares y en el amor a la
sabiduría. Y es que Briceño Guerrero disfruta de esa idea
que está en Platón, (y no en el topos ouranos), de que en
el corazón del maestro arde un fuego que, al producirse la
comunicación, una chispa puede incendiar el corazón del
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discípulo. El maestro no es tanto el que transmite cono-


cimientos (aunque también) sino, y sobre todo, el que
transmite amor a la sabiduría, de allí que una de las pri-
meras acepciones de la palabra filo-sofía sea esa: «amor
a la sabiduría».
En ese amor a la sabiduría está el amor a los libros.
Los libros como portadores de saberes, placeres y dolo-
res, y no como mercancía. Ésa es la idea central de esta
antología de sus textos. Compartir la felicidad espiritual
y física que producen los libros de este escritor venezo-
lano, José Manuel Briceño Guerrero, quien nació hace
ochenta años (1929) en Palmarito, estado Apure, con
más de treinta títulos publicados, y que ha sido merece-
dor, entre otros muchos reconocimientos, del Premio
Nacional de Ensayo (1981) y del Premio Nacional de
Literatura (1996).
Este libro es sólo una muestra. Un abreboca. Un
aperitivo para el gran banquete. El banquete del diálogo,
como el banquete del poeta Agatón, de Platón. Un bo-
cado apenas para que luego los curiosos y los amantes
de la literatura y la filosofía vayan a los libros comple-
tos de este escritor.
Para esta edición hemos seleccionado fragmentos,
capítulos, trozos, de unos quince libros del maestro. Y los
hemos ordenado cronológicamente a la inversa. Empieza
con dos textos de un libro inédito titulado La mirada
terrible, pasando por poemas, crónicas, cuentos, traba-
lenguas, sueños, groserías, canciones infantiles, aforis-
mos, refranes, ensayos, y finaliza con un libro de 1962,
¿Qué es la filosofía?, un texto publicado en Venezuela
cuando el filósofo regresa de sus estudios en Viena, y que,
a pesar de la distancia y de los años, se mantiene vigente,
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inalterado, aunque se rees-criba diariamente, porque re-


es-cribir es cribar o rees-cribar. Y porque para la filoso-
fía no hay respuestas definitivas.
Pero no hablamos de una obra fragmentaria. Por el
contrario, son fragmentos que conforman una sólida uni-
dad filosófica y literaria. Quedan inevitablemente por fue-
ra otros ensayos de los que no hemos tomado nada porque
esos fragmentos podrían quedar descontextualizados y
de esa manera sería poca su ayuda. En cuanto al título, La
casa del verbo, debemos confesar que fue sacado de uno
de los libros del autor, Amor y terror de las palabras.
En un comienzo estos textos pudieran parecer di-
fíciles por las continuas referencias a los griegos, a los
chinos, a nuestros indígenas, así como expresiones en
griego o en alemán. En realidad no es un ejercicio fatuo
de erudición sino alusiones necesarias en un diálogo
franco con toda la cultura universal.
Igual sucede con la numeración de los títulos, o los
títulos mismos, de algunos de los libros del maestro.
Parecen fechas de algún diario extraviado, versos cifra-
dos de algún joven pitagórico, datos para jugadores de
lotería o mensajes de texto que le envía su amigo mate-
mático Eudoxio, el que hacía los exámenes para entrar
en la Academia de Platón.
La aparente dificultad de estos textos podría pre-
sentarse sobre todo en los más recientes. Esos «extra-
ños» libros que no se podrían catalogar de relatos, ni de
diarios, ni de crónicas, ni de poemas, y sin embargo son
todo eso y mucho más. Un nuevo género literario que
por ahora no tiene nombre y no sabemos si lo tendrá.
Lo que sí sabemos es que toda obra de arte hace cami-
no al obrar, toda obra de arte crea su propia forma de
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expresarse según su necesidad, como los ríos, los pa-


pagayos y las mariposas.
Se trata de textos maestros que despiertan la ima-
ginación de quien los lee, que producen nuevos textos y
nuevos apasionamientos. Contagian. Es lo que se cono-
ce científicamente como enfermedades de transmisión
textual. Palabras con fundamento. Yo supongo que era lo
que quiso decir Sócrates cuando le explicaba a Fedro de
ciertas palabras que se siembran, palabras capaces de ayu-
darse a sí mismas y a quienes las plantan, portadoras de
simientes de las que surgen otras palabras que dan el más
alto grado de felicidad a quien las posea.
Usualmente nuestro autor firma sus libros como
J.M. Briceño Guerrero o como Jonuel Brigue. Una es-
pecie de rey Jano que, favorecido por Saturno, veía el
pasado y el porvenir. El autor se nos enmascara en dos fi-
lósofos, uno serio, posiblemente alemán, y otro venezo-
lano, burlón. Es como si estuviera acompañado siempre
de Martin Heidegger y del poeta Ángel Eduardo Acevedo.
Como dice Pirandello del humor, un Hermes bifronte, una
de cuyas caras, (¿Jonuel Brigue?) ríe de las lágrimas que
vierte la otra (¿Briceño Guerrero?), o al revés. Es Briceño
Guerrero, siempre de la mano de esa subversión benigna
que es el humor, por eso dirá en uno de sus libros: «Mi ar-
ma suprema, tal vez mi única arma auténtica es la risa, tan
desbordante a veces que puede concitar las iras del desti-
no, tan disimulada a veces que sólo se distingue como un
pequeño relámpago en el fondo de los ojos».
Nuestra idea con este libro es mostrar todas las ca-
ras del autor, no sólo las dos aparentes. Sobre todo una
faceta nueva o poco conocida: la del Briceño Guerrero
poeta. Y no «poeta además». Don Miguel de Unamuno
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decía que se podía ser «además médico, ingeniero», pero


nunca «poeta además».
Antes de cerrar esta aparente presentación, no po-
demos dejar de mencionar la latente preocupación del
maestro por América Latina. Para Briceño Guerrero, Ve-
nezuela y América Latina viven hoy momentos alcióni-
cos. El alción es un ave que puede hacer su nido, poner
sus huevos y empollar sólo en algunos días del año. El ni-
do, que es de espinos, tiene que hacerse sobre el mar. Y
ese mar sólo se aquieta durante pocos días llamados días
alciónicos. Son días propicios. Y eso es lo que el maestro
vislumbra en estos días para Latinoamérica, días de posi-
bilidades para todos y en todos los campos, pero funda-
mentalmente para el arte, por eso, sin complejos, Briceño
llega a equiparar, por ejemplo, La crítica de la razón
pura, de Kant, con el merengue o la salsa.
Finalmente los agradecimientos. Agradecemos al
profesor Briceño Guerrero, quien aceptó la realización
y publicación de esta antología confiando plenamente en
nosotros. Igualmente al Plan Revolucionario de Lectura,
los editores, y al poeta José Gregorio Vázquez, de la edi-
torial La Castaglia, quien generosamente nos cedió los
archivos digitales de las obras del maestro, lo que nos
permitió hacer este libro en tiempo (y en espacio, para
que Kant no se nos ponga bravo) récord. El pueblo ve-
nezolano, a quien va dirigido este libro, se los recono-
cerá grandemente.

Mérida, octubre de 2009


de
LA MIRADA TERRIBLE
(Inédito)
1

DESPUÉS DE TANTOS AÑOS lo recuerdo claramente.


Fue en la Escuela Federal Graduada Carlos Soublette de
Barinas. Él venía de Sabaneta, de una escuela unitaria. Lo
examinaron y lo pusieron en tercer grado. Tendría siete
años, tal vez ocho. Le asignaron un pupitre que estaba en
la mitad del salón. Durante esa primera clase el maestro
le hizo algunas preguntas. Respondió correctamente, pero
sin énfasis, con un aire de extrañeza, como si todo fuera
nuevo; se comprende, venía de una aldea pequeña a una
ciudad grande, pero menciono ese hecho porque durante
todo ese año escolar y los siguientes mantuvo el mismo
aire de extrañeza como si perteneciera a otra especie hu-
mana o viniera de otro mundo.
Durante el receso se quedó en un extremo del
patio sin participar en los juegos. No habló con nadie.
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Al terminar la clase recogió sus enseres, los guardó en


su bulto y se fue solo. No era por timidez, porque cuan-
do tuvo que pararse delante de todos para recitar la lec-
ción lo hizo sin nerviosismo y sin melindres. No era
tampoco por miedo de la violencia infantil en algunos
juegos —la escuela era de varones— pues cuando se vio
forzado a entrar en cadenas de choque con empujones,
empellones, manotazos, patadas, zancadillas, o cuando
aceptó pelea individual a puñetazos, nunca se quejó ni
lloró ni pidió ayuda ni acusó ni se excedió al tener ven-
taja; se retiraba tranquilo a lavarse la cara y las manos y
a sacudir la ropa y limpiar las alpargatas.
Un día Isilito nos dijo que Baisaite —así se llamaba
sin venir de Maracaibo— debía ser evangélico o judío por-
que no iba a la iglesia. El propio Isilito le preguntó una vez
si creía en la Santísima Virgen María. Él pareció no enten-
der y cambió de tema. Debo decir que la mayoría de noso-
tros no iba a la iglesia y sin embargo a Isilito no se le ocurrió
decir que éramos mahometanos, comunistas o ateos.
Es que había algo extraño en Baisaite y su apelli-
do no mejoraba las cosas: Altermond. Era el tercero de
la lista, después de Acosta Aníbal y Albarrán Azael.
Había otros niños de nombre raro, como Chejín Ibrahim,
Reimí Honoré, o el propio Azael Albarrán, pero nadie
les preguntó si creían en la Virgen María. Evidente-
mente, la extrañeza no venía sólo del nombre.
Después de clase lo acompañé varias veces hasta
su casa. Una tarde me invitó a entrar y me enseñó a ju-
gar ajedrez. No había nadie más en la casa o estaban
retirados en una habitación interior o en la cocina. Un
domingo fui a visitarlo sin invitación. Me abrió una seño-
ra que debía ser la madre y me dijo que pasara al patio.
LA CASA DEL VERBO 13

Entré y no lo vi a pesar de recorrer todos los rincones.


Al fin oí su voz desde la espesa copa de un totumo.
Sube, me dijo.
Había entrado en confianza conmigo. Me explicó
que todo se veía diferente desde ese alto escondite y que
también servía para soñar. No comprendí lo de soñar: pa-
ra soñar es necesario estar dormido y no me parecía pru-
dente dormirse en una de esas ramas. Él siguió explicando
poco a poco. Se trata de soñar sin dormir, pero muy cerca
del sueño. El miedo de caer hace que uno no se duerma.
La cama no es buena para soñar despierto, ni una silla
cómoda, porque es fácil quedarse dormido.
Después supe que él tenía otros sitios para soñar
despierto. Los llamaba soñaderos. Algunos muy peligro-
sos como el borde del tejado sosteniéndose con una ma-
no o en una canoa inseguramente atada a la orilla del río.
En los sueños ordinarios —decía— no recuerda
uno después nada o sólo fragmentos. Además, no puede
dirigir su acción ni volver a otros sitios soñados antes.
Pero el mejor de los sueños —me aseguró un día
en voz baja— es el sueño vacío. Uno no ve nada, no re-
cuerda nada, no siente nada, no piensa nada. Una in-
mensidad desierta, abismo en todas direcciones.
Yo no entendí bien, ni quise intentar su experiencia,
pero sentía por él admiración, respeto y cariño. Guardé
siempre en secreto sus confidencias hasta ahora que es-
cribo sobre él después de tantos años, hasta ahora cuando
él no estará nunca más entre nosotros.
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Voy a contar un incidente curioso. Fue durante el


cuarto grado. En medio de la clase el maestro Elías
Cordero Uzcátegui interrumpió su explicación brusca-
mente y preguntó: ¿Por qué lloras Baisaite? Ninguno
de nosotros había notado nada; únicamente el maestro
se dio cuenta del llanto silencioso. Él no respondió. El
maestro repitió la pregunta agregando ¿estás enfermo?,
¿alguien te ha hecho daño? Era imposible no responder-
le al bachiller Cordero, su autoridad era indiscutible, im-
ponente, majestuosa.
Lloro porque todos nosotros y usted también, señor
maestro, nos vamos a morir, respondió al fin.
La seriedad del muchacho impedía pensar en una
broma, su evidente dolor prohibía cualquier burla nuestra.
¿Crees que va a haber un terremoto, una epidemia o
una guerra? El maestro, conmovido, trataba de compren-
der al buen alumno que ya figuraba entre los mejores.
Es porque algún día nos vamos a morir, es porque
somos mortales.
En eso sonó el timbre del recreo. Él se quedó hablan-
do con el maestro y los demás nos fuimos al patio a jugar.
De ese incidente no se volvió a hablar nunca.
Ahora, mientras escribo, pienso que esa conscien-
cia de la muerte no es normal. Yo, para decirlo franca-
mente, durante mi infancia y mi adolescencia y aun
durante mi juventud nunca consideré la muerte con an-
gustia. Podía repetir lugares comunes y hasta discurrir
sobre la fugacidad de la vida y la fragilidad de la condi-
ción humana, pero nunca sufrí por tener que morir algún
día. Mis compañeros y yo, cuando dábamos el pésame
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o asistíamos a velorios cumplíamos con lo acostumbrado


en esos casos, pero nuestra actitud era más bien humorís-
tica. Nos aureolaba la alegría de vivir. Habíamos apren-
dido la libertad de buscar lo que nos hacía falta y de gozar
en la búsqueda y en el encuentro. Las frustraciones oca-
sionales no nos arredraban, seguíamos adelante.
En cuanto a Baisaite, apartando el incidente del
llanto silencioso en clase, nunca le noté una obsesión
con la muerte ni un interés especial en el tema. Sin em-
bargo, me impresionó de él una cierta distancia en rela-
ción con todo lo que hacía. Una presencia firme en sus
asuntos y relaciones, pero sin entusiasmo, como si des-
pués de todo nada le importara.
Participaba en todo acertadamente, pero siempre
con ese aire de extrañeza que mostró desde el primer día.
Era como si estuviera cumpliendo con un deber, lo ha-
cía de buena voluntad. Era irreprochable; pero yo sentía
—tal vez los demás también— un algo indefinible. No
podía entonces ni puedo ahora decir qué es.
A pesar de eso, o quizás por eso, mi interés por él
y mi amistad se fueron consolidando. Llegué a pensar
que me tocaba acompañarlo en calidad de amigo pro-
tector. A ver si puedo decirlo: sentí que él era más gran-
de, más profundo, más inteligente, más poderoso, más
bondadoso que yo, y que a mí me tocaba servirle de es-
cudero como en los cuentos de caballería. Y no sólo en
esos días de estudiante, sino siempre.
Cuando terminada la primaria, él se fue con su fa-
milia a Barquisimeto, yo rogué a mis padres que me man-
daran a estudiar bachillerato en el liceo Lisandro Alvarado
de Barquisimeto porque en Barinas no había liceo. Ellos
ya habían considerado esa posibilidad y consintieron
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en mandarme a casa de un tío paterno con el cual yo siem-


pre me había sentido bien. Dos años más tarde ellos se
mudaron a la Ciudad de los Crepúsculos.
El liceo se encontraba en una bellísima casa colo-
nial, pero pronto fue mudado a un edificio nuevo, dise-
ñado y construido para ser liceo, en las inmediaciones
de una antigua prisión llamada Las Tres Torres. Fue en
ésta donde conocí por vez primera la mirada terrible.
de
PARA TI ME CUENTO A CHINA
(2007)
***

YO TENDRÍA NUEVE O DIEZ AÑOS. Todos se habían


ido a una visita; me dejaron a mí solo para acompañar a
mi mamá que estaba enferma. No sé qué tenía; se que-
jaba. Me dijo que le dolía la barriga. Que se la sobara.
Según sus instrucciones, puse la manito debajo de la sá-
bana sobre el vientre desnudo y lo sobé en círculo.
Al dar la vuelta, la mano tocaba los pelos púbicos.
Sentí un extraño sobresalto, me palpitó fuerte el corazón
y amplié el círculo para explorar más abajo en cada pa-
sada. Me daba miedo. Cuando tocaba el monte de Venus
movía la mano más lentamente y el corazón parecía que
se me iba a salir por la boca.
Al fin ella dijo: «Ya, Maney; está bien, hijito».
Nunca me he recuperado de esa experiencia. Y no
hay freudismo trasnochado ni no trasnochado, no hay
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Sófocles que quite a esa experiencia su inmensa carga


de misterio y terror.
Encontrarse sin explicaciones previas, sin cuentos,
sin conceptos, sin palabras ante el enigma del origen, la
continuidad no individual de la vida, el imperio de la
muerte sobre toda existencia personal.
Creo que todo eso estaba presente en la obscura
agitación de mi ser, en el ahogo de la garganta, en el loco
golpeteo del corazón.
Y no sé más ahora que entonces. Todo lo que pien-
se y diga es confesión de ignorancia. Para nuestro bien
vivimos en la superficie de las cosas.

***

Desde que llegué a Pekín, cada vez que conocía a alguien


me preguntaba de inmediato en inglés o en chino: «¿Cuál
es su nombre chino?». No tengo, respondía yo, venezola-
no, hablamos español. El indio acata tarde pero acata.
Recordé que los chinos en Venezuela se ponen nombres ve-
nezolanos. Para que puedan llamarlos más fácilmente, pen-
saba yo. Tal vez sí, pero en realidad se trata de una tradición
antigua. Aun los funcionarios públicos que tienen que ver
con extranjeros, mandan a imprimir tarjetas de visita con el
nombre chino por un lado y el nombre nuevo por el otro. El
nombre nuevo se inventa tomando en cuenta el sonido del
nombre original y el significado. El nombre chino siempre
tiene significado y siempre impresionante. Se pueden lla-
mar gran acto o bosque o viento veranero. Nuestros nom-
bres, a veces también tienen significado como Blanco,
Bastardo, Toro, Novillo, o repiten nombres de grandes
personajes como Napoleón, César, Jesús, María…
LA CASA DEL VERBO 21

Por insistencia de mi profesor chino de chino, quien


por cierto, se llama Fernando como nombre español,
acepté el nuevo bautismo. Después de un trabajo cuida-
doso me llamaron Pai Lique, nombre que, entre otras co-
sas peregrinas, significa «piedra de amolar espadas».
Espero comprenderlo algún día.

***

Impresiona en China el amor por los jardines. La relación


de amor con la naturaleza. No es posible caminar cien me-
tros en Pekín sin encontrarse con plantas bien cuidadas,
bien dispuestas; bien presentadas. Y eso sin contar con los
grandes jardines de todas las ciudades de China.
Pekín crece, los rascacielos sustituyen a los hu-
tong, grandes autopistas atraviesan la ciudad en todas di-
recciones, puentes a desnivel; sin disminuir la cantidad
de bicicletas, grandes cantidades de automóviles au-
mentan por día —y sin embargo, basta mirar a los lados
mientras uno se desplaza por cualquier medio para ver
plantas organizadas, árboles, arbustos, yerba. Los setos
están cortados en bisel para que tú veas no sólo la su-
perficie vertical de la poda, sino también la superficie
superior en bisel y aprecies los matices de color.
Hay una costumbre antigua con nombre propio
que se traduciría «salir a ver los árboles», diferente y
complementaria con la de «salir a ver los cerezos en flor».
Ésta vale para un tiempo determinado; aquélla para cual-
quier momento.

***
22 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Hablando de paseos. En uno de los innumerables jardi-


nes de Pekín me senté a descansar en un banco donde ya
había otra persona. Sin problema, el banco tenía puesto
para cinco personas por lo menos. A los pocos momen-
tos me di cuenta de que el hombre a mi lado estaba llo-
rando. Vengo de un país donde los hombres no lloran.
«El hombre macho puja, pero no llora». Sin embargo,
podía tratarse de una emergencia médica, un problema
de salud. Tui pu chí —le dije— chin wen, nin xi yao
pang mang ma? Wo nang zuo tong xi ma?
Entonces se produjo algo que sólo pocas veces
ocurre. Surgió entre nosotros dos una súbita familiari-
dad, una confianza entre extraños superior a la de largas
amistades. Recordé una ocasión años atrás, en un tren,
en Alemania, el desconocido que ocupaba el mismo
compartimiento me preguntó de repente: Was versteckst
du unter dem Bart? Yo sentí que entre ese hombre y yo
no había distancia y gocé el raro placer de contar mi vida
sin afeites.
Esta vez el hombre del llanto ante mi solicitud se
irguió con cara de sorpresa —no había advertido mi pre-
sencia hasta ese momento—, se enjugó las lágrimas con
el dorso de la mano y después de las preguntas rituales
de mutua identificación, me contó una desgracia mayor,
uno de esos golpes, heraldos de la muerte, como dice
Vallejo, asestado en el centro de su alma indefensa, un
golpe fuerte como el odio de Dios.
Cuando se sació le dije: «Bienvenido a la condi-
ción humana; el hombre no es hombre mientras no haya
sufrido una gran desgracia inevitable e irremediable y
haya sobrevivido. Antes de eso es un boceto, un proyec-
to de hombre, un hombre posible. El hombre verdadero
LA CASA DEL VERBO 23

lleva una herida no cicatrizable en el centro de su ser.


Una herida que lo hace consciente de otra herida, mayor
aún, la de su origen».
Dije, y me quedé callado, recordando a Carlos
César Rodríguez que cuando veía a alguien arrogante,
altivo, soberbio, decía: «No ha sufrido».
Pero entonces pasó algo inesperado por mí. El hom-
bre se levantó riendo a carcajadas, me abrazó y besó y se
fue con pasos de bailarín, sin despedirse. No entendí.

***

El poeta Han Tong, contemporáneo nuestro, me dijo con


acentos que recuerdan a Blake y a Milton: «El poema na-
ce antes de que aparezca el poeta. Existe antes del poe-
ta y no tiene prisa por aparecer entre los humanos. El
poema escoge al poeta y nace a través de él. Como los
poetas sufren los dolores de parto, creen erróneamente
que han creado el poema y tratan de apropiárselo tal co-
mo los padres y las madres creen poseer a sus hijos. Pero
hijos e hijas no nacen de padre y madre. Su alma, con to-
das sus características, procede del cielo y arranca del
misterio. Ni padre ni madre los diseñan, ni los forman ni
los gobiernan. Son simples trabajadores mecánicos mo-
vidos por una fuerza exterior a ellos. Que un poeta sa-
que provecho de su poesía y la use para su beneficio es
un acto despreciable. Pensar que la poesía es obra del
poeta es una obscenidad. La gran poesía no pertenece
a ningún hombre, se sirve del poeta y de su nombre pa-
ra descender a la dimensión concreta del tiempo. Es un
honor superior a cualquier otro, pero, ¿estamos prepa-
rados para merecerlo?».
24 J.M. BRICEÑO GUERRERO

***

La fiesta de la mitad del otoño se celebra el día 15 del


mes lunar ocho que es por supuesto luna llena. Nadie ha
podido explicarme por qué se llama «de la mitad del
otoño»; el otoño va del 22 de septiembre al 22 de di-
ciembre de modo que el centro del otoño es el 22 de no-
viembre, de tal manera que el 15 del octavo mes lunar
nunca llega a esa fecha. Claro, yo cuento con el mes solar,
pero aun así…
Todo el mundo dice que esa luna llena es más bri-
llante y bella. Los amantes se juran amor eterno bajo esa
luna. La gente conversa y come bajo la luna donde eso es
posible. Debe ser algo así como la fúlgida luna del mes
de enero entre nosotros; yo mismo tengo la impresión de
que esa luna es más luminosa e inspira más pensamientos
y sentimientos extraños. Exalta a los perros. El poeta
Montesinos le dice «yo también como un perro te aúllo
mi canción / porque sé íntimamente que los mejores ver-
sos / son los que se han escrito bajo tu inspiración». No sé
si me acuerdo bien. Que me corrija Nano Yépez.
Pero la luna llena del octavo mes lunar tiene en
China una trastienda mitológica impresionante. Tres
grandes mitos antiguos. Los cuento a grandes rasgos.

***

Primer mito: En un principio había en el cielo diez so-


les. El exagerado calor solar resecaba y esterilizaba la
tierra. La humanidad perecía. Entonces el arquero Hon
Yi disparando su poderoso arco derribó nueve soles. El
rey del cielo se enfureció y desterró a Hon Yi y a su fa-
LA CASA DEL VERBO 25

milia; pero la reina del atardecer les dio un elíxir para


hacerlos inmortales. Chang O, la esposa de Hon Yi, mu-
jer lambucia, se bebió ella sola el elíxir y se volvió li-
viana, liviana, flotó, levitó y temiendo la burla de los
dioses se estableció en la Luna, en un palacio y desde
allí favorece a los humanos, especialmente el día 15 del
mes lunar ocho.

***

Segundo mito: Un leñador se dedicó a la magia para lo-


grar la inmortalidad. Los dioses indignados por esa hybris
lo trasladaron a la luna para que cortara una acacia. El le-
ñador, de nombre Wu Kang, la corta eternamente sin éxi-
to porque la acacia se renueva después de cada hachazo.
Si miras la luna atentamente el 15 del mes ocho,
puedes distinguir a Wu Kang corta que corta y piensas…

***

Tercer mito: Tres sabios se transformaron en mendigos


ancianos y le pidieron comida a una zorra, a un mono y
a un conejo. La zorra y el mono les dieron de comer. El
conejo quería darles, pero no tenía, entonces decidió
darse él mismo y se lanzó al fuego para cocinarse y ser-
virles de comida. Impresionados, los dioses lo traslada-
ron a la Luna donde se convirtió en el conejo de jade Yu
Tu (para la primera u recuerda la gallina francesa). Mira
atentamente la Luna y lo verás sembrando zanahorias.
de
LOS RECUERDOS,
LOS SUEÑOS Y LA RAZÓN
(2004)
4951

MUCHOS PIENSAN que los sueños son el cumpli-


miento onírico de deseos y temores pertenecientes a la
vida cotidiana ordinaria. Un fenómeno subjetivo. Tienen
parcialmente razón; hay sueños que tienen ese origen y
permanecen en el ámbito de la subjetividad individual.
Pero no son los más característicos, ni los más intere-
santes, ni los más numerosos.
Otros piensan que los sueños son mensajes en-
mascarados, o cifrados o en clave, de contenidos recha-
zados por la consciencia o simplemente olvidados.
Según otros, expresan además contenidos del inconscien-
te colectivo, manifestaciones de experiencias colectivas
de un pueblo e incluso de la humanidad toda, recuerdos
milenarios acumulados en una especie de memoria
oculta que se dispara en visiones y dramas del sueño
y de diversos tipos de trance.
30 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Ambos tienen parcialmente razón. Hay sueños que


presentan esas características y pueden ser interpretados
de esa manera con fruto teórico y terapéutico no despre-
ciable. Pero no son los más característicos, ni los más in-
teresantes. Sus intérpretes dejan por fuera la esencia de
los sueños; se limitan a sacar partido de algunos de ellos
con fines profesionales interesados; lo que hacen es legí-
timo y útil, pero no responde ni se propone responder la
pregunta central: «¿qué es el sueño? ¿Qué es soñar?».
Desde la más remota antigüedad y en todos los pue-
blos se ha pensado en los sueños como mensajes de Dios o
de un dios o de alguna divinidad. Tienen razón parcial-
mente. Hay sueños de ese tipo. ¿Cómo puedo yo reunir su-
ficiente arrogancia para decir que Sócrates erraba al creer
que era un dios quien le decía en sueños: «¡Sócrates, culti-
va la música!»? ¿Con qué autoridad puedo yo declarar
ilusos a los practicantes antiguos de la incubatio? ¿Estoy
yo acaso por encima de los sueños premonitorios y admo-
nitorios de José, de Nabucodonosor, del Faraón, o modesta-
mente de mis vecinos, de mis amigos, de mí mismo? No
responden a la pregunta central, sin embargo. El que recibe
una carta piensa en su contenido y en quien la envió pero no
necesita estar al cabo de conocer el ámbito institucional
que permite la existencia de servicios postales.
Hay quienes dicen que hablan en sueños con fami-
liares y amigos muertos; también que sostienen extrañas
conversaciones con personas vivas. No puedo contrade-
cirlos porque yo mismo he tenido esas experiencias. Me
dicen algo que ocurre en sueños pero no me dicen la na-
turaleza de los sueños.
Ciertas personas van en sueños a lugares del mun-
do de la vigilia. Se mantienen, creo, cerca de la frontera
LA CASA DEL VERBO 31

y exploran, desde el otro lado, este lado. Conocí un mu-


chacho que recorría el vecindario durmiendo la siesta y
averiguaba lo que hacía la gente en su intimidad. Conocí
una señora que dormía a una muchacha y la mandaba a
buscar información, desde el sueño, acerca del paradero
de su esposo en este mundo.

5351

No sé nada. Mentira. Sí sé muchas cosas. Es más:


mi alma tiene hambre de conocimientos; quiero apren-
der siempre, estudio para saber. Me siento alimentado
cada vez que aprendo algo.
Puedo decir esto de manera más fuerte: mi alma
está enferma de ignorancia; para curarla debo darle a
diario dosis de conocimiento.
Pero cuando digo no sé nada, no miento. Me re-
fiero a cierto tipo de conocimiento. Aclaro. Cuando
Sócrates decía Sé que no sé nada, se refería al conoci-
miento vivencial que no se ha reflejado todavía adecua-
damente en el espejo del pensamiento y del lenguaje. El
valiente general sabía lo que es el valor, pero no sabía
decirlo. Y muy bien sabía Lisis, vivencialmente, lo que
es la amistad pero no sabía decirlo, pensarlo claramente;
no podía dar cuenta y razón de la amistad.
El mismo Sócrates se declaró conocedor de las co-
sas de Afrodita, experto en amores y en el amor.
Cualquier brujo que se respete conoce sus yerbas
y es experto en usarlas. Conocimiento aumentable, pero
de ninguna manera despreciable.
32J.M. BRICEÑO GUERRERO

Sin embargo, el último punto de soledad, el saber-


se ahí sin causa última conocida, es el saber de una ig-
norancia radical, con otras en un mundo cultural, seguro
sólo de morir.
Aquí sí digo no sé nada, aunque ya eso es mucho.
Sin embargo, al mismo tiempo me sé anhelo, anhelo
irrenunciable, disparado hacia un fin desconocido y ma-
ravilloso, accesible a un saber sabroso distinto a todo
otro saber.

6221

En mi último viaje con Natalia y Veva, las somno-


nautas aprendices, ocurrió un incidente curioso. Al bajar
de la tetractis nos encontramos en una casa grande y vie-
ja. Un patio interior cuadrado, tanto la planta baja como la
alta rodeadas de corredores. Vimos entrar a un hombre fla-
co en un caballo flaco, acompañado de un hombre bajo y
gordo en burro. En el corredor alto un joven hojeaba un li-
bro despectivamente y decía words, words, words. Un an-
ciano declaraba inútiles los estudios de toda una vida y
decidía entregarse a la magia. ¡Tartufo!, gritaba un arle-
quín a un hombre vestido de negro. En una habitación
marcada con la palabra Oblomov estaba acostado un hom-
bre obeso. Madame Bovary, ¿está el doctor?, preguntaba
un joven a un postigo. Eran muchos, y la casa, profunda.
La primera que salió de su asombro fue Veva.
Maestro, esta gente se parece a personajes de novela.
No supe qué explicación dar porque el mundo de la ima-
ginación no es el mundo de los sueños. Pero un anciano
venerable y calvo le habló a Veva:
LA CASA DEL VERBO33

—Somos parte integrante del ser humano; estamos


en todos los hombres con diferente fuerza y en combina-
ciones diversas; pero también tenemos existencia propia
independiente y vivimos en esta casa; ciertos escritores
han avistado a alguno de nosotros y lo han presentado
como personaje de cuentos y novelas; a eso se debe que
tengamos diferentes disfraces, como verás si te quedas
más tiempo.
Aquí yo intervine:
—Disculpe Ud. señor. Yo entiendo de los dioses lo
que Ud. dice de los personajes de novela; a veces he sen-
tido que cada hombre está formado por un diferente gra-
do de participación de los dioses inmortales en un ser
transitorio, combinación de reflejos mientras hay luz.
El anciano venerable y calvo me miró largamente
antes de contestar:
—Ud. lo ha dicho; reflejos de los dioses. Los doce
dioses principales de los griegos y sus equivalentes en
todos los panteones están en otra dimensión. Al hombre
sólo llegan reflejos: ningún hombre puede experimentar
la cercanía de un dios sin morir. Nosotros en cambio sí
estamos en cada hombre como parte integrante. Las noti-
cias sobre los dioses son indirectas, referidas; ellos están
en un nivel de la realidad inaccesible a nosotros. Los pro-
fetas son un misterio. Nosotros somos inmortales mien-
tras haya humanidad, pero cada hombre individual es una
luz que agoniza.
El anciano se retiró solemnemente. Veva dijo:
—Yo no tengo la intención de apagarme; no temo;
sé que mi maestro me sostiene.
Natalia aprobó y propuso abandonar esa casa.
34 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Nos volvimos a montar en la tetractis y fuimos


a las ínsulas extrañas donde germinan las semillas de
toda vida.
de
MI CASA DE LOS DIOSES
(2004)
ALGO SOBRE EL AMOR Y LA FEMINIDAD

SÓLO A RETAZOS es lícito hablar sobre este tema: los


retos son muy grandes. Masculino —y— femenino está
más cerca de macho —y— hembra que de hombre —y—
mujer. Este último par es a menudo ambiguo y tornátil.
El útero ya combatió por la especie. Combatió con-
tra inundaciones y terremotos, contra epidemias y guerras,
contra el amor al peligro y la gloria, contra el fanatismo y
la sabiduría, contra la estupidez de los políticos, contra el
helado rigor de la ciencia. Triunfó. Seis mil millones de in-
dividuos y el rancho ardiendo. Ahora busca y encuentra
otras tareas. ¡Muy machistas, temblad!
Mahoma dijo: «la mujer fue hecha de una costilla;
la costilla es un hueso curvo; si tratas de enderezarlo, se
quiebra. Sé paciente con la mujer».
38 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Pero yo le pregunto a Mahoma: «¿Cómo pudiste


olvidar la arcilla roja?».
Los niveles del amor son siete, en orden ascendente:

1. Atracción orgánica, vital, vegetal, animal. Esplen-


dor en la hierba. Y mineral, pues mueve al sol y a
las demás estrellas.
2. Enganche emocional. ¡Ay Francesca!
3. La amistad cultivada como un jardín. ¡Cuánto te
debemos, Epicuro!
4. El intercambio libidinoso de ideas y pensamientos
teniendo, por arriba, la verdad, y, alrededor, las ta-
reas libremente escogidas y compartidas.

Me callo los otros tres; pero adelanto que ninguno


de ellos tiene que ver con la codificación de los afectos
que cada cultura hace, ni con los patrones de conducta
adquiridos en cada sociedad.
De un nivel a otro es más difícil subir que bajar; fá-
cil encerrarse en uno de ellos. Pero tú debes aprender a su-
bir y bajar, separando lo sutil de lo espeso.
Las vocales eróticas:

O:La mujer cerrada y sola. Soy la redondez del mun-


do, sin mí no puede haber Dios, papas y cardena-
les sí; pero pontífices no.
I: El hombre solo y frío.
U:La mujer abierta.
E: El hombre penetrando en la mujer abierta.
A:La pareja perfecta. Media mujer erguida y el hom-
bre entero se inclinan el uno hacia el otro para no
caer y morir. Se sostienen formando un ángulo que
LA CASA DEL VERBO 39

apunta hacia el cielo. Forman techo, casa; el piso de


arriba para Dios; el de abajo para el mundo; se se-
paran uniéndose a la altura del plexo solar, con un
vínculo que nadie puede comprender; ni siquiera
ellos mismos.

