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No estamos pasando por un buen momento.

La epidemia está

remitiendo, al menos por ahora, pero a su paso deja muertos, despidos

y angustia; deja una huella que ojalá pudiéramos borrar. Pero

¿podemos? La vacuna no está a la vuelta de la esquina y algunos

tratamientos que parecían prometedores han sido descartados. Sin

ellos, la salida del confinamiento se presenta lenta y su sombra larga.

Precisamente por eso, porque necesitamos un bálsamo de fierabrás

que nos devuelva a la normalidad, estamos dispuestos a arriesgarnos, a

probar lo improbable y a correr riesgos. O al menos, así es como piensa

una parte de la población que, durante el confinamiento, ha empezado

a abrazar a las llamadas medicinas alternativas.

Un ejemplo es el MMS, un compuesto capaz de convertir las redes

sociales en una batalla campal, enfrentando en encarnizados debates a

seguidores y detractores. Según afirman quienes lo recomiendan, el

MMS es capaz de tratar no solo el coronavirus, sino todo tipo de

dolencias: desde una conjuntivitis hasta el mismo VIH. ¿Es esto cierto?

Si así lo fuera ¿por qué no se está comercializando? ¿Quién se

beneficia de toda esta polémica? Para saberlo tendremos que

sumergirnos en el tema, más allá de las opiniones y dejando a un lado

los prejuicios.
¿Qué es el MMS?

Estrictamente el MMS está compuesto por clorito de sodio (NaClO2) y

recibe su nombre de las siglas inglesas de “Solución Mineral Milagrosa”,

o “Solución Mineral Maestra”. No obstante, esto nos dice bastante poco.

De hecho, es posible que hayas escuchado que, en el fondo, se trata de

lejía, aunque esto no es exactamente cierto. Cuando hablamos de

“lejía” lo que todos entendemos es ese producto con el que limpiamos

nuestra casa, el cual no es clorito de sodio, sino hipoclorito de sodio

(NaClO), así pues, no son lo mismo.

Sin embargo, ambas sustancias tienen algo en común, son altamente

oxidantes. Esto significa que tiende a arrancar, de otras moléculas,

unas partículas llamadas electrones sin los cuales su estructura se ve

alterada. Y esa es la parte que tiene de verdad la afirmación, porque a

estos compuestos tan oxidantes, en química suele llamárseles “lejías”,

de forma genérica. Debido a estas similitudes químicas, el clorito de

sodio se usa para la purificación de agua, la limpieza y desinfección de

superficies e incluso blanqueamiento de papel. No obstante, el MMS no

es lo mismo que la lejía que tenemos en nuestras casas.


En cualquier caso, el uso que nos interesa ahora es otro, el cual

empezó a popularizarse en 2006, a raíz de un libro titulado: La Solución

Mineral Milagrosa del Siglo XXI. Jim Humble, el autor, cuenta en él

cómo, buscando oro en Guayana, parte de sus compañeros de trabajo

cayeron enfermos. Aparentemente sufrían paludismo, una enfermedad

causada por parásitos del género Plasmodium y más conocida como

“malaria”. Dado que la situación de sus compañeros empeoraba y no

había forma de contactar con un sanitario, Jim tuvo que improvisar. Así

pues, decidió darle a cada uno tres gotas del líquido que usaban para

potabilizar el agua de sus cantimploras, clorito de sodio. Cuenta el libro

que el resultado fue sorprendente y que en unas horas todos los

síntomas habían remitido gracias a aquella sustancia.

Algunas dificultades

Lo cierto es que existen algunas dudas sobre estos hechos. En primer

lugar, los compañeros de Jim no fueron diagnosticados oficialmente, por

lo que, sin las pruebas pertinentes, es difícil saber si padecían

realmente la malaria. Por otro lado, la historia se sostiene únicamente

en el testimonio del propio Jim, lo cual no es malo, pero sí insuficiente

para arriesgarnos a recomendar su uso. Aunque, por supuesto, que la

narración de Jim no suponga una prueba de su eficacia no niega la


veracidad del testimonio, tan solo la deja a la espera de datos más

sólidos que la respalden.

