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El sujeto de la ciencia y la bejahung* – Freudiana 3/6/20 17:58

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Inicio / Catálogo / Freudiana nº 81

Freudiana

El sujeto de la ciencia y la
bejahung*
Jacques-Alain Miller

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Jacques-Alain Miller**

Quisiera empezar diciendo que hay algo a lo que el


psicoanalista como practicante no puede abandonarse: a
sus estados de ánimo. Pienso en mí mismo cuando lo digo.
En todo caso, como practicante se tiene que hacer lo que se
tiene que hacer. Esta fórmula tautológica disfraza una
paradoja en su interior que es la que me interesa. Quisiera
recordar que Freud, en su Carta 52 a Fliess, cita a Voltaire y
concretamente su consejo en el Cándido: trabajar sin
razonar.

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Creo que esto es lo que conviene a los practicantes del


psicoanálisis. Trabajar sin razonar es una versión del “yo no
pienso”. En la práctica del psicoanálisis conviene trabajar
sin razonar por parte del analista, dado que todo lo que se
ha desarrollado en la práctica a partir de la orientación de la
contratransferencia es una bobada. Me refiero a la
contratransferencia que invita al psicoanalista,
precisamente, a mostrar la resonancia en él del dicho del
paciente. Para nosotros está claro que el analista no es una
caja de resonancia, sino que interpreta.

Esto es válido para el analista en su trabajo. Tenemos sin


duda el acto analítico, pero lo que sostiene en el hombre
este acto es una profesión, un trabajo. No es el mismo para
el psicoanalista, no ya practicante, sino teórico, es decir
docente o simplemente que explica, cuando se impone ese
trabajo suplementario al que realiza día tras día en el marco
de su consulta.

Hablamos muy fácilmente de teoría, ya que habría que


asegurarse de que se trata de la teoría sobre la práctica.
Hay que confesar que en el conjunto de lo que se dice o se
publica con respecto al psicoanálisis, a título de teoría, no
hay tantas cosas que pertenezcan a ese registro de la teoría
sobre la práctica y que cuando se va a decir algo se tiende
a hablar de otra cosa. En el fondo, no está claro que el
inventario de posiciones clínicas constituya por sí mismo la
teoría de la práctica psicoanalítica. Más bien parece que
dependen de una teoría a menudo implícita. Lo más
frecuente es que se refieran a una teoría, más que elaborar
una de lo particular.

No puedo simplemente criticar el hecho de hablar de otra


cosa, porque habría que saber de qué cosa se trata en
psicoanálisis. Es perfectamente concebible que la cosa de
la que se trata no pueda decirse directamente. Para hacer
un juego de palabras podríamos decir que en el
psicoanálisis lo directo miente, sólo lo indirecto da la
posibilidad de decir lo verdadero.

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Esto es lo que se transmite en las expresiones habituales


entre quienes explican el psicoanálisis o los que los
escuchan. Expresiones como “girar en torno a”, “cercar”,
“rodear”, han sido establecidas para dar la sensación de
que algo se escurre, se escapa, de que no se trata de eso,
de que no es totalmente eso. A decir verdad, fue Lacan,
curiosamente, quien nos enseñó esos términos al mismo
tiempo que hacía un esfuerzo de precisión extrema con sus
matemas, sus grafos y con las fórmulas que imitan a las
matemáticas, a las que se refería, no con términos como
“girar en torno a”, sino como “es eso”. En nuestras
expresiones retóricas hemos incorporado, habitualmente a
forma de coletilla, formas de hablar tales como “del orden
de”, “del tipo de”, “algo como”… Hay que afirmar que al
oírlas en una exposición crean una especie de
incertidumbre que no creo que propicie decir aquello de lo
que se trata.

Pero ese hablar tangencial no se confunde con el hablar de


otra cosa, pues ese tangencial es para. La palabra, en el
pensamiento de Lacan, tiene por objetivo alcanzar,
conseguir dar en la blanco (mettre dans le mille). Esta es
una expresión que puedo asegurar que me interesa desde
hace mucho tiempo. Incluso llegué a suponer, hace poco,
que es a causa de esta expresión de la lengua que estaba
predispuesto a servir de diana y que encontraba en ello
cierta felicidad.

En psicoanálisis el buen hablar tangencial, el legítimo, es


diferente del hablar de otra cosa y distinto del escapismo.
La literatura psicoanalítica da a menudo, e incluso muy
frecuentemente, la sensación de ser escapista en relación
con la teoría de la práctica.

Escapismo, ¿quieren que lo escriba en la pizarra? El


escapismo es el hecho de escaparse. En francés lo
encuentran en la palabra, muy corriente, “escapada”.

Intento desde hace mucho tiempo reflexionar sobre, no sólo

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cómo hablar de la experiencia analítica, sino también cómo


se habla de ella, es decir, cómo se da cuenta de ella o no se
da. Hay una consistencia en las formas de hablar sobre el
psicoanálisis. No se trata simplemente de vestirse de
domingo para ir a hacer una exposición en el Seminario. Se
trata de cómo se habla al nivel de la práctica. Esto nos
llevaría a algo que no llamaría una crítica de la razón
psicoanalítica, porque este título célebre ha sido ya
demasiado usado, pero sí una crítica del discurso
psicoanalítico, en el sentido de una crítica de las formas de
decir del psicoanálisis.