En Barquisimeto, el 48, en la escuela mixta de


Casta J. Riera, quien según Don Chío no era ni casta ni
Riera (le dejó la J.), una enviada de Madame Blavatsky,
hojeando la revista Alas, una enviada bella como la luna
llena de Safo y deslumbrante como el hermano mayor
de Francisco, nos dijo a nosotros, unos muchachos faci-
nerosos de mugrosa mollera, nos dijo: «la humanidad es
un pájaro que vuela con dos alas, la una masculina, la
otra femenina; la femenina ha estado hasta ahora dismi-
nuida en su impulso por sutiles amarres; por eso el pá-
jaro no ha hecho más que volar en círculos mezquinos.
Yo vengo a anunciar que a partir de hoy, el ala femenina
comienza a romper sus amarres. Cuando vosotros seáis
viejos, y espero que limpios, las mujeres habrán invadi-
do todos los campos antes reservados a los hombres, y
el año 2020, ojalá viváis para entonces, el pájaro volará
hacia su meta verdadera con dos alas de igual fuerza. Os
anuncio la Nueva Era».
Las siete palabras de la feminidad (no coinciden
con los siete niveles del amor):

1. A que no me alcanzas.
2. Quédate sumiso y obediente a mis pies, esclavo.
3. Sé un bebecito, que te voy a cuidar.
4. ¿Dónde podrás esconderte que no te alcance
mi venganza?
40 J.M. BRICEÑO GUERRERO

5. Tengo dos puertas. Te abro la del infierno.


Abre tú la del cielo.
6. Sin mí no puedes crear. Trátame bien.
7. Los que saben dicen ELLA cuando piensan en
Dios.

Si quieres ser coherente, renuncia a comprender.


Y a la visconversa.

DOS AGUAS VIVAS Y UN SOLO CAUCE

Viola violín violáceo violación violencia.


Ponen los niños a estudiar violín desde muy pe-
queños, los obligan los premian los castigan. Cuando
llegan a grandes lo abandonan para defender su integri-
dad, su derecho a la vida. O quedan convertidos en mons-
truos. Los violines largos del otoño hieren mi corazón con
una languidez monótona.
Yo había trabajado en Mérida hace muchos años
como profesor de violín. Después triunfé mundialmente
y me convertí en virtuoso internacional. Todos los años
toco en las más grandes y cultas capitales del mundo.
Pero no he olvidado a Mérida. Siempre vuelvo a dar
conciertos y cada vez que vengo venía el cura de Jají a
pedirme le tocara en la iglesia. Al fin accedí. Cuando lle-
gué al pueblito con mi smoking, mi corbatica y mi stra-
divarius, un domingo en la mañana, el cura me estaba
esperando con dos campesinos alpargatudos y ensom-
brerados, un hilo de chimó les salía de la comisura de los
labios y bajaba lento por la barbilla mal afeitada de la
arrugada cara. Éstos son los músicos que lo van a acom-
LA CASA DEL VERBO 41

pañar, dijo el cura. ¿Qué va a tocar?, quisieron saber


ellos. Pues repasé las partitas para violín solo de Juan
Sebastián Bach, no me quedó más remedio que decir.
¿Las par… qué? ¿De Juan Sebastián qué? Bueno usted
arranca y nosotros lo seguimos. Yo allí parado; esos al-
pargatudos detrás de mí con esos instrumentos de ínfima
calidad y destartalados; los arcos eran arcos por la fuer-
za de la palabra. Menos mal que no había testigos incó-
modos, ni fotógrafos, ni nadie estaba grabando. Arranqué
pues. Cuando oigo detrás de mí —casi me quedo parali-
zado— una segunda voz y una tercera que en nada que-
brantaban la armonía, más bien agregaban a la pieza una
dimensión inesperada, grata, feliz. Yo no soy capaz de ha-
cer eso y soy number one en el mundo ¿Hubo algún error
en mi formación?
Vielero vielista violero violinista, violonero fiddler
geiger.
Después de hacer una interpretación magistral del
concierto de Brahms para violín, el maestro José Fran-
cisco del Castillo, el mejor violinista que hemos tenido,
privilegio de nuestra generación poder oírlo, técnica y mu-
sicalidad en sumo grado, nobleza y profundidad de alma
que rechazó el oficio de virtuoso internacional para for-
mar violinistas, José Francisco del Castillo, amoroso
maestro, dijo al profesor Fulgencio Hernández, cuando és-
te hubo acompañado algunas piezas que nunca había oído
antes. Admiro y envidio su talento armónico. El profesor
respondió, yo por mi parte admiro y envidio la excelente
formación que usted tiene, además del talento.
Ay Neckar Ay Rin Ay Mar del Norte. Cosas más
grandes quisiste tú también, pero el amor nos doblega
a todos. Por mi pueblo pasaron unos saltimbanquis y
42 J.M. BRICEÑO GUERRERO

dejaron olvidado un violín. Las músicas acordadas que


tañían. Yo nunca había visto nada parecido, pero adivi-
né que era para tocar. Me lo puse en la boca del estóma-
go y comencé a darle con el arco pisándole las cuerdas
en el pescuezo. Saqué el himno nacional, los pollitos, sa-
qué tres ovejas en una cañada, al árbol debemos y niño
lindo. Ese muchachito tiene sentido para la música, me
mandaron a Rubio. Aprendí las notas aprendí a encara-
marme el violín en el hombro contra la vena arteria
aprendí cambios de posición de la mano izquierda y vi-
brato, aprendí los secretos del arco; a los quince años me
querían mandar para Bélgica con una beca. No puedo ir,
mi abuelita está grave, ella me crió, no quiero dejarla
morir sola; pero embuste, es que tenía una novia. Mi pa-
pá era abogado, cuando vio que a mí lo que me gustaba
era el violín dijo Para qué trabajo yo, me sacó de la es-
cuela y me mandó a Nueva York a estudiar con Ga-
lamian; allí me quedé hasta que el maestro dijo No tengo
nada más que enseñarte. Espero decir lo mismo algún
día a mis discípulos. Mi papá subió conmigo la cuesta del
Río Turbio y me llevó a la escuela de música, este mu-
chacho no quiere servir para nada, que se vuelva músico
que ése es oficio de vagos. Escoja instrumento, ¿le gusta
el violín? ¿En eso se puede sacar todo? Sí. Sí. Después fui
a Francia. Soy primer violín y he sido director de orques-
ta. Sí serví para algo. El general Gómez me dio una be-
ca. Le toqué a CAP con un violín remendado y él ordenó
que me dieran uno nuevo. Escójalo usted.
Fíjese bien, el violín es una mujercita estilizada y
el arco un falo transfigurado que le hace cosquillas. No, el
arco es un arco y el violín es una flecha transfigurada
para tumbar a los ángeles. Usted tiene una vulva en la
LA CASA DEL VERBO 43

frente y usted tiene ganas de matar; el violín lo que es es


un instrumento perfecto, no se le puede agregar nada ni
quitar nada después de Stradivarius. Stradivarius, Amatti
y Guarnerio tenían sus talleres en la misma calle del
pueblito. Amatti puso un letrero Aquí se hacen los me-
jores violines de Italia; Guarnerio puso un letrero Aquí
se hacen los mejores violines del mundo; Stradivarius
puso un letrero Aquí se hacen los mejores violines de es-
ta calle. El violín es demasiado agudo y muy estridente,
para tocarle a gente de sensibilidad obtusa; la viola es
más noble, para tocar en espacios pequeños a gente dis-
tinguida; el violín es una viola putiada.
Yo le llevé mi violín a un lutier de la Rue de Rome
en París para que le corrigiera el defecto que le impedía
dar un sonido bello. A los tres días me lo devolvió. Este
violín no tiene ningún defecto, no le falta nada; aunque
a decir verdad y a juzgar por el amo sí le falta algo: le
falta violinista. Pero el maestro del Castillo me dijo «el
violinista puede hacerse».
Sol re la mi, cuatro cuerdas, cuatro arcángeles, cua-
tro puntos cardinales, cuatro evangelistas. Cuatro humo-
res, cuatro vientos. Los trastes están en el oído del músico.
El arco es de pernambuco y cola de caballo, la tabla de
abajo y los armazones son de haya o arce, la tabla de arri-
ba es de abeto o cedro y aguantan doce kilos de presión.
En Mérida hacen violines de fresno como las lanzas de la
Ilíada. Mi violín es un violín de Ingres.
Rimbaud dijo: cuando esos hombres levantan el bra-
zo, es el infierno. Hay violinistas de violín olfativo; cuan-
do levantan el brazo un olor estridente asalta al compañero.
La música extremada por vuestra sabia mano gobernada.
Que soy la oveja perdida. Don Manuel, perdone que se lo
44 J.M. BRICEÑO GUERRERO

diga, pero usted algún día va a morir y entonces quién va a


tocar violín en las paraduras. Usted tiene diez hijos, por
qué no le enseña a alguno de ellos. Perdone, doctor, pero
nadie se vuelve violinista porque el papá sea violinista y lo
enseñe. Cómo no, se han visto muchos casos, los Marchán,
Juan Martínez es una potencia musical que se ejerce ante
todo por vía familiar, la familia Bach… Perdone otra vez,
doctor, eso será en otros países; en La Pedregosa aprende
el que quiere aprender; tiene que venirle de nación y tiene
que aprender en secreto; la primera vez que toca es porque
ya sabe. Pero ¿cómo aprende sin maestro? Aprende por el
sentido; el sentido lo va enseñando. Si no tiene sentido na-
die se lo puede dar y si lo tiene no necesita maestro. Cato
Havas, la excelsa violinista húngara, oyó a un gitano tocar
un violín de sonido angelical. ¿Qué se fiso aquel trovar?
Obra perdida de un gran lutier, pensó y gastó una gran su-
ma de dinero para comprárselo al astuto gitano que subía y
subía el precio. Examinado por expertos en París, el violín
resultó ser de serie, de ínfima calidad y en mal estado. ¿De
dónde le venía el sonido al gitano? La señora Havas aban-
donó los conciertos y montó una clínica para aliviar las neu-
rosis de los virtuosos y los terrores inconscientes que los
acosan. Los virtuosos que conocí envidian a los violineros
y lamentan no poder compartir la música del pueblo. Un ni-
ño sin talento en Berlín puede llegar a una pericia técnica
respetable gracias a los buenos maestros y las buenas es-
cuelas; si triunfa en grande, termina con suerte en la clí-
nica de la señora Havas. En cambio, la selección de un
violinero en La Pedregosa es, en algún sentido, darwinia-
na. Vocación poderosa, talento desnudo, disciplina autoim-
puesta. Además, el violinero está más ligado a la religión,
a la embriaguez y a la muerte que al arte como espectáculo
LA CASA DEL VERBO 45

o como recurso pedagógico de la educación sistemática.


Querer «rescatarlo» es hacerle violencia. Dos aguas vivas
que al mezclarse y contaminarse y enfermarse mutua-
mente conducen quizá a un futuro vigor de integración.
¿Quién cree eso? Yo sí. Yo no. Alma de cedro como el tem-
plo de Salomón. Ven del Líbano. Viola violín violáceo
violación violencia.

LOS TRES DISCURSOS DE FONDO


DEL PENSAMIENTO AMERICANO

Tres grandes discursos de fondo gobiernan el pen-


samiento americano. Así lo muestran la historia de las
ideas, la observación del devenir político y el examen de
la creatividad artística.
Por una parte el discurso europeo segundo, impor-
tado desde fines del siglo dieciocho, estructurado me-
diante el uso de la razón segunda y sus resultados en
ciencia y técnica, animado por la posibilidad del cambio
social deliberado y planificado hacia la vigencia de los
derechos humanos para la totalidad de la población, ex-
presado tanto en el texto de las constituciones como en
los programas de acción política de los partidos y las
concepciones científicas del hombre con su secuela de
manipulación colectiva, potenciado verbalmente con el
auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias
y socialismo con su alboroto doctrinario en movimientos
civiles o militares o paramilitares de declarada intención
revolucionaria. Sus palabras claves en el siglo pasado fue-
ron modernidad y progreso. Su palabra clave en nuestro
tiempo es desarrollo. Ese discurso sirve de pantalla de
46 J.M. BRICEÑO GUERRERO

proyección para aspiraciones ciertas de grandes sectores


de la población y del psiquismo colectivo, pero también
sirve de vehículo ideológico para la intervención de las
grandes potencias políticas e industriales del mundo en
esa área y es, en parte, resultado de esa intervención: sólo
en parte, pues responde también, poderosamente, a la
identificación americana con la Europa segunda.
Por otra parte, el discurso cristiano-hispánico o dis-
curso mantuano heredado de la España imperial, en su
versión americana característica de los criollos y del sis-
tema colonial español. Este discurso afirma, en lo espiri-
tual, la trascendencia del hombre, su pertenencia parcial a
un mundo de valores metacósmicos, su comunicación con
lo divino a través de la Santa Madre Iglesia Católica
Apostólica y Romana, su ambigua lucha entre los intere-
ses transitorios y la salvación eterna, entre su precaria ciu-
dadela terrestre y el firme palacio de múltiples mansiones
celestiales. Pero en lo material está ligado a un sistema
social de nobleza heredada, jerarquía y privilegio que en
América encontró justificación teórica como paideia y
en la práctica sólo dejó como vía de ascenso socioeco-
nómico la remota y ardua del blanqueamiento racial y la
occidentalización cultural a través del mestizaje y la edu-
cación, doble vía simultánea de lentitud exasperante, sem-
brada de obstáculos legales y prejuicios escalonados. Pero
si el acceso a la igualdad con los criollos quedaba, en la
práctica, cerrado para las grandes mayorías, el discurso
en cambio se afianzó durante los siglos de Colonia y
pervive con fuerza silenciosa en el período republicano
hasta nuestros días, estructurando las aspiraciones y am-
biciones en torno a la búsqueda personal y familiar o clá-
nica de privilegio, noble ociosidad, filiación y no mérito,
LA CASA DEL VERBO 47

sobre relaciones señoriales de lealtad y protección, gracia


y no función, territorio con peaje y no servicio oficial
aun en los niveles limítrofes del poder. Supervivencia
del ethos mantuano en mil formas nuevas y extendidas
a toda la población.
En tercer lugar, el discurso salvaje; albacea de la
herida producida en las culturas precolombinas de Amé-
rica por la derrota a manos de los conquistadores y en
las culturas africanas por el pasivo traslado a América en
esclavitud, albacea también de los resentimientos produ-
cidos en los pardos por la relegación a larguísimo plazo de
sus anhelos de superación. Pero portador igualmente de la
nostalgia por formas de vida no europeas no occidentales,
conservador de horizontes culturales aparentemente ce-
rrados por la imposición de Europa en América. Para es-
te discurso tanto lo occidental hispánico como la Europa
segunda son ajenos y extraños, estratificaciones de la
opresión, representantes de una alteridad inadmisible en
cuyo seno sobrevive en sumisión aparente, rebeldía oca-
sional, astucia permanente y oscura nostalgia.
Estos tres discursos de fondo están presentes en to-
do americano aunque con diferente intensidad según los
estratos sociales, los lugares, los niveles del psiquismo,
las edades y los momentos del día.
El discurso europeo segundo gobierna sobre todo
las declaraciones oficiales, los pensamientos y palabras
que expresan concepciones sobre el universo y la socie-
dad, proyectos de gobierno de mandatarios y partidos,
doctrinas y programas de los revolucionarios.
El discurso mantuano gobierna sobre todo la con-
ducta individual y las relaciones de filiación, así como
el sentido de dignidad, honor, grandeza y felicidad.
48 J.M. BRICEÑO GUERRERO

El discurso salvaje se asienta en la más íntima afec-


tividad y relativiza a los otros dos poniéndose de ma-
nifiesto en el sentido del humor, en la embriaguez y en un
cierto desprecio secreto por todo lo que se piensa, se dice
y se hace, tanto así, que la amistad más auténtica no está
basada en el compartir de ideales o de intereses, sino en la
comunión con un sutil oprobio, sentido como inherente
a la condición de americano.
Es fácil ver que estos tres discursos se interpenetran,
se parasitan, se obstaculizan mutuamente en un combate
trágico donde no existe la victoria y producen para Amé-
rica dos consecuencias lamentables en grado sumo.
La primera de orden práctico: ninguno de los tres
discursos logra gobernar la vida pública hasta el punto
de poder dirigirla hacia formas coherentes y exitosas de
organización, pero cada uno es suficientemente fuerte
para frustrar a los otros dos, y los tres son mutuamente
inconciliables e irreconciliables. Entre tanto, las cir-
cunstancias internacionales del mundo tienden, por una
parte, a reforzar el discurso europeo segundo y prestan
altavoz al clamor de desarrollo acelerado hacia un orden
racional segundo apoyado por la ciencia y la técnica, pero
el discurso mantuano se esconde detrás del discurso eu-
ropeo segundo y negocia su continuidad con intereses de
las grandes potencias beneficiadas por ese estado de co-
sas, mientras el discurso salvaje corroe todos los proyec-
tos y se lamenta complacido.
La otra consecuencia es de orden teórico: no se logra
formar centros permanentes de pensamiento, de conoci-
miento y de reflexión. Los investigadores y pensadores de
América o bien se identifican con la Europa segunda de tal
manera que su trabajo se convierte en agencia local de
LA CASA DEL VERBO 49

centros ubicados en poderosos países exteriores al área,


o bien se consumen en actividades políticas gobernadas
por el discurso mantuano, o bien ceden al impulso poético
verbalista del discurso salvaje. Los esfuerzos científicos de
las universidades se desvirtúan en intrigas mantuanas; las
anacrónicas intrigas mantuanas no logran hacer contacto
con lo real extraclásico más allá de lo necesario para so-
brevivir, un cierto nihilismo caotizante impide la continui-
dad de los esfuerzos, y el conjunto de la situación aleja al
americano de la toma de conciencia integral de sí mismo,
de su realidad social, de su puesto en el mundo, de tal ma-
nera que mucho menos se enfrenta nunca auténticamente
a los problemas que el universo en general, la condición
humana en general plantean al hombre despierto.
Ante este panorama de discursos en guerra sin vic-
toria, sólo queda, en la perspectiva del presente, el esca-
lofrío estético catártico que produce la contemplación de
una tragedia, y, en la perspectiva del futuro, el genocidio
tecnocrático o la esperanza de una catástrofe planetaria
que permita comenzar de nuevo algún antiguo juego.
de
MATICES DE MATISSE
(2000)
VIERDOSDOC 98

MI HABITACIÓN DE MONJA tiene una ventana que


mira a la ciudad y, más allá, al mar. Digo habitación de
monja porque estoy en un convento dominicano. Mi ha-
bitación, más bien celda, contiene un escaparate, una ca-
ma pequeña y una mesa pequeña. El convento está
situado en una colina que desciende abruptamente has-
ta el fondo de un barranco, que exploraré, donde co-
mienza a subir abruptamente la colina de enfrente, la
colina de la ciudad. Entre la ciudad y yo, un descenso
brusco y un ascenso empinado, ambos cubiertos de ca-
sas erizadas de chimeneas, rodeadas de jardines casi tro-
picales con sus palmeras y trinitarias, cactus y cambures,
ropa recién lavada, puesta a secar en los balcones. Todas
muy limpias las casas, como recién pintadas, con teja-
dos intactos y terrazas floridas.
54 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Todavía no sé cómo describir la luz de la tarde en


el altísimo cielo. Sé que le gustó a grandes pintores.
Estoy al lado de la capilla que decoró Matisse, o quizá
ideó en su totalidad, y junto a la galería de los esbozos
suyos en carboncillo.
La hermana Myriam me espera para comer.
Cuatro monjas me sirvieron la cena. A mí solito.
Qué privilegio. Me sentí obispo. Loca si boba obispo.
Hay una manera —tal vez varias— de ir a la ciudad an-
tigua desde la capilla de Matisse sin bajar al abismo.
Hay un puente. Caminé por una sinuosa calle de partes
muy obscuras y partes muy iluminadas, hasta encon-
trarlo. Dejé en la residencia a mis cuatro acompañantes.
Iba solo. Ya llegando al puente, vi a mi izquierda un le-
trero «Oasis»; miré y no vi nada, casi me caí al no en-
contrar apoyo visual; bajé la vista y vi el techo de un
edificio de cinco pisos; las bajadas son bruscas; pero yo
seguí para atravesar el puente. En el medio miré hacia
abajo y sentí vértigo: el lejano fondo se perdía en la
sombra que la pálida luz de la luna en cuarto creciente
no penetraba; la baranda, muy baja, apta para suicidios
y resbalones mortales. Llegué por fin a la ciudad nueva
que rodea a la antigua. No quise explorar mucho y me
devolví por el mismo camino; más bien mañana, como
dicen los perezosos, o los prudentes. La hora de la ma-
ñana tiene oro en la boca.

SABTRESDOC.

En la mañana salí solo. Dejé otra vez en el con-


vento, con las monjas, a mis cuatro acompañantes. En
LA CASA DEL VERBO 55

plena luz del día y con sol brillante, bajé al abismo por un
camino, serpenteante tobogán, entre quintas —aquí las
llaman villas— construidas sobre terrazas. Internamente,
todas tienen varios niveles, terrazas internas, y entre casa
y casa, jardines en terraza. La distribución de las terrazas
es laberíntica. El camino tobogán es estrecho, pero sufi-
cientemente ancho para dejar subir autos a gran velo-
cidad; a menudo tenía yo que saltar hacia una terraza.
El ascenso es escarpado, más que el descenso, y
tortuoso. Pronto me encontré ante las almenas de la ciu-
dad vieja, toda de piedra, y entré por un portal ambiguo
—parecía más bien la entrada de una casa— y deambulé
por el dédalo de callejuelas medievales. Me gustaron las
ciegas, de doble, triple y hasta cuádruple ceguera, las que
se dividen y terminan ante puertas cerradas. Recuperarían
la vista si yo conociera a alguien que me abriera desde
adentro. En las videntes hay talleres de artistas, tiendas de
alfarería, ventas de artículos de hierro, fruterías, abastos,
bares, restaurantes, cafetines… Llegué a la catedral, a la
oficina de correos, a la alcaldía, todas frente a la misma
plaza; visité la catedral que tiene otra plaza por detrás y
una torre cuadrada, campanario con las campanas de
más dulce sonido que yo haya oído jamás. Endulzan las
horas y las medias horas al tocarlas. Siempre en otras
ciudades me han molestado las campanas de las iglesias;
aquí me placen.
No me explico por qué el cielo es tan alto ni por qué
la luz, en ese espacio inmenso, juega juegos tan pequeños.
No me explico tampoco cómo Matisse logró que le per-
mitieran hacer esa capilla tan distinta de todas las capillas,
tan violadora de todas las convenciones milenarias, tan
penetrable a la luz del cielo, con dibujos tan simples y a la
56 J.M. BRICEÑO GUERRERO

vez tan multisugerentes —dan pie hasta para asociaciones


pornográficas. Era ya viejo y estaba enfermo cuando vino
a este pueblo. Siendo ateo, convenció a las monjas de
que creía en Dios; ¡qué sinvergüenza! Aunque tal vez no
las engañó, sí creía en Dios, pero no dijo que para él,
Dios era Matisse. Lo acompañó y ayudó una bella mu-
chacha admiradora suya y quizás le calentó su lujuria de
anciano; pero ella lo abandonó disminuyendo en su jar-
dín una linda flor. Después de varios años la encontró
convertida en monja dominicana. Yo no me explico có-
mo el perico, teniendo un hueco debajo del pico, pueda
comer. No puede ser.
Le dije a Soeur Myriam que en Venezuela llama-
mos a las monjas hermanas de la caridad o hermanitas o
sor Fulana; pero que en España había oído llamarlas ma-
dres; y le pregunté cómo debía yo llamarla a ella. Me dijo
de inmediato «Hermana, basta» como huyendo del otro
apelativo ¿será porque el incesto adélfico es menos grave
que el edípico?
Sólo a Matisse reconoció Picasso como rival digno,
y le temió. Con razón. Picasso procedía por instinto, por
movimientos corporales, por agudeza de la vista. Su ge-
nio era carnal, sensual, sanguíneo. Matisse se le escapaba
porque Matisse era intelectual, cerebral, abstracto. Ni el
ojo, ni la mano, ni la tela, ni el pincel le enseñaron nada.
Aprendió a pintar leyendo notas de Leonardo y pensando.
Muchos creen que los pintores no piensan. Error.
Serán argunos.
de
ESA LLANURA TEMBLOROSA
(1998)
1715

EL MAR ESTÁ SERENO HOY. Serenísimo. En las playas


arenosas parece un lago, las olas, leves, no se rompen, no
forman espuma. En los cabos, promontorios y peñascos
el asalto es suave y como por cumplir, casi caricia. Como
los asaltos amorosos amansados por la rutina, el cansan-
cio o el desencanto. Sin embargo caminando cerca del
agua no estuve en total tranquilidad porque temía el en-
crespamiento repentino y el latigazo de las olas, y porque
en el mar interior había dolorosa agitación.
Todo el tiempo hay pescadores de caña en los pe-
ñascos y pescadores de red en botes. Forman parte del pai-
saje. Pero hasta ahora no he visto que hayan atrapado pez
alguno. Se parecen a la imagen de Heracles en el Hades
que asumía todas las posiciones de combate, esgrimía sus
armas, hacía los movimientos de defensa y agresión sin
60 J.M. BRICEÑO GUERRERO

oponente. Lucha ficticia, porque el verdadero Heracles es-


taba en el cielo, brillante constelación, donde ya no era
cuestión importante pelear.
No he logrado expresar la impresión del mar sobre
mí. Del mar visto así desde las almenas de un castillo.
Ese llano tembloroso, penetrable. Esa extensión donde
no se puede sembrar ni cosechar. La inmensa obscuri-
dad poblada por dentro, ese otro mundo del agua. Yo del
aire. La posibilidad onírica no sólo de la caída en lo pro-
fundo, el ahogo, sino también del surgimiento temido,
del aflorar de monstruos. No los animales conocidos te-
me alguien en mí, sino bestias feroces no descritas por
los submarinistas, nunca vistas tal vez. Para mí el suelo
firme de Nutrias.
Por otra parte debo reconocer, en esa sensación de
peligro y amenaza, un encanto, una fascinación. La belleza
de lo terrible. La atracción del abismo.
Pensándolo bien, el mar ya estaba en mí. Lo conocía
antes de conocerlo. Conocía también ese desconcierto, esa
perplejidad que ahora siento frente al Mediterráneo. Tien-
do a creer que las cosas externas, la naturaleza toda, el uni-
verso están en mí, que yo contengo todas esas cosas, que
mi conocimiento es un reconocimiento. Pero yo mismo
no soy ninguna de esas cosas ni su conjunto ni su uni-
dad. Soy sólo presencia. Antes creí que también era ac-
ción, intervención, creación. Ahora veo que todo lo
actuante en mí es también parte del universo. A veces
me molesta el orden-cosmos-mundo y siento una espe-
cie de nostalgia del caos, de ese gran bostezo sin man-
díbulas, anterior a la tierra de ancho seno y al amor.
Presencia atrapada por el mundo. ¿El mundo la consti-
tuye o existiría sin él? ¿O es ella la que constituye al
LA CASA DEL VERBO 61

mundo? Mis únicos tesoros son el alma y la palabra; pero


el alma es salvaje y la palabra no se deja domar.

1826

Admiro al joven sentado junto a ti. Halcones sutiles


salen de sus ojos, pájaros del paraíso vuelan en tu mano.
Tu sonrisa aroma tus palabras, no las oigo, las huelo.
El roce de su rodilla en la tuya. Un fuego leve co-
rre bajo mi piel. Te habla quedamente. Una soñolienta
languidez entorpece mi inteligencia.
Tengo el poder de convertirme en todo lo que amas.
No podrás escapar de mí. Sólo en ti misma no quiero con-
vertirme, aunque mucho te amo. No quiero ser tú, serte,
sino amarte y ser amado por ti.
Admiro a la joven sentada junto a ti. No te pierdas
en ella para que yo pueda mirarla desde tus ojos y es-
conderme en tu mano cuando la toques.
Ni celos ni recelo ni rivalidad ni humillación ni dolor.
Yo soy él fácilmente, él es yo. No es peligro para
mí que otros te amen ni que tú ames a otros porque no
existe otro que no sea yo. Mi peligro es confundirme
contigo. No quiero volver a la unidad. Viva siempre esa
diferencia que nos separa y nos obsequia el amor.
No hay amor sin separación. Sólo por platónico
error desean unirse y confundirse los amantes.
62 J.M. BRICEÑO GUERRERO

1200

Me preguntó si los artistas residentes en La Napoule


eran de primera o de segunda.
No sé qué responder, no sé lo que entiendes por ar-
tista de primera.
Él: De primera es el que sabe salirse de la casa y
volver a entrar. De segunda es el que se mantiene dentro
de la casa.
Yo: ¿De qué casa hablas?
Él: ¿De cuál va a ser? De la casa de la cultura.
Estamos protegidos de la intemperie física y metafísica
por el armazón de las instituciones, los prejuicios, los pa-
trones de conducta, la moralidad convencional. El reli-
gioso techo. Las creencias. La voluntad encerrada por la
necesidad y el deseo. La hipnosis de los prestigios. Los
banquetes del mezquino poder.
El loco se sale y no sabe cómo regresar. El artista
de primera sale y vuelve a entrar trayendo objetos mara-
villosos y un toque de locura en el alma. A veces pudiera
tardar en regresar, o no regresar.
El criminal se sale e intenta destruir la casa. El ar-
tista de primera debilita las bases de la casa pero facilita
su reconstrucción, ampliación, renovación; conserva sin
embargo una señal de crimen en la frente.
Se conoce al artista de primera por su cercanía con
el loco y el criminal. Por la maravilla y el terror.
El de segunda es un burócrata del arte, un admi-
nistrador y repetidor, un copista e imitador de las obras
primeras.
Por lo general, en la casa de la cultura se protege a
los de segunda. Los de primera son peligrosos.
LA CASA DEL VERBO 63

Yo: Dame tiempo para asimilar lo que dices y apli-


carlo. Pero desde ahora te digo que hay artistas muy bue-
nos con una vida tranquila, serena y ordenada.
Él: No te confíes. La procesión anda por dentro.
Debajo de las hojas está la culebra. Aun los de segunda
están en la frontera de lo convencional. Un pequeño des-
liz y no los reconoces. Los artistas son una tribu salvaje.
de
DIARIO DE SAORGE
(1997)
H3

NO SÉ QUÉ DECIR con firmeza.Mi sentimiento es


que el verdadero filósofo, el verdadero científico, el ver-
dadero artista no caben dentro de ningún orden; hay al-
go en ellos de esencialmente subversivo. La filosofía, las
letras, las ciencias han encontrado acomodo en las uni-
versidades por el servicio que prestan a profesores e in-
tereses de la sociedad en tanto que administradoras de
una herencia y de una disciplina, no en tanto que incu-
badoras de genio; éste casi siempre queda mal parado,
por lo menos en un principio.
Me parece notar en el mundo occidental moderno
a prescindir de los grandes creadores por nacer y a bu-
rocratizar la administración de las «actividades creado-
ras» sobre la base de una mediocridad subvencionada
con centros de decisión influidos por las ideologías
68 J.M. BRICEÑO GUERRERO

dominantes. Tal vez no pueda ser de otra manera. El cre-


ador verdadero no puede nunca ser querido porque de-
sordena e intranquiliza.

PX

El cielo me cuenta tus estados de ánimo


me habla de tu fiera alegría
de tus exaltaciones y esplendores
me deslumbra con las noticias de tu ingenio.
El cielo me cuenta tus estados de ánimo
me dice cuándo sufres cuándo te encierras
en hondos grises cuándo desesperas
en dónde se esconden tus ojo para soñar
cómo y por qué abandonas los brillos y fulgores.
El cielo me cuenta tus estados de ánimo
me hace escuchar los pasos de tu mente
por los matices de la meditación
desde los desconciertos y las quejas
desde las rebeldes protestas la subversión
hasta la paz profunda la quietud
de las suaves comprensiones
la calma la bonanza.
Yo le agradezco al cielo esos mensajes
pero le guardo rencor por no ser tú
deseo que lo quiebre lo haga trizas
lo disperse lo anule lo aniquile
la tempestad de tu presencia.
LA CASA DEL VERBO 69

B9

Eres el único río que yo no cambiaría por el mar.


Eres el único sonido que yo no cambiaría por el silencio.
Eres lo único finito que yo prefiero a lo infinito.
Eres lo único humano que prefiero a lo divino.
Eres lo único mortal que prefiero a la inmortalidad.
No te quiero por tu belleza, aunque sin ella yo no po-
dría justificar el universo.
No te quiero por el placer de nos damos el uno al otro,
aunque sin él la vida es muerte.
No te quiero por nuestras interminables conversacio-
nes afectuosas, aunque sin ellas no le veo sentido a
la palabra.
No te quiero por los recuerdos de otras vidas que se su-
man a ésta y alimentan la gracia del encuentro, aun-
que sin ellos yo no tendría identidad ni tú tampoco;
hijos somos de la memoria.
Te quiero por el vacío en ti que nadie llena.
Te quiero por el dolor de ser que te atraviesa.
Te quiero por la inútil espera, el abandono, la carencia
de Dios, el desamparo.
Por aquel diecisiete de marzo cuando vimos el paren-
tesco horrible que nos une.
de
ANFISBENA. CULEBRA CIEGA
(1992)
TIEMPO, GRAN ANIMAL ELÁSTICO, te alargas y te es-
tiras más y más; pero tú también tienes amo; el sol ado-
lescente sube más y más; cuando la sombra de la
catedral se baje de la casa cural no podrás impedir que
comience la misa de diez.

