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PESIMISMO

La palabra pesimismo tiene su origen etimológico en el latín. Así,


podemos establecer de manera clara y concisa que es fruto de la
unión de dos vocablos latinos. Por un lado, del término pessimus, que
puede traducirse como “muy malo”, y por otro, del sufijo –ismo, que
equivale a “conducta”.

No obstante, el término como tal fue acuñado por el escritor y filósofo


francés François Marie Arouet, que ha pasado a la Historia como
Voltaire. Concretamente fue en el año 1759 cuando esta figura de la
Ilustración estableció el citado término como una manera de oponerse
al concepto de optimismo que ya había creado el político alemán
Gottfried Leibniz.

Se conoce como pesimismo a la propensión a juzgar las cosas por


su aspecto más desfavorable o negativo. Este concepto es el
opuesto a optimismo, que consiste en analizar las situaciones a partir
de dimensión más favorable.
Por ejemplo: “Basta con el pesimismo, capaz que la situación mejora y
no hace falta que vendas el coche”, “El país presenta diariamente
noticias que invitan al pesimismo; es difícil mirar al futuro con
esperanza”, “La gente que no deja lugar al pesimismo es la que más
vive”, “El pesimismo forma parte de la vida cotidiana de ciertas
personas”.
Muchas son las características o señas de identidad que dejan patente
que una persona es pesimista. No obstante, entre las más
significativas se encuentran las siguientes: baja autoestima, tiene
miedo a muchas cosas en la vida, capacidad de autocrítica negativa,
desconfianza hacia los demás…
Además de todo lo expuesto hay que subrayar además que una
persona que se deje llevar por el pesimismo es alguien que ante
cualquier problema se topa con un muro difícil de salvar. Y es que no
ve con claridad las cosas y no cuenta con la objetividad necesaria
para verlas. Eso al final se traduce en que aumente su estado de
ansiedad y su estrés, se preocupe en exceso ante la situación y entre
en una dinámica de absoluto caos.

Todo lo contrario a lo que le sucede al optimista que acepta la


realidad, ve el problema con mayor objetividad y descubre la
capacidad que posee para hacerle frente al mismo.

El pesimismo es, por otra parte, el sistema filosófico que atribuye al


universo la mayor imperfección posible. Esto quiere decir que, para
los pesimistas, vivimos en el peor de los mundos posibles.
Los filósofos pesimistas sostienen que los seres humanos deben
reconocer que no saben nada, no son nada y no pueden llegar a
alcanzar nada. Por lo tanto, la vida no tiene propósitos.

Las religiones se basan, en cierta forma, en la doctrina pesimista ya


que reconocen la existen del Mal en el mundo y minimizan la
existencia humana frente a las entidades divinas. Sin embargo, dejan
la puerta abierta a algún tipo de redención (a través del seguimiento
de los mandatos de Dios, etc.) para después de la muerte.
Para la psicología, por último, el pesimismo puede ser un síntoma
de enfermedades como la depresión. Los pensamientos y las
manifestaciones pesimistas, en este sentido, pueden reflejar la
existencia de un trastorno emocional que se caracteriza por el
abatimiento y la infelicidad.

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