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A 30 AÑOS DE LA NOCHE MAS LARGA

Las marcas de la Historia

Ricardo Kirschbaum.
rkirschbaum@clarin.com

El 24 de marzo de 1976 estaba trabajando en la redacción de El Cronista Comercial. Recuerdo cada


detalle, hasta los más intrascendentes, de esa madrugada en la que la tensión cortaba como un cuchillo.
Era el final de una agonía y el comienzo de una época de barbarie, como nunca se había vivido en la
Argentina.

Al analizar lo que pasó desde ese día, treinta años después, se toma la real conciencia de la supervivencia
y la verdadera dimensión de la tragedia. Las marcas de esos tiempos se sintieron en todas las actividades
sociales y en la gente. En las cuestiones irresueltas, en las ausencias y en las búsquedas desesperadas, en
las historias mínimas de coraje, con héroes inesperados.

Un golpe anunciado que tuvo apoyo de un amplio sector de la sociedad que quería acabar con el tobogán
de Isabel Perón, creyendo ¿ingenuamente? que la ineptitud sería reemplazada por la ley, la justicia y el
orden. Ese entusiasmo se transformó luego, sobre todo tras la derrota de Malvinas, en repulsa a los
militares cuando ya estaban en retirada. Fue otra muestra de comportamiento bipolar de la opinión
pública.

Al caos del peronismo de entonces, sobrevino una dictadura brutal. El terrorismo de las organizaciones
armadas, embarcadas en una dinámica letal e irracional enviando a la muerte o a la tortura a muchos de
sus militantes, tiene una enorme cuota de responsabilidad en la ordalía de sangre de esos años. Pero la
mayor le cabe a quienes habiendo ocupado el Estado por la fuerza lo utilizaron para lanzar una cacería
humana sin límites de ningún tipo.

La sistemática violación de los derechos humanos es recordada como lo más cruel de la dictadura militar.
No fue lo único: formaba parte de un proyecto que tenía como objetivo cambiar de raíz a la Argentina. La
"antisubversión", así, se engarzaba con una política de prohibición de las actividades políticas y
sindicales, una amplia apertura económica y un alineamiento con Estados Unidos con activa militancia
"occidental y cristiana". La mayoría de los países "occidentales y cristianos", incluida la Casa Blanca con
James Carter, objetaron con la represión ilegal y las desapariciones en Argentina.

Sin embargo, aprovecharon las oportunidades de negocios que se abrieron entonces. Ese doble estándar se
repitió en muchas ocasiones aunque, es bueno recordarlo, hubo excepciones muy molestas para la
dictadura, como el bloqueo de créditos o de aprovisionamiento de armas por una enmienda del Congreso
de Estados Unidos.
Una visión global de lo que ocurrió en la política, economía, cultura, justicia, en la vida misma, así como
el legado que dejó la dictadura, está desplegada en el suplemento especial que publicamos hoy. Es una
inmersión en una época que todavía tiene un enorme peso en nuestro presente.

Esta visión sería incompleta si no añadíamos otra, menos conocida, que sintetiza el mesianismo de los
jefes militares, el concepto fundamentalista de la seguridad nacional y la omnipotencia de quienes
concentraban el poder.

Las intervenciones clandestinas en Centroamérica, operación que no sólo tuvo un condimento ideológico
sino también delictuoso, como lo declaró el responsable de la CIA en esta operación, fueron el reaseguro
que Leopoldo Galtieri creyó tener para obtener la neutralidad de Washington en la guerra que Argentina
libró con Gran Bretaña. La equivocación de Galtieri fue mayúscula: la ayuda de Estados Unidos a
Margaret Thatcher fue decisiva para la victoria británica en las Malvinas.

Centroamérica pudo ser porque antes existió Bolivia. En 1980, la dictadura argentina colaboró con un
golpe que tenía apoyo del narcotráfico. En ambos casos, la convicción de que Carter había abdicado
frente al comunismo y que los oficiales argentinos podían reemplazar a Estados Unidos en ese frente,
impulsó una participación activa.

Una muestra de esa convicción —y de los negocios que, según dicen, se realizaron en nombre de la causa
— es que los asesores argentinos siguieron en Honduras asesorando a la guerrilla antisandinista y
exportando el know how de la tortura y la desaparición de personas aprendido en la cacería doméstica,
hasta diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asumió en la restauración democrática.

Toda esa historia se cuenta en un dossier especial sobre esas intervenciones clandestinas, con documentos
oficiales que se publican por primera vez y que prueban la profundidad y jerarquía del compromiso
militar con esas operaciones.

Las huellas de la dictadura se pueden encontrar por doquier. Pero la historia, nuestra historia, la mía
propia, no puede ser ni debe ser una trampa sin salida en la que permanentemente volvemos los ojos hacia
el pasado. Aun cuando el dolor no haya cesado.
Cronología

El derrocamiento del gobierno democrático fue el epílogo a una ola de violencia


desatada tras la muerte del general Perón, en julio de 1974: la parapolicial Triple A
inició una serie de crímenes y amenazas que envió al exilio a cientos de argentinos; en
febrero de 1975 Isabel habilitó por decreto a los militares para reprimir la guerrilla en
Tucumán, y en octubre, mientras ella estaba enferma, su reemplazante Italo Luder firmó
dos polémicos decretos para "aniquilar el accionar subversivo" que luego la dictadura
invocó para intentar justificar la represión ilegal. Las cifras espantan: entre mayo del 75
y marzo del 76, se registraron 4.324 hechos de violencia armada, con 1.612 muertos. El
18 de diciembre, el brigadier Orlando Capellini intentó un fallido golpe de Estado. A su
vez, la inflación superaba el 80,5 anual; el ministro de Economía Celestino Rodrigo
decretaba una mega devaluación y la CGT iniciaba un duro plan de lucha. La crisis sólo
se agravaba.
EL CONTEXTO INTERNACIONAL: TRAS EL FRACASO DE ESTADOS UNIDOS
EN VIETNAM, SE TEMIA UN AVANCE SOVIETICO
Argentina, bajo la ola conservadora mundial

Un profundo giro a la derecha del Occidente capitalista y la idea de que América Latina
no tenía recetas para solucionar sus problemas abonaron el terreno para el golpe de
1976.
Por Oscar Raúl Cardoso.

Como todo cambio estructural en la región, los golpes de Estado en la América Latina de los años 70 —
incluido el que azotó a Argentina hace 30 años— precisaron de condiciones internacionales distintivas, en
especial en Estados Unidos.

Necesitaron aquello que efectivamente tuvieron: una opinión pública en el mundo desarrollado que, como
la doméstica, creyera que América Latina no merecía nada mejor que dictaduras militares para salir de su
marasmo de conflictos. Es algo más que la vigencia de la mentada doctrina de seguridad nacional como
elemento irradiado entre los ejércitos latinoamericanos desde Washington. La viabilidad internacional de
esas dictaduras fue consecuencia de un profundo giro a la derecha de la visión mayoritaria de Occidente,
con cuyos efectos lidiamos todavía.

Algunos creyeron en esos años que la historia avanzaba en una dirección opuesta pero, sabemos ahora, se
equivocaron. Sí, la competencia que proponía el modelo de la Unión Soviética al capitalismo estaba viva
y parecía que seguiría vigente sin fecha límite.

El impulso descolonizador que conoció el mundo después de la II Guerra Mundial llegaría a su clímax
con la derrota estadounidense en Vietnam de 1975 y tanto la crisis petrolera de 1973 como la menos
recordada declaración de inconvertibilidad del dólar decidida por Richard Nixon a comienzos de década
parecían augurar una crisis cercana y definitiva para el sistema de acumulación y organización social
capitalista. Lenin la había profetizado para los años 50; quizá —sostenían sus seguidores— solo se había
equivocado en dos décadas. Se había equivocado y punto.

Otros hechos ocasionales parecían confirmar la tendencia. La militarización de la política uruguaya a


través de un mascarón de proa civil y el golpe que derrocó a Salvador Allende en Chile encontraron la
tolerancia —y en el segundo caso la sociedad del silencio— de un gobierno de derecha en Washington, el
de Nixon. Los generales, almirantes y brigadieres de la Argentina se dieron de bruces con la
administración demócrata de James Carter y su énfasis en el respeto a los derechos humanos. Pero lo de
Carter resultó la flor de un único término y lo que siguió fue el regreso de la brújula a su norte ideológico
con Ronald Reagan, en 1980.

Este último fue la expresión destinada a durar ocho años y a prolongarse en las gestiones de dos Bush —
padre e hijo— y hasta la de un Bill Clinton demócrata que optó por la restauración conservadora. Era
global, como lo prueba en Inglaterra el laborista Tony Blair que permanece, en lo esencial, fiel al legado
conservador de Margaret Thatcher, quien precediera a Reagan en un año.

Años antes, a comienzos de los 70, pensadores conservadores como Irving Kristol en Estados Unidos,
John Gray en Inglaterra —aunque luego abjuró de su contribución— y los denominados "nuevos
filósofos" franceses abonaron este cambio, dándole a la derecha un nuevo atractivo y un ideario
aggiornado que, convengamos, no le vino mal a los uniformados latinoamericanos.

Las principales secuelas de lo sucedido en la región hace tres décadas resultan autoevidentes. Las
dictaduras decían combatir la amenaza comunista, pero lo que hicieron fue preparar, a través del
endiosamiento del mercado y una fuerte represión, el terreno para que las transformaciones sociales que
trajeron las sucesivas revoluciones del conocimiento y tecnológicas pudieran ocurrir en un marco social
anómico. Las dos décadas siguientes fueron progenie directa de aquellos años. La de los 80, bautizada
como la "década perdida" por sus consecuencias en América Latina, y la de los 90, cuando el patrimonio
público pasó a manos privadas con la promesa de un futuro mejor que nunca llegó. Democracia más
mercado fue la fórmula del "Consenso de Washington" que sirvió de eslogan sombrilla a esas políticas.

Eso no es todo: la inoperancia de los regímenes militares y, sobre todo, la crueldad con la que operaron,
hicieron que el mundo tuviera que revalorizar la importancia de los derechos humanos básicos.

Socios. Videla junto al dictador chileno Augusto Pinochet, que había tomado el poder
en 1973.

Anticomunismo feroz y una guerra por las Malvinas

El contexto internacional que hizo lugar al golpe de 1976 orientó también la política
exterior de la dictadura, cruzada a su vez por la profunda y agria división interna entre
los militares nacionalistas, referenciados en el almirante Massera y los generales
Galtieri, Suárez Mason, Menéndez y Camps; y los liberales comandados por Videla y su
ministro de Economía José Martínez de Hoz. Las diferencias eran políticas. Los
nacionalistas de las tres armas ensayaron hipótesis de conflicto con todos los países
vecinos —y casi llevan a la práctica la que involucraba a Chile, hasta que una
intervención papal de último momento evitó la guerra en 1978— e hicieron de la
persecución al comunismo el argumento central de su mirada sobre el resto del mundo:
entre ellos se gestaron las operaciones de represión en Bolivia y Centroamérica sobre
las que se informa en exclusiva en el dossier que acompaña esta edición.

Los liberales, en cambio, fomentaban un diálogo con los países limítrofes que excediera
la sociedad secreta para reprimir disidentes conocida como Operativo Cóndor. Ellos
impulsaron el Acuerdo Tripartito en 1979, que acabó con las disputas hidroeléctricas
con Paraguay y Brasil, fomentaron la venta de granos a la Unión Soviética y la
incorporación de políticos radicales, desarrollistas e incluso socialistas como
embajadores.

Pero las disidencias acabaron con la llegada al poder de Leopoldo Galtieri y su amigo
personal el almirante Jorge Anaya, impulsores de la invasión a las islas Malvinas del 2
de abril de 1982, que 74 días después acabó con una derrota militar frente a Gran
Bretaña, 649 muertos argentinos y una herida definitiva en el seno de la junta militar
que soñaba con la perpetuidad en el gobierno.

POLITICA: LAS FUERZAS ARMADAS, LOS PARTIDOS Y LOS PLANES PARA


EL "DIA DESPUES"
Internas militares, apoyos y poca resistencia

A pesar de las prohibiciones, la política siguió viva tras el golpe: el Ejército y la Marina
soñaron proyectos, varios radicales fueron funcionarios y muchos peronistas terminaron
presos.

Por Carlos Eichelbaum.

En 1982, y pese a las tremendas persecuciones, cientos de argentinos de los más humildes concretaban
una toma de tierras en los confines de Quilmes y creaban los asentamientos de San Francisco Solano, a
partir del apoyo del obispo Jorge Novak y de tozudos militantes sociales. Fue tal vez la más masiva y, en
algún sentido, exitosa de las iniciativas políticas previas a la debacle del régimen militar, y una prueba de
que la actividad política nunca dejó de ser pese a las prohibiciones.
Obviamente, tras el golpe encabezado por Jorge Videla, la Junta Militar prohibió los partidos políticos y
suspendió la actividad normal del Congreso. La actividad gremial sufrió todavía peores vedas: fueron los
activistas gremiales de base quienes engrosaron las listas de desaparecidos y torturados. Pero ni las
prohibiciones ni la represión evitaron que, de manera clandestina, con nuevos métodos, negociaciones
con el régimen o incluso con proyectos surgidos del propio régimen y del poder económico que lo
impulsó, la política haya tenido cauce durante la dictadura.

Tras la consolidación del modelo de redisciplinamiento capitalista que buscó instaurar el golpe, se
abrieron paso contradicciones internas y distintos proyectos de creación y control de un "partido del
Proceso" que garantizara su continuidad en el tiempo.

El primero que se lanzó en esa dirección fue el temible jefe de la Armada Emilio Massera —vocero de la
histórica resistencia de su fuerza a la hegemonía política del Ejército— quien montó su proyecto en el
terrible poder generado desde la estructura represiva del arma, con centro en el campo clandestino de la
Escuela de Mecánica de la Armada.

En lo público, el proyecto de Massera comenzó a expresarse con cuestionamientos a la gestión del


ministro de Economía José Martínez de Hoz. En lo secreto, se fue gestando con el uso forzado de
experiencias de militantes detenidos-desaparecidos, contactos con sectores de la derecha peronista —
sobre todo de Guardia de Hierro y del Frente Estudiantil Nacional—, con la propia Isabel Perón, entonces
detenida, y con el lanzamiento del diario Convicción. Más tarde, cuando la derrota de Malvinas obligó al
régimen a negociar una salida con los partidos, ese plan de Massera, con una delirante y pretendida
cobertura socialdemócrata, se encarnó en el Partido para la Democracia Social.

Desde el Ejército, cuando Roberto Viola remplazó a Videla en la Presidencia y nombró como ministros o
asesores a integrantes del MID —como Oscar Camilión— o de fuerzas provinciales —como el correntino
José Romero Feris o la jujeña María Cristina Guzmán—, ya se pensaba en crear el Movimiento de
Opinión Nacional, en el que trabajaba el ministro del Interior Horacio Liendo. Algo similar generó
después el tercer dictador, Leopoldo Galtieri, con un gran asado en Victorica al que asistieron dirigentes
de los mismos sectores.

En los partidos políticos, una primera actitud fue la de decenas de intendentes radicales que siguieron en
sus cargos tras el golpe. Las relaciones más directas del partido con los militares se desarrollaban en
Córdoba, y esa actitud negociadora tuvo su expresión más polémica cuando el caudillo Ricardo Balbín,
poco antes de morir —el 9 de setiembre de 1981—, aseguró que "los desaparecidos están muertos"´.

Los pocos dirigentes de la conducción del Partido Justicialista que no estaban detenidos asumieron una
actitud más dura. Su principal expresión: las denuncias por la represión ilegal que entregaron a la
delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que viajó a Argentina en 1979.

Otras fuerzas políticas, como el Partido Comunista, plantearon un vergonzante apoyo inicial al golpe —
pese a que muchos de sus militantes fueron víctimas de la represión ilegal— con el argumento, pergeñado
en Moscú, de que sus jefes eran una alternativa a los militares "fascistas".

De las organizaciones armadas, la que tuvo una política más definida —y trágica por sus consecuencias—
fue Montoneros, con su "contraofensiva" de 1979, cuando muchos cuadros volvieron del exilio para morir
en enfrentamientos o en los campos clandestinos de detención.

Finalmente, a partir de junio de 1981 y fortalecida por el desastre de Malvinas, la iniciativa partidaria más
fuerte de la época fue el nacimiento de la Multipartidaria, una reunión de los principales partidos que
pactó el retorno a la democracia a través de las elecciones de octubre de 1983.

La junta militar. El Almirante Emilio Massera, el General Jorge Rafael Videla y el


Brigadier Orlando Agosti, en un acto oficial.

30 años después

Nada fue igual en la dinámica política argentina después de la dictadura.

Los efectos combinados del terror y de un modelo económico consolidado, que


profundizó hasta niveles desconocidos la acumulación de poder real, transformaron la
política partidaria hasta convertirla en una mera disputa de imágenes personales o
currículums para gerenciar la instrumentación de ese poder.

Si los poderes fácticos, a partir de 1930, habían necesitado de un "partido militar" para
llevar adelante políticas que no atraían votos, tras la última dictadura esa recurrencia se
demostró ya inservible: empezaron a ser los partidos los que asumieron la tarea.
ACTIVIDAD GREMIAL: CONVIVIO CON LOS MILITARES Y SE SALVO DE LA
REPRESION A MANSALVA
La corporación sindical logró sobrevivir

Hubo jefes que conocieron la cárcel, y una matanza de delegados y activistas de base. El
Ejército consideraba que el sindicalismo peronista era el dique de contención de la
izquierda.

Por Ricardo Roa.

El Proceso no cambió sino convalidó el modelo sindical. Esto es: sindicato único por actividad, poder
centralizado y participación política de los dirigentes. La mayoría de los gremialistas desalojados en el 76
volvió a sus cargos. La corporación militar no se metió con la corporación sindical. Hubo una forma de
coexistencia que contrastó con la represión a mansalva de delegados y activistas de base, que en realidad
había comenzado antes del golpe. Y que tuvo otro rostro turbio en la participación de empresas que
lograron así liquidar comisiones gremiales enteras.

Los militares se encontraron con un aparato sindical partido en dos. Uno apoyaba a Isabel y el otro
declaraba lo mismo pero se limitó a observar cómo caía. Lorenzo Miguel de un lado y del otro la CGT de
Casildo Herreras. Lorenzo y muchos otros fueron a parar a prisión. Casildo se escapó y su actitud quedó
simbolizada con un "Me borré" que en verdad nunca dijo. Más cierto fue lo del metalúrgico Victorio
Calabró, a quien los militares entusiasmaron con la idea de ser Presidente. Tanto que el ex gobernador
preparó el traje para la asunción. En vano. Nunca pudo volver al sindicalismo.

Los que se quedaron y fueron presos, los que huyeron e incluso los que soñaron con ser funcionarios y
socios del nuevo poder tuvieron como muchos políticos la percepción equivocada de que lo que vendría
iba a ser un golpe más. Años de golpes los habían mentalmente preparado para pensar así. Se equivocaron
trágicamente. Todos ellos además habían sido aliados objetivos del poder militar en la lucha contra el
enemigo común de la guerrilla y de sus expresiones sindicales que los amenazaban. El sindicalismo
oficial y la guerrilla se mataban a diario. No había gremialista sin custodia y esa relación sindical-policial
fue en algunos casos tan íntima que en la UOM, cuartel general de la ortodoxia, funcionaba un grupo de
tareas. De allí fueron secuestrados políticos y sindicalistas que fueron a ver a Miguel y acabaron muertos.

