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UNIDAD 2.

4° Parte

Vamos a retomar y a tratar de concluir con la cuestión de la alucinación, tal como Lacan la
plantea en la cuarta sesión del seminario 3, en la modalidad específica de lo que él plantea
como un retorno en lo real de lo no simbolizado para poder leer la posición enunciativa del
sujeto en las psicosis vía lo que localiza como alusión.
Todo esto en el marco de la apoyatura, de alguna manera formalizada, en el esquema “L”,
en la lectura de la estructura de la palabra en la constitución de la posición enunciativa del
sujeto en relación al deseo y al Otro, y en cómo se juega la alteridad en sus modalidades de
retorno, lo que supone una erótica en Lacan, leída desde la posición discursiva del sujeto.
Erótica que leemos, de entrada, en la declaración de la primera clase de este seminario, “el
gran secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis” (p.17), remarco lo de “psico”, ya
que podemos ubicar en ésta declaración la primera propuesta explícita en Lacan de declarar
al psicoanálisis, no una psicología, sino una “erotología”, tal como lo propone en la primera
sesión del seminario de la Angustia.
Y erótica que propone ubicar en estos momentos en la cuestión de la alteridad, es decir en
los diferentes estatutos del Otro y del otro, en las posiciones discursivas del sujeto vía su
decir en el espacio de su testimonialidad.
De ahí el pasaje al punto siguiente de la unidad: “Schreber teólogo”.
Por eso concluíamos, en el escrito/clase anterior, con el acento puesto por Lacan en que el
sujeto, en las psicosis, pero también podríamos hacerlo extensivo a toda posición
enunciativa, “les habla de algo que le habló”, para agregar unos momentos después, y eso
es importante para él, y ya estamos en el cuarto punto de la tercera sesión: toda la cuestión
es saber cómo eso habla, y cuál es la estructura del discurso paranoico” (p. 64)
Ubiquemos y desarrollemos un poco más esto, tal como lo propone en éste momento del
seminario: “A partir del momento en que el sujeto habla hay un Otro con mayúscula. Si no
el problema de la psicosis no existiría. Los psicóticos serían máquinas con palabra.” (p.63)
Ahora vamos a asistir a un movimiento en Lacan que va a aparecer con el matiz de cierta
contradicción, que veremos no será tal: ya que plantea que, si a partir de que el sujeto habla
hay un Otro, también va a plantear que la estructura del discurso paranoico se sostiene a
partir de la exclusión del Otro con mayúscula, por eso en este punto, ahora parecería que
está planteando lo inverso, parece que estamos frente a una contradicción. Lo que aparece
como contradicción es interesante no leerlo como antinomia, sino que hay que mantener
estas dos proposiciones como verdaderas: a partir de que el sujeto habla ya hay Otro y que
el discurso delirante supone la exclusión del Otro, y más específicamente, de cierta función
del Otro.
Esto es lo que va a intentar demostrar en el caso de su presentación de enfermos en la
sesión siguiente del seminario, con el “Vengo del Fiambrero. Marrana”.
Pero antes de pasar a esto vamos a volver a leer como se articula esta cuestión de que, a
partir de que el sujeto habla, se constituye un campo de alteridad en el Otro, con la fórmula
que Freud plantea de la paranoia a partir de la lectura del caso Schreber: “Yo lo amo a él” y
cómo intenta leerla Lacan.
A partir de aquí Freud va a delinear los diferentes tipos de delirios: el delirio de persecución,
el de erotomanía y el de celos, que configuran el campo de la psicosis.
La lectura que hace Freud del caso Schreber se sostiene en éste solo presupuesto, y en las
modalidades de su retorno: del rechazo de una investidura homosexual al Padre o a sus
sustitutos, Dios, el Dr. Flechsig, se deduce el rechazo de una moción homosexual con
respecto a otro hombre, que retorna bajo esta sensación, placentera y a la vez inadmisible,
de lo bello que sería ser una mujer en el momento del acoplamiento o del coito, es decir,
que por un lado tenemos una feminización que retorna en forma intolerable para el yo,
como consecuencia de una homosexualidad reprimida hacia el padre.
En estos tópicos, lo que Freud lee es justamente el complejo paterno. Lacan lo que hace es
reenviar toda esto a la estructura de la palabra en la constitución misma del sujeto, como
éste se constituye a partir de su determinación en el orden simbólico.