En el fondo con esta introducción doy vueltas en torno a la


cuestión que me planteo, que me planteo de verdad puesto
que he avanzado muy poco con respecto a ella, la de saber
si cuando nos referirnos a Lacan, mientras le tomamos
prestado su vocabulario y a veces su retórica, nos ceñimos
a la subversión del sujeto en la forma en que hablamos de
la experiencia analítica. Precisamente, porque no estoy
persuadido de ello, es por lo que me meto con nuestras
formas de hablar. Lo hago, no para censurarlas, sino al
contrario para aprender algo, y constato que podemos
repetir mil y una veces que el sujeto es un efecto y que su
causa es el significante, tanto da que hablemos de hecho
del sujeto como de un centro de iniciativas.

El sujeto de la ciencia y el sujeto


responsable
Indiqué la vez pasada cómo en los textos de Lacan la
posición, la tesis, de que el sujeto no es más que un efecto
era compatible con lo que se puede encontrar en sus
escritos como, por ejemplo, “la intención de significación”,
“la voluntad de goce” o “la decisión del deseo”. Constato y
espero que me sigan en este punto, que tomamos de buen

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grado como tema, que destacamos gustosamente, el deseo,


el goce, la significación, pero que los otros términos como la
intención, la voluntad, la decisión, se vuelven más discretos
entre nosotros.

Voy a arrojar un poco de luz sobre esto. Tanto más cuanto


que, singularmente, cuando se expone la práctica, por
ejemplo en lo que llamamos control y también en los
encuentros de analistas, esos términos están de forma
mucho más presentes. ¿Hay que pensar que a este
respecto vamos atrasados en la teoría?

Sabemos ciertamente que el sujeto no es más que un


efecto, pero no podemos evitar hablar de él como de una
iniciativa, de una espontaneidad. ¿Vamos atrasados? ¿Qué
otra cosa hay ahí que aún no hayamos pensado?

Para articular como problema esta dificultad obscura,


encuentro un apoyo en el escrito de Lacan que indiqué la
vez pasada y que es el último de sus escritos, La ciencia y
la verdad. Dicho escrito fue elaborado precisamente, y eso
es en todo caso lo que presenta de entrada, para articular el
psicoanálisis y la ciencia respecto a lo que les sería común,
precisamente el sujeto.

Esa tesis, digámoslo todo, tuvo su repercusión, sobre todo


en el medio analítico después de que la aceptamos, y nos
encantó que el sujeto sobre el que el psicoanálisis opera
sea el de la ciencia. Eso nos gustó realmente. Se trata del
sujeto cartesiano tomado en el momento de su emergencia
como cogito ergo sum, es decir tomado entre pensamiento y
ser, aunque este ser, en esa misma fórmula, se da como un
ser de no ente, como un vacío, un corte, una discontinuidad
en el ente, como no-sustancial. Debo señalar a continuación
que el de la ciencia es un sujeto que se define por relación
al saber y que el saber a este respecto es antinómico de la
ciencia. Dicho sujeto de la ciencia surge por relación a un
saber que consiste en un rechazo. Descartes obtiene su
sujeto a partir de un rechazo de toda representación, es

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decir, para nosotros, traducido a nuestros términos, por un


rechazo de lo imaginario que es prolongado por un rechazo
hiperbólico de todo saber, es decir, de lo simbólico.

Ese sujeto de la ciencia, sujeto correlato de la ciencia, no se


instaura más que por un momento que consiste en un
rechazo del saber. Es un sujeto que no cree en nada, en
nada más que el cogito ergo sum. ¿Se trata de una
deducción? Hay al menos un “entonces”. Cree al menos en
un “entonces”, ergo.

Fue sobre la base de ese rechazo de todo saber y de toda


representación anterior que el saber científico se estableció,
una vez vaciados los armarios de saber, como el del
aristotelismo de la Sorbona y sus fantasías doctrinales.
Ciertamente, no nos imaginemos que la universidad es
contemporánea de la ciencia. ¡En absoluto! Tampoco lo es
de la medicina, que apareció mucho antes que la ciencia y
que la universidad también. La universidad surge en el Siglo
XII, cinco siglos antes de la emergencia del discurso de la
ciencia como tal. No hay adecuación ni entre la medicina y
la ciencia, ni entre la universidad y la ciencia. Es efecto de
una alianza posterior. Por lo que respecta a la medicina todo
indica que la ciencia la destruye en su fuero interno. Lo que
estamos viviendo actualmente como crisis ininterrumpida de
las universidades no deja de estar en relación con las
formas desarrolladas del discurso de la ciencia.

Así pues a Descartes le hizo falta hacer tabula rasa de lo


que se enseñaba como saber para instaurar, para anunciar,
un nuevo modo de saber que es el científico y que supone,
precisamente, por ejemplo, que no se considere que el
modo esencial de saber es la erudición, que no se
considere que lo que dirige y orienta es saber lo que se ha
dicho antes, su antología, su listado, el intento de armonizar
a los autores antiguos entre ellos. La construcción del saber
científico supone, por otra parte, que se recupere la fe en el
Otro. Aunque el momento de emergencia del cogito se
establece por el rechazo de la fe, ni que sea en la evidencia,

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es preciso, por otra parte, rehacer la alianza con el Otro, es


decir creer en Dios e incluso darse cuenta de que no podría
formularse el cogito ergo sum más que sobre la base de ese
Otro.

