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El estallido de las grandes plagas de la historia ha coincidido con

profundas crisis económicas, ecológicas o humanitarias, con guerras y


desastres, cuando la sociedad se tambalea desde sus cimientos y diversos
signos permiten prever un gran cambio estructural del proceso histórico
de la humanidad.

La primera gran peste de la historia es, sin lugar a dudas, la


mortífera plaga que se desató en Atenas en el segundo año de la guerra
del Peloponeso (430a.c). Se conjugaban una serie de circunstancias en la
gran metrópolis del mundo griego antiguo, superpoblada capital de un
imperio marítimo, que servía de refugio a aliados desprotegidos y estaba
sitiada por la potencia rival, Esparta. Los primeros casos de una misteriosa
plaga fueron interpretados como una señal de los dioses que estaban del
lado de los espartanos. La superstición y el terror cundieron a la par que
los contagios de una enfermedad cuya identificación sigue siendo
discutida. Parece que la peste llegó por mar, del país de los etíopes, a
través de Egipto, y se calcula que se llevó por delante unos dos tercios de
los atenienses, incluido el propio estratega Pericles, su mujer y sus hijos.
Sus síntomas han sido discutidos entre los historiadores de la medicina,
frente a la tesis tradicional de que se trataba del primer brote de peste
bubónica: se han propuesto diversas identificaciones, tifus o fiebre
tifoidea, ántrax, viruela o incluso, últimamente, ébola.

Otro episodio emblemático fue la llamada «Peste Antonina» (165-


180), muy recordada por las descripciones que hizo Galeno, médico de
Marco Aurelio y autor de memorables obras. Parece que la enfermedad,
asimilada por sus síntomas con viruela, fue introducida en el Imperio
Romano por las tropas que regresaban de las campañas de Oriente. Fue
una epidemia de gran virulencia que diezmó el ejército romano y cuya
incidencia se ha estimado en un tercio de la población en ciertas zonas
que, como Egipto, la sufrieron especialmente. La capital del imperio no se
libró de numerosas muertes por infección e incluso probablemente dos
emperadores, Lucio Vero y el propio Marco Aurelio, murieron por ella.
Hay historiadores que relacionan este brote con un cambio climático
profundo y el paso a una época de enfriamiento global (la historia
económica de la antigüedad estudia cómo influyó en el auge de Roma el
ciclo de clima suave que va desde época tardo republicana hasta el siglo
II).
La antigüedad concluye en 542 con la llamada «peste de
Justiniano», que azotó el Imperio bizantino, especialmente
Constantinopla, asolada en un tercio de su población en lo que sí que
parece el primer brote de peste bubónica de la historia. El impacto de la
enfermedad fue global y dejó una profunda huella social, coincidiendo
parcialmente, además, con las guerras de Justiniano para recuperar el
Mediterráneo occidental y con graves disturbios sociales. Para muchos
autores fue la primera de varias pestes sucesivas que se repitieron
cíclicamente lo largo y ancho del Mediterráneo.
En ese sentido, la gran «Muerte Negra» de 1347-1351 puede ser,
por su enorme impacto histórico-cultural, la pandemia más relevante de
esta serie de interacciones de la peste en Europa. Sus orígenes se han
situado en China o el sur de Rusia y aniquiló a una parte importante de la
población europea, tal vez veinticinco millones de personas. Desde
entonces la peste se repitió periódicamente con diversa vehemencia hasta
los siglos XVIII y XIX.
Sin contar las plagas que fueron introducidas en América tras la
conquista europea –enfermedades ante las que los europeos ya estaban
inmunizados– y que, como el sarampión o la viruela, diezmaron
radicalmente a los pueblos nativos y redujeron drásticamente la
población, la historia de las pandemias presenta episodios memorables
por el recuerdo literario que han dejado en la historia cultural.
La gran peste bubónica de Milán de 1629, probablemente
relacionada con los movimientos de tropas alemanas y francesas en el
marco de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), arrasó el norte de
Italia en uno de los brotes más importantes de esta enfermedad en la
Europa moderna.
Otro episodio virulento azotó Londres en 1665 matando a una
quinta parte de la población de la ciudad. Hay estudiosos que sostienen
que no se trató de una peste bubónica sino que, a juzgar por los síntomas,
pudo ser una enfermedad parecida a la fiebre hemorrágica viral.
Salta a la vista que muchos de estos brotes se dan en grandes
ciudades portuarias y capitales de imperios coloniales, o en lugares de
trasiego internacional e insalubridad proverbial. Un ejemplo es la peste de
Marsella en 1720, que mató a 100.000 personas en la ciudad y sus
inmediaciones. Las radicales medidas del gobierno para poner en
cuarentena la ciudad y frenar la expansión de la enfermedad llegaron a la
construcción de un muro de la peste que separaba Marsella de su
provincia y al castigo con pena de muerte a quien intentara cruzarlo.