Podríamos decir que Freud leyó el campo de las psicosis a partir de una declaración de amor,
y esto es importante porque el tema del amor en las psicosis aparece en el programa como
un punto de ésta segunda unidad: “El amor como psicosis y en las psicosis”, que nos remite,
entre otras cuestiones, a este freudiano “Yo (un hombre) lo amo a él (otro hombre)”.
En función de esto, leamos cómo lo va a plantear Lacan, cuestionando, desde el principio,
toda la cuestión de la supuesta homosexualidad en las psicosis: “Toman en consideración
su testimonio precisamente por cuanto les habla. El asunto es saber cuál es la estructura de
ese ser que le habla, que todo el mundo está de acuerdo en definir como fantasmatico.” Es
decir que vendría de un campo de una supuesta irrealidad. Recordemos: el psicótico les
habla de algo que le habló, Lacan va a decir ¿cuál es la estructura de ese Otro que le habla?
Continúa: “Es, precisamente el sujeto en el sentido en que lo entiende el análisis, pero un
sujeto más un punto de interrogación”. Por lo tanto está claro que Lacan no excluye al sujeto
del campo de las psicosis, pero hay una trampa en Lacan con la cual estuvo enredado
bastante tiempo que es la siguiente: no excluyendo al sujeto, este Otro de la palabra plena,
verdadera, puede ser tomado como sujeto también.
Esto es lo que Lacan ha llamado, tomándolo de Husserl, el campo de la intersubjetividad,
campo en el cual también define, en algún momento, a la transferencia.
Es decir, en tanto que el Otro como alteridad puede ser tomado como un sujeto, yo lo que
instituyo es una relación con ese Otro en dónde la alteridad se juega en el aspecto subjetivo.
Esta es otro forma de plantear que el mensaje retorna del Otro en forma invertida, porque
ahí en la vía del reconocimiento (Tú eres mi mujer, Tú eres mi amo) se instituye otro que
también es leído en términos de sujeto.
Se dan cuenta que estamos muy lejos de lo que se plantea en el seminario 10 de la Angustia,
donde el Otro no se reduce a un campo de subjetividad, el Otro se determina por lo que le
falta y se desprende del Otro un resto que es justamente el objeto, no el sujeto, como acá
en donde el Otro puede ser también un sujeto.
Por lo tanto, acá en el seminario 3, estamos en pleno apogeo de la alteridad, del Otro,
planteada en términos de intersubjetividad. Lacan se empieza a desprender de esto
claramente en el seminario 8 de la transferencia. El límite es que si yo al Otro lo puedo
reducir a un sujeto lo que pierdo es la vía del objeto, que Lacan en este momento, la plantea
fundamentalmente en el vector imaginario.
Continúa Lacan: “¿Cuál es esa parte, en el sujeto, que habla? El análisis dice: es el
inconsciente. Naturalmente, para que la pregunta tenga sentido, es necesario haber
admitido que el inconsciente es algo que habla en el sujeto, más allá del sujeto, e incluso
cuando el sujeto no lo sabe, y que dice más de lo que supone. El análisis dice que en las
psicosis eso es lo que habla. ¿Basta con esto?
Y volvemos al punto que planteamos y citamos anteriormente “En absoluto, porque toda
la cuestión es saber cómo eso habla y cuál es la estructura del discurso paranoico”. La
cuestión es saber “cómo” eso habla, no que eso hable, porque eso no distingue neurosis de
psicosis.
No nos olvidemos que Lacan está tratando de diferenciar nosográfica y estructuralmente
neurosis de psicosis y hasta ahora, si tomo la determinación simbólica del sujeto en su
constitución, no las puedo diferenciar, tampoco las diferencio porque en ambas el
inconsciente es lo que habla. De ahí el acento en el cómo habla.
Dice Lacan: “Freud nos proporcionó al respecto una dialéctica realmente sorprendente”
Y en esa dialéctica lo que Lacan lee es un acontecimiento discursivo. Plantear que la
cuestión libidinal está estructurada en términos de una frase: “Yo lo amo a él”, y que a la
vez los términos en los cuales está planteada esa frase, están afectados de diferentes modos
de negación para poder leer la estructura de los diferentes delirios, para Lacan es una
demostración de que en Freud lo que se pone en juego prioritariamente es la cuestión del
discurso.