El sindicalismo opositor estaba en desbandada. Los dirigentes de la Juventud Trabajadora Peronista


(JTP), el brazo sindical de los Montoneros, se habían convertido en blancos fijos luego de que su
organización pasara de un día para otro a la clandestinidad. La izquierda había sido también diezmada:
tanto el sindicalismo de liberación como el clasismo. Aunque algunas expresiones como la de René
Salamanca paradójicamente apoyaran a Isabel. Eran días llenos de sangre y llenos de contradicciones. A
su modo, todos habían debilitado a Isabel. La misma CGT con sus reclamos contribuyó a una
hiperinflación que el Rodrigazo había iniciado. El sindicalismo peronista se devoró a si mismo.

Apenas arrancó, el Proceso disolvió la CGT y prohibió la huelga y la actividad gremial. Los sindicatos
principales fueron intervenidos. Los otros siguieron funcionando para hacer nada. En las intervenciones
empezaron a acomodarse asesores sindicales que construían o prometían nuevo poder. Esos gestores
trabajaban para sí y para quienes estaban fuera aunque no siempre. El escenario puntual donde se exponía
la nueva relación de fuerzas era la integración de la delegación argentina a la OIT. Era como la lista de
Pekerman: hasta último momento se esperaba saber quiénes subirían al avión.

La lista la armaban desde Trabajo, en manos del Ejército y que fijaba la política sindical. La pelea entre
Videla y Massera no se manifestó casi en el sindicalismo: la desaparición del lucifuercista Oscar Smith
fue la excepción. La disputa interna fue con Martínez de Hoz. El Ejército frenó sistemáticamente los
intentos del ministro por acomodar la vida sindical a su modelo económico.

El Ejército compró la idea que el sindicalismo peronista era el dique de contención de la izquierda. Lo
consideraba un mal necesario. Trató de debilitarlo por medio de una nueva ley sindical que estimulaba la
fragmentación de las cúpulas y facilitaba la creación de gremios por empresa. Sin embargo, el mayor
fracaso fue la convocatoria a un plebiscito nacional para ratificar la afiliación sindical: al final hubo más
afiliados que antes.

El férreo control inicial fue diluyéndose y terminó en la irrupción de dos CGT y el encumbramiento de
Saúl Ubaldini, versión contestataria del modelo, con más poder político que sindical.

El último capítulo de la historia entre las Fuerzas Armadas y el gremialismo lo escribió Alfonsín: su
denuncia del pacto sindical-militar fue una de las cartas que lo llevó a la presidencia.

Oscar Smith. Trabajadores de Luz y Fuerza marcharon por las calles del centro el 11
de marzo de 1977, al mes de su desaparición.

30 años después

Uno de los cambios más notorios producidos en los últimos años, se produjo como
consecuencia de la política económica de la década del 90: la caída de la industria y el
crecimiento del sector de los servicios produjeron un desplazamiento de afiliados desde
sindicatos históricamente muy fuertes, como los metalúrgicos de la UOM, hacia otros
como, por ejemplo, el de los mercantiles y el de los camioneros, que conduce el hoy
titular de la CGT, Hugo Moyano.

ECONOMIA: MARTINEZ DE HOY Y LA PATRIA FINANCIERA


El derrumbe de salarios y la plata dulce
Empresarios y entidades financieras apoyaron el golpe económico. Se abolieron
derechos sindicales y cayó la industria. Pero los bancos se multiplicaron y la deuda
empezó a corroerlo todo.

Por Ismael Bermúdez.

Aunque inauguró un largo período de retroceso para la Argentina, el programa económico del gobierno
militar, anunciado el 2 de abril de 1976 por el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, tuvo
un amplio respaldo de las organizaciones financieras internacionales y de las cámaras empresarias del
país.

Tan sólo tres días después del golpe, el FMI aprobó un demorado crédito por más de 100 millones de
dólares para "estabilizar" la situación cambiaria que venía en picada por la fuga de capitales, preparatoria
del golpe, de los meses previos. Un mes después, un grupo de bancos otorgó al gobierno un préstamo de
300 millones de dólares, más 350 millones en renovación de vencimientos del sector público. Y en
agosto, el FMI aprobó otro crédito por 260 millones de dólares, "el mayor acordado hasta ese momento a
un país latinoamericano", según consta en la Memoria del Banco Central de 1976. Hacia mediados de
setiembre, el BID concedió préstamos por 750 millones de dólares, como parte de un paquete de 2.500
millones de dólares.

Las cámaras empresarias, con excepción de la intervenida Confederación General Económica (CGE) y la
Confederación Industrial Argentina, respaldaron a la nueva conducción económica. Un mes antes del
golpe, casi todas las representaciones empresarias se habían agrupado en la APEGE (Asamblea
Permanente de Entidades Gremiales Empresarias) que impulsaron y ejecutaron el 16 de febrero un paro
empresario. Allí estaban la Sociedad Rural, la Unión Comercial Argentina, la Cámara Argentina de la
Construcción, la Cámara Argentina de Comercio, la Federación Económica de la Provincia de Buenos
Aires, Confederaciones Rurales Argentinas, la Cámara de Sociedades Anónimas, la Asociación de
Industriales Metalúrgicos de Rosario y la COPAL (alimentación).

El paro empresario "fue la prueba de amor que necesitaban los militares para saber que no estaban solos",
recuerda Carlos Túrolo en el libro "De Isabel a Videla".

Las primeras medidas de Martínez de Hoz fueron contundentes: congelamiento de salarios por tres meses,
eliminación de los controles de precios, devaluación del peso, que se complementaron con la disolución
de la CGT, la supresión de las actividades gremiales y del derecho de huelga, que resultaron en una caída
del salario real del 30%.
Ni bien Martínez de Hoz anunció su programa económico, la Bolsa tuvo un "boom" histórico. "Este es un
día histórico para la Bolsa. Los aumentos en los precios de los títulos y las acciones no tienen precedentes
y los volúmenes operados establecieron un récord muy difícil de superar", dijo Sebastián Pérez Tornquist,
titular de la Bolsa.

"Esto es el resultado del gran clima de confianza que inspiran las medidas económicas del gobierno", fue
la interpretación general de la "jornada inusual en la Bolsa porteña".

Hasta mediados de 1977, y tras una "tregua de precios" de 120 días, la política económica tenía un
respaldo empresario casi completo. Entonces Martínez de Hoz puso en marcha una reforma financiera
con la liberalización de la tasa de interés como "ancla" fundamental "para el control de la inflación" que
rondaba el 150% anual, con una garantía oficial sobre los depósitos.

Esa "reforma" impulsó la especulación. Se duplicó el número de bancos - de 119 en mayo de 1977 a 219
en mayo de 1980 - que pasaron a competir sobre la base de un respaldo ficticio por quién ofrecía la mayor
tasa de interés. Comenzó entonces el período de la "plata dulce": miles de ahorristas recorrían el centro
bancario cotejando las tasas de cada banco para decidir dónde colocar la plata. Además de incrementar
los costos industriales, la suba de la tasa tuvo un efecto recesivo sobre la economía, a la vez que impulsó
la entrada de capitales especulativos de corto plazo que obtenían una fuerte ganancia en dólares.

Esto estaba reforzado porque el endeudamiento con el exterior se hizo a través de las empresas públicas,
que pasaron a ser fuertes demandantes del crédito bancario, impulsando más arriba la tasa de interés. Por
eso, Jorge Schvarzer sostuvo que ese mecanismo "sería la base de la política posterior que culminaría en
el programa de pautas de evolución del tipo de cambio de 1979-80", más conocido como la tablita.

La "tablita", anunciada en diciembre de 1978, fijaba un valor del dólar inferior a la inflación. Así se
aseguraba la apreciación del peso. Eso unido a una reforma arancelaria, que redujo los impuestos de
importación, fue provocando una avalancha importadora y así se pasó del superávit al déficit comercial.

Recién "hacia 1978, los empresarios rurales inauguraron sus críticas a la política impositiva, las
regulaciones cambiarias y los efectos de la liberalización económica", precisa Mario Rapoport, quien
agrega que "esto no significó que los principales grupos empresarios no apoyaran en otros terrenos,
particularmente en el de la política represiva, la actitud del gobierno". Algunas de las principales
instituciones corporativas, como la Sociedad Rural, el Rotary Club de Buenos Aires, el Consejo
Empresario Argentino, el Centro de Exportadores de Cereales, el Consejo Publicitario Argentino y otras
similares, repudiaron la visita a Buenos Aires de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en
setiembre de 1979, señalando en una declaración que "los argentinos estuvimos en guerra" y que habían
pedido a las Fuerzas Armadas "que entraran en guerra para ganar la paz".

En marzo de 1979, con motivo del tercer año del golpe, en una solicitada la Unión Industrial sostuvo "que
sentimos que el país está de pie, luego de la noche en que lo sumergiera el desgobierno y la subversión".

"El sistema pudo sobrevivir mientras duró la rueda de la fortuna de una monetización especulativa, pero
hizo crisis a partir de la liquidación del Banco de Intercambio Regional (BIR), una entidad que al amparo
de la combinación entre amplia garantía pública, libertad de tasas y ausencia de regulación, había llegado
a ser la mayor del país. Se desató una corrida que en principio acabó con otros bancos importantes
( Oddone, De los Andes e Internacional) y terminó afectando a todo el sistema financiero. Durante ese
fatídico año 1980, el Banco Central debió asumir el control de unas 60 instituciones", precisan Pablo
Gerchunoff y Lucas Llach. Y agregan: "Con la crisis financiera comenzó la fase terminal del programa
económico de Martínez de Hoz".
Entre 1975 y 1982, la deuda externa aumentó de 8.000 millones a 43.000 millones de dólares. Hacia
1981, los intereses pasaron a representar más de 10 % del PBI. En 1982, Domingo Cavallo al frente del
Banco Central, transfirió al Estado deudas de empresas por 15.000 millones de dólares, en lo que se
conoció como la "estatización de la deuda privada".

En 1981 y 1982, la economía retrocedió más de 10 puntos del PBI, volviendo al nivel de 1975, pero con
una industria un 20% más chica. Las secuelas fueron tan fuertes que hoy el PBI Industrial por habitante es
inferior al de 1976. Entre 1980 y 1983- por la fuga de capitales- las reservas del Banco Central se
achicaron en 15.000 millones de dólares. Por el socorro a los bancos y la inflación, el déficit fiscal llegó
al 15% del PBI, que se fue cubriendo con emisión monetaria y deuda.

"El poder adquisitivo del salario cayó 36% en 1976, agudizando un proceso iniciado en la segunda parte
de 1975, luego del Rodrigazo. La reducción salarial continuó a lo largo de 1977 y 1978, aún cuando a un
ritmo más moderado, observándose una recuperación recién en 1979 y 1980", sostuvo como balance el ex
director del INDEC, Luis Beccaria.

Esa reducción salarial, agregó Beccaria, "originó una significativa caída de la participación de los
ingresos de los asalariados en el Producto Bruto Interno". De recibir un 43% promedio a comienzos de los
70, en 1981 se redujo al 31%. Con altibajos se mantuvo en esos niveles para volver a descender con la
hiperinflación de 1989/90 y, más cerca, con la crisis de fines del 2001.

Martínez de Hoz ejecutó un plan economico cuyas consecuencias aún se pagan.

30 años después
Las secuelas de la economía de la dictadura siguen marcando la vida de millones de
argentinos. La industria se achicó, a la vez que avanzaron los grupos económicos más
concentrados. Aún hoy el nivel productivo por habitante es inferior al de 1975. La
deuda externa, que se quintuplicó durante aquel período, se fue potenciando por el peso
de los intereses y el nuevo endeudamiento, hasta estallar primero en 1989 con el Plan
Bonex y luego en el default en diciembre de 2001. La inflación siguió en niveles
elevados y no pudo ser domesticada, salvo en forma transitoria durante los 90, para
recrudecer en la crisis de comienzos de 2002.

Los niveles salariales, que en 1976 se redujeron en un 36%, siguieron cayendo. Y la


distribución del ingreso se hizo más regresiva: de participar en casi el 50% del Producto
Bruto Interno, ahora los trabajadores no alcanzan al 30%.

JUSTICIA: UN SISTEMA BASADO EN LA ELIMINACION DE TODAS LAS


GARANTIAS CONSTITUCIONALES
Los tribunales, ciegos ante la represión

La dictadura intentó disimular el férreo control de los jueces, que juraban por el Estatuto
del Proceso. Pero mientras, rechazaban miles de hábeas corpus por personas
desaparecidas.

Por Pablo Abiad.

Desde 1930, con la primera aplicación de la doctrina de los gobiernos de facto, cada Corte Suprema de
Justicia sirvió en el país como sustento a la ilusión de legalidad que pretendieron construir los regímenes
inconstitucionales. La Corte estrenada el 2 de abril de 1976 no se apartó de esa tradición, con una
salvedad: mantuvo una inverosímil ficción de independencia respecto de las sucesivas Juntas que
gobernaron hasta 1983, a la vez que convalidó todas las violaciones a los derechos humanos que tuvo
oportunidad de revisar.

Si algo caracterizó a la dictadura fue la falta de justicia. De todos modos, a sus mentores les fue necesario
crear una pseudolegalidad para justificar la eliminación de cualquier garantía, por más que la mayor parte
de la represión se instrumentara a través de procedimientos clandestinos. La nueva Corte supeditó el valor
de las normas al Estatuto del Proceso, clasificó como razonables las detenciones más arbitrarias, admitió
los consejos de guerra para civiles y rechazó miles de hábeas corpus presentados por familiares de
detenidos; mientras tanto, el mismo Estado —a través de otros órganos— torturaba y asesinaba.
En lo formal, la Constitución Nacional nunca dejó de tener vigencia; tampoco los Códigos Civil,
Comercial ni el Penal, aun con las reformas esperables, ni los contratos celebrados entre particulares. En
un trabajo titulado Utilización del Derecho en la dictadura de la Junta Militar, Enrique Groisman
destaca la paradoja: en estos años —afirma— "el derecho cumplió un papel diferente del que le
corresponde en el sistema liberal: las normas y los hechos jugaron en ámbitos distintos, de modo que las
primeras sólo fueron aplicadas cuando coincidían con la voluntad de quienes ejercían el poder".

Uno de los primeros decretos del nuevo gobierno desplazó a los secretarios y jueces de la Corte que
venían desempeñándose hasta entonces. Al resto se le ofreció renunciar o ratificarse sometiéndose a la
fórmula de rigor: "¿juráis por Dios nuestro Señor y estos Santos Evangelios desempeñar las funciones
para las que habéis sido designado, administrando justicia bien y legalmente de conformidad con los
Objetivos Básicos fijados y el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional y la Constitución
Argentina?".

Respondieron que sí unos cuantos jueces que todavía integran los tribunales más importrantes del país. A
Carmen Argibay, ministra de la Corte Suprema de Justicia nacional desde 2004, no le dieron opciones:
pasó nueve meses detenida a disposición del Poder Ejecutivo en la cárcel de Devoto, de donde salió sólo
gracias a un infarto.

La jura de la Corte de la dictadura la tomó el presidente Jorge Videla; el acto se realizó en el mismo salón
de la planta baja de Tribunales en el que terminaría condenado a reclusión perpetua. Según Arturo Pellet
Lastra en Historia Política de la Corte, los cinco flamantes ministros tenían vínculos más o menos
evidentes con la corporación militar: Adolfo Gabrielli y Horacio Heredia eran jueces en lo contencioso
administrativo desde la Revolución Libertadora; a Abelardo Rossi, hombre de la Marina, el mismo
gobierno lo había nombrado en el fuero civil; Alejandro Caride, camarista criminal, había sido teniente
del Ejército y Federico Videla Escalada, especialista en Derecho Aeronáutico, reportaba a la Fuerza
Aérea.

Entre 1976 y 1979, se presentaron casi cinco veces más hábeas corpus que en los tres años anteriores. En
un solo caso, el del periodista Jacobo Timerman, la Corte Suprema atendió el pedido y ordenó su
liberación. Fue apenas una tenue excepción a la implacable regla de un Derecho subordinado al terror.

Destino. Los dictadores, en la sala donde, 9 años después, serían juzgados.

30 años después
Recuperada la democracia, la primera cuenta pendiente de la Justicia fue juzgar las
violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. El proceso al que las Juntas
fueron sometidas en 1985 se convirtió en un símbolo de la nueva era.

Pero la renovación de los jueces, de la Corte Suprema para abajo, fue lenta. Y no en
todos los casos incluyó un respeto absoluto de las garantías constitucionales: todavía
hoy se denuncian numerosos casos de gatillo fácil y atropellos en cárceles y comisarías
—especialmente en la provincia de Buenos Aires— que el Poder Judicial desconoce,
ignora o apaña.

En las investigaciones criminales, la Policía fue perdiendo facultades. Desde 1992, con
una reforma del Código Procesal, los juicios penales tienen una etapa oral; en la fase
escrita, se empezó a avanzar de un proceso inquisitivo —herencia de la Edad Media— a
uno acusatorio.

No alcanzó para que, salvo excepciones, la Justicia federal hallara y condenara a los
responsables de la corrupción política. En cambio, desde 2003 los Tribunales
desandaron el camino hacia la impunidad iniciado por las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, y encarcelaron a varios represores.

Raúl Alfonsín designó una Corte Suprema con su amigo Genaro Carrió como
presidente, y jueces prestigiosos como José Severo Caballero, Jorge Bacqué —que ya
no integran el tribunal—, Carlos Fayt y Enrique Petracchi, que siguen en él.

Carlos Menem amplió esos lugares a nueve y ocupó varios puestos con personas de su
confianza: Julio Nazareno, Eduardo Moliné O''Connor y Rodolfo Barra. Kirchner ya
designó cuatro jueces y, si decide mantener nueve ministros, aun tiene otras dos
vacantes libres.

LAS LEYES: EL CONGRESO FUE REEMPLAZADO CON UNA "COMISION DE


ASESORAMIENTO LEGISLATIVO"
Doce militares impusieron 1.800 leyes

Unas 500 siguen vigentes, otras se derogaron o modificaron. La dictadura intervino en


temas sociales y económicos, pero su meta principal fue demoler las conquistas
laborales.
Por Claudio Savoia.

Además de la feroz represión ilegal, las leyes con que gobernó el régimen ofrecen un buen retrato de las
prioridades que desvelaban a los dictadores. Tras el golpe, la Constitución fue reemplazada por los
Objetivos Básicos, el Estatuto del Proceso —que definía a la junta militar como "órgano supremo de la
Nación"— y el Reglamento para el Funcionamiento de la Junta, que enumeraba las atribuciones del
Presidente y la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), el apéndice creado para redactar las leyes
nacionales.

La CAL estaba integrada por tres oficiales de cada fuerza militar. Sus reuniones eran secretas, y sólo
estudiaba los proyectos de ley enviados por la Junta que eran considerados de "Significativa
Trascendencia", en un plazo máximo de 70 días. Después, la Junta las promulgaba en el lapso de un mes.
Es decir que las leyes más importantes tenían un "tratamiento" que pocas veces llevaba más de tres
meses, por parte de sólo una docena de personas.