37

Había un reloj pegado al púlpito. Faltaba mucho


todavía para las diez. Me paré detrás de una columna.
Los rayos del sol ahora eran oblicuos y uno pegaba en el
cuadro del viacrucis que me quedaba cerca; el rayo era
de color indefinido, más bien morado. El cuadro repre-
sentaba a Cristo con la cruz a cuestas. Lo habían escarne-
cido y azotado. Adivina quién es el que te pega; extraño
carnaval: a que no me conoces. ¿Qué es la verdad?
74 J.M. BRICEÑO GUERRERO

¿Y por qué tan solito? Ahora caminaba con esa enorme


cruz a cuestas. Debió ser largo el camino desde el palacio
de Pilatos hasta la colina de la calavera. Con un manto y
una corona de rey bufo. El cetro era la cruz. Descalzo. Una
vez se echó a perder la bomba; yo me propuse como vo-
luntario para ir al río a traer agua. «Ud. todavía está muy
pequeño para eso». No, yo puedo. «Vaya pues». Cogí dos
baldes como hacía Felipito, los llené. De regreso cami-
naba con un balde en cada mano, orgulloso por hacer co-
sas de muchacho grande, pero el camino comenzó a
alargarse y el tiempo a estirarse. Yo contaba los pasos,
uno, dos tres… hasta cincuenta y me paraba a descansar.
Soy nieto del general Guerrero.
Uno dos tres… hasta cincuenta. Uno dos tres…
hasta veinticinco. Larga pausa. Uno, dos, tres… hasta
diez. Entre montes y remontes de todas las tradiciones.
Cuando creyeron quizás que se cansaba su brazo, hizo
en la América un trazo y, volando casi loco, con aguas
del Orinoco fue a regar el Chimborazo. Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, pausa. Pero Cristo no se paraba, no lo de-
jaban. Un, dos, un, dos, un, dos… A la salida del pueblo
vas a ver la cuesta de la calavera. Un, dos. ¿Dónde esta-
ba la gente que lo amaba? Estaba allí, mirando. No po-
demos defenderlo, necesitamos quien nos defienda a
nosotros; él era nuestra esperanza y ahora resulta que no
puede ni siquiera defenderse a sí mismo. Mi reino no es
de este mundo; si lo fuera, pediría a mi padre legiones
más numerosas y más fuertes que todas las legiones de
Roma y de mil Romas, y él me las enviaría. Pero en mi
reino las diferencias no se dirimen por las armas. «En-
tonces ¿a qué viniste?». «No he venido a traer la paz sino
la espada. No he venido a abrogar la ley sino a cumplirla».
LA CASA DEL VERBO 75

«No entiendo, Señor. No se trata de entender: mi reino es


comparable a un pastor que abandona noventa y nueve ove-
jas para buscar una sola oveja perdida». Un, dos, un, dos…
El rayo de la luz indefinida, más bien morado, que
venía del vitral, abandonó la imagen del portador de la
cruz y bajó en dirección al piso; la luz de otro vitral más
alto se acercaba al cuadro, un, dos, un, dos… Faltaba
mucho para las diez. Me arrodillé en un banco cercano
al púlpito, frente al reloj, cerca de una columna, con los
ojos bajos como para rezar, podía alzarlos en cualquier
momento para ver la hora. La gente respeta al que reza,
no lo molesta, casi ni lo mira, como si el mirar fuera
irrespetuoso, sobre todo si está arrodillado cerca de una
columna, como si se fundiera con ella de alguna mane-
ra y contribuyera a sostener la iglesia. El papa tenía la
intención de excomulgar a Francisco de Asís, hermano
Francisco no te acerques mucho, pero durante la noche
vio en sueños una iglesia, a punto de derrumbarse, y a
un mancebo que la sostenía, un, dos, un, dos… entonces
no lo excomulgó. Era un buen sitio y una buena posición
para soñar. Vi un extenso territorio, plano, casi desierto
casi tundra, tunas cardones y cujíes hasta donde alcan-
zaba la vista y lechos secos de ríos otrora caudalosos. En
el centro de ese inmenso territorio había un huerto con
corrientes de agua cristalina y toda clase de árboles fru-
tales: mangos, mamones, naranjos, chirimoyos, gua-
nábanos, nísperos, tamarindos, semerucos; con taparos
y samanes de ramas aptas para soñadero; con trinitarias,
cayenas, magnolias, triandáfilas y orquídeas. A ese huer-
to lo rodeaba un seto vivo, impenetrable, de arbustos es-
pinosos, y en su centro un ser humano, perfecto y solo,
se adormecía en la delicia de su felicidad. No le faltaba
76 J.M. BRICEÑO GUERRERO

nada. No le sobraba nada. Descansaba sobre una colina


cubierta de hierba menuda. De debajo de la colina brota-
ban dos fuentes de agua cristalina, y fluían la una hacia el
oeste, la otra hacia el sur. Dos corrientes fluían hacia la
colina, la una del este, la otra del norte. Eran corrientes
vivas, no movidas por la gravedad sino por su propio im-
pulso voluntario. No vi hasta dónde llegaban las dos pri-
meras ni de dónde manaban las otras dos.
Abrí los ojos para ver la hora. Faltaba mucho to-
davía para las diez, pero los feligreses, fidelium grex, ya
habían comenzado a llegar y a instalarse en los bancos.
Algunos se persignaban con agua bendita, otros prendían
velas ante las imágenes veneradas mientras seguramen-
te formulaban algún voto. Los que se sentaron cerca de
mí cuchicheaban sus oraciones como si hablaran con la
boca pegada a la oreja de Dios. Cerré los ojos y vi de
nuevo el inmenso territorio, lejos del mar, lejos de la
montaña, y el gran huerto. El ser humano se había dor-
mido sobre la hierba menuda, disfrutando la delicia de
ser puro y perfecto; pero algo sorprendente estaba ocu-
rriendo: las cuatro corrientes de agua resultaron ser una
sola, anfisbena; salía de su fuente, de su cueva, debajo
de la colina, hacia el oeste y hacia el sur y luego regre-
saba por el este y por el norte hacía su fuente, hacia su
cueva debajo de la colina y las dos cabezas se besaban.
Me di cuenta de ese prodigio porque ella se salió comple-
ta, se elevó y formó el número ocho sobre el ser humano
perfecto, sobre todo el huerto, sobre todo el inmenso te-
rritorio casi desierto casi tundra, mientras sus dos fau-
ces de dragón se encontraban en el centro de la corriente
cristalina, sobre ella, ahora autónoma, independiente de la
tierra, fluida y coherente a la vez, y se besaban estre-
LA CASA DEL VERBO 77

chamente. En el punto donde las dos cabezas se besaban,


la corriente que venía del este salía de una boca y entra-
ba en la otra boca; una boca daba, la otra recibía; la co-
rriente continuaba hacia el Oeste y luego se doblaba en
arco de círculo hacia el norte; desde el norte bajaba ha-
cia el centro, pasaba al lado de las cabezas en ósculo y
seguía hacia el sur, luego se doblaba en arco de círculo
hacia el este, desde donde se dirigía hacia el Centro y
volvía a salir de una boca para entrar en la otra y repetir
el mismo circuito. Como en mi primera visión yo no ha-
bía visto ni el centro, porque estaba debajo de la colina,
ni la periferia, porque estaba oculta entre los árboles, me
había parecido que dos corrientes distintas salían del
centro, una hacia el sur y otra hacia el Oeste, y otras dos,
distintas también, afluían hacia el centro, la una desde el
este y la otra desde el norte; pero se trataba en realidad,
como ahora era evidente, de una sola corriente que en
uno de sus puntos pasaba de una boca dante a una boca
recipiente y no tenía fuente, era su propia fuente infinita.
Si tal anfisbena hubiera formado círculo, se hubiera visto
más claramente cómo se tragaba a sí misma incesante-
mente de boca a boca. Tal como estaba dispuesta, em-
pero, formaba un lazo con la forma del número ocho y
flotaba sobre el inmenso territorio escasamente poblado
de tunas cardones cujíes, sobre el gran huerto frondoso,
sobre la colina mullida de hierba menuda en el centro
del huerto, sobre el ser humano perfecto que dormía de
felicidad en la colina. ¿Qué pasaría si las dos bocas de-
jaran de besarse?
Una boca pegada a mi oreja izquierda cuchicheó:
«San Felipe, San Felipe, abájate del taparo, que las ra-
mas del samán te dan un mejor amparo». Era Andrés; se
78 J.M. BRICEÑO GUERRERO

había acuclillado entre la columna y yo. «Ven esta tarde


como a las seis, vamos a practicar boxeo Víctor y yo; de-
cídete a aprender, puede ser muy útil». Pero yo no que-
ría hacer ningún plan ni adquirir ningún compromiso;
era el día de la verdad, el día más importante de mi vida
hasta entonces, el día de las declaraciones, el día del
gran encuentro; quería dejar todo abierto, estar disponi-
ble para todo. «Hoy no puedo, yo te aviso, gracias», le
dije pegando mi boca a su oreja derecha, cuchicheando
y apretándole el brazo amistosamente.
Faltaba mucho todavía para las diez. Me senté y
cerré los ojos. El cuerpo de la anfisbena no tenía esque-
leto, ni estructura interna de ningún tipo, sólo la forma
de corriente. Como las cabezas en ósculo no estaban li-
gadas a columna vertebral alguna, podían desplazarse a
lo largo de la corriente que era de agua y hubiera podi-
do ser de luz, ¡quién hubiera podido ser de luz!, y tal vez
era de luz líquida, una luz nutricia que aseguraba la lo-
zanía del huerto. ¿Qué veo? Se cuenta de Quevedo que
una vez, urgido por una necesidad fisiológica perento-
ria, lejos de su casa, en una ciudad sin retretes públicos,
la satisfizo en un zaguán, y que, al terminar, sostuvo con la
señora de la casa, atónita al salir y ver el espectáculo, el
siguiente diálogo:
¿Qué veo? Hasta por la mierda me conocen. Pero
eso es mucho. Quítele un poco. Le voy a dar parte a mi
marido. Si quiere lléveselo todo. ¿Qué veo? Las cabezas
en ósculo se desplazaban lentamente en el sentido de la
corriente. «Palo, palo, ¿no vites a Tolo-Tolo?». La dante
da menos, obviamente, y la recipiente recibe menos.
Consecuencia: el gran número ocho comienza a disminuir
de tamaño. Parece lógico: a menos dar y menos recibir
LA CASA DEL VERBO 79

corresponde merma: pero no, la cantidad de agua es la


misma. Dejo esto para pensarlo más tarde. Lo cierto es
que el gran ocho comenzó a empequeñecerse mante-
niendo su forma de ocho, el sentido de su corriente y el
lento desplazamiento de sus dos cabezas, en ósculo de
anfisbena autoerótica. Se empequeñeció tanto que se con-
virtió en un lazo como de corbata de lacito, pero mucho
más grande, y se le posó sobre la boca del estómago al ser
humano perfecto. Este dormía de felicidad boca arriba
con la cabeza hacia el noreste, de modo que los ojos del
ocho le sobresalían a ambos lados de la cintura, pues el ocho
había mantenido la relación inicial con los puntos cardi-
nales, mientras el punto de cruce le quedaba exactamente
sobre la boca del estómago.
Sentí un súbito retortijón en la barriga. Abrí los
ojos. Debí suponerlo: café con leche y arepitas fritas no
ligan bien con níspero. El morocho Rojas me mostró una
vez un hombre a quien llamaban del pedo indeciso; el
aspecto de la cara confundía al ingenuo gas digestivo
que no sabía por donde salir debido a la similitud de los
dos extremos y se quedaba irresoluto en la mitad del la-
berinto intestinal, dando a su dueño ese aire ambiguo de
quien va tal vez a eructar, tal vez a peerse. Pero el mío
estaba decidido a salir por debajo, tal vez con estrépito, en
abierta desarmonía con el lugar y las circunstancias. Peer.
v. i. (lat. pedere). Despedir pedos, ventosear. U.t.c.r.
Irreg. Se conjuga como creer. Este último subrayado es
nuestro. En Venezuela hay indios que celebran oficial-
mente certámenes festivos donde gana el que puede emi-
tir pedos más sonoros y más largos. Este certamen no ha
sido incluido todavía entre los juegos olímpicos porque
la tolerancia cultural no llega a tanto, ni el deseo de
80 J.M. BRICEÑO GUERRERO

aceptar valores estéticos no occidentales. El antropólo-


go francés que estudió este patrón cultural, practicaba la
observación participante y confiesa que ni su más es-
forzado empeño lo sacó del último lugar. Pero no estoy
entre esos indios. Si escuchan una bullita y sienten un
olorcito, soy yo. Pedo m. (lat. peditum). Ventosidad que se
expele del vientre por el ano.
El ano funciona como pito o flauta al expeler la
ventosidad intestinal cuando ésta es brusca y abundante
como ahora, temo, la mía. Para evitar el ruido indecen-
te recurrí al método tradicional. Pude haber salido, pero
no quería perder mi puesto. El que va pa Villa pierde su
silla. Me apoyé, pues, en una de las nalgas y, discreta-
mente halé la otra para aumentar el calibre del pito o por
lo menos disminuir la presión circular del esfínter. Salió
con un soplido sordo. Tuve la esperanza de que se que-
dara enfotado entre los pantaloncillos y los pantalones;
pero era sutil y su inconfundible fragancia me hirió el ol-
fato de inmediato. Al que primero le güelió, por debajo
le salió. Tin marín de dos pirigüelas, cúcara mácara títire
jué. Según Darío, este pueblo sufre de coprofilia y proc-
tolalia compulsivas, señal de homosexualidad reprimida
que así se sublima; señal también de mal gusto y de mez-
quinos intereses, porque se complace en lo orgánico ani-
mal y no procura elevarse hasta los logros específicos del
hombre por encima de su naturaleza biológica. He dicho,
que en la barriga tengo un bicho. El hombre sentado a
mi derecha se tapó la nariz con un pañuelo y miró con
no cristiano odio a la señora que le quedaba enfrente.
Debió poner la otra nariz. Un, dos, un, dos, un, dos…
Volví a cerrar los ojos. La anfisbena se había am-
pliado. Los ojos del ocho podían contener un hombre,
LA CASA DEL VERBO 81

¿qué digo? cada uno contenía una persona. El ser huma-


no perfecto se había dividido. Ahora eran dos: un hombre
y una mujer. Dormían. Las dos cabezas en ósculo de la an-
fisbena comenzaron a desplazarse lentamente contra el
sentido de la corriente. La Alighieri da más, obviamente,
y la perola recibe más. Consecuencia: el número ocho
comienza a aumentar de tamaño.
Parece lógico: a más dar y a más recibir corres-
ponde rendir más; pero no, la cantidad de agua es la mis-
ma. Dejo esto para pensarlo más tarde. Lo cierto es que
el pequeño ocho comenzó a agrandarse manteniendo su
forma de ocho el sentido de su corriente y el lento des-
plazamiento contrario de sus dos cabezas, en ósculo de
anfisbena autoerótica. Un, dos, un, dos… Se volvió a
poner donde estaba en un principio y yo volví a ver dos
corrientes que salían de debajo de la colina, una hacia el
Oeste, otra hacia el sur, y dos que afluían hacia la colina,
una desde el este, otra desde el norte. Sobre la hierba
menuda dormía ahora una pareja. Un, dos…
Ruido de muchos pasos a la entrada. Miro el reloj
del púlpito: cinco para las diez. Volteo la cabeza junto
con los demás; son las muchachas del colegio que entran
a discreción con la monja guía y se dirigen a los bancos
delanteros, reservados para ellas, donde suelen sentarse.
Un, un, dos, un, dos, dos, una dona, tena, catona…

38

Llegaban hasta el portón de la iglesia en fila, rom-


pían fila para entrar, salían a discreción, volvían a formar
fila para subir al autobús, tal vez las contaba la monja,
82 J.M. BRICEÑO GUERRERO

o para irse a pie: el internado no quedaba tan lejos; en to-


do caso estaban uniformadas; pero en esta ocasión, una
no tenía uniforme, ella. Me vio, dio la vuelta por unos
bancos que estaban un poco más separados que los de-
más, pidiendo permiso en voz muy baja y vino hasta mí.
De lo más tranquila se acercó a mi oído y me habló. Olía
a magnolia y almizcle. Hipómanes. «Hola, te he pensa-
do mucho; nos vemos un ratico a la salida y esta tarde te
voy a contar algo muy importante». Era fácil de movi-
mientos y de palabras, como María Inés, y caminaba en
belleza como las yeguas no domadas; la gente recogía
los pies y acomodaba las piernas para dejarla pasar co-
mo a una reina; delgada y grácil en su vestido estampa-
do cuello de tortuga manga larga falda hasta la mitad de
las canillas y en el pecho una flor, ella susurraba gracias
y pasaba dándoles el frente como quien bordea un ba-
rrial para no ensuciarse los zapatos. Se sentó en su puesto
y volteó la cabeza para mirarme; sonrió y se multi-
plicaron los lúmenes del templo, su cabello en catarata
conmovió los altares.
Me había dejado en la parte izquierda de la cabe-
za una especie de fuego casi líquido que me quemaba
dulcemente; me lo quité con la mano y me lo puse en los
bigotes. Andrógeno. La misa comenzó; vi que no podría
prestarle atención; entonces decidí repetir mecánica-
mente los movimientos del señor sentado a mi derecha
para pararme, arrodillarme, persignarme o sentarme se-
gún correspondiera en la liturgia. Veía la catarata de oro
alimentando los lúmenes del templo y estremeciendo le-
vemente los altares; pero alguien se sentó entre ella y mis
ojos y no la vi más. Cerré los ojos y vi en cambio, con
toda claridad, al ser humano perfecto ahora dividido en
LA CASA DEL VERBO 83

pareja. Es evidente que en un principio había sido an-


drógino, pero mi púdica mirada no exploró los detalles.
Era evidente ahora que se trataba ahora de un varón y
una hembra, una pareja, un casar. Se despertó, se desper-
taron. Vio desde el varón que estaba incompleto, imper-
fecto, fallo y que su mitad faltante formaba otro cuerpo.
Vio desde la hembra que estaba incompleta, imperfecta,
falla y que su mitad faltante formaba otro cuerpo. Sintió
vértigo él. Sintió vértigo ella. Como si estuvieran a punto
de caer en un abismo.
Dominus vobiscum. Et cum spiritu tuo. Cayeron el
uno hacia el otro mirándose a los ojos con los brazos ex-
tendidos, y las manos se entrelazaron. Entonces el ser
humano volvió a ser uno y perfecto, pero sólo mientras
las manos y las miradas permanecían cruzadas. Cada
uno se echó hacia atrás gozoso sostenido de las manos
del Otro y juntaron los pies formando una A invertida.
Una triple corriente salía de él por el ojo derecho, por el
brazo derecho, por el pie derecho y se metía en ella por
el ojo izquierdo, por el brazo izquierdo, por el pie iz-
quierdo y la inundaba toda. Una triple corriente salía de
ella por el ojo derecho, por el brazo derecho, por el pie
derecho y se metía en él por el ojo izquierdo, por el bra-
zo izquierdo, por el pie izquierdo y lo inundaba todo. La
triple corriente era una sola y la misma para los dos y gi-
raba de derecha a izquierda y los convertía en un solo ser
que se exploraba minuciosamente las dos mitades y se
hacía consciente de sus perfecciones. Al goce de ser per-
fecto, se agregaba el goce de saberse perfecto. La uni-
dad recuperada era más rica que la unidad inicial porque
era autoconsciente a través de la conciencia de las dos
mitades en dos sujetos separadas que se volvían a unir
por el conocimiento mutuo.
84 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Orate fratres. Así reconstituido, el ser humano per-


fecto no se sentía inclinado a dormir de felicidad, sino a
bailar como un trompo. En efecto, la corriente comenzó
a girar más rápidamente y ellos con ella, pequeño hura-
cán cónico sobre la hierba menuda de la colina, en el
centro del gran huerto, en el inmenso paisaje casi de-
sierto casi tundra, lejos del mar, lejos de la montaña; in-
fantil huracán de ventura. Se detenían para pasear por el
huerto tomados de la mano, disfrutar frutos y flores, ju-
gar al escondite, o dormir. El sueño es necesario para
descansar de la individuación, aun de la mejor. Mientras
estaban separados, la angustia y el vértigo los asediaban,
pero no podían apoderarse de ellos porque conocían el
camino de la unión. El amor era placer de perfección, re-
cuerdo del placer, anticipación del placer, ronda en torno
al placer voluntariamente retardado.
Pero la anfisbena, su nodriza, obedecía órdenes
muy altas y una vez, mientras el trompo, pueril tromba,
bailaba sobre la mullida hierba, le inoculó su veneno por
los pies, desde debajo de la colina. El hombre sentado a
mi derecha se apoyó en mí con todo su peso, lo sostuve
y me di cuenta de que se había dormido. Ciertas perso-
nas van a la iglesia a descansar de los afanes de la se-
mana, o bien el ceremonial ejerce un efecto soporífero
sobre ellas. Con la mano izquierda le digité las costillas
rencorosamente; con toda seguridad se había distraído y
adormilado desde hacía rato y no me había servido de
guía en lo de arrodillarse, pararse, persignarse, sentarse.
Despertó sobresaltado y miró a su alrededor, chasquean-
do los labios y la lengua. Con las manos entrelazadas en
estudiado aire de motolito, yo lo observaba con el rabillo
del ojo. Si se dormía otra vez le iba a dar un codazo.
LA CASA DEL VERBO 85

Mientras soñaba despierto, yo podía guiarme por el mur-


mullo que produce la congregación al cambiar de posi-
ción colectivamente, pero podía interpretar mal y pararme
cuando todo el mundo se sentaba o sentarme cuando to-
do el mundo se arrodillaba, con lo cual llamaría mucho la
atención; necesitaba un buen asistente a mi lado, no un
dormilón sinvergüenza. Mi alma llora por tu pelo que no
miro desde aquí, llora por bancos y velos que me sepa-
ran de ti. El morocho Rojas se hubiera mudado hace
añales para el banco que estaba detrás de ella. Estaba de
moda entre las muchachas no usar ni velo ni mantilla para
ir a misa; el pelo es el velo, decían. O tempora o mores,
a dónde vamos a llegar.
El veneno es la palabra. La conciencia mutua inme-
diata, la circulación del reencontrarse y compartir debió
convertirse en palabra. Sutil velo los separó, la palabra
mediaba. Nombres para todas las cosas, discurso articu-
lado. No bastaba ser y tener conciencia de ser; era nece-
sario decir. Restablecer con la palabra la comunicación
interrumpida por la palabra. Los pies y las manos se jun-
taban, las miradas se encontraban, pero la corriente ma-
ravillosa no circulaba si no la ponía en acción el discurso.
La palabra era la cuerda que hacía bailar el trompo. Largo
y difícil aprendizaje; pero el anhelo de unión, de per-
fección recuperada, agilizaba la lengua. Lograron en-
contrar la palabra justa para cada pormenor, para cada
movimiento, para cada emoción, para cada pensamien-
to, y crearon así el primer lenguaje. Lenguaje perfecto.
Eran perfectos, se conocían a sí mismos perfectamente
y podían decir sus perfecciones hasta girar de nuevo en
unidad perfecta. El trompo bailaba mejor que antes. El
hombre sentado a mi derecha me dio un codazo por las
86 J.M. BRICEÑO GUERRERO

costillas y me murmuró al oído, usted como que se está


quedando dormido, la iglesia no es para dormir. Kyrie.
No estoy dormido, le dije, estoy rezando. Es que se me
había olvidado cuchichear Ruibarbo, Ruibarbo. Si uno
cuchichea esa palabra todo el mundo cree que uno está
rezando. Pero en realidad es que el muy pillo quería ven-
garse. Ya me las pagará.
El cura se estaba trasladando al púlpito. Había lle-
gado la hora del sermón. La catarata rubia que intensifi-
caba los lúmenes del templo y estremecía los altares no se
veía ni por momentos ni por fragmentos, pero yo no soy
el morocho Rojas. No es frecuente, pero es lícito escuchar
un sermón con los ojos cerrados; el oyente parece estar in-
tensamente concentrado en el discurso y cierra los ojos
para evitar la perturbación de estímulos visuales. Pero yo
estaba muy cerca del púlpito y temí que el cura no lo en-
tendiera así, sino más bien creyera indispensable la per-
cepción de sus gestos y ademanes para captar su mensaje
en plenitud; además, podía estar muy orgulloso de su ges-
tualidad sagrada y no comprender que alguien se nega-
ra a disfrutarla. Podía incluso interpelarme y regañarme.
Menos mal que yo sabía soñar con los ojos abiertos,
aunque me costaba más. Primero le miré atentamente la
calva grasosa y reluciente, luego desenfoqué la mirada,
y de inmediato apareció ante mí el inmenso territorio,
casi desierto casi tundra, lejos del mar, lejos de la mon-
taña, y en su centro el huerto, y en el medio del huerto la
colina mullida y la pareja feliz recostada conversando
sobre la hierba menuda. Para gran asombro de ellos, que
nunca la habían visto como tal, la anfisbena, su nodriza,
se elevó en el aire con su forma de número ocho gigan-
tesco, se desenroscó adoptando la forma circular, las cabe-
LA CASA DEL VERBO 87

zas en ósculo se desplazaron en el sentido de la corriente y


el círculo se empequeñeció hasta quedar frente a la atóni-
ta pareja, como argolla de tamaño humano, con las cabe-
zas besándose en la parte superior. Aro Ulises. Ausente,
maestro. ¿Qué pasaría si las bocas dejaran de besarse?
¿Se derramaría la corriente? Dejaron de besarse, pero la
corriente no se derramó; quedó como una herradura con
los extremos hacia arriba; la corriente casi se movía y ca-
si no se movía, un leve temblor la estremecía y las bocas
hablaron a la pareja, hablaron a dúo, una voz era grave
y solemne, la otra era atiplada y jocosa.
El altísimo te creó para conocerse a sí mismo.
Primero cayó voluntariamente en forma de verbo tácito
del mundo, mientras se mantenía simultáneamente en su
infinitud no verbal. El verbo es el hijo. Tú eres una mi-
niatura del verbo y el Altísimo te habita, te rodea y te cons-
tituye dentro de su infinitud silenciosa. A ti te toca
convertir en palabra sonora el verbo tácito del mundo,
para esto fuiste creado. El verbo inconsciente del mundo ha
de volverse en ti palabra consciente y a través de ti el
Altísimo alcanzará la gloria de la conciencia verbalizada.
Tú quieres encerrarte en tu perfección y con gusto te hu-
bieras quedado eternamente en el disfrute de tu unidad.
Yo, tu nodriza, diosa de la palabra, te dividí en dos po-
laridades para enseñarte a hablar. Tus dos partes han
aprendido ya, se conocen la una a la otra y saben resta-
blecer la unidad mediante la comunicación verbal. Esa
fase del entrenamiento ha terminado y tú quisieras per-
manecer eternamente en ella gozando la acabada armo-
nía de tus dos mitades opuestas. Pero no es ésa tu
misión. Debes ahora renunciar a la unión contigo mismo
y voltearte hacia el mundo con las dos mitades separadas
88 J.M. BRICEÑO GUERRERO

para convertir en conciencia y sonora palabra el verbo del


mundo. Ya eres una miniatura del mundo, eres el micro-
cosmos, y al conocerte a ti mismo conoces en alguna
medida al mundo, pero la estructura del macrocosmos
no sólo es más grande que la tuya sino también más
compleja y diferenciada, incluso cualitativamente dife-
rente. Tu misión es convertir minuciosamente al inmenso
macrocosmos en palabra consciente hasta que entre ma-
crocosmos y microcosmos se produzca la unión que ya
has logrado entre tus dos mitades. Este huerto es un kin-
dergarten. Abandónalo. Renuncia al goce de la unión tu-
ya individual perfecta para alcanzar el goce mayor de la
unión total junto con el Altísimo, pues eres su órgano de
autoconocimiento. Este jardín de las delicias está rodeado
de un inmenso territorio, casi desierto casi tundra. Ex-
plóralo exhaustivamente y camina después hacia la mon-
taña, hacia el mar, hacia los desiertos verdaderos, hacia
las llanuras de hielo; penetra en los abismos de la tierra,
que es un astro, y vuela hacia todos los demás cuerpos
celestes. Tu tarea es multimilenaria, pero eres eterno co-
mo tu padre. Dispones de percepción infalible, dispones
de inteligencia clara y suficiente, dispones de sabiduría,
tres variaciones operativas de la palabra. La palabra será
además tu vehículo y tu arma, pues eres palabra hecha car-
ne. Yo, tu nodriza, te autorizo para comenzar tu tarea.
Levántate y anda, caballero de la palabra.
Las dos cabezas de la anfisbena cesaron de hablar.
El ser humano perfecto, ante tan singular e inesperado
discurso, respondió con dos bocas, a dúo. El discurso del
cura no me molestaba mucho porque yo lo había desen-
focado: yo sabía mirar sin ver y oír sin escuchar, como
quien oye llover; las ondas electromagnéticas llegaba a
LA CASA DEL VERBO 89

mis ojos y las ondas sonoras llegaban a mis oídos, pero


de ahí no pasaban; yo las excluía, y atendía a lo que me
interesaba; tuve tiempo de practicar este arte desde pe-
queño, asistiendo diariamente a la escuela. El discurso
del cura era un ruido de fondo; en primer plano se oía la
respuesta del ser humano perfecto, a dúo, la voz mas-
culina de tenor lírico, la femenina de soprano coloratura.
¿Por qué he de creer en ti, culebra de agua, culebra cie-
ga? Tal vez fuiste mi nodriza, pero yo puedo decidir ya
por mí mismo. Vuelve a tu tarea de regar el huerto, jun-
ta de nuevo tus cabezas, plántate en ocho. Si el Altísimo
quiere conocerse que se conozca, para eso es Altísimo;
no lo sería si necesitara de mí. La anfisbena bufó con un
bufido grave y otro agudo simultáneos y dijo a dúo:
«Insensato, ¿no ves que eres el ojo verbal del Altísimo?».
Luego adoptó la forma de una gamma minúscula y le tiró
una doble tarascada en la doble frente, la cabeza derecha
picó al hombre, la izquierda a la mujer, y por un instan-
te formó con ellos un ocho incandescente: les había ino-
culado la curiosidad por el mundo. Se retiró, se estiró,
volvió a su puesto habitual y circuló de nuevo en ocho.
Yo volví a ver dos corrientes que salían de debajo de la
colina, una hacia el Oeste, la otra hacia el sur, y dos co-
rrientes que afluían hacia la colina y se hundían debajo
de ella, la una desde el norte, la otra desde el este.
El cura se bajó del púlpito y se dirigió de nuevo al
altar con elegancia sagrada. Yo miré a mi vecino para de-
cirle en voz baja «Qué buen sermón», pero vi que tenía
los ojos cerrados. ¿Dormía? Tal vez se estaba haciendo
el dormido para sorprenderme si yo le digitaba las cos-
tillas. Por si las moscas, no le hice nada, por entre dos
cabezas enmantilladas vi un pedacito de sol rubio, como
90 J.M. BRICEÑO GUERRERO

cuando en la Avenida de las Ciencias, que va de Norte a


Sur, temprano en la mañana, el sol se cuela entre dos casas,
a mitad de cuadra, rayo de oro puro, y obliga al peatón a
detenerse para recibir ávidamente ese mensaje de ma-
jestad suprema. Agnus dei qui tollit peccata mundi. La
angustia y el vértigo del ser humano perfecto se dupli-
caron: las dos partes al separarse y mientras estaban se-
paradas sentían angustia y vértigo que se calmaban
cuando ellas caían la una hacia la otra y hacían el trom-
po. Ahora sentían, además, angustia y vértigo ante el
mundo: ante la naturaleza circundante y el cielo. Pero, si
caían hacia el mundo, ¿qué manos los iban a recibir pa-
ra hacer qué trompo? Afortunadamente, también la an-
gustia y el vértigo ante el mundo se calman cuando ellos
hacen el trompo, pero un no sé qué que quedan balbu-
ciendo quita la perfección al goce. El trompo tataratea.
Tienen que acelerar mucho para suprimir la falla.

39

El cura comienza la liturgia de la consagración. La


pareja en el huerto combate su duplicada angustia, su
duplicado vértigo, duplicando la frecuencia del baile,
duplicando la velocidad de rotación, y se las arregla así
para no cumplir la intimación de la anfisbena a pesar del
segundo veneno: la curiosidad. El primero es la palabra.
Mas la anfisbena era astuta. Una vez, cuando la
pareja dormía, despertó a la mujer y le habló con la ca-
beza de voz grave y solemne, mientras dejaba la cabeza de
voz aguda dormir sobre la hierba al lado del hombre dor-
mido. Eva, ¿dónde está Adán? ¿Somos hijos suyos o de
LA CASA DEL VERBO 91

Satán? A la mujer le gustó esa voz cálida, apasionada,


susurrante. Tu goce no es perfecto; queda siempre un pe-
queño algo que rompe la perfección; el veneno de la cu-
riosidad por el mundo sólo pone en evidencia que tu
unión con tu otra mitad no es todo lo íntima que pudie-
ra ser; si lo fuera, no habría veneno capaz de romperla;
esa posición sobre los talones, sosteniéndose de las ma-
nos, cada uno echado hacia atrás y rotando me parece in-
cómoda además de ridícula, incluso fatigosa ahora con
la velocidad duplicada. «¿Qué debo hacer?» dijiste, mu-
jer insensata. Cuando él, turbado por la doble angustia y
el doble vértigo, caiga hacia ti buscando el equilibrio en
la unión contigo, no extiendas las manos, apártalas más
bien y acuéstate sobre tu espalda, sobre la hierba menuda,
con las piernas abiertas; él caerá sobre ti, frente sobre fren-
te, boca sobre boca, pecho sobre pecho, vientre sobre
vientre; pon entonces tus brazos alrededor de él, levanta
tus piernas y cuida de que el miembro que él tiene en el
vértice de los muslos te penetre por una hendidura que tú
tienes entre las piernas; así la unión será perfectamente
íntima. Cuida también, sin embargo, de que la perfección
no estalle. El orgasmo es funesto. Descubre el punto óp-
timo del goce y no permitas que reviente y derrame.
Tú sabías, anfisbena falaz, que ella no sabría reco-
nocer, ni mucho menos gobernar, el momento supremo
del coito cuando toca su aguda campanilla el confíteor del
sexo. Con delicadeza y prudencia te retiraste, culebra de
agua, más interesada en cumplir tu misión que en repa-
rar sobre los medios. La mujer, doblemente urgida por
la angustia y el vértigo, acuciada además por la nueva
esperanza, despertó a su compañero. Según su costum-
bre, se pararon él frente a ella, ella frente a él, como
92 J.M. BRICEÑO GUERRERO

quien se asoma a un abismo insondable, pero cuando él


cayó hacia ella con los brazos extendidos buscando sus
manos, ella cayó voluntariamente hacia atrás y se tendió
sobre la yerba mullida de la colina con los brazos y los
muslos abiertos. Él sintió por instantes el supremo terror
de la caída infinita, pero luego se encontró tendido sobre
el cuerpo mullido de la mujer, frente sobre frente, boca so-
bre boca, pecho sobre pecho, vientre sobre vientre y ella
cuidó de que el miembro situado en el vértice de los mus-
los de él la penetrara por la hendidura que ella tenía entre
las piernas. Unión perfectamente íntima, íntimamente per-
fecta. Hoc est corpus meum, hic est sanguis meus; come-
dite omnes, bibite omnes. Se regocijaron en la tensa unión
y no sabían que su caída apenas estaba comenzando.
Jaculatoria. Breve pulso eyaculatorio. Reproducción.
No querías ver el mundo. Debes ver ahora de ese tercero
que salió de ti. De ese cuarto. De ese quinto. De ese sexto.
De ese séptimo. Y seguirás partiéndote ad indefinitum y
partido partiéndote no cabrás en el huerto y te verás for-
zado a emigrar, a conocer el vasto territorio, casi desierto
casi tundra, donde la luna llora sus congojas, para ganar
tu sustento, y no será suficiente y te verás forzado a es-
calar las montañas y a navegar el mar, y dividido divi-
diéndote, cayendo y recayendo en la ilusión del coito, en
el breve pulso del semen, explorarás desiertos verdade-
ros y vastas llanuras de hielo y los abismos de la tierra que
es un astro, y volarás a remotos sistemas solares fustiga-
do por la necesidad y el dolor y el deseo y la curiosidad,
muriendo y renaciendo en ráfagas, condenado a la erran-
cia insaciable. Te buscarás sin tregua a ti mismo, tu único
amor, para regocijarte en tu propia contemplación, ridícu-
lo narciso, pero no encontrarás la paz, sino la espada, tu
LA CASA DEL VERBO 93

propia espada y ella te partirá interminablemente. No qui-


siste cumplir tu misión voluntariamente porque te amabas
sólo a ti mismo; ahora la cumplirás involuntariamente,
porque en la búsqueda vana de tu propia felicidad ten-
drás que conocer exhaustivamente el mundo, ese mundo
que despreciaste, insensato, ese mundo que es el Altísimo
hecho verbo, tú lo conocerás y lo convertirás en palabra so-
nora, rebelde ojo verbal acribillado de visiones incohe-
rentes, hasta que construyas el auténtico amor y la pena te
amanse y te endulce y te madure y llegues a ser la
reconciliación del Altísimo consigo mismo.
«¡No serviré, no serviré!», decía el ser humano que
fuera perfecto por miles de millones de bocas obcecadas
de lujuria y sufrimiento, escupiendo palabras sacrílegas.
Mi vecino estornudó estrepitosamente, uno de esos es-
tornudos compulsivos irreprimibles. Todo el mundo se
volvió para verlo, yo también, inclinándome un poco ha-
cia atrás, no fueran a creer que era yo. Un moquito ver-
de y blanco esmaltado le quedó en la barbilla. Era una
gallina ética, pelética, pelempempética, pelada, peluda,
pelempempuda. Esa gallina ha de casarse con un gallo
ético, pelético, pelempempético, pelado, peludo, pelem-
pempudo. Ellos han de tener unos pollitos éticos, peléti-
cos, pelempempéticos, pelados, peludos, pelempempudos.
Según el morocho Rojas, el Señor impuso al hombre un
tributo diario de sudor, pero a la mujer, cuyo pecado era
mayor, le iba a sacar la sangre; ella regateó y el dios se-
mita le fijó gómodas guotas mensuales. Ahora sí la vi,
estaba en fila con las demás muchachas, pero sobresalía
por el pelo rubio, por no tener uniforme y por ser ella; to-
das llevaban una boinita: la rebeldía contra el velo era li-
mitada. Escúchame: yo tampoco serviré, no le creo a la
94 J.M. BRICEÑO GUERRERO

anfisbena que el hombre sea ojo verbal del Altísimo, ese


puesto le queda grande y tratar de ocuparlo es meterse en
camisa de once varas. Además, me parece blasfemia decir
que el Altísimo se inmunda y se enverba para conocer-
se, fonetizándose y haciéndose consciente a través de las
míseras palabras del hombre; si así fuera, no sería Dios.
Pero tampoco voy a caer en esa caída infinita de la re-
producción. El estado ideal es el anterior a la división, a
la inoculación de los dos venenos y a la cópula, el esta-
do anterior a las intervenciones de la culebra de agua,
madre de la angustia y el vértigo. Lo que nos toca a no-
sotros, amada, a ti y a mí, es recuperar el estado inicial
andrógino; nos separan de él las multimillonarias y mul-
timilenarias cadenas de las generaciones, pero a él nos
acerca el supremo anhelo sagrado. Nos casaremos, amada,
pero no practicaremos en ningún momento esos sucios
y repugnantes contactos carnales, beso de lengua, beso
negro, chupadas, penetraciones, esos fatigantes ejerci-
cios de frotación, esos asquerosos espasmos y derrames.
Ni siquiera esa danza del trompo que, además de ser ri-
dícula, exige para su ejecución imposibles destrezas acro-
báticas. Haremos juntos los trabajos impuestos por nuestra
condición mundanal en el seno de una humanidad caída y
cumpliremos piadosamente nuestros deberes; pero nues-
tro acto nupcial, mitad mía adorada, nuestra luna de miel
interminable consistirá en tomarnos de la mano, sin repa-
rar si es la izquierda o la derecha, cada vez que sea posi-
ble dentro de las circunstancias, y mirarnos a los ojos para
ir más allá de la historia, más allá de la curiosidad por el
mundo, más allá del lenguaje, más allá de la división, más
allá de la angustia y del vértigo; para unimismarnos en la
prístina gloria de nuestra perfección andrógina.
LA CASA DEL VERBO 95

