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V.

LA CONCEPCIÓN NOMINALISTA DEL CONOCIMIENTO

Todo lo dicho hasta ahora ha sido puesto en tela de juicio por el nominalismo.
Cuando no se admite que la inteligencia pueda conocer la esencia de las cosas o
cuando, como en la concepción mecanicista de la naturaleza, se desechan las
causas formales y finales, el conocimiento acaba perdiendo su valor.
Si se reduce la realidad a pura facticidad contingente (las cosas son como son
de hecho, pero podrían ser de otra manera porque no hay ninguna razón para que sean
así y no de otro modo), se llega a la conclusión de que el único modo de saber si
existen o no es mediante el conocimiento intuitivo en presencia de dicha
realidad. La intuición (ya sea sensible o intelectual) no puede informarnos más que
de la existencia de algo, pero es incapaz de descubrir qué es esa cosa, porque, al
ser puramente contingente, carece de esencia o consistencia interna.
¿Qué es entonces conocer? Partiendo del supuesto de que no hay dos realidades
iguales (puesto que no existen esencias o naturalezas comunes a varios individuos),
conocer es «fabricar» una idea atendiendo a alguna característica o nota que el
sujeto considera que es común a varias cosas. De este modo se agrupa la realidad
en «conceptos» que carecen de sentido (los clásicos hablarían de «comprehensión»)
pero que, por tener referencia («extensión») sirven para iden-

70. Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, II, 8, 1108b 25-26.

tificarlos. Dicho de otro modo: para un nominalista no existen los conceptos, sino
que se reducen a meros nombres comunes que aplicamos a varias cosas cuando
«parece» que tienen algo en común.
En el fondo el nominalismo reduce los conceptos a nombres sin significado,
pero útiles para identificar un objeto. Serían algo así como códigos de barras
con los que clasificamos las cosas que usamos.
Pensar, en esta situación, no es buscar el fundamento o el porqué de las
cosas, sino «fingir» (en el sentido de construir) teorías e hipótesis para uso
propio, buscar explicaciones que nos sirvan para dar razón de la realidad. De
este modo el pensamiento se aleja de la realidad y se convierte en un instrumento
de la vo- luntad, del deseo de saber a qué atenerse o de usar de las cosas para
fines propios. Las teorías son todas, por principio, hipotéticas, pues se ha partido del
supuesto de que la realidad carece de racionalidad y de sentido. Ninguna, por
tanto, podrá explicarla válidamente, si bien es posible que una resulte más útil
que otra porque dé razón, de un modo más exacto y sencillo, de lo que ocurre.
De este modo, «el saber científico se hace así un modelo ideal del universo, un
esquema interpretativo a título de simple método de acción. La búsqueda de causas
queda sustituida por la conexión lógica de fenómenos de apariencia; la certeza
pasa a fundamentarse en la decisión del científico de operar con ciertos
postulados; y como el mundo exterior no parece ofrecer sino incertidumbre y duda,
pura con- tingencia y probabilidad, la necesidad y la certeza pasan a ser una fe
originaria del pensar científico al organizar el mundo de acuerdo con ciertas
posiciones a priori» 72.

1. Consecuencias gnoseológicas del nominalismo

La mentalidad nominalista está ligada históricamente al nacimiento de la ciencia


experimental y en los siglos XIX y XX ha dado lugar al positivismo y el
cientificismo. Lleva implícita la negación de la posibilidad de la metafísica, del
conocimiento del ser, y eleva la ciencia positiva al grado de único conocimiento
verdaderamente científico y válido. Entiende la lógica como un conjunto de leyes
del pensamiento que no tienen por qué llevar al conocimiento de la realidad, salvo
que las conclusiones admitan ser verificadas por la experiencia, que se convierte, de
este modo, en el conocimiento supremo. Es decir, el nominalista parte de la
intuición y vuelve a ella para comprobar que sus pensamientos explican en
mayor o menor grado la realidad.
Por expresarlo en términos más simples, el nominalismo distingue entre «conocer»
y «pensar». Sólo se conoce mediante la intuición; pensar, en cambio, no es
conocer, sino elaborar explicaciones verosímiles con un fin pragmático.