Entre el 24 de marzo de 1976 y el 9 de diciembre de 1983 los militares sancionaron 1.783 leyes
nacionales y 18.146 decretos. Para Juan Massini, de la Dirección de Información Parlamentaria, "la
última dictadura fue la más extrema de todas en cuanto a la concentración del poder político: llegaron a
reemplazar el sistema federal de gobierno por uno unitario, nombrando gobernadores desde Buenos
Aires".

Un primer conteo no deja dudas sobre algunos objetivos que estimularon el asalto al poder en 1976: de las
primeras cien leyes dictadas por Videla, diecisiete se dedicaron a demoler las conquistas laborales. El
mismo 24 de marzo se dictó la autorización para dar de baja a los empleados públicos "por razones de
seguridad" (ley 21.260), se suspendió el derecho de huelga "y toda medida que pueda afectar la
productividad" (21.261), y se suprimió el fuero sindical especial (21.263). El 6 de abril se autorizó la
suspensión del estatuto docente, el 29 de abril se modificó el régimen de contrato de trabajo y el 10 de
mayo se tomaron "medidas para desalentar incrementos salariales al margen de los que disponga el
Estado". La lista sigue.

Las plumas militares firmaron todo tipo de normas: sobre estupefacientes, hidrocarburos, uso de la
energía nuclear —varias—, cinematografía, feriados nacionales y juego; se creó el impuesto a las
Ganancias y se generalizó la aplicación del IVA, se organizó la Fiscalía de Investigaciones
Administrativas y se instituyeron pensiones vitalicias para los premios Nobel. Paradójicamente, en 1980
pasó a disfrutar una Adolfo Pérez Esquivel, ganador del Nobel de la Paz por denunciar a la dictadura.

Mucho antes de la "autoamnistía" de 1983, el 12 de setiembre de 1979, la ley 22.068 pretendía regular el
"presunto fallecimiento" de los desaparecidos.

Otras leyes que contienen disposiciones autoritarias no fueron derogadas ni reformadas en 22 años de
democracia: el Régimen Penal de Minoridad vigente responde a una ley de 1980; la ley de Régimen
Jurídico de la Función Pública, también de 1980, incluye una xenófoba exigencia de "ser argentino o
naturalizado con más de cuatro años" para ingresar a la administración pública, y advierte que no podrá
hacerlo quien integre o haya integrado "grupos que por su doctrina o acción" acepten o lleven a la
práctica el uso de la fuerza".

La ley de Cultos, de 1978, permite al gobierno negar o cancelar la inscripción de un credo si lo considera
"lesivo al orden público, la moral y las buenas costumbres", y la ley 22.285 de Radiodifusión considera
ilegales los programas que no sigan "los preceptos de la moral cristiana" y permite a los gobiernos
"establecer restricciones temporales al uso y prestación de todos los servicios previstos por esta ley". La
censura tiene aquí un ariete legal.

Por supuesto, desde 1983 se eliminaron o modificaron muchas normas autoritarias o arbitrarias, como la
de nacionalidad y ciudadanía —que obligaba "acreditar buena conducta" y "medios honestos de vida"
para hacerse argentino—, o, hace dos años, una de las más ofensivas para la democracia: la vieja ley de
inmigración, que obstaculizaba la radicación de personas procedentes de los países vecinos. El Congreso
parece haber despertado.

Ilegales. Inmigrantes bolivianos son deportados en 1977. En 1981 se sancionó la Ley de


inmigración.

30 años después

Aunque el ordenamiento legal que está llevando a cabo el proyecto Digesto Jurídico
Argentino todavía no está terminado, los especialistas calculan que unas 500 leyes de la
dictadura siguen vigentes.

Pero hay otras herencias menos elocuentes: la falta de discusión política en el trámite
legislativo —incluidas las sesiones de las Cámaras, en las cuales asiduamente se
amañan las listas de oradores o se pactan las votaciones antes del debate—, la
paralización del Congreso durante las campañas electorales, y la poderosa sombra de los
Presidentes sobre la autonomía de los legisladores. El último detalle: la persistente
apelación a los "decretos de necesidad y urgencia": Alfonsín dictó 10, Menem 545, De
la Rúa 73, Duhalde 158 y hasta agosto pasado, cuando se conoció el último conteo,
Kirchner ya había firmado 155.

LAS OPERACIONES CLANDESTINAS EN LATINOAMERICA: BOLIVIA -


NICARAGUA - HONDURAS - GUATEMALA - EL SALVADOR
Los secretos de la guerra sucia continental de la dictadura

Entre 1978 Y 1984, Videla, Viola y Galtieri exportaron sus técnicas de exterminio.
Ahora, se revelan documentos de esa cruzada anticomunista que incluyó tráfico de
armas y drogas.

Por María Seoane.

Se trató de la mayor operación secreta a escala continental de la dictadura. Se trató de la Operación


Centroamérica, que se desplegó desde 1977 hasta 1984, después de la Guerra de Malvinas, y consistió
en la exportación de los métodos de inteligencia y las técnicas de la lucha contrainsurgente, que
incluían el uso de la tortura, el secuestro y la desaparición de opositores usados por la dictadura
argentina hacia Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. Ocurrió bajo los gobiernos de los
dictadores Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri. Una serie de documentos
desclasificados del Departamento de Estado estadounidense y la entrevista exclusiva realizada por
Clarín a Duane Clarridge,el ex jefe de la CIA en esas operaciones, revelan detalles nunca contados.
De estos documentos y de esta entrevista se deduce que los militares argentinos desembarcaron en
Centroamérica como fuerza legionaria exterior en tanto estaban dispuestos a hacer el trabajo
"sucio" que la CIA estaba restringida de hacer al comienzo del gobierno del demócrata James
Carter (1977-1981); que presionaron para que los EE.UU. tuvieran un rol más activo en las
actividades contrarrevolucionarias y que, al final, se sometieron a su dirección cuando asumió
Ronald Reagan (1981-1989) la presidencia estadounidense.

Del vuelo del Cóndor al Charlie

La participación argentina en Centroamérica tuvo su bautismo iniciático en el denominado Plan Cóndor,


la alianza represiva de los ejércitos de las dictaduras de la Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay
para perseguir más allá de las fronteras a quienes eran considerados enemigos u opositores. Eran tiempos
de la Guerra Fría entre los EE.UU. y la Unión Soviética, de un enfrentamiento impiadoso entre
capitalismo y comunismo que había desembarcado en América latina. La Doctrina de la Seguridad
Nacional (DSN), entonces, alentó los estados terroristas. Se interpretaba que la seguridad del Estado y
hemisférica estaba por sobre la seguridad de las personas y que para garantizar esa seguridad no había
fronteras nacionales. Lo cierto es que el Plan Cóndor tuvo su esplendor entre 1975 y 1979, pero muchos
de los militares argentinos que allí participaron, luego integraron la comitiva que siguió hacia
Centroamérica para entrenar a los llamados "contras" — diminutivo de "contrarrevolucionarios"—, ex
guardias somocistas nicaragüenses, fugados a Honduras en su mayoría, luego del triunfo de la revolución
dirigida por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en julio de 1979. Y, más tarde, para
entrenar a los oficiales de los ejércitos de El Salvador y Guatemala para prevenir la extensión de la
revolución sandinista y la influencia de la Cuba socialista. Muchos ex guerrilleros argentinos, de
Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) se habían alistado desde comienzos de 1979
en la lucha del FSLN para combatir al dictador Anastasio Somoza.
En noviembre de 1979, la Argentina estaba gobernada por Videla, Viola era el comandante en jefe del
Ejército, su jefe de Estado Mayor (EMGE), era el general Guillermo "Pajarito" Súarez Mason; su
inmediato inferior en la inteligencia militar, Jefatura Dos (JII) era el general Alberto Alfredo Valín; el
jefe del Batallón 601 de Inteligencia militar era el coronel Jorge Alberto Muzzio. El jefe de la Secretaría
de Inteligencia del Estado (SIDE) era el general Carlos Alberto Martínez, el hombre de mayor confianza
en Inteligencia para Videla, que lo acompañó a subir al poder y que diseñó, junto con Viola y Valín, las
operaciones en Centroamérica. El Canciller era el brigadier mayor Carlos Washington Pastor. El
responsable de los equipos operativos en Centroamérica— según señalan todos los documentos
desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU.— era el coronel José Osvaldo "Balita"
Riveiro, jefe de la estación Honduras de los militares argentinos, denominada también Grupo de Tareas
Exterior o GTE. Riveiro reportaba directamente a Súarez Mason, por lo que se construía, además, una
red secreta dentro de las propias operaciones ya de por sí secretas, con el fin de administrar
discrecionalmente los 19 millones de dólares que la CIA aportaría de manera inicial y encubierta para
entrenamiento y compra de armas, según analiza una investigación del politólogo Ariel Armony. Había
otros nombres, el coronel Mario Davico, que reemplazará a poco de andar a Valín en la JII de
inteligencia; y los miembros del Batallón 601, los capitanes Santiago Hoyas, Héctor Ricardo Francés
García, el coronel Jorge de la Vega y el contador Leandro Sánchez Reisse y Raúl Guglielminetti, entre
otros. El embajador argentino en Honduras para el período fue Arturo Ossorio Arana, al tanto de todas las
operaciones paralelas.

Pero la idea de los argentinos de cómo combatir "la subversión comunista" en América Central no era
igual, en ese momento, a la de la administración Carter. Los argentinos bregaban por lo que se denominó
el Plan Charlie, es decir la constitución de un "ejército panlatinoamericano liderado por la
Argentina que desembarcara en El Salvador con la idea de arrinconar a los revolucionarios hacia
Honduras donde serían exterminados", según reveló el libro "Malvinas, la trama secreta", de
R.Kirschbaum, O. Cardoso y E. van der Kooy. Las operaciones clandestinas ya estaban en marcha, pero
se no dejaba de buscar un aval explícito de los Estados Unidos que se traduciría en dinero y armas. El
FSLN había ya denunciado que la dictadura de Videla le vendía armas (también Israel) a la guardia
nacional somocista. Un documento secreto fechado en junio de 1979 y enviado por la embajada de los
EE.UU. en Buenos Aires, a cargo de Raúl Castro, hacia el secretario de Estado de su país, Viron Vaky, en
vísperas de la visita a Buenos Aires de la CIDH, revela la obsesión de Viola en que los EE.UU. se
decidieran a dar fuerza al Plan Charlie o, en su defecto, a apoyar abiertamente las operaciones
clandestinas de los argentinos. Los argentinos consideraban que EE.UU. había abandonado la defensa
del hemisferio del comunismo y que ellos debían cumplir ese papel. Castro cuenta el encuentro con
Viola, en dos partes. La primera, es esclarecedora de la presión de Carter por los derechos humanos. En la
segunda parte, aparece la verdadera preocupación de Viola . "Durante toda la reunión Viola me repitió
que su intención al querer verme era hablar de Nicaragua. De hecho, hablamos de Nicaragua. Me dijo
que el gobierno argentino (GOA) compartía la opinión nuestra sobre Nicaragua, pero que temía que
enviar una fuerza militar de paz no fuera aceptable para los países latinoamericanos. Su razonamiento
se refería a que los países latinoamericanos tenían problemas internos y que cada país temía que se
estableciera un precedente si se enviaban unidades militares para resolver problemas internos. Viola
dijo que el problema nicaragüense no podía resolverse a través del diálogo y requería detener la
infiltración de tropas y armas a través de la frontera de Panamá y Costa Rica. Viola dijo que esto se
podría hacer sólo con una fuerza militar de paz, pero que la opinión pública argentina nunca lo
aceptaría (?). Me pareció que tanteaba la posibilidad o esperaba que yo le diera alguna justificación
para enviar una fuerza de paz a Nicaragua, que incluyera a la Argentina." Viola en realidad tanteaba
sobre el envío de una fuerza militar. Pero ya no argumentaba en favor de una fuerza legal de paz sino
sondeaba la disposición de los EE.UU. para avalar una fuerza paramilitar y clandestina.

Así que en noviembre de 1979, Viola desarrolló en la XIII Conferencia de Ejércitos Americanos en
Bogotá su plan de latinoamericanización del modelo terrorista estatal. Según Viola, el éxito obtenido
por las Fuerzas Armadas argentinas en su combate contra "la subversión marxista", las habilitaban para
exportar la experiencia a otros países de América Latina. Con el triunfo del sandinismo, con miles de
guardias nacionales huyendo en masa de la revolución, parecía evidente que la política exterior de los
EE.UU. en el último año de Carter cambiaría. En otro memorándum fechado el 15 de febrero de 1980, del
Consejo Nacional de Seguridad norteamericano, remitido por Robert Pastor a los miembros del consejo,
como Zbigniew Brzezinski, David Aaron y Henry Owen, es evidente que los EE.UU. marchan a una
intervención sobre Centroamérica aunque aún buscando vías políticas. "Ha llegado el momento— se
dice en el documento—de hacer que este gobierno se mueva de manera eficaz para resolver los
problemas de El Salvador y Honduras". El documento abunda en recomendaciones sobre qué hacer en
cada país: dividir a la izquierda, neutralizar el golpe de Estado de la derecha, armar un gobierno de centro
cívico-militar. Es la visión de comienzos del 80. Una visión que pronto será abandonada ante la
radicalización revolucionaria en El Salvador a través del Frente Farabundo Martí, y en Honduras, con la
llegada masiva de guardias somocistas y civiles antisandinistas, que pujan por armar una invasión a
Nicaragua. De hecho, Videla y Viola deciden dejar en manos de Súarez Mason, y de manera operativa en
manos de Valín y Riveiro, el comienzo de la formación del GTE y su desembarco en Honduras, sede
principal de operaciones. El grupo tiene su bautismo de fuego en Bolivia, en julio de 1980 cuando
participan avalando el llamado golpe del "narcotráfico" que desplaza a la presidenta Lidia Gueiler y pone
en su lugar al general Luis García Meza y al hombre fuerte de su gobierno, el ministro del Interior y
acusado de narcotraficante, Luis Arce Gómez, socio del conocido como barón de la droga, Roberto
Súarez Levy, uno de los principales traficantes de cocaína del mundo entonces. De ese negocio
provendrán parte de los fondos para financiar y enriquecer a los paramilitares argentinos. De la presencia
argentina allí y de la coordinación que ya existía da cuenta otro documento de la embajada
norteamericana en Buenos Aires. El embajador informa que un oficial de inteligencia de esa delegación
se reunió el 16 de junio de 1980 con un oficial del servicio de inteligencia argentino— presumiblemente
el general Valín o Davico— y que "el principal tema de conversación fue la situación de Bolivia. La
fuente avisó que detuvieron a cuatro argentinos en Perú. Son parte importante de la jerarquía
montonera. (...) Que lo hizo el 601 con la colaboración de la inteligencia peruana. Los detenidos (luego
se supo de que se trataba entre otros de Carlos Maguid) están en Perú, pero serán trasladados a Bolivia,
serán expulsados de Bolivia a la Argentina, donde serán interrogados y luego desaparecerán". Y en el
documento, se dice algo más: "la fuente será enviada a Panamá, Costa Rica, Guatemala y San Salvador
para analizar la situación país por país e informar al 601." Fue en esos días que Valín viajó a
Centroamérica para establecerse allí de manera casi permanente. En la JII lo había reemplazado el general
Mario Davico. Y el jefe del Batallón 601 era Muzzio. Es precisamente en agosto de 1980, cuando en
Honduras los EE.UU. y la Argentina apoyan el ascenso del durísimo general Gustavo Alvarez
Martínez, comandante de la Fuerza de Seguridad Pública (Fusep), la policía política que dependía del
Ejército, un militar que había sido colega de Viola y alumno de Videla en el Colegio Militar de la Nación
en los tempranos años sesenta. La cúpula militar argentina festejó ese ascenso y presintió el cambio de
aire definitivo cuando en octubre de 1980, finalmente, Carter termina autorizando un programa de
acción encubierta de la CIA en apoyo de las organizaciones antisandinistas, enviando un millón de
dólares para financiar a grupos de prensa, sindicales y políticos dentro de Nicaragua que conspiraban
contra el gobierno revolucionario. Según el testimonio dado al Congreso de los EE.UU. en 1987 por un
miembro del 601, Leandro Sánchez Reisse (ver pág 11), al ser detenido por secuestro, se había instalado
entre 1978 y 1981, en Fort Lauderlade, Florida, un negocio encubierto, centro de operaciones del batallón
601 y a través del cual la CIA colaboraba con esa unidad de inteligencia con información y recursos. Lo
que confirma que "los argentinos hicieron de la clandestinidad un negocio". Pero, además, que la
CIA, pese a los esfuerzos de Carter en reducir su poder, también clandestinamente financiaba a los
contras, como los dirigentes nicaragüenses Edgar Chamorro y Sam Dillon. Precisamente a mediados de
1980, el ex director de la CIA, Vernon Walters y un contra nicaragüense Francisco Aguirre se reunieron
con Viola, Davico y Valín para coordinar las actividades en la región.

La cruzada argentina

Ya a fines de 1980, se registran acciones de paramilitares entrenados por los argentinos en Guatemala,
Costa Rica y dentro de Nicaragua. Cuando Reagan asume la presidencia en enero de 1981, las Fuerzas
Armadas argentinas deciden convertirse abiertamente en su fuerza expedicionaria en América
Central. El nuevo secretario de Estado estadounidense es Alexander Haig, el nuevo embajador en
Buenos Aires es Harry Shlaudeman. En Honduras, desembarca como embajador estadounidense John
Negroponte, un halcón de la Guerra Fría. En Buenos Aires, Viola está por asumir como presidente, en
marzo de 1981, y su comandante en jefe del Ejército es Galtieri. Davico, Muzzio y Valín son ya la plana
mayor de la operación Centroamérica, mientras Riveiro, el coronel Luis J. Arias Duval, el mayor
Martín Ciga Correa, y capitanes como Fancés y Hoya son los enlaces e instructores más prominentes del
GTE argentino. En El Salvador, en tanto, la guerrilla del Farabundo Martí había comenzado en enero de
1981 una ofensiva militar a gran escala apoyada por el gobierno sandinista. Para Washington, ya no
había tiempo que perder.

Un documento secreto fechado un mes después, el 26 de febrero de 1981, dirigido a Haig de parte de
Vernon Walters, nombrado a la sazón por Reagan como embajador extraordinario para la guerra en
Centroamérica, da cuenta con una precisión hasta ahora desconocida del conocimiento y aval de los
EE.UU. a las operaciones clandestinas de los militares argentinos en Honduras y El Salvador. También de
cómo Viola usaba ese prestigio de ser un aliado clave para pelear su interna criolla en la junta militar y
lograr asegurarse la sucesión de Videla como presidente. Pero, al mismo tiempo, cómo Galtieri ve en la
alianza con los EE.UU. la mayor palanca para su futuro político. Y pide hacer más y más coordinación
con la CIA. Escribe Walters a Haig— pero vía la embajada en Santiago de Chile, al mejor estilo
conspirador— "Durante mi visita al comandante en jefe del ejército, Galtieri, me informó sobre la ayuda
argentina a los gobiernos de El Salvador y Honduras. a) Argentina había proporcionado adistramiento
de inteligencia a 40 oficiales hondureños a través de 5 a 8 cursos (...) b) El ejército argentino tenía unos
cincuenta oficiales operando en la zona del Caribe.; c)Diversos oficiales salvadoreños habían sido
entrenados por especialistas argentinos antiguerrilla, d) Argentina estaba dispuesta a hacer más pero
debemos tener una reunión para definir quién debe hacer qué cosa. e) Argentina había abierto dos
oficinas de agregados militares en Centroamérica. Comentario: El ejército argentino claramente
emprendió una importante actividad y haría más. Pidió intercambio regular de información sobre la
zona y mantener reuniones para definir exactamente qué es lo que quisiéramos que haga. Todo lo que
tenemos que hacer es decirle qué hacer."

