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CRÍTICA
BARCELONA
Capítulo 1
DEFINIENDO LA IZQUIERDA.
EL SOCIALISMO, LA DEMOCRACIA
Y EL PUEBLO
LA DEMOCRACIA SOCIALIZADA
EL PARTIDO Y EL PUEBLO
pués de 1900. Pero para los anarcosindicalistas, la fantasía insurrecciona! quedó di-
vorciada de sus anteriores preceptos conspiracionales. Un auténtico levantamiénto del
pueblo no necesitaba en modo alguno ser dirigido por líderes en este sentido. A los
anarquistas españoles les gusta decir que «los hombres fuertes no :q.ecesitan líderes».
De vez en cuando los métodos conspirativos volvían a salir a la superficie. El
anarquismo español siguió siendo su origen principal. La anarcosindicalista y líber~
!aria Confederación Nacional del Trabajo (CNT), formada en 1919, era lo contrario
de una burocracia sindical o máquina de partido con una dirección centralizada. Pero
no le iba a la zaga la clandestina Federación Anarquista Ibérica (FA!) formada en
1927, que era la quintaesencia del revolucionarismo elitista y conspirativo. Esta con-
tradicción entre la altisonante retórica libertaria, que inspiraba a los partidarios nor-
males y corrientes y les empujaba a Wla militancia que ponía en peligro su vida, y
el autoritarismo de las conspiraciones secretas que los mandaban a la muerte, fue el
legado principal de Mihail Bakunin. Esta clase de actividad daba fácilmente paso al
terrorismo. Sus tentaciones siguieron alcanzando la máxima fuerza en las épocas de
represión o derrota, cuando más reducidas eran las probabilidades de agitación públi-
ca: en la Rusia zarista a finales del decenio de 1870 y principios del de 1880, y de
nuevo en los primeros años del siglo xx, y en España, Francia e Italia en la década
de 1890. 14
El más perturbador de estos legados seguía siendo el vanguardismo, es decir, la
idea de que minorías de revolucionarios disciplinados, dotados de teorías sofisticadas
y de una virtud superior, podían prever la dirección de las esperanzas populares,
actuar decisivamente en su nombre y radicalizar con ello a las masas. Dadas las im-
perfecciones de la democracia y las complejas reciprocidades entre los líderes y sus
seguidores, esta convicción siguió siendo un problema recurrente de la organización
política en general, porque incluso en las más perfectas democracias procedimentales
los líderes disponían necesariamente de cierto grado de flexibilidad, al margen del
pueblo soberano. Por regla general, sin embargo, excepto cuando tenían que pasar a
la clandestinidad, los partidos socialistas y comunistas del siglo xx organizaban a sus
seguidores a gran escala por medio de sistemas de democracia procedimental, con-
currían a las elecciones, trabajaban por medio de parlamentos y gobiernos locales y
participaban en la esfera pública.
En este sentido de suma importancia, el constitucionalismo socialista se fundó
sobre las ruinas de la previa idea blanquista de cómo se hacían las revoluciones. La
innovación fundamental fue el modelo socialista del partido de masas que hacía cam-
paña abiertamente en busca de apoyo público y representación parlamentaria a escala
nacional, organizaba sus propios asuntos por medio de la democracia interna de míti-
nes, resoluciones, acuerdos de procedimiento y comités elegidos. Una innovación que
significó el avance democrático decisivo de los últimos cuatro decenios O.el siglo XIX.
trocinó la comunidad modélica de New Harmony en Indiana corno parte de una serie
más amplia de experimentos comunitarios norteamericanos. 19 A raíz de esta iniciati-
va de Owen y de otras parecidas de los seguidores de Fourier y Saint-Simon, las ideas
utópicas alcanzaron notable difusión y formaron una reserva importantísima para los
movimientos obreros que ya empezaban a aparecer en la Europa occidental a comien-
zos del decenio de 1830. 2º La explosiva historia del Grand National Consolidated Tra-
de Union de Owen, que brilló durante un breve periodo en el agitado panorama polí-
tico de Gran Bretaña, fue especialmente notable. Con la propagación del movimiento
«Icaria» de Étienne Cabet en el decenio de 1840, así llamado por su novela utópica
Viaje a Icaria (1839), esta .cultura de socialismo o, corno preferian llamarla los se-
guidores de Cabet, «comunismo», había alcanzado gran difusión también en Francia,
especialmente entre los oficios artesanales que se estaban industrializando mediante
la utilización de mano de obra barata y sin preparación, tales como sastres y zapate-
ros.21 Por medio del fermento que vinculó la agitación reformista británica de 1829-
1832 con el carlismo y los levantamientos de los canuts (tejedores de seda) de Lyon
en 1831 y 1834 con la revolución de 1848, el lenguaje «Socialista» pasó ahora a defi-
nir un interés específicamente obrero. 22
En contraste con la democracia radical o con la futura tradición socialdemócrata,
el socialismo utópico suponía una retirada respecto del pensamiento de orientación
estatal sobre la democracia. Sin embargo, en la década de 1830 los seguidores de
Owen ya se habían convertido en parte integrante de las agitaciones radicales en Gran
Bretaña, como había ocurrido en Francia con sansimonianos corno Philippe Buchez
y Pierre Leroux. Además, después de su primitiva deuda con Babeuf, Cabe! aprendió
mucho del sindicalismo de Owen durante su exilio en Gran Bretaña en 1834-1839, y
después de regresar a París, su periódico Le Populaire ayudó a ensanchar el republi-
canismo francés y llevarlo hacia el socialismo. Tanto Cabe! corno Pierre-Joseph
