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4.

Aristóteles y Platón
Con el fin de completar la visión de conjunto del pensamiento aristotélico,
puede ser útil precisar un poco más su posición con respecto a la filosofía
platónica [Reale 2004: 4, 21-34]. Con frecuencia se presenta a Aristóteles
subrayando su oposición a las enseñanzas de Platón y, en efecto, el
Estagirita, como se ha dicho, criticó y negó la doctrina de las Ideas; sin
embargo, con ello no pretendió negar la existencia de realidades diversas
de lo sensible, sino quiso más bien demostrar que la realidad trascendente
era distinta de como Platón la pensaba.

a) La inmanencia de los universales

Para Platón las Ideas son la causa de las cosas. En cuanto tales, deben
estar presentes en el interior de las cosas, pues cada realidad sensible
participa de alguna de ellas. Pero además, las Ideas son trascendentes y,
en consecuencia, subsisten separadas de la realidad sensible. Aristóteles
rechaza este modo de concebir lo sensible, sobre todo debido a la
trascendencia de las Ideas; aquello que constituye la esencia de las cosas,
su fundamento, sólo puede ser interior a ellas y no algo trascendente y con
subsistencia propia.

Además Platón se preocupa principalmente de la estructura del mundo


ideal, no de lo sensible, y sus discípulos —a excepción de Aristóteles—
continuaron sus investigaciones en esa misma dirección. Aristóteles
reaccionará contra esa tendencia. Su crítica se puede resumir como sigue:
por una parte, la forma trascendente debe convertirse en forma
exclusivamente inmanente; por otra, las Ideas, por su carácter de
sustancias, de entidades subsistentes, no pueden identificarse con la forma
inmanente. La inmanencia para Aristóteles no sería tanto propia de la Idea
sino del universal, y el universal no puede ser sustancia, pues para el
Estagirita la sustancia es en primer lugar individual.

Esta transformación de las Ideas en fundamento inteligible de todo lo


sensible no implica, sin embargo, renunciar a toda forma de trascendencia;
también para Aristóteles existe un principio trascendente que es causa de lo
sensible, y tal principio es Dios, el Motor inmóvil, principio ya no sólo
inteligible, como las Ideas, sino inteligente.
Junto a la forma, que Aristóteles entiende como acto, coloca otro principio
de la realidad sensible: la materia, que se comporta respecto de aquella
como potencia. Así puede Aristóteles salvar la realidad de lo sensible,
negando la trascendencia de las Ideas, pero manteniendo el principio
platónico de la primacía de la forma sobre la materia y, más en general, el
primado del acto sobre la potencia.

Esto lleva a pensar que para Aristóteles la forma no constituye ni el único


ni el más radical modo de ser y, por tanto, el primer principio trascendente,
Dios, más que como forma primera es entendido como acto puro. De modo
sintético, podría decirse que si para Platón el ser es principalmente
consistencia, identidad, idea, Aristóteles, considerando la forma como
principio constitutivo de toda realidad sensible, entiende el ser sobre todo
como subsistencia, como acto.

Aristóteles, por tanto, más que oponerse al platonismo, lo corrige y


desarrolla; su filosofía sólo se comprende desde el platonismo y, aunque en
ella haya mucho de personal, de distinto e incluso de aparentemente
opuesto al espíritu de su maestro, siempre permanece en el trasfondo la
doctrina que por veinte años aprendió y discutió en la Academia.

b) Diferencias de método y de intereses

No pueden negarse, por otra parte, las diferencias de carácter, de


formación, de intereses entre los dos filósofos que, sin duda, influyeron en la
orientación de sus investigaciones.

Los diálogos de Platón manifiestan en muchas ocasiones una profunda


religiosidad, expresada tantas veces de manera poética; Aristóteles, aun
otorgando un puesto privilegiado a lo divino, deja en sus escritos menos
espacio a sus creencias religiosas, ocupándose sobre todo —especialmente
en sus obras esotéricas— de problemas teóricos que estudia con todo el
rigor de su método científico. Entre las ciencias teóricas, además de la
metafísica, Platón se ocupa primordialmente de las matemáticas,
descuidando las ciencias empíricas. Aristóteles, por el contrario, tuvo un
interés especial por los fenómenos naturales y por casi todas las ciencias
que los estudian, dedicándose en muchas ocasiones a recoger y clasificar
hechos empíricos.
Teniendo en cuenta el estilo de los escritos de los dos filósofos, la
primera impresión es que hay un gran contraste entre Platón, pensador
desordenado e impreciso, y Aristóteles autor riguroso y metódico. Mientras
en los diálogos platónicos las cuestiones se dispersan y mezclan, se
resuelven y critican para volver luego de nuevo a tratarse, Aristóteles
acostumbra a establecer en cada uno de sus tratados el objeto y el método
de su investigación. Además, mientras Aristóteles se esfuerza por expresar
su pensamiento mediante un lenguaje preciso y técnico, Platón se sirve de
metáforas, alegorías y, en general, de la fuerza poética. Esta impresión no
debe, sin embargo, hacer perder de vista que la tendencia de fondo del
pensamiento de uno y del otro es, en cierto sentido, la opuesta; es decir,
mientras la filosofía de Platón tiende a la unidad del sistema, a constituirse
en conocimiento sintético y unitario que reconduce a sí todo otro saber, el
pensamiento de Aristóteles, sin negar la superioridad de una ciencia —la
filosofía primera— sobre las otras, pretende respetar y proteger la
autonomía y la peculiaridad de los demás saberes, resultando por este
motivo menos sistemático y más abierto a desarrollos ulteriores que la
propuesta platónica.

Estas divergencias, algunas más superficiales que otras, han ayudado,


sin duda, a exagerar las divergencias entre maestro y discípulo, hasta hacer
de ellos dos pensadores opuestos.

Pasamos ahora a la exposición del pensamiento de Aristóteles. Lo


haremos siguiendo el orden en que habitualmente se lo presenta —lógica,
física y metafísica, ética-política, poética y retórica— sin que esto implique
una sucesión progresiva de estos saberes, tal como la tradición establecía.

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