Un documento secreto del 3 de marzo de 1981, semanas antes de que Viola fuera ungido Presidente en
reemplazo de Videla, el embajador especial de Reagan, Walters informa también vía la embajada en
Santiago a su jefe Haig, de las reuniones ocurridas con los comandantes de la junta, da el 26 de febrero
con Gatieri, el brigadier Omar Graffigna, el almirante Armando Lambruschini y el general Davico.
Walters cuenta que Grafigna lo criticó porque EE.UU. no había hecho a tiempo, como los argentinos, los
deberes contrainsurgentes en América Central. Y que con Lambruschini le ocurrió lo mismo que con
Graffigna. Que con Galtieri, que estaba acompañado por Davico, el almuerzo fue más distendido. "El
insistió en que la Argentina ayudaría de todas las formas posibles.". Walters dijo que Davico "pidió que
retomáramos las conferencias de inteligencia y el intercambio de información (...)". Lo más interesante
de este documento, sin embargo, no es la ratificación que consigue Walters del alineamiento argentino en
Centroamérica, sino la defensa de Galtieri del narco-gobierno boliviano. "Hablamos de Bolivia, y en
esto estuvo menos colaborador. Dijo que, si se sacaba a Arce del poder, el régimen no podía durar y que
la Argentina no podía tolerar un foco comunista en la frontera. Dijo que venía mucha más droga de
Colombia pero como ésta mantenía una fachada democrática nadie se quejaba. (...) Dijo que el régimen
de García Meza no podría sobrevivir sin Arce y que, si él se iba, la extrema izquierda tomaría el poder."
Galtieri no lo dijo, aunque después se sabría, que estaba defendiendo los narcodólares que financiaban
parte de las operaciones clandestinas contrainsurgentes. Walters termina el documento con un comentario
que lo muestra feliz por el clima amistoso y franco que vivió. "Supongo fue una retribución por el
espíritu sumamente servicial del presidente Videla y de el presidente electo Viola". A esas reuniones lo
había acompañado el embajador en Buenos Aires, Shlaudeman.

Lo cierto es que las operaciones clandestinas en Centroamérica en el período en que Galtieri es jefe del
ejército, y luego cuando asuma como presidente en diciembre de 1981, tendrán su período más álgido.
Los últimos documentos desclasificados de junio del 81 y enero de 1982 a los que tuvo acceso Clarín dan
cuenta de las denuncias sobre el tráfico de armas y la entrega de dinero a la contra nicaragüense por parte
de Davico— unos 50 mil dólares— y de las denuncias internacionales que la Argentina comienza a
recibir por casos de tortura dirigidas por argentinos a hondureños y salvadoreños. Recién un año después
de la Guerra de Malvinas, el gobierno de Reagan tomará abiertamente en sus manos la operación en
América Central. La CIA reemplazará a sus viejos aliados del batallón 601, dispersados y transformados,
en tiempos de Reynaldo Bignone, en los restos agonizantes y corrompidos de esa "gesta internacional" de
la dictadura.

Jefes contrainsurgentes
El general Gustavo Alvarez Martínez fue el hombre fuerte de Honduras en la
coordinación de los proyectos contrarrevolucionarios de la CIA en la región. Se había
graduado con honores en la Academia Militar argentina en 1961, y luego en la Escuela
de las Américas. Fue comandante de la Fuerza de Seguridad Pública (Fusep). En 1982,
fue designado comandante de las fuerzas armadas en Honduras. A partir de entonces se
inició en el país "la era de las desapariciones y los cementerios clandestinos". Junto a
los militares argentinos, Riveiro y Hoyos y de la CIA organizó el Batallón 3-16, cuerpo
de paramilitares clandestinos responsables de ejecuciones y matanzas. En 1984,
producto de un golpe interno, fue obligado a salir al exilio. Confesó entonces que "los
militares argentinos le habían enseñado a hacer desaparecer gente".

El "método argentino"

"El método argentino" fue el central del terrorismo de estado, que en los años setenta
era el sistema difundido en todo el continente. La embajada de los EE.UU. decía en un
cable encabezado "The tactic of disappearance"(la táctica de la desaparición): "nos
seguirá resultando difícil refutar el "éxito argentino en su guerra no declarada contra el
terrorismo y el accionar de la guerrilla paramilitar". Era precisamente ese tipo de
experiencia lo que la Argentina transferiría a Centroamérica. El método argentino, como
se conoció en Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador era la práctica de la
desaparición del opositor, la extracción de información bajo la tortura sistemática en
cárceles y procedimientos clandestinos, que derivaban en que quienes los ejecutaban
quedarían impunes. El "éxito" de estos procedimientos para la contrainsurgencia era su
falta de límite moral y humano. En junio de 1983, la Americas Watch, una institución
privada estadounidense que se dedica a la defensa de los derechos humanos en todo el
mundo, visitó Honduras. En su informe redactó: "El general Gustavo Alvarez Martínez,
jefe de las fuerzas armadas hondureñas, públicamente ha defendido el uso del método
argentino para enfrentar la amenaza subversiva en América Latina. De hecho Alvarez es
responsable de haber traído a Honduras los primeros asesores argentinos, cuando él era
comandante de la Fuerza de Seguridad Pública (Fusep)." El "método argentino" dejó
miles de desaparecidos en Honduras, Guatemala y El Salvador.

Una historia oscura a ser iluminada


A finales de los años setenta y principios de los ochenta, el régimen militar argentino
internacionalizó su aparato represivo en América Latina. La dictadura trasladó su
experiencia en contrainsurgencia a otros países de la región como parte de una cruzada
hemisférica contra el comunismo. Comenzó su intervenir en Centroamérica durante la
guerra civil en Nicaragua (1977-1979). Luego dieron entrenamiento en
contrainsurgencia y asistencia militar a El Salvador, Guatemala y Honduras. Además,
en un paso clave en el proceso de expansión continental, el régimen militar argentino
participó en el golpe de Estado en Bolivia encabezado por Luis García Meza en 1980.
La proyección extraterritorial de la dictadura alcanzó su clímax con la organización y
entrenamiento de los "contras" nicaragüenses. Los militares argentinos "vendieron"
exitosamente este programa contrarrevolucionario al gobierno de Ronald Reagan, para
el cual América Central se había convertido en el lugar más peligroso del mundo.
Mareados por la soberbia de creerse actores centrales en el mapa geopolítico del
hemisferio occidental, los militares argentinos creyeron en 1982 que Estados Unidos
pondría la guerra anticomunista por encima de su alianza con Inglaterra en caso de un
conflicto armado en Malvinas. La realidad pulverizó los sueños de grandeza de la casta
militar. Pocos temas han sido tan estudiados como el de la última dictadura militar
argentina, pero la brecha entre lo que sabemos y lo que deberíamos saber sobre aquel
período es todavía muy grande. La coordinación represiva que los países sudamericanos
establecieron con la creación de la Operación Cóndor y la proyección de la maquinaria
de muerte argentina a Centroamérica y Bolivia sugieren que sería más apropiado hablar
de una guerra sucia a nivel continental que de conflictos aislados a nivel nacional.
Como parte de esta guerra sucia, la Argentina exportó armas, doctrina contrainsurgente
y su experiencia en el terrorismo de Estado, desarrollando una extensa red internacional
de inteligencia que vinculaba el narcotráfico, la venta ilegal de armas y el lavado de
dinero con la guerra anticomunista. En esta guerra la distinción entre combatientes y la
población civil se borraba, mientras que las fronteras nacionales se subordinaban a las
"fronteras ideológicas" del conflicto este-oeste.

Para los militares argentinos, no bastaba con aniquilar al enemigo en la Argentina


misma sino donde se hallara: las barreras entre lo local y lo externo debían desaparecer.
Documentos de los EE.UU., de Nicaragua y de la Argentina lo atestiguan.

Contar esta historia es importante para construir una memoria hemisférica que nos
permita entender las conexiones entre los distintos proyectos represivos en América
Latina, para compartir esfuerzos con otros países de la región en la documentación y
reconstrucción de los terribles eventos de aquellos años y para poner frente a la justicia
a aquellos individuos responsable por crímenes contra la humanidad. También, por
parte de nuestro gobierno, es hora de pedir perdón a otros países latinoamericanos por el
papel argentino en la barbarie que ellos tuvieron que sufrir.

Por Ariel C. Armony. Profesor y Director del Goldfarb Center, Colby College,
Estados Unidos.

ENTREVISTA EXCLUSIVA CON EL EX JEFE DE LA CIA DUANE CLARRIDGE


"Los argentinos eran arrogantes, sin límites y querían controlar el dinero"
Fue el enviado de Reagan para organizar la intervención de la CIA en América Central.
Y quien dirigió a los militares argentinos allí. Revela detalles inéditos sobre esa
relación.

Por Ana Baron


.

Vive en una casa típica de los suburbios californianos. Tiene dos pisos y un jardín en la parte de
atrás. Lo que más sorprende al llegar, sin embargo, es que el garage de la casa está abierto y
adentro hay un enorme cañón militar en vez de un auto. Pero eso no es todo. En cuanto Duane R.
Clarridge, alias DaxLeBaron me abre la puerta lo primero que veo en el pasillo de la entrada es
una ametralladora colocada sobre un pie de hierro, y en una de las paredes descubro una foto de
Eden Pastora, uno de los jefes mas controvertidos de los "contras" nicaragüenses.
La casa está llena "souvenirs" de la guerra que la CIA libró en América Central conjuntamente
con los militares argentinos, los hondureños y los "contras" nicaragüenses para poner fin al
gobierno sandinista de Nicaragua.
En uno de los armarios del dormitorio, Clarridge conserva todavía la copia del Martín Fierro que
el ex jefe de la inteligencia militar argentina, el coronel Mario Davico, le regaló cuando vino a
visitarlo a la CIA en Washington. En ese momento Clarridge era el Director de la División de
América Latina de la CIA, y estaba a cargo de la conducción de la guerra en América Central.
En la primera entrevista que otorga a un medio argentino, Clarridge aceptó brindar su visión sobre
cómo fue la relación entre los militares argentinos y la CIA durante aquellos años. No evadió
ninguna de las preguntas que Clarín le planteó sobre la guerra sucia, la guerra en América Central
y la guerra de las Malvinas. El diálogo comenzó el 6 de febrero pasado y continuó justo un mes
después, el 6 de marzo. Clarridge es un gran defensor de la CIA y un convencido de que todo
gobierno tiene derecho a defenderse de los terroristas. Justifica de este modo la guerra sucia que la
junta militar infligió a nuestro país. Es en este contexto que el lector deberá analizar su testimonio y
decidir dónde la verdad y los recuerdos pueden estar cediendo ante la ideología.
—¿Cómo fue su primer encuentro con los militares argentinos?
—Volé a Buenos Aires en noviembre de 1981. El comandante en jefe del Ejército, Lepoldo Galtieri,
me recibió a las 10 de la mañana con un whisky.
—¿Se lo tomó?
—Sí. No pude decir que no. Galtieri era un personaje atrayente. Su oficina estaba muy oscura.
Hablamos durante una media hora. Participaron en la reunión dos agentes de la sección
paramilitar de la CIA.
—¿Dos paramilitares?
—Sí. Los hondureños y los argentinos ya estaban trabajando juntos en América Central. Yo había
ido a Buenos Aires a negociar con Galtieri la formación de una Tripartita, con los argentinos, los
hondureños y la CIA. La meta era desarrollar una guerra de insurgencia y los que iban a actuar
eran los paramilitares.
—¿Cómo reaccionó Galtieri?
—Quería saber si EE.UU. iba a cumplir con la misión hasta el final. Galtieri desconfiaba de la CIA
y con razón. Después del Watergate, la Comisión Churchill Pike había sacado a relucir muchos
trapos al sol de la CIA en el Congreso. El presidente James Carter estaba instrumentando una
política con acento en los derechos humanos que no favorecía los operativos encubiertos. Todo lo
contrario. El director de la CIA, Stanfield Turner, era un moralista. Es decir, la CIA estaba en
retirada.
—Es difícil imaginar a la CIA en retirada.
—El Congreso le cortaba todo el tiempo los fondos. Trabajar con la CIA en ese momento no era
seguro, y Galtieri sabía eso. Le expliqué a Galtieri que con la llegada de Reagan a la Casa Blanca
las cosas habían cambiado. Que yo tenía órdenes directas del director de la CIA, Bill Casey, que
había aceptado mi plan. Reagan también estaba de acuerdo.
—¿En qué consistía el plan?
—Era diferente al plan de los argentinos. Ellos querían derrocar al gobierno sandinista, querían
marchar triunfalmente sobre Managua. Nosotros no estábamos autorizados para hacerlo. El
Congreso se oponía. Estaba controlado por los demócratas. Entonces nuestro objetivo era llevar la
guerra de los "contras" adentro de Nicaragua y presionar para que los sandinistas se sentaran a la
mesa de negociaciones para llamar a elecciones.
Lo que encontré fascinante de los argentinos es la iniciativa que tuvieron. Ellos tenían una visión
mesiánica. Querían llenar el vacío que había dejado EE.UU. durante la época de Carter. El objetivo
era terminar con el comunismo donde pudieran encontrarlo.
—¿Querían realizar el trabajo que la CIA no estaba en condiciones de hacer?
—Sí, tenían una visión estratégica y la comenzaron a instrumentar en Honduras. El coronel
hondureño Gustavo Alvarez Martínez había estudiado en la Academia Militar Argentina. Tenían
buena relación con él. Cuando fui a ver a Galtieri ya tenían una base en Honduras. Querían
derrocar al régimen sandinista no sólo porque era comunista sino también porque protegía a
Montoneros. Al final Galtieri aceptó nuestro plan sobre la tripartita. Y luego vinieron tres días de
instrucción
—¿Les dieron clases?
—Sí. Nos llevaron a un anfiteatro y nos enseñaron cómo habían luchado en la guerra contra los
Montoneros. Y debo decirle que la estrategia fue muy sofisticada.
—¿Sofisticada? ¡Pero si hubo miles de desaparecidos y de muertos!
—Llevaron a mis dos paramilitares a una demostración de cómo capturaban a los terroristas en sus
casas. El objetivo era ingresar en las casas y controlar a la gente lo mas rápido posible. Llevaban
médicos y les daban inyecciones para poder calmarlos y llevárselos vivos. Así no había mucha
matanza. Ellos buscaban información, y eso era correcto, para desestabilizar a la organización.
—¿Ustedes no conocían las técnicas? ¿No fueron ustedes los que se las enseñaron?
—No, absolutamente no.
—Y entonces ¿quiénes fueron ? ¿los franceses?
—Creo que los sudafricanos.
—¿Tiene pruebas?
—Había una relación muy estrecha entre los argentinos y los sudafricanos, al menos al nivel de la
inteligencia. Eso era evidente. Uno de los contactos era Valín. La técnica era sofisticada.
—¿Cómo explica la cantidad de desaparecidos?
—Tenían mucha gente detenida que no pertenecía al corazón del grupo (léase montoneros), eran
militantes periféricos. Esa gente quedó atrapada y ellos también murieron. Eso fue un error. Pero
el gobierno tiene el derecho a protegerse.
—Tanto Galtieri como Davico estudiaron en la Escuela de las Américas...
— Sí, pero no es allí donde aprendieron esas tácticas. Allí enseñaban las estrategias convencionales
y guerra de guerrilla rural. A fines de la década del 60 en Venezuela, en Colombia y en Guatemala
había guerrilla rural. En algunos casos, venían a entrenarse batallones enteros. Pero en aquel
momento no había guerrilla urbana. Sólo apareció después en Argentina, un poco en Uruguay y
también en Chile, pero fundamentalmente en la Argentina. Y los norteamericanos no tenían idea de
cómo luchar contra la guerrilla urbana. Su experiencia venía de Vietnam, donde todo fue rural.
— Enseñaban la doctrina de la Seguridad Nacional. Los "contras" dicen que durante los
entrenamientos los argentinos eran mucho más ideológicos que ustedes. Dicen que los argentinos
transformaron la reivindicación local de terminar con el gobierno sandinista, en una verdadera
guerra internacional contra el comunismo.
—Eso era el mesianismo argentino. Para ellos era como una
cruzada en el siglo XIII.
—Ningún argentino le va a creer si usted dice que la CIA no participó en la guerra sucia
—La CIA sabía lo que estaba pasando, pero no estuvo involucrada.

—Un documento desclasificado recientemente indica que Kissinger dio el visto bueno.

—No creo que él haya aprobado pero creo que tampoco se opuso. De todos modos la colaboración
con los argentinos comenzó en Honduras. Es más, déjeme decirle algo, las Malvinas nunca fueron
tema de conversación ni siquiera tangencialmente.

—¿Cómo? Los militares argentinos siempre dijeron que habían obtenido el visto bueno de Estados
Unidos para el desembarco en Malvinas debido a la contribucion que habían hecho en América
Central.

—Las Malvinas nunca fueron tema de conversación con la CIA. Más aún, el 2 de abril Davico
estaba en mi oficina cuando vinieron a avisarme que los argentinos habían desembarcado en las
islas ¡No se imagina el asombro de Davico! Dijo que no sabía nada. Yo le creo. No parecía estar
fingiendo.

—¿Cómo financiaron los argentinos la guerra en América Central? ¿Hubo narcodólares?


¿Corrupción?

—Cuando llegamos al acuerdo con Galtieri, los argentinos ya tenían una base en Honduras. Pero
no estaban entrenados para desarrollar una guerra de insurgencia. Ellos estaban especializados en
guerrilla urbana. Entonces lo primero que hicimos fue entrenarlos para operar en zonas rurales.
Después el plan era que los argentinos entrenarían a los nicaragüenses y los hondureños a los
miskitos, un grupo étnico nicaragüense que había sido muy maltratado por los sandinistas.

—¿Funcionó el plan?

— Sólo inicialmente. Pero una vez en Honduras, a Osvaldo Riveiro —que era el comandante de los
argentinos— no le gustó que nosotros nos hiciéramos cargo.

—¿Querían ser los jefes del operativo?

—Sí, y eso generó una pelea tan grande que en octubre de 1982 el hondureño Alvarez, el jefe de la
fuerza de tarea Jerry Gruner y el jefe de la CIA en Tegucigalpa tuvieron que ir a Buenos Aires
para tratar de imponer orden. Riveiro y su segundo eran agresivos y desafiantes, y eso en los
mejores días. En los días malos daban contraórdenes que no sólo repercutían negativamente en
América Central sino que también en el Congreso estadounidense. Pero la pelea no era sólo por el
control de la operación sino que también por el dinero. Nosotros estábamos dándole dinero a los
argentinos. No sé los detalles porque yo no estaba ocupándome de eso, pero hay muchas sospechas
de que gran parte del dinero que les dimos fue a parar a sus bolsillos. Además, tenían relaciones
con personajes nefastos

—¿Cómo quién?