Una vez de vuelta en Estados Unidos, Jim decidió compartir su

descubrimiento, pero se encontró con algunas trabas. Al no contar con

estudios que apoyaran la eficacia del MMS, las autoridades no podían

legalizar su venta en clave de terapia. No obstante, existía una forma de

puentear el problema. Jim creó la Iglesia de la Salud y la Sanación

Genesis II. Aparentemente, el consumo de ciertas sustancias se vuelve

legal si se produce por motivos religiosos, como ocurre con la

ayahuasca. En cualquier caso, no podemos ni debemos juzgar las

intenciones de Jim, y aunque estas fueran malas, no sería motivo para

rechazar la eficacia del MMS, pues estaríamos cayendo en una falacia

genética. En ellas se rechaza la validez de algo solo por su origen, por

ejemplo: “Ser vegetariano es malo porque Hitler lo era”.

En estas mismas falacias caen aquellos que resaltan las declaraciones

más controvertidas de Jim, en las que afirmaba ser emisario de una

raza extraterrestre o haber sido ingeniero aeroespacial en la NASA,

cuando todo apunta a que no contaba con el título. Como he dicho, todo

esto no es relevante para valorar la eficacia del MMS, así que sigamos.

¿Cómo se supone que funciona?


¿Cómo funciona?

Aquellas personas que consumen MMS no lo hacen de forma directa.

Este ha de ser mezclado con un ácido débil, principalmente ácido

cítrico, como el de los limones, o clorhídrico como el que produce el

estómago, solo que más diluido. Al hacer esto tendrá lugar una reacción

compleja que, entre otras cosas, producirá dióxido de cloro, la molécula

concreta a la que los defensores atribuyen las propiedades curativas. El

dióxido de cloro es un gas un tanto inestable, más oxidante incluso que

el clorito de sodio. Basándose en esto, quienes lo recomiendan indican

que es capaz de arrancar electrones de la superficie de bacterias y virus

destruyéndolos cualquier microorganismo peligroso en cuestión de

horas. A fin de cuentas, este es el motivo por el que se usa para

desinfectar superficies, pero parece que este paralelismo implica

algunos problemas.
Diagrama del dióxido de cloro/Foto: Yikrazuul

Sin duda, si aplicamos dióxido de cloro a microorganismos depositados

sobre un pedazo de cristal, estos morirán. Aunque en estas

condiciones in vitro casi cualquier sustancia obtendrá los mismos

resultados, eliminando a los patógenos: desde el ácido sulfúrico hasta

la radiación ultravioleta y, por supuesto, el propio fuego. No obstante,

no podemos aplicarlos a la ligera en nuestro cuerpo, que es un entorno

profundamente complejo lleno de interacciones y sorpresas. Ese es,

precisamente, el motivo por el que resulta tan difícil predecir qué

fármacos funcionarán hasta que los probamos realmente.


Conocemos la forma en que se comportan sustancias con las

propiedades oxidantes del dióxido de cloro y efectivamente, son

capaces de arrancar electrones, pero no solo a bacterias, virus, hongos

y otros invasores que agredan a nuestro cuerpo. El dióxido de cloro es

una molécula, no tiene voluntad ni sabe lo que está haciendo, por lo

que reacciona ante todo con igual agresividad. No diferencia amigo de

enemigo, afectando tanto a los patógenos como a las células de tu

propio cuerpo, que recubren las paredes de tu boca y tu esófago, por

donde el dióxido de cloro discurrirá hasta llegar al estómago.

Durante este viaje la amplia mayoría de la sustancia se habrá inactivado

y la que reste seguirá afectando a las membranas de tus células y o a

aquello que hayas ingerido. Incluso si llega algo de dióxido de cloro

hasta tu intestino, tendrá que enfrentarse a una selva de bacterias,

entre las cuales muy pocas son malignas, siendo la mayoría parte de tu

beneficiosa microbiota, popularmente conocida como flora intestinal. Así

pues ¿cómo se supone que consigue el MMS atacar solo a aquello que

suponga un peligro?