Ite, missa est. Mi vecino y yo nos dimos hipócrita


y apresuradamente la paz. Todavía tenía el moquito verde
y blanco esmaltado en la quijada. Me dirigí con fingida
despreocupación hacia la puerta grande y me aposté a un
lado para esperar la salida de las muchachas del colegio.
Cuando ella salió vino directamente hacia mí. Se había
quitado la boina, tenía el pelo suelto y se lo quitó de los
ojos con un movimiento de cabeza que estremeció los lú-
menes del cielo. La monja se acercó a nosotros y pregun-
tó «¿Es él?»; ella respondió con una sonrisa ambigua y se
acercó más a mí. «Estás ojeroso, no has dormido bien, de-
bes cuidarte más; toda esta semana he pensado mucho en
ti, no sé por qué». Me di cuenta de que su mirada amable,
social, cortés dejaba entrever otra mirada escondida, más
profunda, atenta y comprensiva. Detrás de la segunda mi-
rada se emboscaba otra, pletórica de cambiantes esplen-
dores, enigmática y sabia. Debí mirarla con demasiada
intensidad y fijeza, se turbó, sus ojos parpadearon con ale-
teo de mariposa herida y el mundo entero parpadeó con
ellos como luz que agoniza. «Esta tarde te voy a contar al-
go muy importante y entenderás por qué no llevo unifor-
me». Yo también, pensé. El oro etéreo del sol me encandiló
desde su pelo suelto y en mis pestañas se enredaron fuga-
ces filigranas de fibrilado fuego.
de
EL PEQUEÑO ARQUITECTO DEL UNIVERSO
(1990)
QUINCE

POR SOBRE TODA GUERRA BELLA, bella es la guerra


contra los dioses. Desatada en mí la hostilidad, pude ver con
mirada implacable lo que la reverencia no vería jamás: el
candor de los dioses. Mienten a veces, pero sus mentiras
son infantiles; no saben engañar.
Con mirada implacable vi la docilidad de los dioses
a sus inclinaciones y rechazos. Las cosas luminosas les son
indiferentes por lo general, pero cada uno de ellos siente
atracción o repulsión ante ciertos objetos y no sabe resistir.
El dios Lamda, por ejemplo, gusta del eucalipto y del ene-
bro, la diosa Ro rehúye el semen de caballo, los gemelos
Myny buscan la espuma de alta mar cuando alguien la lle-
va a las montañas, Delta no puede acercarse al hierro fun-
dido, ni Epsilon al vino cuando rojea y esparce su color
por las habitaciones, Omicron corre despavorido ante el
100 J.M. BRICEÑO GUERRERO

almizcle y Pi se solaza en los ojos del tigre, Sigma em-


biste, derriba y desbarata toda construcción donde haya
elíxir paregórico y alcanfor sobre una tabla de planchar.
Uso nombres ficticios; si dijera los nombres verdaderos,
vendrían de inmediato.
Con mirada implacable vi el poder de figuras geo-
métricas, números, letras y sonidos sobre los dioses. Con
reverenda ya había logrado ver una relación de afinidad
y correspondencia. Sobre esa relación mis sacerdotes
habían diseñado los ritos de adoración; pero ahora veía
la relación de poder y comprendía por qué algunos ritos
eran efectivos y otros no. Mucho en las ceremonias era
innecesario: el principio activo era geométrico, aritméti-
co, gramático o musical y podía usarse solo. Los demás
ingredientes de las ceremonias no impresionaban a los
dioses, me impresionaban a mí mismo y me reforzaban
el estado de ánimo reverente que generaba el sentimiento
de humillación.
Con mirada implacable vi también que los dioses
tienen entre sí relaciones de atracción y rechazo. Podía li-
brarme de uno invocando al contrario: se ponían a pelear
y me dejaban a mí de testigo. O invocando al afín; se en-
tretenían el uno con el otro y me olvidaban.
Fue una guerra científica. La victoria se produjo a
través del conocimiento. La victoria consistía en poder
vivir sobre la convicción adamantina, lo más firme que
había encontrado, y en sus esplendores: No soy de mo-
mento más fuerte que ellos, pero mi linaje es más noble;
tengo derecho a una sede autónoma de reflexión, a un
trono de reino, sórdido tal vez, pero no servil ni súbdito
de nadie; tengo derecho al ejercicio de mi libertad.
LA CASA DEL VERBO 101

Envalentonado, disolví el sacerdocio y transformé a


los sacerdotes en científicos y técnicos de la siguiente ma-
nera. Al primero, al detector y calibrador de dioses, lo
convertí en investigador. Debía continuar su trabajo heu-
rístico, estar atento a nuevas manifestaciones divinas, di-
señar nuevos métodos de observación que incluyeran la
experimentación y hacer todo eso sin que la reverencia
ni el horror de lo numinoso le nublara la mirada.
Al segundo, al teólogo, lo pasé a un trabajo siste-
mático de clasificación y etología de los dioses, tal como
el que hacen los zoólogos.
Al tercero, el liturgo, lo convertí en técnico diseña-
dor de artilugios y dispositivos manipulatorios desnuda-
dos de todo el aparato ceremonial prestado a las religiones
tradicionales y limitados económicamente a lo eficiente.
Le puse de ayudante al cuarto, como encargado de tra-
bajos especializados.
Al quinto y al sexto les encargué el diseño de las
conductas más sensatas y prudentes para mantener mi li-
bertad al abrigo de la intervención divina y mi universo
—el nuevo que iba a construir— limpio de toda conta-
minación numinosa. Ningún dios flagrante invadiría
desde afuera mi vivir.
Al séptimo le ordené echar a la basura toda su ico-
nografía y toda su heráldica y dedicarse a la elaboración
de un lenguaje artificial, completamente formalizado, que
permitiera el manejo inequívoco de los conocimientos sal-
vadores, esos conocimientos aureolados por el prestigio
de la victoria. Las figurillas y sus constelaciones habían
perdido toda su fuerza; ya no hubo más fobias ni grimas
ni supersticiones ni cargas inesperadas de emoción que
privilegiaran un rasgo percibido ni temores inexplicables
102 J.M. BRICEÑO GUERRERO

ni aprehensiones absurdas ni hechizos misteriosos. Nin-


gún dios abscóndito invadía desde adentro mi vivir.
Me detengo para aclarar y subrayar algunos he-
chos. Obtuve la mayoría de los conocimientos liberado-
res durante la planificación, ejecución y uso del universo
teocéntrico, pero fue mi actitud de irreverencia, presidi-
da por la convicción adamantina, lo que les dio el sesgo
victorioso. Sin embargo, no hice ningún daño a los dio-
ses. Lo que hice fue marcar territorio; como los perros
y los pájaros. En nada disminuyó la majestad, la gloria,
el poder de los dioses. Yo los seguía admirando, más que
antes, porque ya no les temía. Creo, además, que son au-
tónomos y autosuficientes. No me necesitan. La existen-
cia de mi pequeño territorio independiente en nada puede
perjudicarlos. La manipulación se limitaba a tenerlos a
distancia o a tenerme yo a distancia. Una isla no perjudi-
ca al mar. Por otra parte ¿no era posible establecer más
tarde con ellos, relaciones de otro tipo? Después de todo
éramos parientes por línea de tiniebla.
Ocupé, pues, el trono de mi sórdido reino, sórdido
sí, pero no servil ni súbdito de nadie. Me sentí a mis an-
chas dentro de mi legítima autonomía. Me dispuse a
ejercer sin trabas mi libertad.
Mientras tanto, mis hábitos preparaban café en la ma-
ñana para entonar el cuerpo, recibían encargos, fotocopia-
ban, encuadernaban, emparejaban en la guillotina, ponían
títulos con letras de oro, entregaban pulcros volúmenes,
recibían el pago, compraban materiales y alimentos, me
bañaban, iban a la lavandería, daban paseos, satisfacían con
Manuela la necesidad fisiológica y afectiva sin intervención
de la diosa cuyo nombre ni aún entonces osaba pronunciar,
regateaban, se permitían ciertos lujos.
LA CASA DEL VERBO 103

Procedí al reconocimiento de mi territorio. Por to-


dos lados, la concavidad esférica de tiniebla donde moran
los dioses; en el centro, yo tiniebla entre los dioses y yo,
la parte luminosa de mí mismo, los seres mestizos de luz
y de tiniebla como yo, y los seres puramente luminosos.
En torno a mí (en torno a yo-tiniebla), el pálido
universo de reflexión donde se alzaban ahora las recien-
tes instalaciones tecnológicas operadas por pontífices y
flámines convertidos en científicos que, por cierto, efec-
tuaban a la perfección su trabajo teoapotropeico.
Mi tarea: rediseñar, redimensionar, reconstruir el
pálido universo. Para su trabajo cosmopoyético, la re-
flexión cuenta con el conocimiento luminoso, mediado
por los sentidos, el entendimiento, la imaginación y la
razón; cuenta con el conocimiento tenebroso inmediato;
cuenta con la pasión de unidad coherencia plenitud to-
talidad; cuenta conmigo que estoy agazapado en el fon-
do de mi cueva negra, atrapado en una diferencia que me
encarcela y me libera y me angustia.
Comienzo de nuevo el juego pero no todo es igual.
Soy dueño de mí mismo y de mis circunstancias.
Como estaba cansando y tranquilo en vez de poner-
me a trabajar me dormí. En sueños me vi de nuevo como
dios mostrenco y enfermo, expulsado de la sagrada noche
de los dioses. Tenía un ojo de zafiro resplandeciente y un
ojo negro como pozo profundo. Los nervios ópticos se
cruzaban en la cabeza transparente y descendían hasta
los dedos por el cuerpo transparente. Las manos amasa-
ban en el vientre barro de vísceras trituradas, mientras
las piernas se fundían en cola puntiaguda, mitad arena
mitad fuego, para trazar círculos violáceos, pentágonos
de nácar, áureos triángulos sobre un plano evanescente.
104 J.M. BRICEÑO GUERRERO

DIECISÉIS

Desperté y me levanté a trabajar. Mi reflexión se


había vuelto pura y cristalina, limpia de dioses. Mi uni-
verso sería un palacio de cristal. Lo fui elevando en to-
das direcciones desde el centro, consciente de cada
movimiento, dándome cuenta y razón de cada estructu-
ra, gobernando la disposición de las partes desde la uni-
dad cohesionante de la idea, y, cuando lo terminé, vi que
era bueno. Así pasé la mañana y la tarde del primer día
de libertad.
Observé que todos los seres luminosos, tenebrosos
y mestizos tenían en él un reflejo adecuado no sólo en lo
individual, sino también en cuanto a las relaciones de los
unos con los otros y su jerarquización. Disponía de una
representación completa de todo cuanto estaba fuera de
mí y se me hacía accesible por las dos formas de cono-
cimiento. No necesitaba viajar, porque en mi perfecto
universo de reflexión, tan simétrico tan racional tan cris-
talino, todo estaba representado con justeza.
Pero observé también, con asombro, que no podía
distinguir entre el original y su reflejo. Era como si el re-
flejo hubiera sustituido al original o como si nunca hu-
biera habido diferencia entre un original y un reflejo; tal
diferencia fuera una ilusión creada por la contaminación
numinosa, por mi primera actitud de hacer como si no
existieran dioses y por mi segunda actitud de recono-
cerlos y adorarlos; la postguerra —se dijera— ponía las
cosas en su puesto.
En tal caso —pensé— yo no había construido el
universo pálido de reflexión, sino que solamente lo ha-
bía descubierto y limpiado, o, mejor dicho, lo había des-
LA CASA DEL VERBO 105

cubierto al limpiarlo. Recordé las pirámides de Egipto.


Algunos egiptólogos afirman que ningún faraón las
construyó, que son herencia de una civilización anterior
en mucho a ellos, que el verbo construir de las inscrip-
ciones es una mala traducción, pues el verbo original
significa restaurar y adornar.
En tal caso —seguí pensando— sólo existen reali-
dad y conciencia. Yo me había equivocado; sin darme
cuenta había distinguido entre yo consciente por una
parte y realidad por otra, poniendo entre las dos el co-
nocimiento; éste se construía en el intento consciente de
pasar a lo real, como territorio intermedio más o menos
adecuado a su objeto, lo cual daba lugar a construcciones
sucesivas en una aproximación que no llegaría nunca a la
identidad. Ahora resultaba que la conciencia podía lim-
piarse a sí misma y acariciar lo real directamente. Lo que
yo había llamado conocimiento, en la medida en que era
verdadero, formaba parte de lo real aunque se presentara
en mucho como estructura de la conciencia. La concien-
cia no tiene estructura. Todo lo que se presenta como es-
tructura o como lo que sea ya no es conciencia —sino
objeto, está de lado de lo real.
Pasé la mañana y la tarde de mi segundo día de li-
bertad en esa confusión y vi que era mala.
Al amanecer me encuentro con la siguiente nove-
dad: el palacio de cristal, forma presente del pálido uni-
verso, abarca todo, también a los otros hombres, también
a Manuela y a los dioses, abarca todo y no depende de mí
en nada; la diferencia entre el otro y lo otro pierde im-
portancia, se trata en todo caso de otro. Abarca todo, ex-
cepto a mí. Quedamos solos él y yo. Como el viento
golpea los aleros de piedra sin hacerles daño y penetra
106 J.M. BRICEÑO GUERRERO

en las habitaciones de piedra sin alterarlas, sin hallar res-


puesta, así yo conciencia yo insubstancial acaricio las
aristas impasibles. El palacio ni siquiera es mío. No tengo
pareja. Viudo tenebroso, inconsolado, me pregunto, viudo
de quién, exiliado de dónde, príncipe de qué Aquitania
perdida. Qué reina olvidada me enrojeció la frente con
un beso. Así pasó la mañana y la tarde del tercer día de
libertad y vi que era atroz.
Al despertar recorrí el palacio en todas las direccio-
nes. Tenía la unidad de la esfera, pero sus compartimien-
tos interiores exhibían todas las formas poliédricas
regulares. Cada cristal individual dentro del gran cristal re-
petía especularmente las simetrías de todos los demás,
creando la ilusión de infinitud. Creando además toda
clase de ilusiones ópticas. La variedad de formas se com-
plicaba porque algunos eran transparentes incoloros, trans-
lúcidos incoloros, u opacos incoloros mientras que otros
tenían colores tenues.
Pasé la mañana y la tarde del cuarto día de libertad
estudiando la ingeniosa construcción del palacio y vi
que era aburrida. (Hypocrite lecteur).
Desde la madrugada me sobrecogió la triste com-
prensión: yo no tenía a dónde ir ni podía replegarme al
fondo de mis ojos. Estaba condenado cual fantasma a
frecuentar, rondar, merodear ese pálido universo ajeno,
guarida forzosa, querencia no querida, a espantarme a mí
mismo en los reflejos especulares, a repetir interminable-
mente un juego agotado en sus posibilidades, desde siem-
pre perdido. Yo sabía hacer la plancha eso me salvaba de
la inútil agitación; pero de nada me valía en lo fundamen-
tal pues no era ya cuestión de miedo, ni de engañarse con
ocupaciones, ni de multiplicar afanes innecesarios para
LA CASA DEL VERBO 107

ocultar verdades horribles. Aun distendido en plancha no


podía apartar de mis ojos las heladas simetrías de ese pa-
lacio, pues mi naturaleza consistía en que yo no podía ser
otra cosa que un rayo de atención dirigido hacia allá.
Además, mi diligencia de buscador y arquitecto había des-
nudado irreversiblemente ese hecho, de tal manera que
no podría ya más esconderme en enredos psíquicos ni en
enmarañamientos numinosos.
Así pasó la interminable mañana del quinto día.
Así pasó la interminable tarde del quinto día y yo mi-
rando, mirando, mirando. Me levanté tarde. Por primera
vez en mucho tiempo no hice café ni me ocupé de los en-
cargos pendientes, ni abrí el taller. Mis nobles y fieles
hábitos me estaban abandonando. Sentía de nuevo la in-
diferencia y el desapego que habían presidido mis años de
infancia y adolescencia. Me pareció que ya entonces yo
sabía obscuramente de esta libertad, de este mirar ab-
surdo y por eso las cosas de la vida no tenían para mí en-
canto ni atractivo.
Creí observar que el palacio de cristal se había vuel-
to más duro y más frío. Me invadió una forma suprema y
exquisita de abatimiento. No disminuyó mi estar ahí, pe-
ro una especie de inanición me impedía tomar cualquier
iniciativa, una debilidad hizo que me sentara en el suelo.
El cuerpo siguió respirando por cuenta de él, pero yo me
encontraba en total inanición y no hubiera movido un
dedo para evitar nada.
Tal vez alguien tocó a la puerta o era Manuela que
abría con su llave. Dejé de oír. En la sima del desánimo
me pregunté si había algo que tuviera para mí un interés
de cualquier tipo.
108 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Había pasado la mañana, había pasado la tarde del


sexto día de libertad. Vi que no podría dormir ni descan-
sar ya más. Me quedaría así, mirada yerta sobre universo
gélido, en agonía sin muerte, para siempre.
Recordé aquel nombre que no osaba pronunciar,
aquél de la diosa erótica que me había hecho caer en
cuenta de lo numinoso y había desencadenado la inves-
tigación terminada con guerra y victoria. Algo de trave-
sura infantil vibró en mí. Lo pronuncié.
Un rayo rojo y amarillo partió el palacio de cristal
en dos mitades con horrísono estruendo.
de
AMOR Y TERROR DE LAS PALABRAS
(1987)
ÁLEF

DESDE SIEMPRE la experiencia vivida en la palabra


me pareció más real que el contacto directo con las co-
sas. No sentí el lenguaje como representante del mundo
que los sentidos me entregaban, ni como camino hacia
él, sino como ámbito de una realidad más fuerte y más
cercana a mí. No sólo lo que yo percibía, también todo
lo que hacía y sentía mostraba signos dolorosos y grises
de inferioridad y exilio en contraste con la plenitud ver-
bal. Todos los seres eran para mí aspirantes obscuros a
una dignidad que sólo la palabra podía darles y hasta su
débil existencia provenía de sus nombres; una existen-
cia prestada, pues el centro de gravedad y de prestigio se
mantenía en los nombres.
En palabras fui engendrado y parido, y con pala-
bras me amamantó mi madre. Nada me dio sin palabras.
112 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Cuando yo comencé a preguntar: «¿Qué es eso?», no pe-


día la ubicación de una percepción en un concepto; pedía
la palabra que abrigaba y sostenía aquella cosa, para sa-
carla de la orfandad, para arrancarla de la precaria exis-
tencia suministrada por la palabra cosa, indiferente y
perezosa madrastra, y restituirla a su hogar legítimo, su
nombre, en el mundo firme de mi lengua. Hogar presta-
do, es cierto; pero único hogar al cual podían aspirar las
cosas, condenadas como estaban a vivir arrimadas en
la casa del verbo.
Si observaba atentamente, descubría que el mun-
do no verbal era un mundo constituido por la palabra. En
gran parte me lo entregaban los sentidos, sí; pero senti-
dos educados por la palabra. Los nombres de colores me
enseñaron una manera de percibir; ya adulto aprendí un
idioma con menos nombres de colores que el español; si
esa hubiera sido mi lengua materna, el mundo supuesta-
mente no verbal hubiera sido menos polícromo. Otro
idioma tiene ochenta palabras para designar diversos tipos
de arena y ninguna para designar la arena en general. Si
esa hubiera sido mi lengua materna, el amor mío por las
playas habría tenido dedos más numerosos y sutiles para
acariciarlas minuciosamente desde ojos expertísimos.
En los juegos infantiles, las palabras de rondas y diá-
logos hieráticos eran más importantes que los movimien-
tos de cuerpo y emoción: los producían y gobernaban; los
contenían y guardaban cuando no jugábamos; y ahora
los recuerdo como un cierto brillo cristalino en ellas.
Durante los bochinches del recreo y las peleas fur-
tivas en el aula, me herían más las palabras agresivas que
puñetazos, pellizcos, jalones de cabello, empujones, pa-
tadas y pedradas. El verso de Martí
LA CASA DEL VERBO 113

Cultivo la rosa blanca


en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para aquel que me arranca
el corazón con la mano,
en junio como en enero
cultivo la rosa blanca,

era más interesante que atender el jardín o ser magnánimo.


La frase: «Según opinión de muchos historiadores,
Cristóbal Colón, descubridor de América, nació en Génova,
ciudad de Italia; sin embargo, algunos investigadores mo-
dernos opinan que era español», me parecía más valiosa
que el descubrimiento de América y la vida de Colón.
Expresiones anunciadoras, preparatorias y acom-
pañantes del castigo como: «No sean hijos del rigor, Hoy
no está la masa pa’ bollo, Guerra avisada no mata solda-
do, Esto es la gota que rebosa la medida, Te vas a acordar
del día en que naciste, Me duele a mí más que a ti, pero es
por tu bien», me impresionaban más que la creciente ira
contenida de la madre y su descarga final.
A un compañero enfurecido que se abalanzaba so-
bre mí, le dije con gran desparpajo: «Pega, pero escucha»;
se detuvo asombrado, yo me fui porque no tenía nada
más qué decirle. ¿Qué más que esa poderosa frase lle-
gada por boca del maestro desde la antigüedad clásica?
Los dedos rosados de la aurora me gustaban más que
el amanecer. Fue por las tres Marías, el lazo abierto, las sie-
te cabrillas, el toro tuerto, la cruz de mayo, el cazador con
sus perros y la leche derramada, que me interesaron las
estrellas. Quise ver el mar porque en él no se podía arar ni
114 J.M. BRICEÑO GUERRERO

cosechar y era como un potro. No se crea, sin embargo, que


el encanto estaba en la metáfora, ese salto semántico
que tanto había de cautivarme más tarde.
Estaba sobre todo en las palabras mismas, en su
sonido, en las relaciones de sus sonidos, en el parentes-
co oculto de las letras, en la secreta correspondencia de
las sílabas, cómplices en un juego clandestino, de espalda
a los significados, o tal vez determinándolos, pero como
acción secundaria y parcial dentro de un hacer autóno-
mo, propio del lenguaje, independiente de nosotros y en
general inadvertido.
Así, por ejemplo, el relato de las fábulas y sobre to-
do las moralejas me dejaban frío; no así las expresiones:

Subió una mona a un nogal


y cogiendo una nuez verde
en la cáscara la muerde
con que le supo muy mal.
A casa del cerrajero
entró la serpiente un día
y la insensata mordía
en una lima de acero,

Sospeché que los poetas conocían esa red sutil y se-


creta de sentido y significaciones propia del lenguaje en
sí mismo, y que trabajaban desde ella, por ella, tomando
como pretexto los temas que trataban; de ella emanaban,
por lo menos para mí, el encanto y la belleza de los poe-
mas; eran buenos en cuanto ponían en juego y evocaban
intencionalmente la escondida entraña del lenguaje mien-
tras pretendían contar historias, descubrir situaciones,
expresar sentimientos o amonestar e incitar.
LA CASA DEL VERBO 115

Osé pensar que a Homero no le importaban mucho


ni los rencores del Pélida funestos, ni la nefasta belleza
de Helena, ni los urgentes manes de Patroclo, ni la alti-
vez inexorable de Áyax.
Osé poner en duda la devoción de Berceo por la
Santísima Virgen. Osé considerar secundarios a moros
y cristianos en los antiguos romances como a gitanos y
toreros en los nuevos.
Sobre todo en la adolescencia, cuando comencé a
leer poemas de amor, me pareció que los poetas no ama-
ban a las muchachas cantadas en sus versos, sino a una
esquiva doncella oculta en la palabra y relacionada sólo
ocasionalmente y por añadidura con las ingenuas recep-
toras de ese vicario afecto.
Me equivocaba sin duda. Me equivocaba tal vez.
Pero algo era claro: se mezclaban dos mundos, originario
el uno, derivado el otro, con servidumbre ilegítima no in-
frecuente del primero al segundo. Lo mismo ocurría cier-
tamente en el habla cotidiana; pero aquí se justificaba por
los imperativos de la necesidad y el deseo. De los poetas
cabía esperar la pureza. Yo era más radical.
En la infancia aprendí con placer nombres y prover-
bios de cuyo significado no quiero acordarme. Me gus-
taban los trabalenguas más que las golosinas. Paladeaba
hechizos y conjuros glosolálicos como si fueran carame-
los. Mi juego favorito era hablar en una lengua inventada
sobre la marcha: astrapalún galabir decía un compañero
y yo le respondía de inmediato paslacatar, iniciando así
un diálogo como nunca he tenido mejores; decíamos que
era francés o turco o chino según el parecido con el habla
de esos extranjeros, a quienes por cierto ponía yo más
cuidado, sin entender, que al maestro, entendiendo.
116 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Oír conversaciones de lejos era tranquilizante co-


mo el ruido de la lluvia y yo intentaba siempre oír rega-
ños y discursos como quien oye llover. Pero lo que más
me agradaba era quedarme a solas, sin testigos, para de-
satar las palabras de su significado, para soltarlas; repetía
en voz alta una palabra cualquiera y la seguía repitiendo,
a veces en grito pleno, a veces en susurro, hasta que per-
día todo contenido, toda referencia a las cosas. En un pri-
mer momento de liberación, la palabra «pelícano» podía
agredirme como una serpiente enfurecida y la palabra
«serpiente» acariciarme las sienes como el viento vera-
nero. Pero una vez en libertad completa, la voz repetida
rompía todas las estructuras de mi mundo y abría un ám-
bito misterioso de inminente peligro indefinible donde
resollaba el sagrado terror de la locura. Huía yo entonces
y esperaba horas, días o semanas hasta reunir suficiente
valor para volver.

IOD

Siempre tengo que aprender con muchos esfuerzos


y muchas penalidades lo que ya sé. El saber es como la
luz de la lámpara de querosén que alumbra poco cuan-
do la mecha es corta. Hay que sacar la mecha, lo cual es
siempre engorroso y a veces se quema uno los dedos,
porque se le ocurre hacerlo cuando ya es de noche, ne-
cesita luz y ya ha prendido su lámpara.
Yo lo sabía ya, sin darme cuenta y había hecho el
papel de tonto.
Una palabra sola, cuando es liberada de su signifi-
cado, no puede sostenerse y vuela rauda hacia su origen;
LA CASA DEL VERBO 117

pero una frase sí se sostiene porque tiene sentido en sí mis-


ma, aunque ese sentido no se conecte con nada que se
quiera decir. No es que nada; es que si quieres que te cuen-
te el cuento del gallo pelón. La frase a su vez se encuentra
siempre ligada a un discurso posible y todos los discursos
posibles calzan en el juego de la lengua, juego de sentido
propio, independiente de todos los significados.
Una cosa sola, cuando se separa de las demás, no
puede sostenerse y se esfuma en la tiniebla exterior; pero
un conjunto de cosas sí se sostiene porque está ligado a un
discurso que se conecta a su vez con el verbo-tácito-del-
mundo que le da sentido.
En la región más transparente, el verbo explícito
usado por el hombre y el verbo tácito del mundo llegan
a un encuentro y a un compromiso. Es el ámbito donde
pueden desplegarse las necesidades, los deseos y los inte-
reses del hombre que pertenece él mismo a los dos verbos
y los concilia, siempre de manera precaria y cambiante,
nunca en forma definitiva. Pero el hombre es distinto de
esos dos verbos, aunque esté siempre entre sus redes y
más particularmente en la región donde ha hecho su mo-
rada, en lo que concierne a su vida cotidiana ordinaria:
la región más transparente, discurso humano inserto en
el discurso de la naturaleza.
La amada no es una palabra, sino la palabra. La
amada no es una cosa, sino la naturaleza. Cada palabra es
un rostro de todas las palabras. Cada cosa es una aparición
de todas las cosas. Estar a solas con una palabra sola es
locura. Estar a solas con una cosa sola es morir.
A la luz de la lámpara de querosén con la mecha
bien sacada, escribí todo eso en un cuaderno nuevo y me
sentí poderoso. Cobraron sentido de nuevo para mí los
118 J.M. BRICEÑO GUERRERO

poemas y los paisajes, los estudios y los juegos. Había


recuperado la región más transparente y podía excursio-
nar fuera de ella sin terror. Además, mientras me apegara
a los dos verbos reunidos o a cada uno por separado, es-
taría al abrigo del terror tercero.
Siguieron días felices.
Por ese entonces fue el maestro de visita a mi casa.
Para que se entienda lo que dijo debo explicar que en esa
aldea y en ese tiempo la escuela era la casa del maestro.
Había una sala grande con mesas y pupitres donde una
veintena de niños varones asistían durante un período que
duraba entre cinco y nueve años según la voluntad de los
padres y la del maestro. La escuela era unitaria, es decir,
no tenía grados, pero el maestro asignaba sitios distintos
a los alumnos de acuerdo con su adelanto. Primero en las
mesas largas, después en los pupitres dobles y por último
en los pupitres individuales. En el mismo salón cada gru-
po de alumnos y a veces cada alumno hacía trabajos dife-
rentes, mientras el maestro tomaba la tarea llamándonos
uno a uno a su escritorio. Después venía a revisar lo que
hacíamos. Frecuentemente daba, para todo el salón, ex-
plicaciones elementales que los más grandes habían oído
muchas veces o explicaciones nuevas que los más peque-
ños no podían comprender; pero un letrero en la pared re-
zaba: repetitio mater studiorum scientiae et memoriae y,
para los consecuentes problemas de disciplina, otro le-
trero, encima del clavo de la palmeta, decía sin púdicos
latines: «La letra con sangre entra».
Durante la visita a mi casa, el maestro explicó que
yo sabía ya leer, escribir y sacar cuentas; conocía sufi-
ciente de historia y geografía; tenía nociones de ciencias
y letras. No había terminado todavía, nunca se termina;
LA CASA DEL VERBO 119

pero había que ir pensando en mi futuro. Tenía la prepa-


ración elemental; para ser un hombre de bien, faltaba
aprender un oficio. Aprender a sembrar y criar ganado.
Entrar como aprendiz en un taller de artesanía. Trabajar
en una oficina del gobierno. Conseguir puesto en la tien-
da grande para despachar y llevar las cuentas. Ingresar en
la banda. Acompañar a los arrieros de mulas para conver-
tirse en viajero de comercio. Pero él opinaba que yo debía
hacer estudios superiores. Si me quedaba en la escuela, lo
más que él podía hacer era enseñarme latín, griego, un
poco de hebreo y álgebra, por si quería ser ayudante de
él más tarde. Pidió además que me llevaran a su casa el
domingo en la mañana para tener una conversación con-
migo en privado sobre ese tema.
Hubo consternación en la casa. Si se le consigue una
beca, si el tío que vive en una ciudad grande, si más bien
no se queda aquí con nosotros, si los peligros y la corrup-
ción del mundo actual, si quien añade ciencia añade dolor,
si uno cría los hijos para perderlos, si ya tiene casa y siem-
pre hay oficio qué va a hacer en otra parte. Consternación
prematura, pues el maestro se había adelantado no poco
al momento real de la decisión.
Yo, por mi parte, hubiera querido no tener que to-
mar nunca decisiones sobre este punto sino seguir sien-
do niño siempre para proseguir mis investigaciones y
mis amores secretos.
El domingo en la mañana me encontré sentado en
la biblioteca del maestro. Nunca antes la había visto. Era
mucho más grande que la de mi casa. Me sentí cohibido
y honrado. No sabía qué hacer. La distancia entre el
maestro y yo era abismal. Me preparé para responder
preguntas como en un examen difícil. Pero el maestro no
120 J.M. BRICEÑO GUERRERO

me preguntó nada. De una manera que ni aún ahora en-


tiendo plenamente, fue acortando la distancia entre él y
yo hasta que me sentí cómodo y confiado. Me contó parte
de su vida. Cuando joven había querido ser cura o mon-
je y estudió en un seminario hasta casi tomar los hábi-
tos. Pero se enamoró y comprendió que no podría hacer
uno de los votos. No entendí; eran problemas de gente
grande, pero pensé que la muchacha debió parecerse a
la palabra «liguria» y que había volado a su origen por-
que a todas luces el maestro era soltero. Después de par-
ticipar en falsas revoluciones que lo decepcionaron,
escogió la profesión de maestro que lo había hecho feliz.
No entendí lo de las falsas revoluciones, pero sentí por él
una extraña simpatía y una forma nueva de respeto.
Me habló de sus compañeros de infancia y de las pro-
fesiones que tenían ahora. Yo le preguntaba sobre las que
no conocía y él me explicaba en detalle. Me impresionó
la de uno que se retiró a vivir solo en un monte como er-
mitaño y la de otro que se fue a un país lejano para hacerse
egiptólogo y no volvió más.
En un momento de la conversación contó un inci-
dente graciosísimo y yo cometí la grosería de reírme, pe-
ro él se rió también —primera vez que lo veía reír, parecía
un muchacho— y me dio tiempo de recuperar mi com-
postura. Él pasó a explicar lo decisivo de la vocación y el
talento. La vocación es un llamado, algo que nos atrae y
nos interesa por encima de todo lo demás y adquiere para
nosotros en lo personal gran valor y gran prestigio.
Entonces ocurrió por primera vez en mi vida un
acontecimiento de enorme importancia y trascendencia:
le confié al maestro algunos de mis pensamientos se-
cretos y oí sus comentarios.
LA CASA DEL VERBO 121

Cuando salí para volver a casa, no había resuelto na-


da sobre mi futuro pero no cabía en mí de gozo. En el ca-
mino me encontré con el niño pequeño que días atrás había
sido iniciado en nuevos juegos y le pregunté a quemarropa:
«¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?». Sonrió
complacido al responder: No es que «¿quieres que te cuen-
te el cuento del gallo pelón?, es que si quieres que te
cuente el cuento del gallo pelón».
Así no vale —le dije—, ya lo sabes. Y seguí mi ca-
mino procurando no pisar las hendiduras de la acera, lo
cual me obligaba a dar pasos desiguales.