Pero ese sujeto de la ciencia, del cogito ergo sum, no es el


sujeto del imperativo freudiano, el sujeto que corresponde al
Wo Es war, soll Ich werden. Del sujeto de la ciencia, todo lo
que sabemos, lo que podemos decir, es que es inasible,
incluso, una vez constituida la ciencia, que ha sido abolido.
No podemos hablar de él más que en términos del ser, es
decir, que es donde no es. La cuestión del sujeto cartesiano
se plantea en la escisión entre el ser y el no ser, y ese no es
en absoluto el caso del sujeto del deber.

Hay pues una diferencia entre el sujeto cartesiano y el


freudiano. No constituye ningún exceso que Freud formule y
que Lacan acentúe ese Wo Es war, soll Ich werden. Quien
se presenta a análisis lo hace en busca de un cambio,
teniendo que ser otra cosa, teniendo que advenir a un
nuevo modo.

A este respecto, no resulta evidente considerar que el sujeto


del psicoanálisis es el de la ciencia. Incluso podríamos decir
que todo indica lo contrario, que se trata de un sujeto de la
ética más que de un sujeto de la ciencia. Hay que valorar
esta diferencia sobre la que pasamos demasiado
rápidamente al adoptar la tesis de Lacan de que el sujeto en
psicoanálisis es el de la ciencia. Lacan consideró esta
diferencia. Desde el momento en que enunció que el sujeto
en el psicoanálisis es el de la ciencia, lo compensó
previniendo un malentendido, un malentendido interesado.
Pues si el sujeto en el psicoanálisis es el de la ciencia,
entonces podríamos decir que todo está permitido, que el
sujeto es irresponsable.

Ciertamente el sujeto de la ciencia es irresponsable, lo


vemos todos los días. Es por eso por lo que se intenta
acompañar el discurso de la ciencia con comités de ética

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como se los llama en la actualidad. Uno puede darse cuenta


de que el sujeto de la ciencia como tal se ha desbocado. Se
intenta proponer a algunos espíritus destacables que le
inculquen un poco de civismo. “¡No tan rápido, que
podamos seguir el paso, que podamos hacernos a la idea!”
Se les encarga la tarea a algunos médicos que están ahí
precisamente, cabe suponer, como herederos del antiguo
humanismo.

Puede verse entonces con claridad la diferencia entre la


medicina y la ciencia. De hecho, en cuanto un científico se
decanta un poco demasiado hacia lo moral, cuando
empieza a sentirse responsable de aquello de lo que es
agente, se llega a un punto límite. Le ocurrió a
Oppenheimer con la bomba H. Fue condescendiente con la
bomba A, pero con la H dijo basta. Entonces lo llevaron ante
un tribunal y eso constituye por encima de todo una gran
enseñanza. Como mínimo fue sometido a un juicio moral, se
consideró que no era fiable como sujeto de la ciencia,
precisamente porque quería ser un sujeto responsable.

Hay una antinomia entre el sujeto de la ciencia y el sujeto


responsable, y esa es la razón por la cual cuando Lacan
formula que el sujeto del psicoanálisis es el de la ciencia,
establece a continuación una línea de demarcación que
resulta enigmática, dado que es contradictoria con la
primera. “Es allí sin embargo donde debe tomarse un
deslinde” dice en la página 837 de los Escritos 2 que ya cité
hace quince días, y continúa con “De nuestra posición de
sujeto somos siempre responsables”. Admite que se llame a
eso “terrorismo” y ya dije la última vez que aceptaba de
buen grado esa denominación de terrorismo.

Terrorista no significa irresponsable, sino que, bien al


contrario, se trata del terrorismo de la responsabilidad, del
terrorismo consistente en que no somos absueltos de
nuestra responsabilidad por ningún determinismo.

No hay psicoanálisis concebible para un sujeto si éste se

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imagina que no está implicado en su síntoma. Bien al


contrario. En la práctica las entrevistas preliminares se
refieren a este “no estoy implicado”. Se trata de saber si ese
“no estoy implicado”, que es disculpable, se está decidido a
mantenerlo, si va a permanecer intacto, o bien si es posible
modificarlo, si a ese sujeto se le puede responsabilizar. Ya
conocen –y no la voy a explicar– la crítica que Lacan hizo
de la posición subjetiva llamada del alma bella, cuya
referencia encuentra en Hegel, que la emprende contra el
orden del mundo sin darse cuenta de la parte que le
corresponde en este orden y de que es responsable de su
posición subjetiva. Lacan relee desde esta perspectiva “El
caso Dora” y eso le permite captar la lógica de la
intervención de Freud.

Dicho de otra manera, cuando se pide análisis es para


hacerse disculpar [dédouaner]. Es por eso por lo que el
analista es un aduanero [douanier] que puede hacer
contrabando. Ya saben que es con este término
“contrabando” como Lacan indicó la posición del obsesivo
en algún lugar de los Escritos,1 del obsesivo que se hace
disculpar en todo momento, es decir, que continuamente
saca cosas de su maleta para que el aduanero opine o le
haga pagar.