72. SANGUINETI, J.J., La filosofía de la ciencia según santo Tomás, 47.

El nominalismo ha ido siempre unido a posturas escépticas, antimetafísicas,


agnósticas y cientificistas. Una vez negada la capacidad de la razón para acceder
al ser de las cosas, una vez que se niega sentido a la realidad, sólo cabe, si se quiere
hacer algo, darle uno mismo sentido y valor a la realidad. Por eso, en el fondo, el
nominalismo es una «actitud subjetiva» de la que ya hemos hablado: históricamente
está ligado al voluntarismo, a corrientes de pensamiento que sitúan a la voluntad
por encima de la razón, y que hacen de ésta un instrumento al servicio de las
decisiones tomadas irracionalmente. La voluntad, más que encontrar el bien en la
realidad, actúa espontáneamente, dando ella valor a las cosas, y usándolas con
vistas a un fin establecido antes de conocerlas. La realidad pasa a ser, entonces,
el medio para realizar los propios deseos, no la fuente de los valores. Pero
someter la razón a la voluntad, someterla a un proyecto, es limitarla y convertirla
en un instrumento, contradiciendo lo que ya advirtiera Aristóteles: que el acto de
conocer no se ordena a un fin porque lo posee 73.

2. La inteligencia artificial: el pensamiento y la objetivación mecánica de


los procesos discursivos
El nominalismo, como no podía ser de otro modo, tiene parte de verdad: es
cierto que muchas ideas las formamos agrupando, de un modo más o menos
arbitrario, un conjunto de cosas. Ya lo hemos visto al hablar de la abstracción
formal: el criterio para clasificar a unos animales como vertebrados es distinto del
que usamos cuando lo hacemos según sean bípedos o cuadrúpedos. Y lo mismo debe
decirse de las leyes y las teorías científicas. Lo que no puede decirse, en cambio, es
que todo el conocimiento humano es hipotético o que depende de la
arbitrariedad del que conoce.
Si se tiene en cuenta esto, puede decirse que la llamada inteligencia artificial
es, con propiedad, la única verdaderamente nominalista. Por una parte, identifica
las cosas según criterios arbitrarios o convencionales, como puede ser un código de
barras, y por otra, realiza operaciones lógicas o matemáticas de un modo más perfecto
y rápido que cualquier persona. El ordenador, en esos procesos, no se equivoca ni
duda, pero, por paradójico que parezca, no piensa.
La inteligencia artificial imita en parte a la razón. No puede, en ningún
sentido, saber lo que hace, primero porque funciona con significantes, no con
significados, y segundo porque no tiene conciencia, porque no «sabe» lo que
hace. Cuando se dice, por ejemplo, que puede decidir y corregir sus propios errores,
en realidad está funcionando como un termostato, como un aparato que se pone en

73. «La ontología moderna es radicalmente antiteleológica. El interés del sujeto ya no es “dejar ser” a la realidad
de acuerdo con sus proyectos naturales, sino imponerles el interés de su soberanía sobre todas las cosas objetivas. La
acción, en sentido moderno, consiste entonces en la efectuación de los fines de la razón por medio del conocimiento
causal de los procesos naturales». LLANO, A., Sueño y vigilia de la razón, 65.

marcha de acuerdo con unas condiciones de temperatura que le han sido dadas por
quien sabe realmente lo que es pasar frío y calor; y si reacciona ante los cambios de
temperatura, lo hace mecánicamente, no porque los «sienta».
En resumen puede decirse que la inteligencia artificial, tan útil e incluso
revolucionaria en tantos aspectos, no es una verdadera inteligencia, sino un
artefacto capaz de realizar, porque así ha sido programado, los procesos
discursivos propios de la razón. Para ello necesita que una persona le
proporcione los datos sobre los que va a operar, porque lo que no puede hacer es
suplir al «intelecto» sino sólo a la «razón». Por eso, como se ha dicho, puede
decirse que la inteligencia artificial es el modelo del perfecto nominalista.

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