—Uno se llamaba Ricardo "Chino" Lao. Era un killer. Tenía ideas sobre cómo hacer las cosas que
eran inaceptables para nosotros. Por lo tanto nosotros gradualmente lo sacamos. Pero creo que los
argentinos siempre siguieron manteniendo una relación con él. Lao estaba en el negocio de matar.

—¿No estaban todos en el mismo negocio?

—Nosotros teníamos ciertos límites. No íbamos a realizar ese tipo de actividades. Fíjese, el propio
director de la CIA Bill Casey quería entrar en la guerra de guerrilla urbana. Pero nosotros no
teníamos la capacidad, y cuando uno comienza ese tipo de guerra, la diferencia entre usted y los
tipos malos casi desaparece. Por la naturaleza misma de la guerrilla urbana el buen tipo y el mal
tipo son percibidos de la misma manera porque recurren a las mismas tácticas: apuntan a asesinar
a determinadas personas. Riveiro nunca entendió bien por qué no queríamos ir en esa dirección. No
entendió la diferencia que había entre la guerra de guerrillas urbana y la guerra de guerrillas
rural.

—Y ¿cuál es la diferencia? ¿No se trata en ambos casos de eliminar al enemigo?

—No, en el primer caso uno estable el blanco que quiere eliminar. En el segundo caso son
generalmente tiroteos. Hubo una orden ejecutiva en 1975, firmada por el Presidente Gerald Ford y
ratificada por todos los presidentes que lo sucedieron, que prohíbe a la CIA asesinar a un líder o
ayudar a que se realice el asesinato. Yo siempre argumenté que esto era ridículo porque uno puede
tirar una bomba de dos mil toneladas sobre la carpa de Kadafi pero no puede asesinarlo con un
solo tiro.

—Las organizaciones de derechos humanos denunciaron gran cantidad de atrocidades en la guerra


de América Central ¿Piensa que las tácticas argentinas tuvieron algo que ver con esto?

—No lo creo.

—¿No? Entonces ¿a qué se debieron?

—En realidad no hubo tantas. Hubo por ejemplo este tipo que le llamaban Suicida. Era un
comandante "contra". El cometió muchos crímenes en Nicaragua. Sus abusos y sus asesinatos eran
insoportables. Al final fueron los propios "contras" quienes terminaron juzgándolo y ejecutándolo.
El estaba en el negocio de violar a las mujeres y de matar. Era simplemente un tonto estúpido. Era
como alguien salido de la Edad Media.

—Pero él no fue el único

—¿Usted me pregunta si hubo otras cosas malas que ocurrieron?

—Más que una pregunta es un recordatorio de lo que sucedió. Hay gran cantidad de denuncias.

—Si, quizá. Pero nadie documentó todo eso. Ah, y luego se armó un gran lío cuando los
nicaragüenses mandaron a un grupo de militantes a Honduras, en el cual había una sacerdote
mujer. Los hondureños, después de todo, tenían que proteger su territorio, entonces dispararon
contra esa gente y los mataron a todos

—¿Murió tambien la mujer?


—Sí, también ella. Y no le puedo decir la cantidad de veces que su gente vino a verme para
preguntarme qué sabía de ella, si les podía decir, esto o lo otro. Yo realmente no sabía qué había
pasado. Pero un país tiene el derecho a protegerse. Esta gente venía a hacer problemas. Y a mí no
me importa si es una sacerdote o quién era. Esa fue considerada una de las grandes atrocidades.

—En 1998 la CIA desclasificó un informe de su Inspector General sobre la actuación de los agentes
de la CIA en Honduras que dice que los militares hondureños y sus escuadrones de la muerte
cometieron cientos de abusos a los derechos humanos desde 1980. Y que los agentes de la CIA
estacionados en Tegucigalpa no informaron a los cuarteles generales de la CIA en Washington.

—Como le digo, hubo muchas acusaciones pero no hay pruebas. Y además un país tiene derecho a
protegerse. Ahora, yo no creo que eso se haya debido a los argentinos.

—Ex agentes de la DEA dicen que en nombre de la lucha contra el comunismo la CIA cerró los ojos
al narcotráfico en Honduras y que incluso aceptó que los "contras" fueran financiados en parte por
dinero proveniente del narcotráfico.

—La DEA está llena de mierda.

—De acuerdo a documentos desclasificados por el Nacional Security Archives, la CIA sabía que la
gente de Pastora y el General José Bueso Rosa estaban implicados en el narcotráfico pero
decidieron protegerlos. Más aún, hace ya un tiempo entrevisté al ex agente de DEA, Michael
Levine. Me dijo concretamente que ustedes sabían que los argentinos estaban metidos en el negocio
de las drogas. Y también está el testimonio del argentino Sanchez Reisse en el Congreso en 1987
(ver página 11).

—Ellos (por la DEA) siempre han tratado de buscar excusas por la relación que tenían con el
panameño Manuel Noriega. Puede haber habido algo de narcotráfico en la zona limítrofe antes de
1980. Lao puede haber estado implicado en eso.

—¿Lao, el amigo de los argentinos?

—Sí. Pero nunca hubo pruebas. Y luego Pastora fue acusado en el frente sur. Yo no creo que
Pastora lo haya hecho, pero puede ser alguno de los suyos.

—¿Es verdad que los argentinos querían matar a Pastora?

—Si. Ellos odiaban a Pastora.

—¿Por qué?

—Porque pensaban que era un comunista. Enloquecieron cuando yo hice un acuerdo con Pastora.
No podían entender su importancia política. No creían que luego de haber apoyado a los sandinistas
se había dado vuelta.
—¿Qué pasó cuando estalló la Guerra de las Malvinas y Reagan se alineó con Thatcher?

—Nada. Los argentinos se quedaron hasta las elecciones del 83 a pesar de las Malvinas. Fueron un
"pain in the ass" (dolor en el culo) hasta el fin.

—Si fue tan difícil coordinar con los argentinos ¿Por qué no desarrollaron un plan sin ellos?

—Porque la idea inicial era que nosotros no íbamos a aparecer, nos íbamos a quedar detrás de la
escena. No íbamos a poner las manos en la masa (hands on). Ellos eran los que iban a hacer el
trabajo. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que eso no iba a funcionar.

—¿Por qué?

—Lo único que los argentinos querían es que nosotros les diéramos el dinero, las armas y los
equipos, y que los dejáramos hacer. Pero eso era inaceptable. Nosotros no confiábamos en sus
tácticas ni tampoco en lo que podrían hacer. Y es por eso que todo se fue al diablo. Entonces
gradualmente tuvimos que empujar a los argentinos afuera. Y al final lo hicimos todo nosotros,
tuvimos que hacerlo todo.

—¿Terminaron con las manos en la masa?

—Sí. Y eso ocurrió muy rápido. En el otoño de 1982 ya era muy claro que teníamos que hacernos
cargo. Terminamos teniendo el ejercito de insurgentes más grande de la historia de las Américas.
Al final había más de 12.000 "contras".

—¿Volvió a ver a Riveiro?

—Lo llamé cuando Violeta Chamorro ganó las elecciones.

—¿Y cómo reaccionó después de todos esos años de enfrentamientos?

—Seguro que se quedó boquiabierto. Pero sentí que se lo debía. Estados Unidos nunca hizo nada
para agradecer a los comandantes que participaron allí. Nunca les dieron ni una medalla. Ahora
quiero corregir eso también. Estoy organizando una ceremonia. Quiero traer a Washington en
junio a unos 20 comandantes y políticos que participaron en los operativos, incluyendo a Calero y
Pastora, y voy a entregarles unas medallas. ¿Usted sabe dónde puedo ubicar a Riveiro?

—No. Estuvo en la cárcel

Clarridge me mira sin inmutarse.

—Estuvo en la cárcel acusado de violación de los derechos humanos. Supongo que esto no le
sorprende .

—Clarridge sigue mirándome sin ningún tipo de expresión inusual en su rostro. Nada. Ni sorpresa,
ni enojo. Nada. Al final hace un gesto como diciendo, no sin resignación: "Bueno, son gajes del
oficio."-

El helado cerebro de un espía

Su hobby preferido es disparar cañones y ametralladoras en los campos de tiro de


los Marines y del FBI. Duane Clarridge, el hombre que organizó la intervención de
la CIA en la guerra de América Central, bien podría haber sido militar. Sin
embargo optó por ser espía. "Es mucho más divertido" confió durante la
entrevista exclusiva que otorgó a Clarín.

Desde que la CIA lo reclutó en 1954, en la Facultad de estudios internacionales de


la Universidad de Columbia, su "diversión" consistió fundamentalmente en robar
secretos, desarrollar operativos encubiertos, desestabilizar gobiernos "enemigos",
hacer la guerra y eliminar terroristas.

Amigo personal del ex director de la CIA, William Casey, y de Oliver North,


Clarridge trabajó clandestinamente en Nepal, India, Turquía, Italia, Nicaragua,
Panamá e Irak. En la autobiografía que escribió, titulada "Un espía para todas las
estaciones", Clarridge cuenta su participación en muchas de las batallas de la
Guerra Fría, y más recientemente en la guerra contra el terrorismo. Sin embargo
hoy, ya jubilado, nada lo enorgullece más que haber sido el fundador de la División
del contraterrorismo de la CIA y el plan que concibió e instrumentó en América
Central para poner fin al régimen sandinista de Daniel Ortega en Nicaragua.

"Fundamos el ejército de insurgentes más grande de la historia de nuestro


hemisferio. Inicialmente eran sólo un puñado de hombres, pero al final lo
integraban más de 12.000 contras" dice.

Pese a sus múltiples cargos en la CIA, durante años sus vecinos vivieron
convencidos de que trabajaba para el Departamento de Estado. Y es normal. Una
de las herramientas más valiosas que tiene un buen espía es saber mentir.

Clarridge tiene, de hecho, una visión maquiavélica de la vida y de la política, en la


que el fin justifica siempre los medios. Para él, los resultados que se obtienen en un
operativo son más importantes que los principios éticos que lo guían. En la
entrevista con esta corresponsal Clarridge justificó la guerra sucia de los militares
argentinos afirmando que "usted puede condenar sus tácticas, pero no puede
negar que lograron eliminar a la guerrilla". Cada vez que se vio confrontado a
preguntas relacionadas con la violación sistemática de los derechos humanos, las
ejecuciones sumarias, los desaparecidos y las torturas, Clarridge las eludió
diciendo que no "hay pruebas que demuestren que las denuncias sean verdad"

Clarridge está en contra de la tortura no porque le parece mal, sino porque no da


buenos resultados. "Solo le dirán lo que usted quiere que le digan. No es la manera
de hacerlo," dijo.

Rápido y sagaz, reconoció que nunca supieron a dónde fueron a dar parte de los
fondos que la CIA le dio a los militares argentinos, pero respondió a todas las
preguntas sobre el uso de narcodólares en el financiamiento de los contras diciendo
que había habido sólo algunos casos. Quizás lo más importante de su testimonio es
que, segun él, los militares argentinos iniciaron la guerra sucia, la guerra en
América Central y la guerra de las Malvinas fundamentalmente por iniciativa
propia, debido, más que nada, a esa visión mesiánica que tenían de la lucha contra
el comunismo.

El embajador del miedo

Cuando George Bush nominó como el nuevo zar de los servicios de inteligencia, la
CIA y el Departamento de Estado a John Negroponte, se desclasificaron una serie
de documentos que, entre otras cosas, describen su actuación cuando fue
embajador en Honduras (1981-84), es decir, en uno de los momentos más delicados
de la guerra en América Central que estaban librando la CIA conjuntamente con
los militares argentinos, los hondureños y los "contras" nicaragüenses.

Los documentos prueban que Negroponte mantenía relaciones regularmente con


funcionarios hondureños que estaban proveyendo logística para las operaciones
encubiertas de los "contras." Pero evidentemente, los documentos no proveen
ningún tipo de información sobre las violaciones a los derechos humanos que hoy
se sabe fueron cometidas en aquellas épocas por el Batallón 3-16 hondureño,
creado por el general Gustavo Alvarez Martínez.

Entre los documentos hay uno que revela la manera en que se comunicaba con el
director de la CIA, Bill Casey. A mediados de 1983, Negroponte recomendó que se
aumentara el número de armas que se estaba dando a los contras nicaragüenses
que intentaban derrocar al régimen sandinista. Más aún, también hay un cable
que muestra cómo Negroponte aconsejó la forma en que debía ser redactado un
decreto presidencial relacionado con los operativos encubiertos que se estaban
realizando para terminar con los sandinistas.

Clarridge piensa que Negroponte "es un gran tipo que me facilitó mucho el
trabajo. Recuerdo recientemente, cuando fui a Bagdad en agosto pasado, él
todavía era embajador allí. Me recibió muy calurosamente, pero cuando nos
sentamos a hablar en serio enseguida me recriminó que cuando había ido a ver al
presidente de Honduras Roberto Suazo Córdova para llegar a un acuerdo como lo
había hecho con Galtieri, no le había avisado. Todavía estaba con bronca porque
no lo había llevado a esa reunión. Francamente, yo ni me acuerdo por qué no lo
habíamos llevado a ese encuentro." De hecho, Negroponte fue uno de los soldados
más dedicados de la Guerra Fría que tuvo el Departamento de Estado. No es una
casualidad que hoy sea uno de los funcionarios más dedicados a la guerra contra el
terrorismo en una administración como la de George W. Bush.

El amigo de los halcones latinos

Era alto y grande como un ropero. Imposible no verlo cuando ingresaba a


cualquier reunión. Sin embargo, el general Vernon Walters fue uno de los
operadores más secretos de la Guerra Fría. Ya sea como número dos de la CIA o
como embajador extraordinario durante la Guerra en América Central, Walters
estuvo en todos los campos de batalla del enfrentamiento Este- Oeste. El encargado
de América Latina en la época de los operativos clandestinos en Nicaragua, Duane
Clarridge lo despreciaba, porque según él, el general Walters siempre estaba
promoviéndose a sí mismo. Clarridge dice que Walters no tuvo nada que ver con
los operativos encubiertos realizados en Nicaragua, sin embargo un cable
desclasificado recientemente dirigido al Secretario de Estado, Alexander Haig,
describe sus visitas a Buenos Aires y cuenta todo lo que los militares argentinos
estaban haciendo conjuntamente con los militares hondureños y salvadoreños y los
"contras" para derrocar al régimen sandinista de Nicaragua. Un contacto de
Walters en Argentina era el ex embajador de la Junta militar en París, Gerardo
Schamis.

La mayoría de los personajes vinculados a Walters se movían en un mundo de


conspiradores.

LAS INSTRUCCIONES: GUERRA SUCIA DE EXPORTACION


"Técnicas" criollas para los "contras"

Un manual del Ejército argentino enseña cómo torturar enemigos. Lo usaban en el 601
de Inteligencia, donde trabajó el coronel Riveiro, jefe de los asesores que entrenaron a
los contras.
Por Daniel Santoro.

Los 40 asesores militares argentinos que entrenaron a los contras nicaragüenses en las técnicas de
contrainsurgencia de la guerra sucia fueron comandados por el coronel (RE) José Osvaldo "Balita"
Riveiro entre principios 1980 y "enero de 1984", según surge de su legajo militar al que tuvo acceso
Clarín en exclusiva.

Obviamente, en su legajo no dice que entrenó a los contras, que era una operación encubierta, sino que
fue "asesor de institutos de perfeccionamiento del Ejército de Honduras". Unos 9 mil ex guardias
somocistas tenían refugio y eran entrenados en Honduras, vecina de Nicaragua, por argentinos con el
apoyo financiero de la CIA.

¿Qué le enseñó Riveiro a los contras? Como el Ejército destruyó toda la documentación relacionada
con la represión ilegal interna y las operaciones externas no queda registro oficial de las actividades de
los argentinos en América Central.

Sin embargo, Riveiro estuvo investigado por los jueces Claudio Bonadío y Ariel Lijo, sucesivamente, en
la causa por el asesinato de montoneros en la contraofensiva de 1979 como miembro del batallón de
Inteligencia 601. En esa causa uno de los jefes en Buenos Aires de Riveiro, el coronel Luis Arias Duval,
presentó en su defensa un manual del Ejército titulado "Operaciones Psicológicas, RC-5-1 reservado"
editado en 1968 en el cual se clasifica como técnica "la compulsión física y torturas" (ver facsímil).

Arias Duval lo presentó para decir que el Ejército lo entrenó en ese tipo de medidas ilegales y que él
obedeció órdenes lo que deberá ser analizado por la Justicia, informaron fuentes oficiales.

Lo cierto es que el manual de 200 páginas enumera otras técnicas de operaciones psicológicas como
"anónimos, amenazas, chantajes, seguimientos físicos, persecusión telefónica, secuestros, chismes,
calumnias, panfletos, libelos, boicots, pornografía, terrorismo, desmanes y sabotaje", entre otros.

Seguramente, Riveiro llevó ese manual y otros de esa especie a Honduras donde se alojaban en el hotel
"Libertador", en el centro de Tegucigalpa y eran tratados con todos los privilegios por parte del jefe del
Ejército hondureño de entonces, general Gustavo Alvarez Martínez, un asiduo visitante de Buenos Aires.
Una vez vino con su esposa y un regalo para Galtieri.

Balita comenzó su carrera en al arma de artillería y también se especializó en alta montaña (más de 4 mil
metros) con muy buenas notas. Una de sus primeras misiones fue reconocer zonas montañosas en
momentos de tensión limítrofe con Chile y terminar con los dedos de un pie congelados. Hasta que en
1971 con el grado de mayor fue destinado al tristemente célebre batallón de Inteligencia 601. Uno de sus
primeros destinos fue el destacamento de Inteligencia 144 de Mendoza en los setenta. Allí se dedicaba a
amenazar periodistas como hizo con el ahora corresponsal de Clarín, Rafael Morán.

Después pasó a desempeñarse en el quinto cuerpo de Ejército con asiento en Bahía Blanca hasta que fue
nombrado jefe del llamado Departamento Exterior del 601. Entre 1977 y 1978 —el momento del
conflicto del canal del Beagle— hizo dos sugestivos viajes a Chile.

En 1980 fue destinado en comisión a Honduras donde empezó el entrenamiento de los contras y los
problemas para el embajador argentino en Tegucigalpa, Arturo Ossorio Arana.

En una serie de cables secretos enviados desde la embajada argentina en Tegucigalpa a la Cancillería a
los que accedió Clarín se informa cómo repercutía en Honduras las denuncias de los sandinistas u
organismos de derechos humanos sobre la presencia de argentinas en la preparación de los ex guardias
somocistas. En uno fechada el 1ø de marzo de 1982, Ossorio Arana afirma que hay una "campaña" contra
la Argentina por ese tema y que había recibido amenazas. Lo que no sabía Ossorio Arana que mientras
tanto el hombre de la CIA para América Latina, el general Vernon Walters, "entraba sin llamar al
despacho de Galtieri", recordó un diplomático que pidió no ser identificado.