Cincuenta años después, aun diezmada Moscú, por otra terrible


peste, coincidiendo con la penuria económica que asolaba a la población
de la ciudad y todo sumado a la falta de alimentos y las estrictas
cuarentenas a las que se sometía a la población, llevó a una violenta
revuelta social duramente reprimida por el ejército.

Otro episodio señalado de esta pandemia fue la peste –aunque se


discute a veces la naturaleza de la enfermedad– que se desató en China a
partir de 1855: fue provocada en principio por una infección a partir de las
ratas y sus últimas postrimerías se extienden hasta los años cincuenta de
la centuria siguiente. Tal vez sea este episodio el más mortífero de toda la
historia, por los millones de personas que murieron durante el largo
proceso de su propagación.

A todo ello hay que sumar las persistentes pandemias de cólera


desde comienzos del siglo XIX, que comenzaron en la India y China hacia
1820 y se extendieron durante las siguientes décadas por toda Europa, o
la mortal epidemia de “gripe española” (curiosamente por uno de los
pocos países donde no existió censura sobre el tema) que surgió en 1918
en Estados Unidos y llegó a matar a unos 25 millones de personas en su
veloz expansión.

Nuestro país ha sufrido especialmente, por su situación geográfica,


la incidencia de varias de estas epidemias en su historia, si consideramos
la plaga de 1596–1602; la gran peste de Sevilla de 1649 procedente de
África, que mató al menos a 60.000 personas; la que se propagó al final
del siglo XVII; la fiebre amarilla de Cádiz en 1730 y el dengue de 1778; la
fiebre amarilla de 1800, coincidente con la Guerra de la Independencia; la
de Barcelona en 1821, o la pandemia de cólera en 1834, entre otros
muchos episodios.
No es de extrañar, que cada nueva enfermedad, desde el ébola al
actual coronavirus, golpeen a España.

Podemos llegar a la reflexión histórica y filosófica sobre la


coincidencia con una crisis mundial en la economía, la sociedad, la política
y los valores. El gobernante, en cambio, aprendiendo de la historia, debe
centrar sus esfuerzos en su labor prioritaria: controlar cuanto antes la
enfermedad por el bien común.

El coronavirus, oficialmente conocido como COVID-19, muestra


similitudes con muchas otras pandemias en la historia en términos de sus
orígenes, propagación global y respuesta social y económica.

"Como la mayoría de las otras enfermedades infecciosas, se transmite de


animales salvajes a humanos", y se está propagando más rápido que las
pandemias anteriores debido a su capacidad de viajar rápidamente por el
aire.

“En términos de respuestas sociales, también observamos


similitudes con muchas pandemias pasadas. Existe un amplio espectro de
respuestas humanas en tiempos de pandemias que incluyen negación,
pánico, huida, racismo, xenofobia, propagación de falsos rumores, lucro y
otras conductas oportunistas, negocios que cierran e incluso abandonan a
los enfermos para morir solos, pero también empatía, altruismo, cuidado
y ayuda a los demás".