La alcalinización del cuerpo

Otra de las explicaciones que suelen escucharse afirma que lo que

realmente hace este compuesto es que, durante este proceso de

oxidación, aumenta el pH de nuestro cuerpo volviéndose más alcalino,


lo cual destruye todo tipo de procesos malignos. Normalmente, para

respaldar este argumento suele recurrirse al trabajo del premio Nobel

en Medicina o Fisiología de 1931, Otto Heinrich Warburg, quien apreció

que los tumores se relacionan con entornos de pH bajo, o sea, ácidos.

No obstante, esto no quiere decir que el cáncer se beneficie del medio

ácido en el que se desarrolla, como muchos afirman. Las células

cancerosas tienden a dividirse mucho y para ello consumen grandes

cantidades de nutrientes. Al tener un metabolismo mayor, se producen

en ellas reacciones químicas que, inevitablemente, acidifican el medio,

pero como un residuo, no como un beneficio para el tumor. Así pues,

cambiar el pH del medio no hará gran cosa, a no ser, por supuesto, que

lo hagamos de forma extrema, en cuyo caso sufrirán tanto las células

tumorales como el resto de las que nos forman.

Es más, sabemos que es muy difícil que lo que comamos sea capaz de

alterar significativamente nuestra acidez. El cuerpo intenta mantenerse

estable, independientemente de lo que ocurra en el exterior. Si hace frío

tratamos de producir calor, si no encontramos agua reducimos las

pérdidas concentrando la orina, y si nuestro pH se altera también

ponemos en marcha mecanismos que permiten regularlo. Este

concepto se llama homeostasis y a él le debemos la vida, porque de

otro modo dependeríamos completamente de los caprichosos cambios


de nuestro entorno. Un ejemplo de estos mecanismos es la propia

respiración. De hecho, si nos forzamos a respirar apresuradamente

podemos eliminar tanto dióxido de carbono de nuestra sangre que

entremos en lo que se llama alcalosis respiratoria, siendo posible que

perdamos la consciencia. Porque claro, alcalinizarnos más de la cuenta

tampoco es recomendable. Por cauces algo distintos actúa el

bicarbonato, que funciona como una sustancia tampón, lo cual significa

que ayuda a reducir la acidez de la sangre.

En cualquier caso, la justificación del pH amplió los horizontes del MMS,

haciendo que algunos de sus defensores afirmaran que no solo podía

tratar enfermedades infecciosas, sino cánceres, diabetes, o incluso el

autismo. Teniendo esto en cuenta, era cuestión de tiempo que se

propusiera su uso para tratar el coronavirus. Aunque como hemos visto,

si nos fiamos de la teoría, el MMS no puede hacer nada para cambiar

nuestro pH, ni sanguíneo, ni estomacal. O, dicho de otro modo, para

que el MMS funcione haría falta que los conocimientos médicos más

básicos fueran falsos, algo que parece poco probable porque gracias a

ellos hemos podido revolucionar la calidad de vida, erradicando algunas

enfermedades y tratando lo que se creía imposible tratar. En cualquier

caso, la historia de la ciencia se caracteriza porque, de vez en cuando,

ideas que se creían claras y asentadas empiezan a mostrar brechas.


Las teoría puede fallar, pero poniendo las cosas en práctica es como

podemos comprobarlas de verdad, así que ¿qué dicen los datos?

Las experiencias

Cuando se discuten estos temas suele ocurrir lo siguiente: un grupo de

personas afirma algo controvertido y entonces sus detractores piden

pruebas de tal cosa, pero cuando los defensores las aportan no

parecen complacer a los contrarios. Siempre ocurre del mismo modo y

es bastante irritante, pero hasta cierto punto tiene sentido. A fin de

cuentas, son multitud las cosas que no existen y demostrar su

inexistencia no siempre es posible, por eso, lo ideal es dejarlas a un

lado y no aceptar hasta que se presenten las pruebas suficientes. Es lo

que se conoce la navaja de Hitchens y aunque está justificada, puede

resultar algo desesperante en las discusiones, convirtiendo a uno de los

bandos en una pared que no necesita aportar nada para sostener su

punto de vista, al menos hasta que aparezcan pruebas sólidas contra

su argumento.