Es decir, va a leer el mecanismo de las diferentes modalidades de retorno que plantea la
cuestión delirante, a partir de las declinaciones de una frase, frase que está armada en
función de una cuestión libidinal, de lo que Freud lee allí como una investidura de amor
homosexual hacia otro hombre, que viene al lugar del complejo paterno.
A partir de acá Lacan dice ¿dónde está el acento? ¿El acento está en la cuestión libidinal o
en como la cuestión libidinal se pone en juego en el discurso?
Claramente para Lacan la opción es la segunda, hasta tal punto que nos va a decir que
podemos leer, desde los fenómenos del lenguaje, los desplazamientos libidinales y esto es
importante porque la primera definición que Lacan va a plantear del Dios de Schreber es un
Dios que es lenguaje, es decir, de un Dios tramado en la economía de una alteridad que al
sujeto le habla. Esto Lacan lo llama acá “logomaquia fundamental” (p. 65). Logomaquia es
saber hacer o hacer algo con el logos, con la palabra.
A partir de esto Lacan se va a ocupar, en la sesión siguiente, la cuarta, de la estructura de
eso que le habla al psicótico. Para ello se vale, una vez más, de una presentación de
enfermos y toma a una mujer que está definida en su estructura por lo que Lacan llama un
delirio de a dos o folie á deux en los términos de la psiquiatría francesa y que constituye,
también, el último punto de esta segunda unidad del programa: “La folie á deux y la
transmisión de la locura: ¿síntoma colectivo?
Una madre y una hija, y los co-delirantes plantean siempre el problema diagnóstico de saber
si los dos son delirantes o si hay uno que lo es y el otro no: ¿son dos psicóticos o uno induce
al otro?
Porque una cosa es la locura de a dos simultánea y otra cosa es la locura de a dos
comunicada, inducida. La terapéutica consiste en separarlos para averiguar esta cuestión.
Así por, ejemplo, entre Schreber y su padre ¿no podríamos situar el campo de una locura
comunicada, en la estructura de un co-delirio?
Algunos analistas lo han planteado en esos términos. Pero lo que es importante situar es la
cuestión del problema de la transmisión de la locura, ¿se transmite? O en términos más
presentes en nuestra actualidad: ¿se contagia?
No estamos lejos de una colectivización de la locura si pensamos en ciertos delirios
religiosos o científicos. Y en la problemática del co-delirio hay una problemática que hace a
los términos de lo que es la transferencia. Si hay una propuesta de un delirante con respecto
a un analista es justamente invitarlo a co-delirar, en tanto va a un analista a controlar su
delirio. Esta es toda la pregunta de la transferencia con el psicótico, y también al psicótico,
si uno tiene que co-delirar o no con el sujeto. Porque la propuesta de un psicótico es ofrecer
un delirio para armar ahí un delirio de a dos. Entonces la pregunta sería ¿cómo alojar eso
sin transformarse en un co-delirante?
Es un límite muy fino. Habría que poder plantear la transferencia psicótica en términos de
una propuesta de co-delirio, porque el psicótico le ofrece al analista su delirio. Ante esto la
respuesta del analista es como alojar ese delirio sin estar tramado ni alojado en él, porque
encima lo que tenemos para ofrecerle es otro delirio, si es que sostenemos, con Lacan, que
el psicoanálisis es un delirio del cual se espera que sea una ciencia. La figura del co-delirante
potencial nos va a resultar muy importante para trabajar la posición del analista en relación
a la locura.
Lacan toma a esta mujer en ésta cuarta sesión, que está tomada en un delirio de a dos con
su madre. Esta mujer se encuentra casualmente con un hombre que venía a visitar a la
vecina que se suponía que era su amante y es de este hombre que ella escucha una especie
de injuria o insulto que es el “marrana”, marrana es mujer sucia. Pero a su vez ella confiesa
haber dicho algo al pasar: “vengo del fiambrero”.
Lacan dice que lo que obtiene de ella es “vengo del fiambrero”, entonces habría una
estructura en donde el sujeto dice “vengo del fiambrero”, aparece la pregunta de si escuchó
o no escuchó algo que plantee esto en términos de respuesta o de pregunta y justamente
lo que escuchó es el “marrana”. Lacan dice: vamos a ver como leemos esto en el plano de
la alucinación verbal.