He viajado recientemente y hay que fijarse en cómo son las


cosas. Hay los pasillos verdes y los rojos, cuando se
atraviesa la aduana, y cada uno debe decir lo que tiene que
declarar. Evidentemente quien pide análisis no se dirige al
pasillo de “nada que declarar”. Los que lo hacen son los
deshonestos. Los que verdaderamente piden análisis
caminan por el pasillo de “alguna cosa que declarar”, el de
la luz de color rojo. En ese caso, evidentemente, vacían la
bolsa y pagan en razón de ello. Después, una vez hecho
esto, se sienten libres como el aire. El neurótico, sin
embargo, es aquél que tiene la honestidad de darse cuenta
de que, tras haber pagado en la aduana por todo lo que
creía que había en su bolsa, aún ha pasado algo de

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contrabando. Entonces vuelve a hacer el trayecto, vuelve a


pasar por el aduanero, su maleta vuelve a estar llena. En el
fondo, si hablamos en términos de goce, goza cada vez que
llega a pasar algo de contrabando. Es un contrabandista
continuamente disculpado.

Esto es lo que está presente en la noción que existe,


aunque sea poco clara, de que el psicoanálisis, en el fondo,
pone de manifiesto las prohibiciones y de que se refiere de
una manera muy primaria al sentimiento de culpabilidad, tal
como Freud lo distinguió de entre los afectos. Habló de la
angustia, pero también del sentimiento de culpabilidad.
Tanto la noción de prohibición como la de culpabilidad se
refieren al orden moral. Mientras que para el sujeto de la
ciencia no hay precisamente prohibiciones y eso es lo que
le da miedo a todo el mundo, excepto a algunos optimistas
complacientes. Se intenta introducirlas desde el exterior, lo
que nos permitirá darle de nuevo su lugar a otro concepto
que no hay que olvidar. Si existe lo prohibido, también
tenemos lo permitido.

Sería más divertido ocuparse de lo permitido en


psicoanálisis, más que de lo prohibido. Saber lo que está o
no permitido en psicoanálisis es una gran cuestión. Por
ejemplo, ¿a quién hay que permitirle ser analista? En el
fondo hay todo un conjunto a quien Freud permitió existir,
que es la Asociación Internacional de Psicoanálisis, a la que
prefiero llamar IPA de acuerdo con sus iniciales en inglés.
La IPA se estableció a partir de la emisión del permiso para
psicoanalizar y trató de convencer a todo el mundo de que
sólo ellos podían conceder dicho permiso. En el fondo no
duró mucho, sólo pudieron mantenerlo durante un corto
periodo, ya que Lacan les cortó las alas al formular que el
analista sólo se autoriza a partir de sí mismo. Se trata de
una especie de prohibido prohibir, pero que finalmente no
hizo más que dar una fórmula a lo que sucede de hecho.

Aparentemente para algunos lo que resulta permitido en


psicoanálisis no ha sido aún establecido. Hay al menos

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todavía cierto número de personas que teniendo –ellos


creen– su licencia para analizar en mano se imaginan que
la sesión corta no está permitida en psicoanálisis, que sólo
está permitida la sesión de cincuenta y cinco minutos, lo
que le permite a la mayoría, por otra parte, no hacer más
que cincuenta minutos, cuarenta y cinco, a veces treinta…
haciendo contrabando con su IPA. No hay que decirlo, sin
embargo.

Pues bien, nosotros, que tomamos como referencia a


Lacan, hacemos no sólo sesiones de tiempo variable, sino
cortas, muy frecuentemente cortas y a veces ultracortas. Y
no sólo consideramos que está permitido en psicoanálisis,
sino que resulta altamente aconsejable. Quizás volveremos
a tratar sobre ello este año con el debate que algunas
publicaciones recientes se esfuerzan por lanzar y animar,
mientras que se admite, al menos en Francia, que ya está
regulado.

Lacan consideraba que al final de un análisis no es sólo que


se tenga otra relación con lo prohibido, sino que también se
la tiene con lo permitido. Y como no le temía a nada, son
más bien los que deben leerlo los que sí temen, se permitió
escribir cosas un tanto osadas, teniendo en cuenta que a
nadie le iban a pasar por alto, y habló –está escrito con
todas las letras– del permiso a la perversión al final de un
análisis. Así es, el corazón, el núcleo del goce, es perverso.
Freud lo sabía y no habló de la perversión polimorfa infantil
para que uno se imagine que en el adulto, categoría
engañosa en psicoanálisis, habría un monomorfismo
normalizador. No hay ninguna razón para que se pase de la
perversión polimorfa a ese monomorfismo.

A la espera del permiso de perversión, se trata de saber lo


que uno quiere hacer y quién quiere entonces hacerlo.
Cuando aún se es neurótico se está en la deuda y en el
fraude. Reservo el término deuda para el obsesivo y el de
fraude para la histeria.