IOD ÁLEF

Claro está que no le conté al maestro ninguna de mis


experiencias ni ninguno de mis experimentos; pero cuan-
do habló de la vocación, hablé yo también, espontánea-
mente, y dije que todas las profesiones se ocupan de las
palabras y de las cosas, aunque algunas más de las palabras
y otras más de las cosas; las que se ocupan directamente del
hombre lo entienden como palabra y como cosa, aunque al-
gunas más como palabra y otras más como cosa, mientras
que a mí me interesaban las relaciones entre palabra y cosa,
y el origen de los verbos.
Me miró interesado y receptivo. Arrugó el entrece-
jo cuando dije el origen de los verbos. Yo expliqué que no
eran los verbos de la gramática, aunque esos también me
interesaban; sino verbo, tal como él nos había enseñado,
como sinónimo de lenguaje.
En ese caso, dijo, es mejor decir el origen de las len-
guas. Con gran desparpajo expliqué que no me refería al
122 J.M. BRICEÑO GUERRERO

origen de las lenguas, aunque ese tema también me inte-


resaba, sino al origen de los verbos, de los dos verbos úni-
cos: el verbo explícito del hombre y el verbo tácito de la
naturaleza. Claro, como el primero se dividía en lenguas,
el origen de éstas era capital.
A ver, a ver —me animó con irresistible simpatía
levantando las cejas como nunca lo hacía en clase.
El verbo explícito, pronunciado, ordena y organiza
todos los asuntos humanos. Vivimos en la palabra.
El verbo implícito organiza y gobierna las cosas.
Es distinto del primero porque no se vocaliza. Su dis-
curso ordena en silencio las nervaduras de las hojas, las
vetas de las piedras, el cuerpo de los insectos, la caída
de la lluvia, el reventar de la centella, los pasos de los as-
tros. El primero trata siempre de abarcarlo, de incluirlo,
de decirlo y lo logra, pero de manera incompleta, repre-
sentativa, provisional; por lo general se conforma con
una formulación útil.
El discurso del verbo humano está siempre como
experimentando, mientras que el de la naturaleza es firme.
Hay un reino intermedio de objetos gobernados
por el verbo de la naturaleza y elaborados por el verbo
del hombre. Ése es el reino de todas las profesiones.
¿Cómo es posible el acoplamiento de los dos ver-
bos a pesar de la firmeza del segundo y la variabilidad
infirme del primero? ¿El verbo humano parece infirme,
porque es más grande y móvil, o es dependiente del otro
y superfluo? ¿Por qué hay dos verbos y no solamente
uno, o ninguno, o más de dos? ¿Los dos verbos proce-
den de una sola fuente, son variantes de algo único, o
bien proceden de dos orígenes diversos? ¿Es que el ver-
bo de la naturaleza se desdobla en el hombre de manera
LA CASA DEL VERBO 123

torpe y progresiva; o es que el verbo del hombre se ha


convertido ya, desde lo hondo, en verbo de la naturaleza
y al aproximarse al otro se aproxima a sí mismo? Además,
¿qué es lo que los verbos ordenan, organizan y gobiernan?
¿Hay materia? Si sí, ¿cuál es su naturaleza? ¿Es la misma
para ambos? Si no, ¿son los verbos materiales? ¿O es ilu-
sorio lo que llamamos materia? Las preguntas que for-
mulo son verbales, ¿puedo creer que una investigación de
este género logre abandonar la palabra? ¿Son los límites
de la palabra los límites de todo lo que existe para mí?
¿Qué soy sin la palabra? ¿Soy palabra? ¿Soy un pequeño
discurso del verbo humano así como el gavilán es, sin du-
da, un pequeño discurso del verbo de la naturaleza, entre-
tejido con miles de otros pequeños y grandes discursos en
el habla taciturna del mundo? He ahí las cuestiones que
me llaman, ¿cuál profesión corresponde a tal vocación?
Eso fue en substancia, lo que dije; pero no lo ex-
presé de esa manera exactamente. Hice muchos rodeos
y repeticiones. Me corregía yo mismo y ensayaba de
nuevo. Me contradecía y volvía atrás. En realidad, los
pensamientos se aclaraban para mí también a medida
que los iba diciendo. Partiendo de un ovillo confuso iba
desenredando el hilo.
El maestro mientras tanto me sostenía y animaba
con pequeños gruñidos interrogativos y atenuadas excla-
maciones de comprensión. Las expresiones de su rostro
me seguían y me auxiliaban, me sacaban literalmente de
los atolladeros en que me metía y me felicitaban si logra-
ba decir algo con precisión. Pero en ningún caso habló por
mí, ni completó mis palabras cuando yo me detenía, ni dio
señales de impaciencia.
124 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Cuando me hube saciado de hablar, como los que


se sacian de llorar, me quedé callado. El maestro, por su
parte, guardó silencio durante largo rato mirando por la
ventana hacia el patio de recreo de la escuela, extraña-
mente vacío y pacífico, añorando tal vez la tribu inquieta
y vocinglera de los niños.
Comenzó a hablar muy cuidadosamente como si
no hubiera terminado todavía de pensar.
Según él, yo llamaba verbo, por una parte, a la pa-
labra hablada, al pensamiento, a los conocimientos, al
sentido, a las nociones generales, a los proyectos, a las ins-
tituciones, a las costumbres, a las creencias, a las ciencias,
a las letras, seguramente también a la escritura y a los pro-
cesos lógicos. Pero cada uno de esos acápites designaba
un campo diferente de los demás; no era saludable con-
fundirlos en un solo vocablo, a menos de precisar con ri-
gor la unidad así nombrada. Sin embargo —dijo— en
griego antiguo hay una palabra que tiene ese alcance; es
de suponer que al usarla, los griegos sentían la unidad que
yo también sentía al llamar verbo a esa multiplicidad
de asuntos diversos.
Por otra parte, yo llamaba verbo a la estructura y
comportamiento de las cosas naturales todas y al orden cós-
mico. Había, claro está, una cierta analogía entre las cosas
y las palabras de tal manera que la física, la química y la
biología eran una gramática de la naturaleza; pero analo-
gía no es identidad; sin embargo, en hebreo clásico el mis-
mo vocablo sirve para designar a las palabras y a las cosas;
es de suponer que los antiguos hebreos sintieron el verbo
del que yo también hablaba.
Al reino intermedio de objetos naturales elabora-
dos por el hombre, donde confluían los dos verbos, me
LA CASA DEL VERBO 125

dijo que lo llamara cultura. (Yo había ocultado y seguía


ocultando el nombre mío para ese reino: la región más
transparente).
Además, según él, para mí, todo, excepto una po-
sible materia, era verbo, porque aunque distinguía entre
el verbo explícito y el verbo tácito, los dos eran verbo,
de modo que me tocaba clarificar esa gran unidad y lle-
gar a poder decir qué entendía por verbo sin más.
Ubicando todas esas preguntas en el tema de nues-
tro encuentro —la elección profesional—, el maestro me
dijo que todas esas inquietudes, si se mantenían a largo
plazo, indicaban una clara vocación por la lingüística,
las ciencias naturales, la filosofía y la teología. El tiem-
po lo diría. Y dentro de ese enorme campo de estudio ha-
bía que elegir más tarde objetivos más estrictos. Me
explicó que en el mundo del saber trabajan muchos hom-
bres y se dividen las tareas; pero que al comienzo es ne-
cesario familiarizarse con todo el campo, distinguiendo
regiones y separando lo ya hecho de lo que falta por hacer,
a fin de orientarse en la escogencia de las tareas persona-
les. Inicialmente, pues, los estudios superiores cumplen
esa finalidad de información y orientación, luego se par-
ticipa en la investigación.
Faltaba saber si yo tenía talento. Eso era mucho
más difícil de averiguar. A veces sólo el fracaso defini-
tivo daba la respuesta.
Yo dije que prefería fracasar en eso antes que triun-
far en cualquier otra profesión. El maestro se rió com-
placido y le brillaron los ojos.
Decidimos —¡ah, la enormidad de esa primera per-
sona del plural!, yo también decidía y en tan buena com-
pañía— decidimos no decidir nada. No había urgencia.
126 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Mientras tanto él me iba a iniciar en el estudio de las len-


guas clásicas.
Cuando llegué a la casa, mi hermana menor le es-
taba explicando a una amiguita que la luz eléctrica es
una trampa, en forma de botella, para cazar relámpagos
y se usa en países extranjeros como Maracaibo, igual
que nosotros metemos luciérnagas en frascos.

IOD GUÍMEL

Mientras me dirigía hacia las afueras del pueblo


para llevarle una gallina a doña Sofía de parte de mi fa-
milia, caí en cuenta de que, en la conversación con el
maestro, habían sido omitidas dos profesiones impor-
tantes: la de loco y la de brujo.
Ser loco era sin duda una profesión; consistía en
asustar y carrerear a los muchachos, inquietar y divertir
a los adultos. Con toda puntualidad el loco Heliodoro
cumplía su tarea y, a cambio, el pueblo lo mantenía. Ser
brujo era sin duda una profesión; consistía en curar en-
fermedades con ramas y oraciones, librar a casas y per-
sonas de males misteriosos. Doña Sofía estaba siempre
a la disposición de los que la buscaban para esas tareas
y, a cambio, el pueblo la mantenía y la respetaba. Hé-
teme aquí llevándole una gallina por haberle quitado el
mal de ojo a mi hermano más pequeño. La de loco ha-
bía sido omitida quizás porque no era una profesión res-
petable y la de bruja porque era cosa de mujeres; pero,
por una parte, siempre había oído hablar bien de Alonso
Quijano que era loco, y por la otra sabía de hombres bru-
jos, pues a veces mandaban a buscar un secreteador para
LA CASA DEL VERBO 127

curar las gusaneras del ganado y, cuando venía, la gente


aprovechaba para ponerlo a hacer tareas parecidas a las
que hacía la bruja y le pagaban.
Decidí preguntarle al maestro. Me dijo secamente
que ser loco no era una profesión sino una enfermedad
y una desgracia. En cuanto a la brujería se extendió: el
más grande mal del hombre es la ignorancia, su remedio
es el conocimiento. En un principio, el saber está muy
mezclado de fantasía porque el miedo y el deseo movi-
lizan la imaginación; pero en el curso de los siglos se de-
sarrolla la ciencia por observación metódica. La brujería
ha sido sustituida por la medicina en el mundo civilizado,
lo cual no quita que en la brujería se encuentren impor-
tantes conocimientos, aunque mezclados con supersti-
ciones y quizás algunos de ellos todavía no han sido
elucidados. En la consideración de profesiones no puede
incluirse la locura porque no es profesión, ni la brujería
porque no puede figurar entre los estudios superiores ba-
sados en la ciencia. Llamar locos a hombres geniales es
una metáfora, basada en cierto parecido superficial: sus
ideas no son comprendidas por el vulgo en un principio
y hacen gala no pocas veces de una peligrosa temeridad;
además, algunos hombres geniales se han vuelto locos;
pero el genio se conoce por sus creaciones, el loco es esté-
ril. En cuanto a cultivar la brujería como profesión empíri-
ca, él no podía darme indicaciones porque la formación de
un brujo es desconocida y enigmática; en todo caso no pa-
recía que yo tuviera vocación o talento en esa dirección.
Mis intereses y dotes me inclinaban hacia las letras.
Le pregunté qué era superstición. Me dijo que eran
creencias falsas y prácticas equivocadas pertenecientes
a estadios del conocimiento superados por la ciencia,
128 J.M. BRICEÑO GUERRERO

pero existentes todavía por falta de divulgación científi-


ca. Reiteró que no todo en la brujería era superstición y
agregó que algunos de sus contenidos pertenecen tal vez
al futuro de la ciencia.
A pesar de la inmensa autoridad del maestro, decidí
investigar por mi cuenta. Razoné que me apoyaba en sus
últimas palabras; pero lo que me guiaba era una fascina-
ción inexplicable. Ya yo había visto algo que el maestro
acababa de aclararme indirectamente: la región más trans-
parente no es homogénea. Diferentes configuraciones del
verbo humano se superponen, se interpenetran, se imbrican,
se repelen. Hay discursos antiguos, discursos recientes, dis-
cursos en formación, discursos muertos, discursos aparen-
temente muertos, todos sobre el discurso múltiple siempre
igual a sí mismo, siempre repetido de la naturaleza.
El domingo siguiente hice una visita formal a doña
Sofía yo solo. Era delgada, larga y seca. Su risa se pare-
cía al cacareo de las gallinas. Recibía en la cocina donde
siempre estaba preparando algún cocimiento. Tenía toda
clase de ramas colgadas de los travesaños del techo. Mi-
raba de lado con ojos muy brillantes y amorosos. Siempre
me sentí seguro y protegido en su compañía, aunque en
su compañía todo se volvía inseguro e inestable: si era de
día, las piedras pudieran convertirse en pedazos de sol, si
era de noche las estrellas pudieran caer como rocío, si era
crepúsculo la casa pudiera convertirse en barco y bogar
entre las nubes.
Era crepúsculo. Con mi trajecito de marinero, sen-
tado seriamente en una pequeña silla de cuero le expli-
qué y le pregunté: Tengo que escoger profesión. Si yo
decidiera ser brujo, ¿qué tendría que hacer?
LA CASA DEL VERBO 129

Cacareó. Te estás yendo, te estás yendo. Solía decir


ciertas cosas dos veces. Estás creciendo mucho, vas para
cáscara, vas para cáscara. Profesión, oficio, trabajo, cásca-
ra. Eso tal vez se decide. Pero brujo no se decide ser. Brujo
es escogido. Brujo es escogido. El basilisco escoge. Ger-
men, grano, tusa, cáscara, mata de maíz, agua de maíz, ¿vas
para tusa?, ¿vas para tusa?
La casa despegó y comenzó a elevarse. Si yo hu-
biera salido, me habría caído desde una gran altura. Por
la ventana se veían nubes y zamuros.
Brujo guarracuco siembra maíz. Siete gritos sucesi-
vos. Siete granos por hoyo. Bruja empolla huevos de cule-
bra. Grano: huevo. Tierra: bruja. Bruja: gallina. Escoger
profesión. Vas para cáscara. Tierra: gallina. Brujo: bruja. Si
no hay basilisco todo queda en culebra y mata de maíz.
El cielo se puso color de arepa, color de tortilla, se manchó
de baba sanguinolenta, se enroscó y pavoneó. Luego se ras-
gó como una tela sucia y dejó ver un fondo de terciopelo
azul oscuro, limpio azul, azul solo. Comenzó a anochecer.
Seguí mirando por la ventana mientras ella hablaba y vi
salir el lucero de la tarde, más grande y más brillante que
nunca. La casa pareció detenerse a una gran altura.
El brujo aprende a hablar la lengua de los vientos
y de las aguas. Aprende sólo a entender la lengua de la
tierra. Y aprende a oír, sin hablar y sin entender, la len-
gua del fuego, aprende a recibirla sin quemarse.
Ya la noche se amontonaba en los rincones, subía
por la falda de doña Sofía, ponía espesas telarañas en las
ramas que colgaban de los travesaños del techo conver-
tido en abismo negro, hacía naufragar los azules de mi
traje de marinero y ponía en el centro de todo el fogón
de los cocimientos.
130 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Todas las cosas del mundo están en el cuerpo del


hombre y el cuerpo del hombre está en todas las cosas.
El brujo aprende a ver, a componer y descomponer.
Quita de aquí y pone allá, quita de allá y pone aquí. Este
cocimiento es para un hombre que perdió su cedro y
gastó su Araguaney porque cuando estaba pequeño le
quitaron sus flores de magnolia. No te dejes quitar las
flores de magnolia.
Se acercó a la ventana para ver el cielo, después la-
deó un poco la cabeza hacia mí, me miró de perfil y yo
creí ver en sus ojos el lucero de la tarde quieto y silen-
cioso sobre las móviles y susurrantes llamas del fogón.
Se rió como si cacareara y bajó la voz para decir:
El secreto del más grande poder de los brujos está
en que saben los nombres verdaderos de algunas cosas.
Más nombres verdaderos más poder. Ninguna planta, nin-
gún animal, ningún metal, ninguna piedra, ningún hom-
bre, ningún demonio, ningún ángel, nada ni nadie puede
resistir la voluntad del que sabe su nombre verdadero.
Yo me sentía seguro y abrigado en la pequeña silla
de cuero. Siempre me pareció que el cuerpo de doña Sofía
se extendía más allá de sus límites visibles y formaba un
volumen mullido en torno a ella, de modo que al acercár-
mele tenía la sensación de entrar en ella. Esa vez, toda la
casa formaba parte de su cuerpo y me rodeaba, me conte-
nía, me abrazaba tiernamente. Al oír sus últimas palabras,
me agité y salí de mi cómoda ensoñación, de la apacible
quietud de mi escucha, no por lo del poder sino por lo del
nombre verdadero que se sumaba ahora a la lengua de los
elementos mencionada anteriormente. Quise hacer pre-
guntas, pero ella me hizo esperar con un gesto, mientras
apagaba el fogón dispersando los tizones y cubriendo las
LA CASA DEL VERBO 131

brasas con ceniza. Todo quedó oscuro, excepto por el lu-


cero de la tarde, más alto y más brillante. Ella encendió
una vela de sebo y al hacerlo ancló la casa otra vez en
tierra. Se oyeron las cigarras y las ranas. Se sentó enton-
ces y respondió todas mis preguntas primeras, pero las res-
puestas despertaron otras preguntas que ella no quiso oír
porque era muy tarde y debía, dijo, llevarme a mi casa.
Caminamos en silencio hasta pisar la luz que se
derramaba desde las hendijas de ventanas y puertas. En
el cielo, redonda como una taza y va conmigo a la casa,
la luna llena hacía palidecer todas las estrellas y dejaba
brillar al lucero de la tarde solo.
Aquí les traigo a su muchacho sano y salvo. Se está
poniendo muy grande, muy visitador y muy preguntón.
de
HOLADIOS
(1984)
REGRESO

SALIMOS TRES, VOLVIMOS DOS, y un carriel de hom-


bre. Cumplimos con ir a una prefectura en Estambul; hay
doce, el prefecto se llama Kaimakam, ¿vendrán de Turquía
los caimacanes? Por medio de un intérprete le dijimos:
—Somos tres turistas venezolanos de visita en es-
ta ciudad. Uno de nosotros salió a pasear solo y no vol-
vió. Desde antier. Tal vez le pasó algo malo. Pedimos
ayuda, pues no podemos esperarlo indefinidamente ni
tenemos medios para buscarlo. Además, salió sin docu-
mentos y sin dinero. Nos había dado su maricómetro,
perdón, su bolso de mano a petición nuestra para que no
se le perdiera.
—Temo no poder ayudarlos, dijo el Kaimakam, los
efectivos a nuestra disposición son pocos y están sobre-
cargados de trabajo; además, tenemos orden de acuartela-
miento, estamos en vísperas de un golpe de Estado; la
situación política es tensa y explosiva; por otra parte, las
136 J.M. BRICEÑO GUERRERO

limitaciones presupuestarias no nos permiten ni siquiera


llevar un registro completo de nuestra propia población,
miles de indocumentados pululan en la parte antigua de la
ciudad y en los barrios pobres. & & &. Puede que reciba-
mos por casualidad alguna información sobre su amigo;
a veces nos traen cadáveres. Déjenme las señas persona-
les y alguna fotografía si tienen, pero no garantizo nada.
Caso de haberse perdido voluntariamente, no hay espe-
ranza de encontrarlo, sobre todo si tiene algún amigo de
aquí. El ejército tiene más recursos que nosotros, pero
atiende otras urgencias de importancia nacional.
Otro problema: al profesor no le gustaba que lo re-
trataran; las fotos del catire lo muestran de lejos o en po-
siciones no propicias para la identificación. No podíamos
arrancar la foto del pasaporte, donde por cierto lo que se
ve es una gran barba, una cachucha y unos anteojos.
Yo no quería llevarlo con nosotros en ese viaje; el
turco fue el que se empeñó, que si sabe mucho de todo,
que si los idiomas, que si muy buen compañero. La ver-
dad es que era raro y durante el viaje se fue poniendo
más y más raro. Se iba mucho solo y de noche. Raro digo
en principio porque no tenía familia ni mujer. Ni amigos,
según parece, con excepción de nosotros; en el liceo don-
de trabajaba nadie se preocupó por su ausencia, lo desti-
tuyeron por abandono de cargo y lo reemplazaron. No
tiene dolientes. Tal vez en esos cuadernos donde escribía
de vez en cuando haya algún dato, pero quién se va a po-
ner a leer eso, lo poco que leí son tonterías enredadas,
con eso me basta. Una vez dijo que era de no sé qué pue-
blo del estado Barinas, en el pasaporte debe decir, pero
que debido a sus viajes había perdido contacto con fa-
miliares y amigos de infancia; los frecuentes cambios de
LA CASA DEL VERBO 137

residencia le impidieron cultivar amistades profundas y


largas. No sé si le gustaba o le dolía la soledad, pero era
solo, y yo desconfío de los hombres solos, da grima, de solo
a loco no hay más que un paso y, viéndolo bien, qué es un
loco si no un solo completo, un extremista de la soledad
hasta el punto de no poderse comunicar ya con nadie. Por
lo demás, era muy descuidado en lo personal, siempre la
misma chaqueta de cuero, unas botas gastadas, camisas
limpias pero viejas; seguramente le faltaba ambición, si
sabía tanto, ¿por qué no le sacaba partido a los conoci-
mientos, por qué se quedaba con unas clasecitas, por qué
no se metía en la política o en el comercio, o se casaba con
una mujer rica? Yo le estaba empezando a coger cariño,
porque me molestaba verlo tan quedado y me hubiera gus-
tado estimularlo. Hablo de él como si se hubiera muerto,
pero a lo mejor se aparece por ahí un día de éstos a recla-
mar sus peroles y a echar cuentos de tiempos muy anti-
guos y lugares muy lejanos, porque para eso búsquenlo.
Siempre te has equivocado con el profesor, catire.
No lo estimabas porque no era poderoso en cuanto al di-
nero, la política, la vida social, los deportes, las mujeres.
Pero hay otros poderes que tú no respetas porque ni si-
quiera los ves. El profesor podía aprender muchas cosas
rápidamente y podía enseñar. A mí me enseñó de elec-
tricidad, apicultura y dietética. Además me ayudó a for-
marme una idea del mundo y de la historia del hombre.
La falla de él estaba en no querer comprender que la vi-
da es un negocio en el cual hay que hacer lo posible por
sacar ganancias como buen comerciante. Él aprendió
muchas cosas, pero no aprendió a vivir.
Perdía el tiempo en saberes inútiles, sabía de memo-
ria las dinastías egipcias y tibetanas, pero no sabía regatear
138 J.M. BRICEÑO GUERRERO

cuando compraba. Yo no digo que es solamente dinero lo


que hay que ganar, o poder político, o el amor de las mu-
jeres. También se pueden ganar grandes satisfacciones ín-
timas y privadas sin que nadie lo sepa. La amistad produce
ganancia, la ganancia de sentirse seguro, de tener a quién
recurrir en el apuro y a quién ayudar. Pero él se ve que por
ese lado tampoco ganaba. Su generosidad lo hacía perder.
Hizo sólo un gran negocio que yo sepa, pero sin darse
cuenta: ser amigo de nosotros.
Muy bien sabes que estábamos dispuestos a mante-
nerlo si hubiera sido necesario, y tú deseabas estimularlo
para que se superara. Claro, no podíamos quedarnos en
Estambul para buscarlo abandonando nuestras familias y
negocios; eso era humanamente imposible. Pero así y to-
do me siento un poco culpable. No debimos dejarlo salir
solo; yo sé que no era muchacho chiquito, pero por pru-
dencia no es bueno separarse mucho durante un viaje por
países desconocidos.
El otro día llamó una mujer a casa por teléfono para
preguntar por él. Le dije que se había quedado en Es-
tambul. Se quedó callada un rato y colgó. No acaté a pre-
guntarle quién era. Y cambiando de tema, ¿te acuerdas de
aquellos elefanticos de marfil que compré por cien dóla-
res? Los vendí como pan caliente a mil bolos cada uno.
Yo ya he arreglado a las amigas según su categoría
con pañuelos de seda china, brocados hindúes o escara-
bajos egipcios. Las cosas japonesas las reservo para el
futuro. ¿Cómo te parecería un viaje a los países escan-
dinavos el año próximo, para variar?
No está mal, pero eso sí, sin profesores.
de
DISCURSO SALVAJE
(1980)
10
DEFENSA OFENSIVA U OFENSA DEFENSIVA.
ELOGIO DE LAS CULTURAS PRIMITIVAS

LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS de América y las


culturas africanas de donde procedían los esclavos ne-
gros, las culturas «primitivas» —porque también las hubo
«altas», en trance de enajenar al hombre— eran supe-
riores a la cultura occidental.
No buscaban dominar a la naturaleza sino lograr un
equilibrio con ella y lo lograron de manera variada según
las condiciones ecológicas, de manera creadora según las
diferencias de su sensibilidad y los matices de su sentido
estético. Aprendieron a vivir con la selva, con la monta-
ña, con el mar, con los llanos de grandes ríos, con el de-
sierto, sin dañarlos y sin perecer. Ni ecocidas ni suicidas.
¿Puede decirse lo mismo de Occidente?
142 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Sabían vivir en comunidad y compartir. Las rela-


ciones de parentesco y las conductas a que daban lugar
estaban claramente establecidas. Los diversos roles en la
ejecución del comunitario trabajo eran distribuidos y de-
sempeñados sin sombra de confusión. Con ritos de pa-
saje garantizaban los umbrales y separaban los niveles.
Nunca era una comunidad tan grande como para impo-
sibilitar el conocimiento y reconocimiento mutuo de
todos sus miembros. La comunicación integral de per-
sona a persona estaba así asegurada y era practicada
como forma normal de comunicación. ¿Puede decirse lo
mismo de Occidente?
Salvo aberración patológica excepcional, tenían
su centro de gravedad en sí mismas. Cada comunidad era
centro de conocimiento, sentimiento y acción con res-
pecto a la naturaleza, al mundo invisible y a las demás.
Cada una era consciente. Cada una era sujeto de su pro-
pio devenir vital. No construyeron un nivel superior que
conociera, pensara y decidiera por ellas, no hicieron es-
tados, no delegaron su humanidad. ¿Puede decirse lo
mismo de Occidente?
Las comunidades de esas culturas, llamadas primi-
tivas y salvajes, definieron con perfiles inconfundibles al
enemigo y al amigo. No reprimieron sus pulsiones de
muerte; las canalizaron. Siempre estuvo lejos de ellos
—benditos sean para siempre— esa babosa hipocresía
del occidental que profesa amor a todos sus semejantes,
pero los mata simbólicamente en sueños o realiza enor-
mes guerras de exterminio fratricidas o genocidas. Ellas
salían a matar y a morir en armonía con los astros y los
cósmicos ritmos de muerte y renacimiento, acompaña-
dos por sus animales sagrados y sus dioses, en acuerdo
LA CASA DEL VERBO 143

con ellos, sin doblez. Los pasos y resultados del comba-


te estaban codificados porque se trataba de un divino
juego análogo al gran juego del Universo y cónsono con
él. ¿Puede decirse lo mismo de Occidente?
Lo psíquico y lo somático son tan interdependientes
que constituyen unidad; ellas lo sabían y nunca separaron
las enfermedades de las palabras, los pensamientos de los
pasos, los afectos de las piedras, las estrellas de los im-
pulsos secretos del corazón. Los éxtasis del tiempo
despliegan una sola dimensión original; los ancestros y los
herederos están en nosotros ahora; ellos lo sabían y por en-
de sabían también aceptar la muerte y comunicar con los
abuelos, pero no para hipostasiarlos en estatuas reveren-
das, rendirles pleitesía, entregarles vitalidad, idolatrarlos,
sino para recibir su ayuda en situaciones concretas de la
vida individual. ¿Puede decirse lo mismo de Occidente?
No pretendieron nunca conocer exhaustivamente el
universo. Les bastaba relacionarse de quien a quien con
los entes vecinos. Dieron nombre a quien necesitaban lla-
mar. No intentaron dar nombre a lo innombrable ni a lo
que no valía la pena nombrar. Implícitamente reconocie-
ron la infinitud del otro y de lo otro. Se supieron una es-
cucha y un habla finitos. Vieron que el pensamiento y la
palabra no pueden transgredir sus límites, ni aprehender
su origen. ¿Puede decirse lo mismo de Occidente?
Las culturas precolombinas y africanas de nuestros
ancestros habían desarrollado técnicas para inducir al
éxtasis colectivo y las habían incorporado en el tejido cí-
clico de sus festividades anuales. Así, periódicamente,
sus miembros se liberaban del peso de la conciencia in-
dividual, aliviaban el dolor de la existencia separada,
abandonaban pensamiento y lenguaje, se volvían todos
144 J.M. BRICEÑO GUERRERO

y nadie, todo y nada. Entraban como gota en el oleaje de


las mareas siderales donde no hay sino un vasto senti-
miento oceánico, y retornaban, serenos, al sosiego de los
dioses ordinarios, a las actividades cotidianas aceptadas
con gozo, al quehacer rutinario circularmente reiterado
donde resuena, para los que lo han conocido, como en
una caracola, musical y poderoso, el Océano. ¿Puede de-
cirse lo mismo de Occidente?
Nosotros descendemos de tales ancestros. Tene-
mos derecho a su herencia. Nuestra constitución mental
se presta para recibirla. Eso es lo nuestro, pero Occiden-
te nos separa de nuestro origen, nos desarraiga. Caiga
Occidente y se levantarán nuevos de nuevo, los antiguos
mitos y ritos, el antiguo bullir, el antiguo esplendor de
los días felices. Caiga Occidente y creceremos, lozanos,
como la vegetación. Sobre las ruinas.

30
EL CUÁDRUPLE CAMINO
(REBELDÍA-SUMISIÓN-ASTUCIA-RETORNO
AL PAÍS NATAL) Y EL MODO DE CAMINAR

***

El cuádruple camino es el ámbito de mi rechazo y


de mi afirmación. Rebeldía, sumisión, astucia y nostal-
gia son sus cuatro dimensiones y garantizan su apertura.
Por lo demás, el modo de mi caminar no es patético sino en
situaciones extremas y eso durante cortos momentos;
en general es un andar gozoso, scherzato, festivo, hu-
morístico, juguetón. Una profunda seriedad basada en la
LA CASA DEL VERBO 145

radical seriedad, mortal seriedad, de mi situación hace


que todo lo demás pierda seriedad y entonces la seriedad
radical, mortal se vuelve cómica ella también. Me que-
dan sólo objetos simbólicos. Los puedo barajar, inter-
cambiar, prestidigitar. Soy maestro de la anamorfosis.
Mi arma suprema, tal vez mi única arma auténtica es la
risa, tan desbordante a veces que puede concitar las iras
del destino, tan disimulada a veces que sólo se distingue
como un pequeño relámpago en el fondo de los ojos.
de
EL ORIGEN DEL LENGUAJE
(1970)
EXPLORACIÓN MITOLÓGICA DEL TEMA

ANTE TODO, UNA LEYENDA maquiritare:

En aquella época Uanádi, hijo del Sol y máximo hé-


roe cultural, tenía la intención de crear los hombres
para poblar la Tierra, en donde tan sólo vivían enton-
ces los animales. Hizo a tal objeto una esfera mila-
grosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente
diminuta todavía no nacida; desde dentro se oían sus
gritos, sus conversaciones, sus cantos y sus bailes.
Esta bola maravillosa se llamaba Fehánna.

Tres niveles observamos en esta leyenda: el del sol,


el del hijo del sol y el terrestre. La creación del hombre es
obra del hijo, quien no tiene inconveniente en pasar de
la intención al acto, pero trae primero a la existencia una
especie de protohumanidad encerrada en una esfera de
150 J.M. BRICEÑO GUERRERO

piedra. Por obra y gracia del hijo del sol, la esfera solar
se ve repetida analógicamente en la esfera de lo humano.
Ningún símbolo tan adecuado como ése de la Fehánna
para expresar el carácter unitario de la cultura. Todo está en-
cerrado simultáneamente en ella: grito, lenguaje, canto y
danza. Nos recuerda inmediatamente las esferas habitadas
de Jerónimo Bosch y, con fuerza arquetípica, evoca las for-
mas iniciales de la vida: semilla, óvulo, grano de polen.
El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es
consubstancial con la condición humana y el todo se en-
cuentra incluido en un todo mayor que lo trasciende. El
mito reconoce la esfera de lo humano, completa en sí mis-
ma —la Fehánna es la más perfecta de las formas geomé-
tricas—; pero reconoce al mismo tiempo su limitación y
la posibilidad de trascender. El mismo mito es un acto
trascendente, abandona la inmanencia esférica de lo hu-
mano para intuir su origen en la voluntad de una divinidad
solar que, al ser concebida de manera antropomorfa, plan-
tea la aporía genésica: es un maquiritare quien sueña este
mito desde la bola maravillosa de su cultura y lo cuenta
con recursos lingüísticos maquiritares enmarcados en la
Weltanschauung de su pueblo. No está en desventaja con
respecto a Parménides o Kant en cuanto a la profundidad
de la intuición y los supera en belleza con esta pequeña
joya literaria.
Gran parte de la más profunda especulación occi-
dental sobre el origen del lenguaje no dice mucho más de
lo que dice este mito, sólo que utiliza recursos creados por
la mentalidad occidental y adaptados a ella.
Mito de los Abaluyia de Kavirondo:
LA CASA DEL VERBO 151

Habiendo creado el sol y dándole el poder de res-


plandecer, se preguntó a sí mismo (Dios): «¿Para
quién brillará el sol?» Esto llevó a Dios a la decisión
de crear al primer hombre. Creen los Vugusu que el
primer hombre se llamaba Mwambu. Como Dios lo
había creado de manera que pudiera hablar y ver, ne-
cesitaba alguien con quien pudiese hablar. En conse-
cuencia Dios creó la primera mujer, llamada Sela,
quien estaba destinada a ser la consorte de Mwambu.

Este mito contiene dos intuiciones fundamentales;


la una postula la necesidad del sujeto para la constitu-
ción del objeto, su correlato; es la misma que hizo ex-
clamar a Zaratustra, después de diez años de meditación
y soledad: «¡Oh tú Gran Astro! ¿Qué sería de tu dicha si
te faltasen aquellos a quienes alumbras?»; sabemos el
papel especial, indispensable del lenguaje en esta relación.
La segunda intuición se refiere a la capacidad lingüística
como condición previa a la comunicación humana; no
surge aquélla de ésta sino que al contrario ésta es impuesta
por aquélla. Significativamente, sólo dos atributos de
Mwambu, el primer hombre, se mencionan: ver y hablar,
aísthesis y lógos.
Iguales atributos se asignan al hombre en otro mito
africano:

Habiendo puesto en orden el universo y creado, en el


curso de sus viajes, la vegetación de los yermos, así
como los animales, Mawu formó los primeros seres
humanos con arcilla y agua… El hombre, creado de
esta suerte, tenía que recibir la instrucción de los
dioses. Cuando el orden de la creación se relaciona
152 J.M. BRICEÑO GUERRERO

con la semana dahomeyana de cuatro días, se dice


que el mundo fue puesto en orden y que el hombre
fue formado el día ajaxi; al día siguiente, mioxi, la
obra fue interrumpida, pero apareció Gu, quien había
de ser el agente de la civilización. Al tercer día,
odokwi, al hombre le fue dada la vista, el don de la pa-
labra y el conocimiento del mundo exterior; y al último
día, zobodo, le fueron dadas las habilidades técnicas.

Obsérvese que la adquisición de las habilidades técnicas


es posterior al don de la palabra.
Más complicados y de mayor elaboración, los re-
latos antropogónicos del Popol Vuh expresan intuiciones
de sumo interés sobre el origen del lenguaje en la géne-
sis del hombre:

…Entonces los dioses se juntaron otra vez y trata-


ron acerca de la creación de nuevas gentes, las cua-
les serían de carne, hueso e inteligencia. Se dieron
prisa para hacer esto porque todo debía estar con-
cluido antes de que amaneciera. Por esta razón,
cuando vieron que en el horizonte comenzaron a
notarse vagas y tenues luces, dijeron: «Esta es la ho-
ra propicia para bendecir la comida de los seres que
pronto poblarán estas regiones. Y así lo hicieron.
Bendijeron la comida que estaba regada en el rega-
zo de aquellos parajes. Después dijeron oraciones
cuya resonancia fue esparciéndose sobre la faz de lo
creado como ráfaga de alhucema que llenó de bue-
nos aromas al aire. No hubo ser visible que no reci-
biera su influjo. Este sentimiento fue como parte del
origen de la carne del hombre…
LA CASA DEL VERBO 153

El lenguaje se nos aparece como atributo de los


dioses, anterior a la creación del hombre, con una reso-
nancia capaz de influir sobre todas las cosas existentes
y hasta de formar parte de la génesis de la carne del
hombre, como instrumento y material antropogónico.
Después de esta singular bendición, cuando las
mazorcas de maíz morado y blanco estuvieron ya creci-
das y maduras,

… los dioses labraron la naturaleza de dichos seres.