Primero, dice Lacan: si ella logra decir “Vengo del fiambrero”, que dice que es lo que dijo o
pensó, pero que supuestamente está dicho en la escena del encuentro con este hombre,
justamente ese “Vengo del fiambrero”, habría que plantear qué estructura tiene en el
discurso de la paciente. Y dice Lacan que lo que no tiene que hacer es remitir esto a un
campo de comprensibilidad, porque entonces podemos deducir rápidamente del “Vengo
del fiambrero”: cochino, cerdo.
Afirma Lacan: si suponemos esto rápidamente lo que hacemos es comprender y además la
paciente me dice esto para que yo comprenda. Suspendemos esto y va a aparecer lo que a
Lacan le interesa leer que es el campo enunciativo, donde se da o no se da la interlocución
con el otro. Lacan se pregunta “¿Por qué dijo Vengo del Fiambrero y no cochino?” (p. 76)
Porque en vez de decirle a este hombre que venía a hacer cosas puercas con la vecina, en
ese mundo de mujeres de madre e hija, en dónde hay un punto de exclusión de lo
masculino, aparece un hombre, y en vez de decirle puerco o cochino, la mujer dice: Vengo
del fiambrero. Y Lacan se pregunta ¿porque no dice cochino?
“Limité mi comentario, pues no me alcanzaba el tiempo, a hacerles observar que ésta era
una perla, y les mostré la analogía con el descubrimiento que consistió en percatarse un día
de que algunos enfermos que se quejaban de alucinaciones auditivas, hacían
manifiestamente movimientos de garganta, de labios, en otras palabras las articulaban
ellos mismos. Aquí no pasa lo mismo, es análogo, y es aún más interesante porque no es
igual”
Continua Lacan: “Dije. Vengo del fiambrero” y entonces nos largó el asunto ¿Qué dijo él?
Dijo: Marrana. Detengámonos un momentito aquí. Ahí lo tienen muy contento, se dirán
ustedes, es lo que nos enseña: en la palabra el sujeto recibe su propio mensaje en forma
invertida. Desengáñense, precisamente no es eso” (p. 76)
Es decir que el marrana que está armado en una estructura de interlocución con otro que
hace decirle a la paciente Vengo del fiambrero y no puerco, cochino, ese marrana y el vengo
del fiambrero no están armados bajo el esquema de lo que Lacan sitúa en el eje simbólico,
que es que el propio mensaje del sujeto retorna del Otro en forma invertida.
La pregunta es porqué Lacan va a empezar a explicarlo. Continúa: “El mensaje en juego no
es idéntico, ni mucho menos, a la palabra, por lo menos en el sentido en que la articulo para
ustedes como esa forma de mediación en la que el sujeto recibe su mensaje del otro en
forma invertida.
Primero, ¿Quién es este personaje? Ya lo dijimos, es un hombre casado, amante de una
muchacha que es amiga de nuestra enferma”
Y dice Lacan “¿Qué es marrana? Es, en efecto, su mensaje, pero ¿no es más bien su propio
mensaje?” (p. 77) Es decir, es el mensaje del sujeto dicho a partir de un otro pero que no
remite a la alteridad que plantea el estatuto del gran Otro. En esta estructura del otro, el
plano de la alteridad se juega de manera distinta, es decir, que remite a un otro pero no al
otro de la alteridad que remite a un campo en el cual el sujeto puede reconocerse a
condición de que en ese reconocimiento aparece un desconocimiento fundamental que lo
estructura al sujeto como tal.
El problema para Lacan es cuando este nivel del Otro no funciona bajo esa manera de la
alteridad. Entonces, ¿cómo funciona el Otro? Lacan va a decir que funciona por alusión.
Alusión tiene que ver con una manera indirecta de poner en juego una alteridad, sin
sostener la ilusión de que en algún punto habría comunicación directa con eso, porque el
yo es una ilusión para Lacan porque en algún punto sostiene que habría comunicación con
el Otro. El yo no le da garantías al sujeto, por eso tiene que armar un campo de alteridad
justamente porque el Otro lo antecede en la economía que lo recibe. Continúa Lacan: “Esto
es concebible, y hace pensar que efectivamente se trata del propio mensaje del sujeto y no
del mensaje recibido en forma invertida” (p. 78) Es decir, que el sujeto estructura su mensaje
no a partir de que ese mensaje sea reconocido en un punto de alteridad que lo constituye
como sujeto.