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Espero haber señalado suficientemente la diferencia entre


el sujeto de la ciencia y el de la ética, es decir, el del
derecho, con el que estamos claramente en relación en
psicoanálisis, tal como lo demuestran los términos
prohibición, permiso, culpabilidad, fraude, etc. Pues bien, el
esfuerzo de Lacan, el que le permitió formular que el sujeto
en psicoanálisis es el sujeto de la ciencia, consistió en
buscar cómo se articulan ambos. Lo discutió y así lo hace
constar, por ejemplo, cuando trata de Lévi-Strauss y de su
reducción científica del sujeto cuando articula la
combinatoria de los mitos.2

Yo subrayo la misma cuestión. En el fondo, en el


estructuralismo del mito, uno no se preocupa por la
“naturaleza del mitante” para poder recomponer esa
combinatoria gracias a las informaciones que el sujeto
puede aportar. Uno no se preocupa por la naturaleza del
sujeto, como productor de mitos o como su consumidor,
para hacer esa ciencia de los mitos que pasa por
recogerlos, ver sus diferentes versiones, su clasificación y
por una amplia combinatoria de transformaciones de sus
diferentes elementos, de los mitemas. No matemas, sino
mitemas que son los matemas del mito.

Para recomponer esa combinatoria hay una cuestión que no


debe plantearse y es la de saber si realmente y de qué
forma los mitantes creían en ella. Eso nos llevaría a un
registro completamente diferente, el de si creían o no. Sólo
hay que pensar en la relación bastante compleja que
mantiene el creyente con su fe entre nosotros. La fe es una
especie de escepticismo a veces colindante. Existe al
menos una posición que consiste en tomarla y dejarla, y que
en ciertos campos está completamente autorizada por la
jerarquía. Por eso Lacan decía que la única religión era la
católica. Es en ella donde se sabe establecer la diferencia
entre la combinatoria teológica, si puede decirse así, y la
conformidad o adhesión a ella que se le puede reclamar al
sujeto. Hay un saber muy preciso de las modalidades de

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adhesión al significante religioso. Si uno de esos llamados


salvajes tomase como informador a un creyente de nuestra
cultura que le hablara, por ejemplo, de la Santísima Trinidad
o de la Inmaculada Concepción, sin comunicarle la posición
de reserva que puede tener con respecto a esos dogmas,
concluiría que los salvajes somos nosotros. En definitiva,
encontraría en esa teología el equivalente de las mitogenias
lévi-straussianas. No se formaría la idea de que no creemos
en ello como en que dos más dos son cuatro.

Quizás se hayan hecho una idea de las modalidades del


asentimiento subjetivo que no son en absoluto deducibles
de una articulación significante. Podemos tener una
articulación significante, ya sea la del mito o la teológica,
que posea su consistencia, pero saber la implicación
subjetiva en relación a esos significantes corresponde a otro
registro.

Así lo formula exactamente Lacan cuando dice que Lévi-


Strauss sólo puede construir sus mitogenias a condición de
“rechazar” fuera del campo de la estructura el asentimiento
del sujeto en tanto que mitante. Dicho sujeto, cuyo
asentimiento no se cuestiona, no es escrito por Lévi-Strauss
como S/, sino que él simplemente lo llama “ego”, y ese
“ego” es sólo un punto del que no tienen nada más que
decir. Por eso Lacan se ve llevado a deducir que en ese
estructuralismo la construcción no tiene como correlato a un
“sujeto responsable” –encontrarán el término en la página
841 de los Escritos 2– sino al sujeto de la ciencia.

Quizás con esto baste para entender que la tesis de que el


sujeto de la ciencia es aquel sobre el que opera el
psicoanálisis no lo dice todo. En efecto, ¿es posible en
psicoanálisis rechazar fuera del campo el asentimiento del
sujeto? ¿En qué medida es ello posible? Bien, por una parte
es preciso hacerlo, pues eso es lo que quiere decir la
interpretación analítica.

Si creen que su interpretación como analistas es el

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asentimiento del sujeto, tenemos un problema. Es evidente


que la interpretación del analista se funda en el rechazo
fuera del campo de la estructura del asentimiento del sujeto.
Eso es lo que le permite al analista decir: “Así es, es así
como eso se combina, aunque no esté de acuerdo”. Dado el
caso, eso es lo que le permite al sujeto darse cuenta de
que, a pesar de que rechace dar su asentimiento, es así
como eso está dispuesto. Por esta parte, pues, es sobre
sujeto de la ciencia sobre lo que el psicoanálisis opera, en
cierta forma un sujeto que no puede opinar.

Por más paradójico que pueda parecer, el sujeto de la


asociación libre no puede opinar, sino sólo decir lo que
tenga que decir, nada más que eso. Lo que tenga que decir
sobre lo que ha dicho es una continuación, pues no se trata
de ningún metalenguaje. Una vez que ha dicho algo puede
negarlo, pero la interpretación analítica es: “Tú lo has
dicho”. Incluso, “Yo no te lo he hecho decir”, fórmula de
Lacan a la que trato de darle su lugar preciso aquí.

La interpretación, como interpretación de la denegación,


supone esa reducción del sujeto al sujeto de la ciencia, es
decir, al sujeto al que no se le pide su opinión. No se le pide
la opinión sobre lo que hay, sino que hable. Se cuenta con
que lo que va a decir se ordena solo. Ciertamente se
imagina que puede dar su opinión. No podría suponer lo
contrario y por lo tanto toma una posición respecto de lo que
ha dicho, pero esa toma de posición forma parte de lo que
ha dicho. Se pone al mismo nivel, pierde relieve en relación
a lo que ha dicho, no puede sobresalir. Evidentemente se
practican cortes de forma que haya división entre las
sesiones, lo que permite adoptar luego una perspectiva
sobre lo que se ha dicho anteriormente. De todas formas,
desde el punto de vista del sujeto de la ciencia hay
encadenamiento.