Con la masa amarilla y la masa blanca formaron y
moldearon la carne del tronco, de los brazos y de las
piernas. Cuatro gentes de razón no más fueron pri-
meramente creadas así. Luego que estuvieron he-
chos los cuerpos y quedaron completos y torneados
sus miembros y dieron muestras de tener movi-
mientos apropiados, se les requirió para que pensa-
ran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan
lo que existía y se agitaba cerca de ellos. Pronto mos-
traron la inteligencia de que estaban dotados, por-
que, en efecto, como cosa natural que salió de sus
espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad
que los rodeaba… Tuvieron poder para mirar lo que
no había nacido ni era revelado. Dieron señales de
que poseían sabiduría, la cual con sólo querer, la co-
municaron al cogollo de las plantas, al tronco de los
árboles, a la entraña de las piedras y a la hoguera en-
terrada en la oquedad de las montañas. Éstos seres
fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e
Iquí Balam.
154 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Con mayor plasticidad que el «Génesis» bíblico, el


Popol Vuh nos presenta a los divinos alfareros trabajando
para moldear y formar la parte física del hombre con
masa de maíz, alimento fundamental de los indios y sím-
bolo de todo alimento terrestre. Terminado el trabajo de
alfarería, los dioses confieren al autómata (las figuras
podían moverse) atributos humanos: pensar, hablar, ver,
sentir, caminar, palpar, es decir, lógos, aísthesis, praxis,
es decir, pensamiento y lenguaje, percepción sensorial,
acción deliberada. Obsérvese el orden, primero lógos
(pensamiento y lenguaje), después lo demás, como si pos-
tulara la primacía del verbo, su carácter de condición pre-
via para la posibilidad de toda manifestación humana.
Además, la condición humana implica el poder de
aproximarse cognoscitivamente a la realidad (como co-
sa natural que salió de sus espíritus, entendieron y su-
pieron cuál era la realidad que los rodeaba), no sólo en
lo que respecta al mundo sensible, sino también en lo
que concierne al mundo inteligible, al aspecto de la rea-
lidad que sólo se descubre al intelecto (tuvieron poder
para mirar lo que no había nacido ni era revelado). Tam-
bién está el hombre capacitado para intervenir en los ór-
denes de lo real y, desde su comprensión, de acuerdo con
sus intereses, mediante su voluntad activa, organizar y
cambiar para convertir en mundo suyo al universo car-
gándolo de valores afectivos, interpretándolo, transfor-
mándolo en sistema comprensible. Todo ello de manera
espontánea, en virtud del querer natural (dieron señales
de que poseían sabiduría, la cual con sólo querer, la co-
municaron al cogollo de las plantas, al tronco de los ár-
boles, a la entraña de las piedras y a la hoguera enterrada
en la oquedad de las montañas).
LA CASA DEL VERBO 155

Cuando los dioses presenciaron el nacimiento de


estos seres llamaron al primero y le dijeron:

—Habla y dinos por ti y por los demás que te acom-


pañan: ¿qué ideas tienes de los sentimientos que te
animan? ¿Es bueno y airoso tu modo de andar?
¿Ejercitas con gracia tu mirada? ¿Es justo y claro el
lenguaje que usas? ¿En toda ocasión lo recuerdas
bien? ¿Entiendes lo que aquí se dice y se sugiere?…

Al oír estas palabras los nuevos seres vieron que eran ca-
bales sus sentidos y quisieron mostrar su agradecimien-
to. Para mostrarlo, Balam Quitzé habló, a nombre de los
demás, de esta manera: «—Nos habéis dado la existen-
cia; por ella sabemos lo que sabemos y somos lo que so-
mos; por ella hablamos y caminamos y conocemos lo
que está en nosotros y fuera de nosotros»…
Esta mítica conversación con los dioses describe el
surgimiento de la auto-observación y la reflexión, acompa-
ñadas de crítica en función de valores estéticos, éticos y ló-
gicos, para culminar en una aceptación agradecida de la
condición humana, en una lúcida conciliación con la propia
existencia, en un gozoso ejercicio de la función cognosciti-
va. La mención especial del lenguaje, en pie de igualdad
con el ser, el saber y el actuar, nos sume en asombro ante la
poderosa intuición de los creadores de este mito, quienes
comprendieron y reconocieron tan admirablemente el pues-
to esencial y central del lenguaje en el mundo del hombre.
Pero ha de saberse que los dioses no vieron con
agrado las consideraciones que de su propio saber hi-
cieron, con tanta franqueza los nuevos seres. Por eso los
dioses conversaron entre sí:
156 J.M. BRICEÑO GUERRERO

—Ellos comprenden —dijeron— lo que es grande y


lo que es pequeño y saben la causa de esta diferencia.
Pensemos en las consecuencias que puede tener este
hecho en el ejercicio de la vida. La energía de esa
lucidez ha de ser nociva… Es preciso limitar sus fa-
cultades. Así disminuirá su orgullo… Si los aban-
donamos y llegan a tener hijos, éstos, sin duda,
percibirán más que sus abuelos y habrá un momento
en que entiendan lo mismo que los propios dioses…
Estamos a tiempo para evitar este peligro, que será
fatal para el orden fecundo de la creación.

Luego durmieron a los cuatro machos y crearon a las hem-


bras; al despertar los machos y al verlas, «para distinguir-
las les pusieron nombres apropiados, los cuales eran de
mucho encanto. Cada nombre evocaba la imagen de la llu-
via según las estaciones. Luego estos seres engendraron
a otros con quienes se empezó a poblar la tierra».
La reflexión excesiva practicada por un individuo
cualquiera lo aleja necesariamente del hacer cotidiano.
La división del trabajo permite que ese alejamiento de
unos cuantos sea compensado por la labor de los otros; és-
tos pueden proteger a aquéllos y satisfacer sus necesida-
des materiales. Pero la dedicación colectiva al ejercicio
reflexivo, la energía de esa lucidez, es necesariamente
perjudicial para el ejercicio de la vida y fatal para el orden
fecundo de la creación. Por eso, las leyes económicas de
la vida, los dioses, para garantizar el florecimiento y re-
producción de la humanidad, ponen en juego otras fuer-
zas que inclinan hacia la generación, la familia, la vida
social, el progreso, la inmersión en los quehaceres pro-
pios del hombre como ente entre los entes de su mundo.
LA CASA DEL VERBO 157

Estas fuerzas están simbolizadas en el mito por las hem-


bras, cuyos nombres, de origen humano, evocan la ima-
gen de la lluvia según las estaciones, de la lluvia que
alude a las oportunidades que la naturaleza fecunda ofre-
ce al esfuerzo creador del hombre para heredar la tierra,
para no ser en ella un exiliado, prisionero del cuerpo.
Las comunidades demasiado interesadas en la reflexión,
con desprecio del mundo exterior y sus tareas, han ter-
minado en la miseria, en teorías de destierro fundamen-
tal del hombre y en ilusiones metafísicas.
Al acercarnos a este mito sin arrogancia cientificista,
encontramos en él una Weltanschauung completa, cohe-
rente, profunda, sabia y hermosa con un lenguaje a la altu-
ra de su originaria función hermenéutica de la existencia.
Levi-Strauss refiere un gracioso cuento terreno so-
bre el origen del lenguaje:

Cuando hubo sacado a los hombres de las entrañas de


la tierra, el demiurgo Orekajuvakai quiso hacerlos ha-
blar. Les ordenó ponerse en fila, uno tras otro, y llamó
al lobito para que los hiciera reír: el lobo hizo toda
clase de monerías, se mordió la cola, pero en vano.
Entonces Orekajuvakai hizo venir al sapito rojo, quien
divirtió a todo el mundo con su manera cómica de ca-
minar. La tercera vez que pasó a lo largo de la fila, los
hombres comenzaron a hablar y a reír a carcajadas.

El demiurgo Orekajuvakai no da por terminado al


hombre mientras no lo haya hecho hablar, lo cual logra
mediante una confrontación entre hombres y animales.
Además de señalar la necesidad del lenguaje para la
existencia del hombre como tal, este cuento terreno des-
158 J.M. BRICEÑO GUERRERO

taca un factor importante: la risa. Sabemos que la risa fi-


gura entre las expresiones características y exclusivas
del hombre, y esta relación entre risa y lenguaje no es ar-
bitraria ni accidental. Según Plessner, la risa es genéti-
camente anterior al lenguaje y según Alverdes prepara
para la comprensión lingüística. En el libro de Singh y
Zingg sobre niños lobos (Wolf-children), se cuentan he-
chos que acercan a la realidad las supuestas fantasías de
Kipling en este punto; en ellos nos interesa señalar que los
niños carentes de lenguaje por falta de contacto humano
tampoco pueden reír. En las formas apáticas de la oligo-
frenia, los pacientes, que no llegan al lenguaje, son in-
capaces de reír.
En el poema cosmogónico y antropogónico de los
guaraníes, el lenguaje es asunto de primerísima impor-
tancia nada menos que para el creador mismo: «El
Creador, utilizando su vara insignia de la que hizo brotar
llamas y tenue neblina, creó el lenguaje». En la siguien-
te oración, que es una enumeración casi exhaustiva de
los aspectos principales de la cultura (lenguaje, organi-
zación social, arte y religión), describe al lenguaje como
esencia de lo humano y asienta su primacía sobre las de-
más formas culturales: «Este lenguaje, futura esencia del
alma enviada a los hombres, participa de su divinidad,
crea después el amor al prójimo y los himnos sagrados».
Al constituir la esencia del alma y participar al mismo
tiempo de la divinidad, el verbo es el mediador entre dios
y los hombres; este hecho se ve reforzado por la creación
de divinidades que le sirven de depositario:

Para formar un ser en el cual depositar el lenguaje, la


divinidad, el amor y los cantos sagrados, crea a los
LA CASA DEL VERBO 159

cuatro dioses que no tienen ombligo y a sus respecti-


vas consortes, que en el futuro enviarán a la tierra el
alma de los hombres.

Más adelante reitera, con atención especial y ex-


clusiva, el origen divino del lenguaje:

Habiéndose erguido, de la sabiduría contenida en su


propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora,
creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje huma-
no, e hizo que formara parte de su propia divinidad.

En seguida afirma con singular énfasis que el verbo


es anterior al mundo sensible y al conocimiento:

Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas


primigenias, antes de tenerse conocimiento de las
cosas, creó aquello que sería el fundamento del len-
guaje humano e hizo el verdadero Primer Padre Ña-
mandu que formara parte de su propia divinidad.

Sabemos que el mundo sensible, tal como existe para el


hombre, está mediatizado por el lenguaje, que el cono-
cimiento tiene una estructura lingüística, contiene una
interpretación de la experiencia y sostiene parámetros
axiológicos que guían el juicio y la acción dentro de co-
ordenadas proyectadas por la condición humana. En este
sentido es importante anotar que, en los mitos, no es in-
frecuente la concepción del caos primigenio como un es-
tado prelingüístico de lo real; así por ejemplo, en el
Enuma elish, grandiosa composición mítica aparecida
en Mesopotamia hacia la primera mitad del segundo
160 J.M. BRICEÑO GUERRERO

milenio antes de Cristo, se describe el caos acuático ante-


rior al orden cósmico como un período

Cuando al cielo arriba no se le había puesto nombre,


ni el hombre de la tierra firme abajo se había pen-
sado… cuando ningún dios había aparecido ni había
sido nombrado con nombre.

Del caos surgen dos dioses y el mito dice de ellos: «Lahmu


y Lahamu aparecieron y fueron nombrados».
El mito guaraní se refiere luego a la motivación y
al propósito que presidieron la creación del hombre:

Habiendo creado, en su soledad, el fundamento del


lenguaje humano; habiendo creado, en su soledad,
una pequeña porción de amor; habiendo creado, en
su soledad, un corto himno sagrado, reflexionó pro-
fundamente sobre a quién hacer partícipe del fun-
damento del lenguaje humano; sobre a quién hacer
partícipe del pequeño amor; sobre a quién hacer par-
tícipe de las series de palabras que componían el
himno sagrado.

Es indudable que la necesidad de comunicación, tanto en


menesteres técnicos como en amor y religión, es cosa del
lenguaje; el hombre sólo puede vivir en comunidad por-
tadora y creadora de cultura. Por eso, en el mito, la ten-
sión estilística y semántica, creada por los párrafos que
acabamos de citar, se libera del siguiente modo:

Habiendo reflexionado profundamente, de la sabidu-


ría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su
LA CASA DEL VERBO 161

sabiduría creadora, creó a los Ñamandu de corazón


valeroso, los creó simultáneamente con el reflejo de
su sabiduría (el sol).

No otra es la intuición de Platón cuando afirma que el


sol tiene en el mundo sensible puesto análogo al que
ocupa, en el mundo inteligible, la idea del bien, funda-
mento del lógos.
Después de la destrucción de la primera tierra
(¿una civilización? ¿un tipo de cultura?), «inspiró a los
verdaderos padres de las palabras almas el himno sagra-
do para que lo enviaran a la tierra». Un himno sagrado,
una inspiración unitaria sirve de fundamento a la vida de
los nuevos hombres y mujeres.

… Después de estas cosas, dijo a Jakaira Ru Ete:


bien, tú vigilarás la fuente de la neblina que engendra
las palabras inspiradas. Aquello que yo concebí en mi
soledad, haz que lo vigilen tus hijos los Jakaira de co-
razón grande. En virtud de ello que se llamen Dueños
de la neblina de las palabras inspiradas.

Esta definición del hombre no es menos exacta que la grie-


ga y sí más bella; el lenguaje es origen y actualidad de to-
da cultura, y el hombre su dueño, administrador y guardián.
Un prejuicio positivista, que encontró su primera
y más célebre formulación en la «ley» de los tres esta-
dios de Comte, impidió, durante mucho tiempo, ver en
el mito otra cosa que formas superadas de concebir y ex-
presar la vida, manifestaciones ingenuas de una huma-
nidad infantil. Un prejuicio teológico —leider auch
Theologie!—, producto de siglos de incesante teodicea
162 J.M. BRICEÑO GUERRERO

para hacer a la religión romana racionalmente aceptable,


cerró casi por completo la posibilidad de comprender lo
que dios, divinidad y divino significaban en el habla y
en la vida de los pueblos no occidentales. Un prejuicio
psicoanalítico, más reciente que los otros y relacionado
genéticamente con ellos, interpretó al mito como mensa-
je del subconsciente o inconsciente individual o colectivo
con sus temores ancestrales, instintos tanatofílicos, pa-
siones biológicas reprimidas y hasta enredos familiares.
Un prejuicio cultural, alimentado por la arrogancia del
poder que la superioridad técnica dio a Occidente en el
mundo, menosprecia al mito como balbuceo incoherente
de la mentalidad prelógica de pueblos «primitivos».
Contra todos esos prejuicios, afirmamos un prin-
cipio hermenéutico que puede formularse de la siguiente
manera: los autores de los mitos no eran menos capaces
de reflexión que los filósofos y científicos occidentales,
ni la ejercieron con menor intensidad o resultados menos
valederos; al contrario, alcanzaron niveles que la investi-
gación europea apenas comienza a sospechar. Mientras
se les mire desde afuera y desde arriba, condescendien-
temente, su verdadero valor permanecerá oculto. El mé-
todo correcto consiste en profundizar e intensificar la
propia reflexión central; cuando se llega al grado de lu-
cidez que ellos lograron, el mito se hace transparente y
se revela como creación poética de intención comunica-
tiva, que utilizó los medios expresivos disponibles, me-
dios diferentes de los nuestros porque diferentes eran sus
circunstancias y diferente el estilo con que los manejó,
medios eficientes porque establecieron ámbito de comu-
nidad y vencieron la íntima alienación, llaga secreta de los
adoradores del progreso y de la técnica. A esta compren-
LA CASA DEL VERBO 163

sión puede seguir un intento de traducción, sólo que ésta


no será accesible a los que no hayan reflexionado tan au-
ténticamente como los autores de los mitos.
Es evidente que, para utilizar este principio her-
menéutico y servirse de este método, es necesario res-
petar a los hombres que inventaron los mitos, sentir la
participación común en la condición humana y cobrar
conciencia de la igualdad y solidaridad ante el misterio.
Esto es difícil para la mentalidad occidental, volcada en
actitud instrumentalizante hacia el manejo pragmático
del mundo.
Al escribir todo esto hemos pensado especialmen-
te en los mitos cosmogónicos y antropogónicos y en el
puesto que en ellos ocupa el origen del lenguaje. El mues-
treo mitológico que hemos sometido a examen nos entre-
ga los siguientes resultados: El lenguaje es de origen
divino (no es un invento, es un don), participó en la for-
mación del hombre (sin lenguaje no hay hombre), parti-
cipa en la constitución del mundo (las cosas comienzan
a ser cuando son nombradas y su coherencia es la cohe-
rencia del sistema sígnico), está por lo menos en pie de
igualdad con los demás rasgos específicos del hombre,
existe independientemente del hombre pero éste es su
guardián y administrador. El orden jerárquico es: a) di-
vinidad, b) lenguaje, c) hombre en el mundo. El lengua-
je es mediador entre hombre y dios, hombre y hombre,
hombre y mundo porque es común a todos; el lenguaje
es la garantía única de comunicación.
La contaminación que resulta de la interacción cul-
tural hace que los mitos pierdan altura, profundidad y co-
herencia. Consideremos, en este sentido, el pintoresco
cuento siguiente, que tiene origen mestizo y carácter
164 J.M. BRICEÑO GUERRERO

sincrético: en él el lenguaje aparece como el rescate pa-


gado por un diablejo, para salvar su vida y recobrar su li-
bertad, a la mujer que lo atrapó con invencible magia e
intención asesina:

Los hombres, en un principio, no hablaban: tenían su


grito, al igual que los toros tenían el suyo; al igual que
los leones, que las gallinas, que los pájaros. Una vez,
una bruja alcanzó a ver, en el medio de su fuego, a un
diablito pequeño; velozmente lo apretó con una gran
piedra; apagó el fuego, cavó una fosa circular y la lle-
nó de agua para que su enemigo no pudiera escapar.
Chillaba el diablillo, amenazante; la vieja, sorda, afi-
laba la punta de un hueso para ensartarlo. Chillaba
más el diablillo: la vieja le mostraba la punta que iba
quedando fina como su dedo. Volvió a gritar y a ame-
nazar el prisionero. La vieja le hizo cosquillas con la
punta de su hueso, en la parte que sobresalía de la pie-
dra. Así siguieron largo rato hasta que la mujer ter-
minó su tarea. Siguió implacable bajo los insultos
hasta que cayó la noche y recordó que su marido vol-
vería, que debía cocinarle y que no tenía fuego. Miró
al diablo de reojo y el diablo la miró a ella amena-
zante. Apurada y nerviosa, tomó su hueso y le hizo un
tajo en el cuero a su enemigo. Como éste se vio per-
dido, le dijo que le hacía un trato: si ella lo liberaba
le daría un don. La vieja pidió una prueba: los chilli-
dos del diablejo se convirtieron en palabras. La vieja
oía asombrada. Luego ella misma empezó a hablar.
Liberó a su cautivo y el pacto se mantuvo.
LA CASA DEL VERBO 165

Este delicioso cuento postula absurdamente la


existencia de una sociedad humana ya organizada, con
división del trabajo y adelanto técnico, pero sin lengua-
je. La superficialidad de la intuición se pone de mani-
fiesto cuando el cuento nos presenta a la vieja en diálogo
con el diablejo antes de haber adquirido el don del len-
guaje. Lejos estamos de la alta dignidad reflexiva que
pone de manifiesto el Popol Vuh cuando, después de des-
cribir el caos inmóvil, silencioso y obscuro, afirma: «En-
tonces vino la Palabra». Lejos estamos de la estela rota
que se encuentra ahora en el Museo Británico, donde un
Faraón, hacia el año 700 antes de Cristo, copió el antiguo
mito de sus ancestros sobre el dios Ptah (pensamiento y
lenguaje), quien (sic), creó y dirige a todos los dioses,
hombres, animales y demás seres vivientes, quien con el
pensamiento de su corazón y el mandato de su lengua dio
origen a todo lo corpóreo y a todo lo psíquico y a todas las
cualidades de las cosas y a su ordenamiento y armonía.
Muy lejos, ciertamente, de aquel texto que recogió Preuss
entre los indios Uitotos: «En el principio la Palabra dio
origen al Padre», texto que coincide y concuerda con los
pasajes iniciales del Evangelio según San Juan.
DE
TRIANDÁFILA
(1967)
ZÁIN

CUANDO AÚN ERA DE DÍA, se dio cuenta de que sus


enemigos habían llegado para capturarlo. Sabían que él
estaba allí pero no lo habían reconocido todavía.
Miró a su alrededor buscando salvación en la fuga
mientras la fiesta continuaba. Las parejas bailaban en ro-
pa de trabajo o en traje de baño en torno a la piscina en
forma de guitarra que se encontraba en el centro de la te-
rraza. Hacia un lado estaba el bar de donde venía la mú-
sica y donde estaban sus perseguidores. No había otra
salida. Hacia los otros lados, azoteas más bajas y, allende
una de éstas, un enorme solar rodeado de altos muros; en
el solar un bosque. Intentaría llegar al solar.
Aunque no sabia bailar invitó a una señora y casi la
obligó a seguirlo en sus vueltas ridículas hacia el borde de
la pista. Cuando quiso saltar al otro lado, resbaló y se gol-
peó la cara contra el bajo pretil y quedó a caballo sobre
él, paralizado por el dolor y el terror. La mujer quiso
170 J.M. BRICEÑO GUERRERO

ayudarlo y se manchó las manos de sangre; se las secó en


la falda y él vio entonces la liga vertical de las medias so-
bre la carne rosada y pasiva, y por entre las piernas vio a
sus perseguidores que lo señalaban. Descubierto.
Impulsado por el pánico saltó al otro lado y corrió
buscando una entrada al bosque. Los muros del solar
eran más altos que la terraza donde ahora se encontraba;
no podía escalarlos, pero halló un hueco irregular en la
tapia, especie de agujal ampliado, sólo que demasiado
pequeño quizá para dejar pasar a un hombre de su ta-
maño, además ¿cómo bajar hasta el suelo?
Sus perseguidores ya habían saltado el pretil y se
acercaban. No podía vacilar; se introdujo por el agujero,
demasiado pequeño, y se desgarró las ropas y la carne.
Su caída apenas fue amortiguada por las trepadoras espi-
nosas que cubrían el otro lado de la pared, cayó de cabeza
sobre piedras, pero no perdió el sentido y corrió sangrante,
acezante, febril por entre cactos, cujíes, viejos samanes, so-
bre tierra resquebrajada, dispersando bosta seca, cagajones,
sirle. Llegó a una cerca de alambre de púas que dividía el
bosque y la pasó arrastrándose por debajo, sin poder evitar,
por la prisa, que las púas le rasgaran la espalda.
La segunda parte del bosque era complicada. Pe-
queños senderos semiocultos por matorrales se entrecru-
zaban en todas direcciones. Oía los pasos y voces de sus
perseguidores y a veces los veía, pero se calmó al des-
cubrir que se extraviaban en la tortuosidad inextricable
de los caminos; éstos habían sido trillados sólo por las
bestias de acuerdo con la mayor o menor resistencia de
la vegetación. Mientras los árboles cardaban, urdían y
tramaban apresuradamente los vellones crecientes de la
noche, dejó de correr y basó su salvación en un juego de
LA CASA DEL VERBO 171

azar: tomaba cualquier sendero silenciosamente; la pro-


babilidad de escape era la misma en cualquier dirección.
Cuando sus ojos se hicieron casi inútiles —la ace-
lerada esquila había abrumado los árboles— comprobó
con alivio que sus perseguidores no tenían antorchas ni
linternas y estaban probablemente desorientados. Las
sombras le concedían una prórroga. El bosque amura-
llado era mucho más grande de lo que había creído en
un principio y se habían internado hasta más allá del al-
cance de las luces de la ciudad. Blanda y ubicua la noche
lo guardaba.
Sabía que no podría caminar en línea recta, única
forma de llegar hasta el muro y salir: ningún instinto di-
reccional impediría que la trayectoria de su marcha for-
mara un enredo de curvas irregulares interrumpidas por
tropiezos y caídas para dejarlo al fin en la misma situa-
ción; además, se haría notar caso de que sus perseguido-
res permanecieran al acecho. Se tendió entre los arbustos
y trató de reflexionar.
Algunas circunstancias de la persecución le llama-
ron la atención: los hombres que intentaron atraparlo en
las azoteas eran adultos fuertes, pero mientras corría por
los senderos varias veces se volvió para verlos y no vio
sino niños; con frecuencia, en las encrucijadas escuchó
quejidos de parturientas; había por todas partes rastros
recientes de animales domésticos y hasta de rebaños, pero
él no se topó con ninguno; el tamaño del bosque amura-
llado era inexplicable ¿no se encontraba acaso en el cen-
tro de una gran ciudad?
Junto con el dolor de las heridas y la fiebre sintió
el inmenso cansancio de siete días de sobresalto huyen-
do de escondite a escondite y le hizo daño de repente la
172 J.M. BRICEÑO GUERRERO

rutina quebrada. Él no había hecho más que cumplir con


sus deberes, ¿cuáles eran sus deberes? No recordó. Le
pareció oír música de guitarra y se durmió; vio a una
mujer fosforescente y desgreñada que corría por el bos-
que gritando: «Yo soy Nimrod, el cazador»; creyó desper-
tar y siguió viendo a la mujer fosforescente, era hermosa
y gritaba: «Yo soy Nimrod, el rey de las espadas»; creyó
dormir y huyó, corriendo hacia atrás, por túneles y esca-
leras de piedra; cada paso inverso podía ser el último,
pero correr de frente significaba perecer sin remedio.
Calor y olor de establo lo abrigaban cuando des-
pertó. Un anciano lo estaba maniatando con las ligas que
una mujer le entregaba. La mujer tenía la falda mancha-
da de sangre y miraba hacia un muro detrás del cual al-
guien tocaba una guitarra.
Mientras lo amordazaba, el anciano le habló queda-
mente al oído y le declaró quién los había mandado a
capturarlo y por qué. Supo que sería entregado no a un tri-
bunal de justicia sino al odio y la venganza de un ene-
migo implacable. Por equivocación de identidades había
surgido la enemistad; pero no tendría derecho a explicar
ni a defenderse, no le sería permitido decir palabra.
Un relámpago de comprensión le acuchilló la con-
ciencia cuando se supo víctima inocente. Por la herida
penetraron navajas, punzones, tijeras, agujas, alfileres, es-
calpelos, garfios —todos ardientes— que, en bochinche
frenético, se dispersaban, se unían, se disparaban, se en-
trecruzaban, giraban, zigzagueaban, circulaban para cor-
tar, rajar, zajar, tundir, acribillar, desgarrar, quemar esa
materia inconsútil, viva, delicada, sensible, algedónica,
tímida y traslúcida que en él reflejaba el universo. Oh re-
beldía impotente ante la injusticia. Oh futilidad de tan
LA CASA DEL VERBO 173

grande dolor ante lo absurdo. Oh debilidad. Oh peque-


ñez. Y tembló convulsivamente, toda su carne convertida
en ahogado sollozo.
Lo conducirían, con los ojos vendados, a un lugar
que el anciano llamó «piedra de la retribución». El an-
ciano caminaba delante y lo guiaba con una soga que le
había atado a la cintura. Nadie habló durante el trayecto.
El camino era liso, la marcha lenta, no sentía deseos de
fugarse, pudo reflexionar y se dio cuenta, con sorpresa,
de que su gran dolor era hueco y un tanto teatral. No que
no lo sintiera, le dolía realmente todo lo que estaba ocu-
rriendo y le dolía como nada le había dolido antes; pero
él dramatizaba su situación como si quisiera convencer-
se íntimamente de que era una víctima del mundo irracio-
nal de los hombres donde la justicia no es sino el anhelo
trágicamente inútil de los muy jóvenes. En un repliegue
de esa «materia inconsútil, viva, delicada, etc., que en él
reflejaba el universo» estaba alegre porque se sabía cul-
pable de una culpa más difícil de llevar que el dolor, y da-
ba la bienvenida al castigo redentor. Admitía, pues, que era
culpable; pero no de la acusación formulada por el ancia-
no: él no había ultrajado nunca a ninguna vestal e igno-
raba hasta la existencia del templo de su presunta fechoría.
Lo alegraba la convicción subliminar de que el
castigo puede purgar culpas a las cuales no va dirigido,
de que a un quantum de culpa corresponde un quantum de
castigo sin acoplar específicamente el tipo del uno al de la
otra. Lo alegraba porque no la había examinado; al exami-
narla vio que era endeble y no podía sostener su consuelo:
cabía la posibilidad que le sirvió para dramatizar su dolor,
agravada ahora por la falta de un regocijo secreto. Era cas-
tigado por una culpa que no era la suya, por lo tanto seguía
siendo culpable.
174 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Sin embargo, en un universo donde era castigado


por una falta no cometida, bien podía suceder que no fue-
ra castigado nunca por la falta cometida. Sólo que la fal-
ta, cuando va acompañada de culpa, clama por el castigo,
por su castigo. O sería todo esto que él sufría, incluyendo
la confusión de identidad, precisamente el castigo ade-
cuado para su verdadero crimen. Su verdadero crimen; ex-
traño que hasta ahora no lo hubiera considerado en detalle.
Decidió compararlo con el castigo y se dio cuenta con
horror de que no lo recordaba.
Mientras caminaba, siguiendo dócilmente a su
guardián, trató de recordar y exploró a prisa, precipitada-
mente, todos los vericuetos de su memoria; pero no ha-
lló sino túneles y escaleras entre edificios de imposible
arquitectura y se vio correr hacia atrás como si deshiciera
el laberinto de sus pasos para volver al paraíso uterino, al
óvulo, a las gónadas huyendo de algo que se convertiría
en recuerdo pavoroso si él no regresaba.
Comprendió que habían llegado porque su guía se
detuvo, se situó detrás de él y lo sostuvo por los hombros
como ofreciéndolo, y porque oyó una voz cansada que
leía con indiferencia:

…sobre esta piedra. Sobre esta piedra mis riñones y


mi piel te pesaron y fuiste hallado fallo. Desde esta
piedra te llamé para que a ella vinieras y se cumplie-
ra la sentencia según mi voluntad. Siete días y siete
noches te fueron concedidos para que recorrieras
cómodamente las catorce estaciones de angustia en-
tre tu vida ordinaria y tu muerte. Nadie te persiguió.
Durante siete días y siete noches tres personas te
LA CASA DEL VERBO 175

esperaron en una de las entradas de este santuario: el


anciano, su hija y su nieto el guitarrista. No te cono-
cían, pero te reconocieron por tres signos: entraste
caminando hacia atrás, tenías la bragueta manchada
de rojo y dijiste Nimrod, la palabra de pase de los
condenados. Nadie te guió hasta la entrada, pero la
luz ambarina de tu culpa no podía equivocarse. Ya es-
tás echado de espaldas sobre la piedra. Que se ejecute
el décimo cuarto punto de la sentencia sobre esta pie-
dra. Sobre esta piedra mis riñones y mi piel te pesaron
y fuiste hallado fallo. Desde esta piedra te llamé.

Sintió que manos delicadas le empujaban tierna-


mente el mentón hacia atrás. El joven a quien nunca vio
comenzó a afinar la guitarra. Un perfume que no olía des-
de su infancia le dio la seguridad de que a su lado había
una presencia femenina, hondamente maternal. Entonces
toda su sangre se arremolinó en un clamor incontenible:
«Soy yo, Nimrod, el cazador. Nimrod, el rey de las es-
padas». Firme y amorosa la ancha hoja de piedra le des-
trozó la garganta.
La tierra sagrada se bebió lentamente el grito hu-
meante de su sangre y no supo que moría en sueños, ni
que era Adam Lilit quien lo hería desde otra dimensión y
destruía, con un reflejo amarillo de obsidiana, su recuerdo
de la espada flamígera.
de
DOÚLOS OUKÓON
(1965)
UE