Se entiende que una cosa es el mensaje que recibo en forma invertida del Otro que sanciona
mi mensaje en tanto me da mi posición, yo digo Tú eres mi mujer en tanto el tú eres mi
mujer en el plano de alteridad en el cual se juega me instituye a mí en forma invertida, como
Yo soy tu hombre. Si tú eres mi mujer, lo que instituye es que yo soy tú hombre.
Este punto de inversión es lo que no está en juego en las psicosis, porque lo que no está en
juego es el punto en el cual el sujeto hablando es reconocido en un Otro, un Otro que arma
un campo de desconocimiento, pero que sanciona un lugar como lugar. Porque lo que
instituye este gran Otro en Lacan es el lugar del sujeto de la enunciación.
Desde el momento en que tomo la palabra y digo, tomemos por ejemplo el campo de la
declaración sexual. ¿Qué pasa cuando alguien declara “yo soy un hombre”? ¿Qué instituye?
Que hay un campo de alteridad, (por ejemplo, hay mujer), y en ese campo de alteridad en
que se instituye la posición de sujeto, al decir yo soy un hombre supone plantear un lugar
desde el cual eso es dicho, pero a la vez ese lugar no es sin la sanción de que habría un
campo más allá de lo que yo declaro desde el lugar al cual digo pertenecer. La alteridad
siempre instituye un punto en donde mi posición está determinada por el lugar desde el
cual es sancionada por el Otro. Y vamos a ver como hace para llevar esta estructura a este
esquema.
Dice Lacan: “¿Debemos detenernos aquí?” En que justamente el mensaje es el mensaje del
sujeto y no el mensaje que recibe del Otro en forma invertida. “Ciertamente no. Este análisis
permite comprender que la paciente se siente rodeada de sentimientos hostiles. Pero el
problema no es ese. Lo importante es que marrana haya sido escuchado realmente, en lo
real.
¿Quién habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas lo
implican, si planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y percepciones. Al
respecto no hay ambigüedad, no dice: Tuve la impresión de que me respondía: Marrana,
dice: -Dije: Vengo del fiambrero, y él me dijo: Marrana.
O bien nos contentamos con decir: miren, está alucinada, o bien intentamos ir un poquito
más lejos. En primer término, ¿se trata de la realidad de los objetos? ¿Quién suele hablar
para nosotros en la realidad? ¿La realidad es precisamente cuando alguien nos habla? El
interés de las observaciones que hice la vez pasada sobre el otro con minúscula y el Otro con
mayúscula, era hacerles notar que cuando el Otro con mayúscula habla, no es pura y
simplemente la realidad ante la cual están, a saber, el individuo que articula. El Otro está
más allá de esa realidad.
En la verdadera palabra el Otro, es aquello ante lo cual se hacen reconocer. Pero solo pueden
hacerse reconocer porque él está de antemano reconocido. Debe estar reconocido para que
puedan hacerse reconocer. Esta dimensión suplementaria, la reciprocidad, es necesaria para
que valga esa palabra cuyos ejemplos típicos di: Tú eres mi amo o Tú eres mi mujer, o
también la palabra mentirosa, que siendo lo contrario, supone de igual modo el
reconocimiento de Otro absoluto, al que se apunta más allá de todo lo que pueden conocer,
y para quien el reconocimiento solo tiene valor precisamente porque está más allá de lo
conocido. Ustedes lo instituyen en el reconocimiento, no como un puro y simple elemento
de la realidad, un peón, una marioneta, sino un absoluto irreductible, de cuya existencia
como sujeto depende el valor mismo de la palabra en la que se hacen reconocer. Algo nace
ahí.
Diciéndole a alguien: Tú eres mi mujer, implícitamente le dicen Yo (je) soy tu hombre, (Yo,
je, no yo moi) pero primero le dicen Tú eres mi mujer, vale decir que la instituyen en la
posición de ser reconocida por ustedes, mediante lo cual podrá reconocerlos. Esta palabra
es entonces siempre un más allá del lenguaje”. (p. 78 y 79)
Y es un más allá del lenguaje porque no es comunicación en ese punto, instituye lugares e
instituye lugares enunciativos.
