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2.

Visión de conjunto de la filosofía


platónica
Es difícil sintetizar el pensamiento de Platón y presentarlo de modo
ordenado y orgánico, a menos que se acojan las doctrinas no escritas como
el núcleo teórico de su filosofía, capaz –como veremos– de conferir a su
pensamiento la unidad del sistema.

La interpretación tradicional, centrada en los diálogos, se ve obligada a


señalar los cambios de interés temático, las variaciones y correcciones, las
revisiones que Platón introduce con el pasar del tiempo, la vivacidad y, en
definitiva, la maduración de su pensamiento.

Es cierto que el centro del pensamiento platónico, que confiere una cierta
unidad a toda su filosofía, es la doctrina de las Ideas; pero Platón no habla
de las Ideas una única vez ni siempre de la misma manera. De todos
modos, el gran descubrimiento platónico, su más profunda convicción, es la
existencia de una realidad que trasciende y causa el mundo físico. Su
conocimiento y su justificación son necesarios para afrontar el resto de los
problemas, de orden epistemológico, antropológico, físico y ético-político.

Ésta será la estructura de la presente exposición del pensamiento


platónico, advirtiendo sin embargo del riesgo de dar una visión de Platón
menos viva de la que se desprende de la lectura de sus escritos. Sus
diálogos, en efecto, encierran más que un pensamiento acabado y fijo, la
búsqueda de un saber que parece nunca concluido.

De alguna manera, de Platón existen dos imágenes quizá excesivamente


polarizadas, que se corresponden en buena medida a la doble
interpretación antes señalada. Por una parte el Platón de los diálogos,
problemático y siempre insatisfecho de las soluciones que sucesivamente
propone. Por otra, un Platón propenso a una visión sistemática de la
realidad, fundada en la doctrina de los principios, desde los que sería
posible explicar cualquier ámbito de lo real, suprasensible y físico.

Obviamente esta doble imagen de Platón no es fruto de interpretaciones


arbitrarias, sino que cada una de ellas encuentra en sus diálogos y en las
doctrinas no escritas elementos suficientes para sostenerse. De todos
modos, quizá sea más correcto pensar en un filósofo en el que conviven, a
veces de modo quizá no completamente equilibrado, por una parte la
tendencia a la dialéctica, entendida como saber definitivo y completo de la
realidad y, por otra, la tendencia erótica, el anhelo siempre insatisfecho de
infinito, de un saber en esta vida inalcanzable y dominio exclusivo de los
dioses.

3. La metafísica
3.1. Las Ideas
El descubrimiento de la realidad suprasensible, de las Ideas, constituye el
centro de la especulación platónica. Desde esta perspectiva Platón revisará
la filosofía de sus predecesores, también la de Sócrates, dando nuevas
soluciones a sus problemas a la vez que deberá resolver las cuestiones que
las Ideas le plantean.

Es el mismo Platón el primero en considerar la validez e importancia de


su descubrimiento, que a pesar de las múltiples dificultades que le presenta,
no abandonará jamás.

En el Fedón expone Platón su hallazgo. Señala, haciendo hablar a


Sócrates, su preocupación por conocer la causa de lo sensible. «El caso es
que yo, Cebes, cuando era joven estuve asombrosamente ansioso de ese
saber que ahora llaman ‘investigación de la naturaleza’» (Fedón 96 a).
Sócrates, después de mostrar el intento de los presocráticos por
comprender la generación de lo sensible y señalar la imposibilidad de que
las causas por ellos indicadas –agua, tierra, aire, fuego…– fueran las
verdaderas, presenta su propia solución, el descubrimiento de la realidad
suprasensible como causa de lo sensible, descubrimiento que denomina
segunda navegación.

¿[Q]uieres, Cebes, que te haga una exposición de mi segunda


singladura en la búsqueda de la causa, en la que me ocupé?
[…] Voy, entonces, a intentar explicarte el tipo de causa del que
me he ocupado, y me encamino de nuevo hacia aquellos
asertos tantas veces repetidos, y comienzo a partir de ellos,
suponiendo que hay algo que es lo bello en sí, y lo bueno y lo
grande, y todo lo demás de esa clase. […] Me parece, pues,
que si hay algo bello al margen de lo bello en sí, no será bello
por ningún otro motivo, sino porque participa de aquella belleza
(Fedón 99 c-100 c).

Para Platón, por tanto, existen dos planos de la realidad, uno sensible,
material, y otro inmaterial e invisible, que sólo puede ser captado por la
inteligencia. El plano suprasensible está compuesto por las Ideas. Sin
embargo, al hablar de Ideas no se refiere Platón al concepto, al universal, al
que estaría otorgando subsistencia; más bien Platón piensa de un modo
opuesto: la Idea no es pensamiento, concepto, sino ser, lo verdaderamente
real, aquello a lo que el pensamiento se dirige cuando piensa y sin lo cual
no habría pensamiento. Idea significa para Platón esencia, causa, principio
de las realidades físicas; una esencia que es inteligible y como tal puede ser
captada por el pensamiento, pero no producida por él.