A esto le sigue la fase dos, en la que las pruebas presentadas no

parecen ser “lo bastante buenas” para los detractores. Dichas

evidencias suelen ser testimonios personales, gente que ha probado el

MMS, por ejemplo, y dice haberse curado de sus dolencias. Por

supuesto que esto son pruebas, pero para tener un debate sano
necesitamos entender que no son suficientes, porque como en el caso

del libro de Jim Humble, se fundamentan en la experiencia subjetiva de

una sola persona. Nuestros cerebros no son perfectos y encontramos

caras dibujadas en la tapa de las alcantarillas, nubes con forma de

animales y significados ocultos en las canciones. Nos equivocamos con

frecuencia y tendemos a adaptar la realidad al molde de lo que

queremos ver, así que, con tantos sesgos, podemos fiarnos bastante

poco de nuestros sentidos.

Un ejemplo relacionado con la polémica del MMS, es que tendemos a

hacernos eco de los casos extremos. Es fácil encontrar testimonios de

las personas que dicen haber mejorado tras el consumo y por supuesto,

también es sencillo localizar gente que ha experimentado efectos

secundarios desagradables. Es más, si nos centramos en casos

individuales podemos hablar incluso de la historia de Silvia Fink Solis,

que según indicó la autopsia, murió debido a

la metahemoglobinemia provocada por el consumo de MMS. Pero

sabemos que nuestros cuerpos son diferentes y que ni siquiera los

fármacos aprobados funcionan del mismo modo en cada uno de

nosotros, así que no conviene utilizar estos casos individuales para

justificar la eficacia de un tratamiento, por eso necesitamos estudios

científicos.
Algo más imparcial

No pretendemos afirmar que la ciencia sea la única forma de obtener

conocimiento, pero es lo más parecido que existe en sanidad a un

“control de calidad”. Cuando compramos un electrodoméstico queremos

que funcione como nos ha prometido el vendedor y si no lo hace nos

sentiremos estafados y trataremos de que nos devuelvan el dinero.

Para evitar este tipo de situaciones, muchos productos han de

someterse a controles que avalen su seguridad y correcto

funcionamiento. No es una garantía absoluta, pero es lo mejor que

tenemos. Con los tratamientos ocurre algo parecido, necesitamos

pruebas suficientemente sólidas de que realmente hacen aquello que

las empresas afirman.

La mejor forma de probarlo es buscar la mayor objetividad posible,

tratando de eliminar todo aquello que pueda condicionar nuestro juicio

tanto en una dirección como en la contraria. Una de las claves, por

ejemplo, es estudiar a muchas personas. Pensemos en una moneda,

para saber si está trucada no llegará con que la tiremos al aire un par

de veces y en ambas obtengamos cruz. Eso es algo que ocurrirá una de

cada cuatro ocasiones por puro azar. Sin embargo, si tras tirarla 100

veces solo han salido 10 caras, podremos empezar a sospechar,


porque una cosa así es extremadamente difícil que ocurra por

casualidad, ha de haber algo más.

No obstante, aumentar el número de sujetos de estudio es solo una de

las formas de mejorar la calidad de las investigaciones. Otra manera,

por ejemplo, es añadiendo un grupo de sujetos que serán tratados con

un falso medicamento llamado placebo o bien con el tratamiento ya

aprobado para la enfermedad a estudiar. De este modo, se podrán

compara los resultados obtenidos con los del grupo tratado con el

fármaco que queremos probar, y así saber si realmente aporta algo

nuevo. En esta misma línea puede añadirse el famoso doble ciego que

evita que el sujeto y el médico sepan quienes están siendo tratados con

placebo, lo cual evita que las expectativas influyan en los resultados. Es

más, si nos ponemos extremos existe incluso el triple ciego, donde

quienes analizan los datos tampoco saben qué consume cada grupo.