Dice más abajo: “Una palabra los compromete a sostenerla por vuestro discurso, a negarla,
recusarla o confirmarla, a refutarla, pero más aún puede llevarlos a muchas cosas que están
en la regla del juego.” “Una vez entrados en el juego de los símbolos, siempre están
obligados a comportarse según una regla” (p.79)
Es decir que, desde el momento en que hablo, este campo de alteridad instituye una
legalidad de la cual lo que puedo decir es hacerme cargo del lugar en el cual me instituye.
Punto. No puedo gobernar sobre este campo de alteridad. Solamente me queda jugar el
juego. Y ahora vamos al punto más difícil y más interesante de captar acá.
Dice: “Nuestra paciente no dice que otro habla detrás de él, ella recibe de él su propia
palabra, pero no invertida, su propia palabra está en el otro que es ella misma, el otro con
minúscula, su reflejo en su espejo, su semejante. Marrana surge en ping-pong y ya no se
sabe dónde estuvo el primer saque” Es decir quien empezó la jugada. Si el otro o ella. Una
cosa es que el sujeto crea que porque empieza el juego va a poder gobernarlo. Entonces,
saco y empiezo el juego, una vez que empieza el juego me encuentro que el juego se juega
en un lugar que va más allá de mí. Por lo tanto estoy en relación a los efectos del juego que
decido jugar por el solo hecho de hablar. Eso se llama gran Otro en Lacan, que instituye una
legalidad que va más allá de mí pero que me permite instituirme justamente por lo que me
retorna en un lugar enunciativo.
Lo que Lacan plantea es que esto en las psicosis no se da de esta manera (esto lo ubica en
el esquema “L”) Continua Lacan: “Que la palabra se expresa en lo real quiere decir que se
expresa en la marioneta. El otro en juego en esta situación no está más allá de la pareja,
está más allá del sujeto mismo - es la estructura de la alusión: se indica a sí misma en un
más allá de lo que dice-.
Intentemos ubicarnos a partir de este juego de a cuatro que implica lo que dije la vez pasada.
El a con minúscula, es el señor con quien se encuentra en el pasillo (uno podría decir que
con el a minúscula hay una cierta cuestión de semejanza), la A mayúscula no existe (acá esta
la aparente contradicción que señalábamos antes, que el sujeto, de entrada, en tanto habla
instituye una alteridad, un Otro) a´ minúscula es quien dice Vengo del fiambrero (aquí
estaría el sujeto que habla, que toma la palabra) ¿Y de quien se dice Vengo del fiambrero?
De S, a minúscula le dijo marrana. La persona que nos habla, y que habló, en tanto delirante,
a´, recibe, sin duda, en algún lado su propio mensaje en forma invertida, del otro con
minúscula. Pero ¿de dónde lo recibe? dice Lacan: del otro con minúscula.
No lo recibe del gran Otro, sino del otro con minúscula. “y lo que ella dice concierne al
mismo más allá que ella es en tanto sujeto, y del cual, por definición, sencillamente porque
es sujeto humano, sólo puede hablar por alusión. (p.80)
“Sólo hay dos maneras de hablar de ese S, ese sujeto que somos radicalmente; o bien
verdaderamente al Otro con mayúscula, y recibir de él el mensaje que lo concierne a uno en
forma invertida; o bien indicar su dirección, su existencia bajo la forma de alusión. Si esta
mujer es estrictamente una paranoica, es que el ciclo, para ella, entraña una exclusión del
gran Otro”.
El hecho de que excluya al gran Otro es en tanto la función acá del gran Otro implica instituir
el punto en donde mi mensaje me retorna en forma invertida.
Se dan cuenta que son dos modos de alteridad: una alteridad supone la posibilidad que del
Otro le retorne al sujeto su propio mensaje en forma invertida y la otra posibilidad que
supone que el sujeto está determinado por una alteridad que no responde a una alteridad
simbólica, sino que queda atascada en una alteridad imaginaria. Pero como es una alteridad
imaginaria, justamente ahí, el sujeto puede ver reflejada su propia posición, pero a
condición, no de que no haya gran Otro, sino de que la dirección del gran Otro solo la pueda
hacer por alusión.
En este caso marca la dirección del gran Otro, pero el gran Otro no instituye su posición
enunciativa. Porque para que instituya mi posición enunciativa como lugar, el gran Otro
tiene que devolverme mi propio mensaje en forma invertida. Pero mi propio mensaje no es
que yo tengo un mensaje y el Otro me lo devuelve al revés: mi propio mensaje se instituye
a partir del Otro. Depende de cómo me las arregle con la alteridad, encuentre o no
encuentre una posición, que me permite plantear que relación tengo con esa alteridad. El
discurso delirante no tiene la posibilidad de encontrar su posición en este campo de
alteridad, sino que la encuentra en el campo de alteridad imaginaria. Pero la alteridad
imaginaria es una alteridad, diríamos, vacía.