La guerra de las Malvinas paró las denuncias sandinistas y las amenazas. Pero sorpresivamente el 22 de
abril Ossorio Arana recibió a un enviado del senador norteamericano ultraderechista Jesse Helms que le
pedía que "no se retire la asistencia militar argentina de la zona" y que él era proargentino en el
conflicto entre la Argentina y Gran Bretaña.

En otro cable secreto dirigido unos días después al entonces canciller Nicanor Costa Méndez, el
diplomático informó que "ante tales propuestas, algunas difusas, mis respuestas no comprometieron a
nuestro país. Por otra parte, nunca recibí información (oficial) ni instrucciones sobre asistencia militar en
el área... Sin firme contrapartida (norteamericana) no sería congruente asistencia militar argentina en el
área".

Sin embargo, los asesores se quedaron como demuestra el legajo de Riveiro donde consta como fecha de
regreso a Buenos Aires el 22 de enero de 1984, casi un mes y medio después de la asunción de Raúl
Alfonsín.

Antes el jefe de Inteligencia II, general Alfredo Sotera, aprobó su ascenso a coronel con estas palabras:
"en Honduras (Riveiro) ha prestigiado nuestra institución constituyéndose en un elemento de consulta
para el Ejército de la República de Honduras, situación que ha sido destacada por su comandante en jefe
(general Martínez) en forma elocuente".

A fines de noviembre de este año, "Balita" fue nombrado subjefe II de Inteligencia y tres años después
fue pasado a retiro.

Después Riveiro mantuvo un bajo perfil que se interrumpió en el 2001 cuando un juez de Francia pidió su
extradición por el secuestro y asesinato del chilenofrancés Jean Yves Claudet Fernández. El juez federal
Sergio Torres ordenó su detención pero una delegación de la Policía Federal no lo encontró en su
domicilio de la ciudad de Oriente, ubicada en el partido de Coronel Dorrego, a unos 160 kilómetros de
Bahía Blanca.

Quizás por su cintura de espía no pudo ser arrestado. Riveiro se presentó voluntariamente ante el juez
Torres unos días después. Permaneció como detenido un mes hasta que el gobierno del ex presidente
Fernando De la Rúa rechazó la extradición en defensa de la jurisdicción de la justicia argentina. Hoy en
día "Balita"con 73 años no está detenido ni procesado en ninguna causa y sus camaradas de armas
protegen su silencio porque a su edad, dicen, está desmemoriado.

UNA CONFESION: OPERACIONES ILEGALES


El hombre de los negocios sucios
Leandro Sánchez Reisse fue el miembro del Batallón 601 de Inteligencia que organizó
las finanzas de los paramilitares argentinos engrosadas con secuestros extorsivos, tráfico
de armas y drogas.

Nada especial anunciaba la presencia del otrora agente de inteligencia argentino Leandro Sánchez Reisse
en el Congreso de Estados Unidos (EE.UU.) aquel jueves 23 de julio de 1987. Sólo se sabía que la
reunión de la subcomisión de Terrorismo, Narcóticos y Relaciones Internacionales del Senado
transcurriría a puertas cerradas, para discutir sobre control internacional de drogas y lavado de dinero.

Sin embargo, el explosivo testimonio que aquel día brindó Sánchez Reisse en la sala S-116 del Capitolio
se convertiría en la huella digital más nítida de los negocios financieros y de venta de armas montados
por Argentina para financiar su presencia militar en Centroamérica entre 1978 y 1981. Con 41 años de
edad, Sánchez Reisse había sido trasladado por un equipo de marshals hasta la capital estadounidense
desde una cárcel de Nueva York, donde esperaba su extradición a Argentina por el "secuestro extorsivo"
de Fernando Combal y Carlos Koldobsky. Pero cuando entró en aquella sala del Senado a las 10 de la
mañana, sin esposas y de impecable traje y corbata, comenzó a demostrar que era algo más que un
delincuente común.

—"¿Cómo aprendió del negocio internacional de cambio de moneda?", preguntó el presidente de la


subcomisión, el senador demócrata John Kerry al comenzar un interrogatorio de casi cinco horas.

El objetivo suyo y de otros cuatro senadores presentes era obtener nuevas pistas sobre el escándalo Irán-
contras.

"Bueno, trabajé para el gobierno argentino desde 1976 hasta 1981", respondió Sánchez Reisse, bajo
juramento, según el acta desclasificada de aquella sesión a la que accedió Clarín en los Archivos de
Seguridad Nacional de de la universidad George Washington.

Explicó que después de graduarse en administración de empresas fue reclutado como agente de
inteligencia del Batallón 601 del Ejército. Su misión fue financiar desde EE.UU. actividades argentinas
en América Latina para apoyar a los "contras" nicaragüenses y otros grupos paramilitares. La operación la
montó junto a su superior inmediato, Raúl Guglielminetti, a través de dos empresas que servían de
fachada en la Florida: Argenshow y Silver Dollar, una casa de empeños con permiso para vender armas.

"Teníamos que estar en Fort Lauderdale para hacer más fácil los envíos de armas y dinero en apoyo de las
actividades en América Central para las tropas argentinas, asesores argentinos y gente de EE.UU.
trabajando en el área", dijo.

Aunque Sánchez Reisse aseguró que esas operaciones en Centroamérica siempre contaron con el aval de
la CIA estadounidense, existen dudas al respecto. De hecho, un memorandum desclasificado del Consejo
Nacional de Seguridad (CNS) de la Casa Blanca muestra que el gobierno de Jimmy Carter veía con
preocupación las ventas de armas argentinas a una región cada vez más inestable.
El documento, fechado el 8 de junio de 1978, señalaba que durante una reunión del Comité de Revisión
Política del CNS sobre Centroamérica se manejaría la idea de "enviar una advertencia clara a Cuba y a
todos los otros países (Israel, Argentina, etc.) que están suministrando armas a la región, y explorar la
posibilidad de una restricción subregional de armas". El texto secreto llevaba la firma de Robert Pastor,
que se encargaba de América Latina en el CSN.

"Nosotros queríamos mantener a Argentina afuera (de Centroamérica)", comentó Pastor a Clarín y dijo
creer que Washington hizo finalmente esa advertencia a Buenos Aires. Pastor negó que durante el
gobierno de Carter (1977-1981) la CIA haya apoyado las actividades argentinas en la región, aunque las
cosas pueden haber cambiado durante el gobierno posterior de Ronald Reagan. "Puedo decir
definitivamente que eso no pasó durante 1977 y 1981", indicó.

Sin embargo, las armas argentinas siguieron llegando a Centroamérica en esos años, según el testimonio
de Sánchez Reisse.

"—¿Hizo muchas transacciones de armas?", inquirió Kerry.

"—Sí, señor", fue la respuesta.

"—¿Envió armas desde EE.UU.?"

volvió a preguntar el senador.

"—A veces sí, desde Florida", contestó el agente argentino.

"—¿Dónde compraban las armas?", insistió Kerry.

"—De diferentes fuentes en Florida", explicó. Más adelante precisó que se trataba "especialmente de
cubanos-americanos, que nos vendían".

Según Sánchez Reisse, la operación también implicó canalizar por las empresas en la Florida más de 30
millones de dólares "de fuentes privadas o de gobiernos de Sudamérica" para apoyar las operaciones en
Centroamérica. El dinero era girado desde cuentas en Suiza, las Bahamas, Gran Caimán o Liechtestein,
dijo.

Una de las primeras formas de financiamiento relatada por Sánchez Reisse fue la venta de armas
argentinas a Bolivia, escondidas en ambulancias, para el denominado "golpe de la cocaína" que en 1980
llevó a la presidencia de ese país al general Luis García Meza. Buena parte de la paga por esas armas
corrió por cuenta de un socio de García Meza, Roberto Suárez Levy, a quien el propio agente argentino
catalogó como uno de los mayores narcotraficantes de la época. "El dinero vino desde las Bahamas a la
Florida y se usó para apoyar a nuestra gente en El Salvador", relató.

Aseguró que el negocio de Bolivia se hizo "por orden de quien era comandante del Cuerpo Uno del
Ejército en aquel momento, el general (Guillermo) Suárez Mason", quien esperaba detenido en San
Francisco su deportación a Argentina por violaciones a los derechos humanos. Más aún, Sánchez Reisse
acusó a Suárez Mason de estar involucrado con el narcotráfico de un modo tan directo que
generaba recelo entre algunos militares.

"—Estoy afirmando eso", dijo.

Frente a los senadores, Sánchez Reisse mostró certeza de que Suárez Mason evitaría la extradición
gracias a sus contactos en los Estados Unidos y aseguró que eso haría "muy peligroso" su propio regreso
a Argentina.

Finalmente ninguno de los dos logró evitar su traslado al país, donde fueron procesados. Suárez Mason
murió en la cárcel en 2005.

LA CONEXION BOLIVIANA: LA PARTICIPACION EN EL GOLPE DE ESTADO


DE 1980 EN BOLIVIA
"Los asesinos hablaban como argentinos"

La dictadura envió entre 100 y 200 militares a Bolivia para participar de la represión.
En 1982, cuestionados por EE.UU., se fueron tras un escándalo por narcotráfico.

Por Rogelio García Lupo.

El capítulo más oscuro de la intervención militar argentina fuera de las fronteras nacionales se desarrolló
a partir del 17 de julio de 1980 en Bolivia.

Ese día fueron asesinados 200 civiles en las calles de La Paz, la mayoría cazados al azar por tiradores sólo
preocupados por sembrar el terror. Ese mismo día, en una operación bien calculada, fue asesinado el líder
socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz. Algunos sobrevivientes de la masacre de la calle Harrington,
donde funcionaba la Central Obrera Boliviana (COB), declararon tiempo después que "los asesinos
hablaban como argentinos". Quiroga Santa Cruz había sido el autor material e intelectual de la
nacionalización del petróleo en Bolivia, llevada a cabo cuando fue ministro de Minas y Petróleo de un
breve gobierno de militares nacionalistas, en 1970.

El régimen terrorista que se implantó en Bolivia en 1980, tras el golpe de Estado con que el general Luis
García Meza derrocó a la presidenta Lidia Gueiler, contó desde el primer momento con la asistencia
militar argentina. Aunque nunca se logró determinar el número exacto de argentinos que se estableció en
Bolivia durante los dos terribles años siguientes, más de 100 y menos de 200 formaron el contingente que
se incorporó a las tareas de represión interna, según los informes reservados de la embajada de los
Estados Unidos en La Paz.
La descarada intervención argentina en Bolivia decidió al presidente norteamericano Jimmy Carter a
suspender la visita a Buenos Aires del Subsecretario de Asuntos Hemisféricos, William Bowdler. Carter
expresó "gran inquietud por las derivaciones de los excesos" que se estaban cometiendo en Bolivia, donde
actuaban tropas de choque con entrenamiento militar aunque enmascaradas. Eran comandos que
secuestraban personas en pleno día y a menudo las torturaban dentro de ambulancias en movimiento que
recorrían las calles de La Paz haciendo sonar las sirenas para provocar pánico.

Los llamados "operativos" que el régimen argentino envió a Bolivia eran una inquietante combinación de
oficiales en actividad y pistoleros profesionales que, una vez llegados a La Paz, utilizaban como cuartel
general el Departamento VII de Operaciones Ecológicas y el Departamento II de Inteligencia del Estado
Mayor del ejército boliviano.

La connivencia de militares con mercenarios y criminales terminó uniéndolos a todos hasta en los lugares
donde vivían, como en el caso del confortable "Edificio Mirador", de Miraflores, frente a la sede del
Estado Mayor, donde también "hablaban como argentinos" y rápidamente aterrorizaron a los vecinos.

La idea de crear en Bolivia una colonia militar argentina destinada a impedir que Brasil se apropiara de
los recursos minerales bolivianos fue durante un tiempo el grandioso pretexto geopolítico de la
catastrófica aventura.

Carter retiró su embajador de Argentina y de hecho las relaciones entre Buenos Aires y Washington se
interrumpieron hasta la llegada de Ronald Reagan y la derecha republicana a la Casa Blanca.

La fantasía geopolítica había unido momentáneamente a las tres armas que gobernaban Argentina desde
el 24 de marzo de 1976 detrás del plan para Bolivia. "Vemos con simpatía al gobierno militar boliviano",
respondió el general Jorge Videla a Carter. Poco después, Washington replicó acusando al gobierno
argentino "por el papel desempeñado en el golpe militar en Bolivia" y por su "complicidad en la violación
de los derechos humanos" en ese país.

La situación estaba descomponiéndose aceleradamente. A principios de 1982 la Marina argentina envió a


un capitán de navío con la misión de producir un informe sobre la actividad de los argentinos. Había una
grave denuncia sobre el saqueo de la cocaína decomisada y almacenada en el tesoro del Banco Central de
La Paz y la investigación comprometía a los argentinos. La Fuerza Aérea, por su parte, ahora había
establecido vigilancia sobre los vuelos de retorno de los aviones que transportaban desde nuestro país las
raciones para alimentación de las fuerzas especiales. En esos aviones de regreso a Buenos Aires también
viajaban narcotraficantes bolivianos y colombianos, por lo general acompañados por equipajes muy
pesados que desaparecían junto con sus dueños en el sector militar del Aeroparque.

A principios de 1982, la misión militar argentina se vio forzada a abandonar Bolivia. Uno de sus
coroneles dijo entonces que "somos un puñado de soldados argentinos integrando el ejército boliviano".
Hubo medallas y discursos de despedida en los que se hizo notar que la misión tocaba a su fin porque "se
debatieron intereses internacionales en connivencia con la delincuencia ideológica". Fue el momento en
que los militares argentinos estuvieron más cerca de acusar de comunista al gobierno de los Estados
Unidos.

La dictadura terrorista de Bolivia había mostrado muy rápido su verdadera naturaleza cuando todo el país
se convirtió de hecho en una zona liberada donde el tráfico de drogas se podía realizar a la luz del día.
Varios millones de dólares fueron a los bolsillos de los jerarcas militares, aunque algunos de ellos
terminaron en presidios de los Estados Unidos. De nada sirvieron sus protestas de que habían sido
paladines del anticomunismo mundial.
DERECHOS HUMANOS: DEL HORROR A LA BUSQUEDA DE JUSTICIA Y
VERDAD
De la represión a la lucha por la verdad

La democracia logró condenar a los represores y asentar en la Historia que hubo un


"plan sistemático" de exterminio de personas. Se inició luego el camino de la
reparación. Ya no corren las leyes del perdón.

A los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor
que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del
Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos". El prólogo del
informe de la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (Conadep), conocido mundialmente
como el "Nunca más", comenzaba a describir la peor tragedia política de la historia argentina. Y lo haría
con una advertencia necesaria: "Muchos de los episodios aquí reseñados resultarán de difícil
credibilidad".

El golpe desató una cacería e instaló el terrorismo de Estado como método generalizado de represión de
la sociedad. Secuestros por parte de patotas que actuaban en zonas liberadas, robo de bebés a mujeres
cautivas en seis maternidades clandestinas, interrogatorios bajo tortura en 340 centros ilegales de
detención, exterminio de disidentes, vuelos de la muerte, fosas comunes, cadáveres destrozados, 9.640
desaparecidos en la primera estimación, robos de bienes asumidos como "botín de guerra" y la sospecha
de más de 15 mil militares involucrados en violaciones a los derechos humanos.

La vuelta de la democracia, en 1983, permitió enjuiciar esos crímenes de lesa humanidad. Hubo condena
y castigo para las juntas militares, pero alzamientos carapintadas y la debilidad política frente a resabios
de presión castrense llevaron a la sanción de las leyes Punto Final y Obediencia Debida y a la amnistía
para los ex comandantes dispuesta por Carlos Menem.

El año pasado, la Corte Suprema declaró inconstitucionales las leyes del perdón y las investigaciones
recobraron impulso. Hoy, hay más de mil causas abiertas en todo el país, con alrededor de 500 acusados y
200 detenidos.

En esa lucha por la justicia y la verdad, las Abuelas de Plaza de Mayo recuperaron 82 nietos. El ex
marino Adolfo Scilingo, que confesó que se arrojaban detenidos al mar, fue condenado a 640 años de
cárcel en España. Una fiscal de ese país pidió 17 mil años de prisión para Ricardo Cavallo, miembro de
los grupos de tareas de la ESMA. Y aquella etapa de dolor se debate y se enseña en las escuelas. Para que
no vuelva a ocurrir.
Bajo sospecha. Con un bebé en brazos, un peatón es rodeado por seis hombres
armados.

30 años después

El juicio a las juntas se estudia hoy en las escuelas como uno de los hitos de la
democracia argentina. Es también objeto de análisis en todo el mundo y hay
historiadores que lo asemejan al juicio de Nüremberg contra jerarcas del nazismo, por
su importancia testimonial.

Además, el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, el


"Nunca más", se utiliza como material de enseñanza y tiene traducciones a lenguas de
todo el mundo.

DERECHOS HUMANOS: EL MAPA DE LAS SEPULTURAS CLANDESTINAS


Tumbas sin nombre, historias sin final

El Equipo de Antropología Forense, que el año pasado identificó los restos de Azucena
Villaflor y Leonie Duquet, analiza 200 cuerpos NN que podrían corresponder a
desaparecidos.
Por Pablo Calvo.

Ningún Nombre: NN. Nadie. Nada. Niebla. Naufragio. Nazis. Necios. Nefastos. Necrófagos. Nidos.
Nenes. Nudos. Navajas. Nubarrones. Noticias. Novelas. ¿Nosotros? No. Neutrales. Normales. ¿Nóminas?
Nunca. Nichos. Ningún Nombre: NN. En la Argentina que hoy trata de Nacer, 30 años después del último
golpe militar, hay 200 cuerpos NN, sin Ningún Nombre, que son investigados bajo una presunción:
podría tratarse de 200 desaparecidos.

"Poder identificarlos es un desafío que sirve para reconstruir las historias incompletas de esas personas,
que en definitiva es la historia de nuestra sociedad. Además, ayuda a cerrar el círculo de angustia de los
familiares, repara la sensación de verdad y genera elementos de prueba para pedir justicia", explica a
Clarín Luis de Fondebrider, miembro fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

Desde el retorno democrático, en 1983, se les devolvió el nombre a 250 cuerpos que la dictadura había
enterrado en fosas comunes o arrojado al mar. Las últimas identificaciones, las más resonantes, fueron las
de Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, y de la monja francesa Leonie Duquet.
Ahora, se busca el final de otros dos centenares de biografías inconclusas, en cementerios de Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe y puntos del país donde la represión quiso borrar sus huellas.

Los corresponsales de Clarín describen detalles de ese mapa subterráneo que empuja por salir a la luz. En
la provincia de Buenos Aires, donde se registraron cerca de la mitad de las desapariciones, se analiza
documentación del cementerio de Ezpeleta. Es el primer paso de un lento y paciente proceso, que
comienza con el rastreo de datos en documentos oficiales, como partidas de defunción, libros de
cementerios, planchas de huellas dactilares, y que puede llevar a un desentierro o terminar en la nada.

En Lomas de Zamora, en cambio, se está por completar la etapa de exhumación de cuerpos para pasar a la
fase de laboratorio, donde se realizan pruebas científicas para la averiguación de identidad. Se esperan
novedades en el cementerio de La Plata.

