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Al trazar la política económica de su gobierno, muy pocas veces se aventuró Rosas a pasar de los

límites relativamente estrechos que el señalaban los intereses de la provincia y la clase que
representaba. Mariano Moreno formuló las aspiraciones económicas de Buenos Aires sobre la base
del comercio directo con los países de ultramar. Rivadavia y su partido conocían perfectamente el
atraso económico de la república, pero confiaban en que con la ayuda de capitales y empresas
extranjeras la estructura económica del país podría ser rápidamente modernizada. Y parecía
axiomático que revitalizada la economía nacional Buenos Aires debía ocupar el papel principal. En
opinión de los federales los unitarios no demostraban interés por el bienestar de la industria pastoril.
No obstante, sin ella Buenos Aires no podría mantener su posición dirigente. Los federalistas
porteños no repitieron el error de sus adversarios. Proclamaron la autonomía económica y política
de sus provincias, pero al mismo tiempo insistieron en reclamar la más completa libertad para
organizar el destino económico de Buenos Aires. Y nadie lo entendió mejor que Rosas. El problema
central en 1830 era la creciente escasez de tierras libres. En 1833 Rosas organizó la famosa
campaña contra los indios. Obtuvo la colaboración de Córdoba y de las provincias de Cuyo e indujo
a Quiroga a que asumiera el mando de la expedición. La campaña puso fin al poderío militar de
numerosas tribus indias. La ley de mayo de 1836 de un solo golpe entregaba a la explotación
económica grandes extensiones de tierras de pastoreo. Al mismo tiempo anticipaba la eventual
abolición de la enfiteusis. En 1837 el gobierno tomó nuevas medidas para restringir el sistema.
Decretó que las tierras que volvieran al Estado por falta de pago del arrendamiento serían retiradas
de la enfiteusis y ofrecidas en venta. En 1838 fueron declarados perdidos los derechos de ciertas
categorías de enfiteuta y la tierra ofrecida en venta al mejor postor. El paso a la propiedad privada
de la tierra fue motivado tanto por razones financieras como por consideraciones de orden
económico. La legislatura provincial y el gobierno esperaban restaurar el equilibrio financiero de la
provincia con lo que produjera la venta de las tierras públicas. El acceso a los mercados del exterior
desempeñaba por fuerza un papel importante en la suerte de la industria. Por eso cuando en 1838 y
1839 la flota francesa cerró el puerto de Buenos Aires, la demanda de tierras descendió al mínimo.
Como no podía vender la tierra, el gobierno decidió regalarla. El motín de Dolores y Monsalvo
ocurrido el 29 de octubre de 1839 suministró la ocasión para una trasferencia de tierras a la
propiedad privada (permitió donar tierras a las tropas leales).

2)

La política agrícola del gobierno rosista reveló la imposibilidad del partido federal de salir de los
reducidos límites de los intereses de clase. Ni siquiera el gobierno de Martín Rodríguez, logró
elevar la agricultura doméstica a un nivel económico de mediana importancia. Primero, la
agricultura requería una mano de obra proporcionalmente mayor, y ésta era escasa y cara. Segundo,
se empleaban métodos de cultivo primitivos, y el rendimiento era bajo a pesar de la excelente
calidad del suelo. Tercero, el alto costo del transporte obligaba al chacarero a trasladarse a lugares
más próximos a las ciudades, dónde, lógicamente, la tierra costaba más. Y finalmente, los
agricultores, a diferencia de los ganaderos, tenían que luchar con la competencia, que era a menudo
ruinosa. El problema que debía encarar el gobierno era el de un programa que diera a la agricultura
una rentabilidad razonable. Ni M. Rodríguez ni sus sucesores enfocaban el problema bajo este
aspecto. La protección como instrumento de política económica era inaceptable en términos
generales. Resultaba particularmente desagradable con respecto a la agricultura, porque una política
orientada hacia el aumento de precios del trigo y la harina sería una política impopular. No es
extraño que en la lucha por el poder de unitarios y federales, los chacareros se alistaran sin
vacilación en el campo federal, ya que previamente se habían desengañado de los beneficios del
liberalismo económico, y veían en el régimen federal una promesa de tiempos mejores. Pero como
la agricultura no dio señales de potencia económica los dirigentes federales no se sintieron
inclinados a sacrificar recursos y prestigio político por lo que ellos consideraban un espejismo
económico. Después de todo, los chacareros no eran más que una parte insignificante de la sociedad
provincial, una parte económicamente débil y políticamente desarticulada.
En lo que respecta a la industria, la tarifa de 1835 evidenciaba que el gobierno de Rosas reconoció
los apuros de los productores locales, y accedió a la reclamación general de protección efectiva.
Pero las referencias a la industria y la política industrial eran algo más que observaciones de rutina.
Los jefes federales no tenían interés suficiente para reclamar una definición precisa de la posición
del gobierno acerca de la expansión industrial, para lo que aparentemente no había un programa
claro. Había otro factor que viciaba la doctrina económica federal. La dictadura política, que se
había instaurado en marzo de 1835, propició la intervención del gobierno en aquellos campos que
de actividad que en condiciones normales quedarían fuera de la fiscalización gubernativa. El
absolutismo político engendró el paternalismo económico. Es muy posible que en los últimos años
de su gobierno Rosas hubiese dejado de creer en la eficacia de la protección absoluta como
instrumento de política económica. Si después de varios años de estricto proteccionismo la industria
local no pudo superar su desventaja inicial parece inevitable la conclusión de que las fábricas
extranjeras estaban mejor equipadas para satisfacer las necesidades de la provincia. La insuficiencia
de mano de obra representó otro obstáculo para el desarrollo industrial. La solución estaba en abrir
el país a inmigración extranjera. Rosas se negó a acordarla.

3)

Las críticas frente a las debilidades de su política industrial no preocuparon mucho a Rosas ni al
partido federal, ya que consideraban que lo importante residía en la economía pastoril. Fue en el
campo donde la revolución estaba destinada a continuar su obra de transformación social y
económica. En este sentido Rosas y los federales fueron los guardianes de la tradición
revolucionaria. En realidad, poco cambió la economía del país durante los veintidós años de casi
ininterrumpido gobierno federal. Desde la exportación de cueros, dos cambios sufrieron el cuadro
de las exportaciones bonaerenses. Uno de ellos fue el crecimiento relativamente importante del sebo
y la lana. Lo cual reflejaba la expansión de la cría de ovejas en Buenos Aires y las provincias del
litoral, y por otra el acelerado perfeccionamiento de los métodos de producción. El segundo cambio
es la desaparición del grano y la harina de la lista de artículos exportables. El plan de importaciones
bonaerense cambió poco durante el gobierno de Rosas. Lo mismo que en los primeros años de la
independencia lo que más importaba la provincia eran artículos manufacturados, licores, tabaco y
ciertos productos alimenticios. Al igual que en los años anteriores, Buenos Aires siguió siendo con
Rosas la intermediaria entre los mercados de ultramar y las provincias del interior. Y si bien en su
estructura, el comercio de Buenos Aires varió muy poco, durante el régimen rosista creció en valor
y volumen. La economía de Buenos Aires se expandió durante esos 20 años, pero esto está en
relación más que nada con la excelente capacidad de recuperación de la economía bonaerense, que
se vio frecuentemente visitada por recesos y crisis.

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