Continua Lacan: “El circuito se cierra sobre los pequeños otros que son la marioneta que está
frente a ella, que habla, y en la que resuena su mensaje, y ella misma, quien, en tanto que
yo, es siempre otro y habla por alusión”. (Y fíjense la interpretación que hace Lacan) “Esto
es lo importante. Habla tan bien por alusión que no sabe qué dice ¿Qué dice? Dice: Vengo
del fiambrero. Ahora bien ¿Quién viene del fiambrero? Un cochino cortado en pedazos. Ella
no sabe que lo dice, pero de todos modos lo dice. Le dice sobre si misma a ese otro a quien
le habla: Yo, la marrana, vengo del fiambrero, ya estoy disyunta, cuerpo fragmentado,
membra disjecta, delirante y mi mundo se cae en pedazos, al igual que yo. Esto es lo que
dice. Ese modo de expresarse, por comprensible que parezca es, empero, un poquitito
curioso” (p.80, 81)
“Todavía hay otra cosa, que afecta la temporalidad. Resulta claro, a partir de los
comentarios de la paciente, que no se sabe quien habló primero”.
Para concluir unos párrafos más adelante: “Estando pues, verdaderamente excluido el
Otro, lo que concierne al sujeto es dicho realmente por el pequeño otro, por sombras de
otro” (p. 81)
En este punto lo que queda confundido es precisamente la posición del sujeto con respecto
a esa alteridad que, por estar imaginarizada, no supone un punto de separación. Entonces
no hay separación entre el sujeto y el Otro en el punto en el que, justamente, lo que queda
de la alteridad es una alteridad reducida al campo imaginario. “Degradación imaginaria de
la alteridad” dirá Lacan un poco más adelante.
Es complicado esto, porque Lacan más adelante plantea en una sesión, la séptima, que fue
titulada “La disolución imaginaria”, que a partir de que el sujeto está convocado a tener
que responder desde una alteridad simbólica, lo que empieza a desmontarse es la
estructura imaginaria en la cual se sostenía en referencia a la alteridad del otro, y esto para
ubicar más claramente el desencadenamiento.
Pero en éste recorrido es muy importante leer el recorrido que, de una definición clásica e
instituida de la alucinación como una “percepción sin objeto”, no reenvía a la posición
enunciativa del sujeto en relación no sólo a lo que dice, sino a cómo lo dice, para seguir
sosteniendo un criterio de realidad que se articula a la red del lenguaje en el espacio
testimonial del sujeto en relación a su decir. También en éste punto es importante marcar,
que para Lacan, toda alucinación es alucinación verbal, en tanto está articulada a la
estructura que intentamos leer en su argumentación.
Una vez más, el desmontaje de la posición psiquiátrica de los analistas.
Voy a intentar subirles en la bibliografía una traducción de la “Lecciones clínicas sobre las
enfermedades mentales y nerviosas”, específicamente la primera, que trata el tema de las
alucinaciones y es la que cita Lacan en el seminario, de Jules Séglas.
Para la próxima, trabajaremos ya la cuestión de Dios en Schreber para plantear el estatuto
del Otro en la psicosis en la posición erótica del sujeto. Un dios que es lenguaje para Lacan,
pero también un dios viviente, en estas diferentes versiones de la alteridad que estamos
planteando.
Por lo tanto es importante que empiecen a leer, o releer, las “Memorias” del Presidente
Schreber, al menos los primeros capítulos, y el libro de Jean Allouch “La injerencia divina 2.
Schreber teólogo”, conjuntamente con las sesiones quinta y novena del seminario, y si
quieren, pueden avanzar hasta la 11.
Y fuimos recogiendo lo que nos hicieron saber con respecto a nuestro recorrido en éste año,
cuestión que trabajaremos en una reunión de cátedra a posteriori del espacio del teórico
de hoy. Desde ya, y una vez más, les agradecemos la participación con sus palabras y sus
inquietudes, y les iremos haciendo saber lo que vayamos resolviendo en lo que sigue.

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