En Córdoba, se encontraron tumbas clandestinas debajo del crematorio del cementerio de San Vicente. Se
investiga además la existencia de fosas fuera de los cementerios, en la zona donde funcionó La Perla, el
mayor centro de detención de la provincia.

En Santa Fe, se busca información en cementerios de la capital y de Rosario, Casilda, Maciel y Coronda.
"Estamos en período de excavación en San Lorenzo, pero aún no hemos hecho el ADN óseo. Del
municipal de Santa Fe, ya se identificaron 14 cuerpos, que fueron entregados a sus familiares", informó la
fiscal federal Griselda Tessio.

Especialistas del Museo de la Memoria de Rosario determinaron que, de 700 tumbas analizadas en el
cementerio de La Piedad, 90 correspondían a muertos por causas violentas. Entre 1976 y 1978, la edad
promedio de esas víctimas bajó de 50 a 30 años.

Hay huellas por todo el país. En Catamarca, un grupo de antropólogos trabajó el año pasado en la
identificación de cinco guerrilleros del ERP. En nichos del cementerio de Salta hay 16 cuerpos no
registrados. Se harán este año nuevas averiguaciones en Jujuy. Y en Tucumán, el Grupo Interdisciplinario
de Arqueólogos y Antropólogos de Tucumán contará con 75 mil pesos para capacitar personal e
inspeccionar el llamado "Pozo de Vargas", donde se arrojaban cadáveres.

El Congreso analiza ahora un proyecto de ley que auspicia proteger las tumbas de todos los cementerios
del país por 10 años, para evitar la destrucción de pruebas que se necesitan en las causas sobre derechos
humanos.

Hoy, la protección de tumbas se consigue mediante una orden judicial, pero se quiere evitar el descontrol
de principios de los 80, cuando las fosas comunes eran removidas con palas mecánicas, topadoras del
ejército del olvido.

NN. Las fosas comunes comenzaron a ser abiertas con la vuelta de la democracia.

Las cenizas que ahora descansan en la Plaza

Los que pisen hoy la Plaza de Mayo, los que imaginen una ronda de madres bravas y los
que se topen con flores recostadas sobre el pasto estarán ante esta placa: "Fue mantenida
en cautiverio en la ESMA y dias después arrojada viva al mar. Sus restos identificados
en agosto de 2005. Juicio y castigo a los culpables". Hay allí una historia de
"aparecidos": las cenizas de Azucena Villaflor, una de las fundadoras de las Madres de
Plaza de Mayo, secuestrada el 10 de diciembre de 1977 en Sarandí, cuando reclamaba
por un hijo secuestrado, están allí desde fines del año pasado, luego de la identificación
de sus restos lograda por el Equipo de Antropología Forense.

Gracias a ese trabajo se pudo demostrar, por primera vez con fundamento científico, la
existencia de los llamados "vuelos de la muerte", mediante los cuales los represores
arrojaban detenidos desde aviones al Río de la Plata y al mar.

Las olas devolvieron los restos de Villaflor, cerca de Santa Teresita. Fueron enterrados
como si fueran de un "NN-masculino" en el cementerio de General Lavalle. Y hasta allí
acudió la ciencia para corregir la verdad. El método de identificación de cadáveres es un
saber que Argentina comparte hoy con 34 países que sufrieron masacres.
EDUCACION: EL AUTORITARISMO EN LA ENSEÑANZA
Las escuelas, como si fueran cuarteles

El proyecto educativo consistió en una férrea disciplina, prohibiciones curriculares y


censura a los docentes y estudiantes. La dictadura invirtió más en defensa que en
educación.

Por Miguel Wiñazki.

La regimentación conceptual y corporal de la enseñanza durante el llamado "Proceso": el pelo corto


requerido como credencial de buena conducta, la modelización de los cuerpos en las formaciones en las
que se exigía firmeza, y tomar distancia y callar y obedecer, hacen pensar que las analogías entre escuela
y cuartel fueron tan profundas como para dejar profundas cicatrices de autoritarismo en quienes la
padecieron. Hasta el día de hoy se llama "desertores" a quienes abandonan el sistema escolar.

La socialización escolar fue consecuente con la socialización militar impuesta. La incorporación de los
jóvenes de 18 años a luchar en la Guerra de Malvinas en 1982, sometidos a una disciplina vacía y letal, no
difiere —en un primer nivel— de la organización escolar que destilaba un esquema jerárquico y
militarista. En Malvinas se agregó la muerte, como colofón espantoso de un modelo didáctico que venía
de lejos. Los reclutas hicieron un "posgrado" coherente con la educación. Mientras las batallas se llevaban
a los chicos, en las escuelas se cantaba el himno a Malvinas, se exaltaba el heroísmo de los soldados que
como alumnos ejemplares obedecían al mandato de la patria:

"Tras un manto de neblina

no las hemos de olvidar,

Las Malvinas Argentinas,

Clama el viento y ruge el mar"

Sobre el final de la contienda esos sones dejaron espacio a los cánticos "futboleros". En las escuelas se
habilitaban salas para mirar los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de España de l982. La
educación durante la guerra fue una educación para legitimar la guerra y también para lavarla con
deportivismos carnavelescos. Eso es un punto de partida para comprender el "Proyecto Educativo
Autoritario", tal como lo definieron Juan Carlos Tedesco, Cecilia Braslavsky y Ricardo Carciofi, en el
libro homónimo.
En 1976, los gastos destinados a defensa fueron del 15,5% y los destinados a educación del 10%. En l975,
cuando Isabel Perón estaba aún en el poder, los de defensa fueron del 13,5% y los de educación llegaban
al 17,9%. Esa inversión en las proporciones siguió. Sin embargo, el autoritarismo educativo no comenzó
con el "Proceso". Escribió Tedesco. "No es posible analizar esto como si hasta el 24 de marzo de l976
hubiera tenido vigencia un tipo de propuesta basada en la participación, el cuestionamiento, la
criticidad… en tanto que, a partir de ese día, se habría postulado y aplicado un sistema diferente destinado
a restaurar el orden, las jerarquías y la disciplina".

La presencia de Alberto Ottalagano como rector de la Universidad de Buenos Aires en l975, es un hito
simbólico. Ottalagano apareció en la tapa de la Revista Siete Días, con su brazo derecho en alto y
afirmando "Soy Fascista", al tiempo que preguntaba ¿"Y qué?".

En 1977 el Ministerio de Cultura y Educación distribuyó en todas las escuelas un opúsculo titulado
"Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo". Allí se afirmaba entre otras cosas:
"El accionar subversivo se desarrolla a través de maestros ideológicamente captados que inciden sobre las
mentes de los pequeños alumnos, fomentando el desarrollo de ideas o conductas rebeldes, aptas para la
acción que se desarrollará a en niveles superiores..." Este tipo de sentencias justificaron las prohibiciones
curriculares. Se excluyó el uso de la palabra "Vector de la enseñanza de las matemáticas" porque alguien
supuso que que los "subversivos" se manejaban con el concepto de "Vector revolucionario" y que eso
subvertiría a los educandos. También se afirmó que la teoría lógico matemática de los conjuntos era una
amenaza al orden público. Hasta "El Principito" de Saint Exupéry estuvo en el Index de lo prohibido. Se
quiso abolir a la ciencia y a la cultura. Así de demencial.

Como señaló Tedesco, el drama educativo radica en lo que No se enseña, en lo que prohibe. Ese drama
tuvo centenares de víctimas. Hubo cerca de 300 estudiantes secundarios desaparecidos. Y todavía no
aparecen.

"Hacia las fronteras". 1981: acto del plan escolar de la Gendarmería.

30 años después
El mundo de la educación es muy rico y ni siquiera la dictadura pudo liquidarlo. Los
docentes han resistido y hoy educar ya no es enseñar a obedecer. Sin embargo las
huellas están. Al menos una buena parte de añejas generaciones de docentes, sigue
considerando a los alumnos como seres díscolos a los que se debe alinear y volver
dóciles y manejables.

La educación durante los años del Proceso incrustó un modo de concebir los procesos
sociales simplista y binario. Así, la historia (generalizando) continúa siendo un espectro
en el que combaten buenos contra malos, y patriotas contra apátridas. A la vez, una
cierta tecnofobia conservadora, típica de aquel "cuadradismo" brutal, critica y resiste a
Internet y a la digitalización progresiva del mundo, confundiendo las nuevas
posibilidades que ofrece con un empobrecimiento lingüístico, calificado así de manera
regresiva
CULTURA: PERSECUCION DE INTELECTUALES
Listas negras y escritores desaparecidos

Tras el golpe, la literatura cargó con sus muertos: Walsh, Paco Urondo, Conti. Otros
escritores daban cursos escondidos. Hubo pequeñas heroicidades, pero el miedo dejó su
marca.

Por Vicente Muleiro.

La gestualidad esperpéntica del videlismo no debe llamar a confusión. Si aquel gobierno dictatorial, por
medio de un pelotón del Ejército, irrumpía en la Feria del Libro para secuestrar el manual para estudiantes
de ingeniería Cuba electrolítica no sólo es cuestión de arrojar hoy otra tardía carcajada.

Los censores —orgánicos, minuciosos— sabían muy bien aquello que debían combatir: la cultura tal
como se había manifestado desde la segunda postguerra hasta los primeros 70, la creatividad ligada a la
ambición de religar ética y estética, el sueño de que una subjetividad podría conmoverse ante un proyecto
participativo, el afán de poner a danzar las bodas entre sentimiento e intelecto.

El golpe tuvo tan claro aquello que debía aniquilar que ahí nomás hizo sus indiscriminadas listas negras
donde anotó a Atahualpa Yupanqui, a Litto Nebbia y a Luis Alberto Spinetta. Tuvo tan claro aquello que
debía combatir que ahí nomás persiguió y remató a un escritor y periodista, Rodolfo Walsh, que en el
primer aniversario del golpe, el 24 de marzo de 1977, con la moral invencible de los datos duros, escribió
su insoslayable Carta a la Junta. Es imposible, entonces, hablar de una actitud unívoca. El almuerzo que
Videla mantuvo el 19 de mayo de 1976 con los escritores Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges, Horacio
Ratti y el padre Leonardo Castellani, donde sólo los dos últimos preguntaron por colegas desaparecidos,
no representó a un campo intelectual sembrado de muertos y heridos.

Otra Walsh, María Elena, el 16 de agosto de 1979, tanteaba la neblina al quejarse amargamente del
aislamiento y el paternalismo cerril del videlismo, pero para decir aquello tuvo que conceder: "Que las
autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son
hechos unánimemente reconocidos", escribió.

La cultura que supervivía en el país guardaba, después del golpe, como condición de existencia, su
invisibilidad, con cursos, talleres que daban, entre otros, Juan José Sebreli, Juan Carlos Martini Real,
Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, quienes espiaban por las rendijas de sus departamentos, para comprobar,
antes de que llegaran los alumnos, que no hubiera algún fisgón apuntando desde la vereda. La cultura, en
los primeros años de dictadura, estuvo amordazada para interceder en la vida nacional y, como
contrapartida, construyó espacios "micro".

Tras el golpe la literatura cargó con sus muertos (Walsh, Francisco Urondo, Haroldo Conti, Roberto
Santoro, entre otros 83) y emprendió su trayectoria susurrada: nacieron las revista Punto de Vista y El
Ornitorrinco. El quehacer sobrevivió en los sótanos, con una fuerza suficiente como para invalidar las
discusiones en torno de la cultura del exilio y la que se podía hacer aquí. En un ámbito underground la
poesía armó su espacio con las revistas Xul, Ultimo Reino, La Danza del ratón, el grupo El Ladrillo, y el
bar La Peluquería de San Telmo. Más presencia, como consecuencia de la propia brutalidad dictatorial,
consiguió, en 1981, el ciclo Teatro Abierto. Una bomba incendiaria en su sede el Teatro de El Picadero, le
entregó una publicidad inusitada y un éxito completo en el teatro Tabarís. Para entonces ya había lectores
que buscaban en las elipsis de la novela Respiración artificial de Ricardo Piglia una lectura sobre el
poder estatal-policial. Los mensajes sonaron más explícitos en el estreno de la obra La malasangre de
Griselda Gambaro, en 1982, que suscitó la reacción de grupos de derecha.

En la Argentina de la dictadura la cultura no fue un puntal de la resistencia. Visto desde este presente más
bien parece un espejo de las derrotas, contradicciones, renuncias y pequeñas heroicidades que generó la
aplanadora militar. Pero ese silencio mortuorio y plano, derramado desde el poder, no tuvo tampoco en la
cultura el exacto reflejo buscado.

Pira. Un camión descarga libros del centro editor de America latina, para quemarlos.
Fue en 1980.

30 años después
Medir las consecuencias de una conmoción política como fue la dictadura es más difícil
aún si se repara en la más siniestra creación de ese poder: la figura del desaparecido. La
oscuridad que apaga al cuerpo social arroja sombras indelebles sobre el quehacer
cultural, el silencio arrastra demasiadas cosas hacia la nada como hacia la nada el poder
arrastró a una generación de creadores con mucho para dar aún. En términos artísticos
este clima y estas realidades (tortura-muerte-desaparición) al límite del lenguaje
plantean problemas de representación como bien se puede advertir en la cruda muestra
que sobre el terrorismo de Estado se exhibe por estos días en el Centro Recoleta. En
obras como "Nadie olvida nada" (1982) de Guillermo Kuitca hay algunas pistas sobre
esas tensiones, sobre cómo pelear para que la representación pueda generar más lecturas
que el tremendo anonadamiento del terror.

Hay entonces un tema de lenguajes artísticos tras una experiencia terminal y traumática,
porque la mera enunciación dramática suele conducir a producciones pobres, sin
resonancia, así en una escultura figurativa como en un poema panfletario. La
problemática es, sin embargo, ineludible. Junto a ella, junto al peso devastador de lo
real, hay que apuntar para la literatura un retroceso del espíritu lúdico, de la creación, el
juego y la aventura como marcas que nos reponen en la humanidad. Otro triunfo de la
dictadura sobre el arte es la condición más endogámica de los hacedores, una falta de
ida y vuelta entre creación y sociedad, y entre los creadores entre sí. Un éxito del
militarismo que aún persiste.

ESPECTACULOS: CENSURA EN EL CINE, LA TELEVISION, EL TEATRO Y LA


MUSICA
Tiempos de sombras para los artistas

Las películas de cine soportaron a Tato, un censor que pasó a la historia. Se prohibió
hasta el tango Cambalache. Y al rock lo miraban de soslayo. El teatro, ámbito de la
resistencia.

Por Camilo Sánchez.

En la última Feria del Libro, Adolfo Aristarain recordaba que, en tiempos de la dictadura, cuando
necesitaba una escena erótica de tres minutos la filmaba, por lo menos, de diez. Miguel Paulino Tato, el
censor que entró en la historia, lo llamaba ofuscado. "¿Qué es esto?", le decía, a los gritos, y entraba en
éxtasis de poda. Aristarain sacudía su cabeza vasca y discutía un poco. Después se iba, con tres minutos
eróticos bajo el brazo.
Una ingenuidad escolar comparada con el silencio de lo atroz, los tiros en la niebla, los cuerpos en el río,
las salas de tortura. El espectáculo en esos años, impedido de espejar, buscaba atajos u oxígeno como
podía o miraba hacia otro lado y levantaba —por dinero o convicción ideológica— las banderas del
horror. Porque a ver si nos entendemos: se había prohibido hasta el tango Cambalache, en la televisión
reinaba Velazco Ferrero que hacía bailar a la gente, Leonardo Favio filmó Soñar, soñar (1976) y se tuvo
que olvidar del cine hasta 1993, y el notable Luis Politti —el verborrágico Vignale de La Tregua— se
moría de tristeza en el exilio.

Era todo grotesco, sino fuera por el tamaño de la tragedia. El humorista Mario Sapag hacía una parodia de
Jorge Luis Borges. Un día lo censuraron. Los medios cayeron en masa hasta el departamento de la calle
Maipú, creyendo que el autor de Luna de enfrente había presionado para que se tomara esa decisión.
Borges no sabía quién era Sapag. "Con el esfuerzo que se habrá tomado para copiar mi manera torpe de
hablar", se lamentó, acariciando un gato blanco.

La mínima historia escondía una trama mayor: las fuerzas armadas se habían repartido los canales del
Estado. El 7 y el 9 fueron para el Ejército, el 13 lo administraba la Armada y el 11, la Fuerza Aérea.
Borges se extrañaba con que un solo sector social pudiera arrogarse tanta versatilidad. "Tan absurdo —
decía, con lógica borgeana— como si los odontólogos o bomberos estuvieran capacitados para ocupar la
totalidad de los cargos públicos".

Cualquier cosa podía costar caro entonces. Hace unas semanas, en Francia, se estrenó una nueva puesta
—la tercera en ese país— de Telarañas, una pieza de Tato Pavlovsky. "Una obra muy querida y muy
temida", reconocía el actor y dramaturgo. Y recordaba. La obra se estrenó en el ciclo de Teatro al
Mediodía, en el Payró, en diciembre de 1977. Pero tuvo corta vida: fue prohibida por la Municipalidad de
Buenos Aires, indicador de que Tato Pavlovsky molestaba: apenas si pudo escaparse, una noche, por los
techos de su casa.

Aún así, en el teatro, ámbito proclive a la resistencia, se sucedían ciertos milagros. En San Telmo se
producía una obra de arte del desencanto: Marathon de Ricardo Monti. Con Boda blanca se comenzaba
a frecuentar una poética de la intimidad bajo el pulso de Laura Yusem. Y Alfredo Alcón, en el teatro San
Martín, en una versión de Luis Gregorich, lograba un Hamlet connotado de actualidad: como siempre lo
tiene la historia de una tragedia y un asesinato. La obra hasta encabezó las boleterías durante una
temporada de Mar del Plata.

Al rock se lo miraba de soslayo, con actitud perdonavidas, por lo menos hasta Malvinas, en que pasó a
jugar en las ligas mayores. El tango todavía no era negocio. Con Atahualpa siempre lejos, la Negra Sosa
en el exilio, una bomba en el Templo del Vino que estaba en los fondos de la casa de Horacio Guarany y
Cafrune envuelto en una muerte dudosa, en la medianoche del 31 de enero de 1978, mientras cabalgaba
hacia Yapeyú para conmemorar el bicentenario del nacimiento de San Martín, la música nacional
languidecía. Lo que quedaba del folclore se aglutinaba detrás de un hombre de sonrisa fácil: Quique
Dapiaggi reunía a mujeres y cuentistas y guitarreros en una parodia de peña, más bien triste, más bien
bizarra.

La resistencia funciona a la manera del agua: sin forma precisa, se desliza por las grietas de la
uniformidad. En 1981, Aristarain saca un conejo de la galera: en Tiempo de revancha, un ex sindicalista
se enfrenta a una multinacional quedándose mudo. Metáfora oportuna. Ese año sucede Teatro Abierto en
respuesta a una funcionaria que retiró del programa de estudios la materia Dramaturgia Argentina.

Mercedes Sosa vuelve, en 1982, y en el Opera abre el recital diciendo Tantas veces me mataron, tantas
desaparecí. La vuelta de Serrat: "Como decíamos ayer", arrancó el catalán, en el Gran Rex, citando a
León Felipe. Ya había sucedido Malvinas, y se salía de recitales y teatros caminando hacia el Bajo,
diciendo entre muchas voces que se iba a acabar la dictadura militar.
Ensayo. El ciclo teatro abierto, inaugurado el 28 de julio de 1981, intento burlar la
censura. A la semana, tiraron bombas en el teatro picadero.