El número de muertos por el virus sigue siendo relativamente bajo


en todo el mundo y no se puede comparar remotamente con algunas de
las pandemias más catastróficas de la historia que mataron a decenas de
millones de personas.

La pandemia más grande y conocida en la historia de la humanidad fue


la Peste Negra de mediados del siglo XIV, que mató al menos del 30% al
50% de la población. El impacto fue tan profundo y duró tanto tiempo,
que se considera uno de los puntos de inflexión en la historia humana. El
COVID-19 no es nada comparable en ese aspecto.
El lado positivo del virus es alto y claro: "El COVID-19 nos dice que
necesitamos cambiar la forma en que vivimos y trabajamos".
"Simplemente necesitamos consumir menos, viajar menos; necesitamos
reducir la velocidad. Y sabemos que la naturaleza responde muy
rápidamente".

No se espera un cierre global para frenar la propagación del brote


de coronavirus, ya que no es posible debido a razones principalmente
económicas y sociales.

El experto señala que fue más fácil tomar medidas de cuarentena sin interrumpir
la vida económica y social en todo un país en siglos anteriores cuando
surgieron las pandemias.

"Sin embargo, dado que no hubo acumulación de información sobre la


propagación de los brotes como en la actualidad, las epidemias continuaron
transmitiéndose a otras áreas, especialmente en las áreas comerciales", dice
Sonmez.

“Desde que el mundo se globalizó, la movilidad de personas, bienes y


transporte aumentó a un ritmo sin precedentes y la capacidad de cada país para
mantener su vida económica depende de esta movilidad. Un cierre significa
volver aproximadamente a la situación a principios del siglo XVIII, que ningún
país puede manejar”, agrega el docente.
"Si bien la causa principal del problema fue una epidemia que pudo haberse
mantenido en su lugar de origen al implementar pequeñas y determinadas
medidas que se debieron tomar al principio, ahora se convirtió en una
obligación de cuarentena que debe aplicarse de forma temporal pero decisiva a
escala global" dice Sonmez.

Sonmez indica, además, que la nueva cooperación global puede permitir


respuestas inmediatas y apropiadas a las pandemias a escala mundial, lo cual es
imposible de sostener en una sociedad cerrada.

“La forma más sencilla para que los países protejan y mejoren su bienestar
depende de ir un paso por delante en sus competencias, sin embargo, la
pandemia que enfrentamos hoy muestra que también depende de poder
comerciar entre sí", explica Sonmez.

Subraya que es razonable que las personas no puedan tolerar quedarse en sus
hogares durante una semana o dos.

Más de la mitad de la población mundial ahora vive en ciudades, trabaja


fuera del hogar y, por lo tanto, no son prácticos con lo que harán en tal
situación, cómo pueden pasar su tiempo con actividades significativas, resaltó el
experto.

“Esto también indica que las personas cultural y socialmente tendrán


dificultades para vivir en una sociedad cerrada cuando termine el brote. Por lo
tanto, creo que incluso si los ciudadanos se quedan en casa y se ponen en
cuarentena por un corto tiempo, si es necesario, a nivel de país o globalmente,
presionarán más a los gobiernos para que tomen medidas y eliminen la
necesidad de cierres temporales en escala global", agrega.

Debido a que la propagación de la enfermedad no se puede controlar y


debido a que las medidas de cuarentena se toman de la manera más estricta
posible, los impactos más obvios ocurrirán en la economía. Las estimaciones
actuales muestran que la economía global está en contracción y que se espera
que la economía de EEUU se reduzca entre un 10% y un 30% en este marco".
"Claramente" habrá una contracción económica en las industrias, y
aquellas que no puedan generar efectivo tendrán dificultades para realizar
pagos, incluidos salarios, impuestos y facturas.

Por lo tanto, su impacto sobre los individuos será una disminución en los
ingresos y la pérdida de empleos conducirá temporalmente a un punto muerto
en la economía global. No es posible comparar la actual crisis de coronavirus
con una crisis de salud o crisis económica que haya sucedido antes.

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