PARA QUE PUEDAS COMPRENDER la forma externa de


mi trabajo, oh Helena, debo informarte aunque no sea
sino de manera fragmentaria y parcial cómo está consti-
tuido sobre este planeta el Sistema de Indicios que utili-
za la Jerarquía para el desarrollo de las humanidades de
tipo terrestre.
Cuando una humanidad terrestre termina su ciclo y
pasa a otro planeta, se destruyen sistemáticamente todas
las instalaciones que ella había construido en las diversas
etapas de su progreso técnico. Tal destrucción se efectúa
generalmente mediante un cataclismo telúrico y no es di-
fícil, porque la culminación de la técnica científica con-
lleva una asombrosa simplificación de las máquinas, hasta
el punto de que una sola estación de energía abastece to-
da la tierra y no hay un sólo aparato propulsor que no
quepa en la palma de la mano.
180 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Después del cataclismo, otra humanidad, proce-


dente de los reinos inferiores, comienza su gran ciclo a
partir de una condición casi bestial. No todos los hom-
bres de la anterior se han ido; algunos han de quedarse
durante cierto tiempo para ayudar a los recién llegados en
su fragilidad inicial y establecer el Sistema de Indicios
que ha de llevarlos a la comprensión y cumplimiento de
su tarea durante el ciclo.
La tarea de toda humanidad, oh Helena, consiste
en ampliar la consciencia hasta conocerse a sí misma
plenamente a fin de ser ella misma y hacer todo lo que
está implícito en la configuración de sus potencialida-
des dentro de la estructura de su universo.
Los generosos rezagados del ciclo anterior (todos
son voluntarios) han permanecido en la leyenda de to-
dos los pueblos como antiguos sabios y en el incons-
ciente colectivo como el arquetipo del padre.
Cuando han establecido el Sistema de Indicios, los
antiguos sabios se retiran dejando un colegio iniciático
que posee ciertos conocimientos fundamentales y cier-
tos poderes y que ayuda secretamente a la formación de
estructuras sociales adecuadas al grado de evolución al-
canzado. Ese colegio es visitado e instruido periódica-
mente por los enviados, quienes imparten la sabiduría
adicional necesaria de acuerdo con el adelanto y orde-
nan los cambios pertinentes.
A los cosmonautas de otros mundos les está per-
mitido observar los acontecimientos terrestres, pero les
está rigurosamente prohibido intervenir en forma algu-
na. Los que han cometido el error de intervenir han sido
castigados tan severamente que las violaciones de esa
prohibición son estadísticamente despreciables. Sin em-
LA CASA DEL VERBO 181

bargo, a algunos cosmonautas visitantes el colegio en-


comienda ciertas misiones; especialmente a los que vie-
nen de las Pléyades.
Los indicios para este ciclo fueron distribuidos en
cuatro grandes campos: la arquitectura, el mito, la mú-
sica y el juego.
Los sabios antiguos hicieron construir monumentos
iniciáticos: templos, palacios, estatuas, pirámides, dól-
menes, menhires, de tal manera que a cualquier hombre,
al contemplarlos o al andar por ellos sin finalidad prácti-
ca alguna, se le intensificaran ciertos procesos nerviosos
que la neurofisiología de este tiempo no conoce aún y em-
pezaran a despertar lentamente a lo Real, como el dur-
miente a quien llaman suavemente con el nombre que
usara la madre para llamarlo cuando niño. En momentos
más intensos de vigilia, que el vulgo llama trance, descu-
briría y aprendería la lección encerrada en las líneas ar-
quitectónicas, en la distribución de las masas, en el orden
de las partes, en la proporción de las medidas.
No escapó a la sagacidad de los antiguos sabios que
esos monumentos, aunque calculados para durar milenios,
podían ser destruidos por la pugnacidad y la violencia de-
senfrenada que caracterizan a las humanidades infantiles,
dominadas aún por las corrientes subhumanas del plane-
ta, ni que en su insensatez generaciones envanecidas por
el creciente progreso técnico los despreciarían. Sabían, es
cierto, que algunos arquitectos del futuro serían inspira-
dos para diseñar inconscientemente monumentos iniciá-
ticos que producirían en el observador desinteresado esa
eutaraxia contemplativa conocida como emoción estética
y a los cuales protegerían, hasta cierto punto, diversas for-
mas enmascaradas de respeto mágico. Pero decidieron
182 J.M. BRICEÑO GUERRERO

no confiar su mensaje a ese solo recurso y, considerando


que después de los combates, embriagados por la gloria,
los vencedores de todos los tiempos y sus descendientes
aman las palabras que narran sus hazañas y hechos por-
tentosos y elogian sus virtudes guerreras, inventaron mi-
tos fundamentales sobre héroes y antihéroes, mitos que
podían adaptarse a todas las épocas sin cambiar el es-
quema básico de su estructura, mitos cantados por aedos
que se metamorfosearían según los tiempos y lugares en
poetas, novelistas, periodistas, autores de guiones cinema-
tográficos, dramaturgos, cuentistas, cuenteros, humoristas,
mitos con contradicciones, detalles oscuros, palabras insi-
diosamente repetidas, a objeto de estimular en los oyentes
maduros para ello, a diversos niveles, ciertas glándulas que
la endocrinología de este tiempo no conoce bien aún y ha-
cerlos recordar vagamente lo Real, sumiéndolos en el esta-
do de ánimo del que intenta reconocer un amigo de infancia
en un rostro ultrajado por los años.
Sin embargo, los mensajes míticos no son sino la
sombra de un recurso más admirable y poderoso, oh
Helena, ningún ente del universo puede amar más inten-
samente que yo cuando veo que tus ojos amnésicos no
han perdido el asombro primigenio que espantó a los más
fieros guardianes del umbral cuando tú me reconociste en
Calíope, por la campanada esencial de tu Castalia, y me
entregaste la hoguera centrífuga de tu primer contacto me-
tacósmico. ¿Cómo no interrumpirme para pensar en no-
sotros —en ti y en mí— si te voy a hablar de la música,
campo de tu maestría ensombrecida por el acorde ígneo
que hube de recibir en la garganta?
Los antiguos sabios enseñaron a los hombres las no-
tas musicales en cinco, siete o doce y les dieron los pri-
LA CASA DEL VERBO 183

meros instrumentos. Les sembraron así la semilla no sólo


de toda la música y de todos los instrumentos musicales
posibles, sino también de todo conocimiento posible so-
bre todas las cosas y sobre el todo. El repertorio de que
dispone hoy la humanidad contiene, para el que sabe oírlo,
todas las ciencias en su estado perfecto y acabado, tanto
las nomotéticas como las idiográgicas. Oyendo música se
puede llegar a un dominio completo de la astronomía, de
las matemáticas, de la cibernética, de la analítica, de la
biología, de la mineralogía, de la historia, de la psicolo-
gía, de la sociología, de la química, la oceanografía y la
lingüística. No hay rama del saber posible que no esté
comprendida en el repertorio musical ya existente. Todas
las técnicas además, todos los medios de transformar la
naturaleza y la sociedad están dados en él. Interpretando
piezas musicales conscientemente se pueden efectuar to-
dos los cambios que tanto anhelan los hombres. Des-
graciadamente los músicos son profetas velados que no
entienden lo que ellos mismos hacen, y desconocen la cla-
ve básica y única para servirse adecuadamente de lo que
producen. Pero el amor que sienten por la música, ese ex-
traño arrobamiento que no es sino preludio, anticipación
inminencia de comprensión, los hace cultivar la composi-
ción, la interpretación, la apreciación, y en esa forma con-
servan y transmiten un patrimonio sagrado del cual
tomarán posesión los hombres cuando sean dignos.
Un aspecto visible de la música es la danza. Toda
danza es una técnica inductora del éxtasis. Los que bai-
lan se identifican con el planteamiento, desarrollo y so-
lución de los más complicados problemas matemáticos
inherentes al carácter numérico del universo, o con la
esencia gobernante de cualquier campo óntico restringido,
184 J.M. BRICEÑO GUERRERO

o se trasladan a planetas remotos y exploran minucio-


samente sus pormenores, o practican los métodos y
procedimientos de la astronáutica intergaláctica, pero
desgraciadamente, oh Helena, no se dan cuenta de lo
que hacen: en su limitada consciencia todo eso no se ma-
nifiesta sino como goce indefinido e inefable y como vi-
tal encantamiento erótico, cuando no como preámbulo
y símbolo de la corte y del acto sexual.
Dije que toda danza es una técnica inductora del éx-
tasis porque no quería referirme de una vez a las danzas
sagradas. Éstas producen el éxtasis, una especie de ensi-
mismamiento en que la consciencia se tiende poderosa-
mente hasta lograr estados de lucidez y vigilia que hacen
aparecer la vida despierta ordinaria como el más pro-
fundo y oscuro de los sueños. Felices los hombres que
se ejercitan en danzas sagradas, porque ellos serán los
primeros en conquistar la luz metacósmica.
Me falta hablarte de los juegos, oh Helena Ukusa,
y me complazco en explicártelos porque la sonrisa píca-
ra que te esfuerzas por reprimir traiciona la inclinación
lúdica que otrora te indujera a perseguir tu imagen ver-
dadera por el laberinto de espejos oculto en lo más in-
trincado de la Cabellera de Berenice.
Todos los juegos, incluyendo la coquetería, la in-
triga diplomática y la guerra, son de origen sagrado y re-
flejo del Gran Juego. Si un hombre cualquiera, en un
momento de desprendimiento y olvido de sus intereses
egoístas y temporales, observa o practica cualquiera de
ellos, manteniendo por casualidad la unión múdrica
uno-cinco en los dedos de la mano izquierda, sentirá el
llamado poderoso y comenzará a despertar; tendrá pri-
mero visiones geométricas y adivinará detrás de ellas algo
LA CASA DEL VERBO 185

parecido a una rosa o un lirio; después percibirá la Fra-


gancia y, al mirar en torno suyo, advertirá que camina
entre sonámbulos.
Los juegos infantiles tienen una importancia espe-
cial porque en ellos se conserva puro el mensaje funda-
mental de los antiguos sabios. Los niños los han ido
transmitiendo con asombrosa fidelidad durante milenios,
y la sabiduría contenida en ellos ha sobrevivido a las ca-
tástrofes que han destruido castas sacerdotales completas,
templos, bibliotecas… de la misma manera que las flores
silvestres ríen aún sobre los prados, mientras yacen bajo
tierra los imperios que tuvieron jardines colgantes y su-
mieron en el terror, la esclavitud y la miseria a pueblos
pacíficos y laboriosos…
Juegos como el escondite, el venado, la semana, el
avión, saltar la cuerda, Doña Ana, el santo tapado, la vie-
ja Inés, el gato y el ratón, la perinola, el aro, la rayuela, el
hoyito, la guerra de los chucos, conservan hasta hoy toda
la fuerza iniciática que necesita el hombre para despertar
y recordar. Cuando los niños juegan se encarna en ellos
el fiat del universo, los niños que juegan son la esencia
del universo; si durante un segundo no jugara ningún ni-
ño sobre la tierra, se desintegrarían las galaxias. En un pa-
tio vecino a mi humilde vivienda los veo ahora jugar la
ronda y pienso en los hombres que destruyeron sus ojos y
su salud escudriñando en vano durante largos años libros
antiguos, códices, buscando la revelación de los misterios
mientras a pocos pasos los niños les cantaban, les corrían,
les saltaban, les reían, les bailaban, les gritaban todas las
claves de todos los arcanos.
En verdad, oh Helena, nada me ha parecido más
ingenioso que esa idea de esconder las llaves de la luz y
186 J.M. BRICEÑO GUERRERO

del poder en los juegos infantiles. Sólo los verdadera-


mente dignos las encuentran. A los soberbios y violen-
tos jamás se les ocurriría buscar allí. Alabados sean los
sabios antiguos… Que la estrella Algol sea su morada…
Los juegos de mesa, ya sea que en ellos predomi-
ne el azar o la habilidad combinatoria, son hermosos
umbrales. Observa a los jugadores, oh Helena, tú que los
desdeñas porque has conocido el Gran Juego y que no te
acercas a una mesa lúdica sino con la encantadora con-
descendencia de las Princesas del Rocío, observa a los
que juegan y tal vez notarás que mientras creen divertirse
o descansar o luchar por el triunfo, giran afanosamente
en torno a un pequeño remolino que los atrae y a cuyo
fondo no pueden llegar. Debajo de ese remolino están la
rosa y la Fragancia. No es por accidente, oh Helena, que
todas las barajas tienen cuatro palos, que el dominó es
siete por cuatro, que el ajedrez es ocho por cuatro, que
el ludo tiene cuatro puntas, que las mesas y los tableros
son cuadrados. Recuerda los cuatro ríos del Edén, re-
cuerda los cuatro animales de Ezequiel atrapados en la
esfinge, recuerda los cuatro evangelistas, recuerda los
cuatro puntos cardinales, recuerda los cuatro lirios sa-
grados de Calíope, recuerda… No es por casualidad, oh
Helena, que cada una de las reglas del juego, que cada uno
de los pormenores, que cada una de las figuras, que cada
uno de los colores, que cada uno de los números son co-
mo son y están en la relación en que están. Allí vibra el
mensaje de los antiguos sabios, allí arden los indicios sa-
grados, allí también puede estallar el relámpago.
Para mí tienen un valor muy personal. Cuando
quiero saber lo que pasa en Calíope, voy a ver las parti-
das de dominó en el botiquín de la esquina, y observo
LA CASA DEL VERBO 187

los juegos de canasta en casa de una vecina cuando de-


seo espiar a mis colegas y camaradas dispersos hoy en
el servicio por los mundos innumerables de la nebulosa
de Andrómeda.
No hay ni un solo deporte que no tenga carácter de
indicio; se seguirán formando atletas, ídolos de las mul-
titudes, fanáticos de equipos, mientras los hombres no
hayan aprendido a escuchar la brisa suave que murmura
el Nombre desde cada coyuntura del juego; pero, entre-
tanto, el mensaje permanecerá y será conservado celosa-
mente, cualesquiera que sean las características de los
regímenes que en cada etapa evolutiva crean tener en sus
ideologías y partidos la solución de los problemas sociales.
Todos los jugadores del mundo son portadores in-
conscientes de un mensaje. Ésa es su misión.
Ahora bien, oh Helena, la forma exterior de mi tra-
bajo consiste en averiguar si en la tierra el Sistema de
Indicios funciona correctamente.
Yo, Dóulos Oukóon, disfrazado de policía, de
mendigo, de estatua, de cabilla, de fusil, de Lord inglés,
de corsé de cortesana, de violín, de cubilete, de as de es-
padas; ubicado en un hilo de cuerda de saltar, en una ra-
queta, en el do medio de un piano, en un pilón de patio
aldeano, en una tiza robada por un niño travieso, en el
doble cuatro, en el vértice de una pirámide antigua, en
el tacón derecho de una bailarina, en el lápiz de un co-
mediógrafo, en la angustia secreta de un poeta inédito,
en el dedo índice de una comadre; apareciendo como
partitura, como araña de luz en sala de fiesta, como lám-
para de querosén, como solapa de libro, como proyector
cinematográfico, como cámara de retratar, como pluma
en cabeza de piache, como tambor: yo, Dóulos Oukóon,
188 J.M. BRICEÑO GUERRERO

espía cósmico, yo he explorado minuciosamente todas


las instalaciones del Sistema de Indicios y puedo infor-
mar que ninguno de los mecanismos cibernéticos ha fa-
llado, pero que los encargados de la liturgia la han
prostituido al perder contacto con el colegio iniciático y
se han convertido en rémora para la evolución y cáncer
en el cuerpo sagrado de los pueblos.
Te quiero decir, oh Helena, un secreto que tú sabí-
as antes que yo lo sospechara y que has olvidado a con-
secuencia de tu esplendorosa caída. Te lo quiero decir
porque nada me hace sufrir más que tu amnesia, pues
nadie está más cerca que tú de mi corazón. El Sistema
de Indicios conduce a la clarivideoaudiencia total cuyo
problema técnico es la sintonía y a la clariquinesia ar-
queométrica cuyo problema técnico es la cronopraxia to-
pológica multidimensional.
Cuando se llega a este punto el Sistema de Indicios se
hace superfluo y superfluos todos los inventos de la civi-
lización. Considera algunos ejemplos: las efemérides de
Júpiter están escritas matemática y exhaustivamente en el
hígado de las ovejas. Las piedras preciosas son máquinas
altamente fieles de telecomunicación; el crisólito comuni-
ca instantáneamente con cualquier lugar de Perseo, funcio-
nando como receptor-transmisor mediante ligeros toques
del dedo selector de onda. Cinco gramos de plata mejicana
tratados con mirada elíptica bastan para propulsar cualquier
vehículo hasta la luna. Las cuarenta y nueve regiones eró-
genas del cuerpo de la mujer corresponden directamente a
las cuarenta y nueve estaciones de empalme intergaláctico
entre Magallanes y Andrómeda. La muerte violenta de un
escorpión terrestre en los días dominados por Casiopeia
produce tempestades solares y perturbaciones electromag-
néticas en el sistema de Proción.
LA CASA DEL VERBO 189

El Sistema de Indicios no es, pues, sino introduc-


ción al liber mundi. Algunos hombres han aprendido a
leerlo sin el auxilio telecrónico de los antiguos sabios.
Se sabe de hechiceros que contemplando la imagen dibu-
jada de un animal descubrían sus costumbres, su ciclo vi-
tal y la mejor época y lugar para cazarlo. Pueblos que no
tenían sino astrolabios conocieron los satélites de Júpiter
antes de la invención del telescopio. Un hombre declaró
que podía ver el universo en un grano de arena y a Dios
en una flor silvestre.
de
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
(1962)
ADEMÁS DE SUFRIR una gran desorientación voca-
cional, profesional, política, social, artística y hasta
sentimental, los venezolanos estamos desorientados fun-
damentalmente en lo que respecta a nuestro propio ser.
El estudio de la Filosofía está necesariamente li-
gado a la totalidad de la problemática humana; por eso
nos conduce tarde o temprano a reflexionar sobre nues-
tro ser y a buscar el sentido que el pensamiento filosó-
fico mismo pueda tener entre nosotros.
Este trabajo, aunque sugiere algunas hipótesis, no
ofrece soluciones; se justifica como intento de plantear
el problema de la Filosofía en Venezuela y de iniciar un
diálogo al hacer más notoria la desorientación.
En la primera parte describe a grandes rasgos la
condición humana y la cultura, como horizonte necesario
del problema a tratar; en la segunda traza un perfil de la
Filosofía dentro de esa perspectiva; en la tercera enfoca
194 J.M. BRICEÑO GUERRERO

directamente el tema basándose en la preparación reali-


zada en las dos primeras partes.
Dada la naturaleza de la serie de publicaciones en
que este trabajo aparece, hemos prescindido de todo
aparato técnico académico.

J. M. B. G.
Mérida, mayo de 1962

LA FILOSOFÍA Y NOSOTROS

La filosofía es posibilidad, actividad y producto del


hombre. Para señalar sus caracteres específicos es nece-
sario considerar previamente la condición humana en su
conjunto, ya que los diferentes aspectos de ésta se sostie-
nen y definen mutuamente constituyendo un sistema, en
el cual cada parte sólo tiene individualidad y sentido por
sus relaciones de interdependencia con las demás.
Una comparación, no poco simplista, del hombre
con los demás entes nos aclara, por contraste, su condi-
ción. Mientras los minerales obedecen leyes físicas inelu-
dibles, los vegetales tienen un ciclo vital perfectamente
determinado y los animales están ligados a su mundo cir-
cundante por relaciones de interacción casi invariables,
gracias a los automatismos del instinto, el hombre, aun-
que en su aspecto físico-biológico comparte con ellos la
misma servidumbre a leyes naturales, se distingue por un
alto grado de indeterminación en lo que se refiere a su
conducta. No dispone de mecanismos instintivos que le
LA CASA DEL VERBO 195

aseguren la supervivencia, o ellos no son, al menos, sufi-


cientes para asegurarla. No es como las golondrinas, que
encuentran sin brújulas ni mapas los lugares que buscan.
El proverbio nuestro: «Nadie nace aprendido», describe
perfectamente esta situación. En efecto, el hombre nece-
sita adquirir por aprendizaje lo que no le es dado por na-
cimiento. De aquí la necesidad absoluta que tiene de vivir
en sociedad y compartir la cultura que es transmitida de
las generaciones adultas a las generaciones en formación
mediante el proceso educativo. Cada hombre es portador,
transmisor y, a veces, creador de cultura.
Por cultura entendemos aquí no el refinamiento de las
costumbres, el intelecto y los sentimientos por su depura-
ción y pulimento de acuerdo con criterios y fines ético-es-
téticos; sino todo lo que el hombre ha creado y su actividad
creadora —cultura culturante y cultura culturada.
En el concepto de cultura incluimos la técnica, la
religión y los mitos, la moralidad, el derecho y el arte.
La técnica incluye métodos de adquisición: caza,
cría, pesca, agricultura, minería; medios y procedimientos
de fabricación: alimentación, vestido, habitación, arma-
mento, medicinas, etc.; varía cuantitativa y cualitativa-
mente según las sociedades, pero conserva el mismo
sentido y cumple las mismas funciones.
Creencias y mitos sobre el más allá, el destino del
hombre, etc., acompañados de dogmas, tabúes y ritos
son también parte de la cultura.
La existencia del hombre en sociedad está someti-
da siempre a reglas de comportamiento, sobre todo a
prohibiciones, encaminadas al mantenimiento de un or-
den, sin el cual no puede haber comunidad, pero que no
es dado naturalmente, sino que tiene que ser creado y
196 J.M. BRICEÑO GUERRERO

mantenido por el hombre. Cuando esas reglas se precisan


y aclaran, con el objeto de organizar conscientemente la
vida social, se convierten en Derecho, que puede ser el
derecho consuetudinario o el derecho escrito de las le-
yes y códigos.
Las creaciones culturales, ya descritas a grandes
rasgos, llevan implícita, en mayor o menor grado, la rea-
lización de valores propiamente estéticos. Estos pueden
desligarse de todo fin ritual, mágico o técnico y condu-
cir a la creación de obras puramente artísticas.
Las diferentes formas culturales —instrumentos
de cocina y modo de comer, canciones de cuna y vasos
ornamentales, fiestas profanas y ritos sagrados, el culti-
vo del rosal y la fabricación de venenos, conocimientos
sobre la lluvia y trato de animales domésticos, porno-
grafía catártica y constituciones— están sostenidas y
son llevadas por una visión del mundo y de la vida, con-
cepciones sobre el sentido de la totalidad y el puesto del
hombre en ella, valores. Dicho más radicalmente: la
condición humana conlleva, como estructura específica,
una comprensión del ser y del no ser, del todo y la nada,
del mundo y del hombre, del sentido de la vida. Sobre
esa comprensión descansa la posibilidad misma de la
cultura. Esa comprensión orienta la conciencia —el dar-
se cuenta— cuya esencia y manifestación es el lenguaje,
espejo viviente del universo.
La cultura, que constituye un todo supraindividual,
posee dinamismo propio y tiende a perpetuarse por tra-
dición, mediante una especie de inercia, logrando perío-
dos más o menos largos de equilibrio; pero está siempre
expuesta a cambios traumáticos y épocas de crisis, pro-
venientes de contradicciones internas, inventos revolu-
LA CASA DEL VERBO 197

cionarios, agresiones externas o catástrofes naturales.


Y, aún sin todos esos inconvenientes, cambia perceptible-
mente en cada generación porque su dimensión es el
tiempo, su modo de ser el devenir.
La finitud y la precariedad de la cultura son refle-
jo de la finitud y precariedad del hombre. La cultura es-
tá siempre expuesta a ser desarticulada, desmantelada,
destruida; el hombre a quedarse a solas con su libertad
y su radical angustia.
Pero aún al que le ha tocado en heredad una cultu-
ra en estabilidad relativa y, por lo tanto, puede engañarse
con respecto a su propia condición, no deja de ocurrirle
tarde o temprano, por las frustraciones inevitables de la
vida individual, o por una sensibilidad muy aguzada, o
por una gran capacidad de asombro, no deja de ocurrir-
le, alguna vez, que tenga el tremebundo confrontamien-
to consigo mismo y vea, cuando menos el destello fugaz
de una intuición momentánea, la contingencia de su ab-
surda existencia, acechada continuamente por todo gé-
nero de peligros, condenada a dejar de ser, finita.
La condición humana es fundamentalmente incó-
moda, porque requiere incesantes esfuerzos conscientes,
trabajos y preocupaciones que nunca conducen a la se-
guridad definitiva. «Las zorras tienen cavernas, y las
aves del cielo nidos; mas el hijo del hombre no tiene
donde recueste su cabeza». Por eso los dos mitos cardi-
nales de la condición humana son el paraíso perdido y la
utopía: hubo un tiempo en que la humanidad vivió ar-
moniosamente, la felicidad era posesión de todos, no exis-
tían ni la miseria ni la enfermedad ni la injusticia ni la
angustia; o, la humanidad alcanzará esa armonía por la lle-
gada de un salvador o como culminación de un proceso
198 J.M. BRICEÑO GUERRERO

histórico ineluctable o debe alcanzarla por sus propios


esfuerzos. Nostalgia del insecto o anhelo de diviniza-
ción; las abejas y los inmortales no tienen problemas so-
ciales. Los dos grandes mitos son uno: híbrido horrendo
de arcángel y serpiente, el hombre está humillado por
haber caído de un previo encumbramiento o por no ha-
berlo alcanzado todavía. Cada individuo, cada pueblo in-
tuye y formula, con mayor o menor claridad, el gran mito.
Dicho en otra forma: concibe ideales y valores ante los
cuales la realidad vivida queda ensombrecida. De aquí el
impulso hacia nuevas formas y el proyecto. El hombre
es un hacedor de proyectos, los cuales están siempre ex-
puestos a la frustración.
Lo que da sentido al quehacer humano, orientando y
sosteniendo los proyectos, es el conjunto de cosas que se
consideran dignas de ser buscadas, conquistadas o preser-
vadas, realizadas: los valores. Valores son la verdad, la co-
modidad, la justicia, el poder, la salud, la belleza, el orden,
la seguridad, el placer, el honor, la gloria, etc. Tanto en los
individuos como en las comunidades predominan unos va-
lores sobre otros formando una jerarquía. Frecuentemente
hay conflictos entre los valores; a veces crisis general se-
guida de reorganización; casi nunca —aunque quizá más
a menudo de lo que se cree— un completo nihilismo
axiológico con vocación de caos y de muerte.
A medida que crece y se integra a la vida colecti-
va mediante la educación —espontánea o sistemática—,
el hombre hereda los bienes y valores de la cultura a que
pertenece. Es asombroso observar cuán poco originales
somos, casi todo lo que tenemos nos ha sido dado: cada
individuo «formado» se parece a un tipo, cae bajo un ti-
po categorial, para el cual había heredado las condicio-
LA CASA DEL VERBO 199

nes biopsíquicas y el molde cultural correspondientes;


parece como si la educación no consistiera más que en
aprender un papel, un conjunto de roles, para tomar par-
te en una gran labor teatral en la que pocas veces es ne-
cesario improvisar y cuyo sentido está dado por el juego de
los valores transitorios de la cultura. Los conflictos del in-
dividuo, cuando no provienen de crisis de desarrollo o di-
ficultades de adaptación, son reflejo de conflictos intra o
interculturales; pocas veces tienen su origen en la dolorosa
actividad creadora del espíritu en lucha con la materia.
Pero esa ilusión teatral se explica por la ya señalada
tendencia de la cultura a perpetuarse mediante una espe-
cie de inercia (la tradición); es posible sólo en largos perío-
dos de relativa estabilidad; se desvanece al considerar que
todas las formas culturales son creación del hombre, fini-
tas como él, como él destructibles; el ser humano puede
verse en cualquier momento ante un teatro caído, abando-
nado a su indeterminación, en ejercicio ineludible de su li-
bertad creadora. Pobre de él si se había convertido en actor
mecanizado o marioneta.
De todas maneras, cualquiera que sea ese estado de
la cultura —naciente, en plenitud de realización formal,
feneciente— el hombre vive siempre en un mundo cul-
tural y quizá lo que llamamos universo no sea sino, en
un sentido más profundo, obra arquitectónica del hom-
bre, verbo humano objetivado en el seno de la tiniebla
primordial y el misterio.
Pero la cultura no es homogénea. Pasa con ella lo
que pasa con el lenguaje: el lenguaje es prerrogativa del
hombre en general, pero se nos presenta siempre en la
pluralidad de los idiomas.
200 J.M. BRICEÑO GUERRERO

No cabe duda que los pueblos son distintos y su


peculiar idiosincrasia limita en gran parte las posibili-
dades de manifestación formal. Esa idiosincrasia señala
las direcciones de desarrollo y contiene en potencia las
formas que se actualizan en el transcurso del tiempo.
Desde esta perspectiva puede comprobarse que ha habi-
do culturas acabadas, culturas que han agotado, por de-
cirlo así, sus potencialidades. Un análisis estructural de
los idiomas o lenguas nos muestra con gran claridad
que, antes de toda reflexión teórica, ya tienen los pue-
blos o comunidades lingüísticas una concepción articu-
lada del mundo y de la vida. Dicha concepción anuncia
en cierto modo cuáles van a ser las líneas de desarrollo
del pueblo en cuestión.
La cultura dentro de la cual se «forma» un indivi-
duo determina en alto grado su estilo de vida, marca pa-
ra siempre su quehacer, modela su sensibilidad y su
actitud valorativa, da un aire característico a su pensar.
El individuo, por su parte, puede ser factor importante
en el devenir cultural; está en condiciones para ello de-
bido al intrincamiento de determinación y libertad tan
característico de la condición humana, pero los auténti-
cos creadores de formas culturales son pocos. Además,
la aparición de esas formas ocurre en el ámbito de la co-
munidad y de una manera que no es clara y consciente-
mente intencional; la acción del individuo se mueve en
un horizonte cultural ya dado. Es como si pudiera ha-
blarse de creación colectiva, de los pueblos como enti-
dades personoides.
LA CASA DEL VERBO 201

II

¿Cómo ubicamos la filosofía en el horizonte de lo


expuesto? ¿Qué lugar ocupa en este contexto? Dis-
tinguimos tres conceptos de filosofía: 1) filosofía como
dynamis, 2) filosofía como enérgeia, 3) filosofía como
ergon. El uso que se da aquí a estas palabras griegas no
coincide con el que de ellas hace Aristóteles; las emple-
amos como recurso lingüístico para dar énfasis a la dis-
tinción conceptual que intentamos.
1) Hemos visto que la condición humana se carac-
teriza por cierta indeterminación fundamental, manifes-
tada en la necesaria creación de la cultura, y que ésta
presupone siempre visión del mundo, concepción de la vi-
da, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en el uni-
verso y el papel que está llamado a desempeñar. Aunque
no se conviertan en objeto de una toma de consciencia
problematizante, estos supuestos sostienen y orientan las
manifestaciones culturales y hallan su expresión en los di-
ferentes aspectos de la lengua.
Así como la lengua sirve de medio para la comu-
nicación y, como medio, es más eficiente cuanto más
transparente sea; pero está constituida por un vocabula-
rio (expresión de las representaciones y conceptos de la
comunidad), un sistema fonético y un sistema formal
(espejos del modus cogitandi colectivo) que no se pue-
den poner en cuestión, en el habla cotidiana, sin entor-
pecer la función comunicativa. Así la cultura es medio
de supervivencia y realización para el hombre, que la
crea, la vive, la utiliza, la transmite; pero conlleva, como
principio y fundamento, los supuestos ya anotados, que
no se convierten necesariamente en objeto de estudio,
sino que más bien tienden a permanecer ocultos.
202 J.M. BRICEÑO GUERRERO

A estos supuestos que sostienen y orientan la cul-


tura, a estos supuestos que configuran las estructuras de
la lengua, a estos supuestos que sólo son posibles dada la
condición humana y la comprensión de la totalidad en
ella implícita, a estos supuestos que tienden a operar en
secreto llamamos filosofía como dynamis, y más estric-
tamente a la comprensión de donde surgen.
La filosofía como dynamis es universalmente huma-
na: todos los pueblos tienen visión del mundo, concepción
de la vida, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en
el universo y el papel que está llamado a desempeñar, en-
raizadas en la comprensión con-dicha o con-dada en el he-
cho de ser hombre, en la con-dicción o con-dación humana
(séanos permitido este juego derivativo).
2) Todos los supuestos de la cultura son estructura-
ciones de la comprensión primordial, pero no son perma-
nentes y declinan con mayor o menor rapidez para dar
paso a nuevas estructuraciones, podríamos decir a nuevos
mundos. Ésta, su transitoriedad, se debe en última instan-
cia a que existen en el tiempo. Cuando declinan, la si-
tuación es propicia para una toma de consciencia que
descubre su problematicidad. Semejante toma de cons-
ciencia no es espontánea porque la intención y la atención
del hombre están generalmente dirigidas hacia el llamado
mundo exterior y ocupadas en quehaceres culturales; de
allí que se facilite más en épocas críticas, pero otros mo-
tivos pueden provocarla: el miedo a la muerte, el asombro,
el encantamiento producido por el esplendor de las cosas,
la angustia vital, el hastío y la cuita existencial.
Esta toma de consciencia, que problematiza lo has-
ta entonces inadvertido por obvio, puede conducir a una
reflexión crítica que se enfrenta a los problemas descu-
LA CASA DEL VERBO 203

biertos y trata de darles una solución inteligible, orien-


tada hacia una interpretación coherente de la totalidad,
interpretación que se problematiza a sí misma y trata de
justificarse racionalmente.
El que así reflexiona pretende remontarse a los pri-
meros principios y opera en forma conceptual. Habrá
triunfado si logra darse una explicación razonante, auto-
fundamentante de la totalidad, acompañada por las ins-
trucciones correspondientes sobre la forma adecuada de
conducirse, o, por la prueba de la infundamentabilidad
de tales instrucciones.
Sin embargo, en el transcurso de esa reflexión total
fundamental y final no deja de haber supuestos más pro-
fundos que pasan inadvertidos y que corresponden a pre-
juicios, a decisiones previas, de los cuales el reflexionante
por no darse cuenta no se «da cuenta», de manera que
puede tener la ilusión de haber alcanzado su meta cuando
en realidad se encuentra muy lejos de ella. Es más, sabe-
mos que la reflexión racional parte necesariamente de
supuestos irreductibles, se mueve dentro de límites ya
dados. He aquí la finitud de la reflexión racional.
Cuando el problematizador radical de lo obvio y de
sí mismo inicia auténticamente la actitud y actividad re-
flexivas, se lanza ipso facto in medias res; todas las cues-
tiones, por su estrecha relación e interdependencia, forman
una sola: sin embargo, es posible y, por razones metodo-
lógicas, conveniente distinguir aspectos en ese todo siste-
mático. Distinguimos tres. Podrían distinguirse más o
menos; pero ninguna de las divisiones aspectales que se
pueden proponer es absolutamente necesaria; todas sub-
llevan inevitablemente una decisión, en último análisis
irracional, sobre el criterio distinguidor. Distinguimos,
204 J.M. BRICEÑO GUERRERO

pues, tres, siguiendo aproximadamente la acentuación


que se observa en la historia de la filosofía: a) reflexión
sobre el ser, b) reflexión sobre el conocimiento, c) refle-
xión sobre el valor.
a) Se trata de un intento racional de concebir la to-
talidad de lo que es y el significado de Ser. Implica este
intento una renuncia previa a toda ayuda sobrehumana,
concíbase ésta como se quiera, por ejemplo, como una re-
velación divina; implica, además, complementariamente,
la decisión previa de apoyarse en el poder de la razón y
operar de manera conceptual, es decir, utilizando sólo
recursos humanos.
El pensamiento científico, que consiste en dividir la
realidad llamada exterior en campos bien delimitados pa-
ra estudiarlos de acuerdo con un método preciso, sobre su-
puestos aceptados e indiscutidos, persiguiendo un saber
sistemático con posibilidad de plena realización —el pen-
samiento científico es una derivación y degradación del
pensamiento filosófico y sólo puede surgir y desarrollar-
se sobre bases puestas por la filosofía. La idea, por ejem-
plo, de que el universo es un todo coherente, gobernado
por leyes accesibles al entendimiento humano —supues-
to imprescindible de la investigación científica—, tiene
su origen en el pensamiento filosófico y es sólo posible
cuando éste se sobrepone al pensamiento mítico.
b) El poder de la razón misma se ha problematizado
y el conocimiento de la totalidad se ha puesto en tela de
juicio al volverse el pensador sobre sí mismo, escindien-
do sujeto y objeto, para preguntarse sobre la esencia del
conocimiento, su origen, su extensión, sus tipos y, sobre
todo, su validez: concepto y garantía de la verdad.
LA CASA DEL VERBO 205