30 años después

Las dos obras de teatro más premiadas del 2005, De mal en peor de Ricardo Bartís y
La Omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir, hablan de dos familias
bajo los fuegos de la decadencia. El actor Carlos Durañona ensaya, como hizo
Carlos Carella en los 70, un unipersonal sobre el Martín Fierro. El gaucho
desdichado de fronteras será ahora un cartonero de los bordes. No es casual: nada
en el fondo puede no cargar con alguna esquirla de aquel desmadre.

PUBLICIDAD: LAS CAMPAÑAS PUBLICITARIAS


Cómo funcionaba la "pedagogía del terror"

La dictadura coincidió con una edad de oro de la publicidad local. Los militares usaron
ese talento para contestar la supuesta "campaña antiargentina" de los exiliados políticos.
Por Sebastián Campanario.

El jingle "Boby, no me extrañes", realizado para una promoción de la Policía en 1982 (Boby, mi buen
amigo/este verano no podré salir contigo...) es tan pegadizo que aún hoy lo utilizan las hinchadas de
fútbol. La metáfora publicitaria que representaba a la Argentina como una vaca a punto de ser devorada
por unos pac-man ("la subversión") interpretó el humor social nacionalista de fines de los 70, una época
en la que el público silbaba en los cines al por entonces recién creado cowboy de Marlboro. Y el término
"Proceso de Reorganización Nacional" se trabajó, desde el punto de vista de la comunicación, con
herramientas modernas de branding.

El golpe del 76 coincidió con la maduración de la primera edad de oro de la publicidad argentina, y el
gobierno militar nutrió la propaganda oficial de todo ese potencial creativo.

Aunque en el inicio de la dictadura las agencias de publicidad estaban quebradas financieramente (en
parte gracias a una ley impositiva del gobierno de Héctor Cámpora), la creatividad local cosechaba los
frutos de la explosión de fines de los 60, cuando la generación de David Ratto, Pablo Gowland y Ricardo
De Lucca, entre otros, colocó a la publicidad argentina en un primer nivel mundial. En 1969 Argentina
ganó el único León de Oro de su historia en la categoría Film del festival de Cannes, por la campaña
"Litro", para Pepsi. Cuatro años más tarde, el comercial de la pick up Ford que caía desde un avión del
Ejército también era multipremiado. En 1976 se hizo en Buenos Aires, por primera vez en América
Latina, el Congreso Mundial de Publicidad.

La relación entre el sector y los militares es un tema tabú 30 años después, porque durante aquel período
la mayoría de las grandes agencias, como De Luca, Casares-Grey o Lowe estuvieron involucradas de
alguna u otra forma con la propaganda oficial.

"Hay todo tipo de leyendas negras sobre esa época", dice Carlos Pérez, presidente de BBDO y del Círculo
de Creativos Argentinos. Una de las más conocidas es la que acusa a Ratto, uno de los indiscutidos del
olimpo publicitario argentino, de haber ideado el slogan "Los Argentinos somos derechos y humanos".
Ratto, que murió en 2004, siempre lo negó, indignado hasta por razones estéticas: "Más allá de todo lo
que significaba, la calcomanía era indigerible", dijo en una entrevista el hombre que revolucionó la
publicidad política con la campaña de Raúl Alfonsín en 1983.

Entre las campañas más difundidas durante la dictadura estuvieron la del tanquecito de la DGI, gráficas
que mostraban a la Argentina como un bife de chorizo a punto de ser "devorado por el terrorismo" y un
spot en el que un soldado le guiñaba un ojo a un nene mientras le pedía los documentos al padre.

Mientras, también se intentaban imponer curiosos criterios editoriales. En junio de 1976, el Comité
Federal de Radiodifusión (COMFER), que por entonces presidía el capitán de navío Wenceslao Adámoli,
les recomendaba a las agencias "no intensificar la publicidad de productos no indispensables", "encontrar
un tono no estridente para recomendar productos" y "no promover necesidades superfluas". Aunque
faltaban veinte años para que naciera el término "advertainment" (la mezcla de publicidad y
entretenimiento), el COMFER prohibía los "chivos" de marcas en los programas televisivos.

La pedagogía del terror también se valió de campañas de relaciones públicas. La agencia Burson
Masteller, que desde el año 2000 pertenece al megagrupo WPP, fue una de las multinacionales
contratadas para mejorar la imagen de los militares en la Argentina y el exterior.
"Muchos tuvimos que hacer trabajos con la nariz tapada", cuenta Jorge Schussheim, músico, guionista y
publicitario. A principios de los 80, Schussheim hacía monólogos de tono crítico en Mau Mau: "Un día,
Emilio Massera me mandó a llamar. Estaba en una mesa rodeado de rubias despampanantes, y me dio a
entender que una campaña mía para el gobierno, ''Argentina mi amor'', era lo que me estaba salvando la
vida".

Schussheim no exagera acerca de los riesgos que se corrían. En total, 19 creativos y empleados de
agencias fueron asesinados por el Estado entre 1976 y 1983. En la sede del Sindicato Unico de la
Publicidad, en Perón 2385, placas de bronce recuerdan a Raúl Premat, Omar Santillán e Irma Mesich,
entre otras víctimas.

El terrorismo de Estado prolongó su influencia sobre generaciones posteriores de creativos. Horacio


Agulla, político y director de la revista Confirmado, murió baleado por un grupo de tareas mientras
estacionaba su auto. Ramiro, uno de sus hijos, que en aquel momento tenía 14 años, sería luego el
encargado de refundar la creatividad en los 90, dando lugar a la segunda edad de oro de la publicidad
argentina.

DEPORTES: ENTRE LOS NEGOCIOS SUCIOS Y LA REPRESION MASIVA


El Mundial, pieza clave de la dictadura

El campeonato de fútbol costó diez veces más que lo previsto, y fue pensado como una
vidriera internacional para los dictadores. Mientras, desaparecían decenas de
deportistas.
Por Ariel Scher.

Dos ecos. Dos ecos todo el tiempo salían de los televisores grises, en los que el escudo nacional se había
convertido en el único y definitivo actor. Dos ecos: las marchas militares y las palabras que prohibían. En
especial ese segundo eco: las palabras que prohibían. Comunicado número 3, número 6, número
cualquiera de la Junta que ese 24 de marzo acababa de apropiarse de lo que no le era propio. Cada
comunicado prohibía. Hasta el 23. Disonante Comunicado 23: permitía. Permitía ver por tevé un partido
de fútbol entre Argentina y Polonia. De esa manera, colada no por azar entre los grises de la pantalla,
apareció una pelota. La Selección venció 2-1, en Chorzow, bien lejos pero con transmisión en directo. Así
funcionaba aquel tiempo de sólo dos ecos. No eran posibles ni la reflexión ni el movimiento, ni los
derechos básicos ni los que no son básicos. Pero fútbol se podía.

A la más bruta de las brutas dictaduras argentinas la sedujo la posibilidad de que el deporte transpirara
para su equipo. Su experiencia culminante no resultó una fiesta de todos: el Mundial 78. Se trató de un
proyecto estratégico y no barato: costó más de 700 millones de dólares, un monto diez veces superior a lo
previsto y que se conoció por investigaciones periodísticas y no por datos oficiales: el EAM 78,
encargado de la organización, nunca entregó su balance.

Ahí, en el EAM 78, reinó el marino Carlos Lacoste, quien empezó la dictadura en los bordes del
anonimato y la concluyó en la cumbre de la FIFA, donde llegó a la vicepresidencia. Fugaz jefe de Estado
entre los dictadores Roberto Viola y Leopoldo Galtieri, Lacoste alcanzó la cima de su entusiasmo el 25 de
junio, unos minutos después de que Argentina se consagrara campeón al superar 3 a 1 a Holanda. En el
palco del estadio de River, dijo: "El fútbol ha sido un conducto para que vuelva a empezar la grandeza
argentina. Y que de hoy en adelante todo lo que hagamos lo hagamos en grande". A pocas cuadras de
donde resonaba la garganta inflamada de Lacoste, estaba la ESMA, el mayor centro clandestino de
detención de la dictadura, en el que lo que se hacía en grande era torturar y matar.

Ese Mundial empezó el 1 de junio de 1978, con otra garganta en alborozo, la de Jorge Videla, quien
declaró inaugurado el torneo "bajo el signo de la paz". Un año exacto antes, el gobierno del mismo Videla
había secuestrado a Roberto Santoro, un poeta de ternuras, uno del centenar de periodistas desaparecidos.
Santoro es el autor de "Literatura de la pelota", un libro esencial, en el que reunió textos de grandes
escritores con la voz de las hinchadas.

"Veinticinco millones de argentinos jugaremos el Mundial", avisaba en esos días, entre compases
impunes, la canción oficial del campeonato. En esa cifra no estaba incluido el atleta Miguel Sánchez,
secuestrado en Berazategui el 8 de enero de 1978. Ni los 17 rugbiers del club La Plata que los dictadores
sacaron de sus casas. Ni Norberto Morresi, un joven apasionado del fútbol, hermano de Claudio Morresi,
actual secretario de Deporte de la Nación. Ni Daniel Schapira, jugador y docente de tenis, atrapado en
San Juan y Boedo el 7 de abril de 1977. A todos los desaparecieron.

Tampoco era parte de esos veinticinco millones Claudio Tamburrini, arquero de Almagro. "¿Vos sos
arquero? Tomá, atajate ésta", le vociferaban a Tamburrini antes de cada piña feroz las bestias que lo
capturaron en Ciudadela. Estuvo detenido hasta marzo de 1978, cuando empujado por todas las
desesperaciones se fugó junto con tres compañeros de la Mansión Seré, un reducto de espantos que la
Aeronáutica poseía en Castelar.

Vueltas de la historia: en la Mansión Seré hoy hay un sitio dedicado a recordar ese tiempo de humanidad
marchita y al lado se levanta una biblioteca que no lleva cualquier nombre. Se llama Miguel Sánchez. Es
una prueba de que existió una edad atroz que puso las botas en las canchas y en las pistas. Pero también
constituye un testimonio: hace treinta años, el dueño del juego fue el horror; ahora y siempre, la que sigue
jugando es la memoria.
Campeones. Daniel Passarella espera la Copa frente a la Junta Militar.

30 años después

El deporte no tardó tres décadas pero sí catorce años de democracia para que los
miembros de la primera Junta Militar dejaran de ser socios honorarios de River, un
privilegio que se les quitó en abril de 1997. Y Carlos Suárez Mason, otro jerarca de la
represión, fue todavía un tiempo más socio honorario de Argentinos Juniors. Esa
lentitud explica que recién a 30 años del fin de la dictadura es que empiezan a
sistematizarse en el escenario deportivo los actos de recuerdo y repudio a los años del
horror.

La Carrera de Miguel, en tributo al atleta Miguel Sánchez y a todos los desaparecidos,


empezó en el 2000 y es un clásico de cada marzo en la agenda local. Otras expresiones
se multiplican de a poco. Señal de esperanza: en Argentinos Juniors ya no sólo no está
Suárez Mason, sino que este año hay un homenaje a los socios desaparecidos.

LOS DICTADORES HOY: SEMBLANZAS DE LOS MIEMBROS DE LAS JUNTAS


MILITARES
Hombres de hierro que pisotearon la ley

La mayoría de los ex comandantes fueron condenados en 1985 por las violaciones a los
derechos humanos. Galtieri no, pero tuvo su castigo por la guerra de Malvinas.
Por Laura Vilariño.

Jorge Rafael Videla

Tiene 81 años y cumple arresto domiciliario por el plan sistemático de apropiación de menores. Fue
presidente hasta marzo de 1981. En 1985, la Cámara Federal lo condenó a reclusión perpetua por 66
homicidios, 306 secuestros, 93 tormentos y 26 robos. Estuvo detenido entre 1985 y 1990 en el penal
militar de Magdalena. Carlos Menem lo indultó el 30 de diciembre de 1990. No le alcanzó: hoy sigue
preso.

Emilio Eduardo Massera

También tiene 81 años. Está postrado por un derrame cerebral. Si no se recupera, no podrá ser enjuiciado
nuevamente. En 1985 fue condenado a prisión perpetua e indultado en 1990. Fue el responsable máximo
de la ESMA, el mayor centro clandestino de detención de la Armada. Dejó la Junta en setiembre de 1978
y fundó un partido político. Desde 1998 cumple arresto domiciliario por sustracción de menores.

Orlando Ramón Agosti

Murió de cáncer en 1997, a los 73 años. Como comandante de la Fuerza Aérea, integró la Junta hasta
enero de 1979. En 1985, la Cámara Federal juzgó que Agosti había sido una figura de segundo nivel en la
represión, en comparación con Videla y Massera, y lo condenó a 3 años y 9 meses de prisión por 8 casos
de tortura. Cumplió su condena. En 1993 la Corte rechazó su pedido para recuperar el grado militar.

Roberto Eduardo Viola

Reemplazó a Videla en la comandancia del Ejército en 1978 y luego, en 1981, se hizo cargo, por nueve
meses, del gobierno de facto. En diciembre de 1985 fue sentenciado por la Cámara Federal a 16 años y 6
meses de prisión por 86 secuestros, 11 torturas reiteradas y 3 robos. En diciembre de 1990, fue indultado
por Menem. Falleció a los 76 años, el 30 de septiembre de 1994, a causa de un paro cardiorrespiratorio.

Armando Lambruschini

Fue miembro de la Junta Militar, por la Armada, entre 1978 y 1981. Murió en agosto de 2004, a los 80
años. Estaba detenido por orden del juez español Baltasar Garzón. En el ''85, la Cámara Federal lo
condenó a ocho años de prisión por 35 secuestros y 10 casos de torturas. En 1990 obtuvo la libertad
condicional por haber cumplido las dos terceras partes de su condena y en diciembre de ese año le dieron
el indulto.

Omar Rubens Graffigna

Como brigadier general, formó parte de la Junta Militar entre el 25 de enero de 1979 y el 17 de diciembre
de 1981. En 1985, la Cámara Federal lo absolvió de los delitos que le imputaba el fiscal Julio Strassera:
homicidio calificado, privación ilegítima de la libertad, tormentos, reducción a servidumbre,
encubrimiento, usurpación y falsedad ideológica. Hasta ahora no se encuentra procesado en ninguna
causa judicial.

Leopoldo Fortunato Galtieri

Murió de cáncer en enero de 2003, a los 76 años. La derrota en Malvinas se llevó su presidencia el 18 de
junio de 1982. El informe Rattenbach recomendó su degradación y fusilamiento, pero en 1986, por su
papel en la guerra, fue condenado a 12 años de prisión. En 1990 recibió el indulto. En el Juicio a las
Juntas había sido absuelto, pero al momento de su muerte cumplía arresto domiciliario por la desaparición
de dirigentes de Montoneros.

Jorge Isaac Anaya

Contralmirante, integrante de la Junta Militar entre septiembre de 1981 y junio de 1982. Los fiscales del
Juicio a las Juntas lo acusaron de 236 casos de secuestros, tortura y encubrimiento y pidieron para él 12
años de prisión, pero la Cámara Federal lo absolvió. En 1989 fue condenado a 12 años de prisión y
destituido del grado militar por su rol en Malvinas. Pero fue indultado por Menem. Hasta ahora, no se
encuentra procesado en ninguna causa judicial.

Basilio Lami Dozo

Tiene 77 años y no se encuentra procesado en ninguna causa. Integró la Junta entre noviembre de 1981 y
la derrota en Malvinas. En 1985 fue acusado de 239 secuestros y tormentos, y los fiscales pidieron 10
años de cárcel. Pero fue absuelto. En 1989 fue condenado a 8 años de prisión por Malvinas, pero también
fue indultado y mantuvo el grado militar. A fines de 1999, el juez Baltasar Garzón emitió una captura
internacional en su contra.

Reynaldo Benito Bignone

Desde 1999 está procesado por robo de bebés. Tiene 78 años y cumple arresto domiciliario. Fue el último
presidente de facto y buscó borrar evidencias sobre las violaciones a los derechos humanos, al decretar la
destrucción de toda la documentación sobre los detenidos y desaparecidos. Por esta acción fue enjuiciado
y posteriormente indultado. Bignone también firmó la ley de "autoamnistía" que redimía de
responsabilidad penal a los represores.
REFLEXION
Con tristeza, rabia y admiración

Ni un alma. Plaza de Mayo, madrugada del 24 de marzo de 1976. La imagen integra la muestra
"imagenes de la memoria".
Elie Wiesel. Sobreviviente de Auschwitz Premio Nobel de la Paz..

Como judío al que le preocupa la historia, es difícil recordar el pasado reciente de Argentina sin tristeza
mezclada con rabia y una cuota de admiración. Rabia ante los criminales y admiración por el valor de sus
víctimas.

¿Pero por dónde empezar este relato con sus ambigüedades? ¿Con su actitud projudía a principios de los
años 20 del siglo XX, cuando el Barón de Hirsh llegó para establecer colonias para familias judías
desarraigadas? ¿Y con las excelentes escuelas yiddish que se crearon?

¿O con la dictadura de Perón antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial? De acuerdo, su
régimen había admitido a refugiados judíos, pero también, y probablemente en mayor número, a
alemanes y otros criminales de guerra nazis. Llegaron con la ayuda del Vaticano, al que también debería
recordarse. ¿Pero por qué Perón se mostró tan dispuesto a ofrecer refugio y protección a oficiales de las
SS cuya inhumanidad avergüenza al género humano? ¿Qué motivo pudo tener?

Este aniversario, sin embargo, se relaciona con la dictadura militar de hace treinta años. Su brutalidad
nunca fue un secreto. La tortura sistemática de los interrogadores militares, la humillación que infligieron
a sus prisioneros, el odio que sentían por estudiantes jóvenes que se atrevieron a oponerse al régimen:
¿cómo se puede olvidar todo eso?

Leí muchos documentos y libros de ex detenidos sobre sus experiencias. Hablé con algunos de ellos.
Escuché a padres y amigos. También estoy familiarizado con el informe de la comisión oficial que tuvo a
su cargo la investigación de los criminales de guerra de esa época.

¿Cómo se puede perdonar a los responsables de lanzar jóvenes vivos al mar desde aviones y helicópteros
con la intención de borrar todo rastro de sus abominaciones?

Al pensar en los detenidos ante sus torturadores, cuyo "talento" e imaginación se utilizó para inventar
nuevos métodos científicos y psicológicos para quebrar su voluntad de vivir, nos invade el dolor.

Y es imposible evitar llenarse de indignación y rabia por una cúpula política y militar cuya extrema
brutalidad mancilló el honor y el nombre de su país.

Pero la historia no termina ahí. Los asesinos fueron expulsados del poder. Se los desacreditó. Y juzgó. Y
condenó.

¿Entonces todo está bien? No. El dolor de las familias de las víctimas sigue en pie. Y hay que respetarlo.

Teniendo en cuenta eso, siento que debería concluir con una pregunta que en realidad no se relaciona con
ese pasado: ¿qué pasó con los vándalos antisemitas que destruyeron el centro de la comunidad judía hace
unos años? ¿Siguen en libertad? Si es así, ¿por qué?

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