Ese es el motivo por el que se solicitan estudios sólidos y bien

diseñados, para evitar los sesgos y porque según el artículo 26 del

código deontológico, que rige la ética de los médicos, han de emplear

preferentemente procedimientos y farmacos cuya eficacia se haya

demostrado cientificamente, no siendo eticas las practicas carentes de

base científica. Porque puede que nunca vayamos a estar seguros al

100% de que un tratamiento funcione o de que sea seguro, pero esta es


la manera en que más cerca estaremos de una certeza absoluta.

Entonces ¿existen estudios sólidos?

¿Existen estudios sólidos?

Hay estudios que afirman la seguridad y efectividad del MMS. Eso es

así. El problema es que valorarlos es algo espinoso. Como hemos dicho

no todos los estudios tienen la misma fiabilidad y analizarlos es tan

complejo que existen científicos especialmente entrenados en diseñar

la metodología de un estudio para que este tenga la mayor validez

posible. A grandes rasgos, esto se suele explicar con la pirámide de la

evidencia, donde cada altura representa un tipo de estudio, situando en

la base los menos fiables y en la cúspide lo mejor a lo que podemos

aspirar. En la base nos encontramos testimonios, opiniones de expertos

y, según la versión de dicha pirámide, estudios in vitro o con animales.

De hecho, estas evidencias son tan poco fiables que muchas veces ni

se muestran en las pirámides. Por eso decimos que estas fuentes no

nos da suficiente seguridad como para aprobar el consumo en

humanos, pero tampoco lo conseguimos con los niveles

inmediatamente superiores. La pieza clave para permitir la venta de un

fármaco está en el penúltimo piso de la pirámide: los ensayos clínicos.


Nueva pirámide de la evidencia propuesta en 2016 por M Hassan Murad, Noor Asi, Mouaz
Alsawas y Fares Alahdabel en el estudio "New evidence pyramid" En ella se muestran fronteras
difusas entre los niveles de evidencia en función del diseño particular de cada tipo de
estudio./Foto: BMJ
Si profundizamos más en los estudios que parecen apoyar el uso de

MMS encontraremos que muchos han sido realizados en placas de

cultivo o en animales. Los que son con personas no suelen tener la

estructura de un ensayo clínico y normalmente tienen fallos

metodológicos que comprometen sus conclusiones: un tiempo de

seguimiento excesivamente corto, pocos sujetos, un diagnóstico

impreciso o incluso la manipulación de datos. Aunque no nos

confundamos, estos fallos ocurren en la ciencia con más frecuencia de

la que nos gustaría, pero precisamente por ello tenemos que aprender a

detectarlos y rechazar las conclusiones de los estudios que presenten

estos errores, vengan de quien vengan.

Patentes y ensayos

A pesar de todo esto, es posible que hayas visto algunas patentes

correctamente registradas que afirman las propiedades curativas del

MMS, el CDS y sus derivados. Son completamente reales, en ellas no

hay ningún tipo de truco. Lo que ocurre es que las patentes no

aseguran que algo funcione. Es cierto que las oficinas cuentan con

asesores especializados que ayudan a valorar la evidencia aportada,

pero sus estándares no son necesariamente los que precisa la industria

y se centran más en los aspectos legales que en los científicos. Si nos

ponemos a investigar encontraremos todo tipo de patentes extrañas

que jamás funcionaron, como, por ejemplo, una camilla de partos que
giraba sobre sí misma para, con la fuerza centrífuga, ayudar a expulsar

al bebé, que sería recogido por una red.

No obstante, es cierto que existen algunos estudios que aparentemente

cumplen los criterios para ser considerados ensayos clínicos, aunque

tambien tienen sus problemas. Algunos, como el famoso ensayo que

supuestamente realizó la Cruz Roja en Uganda usando MMS contra la

malaria, ha sido desmentido por la propia institución. Otros, más

sutiles, no han sido aceptados por los organismos pertinentes, como un

comité ético, por lo que tampoco pueden considerarse estudios aptos.

