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Además, el estado de ánimo de la persona con dependencia emocional está

sujeto al transcurso de la relación, necesitando acceder continuamente a su


pareja, siendo un factor ideal y buscado el sentir exclusividad. Necesitan sentir
la aprobación de los demás, generando demandas más o menos explícitas de
afecto, por lo que se suelen suceder contactos muy frecuentes y a veces
inapropiados como llamadas telefónicas continuas mientras la pareja está
trabajando. De tal forma que la naturaleza de la relación termina siendo una
vinculación autodestructiva, ansiosa, mixtificada, frustrante,
manipuladora, obsesiva, complaciente, reiterativa, idealizada y dañina.
Si la situación se mantiene en el tiempo, los roles de cada uno suelen ir
acentuándose en la dinámica, el compañero o compañera conduce al
dependiente a una continua y progresiva degradación, mientras que éste, si
tiene una dependencia emocional grave, aceptará burlas, menosprecios,
humillaciones, infidelidades, e incluso agresiones psicológicas y/o físicas. Pese
a ello el afectado, que llega a reconocer el maltrato, no rompe con la relación
por el miedo intenso a la soledad y al abandono; siendo capaz de pedir
perdón incluso por cosas que no ha hecho.
Si finalmente se sucede la ruptura de la relación, el hecho les supone un
auténtico trauma. Quizá porque sientan que se repite el patrón afectivo de las
personas de referencia en su crianza, en donde experimentaron que no fueron
queridos o valorados sin dejar de estar vinculados a ellas por este motivo;
sumando esto a que presentan baja autoestima, ante una ruptura, estas
personas suelen mostrarse carentes de asertividad o respeto por sí mismos,
con un estado de ánimo disfórico o sin fuerzas para afrontar sus circunstancias,
y tendentes a preocuparse en todo momento, su expresión facial, corporal y su
humor denotan una inmensa tristeza. Ante la amenaza de ruptura o dándose la
misma, el dependiente en su forma más grave puede que no se libere del
apego establecido hacia la otra persona, llegando a agobiar, perseguir, insultar
y amenazar o chantajear a su pareja o expareja para que vuelva con ella.
En general esta dinámica de amor unida al sufrimiento no suele ser cosa de
una única relación en la vida de la persona, sino que más bien en numerosas
ocasiones se presenta como un patrón estable. El dependiente emocional no
dirige sus demandas hacia cualquier persona, sino que se fija en
determinadas características que tiene idealizadas, que les resultan
atractivas, repitiendo muy posiblemente experiencias con las parejas
venideras, dado que es mayor el temor a la soledad que la conciencia de estar
acompañado a la fuerza.
Siendo el amor el arquetipo sentimental por antonomasia, los mitos sobre la
idealización del amor romántico, los arrobamientos emocionales y
apasionamientos varios, son parte de la creencia popular, que suele ensalzar
muchas veces esta versión del amor. En la literatura y los patrones
socioculturales colectivos abundan los mitos románticos (mitos de la
equivalencia, la media naranja, la exclusividad, la perdurabilidad, la
omnipotencia, la fidelidad, etc.) y paradojas varias (deseo frente a posesión,
pasión frente a convivencia, idealización frente a realidad, compromiso frente a
independencia y fidelidad frente a novedad) (Yela, Jiménez Burillo y Sangrador,
2003) vinculadas a la propia representación social del amor -y por extensión de
las emociones-.
Lo que suele olvidársenos es que uno tiene la capacidad de cambiar, de darse
cuenta de que está viviendo este tipo de situaciones y emociones, que lejos de
beneficiar nos perjudican, y que podemos trabajar activamente para
modificar nuestros comportamientos y por ende cambiar nuestras
emociones; vivir una relación en la que las dos personas se amen, se
respeten, y se acompañen sin que sea necesario la pérdida de la
identidad de alguna de las partes. De toda experiencia podemos sacar un
aprendizaje; arriesguemos por tanto a desempeñar otros roles desconocidos
para nosotros, en los que no importe no agradar tanto, a creernos merecedores
de afecto, abandonando la desconfianza en nuestras capacidades,
demostrándonos a notros mismos que somos capaces de sobrellevar la
soledad, rebuscando en nuestros gustos y aficiones, disfrutando de nuestra
propia compañía. Soltar el control, centrándose en otros ámbitos personales
que no sea la importancia de estar acompañados quizás nos reste ira,
frustración y sensaciones angustiosas de vacío, para abrirnos a nuevas
perspectivas y objetivos vitales. Intenta conocer a tu pareja más que estar con
ella para que te dé lo que crees que necesitas, acéptala como es o, si no te
completa, ten en cuenta que siempre te tendrás a ti mismo. Atrévete a ser
libre, porque desde ese momento podrás emprender el re-aprendizaje y la
vivencia de nuevas experiencias y emociones, nuevos horizontes. Porque
en el fondo, amar es un arte desconocido.
 

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