Eso es lo que significa en el nivel de la práctica que se


opera sobre el sujeto de la ciencia. Sin embargo ello no
elimina lo que quiero plantear como un problema, una

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paradoja, la antinomia existente entre el sujeto de la ciencia,


que no puede expresar su opinión, y el sujeto responsable
al que, sea lo que sea, apelamos. Creo que esta antinomia
está presente en todas nuestras presentaciones de
experiencias. Por una parte podemos plantear, sin duda,
que el sujeto está vacío, que lo reducimos a un punto, a un
conjunto vacío, pero por otra parte lo convertimos a pesar
de ello en una espontaneidad responsable.

¿Cómo solucionarlo? Pasando de un lado al otro con gran


una rapidez de manera que nadie, ni nosotros mismos, se
da cuenta. De todas formas, si detenemos ese movimiento,
el problema persiste y esa es la cuestión que Lacan se
plantea en La ciencia y la verdad.

Forclusión en la ciencia
Quisiera destacar a continuación que el término que he
señalado, el del rechazo del saber por parte del sujeto
cartesiano, que es el sujeto de la ciencia, permite
comprender por qué pudo Lacan, en aquel momento, hablar
de psicosis en relación a la ciencia, por qué situó una
forclusión en el inicio del discurso de la ciencia. En otras
ocasiones evidentemente comparó al discurso de la ciencia
con el de la histeria y ya veremos por qué.

Así, Lacan destacó una forclusión en la ciencia que consiste


en ese rechazo del saber, en ese rechazo inicial que lo es
también de la creencia. Se dice que para que haya espíritu
científico se requiere proscribir todo prejuicio. Una
experimentación, una deducción, la explicitación de
axiomas, por ejemplo, pertenecen al orden del rechazo de
toda creencia. Se cierra la puerta a lo que había antes. Para
inventar la ley sobre la caída de los cuerpos es preciso
empezar por rechazar toda evidencia empírica. Para
formular que los planetas giran unos alrededor de los otros,

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El sujeto de la ciencia y la bejahung* – Freudiana 3/6/20 17:58

que se atraen, hay que cerrar los ojos a toda evidencia y


calcular. Leibniz llamó a la lógica el pensamiento ciego. En
nuestro lenguaje esa ceguera es un rechazo, una forclusión
de toda creencia que aparece al inicio de cualquier teoría de
la ciencia. En este sentido, el principio de la epistemología
es la forclusión.

Evidentemente Lacan pasó de una traducción a la otra en el


caso de la Verwerfung freudiana, pasó del rechazo a la
forclusión. Empezó llamándola rechazo y después prefirió
traducirla como forclusión. La palabra forclusión, que en el
fondo es estática, dice que queda fuera. Deja escapar,
evidentemente, la indicación que hay en el término rechazo.

Bejahung, denegación,
negación
Podría tener interés, ya lo he indicado anteriormente,
recuperar el término rechazo. Ya saben que en su texto La
negación y en la reconsideración que Lacan hizo de él –eso
está en los Escritos– figura ese término tan importante para
Freud que es la Bejahung. Precisamente sobre eso es
sobre lo que opera la Verwerfung. Para Freud, en la
Bejahung se trata de la dimensión que da la raíz del juicio
atributivo, es decir, de la condición necesaria para que uno
pueda decir de algo, sea lo que sea, que es. A este respecto
se trata de una dimensión primordial. Es la condición misma
para que algo exista, o más bien, para que algo sea. La
Bejahung está ahí donde se opera el “¡Hágase la luz!” y la
luz se hizo, fue Lacan quien lo dijo en aquel momento en
términos bastante heideggerianos: “Es la condición
primordial para que de lo real venga algo a ofrecerse a la
revelación del ser”.3

El término Bejahung se traduce habitualmente por

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afirmación. Se trata de la noción que resulta determinante


para la estructura del sujeto, pues indica hasta dónde llega
su afirmación inaugural. No es hasta un tiempo después, y
teniendo como fundamento esa afirmación, que la represión
freudiana puede tener algún sentido, si el psicoanálisis
implica, precisamente, que se pueda saber alguna cosa de
lo que ha sido reprimido. Si se sabe alguna cosa,
precisamente en la denegación, si se sabe algo en el
síntoma, es preciso que antes de la negación, del
desconocimiento, haya habido un reconocimiento primario,
o al menos, un conocimiento primero. Es preciso que
primero se haya admitido y la Bejahung es esta admisión
primera.

En un segundo momento tenemos la denegación, el


proceso de denegación y de deformación, y es a posteriori
que se espera que gracias al análisis se llegue a poder,
mediante una negación de la negación que es la represión,
admitirlo de nuevo.

Los términos cuyo uso equívoco en Lacan mismo les


señalaba, “hacer sentir al sujeto”, “hacerle saber”, “hacerle
darse cuenta”, se sitúan en el número 3. Eso es lo que
permite a la Bejahung desvelarse, y es ahí, evidentemente,
donde se puede hablar de la verdad como Aletheia, como
desvelamiento.

La noción de Verwerfung, de rechazo primordial, afecta a la


Bejahung misma, la pone en entredicho. Por eso Lacan
creyó adecuado oponer, usando los términos freudianos, la
Verneinung, que se da en el nivel 2, a la Verwerfung, la
forclusión, como distinta de la represión y situada en el nivel
1, donde hace que una Bejahung esencial no opere.