Lo que sí está demostrado más allá de toda duda es que existen

concentraciones de clorito de sodio no peligrosas y capaces de destruir

virus y bacterias, pero solo en el exterior de nuestro cuerpo. De hecho,

estas también cuentan con patentes, pero no debemos confundirlas,

porque no son para consumo. En resumen, parece que no existen

ensayos clínicos que demuestren la seguridad ni la eficacia del MMS y

hasta tenerlos no podemos aceptar su uso, por simple precaución. Pero

¿por qué no existen? ¿No se ha intentado o es que hay a quien no le

interesa que se investigue?


¿Por qué no se investiga?

Como hemos dicho antes, probar un nuevo tratamiento en humanos

tiene riesgos y la idea es minimizarlos todo lo posible. Antes de usarlo

en seres vivos, por ejemplo, han de hacerse experimentos con cultivos

celulares para ver si el producto muestra la actividad que esperamos.

Teóricamente, solo si supera estas pruebas se empezará a estudiar en

animales, para conocer cómo se comporta, sus efectos y sobre todo su

toxicidad.

Una vez completada esta fase sabremos si existe una dosis segura y

con efectos interesantes en animales, así que si todo ha salido bien,

pasaremos a probarlo en humanos. La primera fase clínica tomará a

pocas personas y estudiará qué dosis son realmente seguras. Sabiendo

ya la dosis tóxica se pasará a la segunda fase, en la que se estudiarán

los efectos en humanos y la dosis mínima a la que el fármaco sigue

siendo eficaz. Con estos datos sabremos en qué cantidades podemos

administrar el fármaco, lo que se llama rango terapéutico, y por fin

podemos entrar en la fase tres. En ella se incluirá a muchos sujetos,

cientos, o a ser posible miles y se comparará la eficacia del tratamiento

con un control, que consiste o bien en un placebo o en el fármaco

empleado hasta entonces para la enfermedad en cuestión. Si en esta

última fase el fármaco de estudio demuestra ser más eficaz que el


control, podrá ser aprobado, al menos durante un tiempo, porque

empezará entonces una fase cuatro para comprobar las consecuencias

a largo plazo y así poder retirar el fármaco del mercado ante la

detección de cualquier efecto adverso no detectado en las otras fases.

Todo esto es lo que ha de superar un fármaco antes de salir al

mercado, que no es poco. Como ves, los medicamentos son,

posiblemente, de los productos con más controles de seguridad que

podemos encontrar y, si ni siquiera así son perfectos, imaginemos los

riesgos de permitir la venta de tratamientos que no hayan pasado estos

controles. En el caso del MMS, no se han permitido oficialmente

ensayos clínicos porque las fases preclínicas no son concluyentes y no

parece haber un claro beneficio como para asumir el riesgo que supone

probarlo en humanos, porque hasta donde sabemos, el MMS es

peligroso y por eso su consumo ha sido considerado ilegal por

la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios y

desaconsejado por la FDA.

¿Realmente es peligroso?

La respuesta no es fácil, porque evidentemente, depende de la

cantidad. Jim Humble, como decíamos, comenzó dándole tres gotas a

sus compañeros, pero pronto lo subió a 30. Hace unos meses los

defensores del MMS recomendaban cantidades que llegaban a los 700


mg por litro de agua. Ahora, sin embargo, han disminuido notablemente

la dosis y aconsejan unos 27 mg por litro. ¿Es esto peligroso? Algunos

afirman que no, ya que se considera seguro usar 100 mg por litro para

la limpieza de superficies. De hecho, cuando limpiamos el suelo

utilizamos volúmenes mucho mayores a los que solemos beber, por lo

que la cantidad de MMS también será mayor incluso para la misma

concentración. Sin embargo, este argumento tiene un fallo conceptual, y

es que no podemos comparar estos usos, porque no es lo mismo

limpiar el suelo con MMS que ingerirlo. De hecho, no se recomienda

emplear más de 20 mg por litro para desinfectar los alimentos, y

siguiendo la misma lógica que antes, dado que el agua que queda en

las verduras tras lavarlas es mínima, hace sospechar que contendrá

cantidades de MMS muy inferiores a las que se están recomendando

beber.