En un principio, los esfuerzos encaminados a con-


cebir la totalidad racionalmente se hicieron sobre un su-
puesto indiscutido, pero formulado desde muy temprano
en la historia de la filosofía. Parménides escribió en for-
ma lapidaria: «lo mismo es pensar y ser». La estructura del
ser y la de la razón son la misma. Aunque sin justificación,
había allí, en semilla o en botón, una teoría del conoci-
miento. Pero no pasó mucho tiempo sin que el problema
se convirtiera explícitamente en objeto de la reflexión que,
después de múltiples ensayos, culminó en el monumental
trabajo de Manuel Kant. De la «revolución copernicana»
que este hombre produjo en el filosofar, con su trata-
miento del problema gnoseológico, no se ha recuperado
todavía el pensamiento filosófico: los más grandes pen-
sadores actuales viven a la sombra de Kant.
No está de más apuntar que la ciencia, por su propia
existencia, plantea problemas gnoseológicos, no en cuan-
to a su desarrollo interno o a su progreso, ya que puede en-
carar sus dificultades y crisis inmanentes con los recursos
de que dispone, sino en una dimensión diferente: la de sus
fundamentos. Cada ciencia recibe de regalo el principio,
el objeto, el método; pero la filosofía que tiene que buscar
siempre su propio principio y cuyos métodos y objeto son
problemáticos, investiga, en ocasión de las ciencias, sin
negar la validez que éstas tienen dentro de sus respectivos
límites, sus condiciones de posibilidad, las razones que
permiten su existencia y la sostienen. ¿No son acaso las
ciencias creación del hombre? La filosofía, yendo al ori-
gen, estudia el hecho del surgimiento de la ciencia y las
condiciones que, en última instancia, lo posibilitan en el
mundo del hombre.
206 J.M. BRICEÑO GUERRERO

c) El mundo del hombre está estructurado valorati-


vamente. Su arquitectura está configurada por el sistema
de valores predominante. Éste determina el grado de im-
portancia que se da a cada actividad, la atención prefe-
rencial que se dedica a unos objetos sobre otros e, incluso,
la visión misma de los entes. Cada cultura y dentro de
ella cada época —es ciega para ciertos aspectos de la lla-
mada realidad exterior y, en cambio, muy vidente para
otros. El estudio del vocabulario, de la morfología y la
sintaxis de las diferentes lenguas muestra este hecho con
asombrosa claridad.
Pero cada cultura tiene, bajo todos los cambios en su
estructura valoral exteriorizada, un fundamento valoral
menos mutable que no puede destruirse sin producir el de-
rrumbe de todo el edificio cultural, cuyas formas desarti-
culadas e individuales pasan a ser, en el mejor de los casos,
material bruto en el desarrollo de culturas vivientes.
La reflexión filosófica, como tercer aspecto dentro
de la triple división que hemos escogido, se dirige hacia el
valor, lo tematiza, lo problematiza, toma consciencia de
su orden jerarquizado, trata de descubrir su naturaleza,
de determinar su modo de ser distinguiéndolo de los en-
tes cósicos
Desde esta perspectiva se presentan tremendos
problemas: ¿Hasta qué punto dependen los conocimien-
tos —y la teoría misma del conocimiento— de valores
subyacentes a la actividad cognoscitiva? ¿Hasta qué
punto está la concepción filosófica de la totalidad, del
ente y del sentido de Ser denominada por valores pre-
viamente dados, en inadvertida vigencia? ¿No están las
ciencias sustentadas y dirigidas por un valor supremo —la
verdad— cuya naturaleza es problemática? ¿No parte
LA CASA DEL VERBO 207

la filosofía misma de una valoración del intelecto, de la


razón, de lo conceptual, no se ha dado acaso en un ám-
bito cultural definido? Pero también se puede preguntar
en dirección contraria: ¿No afecta el conocimiento la vi-
gencia y hasta la validez de los valores relativizándolos?
¿No ha destruido ya muchos? o: La comprensión origi-
naria del Ser, la luz natural neutra, ¿no será previa a los
valores? ¿No dará la interpretación primigenia y absurda
de esa comprensión las estructuras básicas sobre las cua-
les encuentran los valores su posibilidad de existencia? o:
¿Hay valores ya dados en la desnuda condición humana,
o son secundarios en orden de fundamentación, creados?
¿Es el valor una posibilidad de necesaria, pero variable
realización? ¿Hay una jerarquía absoluta de valores?
A esta reflexión crítica sobre el Ser, el conoci-
miento y el valor —empresa teórica, conceptual, dirigi-
da hacia la totalidad, buscadora de su propio principio,
problematizadora de lo obvio—; a esta reflexión crítica
en su actu-alidad, en su act-ividad, mientras sucede,
mientras pone en movimiento al ser del meditador a es-
ta reflexión crítica, en esta forma concebida llamamos
filosofía como enérgeia o filosofar.
3) Ahora bien, la filosofía como enérgeia conduce
generalmente a la producción de obras filosóficas. Los
pensadores han ensayado respuestas a sus propias pre-
guntas, soluciones a sus problemas teóricos y los han co-
municado de viva voz o por escrito. Esas respuestas y
soluciones tienden a articularse dentro de un todo cohe-
rente, dentro de un sistema de pensamiento. Perduran
pasando por tradición de maestro a discípulo y adquie-
ren cierta estructura cósica, son semejantes a objetos fa-
bricados, a productos técnicos.
208 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Los que adoptan un sistema filosófico suelen or-


ganizarse en escuelas que tienen por objeto el estudio,
perfeccionamiento y difusión de aquél. Los integrantes
de una escuela encuentran en el sistema que propugnan
una estructuración racional de su concepción del mun-
do y de la vida y de su actitud ante ellos. Cumple, pues,
el sistema una función estructuradora y orientadora del
pensamiento y de la acción, además de proporcionar un
esquema teórico dentro del cual se puede ubicar, sim-
plificándola y distorsionándola, toda la experiencia.
Un sistema filosófico puede degradarse aún más:
puede simplificarse y aplanarse para lograr una divul-
gación más amplia y fácil y convertirse en expresión y
justificación de los intereses y valores de una clase so-
cial determinada, y servir como arma para conservar pri-
vilegios o para destruirlos, en las luchas intraculturales.
A los productos del filosofar, a los sistemas de
pensamiento, con su carácter de artefacto y su tendencia
a sufrir degradaciones progresivas —refugio contra la
intemperie existencial del hombre, organización de los
contenidos de la consciencia desmitificada para mante-
ner el equilibrio psíquico, arma intelectual de grupo—;
a los productos del filosofar, pues, llamamos filosofía
como ergon o filosofías y, en sus degradaciones más ba-
jas, ideologías.
La filosofía como ergon tiene como perspectiva el
poder ser utilizada como instrumento, manejada como
cosa en el quehacer cultural.
Pero no sólo los sistemas son producto del filoso-
far. La reflexión crítica ya considerada inventa métodos,
maneras de tratar los problemas; métodos y maneras que
pueden adquirir cierta rigidez ajena a la filosofía como
LA CASA DEL VERBO 209

enérgeia, sobre todo cuando se usan de segunda, tercera


o cuarta mano. Son los modelos de filosofar; a ellos los
incluimos también en la filosofía como ergon.
Sin embargo, la forma más sutil en que se presenta
la filosofía como ergon es el estilo que caracteriza a la
tradición filosófica desde sus comienzos. Ejemplo: se
ha estilado siempre tratar el problema de la totalidad me-
diante divisiones topológicas, agotar el todo mediante su
repartición en los departamentos de un esquema funda-
mental; así nos encontramos con mundo visible-mundo
inteligible, materia-forma, cosa en sí-fenómeno, res-
cogitans-res extensa, sujeto-objeto, etc. A esta división
conceptual se agrega la búsqueda de un ente supremo,
ente de los entes, ente originario que sirva de coronación
a una jerarquía arquitectónica de la totalidad intelec-
tualmente reconstruida.
La filosofía como enérgeia, el filosofar surge den-
tro de una tradición caracterizada por un estilo, modelos
y sistemas, surge dentro de la filosofía como ergon. Un
amplio conocimiento de la tradición, sin filosofar, ade-
más de ser necesariamente superficial, no pasa de ser
árida erudición. Un filosofar que ignora la tradición es
diletantismo: no logra la buscada relación directa con los
problemas porque se encuentra bajo el imperio de la tra-
dición, tanto más fuerte por cuanto opera secretamente
desde la lengua, mundo que nos toca en heredad donde
se han sedimentado los pensamientos más altos, gastán-
dose y banalizándose. Sin embargo, es interesante lo que
resulta del diletantismo unido a la genialidad, como en
el caso de Federico Nietzsche, quien si bien estaba en
muchos aspectos por debajo del nivel ya alcanzado en la
tradición, se elevó sobre ella en ciertos puntos a alturas
210 J.M. BRICEÑO GUERRERO

quizá no logradas todavía por el pensamiento contem-


poráneo. Deprimente es, en cambio, la erudición unida
a la mediocridad, como en el caso de tantos profesores e
historiadores de la filosofía; pero su función como con-
servadores de la tradición no es de despreciar.
De manera, pues, que el filosofar (filosofía como
enérgeia) se apoya en la tradición (filosofía como ergon)
y se manifiesta como diálogo. Pero en ese diálogo el er-
gon al ser representado en su origen, conduce a la pri-
mitiva enérgeia que lo produjo y que es la misma del
filosofante, del nuevo interlocutor en el siempre renova-
do decir-contradecir-condecir actual y lúcido. Sólo que
es muy difícil, por no decir imposible, «desergonizar» la
tradición completamente; su poder tiene, como vimos,
formas sutilísimas de vivir inadvertidamente. He aquí un
aspecto de la finitud del pensador.
Ahora bien, lo que hemos descrito bajo los títulos:
«filosofía como enérgeia» y «filosofía como ergon» no
es universalmente humano. Se trata de posibilidades hu-
manas realizadas sólo en el ámbito de una cultura: la oc-
cidental. En efecto, el filosofar es una creación de los
griegos, la tradición filosófica comenzó en Grecia; lue-
go se extendió por toda la Europa occidental, cuya cul-
tura está marcada indeleblemente por el espíritu griego.
En todo el esplendor de su florecimiento diverso y dife-
renciado, la llamada cultura occidental despide una fra-
gancia helénica; atravesando el tiempo, sus raíces más
vitales se nutren en el suelo de Atenas, y tienen aire áti-
co sus creaciones más altas, como peloponésico estruendo
sus más hondas caídas. Si nos viéramos obligados a resu-
mir en una sola palabra el destino de Occidente, diríamos
«Filosofía». Un ejemplo fue la concepción filosófica
LA CASA DEL VERBO 211

griega de la totalidad como universo gobernado por le-


yes, accesible al entendimiento humano, inteligible, lo
que posibilitó el surgimiento de las ciencias y su pro-
metéica aplicación. Los griegos son responsables de ese
signo tremendo y ambiguo que marca la Era Atómica.
Cuando al comienzo de este trabajo enumeramos los
aspectos de la cultura en general, no pretendíamos ser ex-
haustivos; sin embargo, la omisión de los aspectos filoso-
fía y ciencia fue intencional. La filosofía y las ciencias son
griegas. La técnica, dondequiera que se presente, supo-
ne prescripciones, recetas que, contempladas desde otra
perspectiva, se convierten en fórmulas científicas, teo-
remas, leyes; pero esa otra perspectiva apenas entrevista
por otros pueblos, fue abierta amplia y definitivamente por
los griegos con su valoración del saber y del compren-
der como fines.
La gran civilización técnica, que tiende actual-
mente, por diversos medios, a imponerse sobre todo el
globo terráqueo, no es concebible sin el desarrollo de las
ciencias puras, nacidas en Grecia, alimentadas y lleva-
das adelante por la cultura occidental.
Poniendo ahora las cosas en su puesto hemos de de-
cir: la cultura occidental no es el camino necesario de la
humanidad. Grandes pueblos han vivido durante milenios
sin filosofía y sin ciencia, porque han realizado otras
posibilidades humanas más cónsonas con su idiosincra-
sia y con su peculiar interpretación del sentido de Ser.
Una noción muy difundida de cultura en general la
presenta como creación universalmente válida que tiene un
centro generador móvil; se la compara, haciendo gala de
pésimo gusto, con una antorcha que va pasando de la ma-
no de un pueblo a la de otro; se mueve de Oriente hacia
212 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Occidente, nos dicen, como el sol; cada pueblo hace


«contribuciones» más o menos importantes; algunos es-
tán a la vanguardia, otros se han quedado rezagados;
existen pueblos «primitivos» que tienen por fuerza que
civilizarse con la ayuda de sus hermanos mayores, y
otros aún «subdesarrollados» que han de multiplicar sus
esfuerzos para participar plenamente de los bienes y va-
lores creados por Occidente, los únicos que pueden sa-
car a la humanidad de la «barbarie» para conducirla a su
más alto destino.
No es difícil desenmascarar esta noción como su-
til ideología occidentalizante erizada de juicios de valor.
Sin esos juicios de valor, ¿cómo se podría despreciar la
cultura de los guahibos, la de los hotentotes, la de los es-
quimales, la de los motilones? ¿No son ellos también seres
humanos que han inventado su forma de vida, sus palabras
de terror, combate y esperanza, su danza de inestable equi-
librio entre el ser y la nada, su cultura? ¿De dónde surge esa
desmedida arrogancia que lleva a la cultura occidental
a convertirse en juez y emperatriz de todas las demás?
La expansión de la cultura occidental se debe a
contradicciones internas y a su espíritu fáustico y se apo-
ya en el poderío técnico logrado sobre todo después del
renacimiento. Abusando de sus deletéreos artefactos y
en olímpico desprecio de los valores de otros pueblos,
los occidentales han destruido sin titubear; no hay lugar
donde hayan entrado sin desmantelar no sólo las formas
exteriores de las culturas no europeas, sino y sobre todo
su arquitectura interna hecha de materiales sagrados.
Las culturas no europeas han sido derrotadas debi-
do a su inferioridad técnica y a su deslumbramiento ante
los grandes juguetes mecánicos de Occidente —abalorios
modernos que los llevan a olvidar sus valores más altos.
LA CASA DEL VERBO 213

La única esperanza de los pueblos así derrotados


consiste en tratar de conseguir que su derrota sea com-
pleta y definitiva. Nos explicamos: con sus templos pro-
fanados, sus dioses pisoteados, su quehacer tradicional
desarticulado, su concepción del mundo dislocada por
implacables invasores, los pueblos «subdesarrollados»,
para librarse de la esclavitud, tienen que adoptar las for-
mas culturales de sus opresores, usar sus armas mate-
riales e ideológicas, aprender su ciencia y su técnica,
emplear sus métodos de organización social. En caso de
triunfo (independencia político-económica, autodeter-
minación), la derrota cultural no podría ser mayor: trans-
formación completa de acuerdo con patrones extraños a
su idiosincrasia, renuncia a sus rumbos creadores más
auténticos, enajenación de sí mismos. Para vencer a los
pueblos colonialistas e imperialistas de Occidente, es ne-
cesario dejarse derrotar por su cultura.
Entre las cosas que les toca aprender, importándo-
la como ergon (pero en la esperanza de ejercerla un día
como enérgeia) a semejanza de sus amos y enemigos,
está la filosofía, nervio central y destino de Occidente.
Repitamos que la cultura occidental no es el cami-
no que aguarda a toda la humanidad, al cual se llega por
determinismo intrínseco, sino la posibilidad humana rea-
lizada por Europa. Si hoy nos vemos ante la universali-
zación de lo occidental, ello se debe a la fuerza expansiva
y gran poderío técnico de esa cultura.
Porque la filosofía como dynamis no conduce nece-
sariamente a la filosofía como enérgeia. La filosofía co-
mo dynamis es también arte como dynamis, religión como
dynamis, mito como dynamis y puede conducir a formas
no filosóficas de enérgeia en la reflexión sobre la totalidad.
214 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Los mismos motivos existenciales que conducen a la filo-


sofía, pueden conducir a otras manifestaciones, y ¿quién
sabe que la condición humana no puede abrirse a hori-
zontes hasta ahora desconocidos?

III

Y ahora llegamos a un punto en que podemos for-


mular con sentido una pregunta muy importante: ¿Per-
tenece nuestra patria, Venezuela, a la cultura occidental?
De la respuesta a esta pregunta depende nuestra relación
con la filosofía, con la única tradición filosófica del
mundo, la occidental. Guillermo Morón dio a esa pre-
gunta, en una de sus obras, la siguiente formulación:
«¿Venimos de los griegos?»; formulación concisa, de-
safiante, plena de sugerencias.
Respondemos: Venezuela (podríamos decir Lati-
noamérica) está emparentada con la cultura occidental y
descendemos de los griegos por línea bastarda. Somos
un pueblo mestizo de cultura sincrética, surgida del en-
cuentro traumático de tres tradiciones: la occidental, la
india y la negra. Triunfó la occidental. La india y la ne-
gra fueron desmanteladas, desarticuladas, humilladas.
Todas nuestras instituciones son creación de la cultura
occidental; hablamos una lengua europea.
Pero ese triunfo es más superficial de lo que pu-
diera creerse: las formas culturales que tenemos no han
calado profundamente en el material humano que inten-
tan configurar.
Distinguimos, pues, por una parte, formas cultura-
les europeas más o menos modificadas y, por la otra, el
material humano mestizo.
LA CASA DEL VERBO 215

Las formas culturales europeas fueron creadas por


los pueblos occidentales en el transcurso de largos siglos
de experiencia; desarrolladas y afirmadas en el enfrenta-
miento con sus propios problemas, son la manera peculiar
en que esos pueblos han ido resolviendo sus problemas vi-
tales. Entre nosotros tienen un afincamiento parcial, nos
quedan flojas o apretadas; no son nuestras a pesar del
bastardo parentesco que nos une a sus creadores.
El material humano no es de por sí totalmente amor-
fo, antes por el contrario está estructurado aquí y allá por
restos fragmentarios de culturas no europeas; ni pasivo: lo
arriman fuerzas creadoras que tienden a constituir y ex-
presar la idiosincrasia mestiza, pero que no lo logran por-
que se encuentran oprimidas, inhibidas, enceguecidas
por las formas europeas imperantes.
Esa nuestra idiosincrasia mestiza, que no ha podi-
do manifestarse positivamente en la creación de formas
culturales propias, se manifiesta, sin embargo, negativa-
mente de múltiples maneras como oposición, obstáculo
y entorpecimiento de las instituciones que nos rigen. Así
tenemos: en el trabajo, el «manguareo»; en la educación
sistemática, la «paja» o el «caletrazo» mal digerido de
manuales por parte de los profesores, el «apuntismo» y
el «vivalapepismo» por parte de los estudiantes; en la vida
social, la «mamadera de gallo»; en la producción litera-
ria y artística, el «facilismo» (los signos de un estilo lite-
rario y un lenguaje plástico propios se encuentran, pero
hay que buscarlos mucho); en la política, el «bochin-
che», el «caudillismo», el «golpismo»; en las posiciones
de responsabilidad, el «paterrolismo» y el «guabineo»;
en la lucha por el mejoramiento personal, el «pájaro-bra-
vismo», el «compadrazgo» y la «rebatiña»; en la religión,
216 J.M. BRICEÑO GUERRERO

el «ensalme», la «pava», la «mavita», el «cierre», los


«muñecos» y las «lamparitas»; etc., etc. Es evidente, por
otra parte, que en los proyectos, quehaceres y opiniones
predominan la emoción sobre el pensamiento, la magia so-
bre la razón, el mito sobre la historia, la corazonada
sobre el cálculo frío.
Es asombroso lo que puede revelar la observación
atenta de la arquitectura y la decoración interna en los
diferentes medios sociales de nuestro país. La arquitec-
tura, concreción de todos los aspectos de la cultura y ca-
mino hacia ellos, no ha sido utilizada hasta ahora como
medio de autocomprensión nacional.
Un estudio de la lengua española en Venezuela, que
fuera más allá de lo pintoresco y se dirigiera lúcidamente a
los cambios fonéticos y sobre todo sintácticos, mostraría la
presencia de factores que no pueden explicarse recu-
rriendo solamente a las condiciones generales del cambio
lingüístico intracultural. Un sistema simbólico como la len-
gua, usado por un pueblo que no lo creó y que por lo tanto
no encuentra expresada en él su idiosincrasia, experimenta
cambios peculiarmente sutiles, especialmente cuando re-
cursos artificiales como la escritura y los medios modernos
de difusión oral, mantienen aparentemente su integridad.
Tal es el caso del idioma español en Venezuela (podríamos
decir en Latinoamérica); pero los estudios hasta ahora em-
prendidos son miopes; más allá de la colección de «ameri-
canismos», los pasos dados son tímidos y cortos porque les
ha faltado una hipótesis de trabajo de gran aliento.
Ahora preguntamos: si esas oscuras fuerzas crea-
doras, que constituyen lo más auténtico de nuestro ser y
que no han podido manifestarse sino negativamente, tu-
vieran libre campo de acción, fueran liberadas de la red
LA CASA DEL VERBO 217

de estructuras formales que las ocultan y oprimen, ¿a dónde


conducirían? ¿Qué nuevas formas generarían? ¿A qué
cultura insospechada darían nacimiento? Es de imaginar
que entonces pelearíamos combates íntima y auténtica-
mente nuestros, con total compromiso, en ejercicio de
nuestra originaria libertad, con la más genuina autono-
mía existencial.
Pero cualquier respuesta a estas preguntas es ocio-
sa, ya que, por las razones anotadas para los pueblos no
occidentales, reforzadas en nuestro caso por el paren-
tesco señalado y por la no estructuración autónoma de
nuestra idiosincrasia, todas las actividades conscientes
de la nación están dirigidas hacia el logro de la plena vi-
gencia de las formas de vida y valores creados por la
cultura occidental.
En efecto, la gestión de los gobiernos, los progra-
mas de los partidos políticos, la aspiración formulada de
la gente bien —a pesar de las profundas diferencias con
respecto a método—, tienden a la realización de una vi-
da larga, saludable y cómoda para todos; al desarrollo
ilimitado de las ciencias y de la técnica para conocer
bien el medio físico-biológico-histórico-psíquico y diri-
girlo racionalmente poniéndolo «al servicio del hom-
bre»; al refinamiento del espíritu mediante el cultivo de
las artes, las letras y el pensamiento europeos; etc. Poner
en duda la suprema jerarquía de este ideal significaría
desafiar la ira de los dioses, poseer una absurda voca-
ción de martirio o estar irremediablemente loco. ¿Quién
podría u osaría en nuestro país oponerse, por principio a
la erradicación de las enfermedades y de la ignorancia;
a la industrialización; a la introducción del logos, de la
ratio, del cálculo, de la planificación en la agricultura y
218 J.M. BRICEÑO GUERRERO

la cría, en la construcción de viviendas, en la producción


de bienes de consumo; a la transformación de nuestra men-
talidad mágica en una mentalidad lógica? Los estadistas,
los políticos, los economistas, los maestros y profesores,
con mayor o menor buena fe y acierto, están embarcados
en esta empresa. Los divide, en el fondo, la diferente inter-
pretación de la propiedad y de la libertad, diferencia que
refleja el conflicto actual entre las grandes potencias.
¿No se consagra definitivamente un intelectual, un
artista, un investigador científico si sus obras son acep-
tadas y admiradas en Europa como «contribuciones ori-
ginales» en el campo respectivo? ¿Y no debería ser su
aspiración mínima estar «al día» con los movimientos
europeos en la rama del hacer cultural a que se dedica?
Ante semejante estado de cosas, la filosofía en Ve-
nezuela puede concebirse de varias maneras:
a) Como una de las tantas cosas y actividades que
importamos como ergon, en el deseo esperanzado de
practicarla un día como enérgeia para llegar al más alto
nivel de la cultura occidental. Ésta no nos es extraña: su
participación en nuestro surgimiento como pueblo y co-
mo república ha sido de la máxima importancia. La ad-
quisición de la tradición filosófica europea y el intento
de desarrollarla entre nosotros son deberes inaplazables,
porque de lo contrario nos moveríamos en un diletantis-
mo intelectual vergonzoso que no nos dejaría ocupar
puesto alguno en la mesa donde dialogan los grandes
pensadores de la cultura buena y verdadera. Tenemos Es-
cuela de Filosofía en las facultades de Humanidades de
Caracas y Maracaibo; en el bachillerato humanístico la
materia Filosofía se explica durante un año; en otras es-
cuelas y facultades no deja de haber de vez en cuando
LA CASA DEL VERBO 219

un curso de introducción a la filosofía o historia de las


ideas. Ilustres españoles han sacrificado su vida en el
noble empeño de enseñárnosla. Si hoy en día imitamos
en forma balbuciente al último filósofo que haga «bulla»
en Europa o nos concentramos en el estudio de algún
grande del pasado, con ostentación y aires de profundi-
dad, llegará el día en que tengamos contacto directo con
el espíritu de esa tradición y podamos encarnarlo.
b1) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon), la que
ha sido diseñada para conducir al hombre a su completa
liberación; la que en conocimiento de las leyes que rigen
la historia, puede predecir el porvenir; la que hace cons-
ciente a cada quien del momento histórico en que le ha
tocado vivir y le señala su papel; la que se apoya en el de-
sarrollo de las ciencias apoyándola a su vez; la única que
tiene la historia a su favor. La verdad sobre el mundo y
el hombre se conoce ya, sólo hace falta difundirla, predi-
carla. Cualquier falla que se crea o se quiera ver en su lu-
minosa estructura, depende del lente interesado con que
se mira. Cualquier falla auténtica será pulida, corregida,
dejada atrás, pues no se trata de una anquilosada estructu-
ra dogmática, sino de un sistema orgánico en perpetuo mo-
vimiento dialéctico; sólo las leyes fundamentales, máxima
conquista del intelecto humano, permanecen inalterables
porque son las leyes de desarrollo de la realidad misma.
b2) Debe enseñarse una sola filosofía (ergon), la
que es antesala de la fe y, por lo tanto, de la salvación del
alma; la que, en conocimiento de la revelación divina, es
capaz de orientar a cada hombre durante su tránsito por
la tierra y prepararlo para la eternidad; la que, sin negar la
razón, la transciende por el amor; la única que tiene a
Dios de su parte. La verdad sobre el mundo y el hombre
220 J.M. BRICEÑO GUERRERO

se conoce ya, la revelación ha sido explicada y estructu-


rada racionalmente sobre bases sagradas; sólo hace fal-
ta predicarla, difundirla, vivirla. Aunque el reino del
hombre no es de este mundo, se puede y se debe reme-
diar lo que es remediable, la injusticia social, la miseria;
pero no por la violencia, sino por la comprensión y el
amor. Existe ya una doctrina clara y bien articulada pa-
ra lograr este fin.
(b3), (b4), (b5), (b6), etc.
c) La filosofía —y todo lo que «por allí humea»—
es cosa abstrusa que no sirve sino para complicarse la vida.
d) Sin despreciar la tradición filosófica europea
—hemos dedicado y dedicaremos largos años a su estu-
dio; donde quiera que se filosofe auténticamente habrá
de recorrer el pensador sus laberínticos caminos, sufrir
sus aporías—; sin menospreciar la estremecedora po-
tencia de las ideologías como artefacto de combate en
las luchas intraculturales que producen el cambio, im-
pulsadas por tremendas contradicciones y en rumbo ha-
cia ideales inciertos y cambiantes —los grupos, clases,
pueblos en pugna tienen el derecho y la necesidad de
forjarse armas ideológicas—; sin escarnecer al hombre
que nace, crece, se reproduce y muere de acuerdo con
los patrones culturales que lo «formaron», jamás po-
niéndolos en tela de juicio, nunca asomándose a sus pro-
pios abismos —ser hombre es de por sí ya bastante
difícil como para agregarle adrede los problemas de la
reflexión filosófica; muchos aceptan la parte que les to-
ca, se enardecen en su puesto de combate o se encogen
bajo los golpes, saborean su mendrugo de amor y pagan
puntualmente su cuota de dolor a la vida, no reintrogre-
diendo intencional y explícitamente su situación—; sin
LA CASA DEL VERBO 221

agredir, en suma, ninguna de esas concepciones y acti-


tudes, dejándolas vivir en su plano, distanciándolas como
dados, consideramos que es posible y urgente para los que
en nuestro país se aplican a la reflexión filosófica, romper
la enajenación involucrada en el hecho de instalarse total-
mente en cualquiera de ellas, buscar nuestros estratos más
profundos y, en aceptación de lo que somos como pueblo,
emprender la interpretación de nosotros mismos.
Más acá de los conflictos intraculturales, más acá
de la tradición europea, más acá de las formas indias y
negras que en extraño sincretismo conviven con las oc-
cidentales, más acá de la cultura que no hemos inventa-
do, está nuestra idiosincrasia de pueblo, la concreción
singular de lo humano en esta tierra nuestra. Pero más
acá aún, aquí mismo, centro primigenio, nuestra libertad
y nuestra finitud irremediables.
Hemos alienado nuestra radical libertad, por eso
las oscuras fuerzas creadoras de nuestro pueblo no pue-
den manifestarse sino negativamente. A un enfrenta-
miento de nuestra libertad consigo misma sólo podemos
venir por un camino de regreso que atraviese lúcida-
mente todos los estratos hasta llegar aquí.
Al rechazar y condenar las manifestaciones nega-
tivas de nuestra idiosincrasia —oscura y pertinaz defen-
sa en que fulgura la sangre fecunda de dioses mestizos
degollados—, no hacemos sino enajenarnos más y más.
Para que pueda surgir un filosofar venezolano o un
filosofar en Venezuela, una reflexión genuinamente nues-
tra dirigida a la totalidad, interpretadora del ser y la nada,
del conocimiento y del valor, para saber o hacer nuestro
destino, para decir nuestro Ser y ser nuestro Decir, tene-
mos que emprender un largo viaje hacia nosotros mismos.
BREVE RESEÑA DEL AUTOR
José Manuel Briceño Guerrero nace en Palmarito,
estado Apure, el 6 de marzo de 1929. Cursa sus prime-
ros estudios en Barinas. Su adolescencia transcurre en
Barquisimeto, estado Lara, donde también cursa sus
estudios de secundaria.
La obra del Dr. Briceño Guerrero ha sido recono-
cida en diversos países de Europa y América, su obra en-
sayística y narrativa ha sido merecedora en Venezuela
del Premio Nacional de Ensayo 1981 y el Premio Na-
cional de Literatura en 1996.

ESTUDIOS SUPERIORES

1951: Graduado como Profesor en el Instituto Peda-


gógico Nacional de Caracas, Venezuela.
226 J.M. BRICEÑO GUERRERO

1952-1953: Estudios de Postgrado en la Universidad


Northwestern, Evanstone, School of Education,
Estados Unidos.
1955-1956: Estudios de Lengua y Civilización Francesa,
La Sorbona, París, Francia.
1956-1961: Carrera de Filosofía, hasta el Doctorado, en
la Universidad de Viena, Facultad de Filosofía,
Viena, Austria.
1968-1969: Estudios Latinoamericanos en la Universidad
Nacional Autónoma (UNAM) de México.
1969: Investigador de Historia de las ideas en América,
en la Biblioteca del Congreso de los Estados Uni-
dos, Washington.
1970: Universidad Lomonosov, Escuela de Filosofía,
Moscú, Rusia.
1978-1979: Estudios de Filosofía y teología de la Libe-
ración en la Universidad de Granada, Facultad de
Teología, España.

TÍTULOS ACADÉMICOS

1951: Profesor de Educación Secundaria. Instituto Peda-


gógico Nacional, Caracas, Venezuela.
1956: Diploma semestral y Diploma anual del Curso de
Lengua y Civilización Francesa, La Sorbona, Pa-
rís, Francia.
1961: Doctor en Filosofía, Universidad de Viena, Austria.
LA CASA DEL VERBO 227

TRABAJO DOCENTE

1951-1952: Profesor de idiomas en los liceos «Lisandro


Alvarado» de Barquisimeto, estado Lara y «Pedro
Gual» de Valencia, estado Carabobo, Venezuela.
1959-1961: Profesor de Lengua y Literatura Hispano-
americana en la Facultad de Filosofía de la Uni-
versidad de Viena, Austria.
Desde 1961: Profesor de Filosofía en la Facultad de
Humanidades y Educación de la Universidad de Los
Andes, Mérida, estado Mérida, Venezuela. Es pro-
fesor titular desde abril de 1977.
1962-1965: Profesor de idiomas y de filosofía en la
Escuela Normal «Alberto Carnevalli» y del Liceo
Nocturno «Florencio Ramírez», en Mérida, estado
Mérida, Venezuela.
1968-1969: Profesor visitante de lengua griega antigua
y de Filosofía griega en la Universidad Nacional
Autónoma (UNAM) de México.
Representante de la Universidad de Los Andes en
la constitución, planificación y reglamentación de
la Educación Universitaria a Distancia.
Miembro de la comisión Nacional de Estudios
Universitarios Supervisados (E.U.S.).
1971: Fundador del Seminario de Estudios Filosóficos,
Facultad de Humanidades y Educación de la Uni-
versidad de Los Andes.
Fundador de la Cátedra de Filosofía de la Ciencia
en la Facultad de Ciencias de la Universidad de
Los Andes.
228 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Fundador del Seminario de Estudios Latinoame-


ricanos de la Facultad de Humanidades y Educa-
ción de la Universidad de Los Andes.
1974-1976: Miembro de la Comisión Académica de la
Universidad de Los Andes, Mérida, estado Mérida,
Venezuela.
1975: Fundador del Seminario Postgrado Lento en Epis-
temología para Investigadores en la Universidad de
Los Andes, Mérida, estado Mérida, Venezuela.
1979: Fundador del Seminario de Mitología Clásica en
la Facultad de Humanidades y Educación de la
Universidad de Los andes, Mérida, estado Mérida,
Venezuela.
Representante del Consejo Universitario de la Uni-
versidad de Los Andes en el Consejo de Desarrollo
Científico, Humanístico y Tecnológico (varios
períodos).
1983-1984: Miembro de la Comisión Nacional de Cien-
cias Sociales, Venezuela.
1983-1985: Asesor del Vicerrectorado Académico de la
Universidad de Los Andes, Mérida, estado Mérida,
Venezuela.
Profesor en el curso de Postgrado en Filosofía
Política de la Facultad de Ciencias Políticas de la
Universidad de Aix-en-Provence, Francia.
LA CASA DEL VERBO 229

ENTRE SUS PUBLICACIONES

1962: ¿Qué es la Filosofía? Mérida; Universidad de Los


Andes.
1965: Dóulos Oukóon, Caracas, Arte.
1966: América Latina en el Mundo, Caracas; Arte.

1967: Triandáfila, Caracas; Arte.

1970: El origen del lenguaje, Caracas; Monte Ávila.

1977: La identificación Americana con la Europa


Segunda, Mérida; Universidad de Los Andes.

1980: Elogio de la ciudad, Mérida; Imprenta del Estado.

Discurso Salvaje, Caracas; Fundarte.

«La Colonia Penal» en: Unos Cuantos Cuentos


(Varios autores), Mérida; La Imprenta.

1981: América y Europa en el pensar mantuano, Cara-


cas; Monte Ávila Editores.

Geraldine Saldate, Mérida, Universidad de Los Andes:


Talleres Gráficos Universitarios.

1983: Recuerdo y Respeto para el Héroe Nacional (Dis-


curso pronunciado en el Palacio de las Academias,
Caracas, con motivo del homenaje de las universi-
dades nacionales al Bicentenario del natalicio del
230 J.M. BRICEÑO GUERRERO

Libertador Simón Bolívar), Mérida, Universidad


de Los Andes: Revista Azul.

Reedición de: La Identificación Americana con la


Europa Segunda, Mérida, Universidad de Los
Andes: Consejo de Publicaciones.

1984: Holadios, Caracas, Fundarte.

Reedición facsimilar del periódico Senderos de la


Escuela Federal Graduada «Carlos Soublette» de
Barinas, estado Barinas, Venezuela, de 1943-1945,
en el que fue autor de varias colaboraciones.
1985: «Tierra de Nod», en: El Cuento en Mérida (Varios
autores), Mérida; Universidad de Los Andes.
1987: Amor y terror de las palabras, Caracas; Mandorla.
1989: «La Legitimidad del Poder». En: Legitimidad y
sociedad (Varios autores), Caracas; Alfadil-Uni-
versidad de Los Andes.
1990: El Pequeño Arquitecto del Universo, Caracas;
Alfadil.
1992: Anfisbena. Culebra Ciega, Caracas; Editorial
Greca.
1993: L’Enfance d’un Magicien (Traducción al francés
por Nelly Lhermillier), París; Editions de L’Aube.
1994: Le Discours Sauvage (Traducción al francés por
Nelly Lhermillier), París, Editions de L’Aube.
El Laberinto de los Tres Minotauros; Caracas,
Monte Ávila Ediores Latinoamericana.
LA CASA DEL VERBO 231

1995: «Maracaibo ¿Qué Tengo Yo Contigo?». En: Visio-


nes del Zulia, Caracas; Oscar Todtmann Editores.
Reedición de: América Latina en el mundo, Barqui-
simeto; Fundacultura-Gobernación del estado Lara.
1996: «Les Droits Humaines et les Practiques de Do-
mination». En: Qui sommes-nous (Varios autores),
París; UNESCO.
Reedición de: El Laberinto de los Tres Minotauros,
Caracas; Monte Ávila Editores Latinoamericana.
1997: Diario de Saorge, Caracas; Fundación Polar.
Discours des Lumières suivi de Discours des
Seigneurs (Traducción al francés por Nelly Lhermi-
llier), París; Editions de L’Aube - UNESCO.
Reedición de: Amor y terror de las palabras, Mé-
rida; Universidad de Los Andes: Consejo de Publi-
caciones.
1998: Esa llanura temblorosa. Cuaderno, Caracas;
Oscar Todtmann Editores.
1999: Visión de Portuguesa (coautor junto con Hernán
—Chino— Rivera), Caracas; Gobernación del
Estado Portuguesa.
2000: Matices de Matisse, Mérida; Universidad de Los
Andes: Consejo de Publicaciones.
2000: Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida;
Ediciones Puerta del Sol.
2001: Trece trozos y tres trizas, Mérida; Ediciones
Puerta del Sol.
232 J.M. BRICEÑO GUERRERO

2001: Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida;


Ediciones Puerta del Sol.
2002: El tesaracto y la tetractis, Caracas; Oscar Todtmann
Editores.
2002: Reedición de: ¿Qué es la Filosofía?, Mérida;
Ediciones Puerta del Sol.
2004: Mi casa de los dioses. Mérida, Ediciones del Vice-
rrectorado Académico, Universidad de Los Andes.
2004: Reedición de América Latina en el mundo. Mé-
rida; Ediciones del Vicerrectorado Académico,
Universidad de Los Andes.
2004: Los recuerdos, los sueños y la razón. Mérida;
Ediciones Puerta del Sol.
2007: Reedición de los libros: Amor y terror de las pa-
labras, Holadios, ¿Qué es la Filosofía?, Dóulos
Oukóon, Triandáfila, Discurso salvaje, Para ti me
cuento a China.
2007: Edición y traducción del libro del poeta chino
Chiti Matya: Tiempo.
2007: Edición de la Obra selecta por la Fundación que
lleva su nombre creada por el gobierno del estado
Apure.
ÍNDICE

PIEDRA DE AMOLAR ESPADAS


(A propósito de J.M. Briceño Guerrero)
Gonzalo Fragui 3

LA MIRADA TERRIBLE (Inédito) 9

PARA TI ME CUENTO A CHINA (2007) 17

LOS RECUERDOS, LOS SUEÑOS Y LA RAZÓN (2004) 27

MI CASA DE LOS DIOSES (2004) 35

MATICES DE MATISSE (2000) 51

ESA LLANURA TEMBLOROSA (1998) 57


DIARIO DE SAORGE (1997) 65

ANFISBENA. CULEBRA CIEGA (1992) 71

EL PEQUEÑO ARQUITECTO DEL UNIVERSO (1990) 97

AMOR Y TERROR DE LAS PALABRAS (1987) 109

HOLADIOS (1984) 133

DISCURSO SALVAJE (1980) 139

EL ORIGEN DEL LENGUAJE (1970) 147

TRIANDÁFILA (1967) 167

DOÚLOS OUKÓON (1965) 177

¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA? (1962) 191

BREVE RESEÑA DEL AUTOR 223


Este libro se terminó de imprimir
en octubre de 2009,
en los talleres de FUNDACIÓN IMPRENTA DE LA CULTURA
Caracas - Venezuela.

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