Ya conocen la posición de Lacan, tan brillante y clarificadora

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que incluso cambió la problemática de contexto: que la


Bejahung esencial, para que el orden del símbolo se
mantenga unido, es la Bejahung del Nombre del Padre. Si la
Bejahung del Nombre del Padre está asegurada, estamos
en la neurosis. Por el contrario, si no ha habido Bejahung,
sino forclusión, rechazo del Nombre del Padre, entonces se
trata de psicosis. Es decir, que eso que para Freud era la
afirmación primordial, afirmación que está en la base de la
posibilidad del juicio atributivo, es para Lacan simplemente
la simbolización. Es preciso que lo real haya sido
simbolizado –aunque puede darse el caso de que sea
negado– para que en el análisis pueda llegar a decirse. Sólo
si previamente ha sido simbolizado, puede llegar a decirse
en análisis. Eso se sabe, aunque no se aborden sus
términos exactamente así, se sabe.

No soy un gran germanista, como ya saben, pero quiero


hacer énfasis en ese “ja”. La partícula “be” del inicio es un
intensificador de lo que en el fondo es un sí fundamental.
Podemos volver ciertamente, como lo hizo Lacan, a la
simbolización, a lo simbólico etc…, pero lo que también está
presente en la Bejahung es ese sí al que se opone el
rechazo que hay en el núcleo de la forclusión. Un sí que es
una acogida, un asentimiento del sujeto, un consentimiento.

La tesis de Lacan es que sin duda alguna hay una


estructura, una combinatoria, se crea en ella o no. Tanto si
se cree en ella sólo un poco, como si se cree mucho o
apasionadamente, ahí está en la locura. En general, en la
locura no se cree en ella, pero de hecho hay esa estructura.

Lo que, sin embargo, no es eliminable de la relación con la


estructura es el asentimiento o su falta, las modalidades del
asentimiento que el sujeto da. Es como en el caso de la
Trinidad. Se ha dicho bastante que esa era una de las
debilidades de la teoría de Freud. Lacan, al respecto, fue
más allá de la Santísima Trinidad para plantear el santísimo
cuaternario que ya he comentado con anterioridad. Es como
lo que quizás aceptaron cuando me referí a la complejidad

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de la modalidad subjetiva en relación a los dogmas, todo es


cuestión de creencias. Por eso Lacan llegó a decir que la
creencia, la fe, era la forma más profunda de relación del
hombre, del hombre con la realidad, en el momento en que
lo dijo. Habría que decir que se trata de la relación más
profunda del hombre con el significante, con la estructura.
Es cuando hay un sí fundamental del sujeto como base,
aunque se presente diciendo que miente como el sujeto
histérico, cuando podemos afirmar que dice la verdad. No
se trata de lógica matemática, sino de experiencia clínica.

La negación de la negación puede practicarse a partir de


ese enunciado. Es con esa condición que si el paciente dice
“nunca más, adiós, etc…” le pueden contestar que “Por
supuesto, mañana a la misma hora”. No lo hacemos
sistemáticamente, pero lo que quiero decir es que se basa
en esa estructura, en el hecho de que hay un sí en algún
lugar. Para que haya análisis es preciso que haya habido
ese sí.

Evidentemente el fundamento de esto es la idea de que


incluso si no se cree, aunque se rechace la propia creencia,
el orden simbólico no deja de existir. No porque se forcluya
el significante del padre se convierte en imaginario. Bien al
contrario, a partir del momento en que no se admite a título
de símbolo, retorna en lo real en la medida justamente en
que el psicótico no cree en él. Así lo muestra la alucinación.
En la medida en que no existe para el sujeto, empieza a
existir fuera y a aparecer en lo real, de acuerdo con los
términos de Lacan.

En la teoría de la forclusión hay un rechazo implicado, una


supresión. La estructura está ahí, completa a su manera, y
el sujeto suprime un elemento de su Bejahung. En el fondo,
esto no hace más que acentuar la paradoja que he
presentado.

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La causa
Es preciso que enuncie el término que para Lacan hace de
mediación entre el sujeto de la ciencia y el sujeto
responsable. Es un término que usamos corrientemente,
pero al que quizás no le otorgamos su justo lugar. Se trata
del término causa.

Es un término que no se nos perdona. Sólo hay que ver a


aquéllos en quienes Lacan pensaba cuando habló de la
deshonestidad de los irresponsables. Sus alumnos
anteriores a 1963. Cuando se les dio la oportunidad de ir a
buscarla, lo que trajeron fue que la noción de causa es
incompatible con el psicoanálisis. Vean las miradas que
dirigen a la École de la Cause freudienne. Se les quedó
atravesada. Se imaginan que la causa significa que se es
un zelote. Se sienten cómodos en su sillón del club, para
ellos la causa evoca directamente la militancia y es mejor
quedarse en sus propiedades…

La palabra causa les vuelve locos agresivos. También a los


otros, a los que abandonaron el barco de Lacan en el 80-81
y a los que cierto número de quienes se encuentran aquí
conocen, les pone furiosos. Ya conocen su
irresponsabilidad. No hay que imaginarse que se deseara
que tales valientes hicieran el ridículo, todo lo contrario, la
partida de aquellos mayores, como se les llamaba, creó
temporalmente un vacío. Pero, en fin, hay que decir que
contra la irresponsabilidad no se puede hacer nada. Hizo
falta que algunos más jóvenes y que no tenían ese destino,
tomaran posición y se juntaran bajo la égida de la Causa
freudiana para mantener en su dignidad la continuidad que
podía darse a la enseñanza de Lacan.