Por otro lado, en muchos protocolos de quienes recomiendan el MMS

se sugiere ir incrementando la dosis hasta donde el cuerpo tolere, sin

indicar un límite. Es más, algunos de estos desaconsejan acudir al

médico si se presentan efectos secundarios, afirmando que el dolor

estomacal, los vómitos y la diarrea son señales de que el cuerpo está

sanando. Algo que, al leerlo, nos hace reflexionar sobre todas las

intoxicaciones que pueden estar pasándose por alto.


Y este es uno de los problemas, no existe una indicación clara. Cuando

estudiamos concentraciones altas encontramos efectos tan peligrosos

como anemia hemolítica, coagulación vascular diseminada o

incluso fallo renal. Sin embargo, si lo reducimos lo suficiente, por debajo

de 5 mg por litro, parece que no surgen efectos adversos a corto plazo.

Sin embargo, para evitarlos a la larga es posible que haya que reducirlo

a 1 mg por litro, como recomiendan las agencias de Salud pública.

Aunque claro, en estos casos, la concentración se vuelve tan baja que

es prácticamente despreciable y pierde incluso su eficacia in vitro. De

hecho, aunque no se ha testado el clorito de sodio en ensayos clínicos,

si se ha probado una variante suya mucho menos concentrada, el

NP001. En los dos ensayos clínicos realizados con estas sustancia se

ha podido comprobar que, a dosis seguras, los efectos beneficiosos son

nulos.

Los fármacos aprobados también son tóxicos

Puede que no conozcamos la toxicidad exacta del clorito de sodio

ingerido en humanos, pero sí sabemos de su peligrosidad en otros

ámbitos. Aunque, pensando de este modo y teniendo en cuenta que

muchos fármacos son igualmente agresivos, como los quimioterápicos

¿por qué se permitió experimentar con ellos y no con el MMS? Lo cierto

es que existe un motivo, o mejor dicho: varios. Algunos fueron


investigados mucho antes de que la bioética estuviera presente en la

investigación biomédica, pero el resto se deben a un motivo más

racional, y es que por tóxicos que sean no atacan indiscriminadamente.

Las propiedades desinfectantes del clorito de sodio son, como hemos

dicho, de amplio espectro, atacan a todo, ese es el motivo por el que no

solemos usar como medicamentos los mismos productos que utilizamos

para desinfectar objetos, por mucho que el jabón y el alcohol cuenten

con su eficacia. Los buenos antibióticos, quimioterápicos y otros

fármacos son lo que se llama “balas mágicas”, capaces de actuar solo

sobre algunas células entre las que están las que nos interesa eliminar

y dejando al resto del cuerpo lo más intacto posible. Son francotiradores

con más o menos puntería, pero muy distintos a una bola de

demolición. No obstante, hay otro motivo más, porque los antibióticos

no solo tienen menor riesgo, sino que el beneficio que ofrecen es

mayor. En igualdad de condiciones, la capacidad bactericida de un

antibiótico es muchísimo mayor que la que proporciona el clorito de

sodio, incluso in vitro (al menos para la bacteria sobre la que éste

actúa).

El interés económico

Finalmente, cabe hacerse una última pregunta ¿acaso hay un interés

económico detrás de este debate? Normalmente se escucha que “las


farmacéuticas buscan cronificar las enfermedades y que por lo tanto no

quieren que salga al mercado una cura tan barata como el MMS que,

además, no puede ser patentado”. Nadie niega que las farmacéuticas

se mueven muchas veces por intereses poco éticos y, de hecho, hace

falta seguir luchando para reducir los conflictos de intereses y hace

transparentes las relaciones entre investigadores, profesionales

sanitarios y empresas farmacéuticas. Lo que ocurre es que, incluso

desde un punto de vista puramente económico, las farmacéuticas no

tendrían motivos para ocultar la eficacia de algo como el clorito de

sodio.