Platón comprende que para poder resolver los problemas físicos de los
primeros filósofos, así como las cuestiones éticas que Sócrates planteaba,
era inevitable admitir una realidad necesaria e inmutable, distinta de la
realidad física contingente y mudable que nuestros sentidos perciben. El
mundo físico no se justifica por sí mismo, tiene necesidad de una causa,
pero ésta no puede ser una realidad también física, contingente y mudable.
En el plano epistemológico, la estabilidad que nuestro conocimiento
reclama, exige también un fundamento inmutable. Prestar atención
exclusiva a lo que nuestros sentidos perciben, afirma Platón, sería actuar de
modo semejante a quien mira fijamente al sol durante un eclipse, es decir
correr el riesgo de perder la vista y, de consecuencia, la posibilidad de
conocer la realidad (cfr. Fedón 99 e-100 a).

En nuestro lenguaje y en la común opinión, afirmamos que existen


muchas cosas grandes, pesadas…, muchas cosas bellas, justas…, de
forma cuadrada o triangular… y, sin embargo, somos conscientes de que no
lo son de modo absolutamente pleno; siempre podremos encontrar alguna
otra cosa más grande, más pesada; lo que nosotros consideramos bello,
quizá no lo sea para todos y, además, podría tratarse de una belleza
efímera, pasajera; del mismo modo, quien se comporta de modo justo hoy,
podría comportarse injustamente mañana… Platón comparte, hasta cierto
punto, la visión de Heráclito sobre la mutabilidad de la realidad física y
comprende también el relativismo de Protágoras. Sin embargo, Platón
heredó de Sócrates la profunda convicción de la inteligibilidad de lo real y de
la exigencia para el conocimiento y la conducta humana de la verdad.
Superar la mutabilidad heraclítea y el relativismo sofista, exigen para Platón
anclar la realidad sensible en una realidad trascendente e inmutable, las
Ideas.

Para Platón las Ideas tiene realidad por sí mismas y en sí mismas, y son
la causa de la determinación y de la inteligibilidad de la realidad sensible; si
el mundo físico no es pura indeterminación, como pensaba Heráclito, si la
medida de la realidad no es el hombre, como pretendía Protágoras, es
porque existe una realidad en sí y por sí que causa y determina la
consistencia de la realidad sensible: «[E]s evidente que las cosas poseen un
ser propio consistente. No tienen relación ni dependencia con nosotros ni se
dejan arrastrar arriba y abajo por obra de nuestra imaginación, sino que son
en sí y con relación a su propio ser conforme a su naturaleza» (Crátilo 386
e).

Las Ideas son, por tanto, realidades inmutables, en sí y por sí


(cfr. Fedón 65 d; 74 c), esencias idénticas a sí mismas; en ellas no está
presente el más y el menos, el antes y el después. Cambian las cosas
sensibles, pero la Idea que es su causa, no.

– Admitiremos entonces, ¿quieres? –dijo–, dos clases de seres,


la una visible, la otra invisible.

– Admitámoslo también –contestó.

– ¿Y la invisible se mantiene siempre idéntica, en tanto que la


visible jamás se mantiene en la misma forma?

– También esto –dijo– lo admitiremos (Fedón 79 a).

La concepción platónica de las Ideas recuerda, al menos parcialmente, el


pensamiento de Parménides, pues, como para él, el ser, lo propiamente
real, las Ideas, son, a diferencia del mundo físico, inmutables, inmóviles e
inaccesibles a los sentidos.

Platón presenta, por tanto, una visión dualista de la realidad. Además, a


partir sobre todo del Fedón, se detiene a considerar el aspecto trascendente
de las Ideas, el mundo inteligible, ontológicamente distinto del sensible,
despreocupándose casi por completo de la realidad física. No puede
olvidarse, sin embargo, la otra característica que Platón atribuye a las Ideas
–remarcada más en los primeros diálogos–, el hecho de ser causa de las
cosas y, como tales, presentes en ellas haciendo que sean aquello que son.

Es precisamente la dimensión trascendente de las Ideas lo que plantea a


Platón las más graves dificultades que deberá afrontar. Porque si las Ideas
trascienden el mundo físico, ¿de qué modo pueden ser su causa? ¿Cómo lo
inmóvil puede ser causa del devenir, lo idéntico causar lo diverso, lo eterno
lo efímero? Es claro que entre la causa y lo causado, inteligible y sensible,
debe haber algún punto de contacto, pero ¿cómo entender la tangencia
entre los dos planos sin comprometer la dimensión trascendente de la
causa? Platón lo explicará sirviéndose de diversos conceptos que aparecen
modificados en los sucesivos diálogos; aludirá, a veces, a una relación de
imitación o participación entre lo sensible e inteligible; en otras ocasiones
hablará de comunidad y de presencia. De todos modos, como veremos, las
diversas soluciones propuestas resultarán siempre problemáticas.

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