Dado que la responsabilidad implica precisión, por lo que a


la causa respecta, en Lacan hay que ir a la página 847 de
los Escritos 2, donde es cualificada con el término de
medium. Estamos al final de un movimiento cuyos

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momentos podemos ver en los textos inmediatamente


anteriores, primero en Subversión del sujeto y dialéctica del
deseo en el inconsciente freudiano, después en Posición del
inconsciente, y finalmente en La ciencia y la verdad, donde
se establece efectivamente la causa como medium entre el
sujeto de la ciencia y el sujeto responsable, entre el cogito
ergo sum de Descartes y el soll Ich werden de Freud. Esto
llevó a Lacan a formular de forma misteriosa que esa causa,
cuyo significante encuentra en el ergo del cogito, es
recubierta por el soll Ich, por el “debo” o el “¿debo?” Vean lo
que dice en la página 843: “Ahora bien, esa causa es lo que
recubre el soll Ich, el “debo” de la fórmula freudiana, que, de
invertirse su sentido, hace brotar la paradoja de un
imperativo que me insta a asumir mi propia causalidad”.4

Tal proposición, “un imperativo que me insta a asumir mi


propia causalidad”, resulta esclarecedora. Es así como él
formula el imperativo que está presente en el análisis. No se
trata de un imperativo correlativo de la libertad, sino de una
causalidad. El imperativo kantiano “Actúa de tal forma
que…” insta al sujeto a asumir su libertad. Es, al menos, la
forma en que puede saber que es libre, porque puede ser el
sujeto de imperativo universal. El imperativo freudiano,
como Lacan lo manipula, remite al hecho de que soy
causado.

Podemos servirnos por supuesto de los equívocos que la


lengua francesa5 permite respecto de la palabra causa. Soy
causado. En el fondo eso reafirma el determinismo
freudiano, pero se le suma la cuestión de saber si lo asumo
o no.

Asumir, bajo la pluma de Lacan, viene directamente del


existencialismo. Fue la palabra de moda en la postguerra.
¿La asumes o no la asumes? Pero aquí, con Lacan, se
trata, si puede decirse así, de un existencialismo al revés,
que consiste no en asumir mi libertad sino mi causalidad. Es
por eso por lo que Lacan en ese texto recurre a la Cosa,
pues en efecto la causa va con la Cosa. En italiano, por otra

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parte, se dice de la misma manera: cosa.

La cuestión nos remite a esta problemática que ya apunté


en La ética del psicoanálisis y que dejé, en su momento,
como una pregunta para más tarde, la de la posición
primera del sujeto para con la Cosa, respecto a aquello con
lo que en primer lugar el sujeto entra en relación, relación
que justamente se formula en términos de fe, de creencia,
de aversión, de atracción, o de compulsión. Me refiero a ese
primer término, a ese primer término Otro con el que el
sujeto está en una relación patética, con relación al cual el
sujeto establece una distancia inicial que Freud denominó
defensa y de la que la represión es al fin y al cabo una
modalidad, aquello de lo que el sujeto en primer lugar tiene
que defenderse. Para decirlo en los términos de Lacan, es
ahí donde adopta hablando con propiedad “su orientación
subjetiva”.

Puede afirmarse que se trata de algo anterior al matema, al


que condiciona. Lacan, en su momento, lo tildó de “afecto
primero anterior a toda represión”. Ya lo he indicado. Dicho
afecto primario, anterior a toda represión, muestra con
claridad el nivel de la Bejahung donde se juega la
orientación del sujeto y en el que se hallan vinculados de
forma primordial el afecto y el consentimiento.

De lo que se trata con el término “causa” es de la conexión


entre el afecto y los modos de ese sí. Se hace presente
aunque el sujeto, por su parte, no se de cuenta. En la
experiencia analítica es el analista quien se da cuenta, pues
para estar en análisis hace falta que haya otro que diga sí y
eso es lo que en ocasiones te detiene.

La próxima vez volveré a referirme a esta Bejahung a nivel


de la entrada en la experiencia analítica.

ja.miller@orange.fr

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NOTAS
* Segunda clase del curso de Orientación
lacaniana de Jacques-Alain Miller Cause et
consentement, impartida el 18 de noviembre de
1987 en el Departamento de Psicoanálisis de la
Universidad París 8. Texto publicado con la amable
autorización de su autor.
** Jacques-Alain Miller es miembro de la ECF y
miembro de honor de la ELP.

1Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los


principios de su poder”. Escritos 2. Siglo XXI,
Buenos Aires, 2005. p. 613.

2 Lacan, Jacques. “La ciencia y la verdad”.


Escritos 2, op. cit, p. 841.

3 Lacan, Jacques. “Respuesta al comentario de


Jean Hypolite sobre la Verneinung de Freud”.
Escritos 1, Siglo XXI, México, 1988, p. 372.

4 Lacan, Jacques. “La ciencia y la verdad”.


Escritos 2, op. cit, p. 843.

5 N deT: En la lengua castellana también.

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