Imaginemos un fármaco capaz de curar la diabetes con una sola

administración, un paciente podría elegir entre pagar uno más barato

pero muchísimas veces durante lo que le queda de vida, o bien otro

bastante más caro, pero una sola vez. Sentirse libre de la enfermedad

sería suficiente como para empujar a buena parte del mercado a favor

del nuevo fármaco. Por otro lado, este nuevo tratamiento sería mucho

más barato de producir al necesitar menos administraciones por

consumidor y se seguiría comercializando sin descanso, porque

constantemente son diagnosticadas nuevas enfermedades en personas

de todas las edades. El modelo de negocio de un medicamento

“milagro” es viable, y la farmacéutica que se haga con él podría hundir a


la competencia. Todo ello por no hablar de la buena prensa y el lavado

de cara que le proporcionaría.

En cuanto a la patente, no sería un problema. Muchos de los fármacos

patentados tienen principios activos que se extraen de la naturaleza,

pero su administración tal cual resulta peligrosa, tiene efectos

indeseados, o simplemente es subóptima, por lo que se adaptan en los

laboratorios dosificándolos y mezclándolos con otros compuestos. El

resultado de ese proceso es patentable y en ellos se basan buena parte

de los productos de las empresas farmacéuticas. Incluso si el principio

activo resultara ser muy barato, podrían encarecerlo, de hecho, es algo

que ya se está haciendo.

Por otro lado, sí debemos preguntarnos “¿quién se beneficia de todo

esto?”. Porque cuando hablamos de defensores del MMS no solo se

trata de personas bienintencionadas. Del mismo modo que la industria

farmacéutica antepone a veces el dinero a la ética, quienes venden el

MMS para su consumo también lo hacen. A pesar de su aire altruista,

tras ellos hay empresas que facturan varios millones al año. Hablamos

de botellas de 140 mililitros, que, si bien duran bastante, cuestan más

de 25 euros. Dado que los costes de producción del clorito de sodio son

mínimos, estamos hablando de un margen de beneficios muy superior

al 1000%, algo difícil de justifica y que da la vuelta a la tortilla. Incluso si


las farmacéuticas tuvieran interés en no comercializar el MMS, hay

mucha otra gente que está haciendo negocio con él y donde hay dinero

hay conflicto de intereses.

El MMS no ha demostrado poder curar nada en humanos ni cuenta con

ensayos clínicos sólidos. Por contra, su toxicidad sí ha sido probada,

por lo que su uso guarda una mala relación entre riesgos y beneficios

como para convertirse en un candidato de estudio. Y finalmente, no es

de extrañar que quien hace negocio defienda su producto a toda costa,

incluso cuando la evidencia es nula, porque sus lentejas dependen de

ello. Así que sí. Hay en cierto modo una conspiración. Existen personas

que no quieren que sepas la verdad sobre el MMS, porque las ventas

caerían y su negocio estaría en riesgo. Por eso acusan a otros,

desviando la atención, señalando conspiraciones falsas para esconder

la verdadera: el MMS no funciona, ni contra el COVID-19 ni contra otras

enfermedades.

QUE NO TE LA CUELEN:
•Una patente no es evidencia científica de nada.

•No existen ensayos clínicos sólidos que corroboren las propiedades

terapéuticas del MMS.


•Si se administra en cantidades suficientes para que tenga alguna

consecuencia sobre nuestro cuerpo, los efectos adversos superan

entonces a la posible acción bactericida.

•Siempre ha existido la figura del “médico tarugo” comprado por las

farmacéuticas, pero se trata de casos excepcionales y actualmente

existen multitud de medidas para que esto no afecte a la evidencia

científica.

•Son muchos y muy bien formados los profesionales sanitarios que

desaconsejan terminantemente el uso de este producto. Expertos que

lejos de buscar un rédito personal, dan su vida por los demás a cambio

de sueldos y condiciones de trabajo cuestionables.

REFERENCIAS:
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