Proudhon influyeron en el primitivo socialismo francés mucho más de lo que han
reconocido los historiadores, y formularon exigencias de acción gubernamental y
organización política nacional que contradecían el utopismo más ingenuo que con
frecuencia se les atribuía. En vez de abrazar el ideal comunitario a gran escala de
secesión de la sociedad competitiva existente y egoístamente individual, de hecho, los
políticos de clase obrera tenían contraída con Owen, Fourier y Saint-Simon una deuda
general mucho más indefinida: los ideales de «asociación», «mutualismo» y «coope-
ración»; la crítica racionalista y humanística de la sociedad burguesa; y el conven-
cimiento práctico de que los asuntos humanos podían ordenarse de manera diferente
y rnejor. 23
Los socialistas utópicos dejaron legados compensatorios para la democracia a plazo
más largo. Por un lado, es claro que se replegaron a formas apolíticas y con frecuen-
cia descabelladas de edificación experimental de comunidades, formas que dejaron
poca experiencia aprovechables por los movimientos obreros que trataban de organi-
zarse a escala nacional. Esta huida de la política y, de hecho, de la sociedad misma,
para refugiarse en pequeños enclaves comunales, simbolizados por el viaje transatlán-
tico al Nuevo Mundo, dejó un silencio sobre cómo debía llevarse a cabo políticamente
la transición a un nuevo tipo de sociedad.24 Los socialistas utópicos mostraron una
indiferencia parecida ante la economía política y los orígenes estructurales de la des-
igualdad entre las clases. Los socialdemócratas posteriores a la década de 1860 repu-
diaron explícitamente ambos aspectos del legado que recibieron.
DEFINIENDO LA IZQUIERDA 33
Por otro lado, el compromiso creativo con formas de cooperación a pequeña esca-
la basada en la comunidad, extendiéndose más ambiguamente hacia la democracia
participativa, dejó un legado mucho más positivo. En las ideas políticas de Louis
Blanc y otros radicales socialistas.durante la revolución de 1848, los ideales de «aso-
ciación» apoyaban exigencias concretas de cooper~tivas de productores y «talleres
sociales» que debía financiar el Estado francés, mientras que para los obreros del cen-
tro y el este de Europa en el decenio de 1860 los ideales cooperativos de autoayuda
colectiva fueron el más común de los primeros encuentros con el socialismo. 25 Las
ideas de la «emancipación del trabajo» indicaban deseos sencillos pero apasionados
de un mundo más justo, enmarcados a menudo por mitologías de una edad de oro
perdida, que en una crisis como 1848 podían sostener fácilmente la creencia en la
transformación revolucionaria. De forma parecida, el impulso favorable al autogo-
bierno, localizado anteriormente en los espacios fisicos de New Harmony y las otras
colonias utópicas, resurgió en la Comuna de París de 1871 bajo la forma de exigencia
revolucionaria más programática.
Lo más interesante de todo es que los utópicos practicaban una política de género
sumamente radical. Así, Fourier propugnaba la plena igualdad de las mujeres y los
hombres, las libertades sexuales y el desmantelamiento del matrimonio, al tiempo
que los seguidores de Owen atribuían la degradación moral del capitalismo («el con-
tagio del egoísmo y el amor a la dominación») a «la uniforme injusticia ... que prac-·
tica el hombre con la mujer» en la familia, que de este modo funcionaba como «centro
de dominación absoluta». 26 En efecto, a juicio de los seguidores de Owen, el «sistema
competitivo» no nacía sólo de los valores que inculcaban las fábricas, las iglesias y las
escuelas, sino también de la organización familiar de la vida personal: «El horno
oeconomicus, el individuo competitivo, atomizado, que se encontraba en el centro de
la cultura burguesa era fruto de un sistema patriarcal de relaciones psicosexuales». 27
Por tanto, cualquier forma nueva de vida requería un replanteamiento total de las rela-
ciones íntimas, con el fin de que la familia privatizada y sus opresivas leyes matrimo-
niales pudieran ser sustituidas por sistemas comunales de verdadera igualdad. Una
feminista seguidora de Owen arguyó que si la mutualidad se establecía tanto comu-
nalmente como entre los sexos, «entonces la mujer se encontraría en una posición en
la cual no vendería sus libertades y sus sentimientos más elevados». 28
Este feminismo primitivo se enunció en una época de resistencia generalizada a la
industria capitalista, cuando los socialistas podían imaginar que cabría salvar a la so-
ciedad rehaciendo el carácter humano en el molde de la cooperación. Pero si en el
decenio de 1830 era posible proyectar un espacio de reforma más allá del marco capi-
talista, en la segunda mitad del siglo XIX, corno dice Barbara Taylor, «había mucho
menos "fuera" al que in> y las organizaciones obreras aceptaban ahora la base dada de
la relación salarial. 29 Mientras tanto, el compromiso con la igualdad entre los sexos se
perdió. Las visiones de libertad sexual y alternativas de la familia patriarcal se lleva-
ron hasta los límites disidentes de los movimientos obreros. La forma de dirigirse a
las mujeres ya no era un programa feminista independiente sino tratándolas como
madres o trabajadoras en potencia. La anterior creencia en la igualdad sexual («los
nimios intereses del momento de las mujeres», como dijo la socialdemócrata alema-
na Clara Zetkin) se la tragó la lucha de clases. O, tal como exhortó Eleanor Marx en
1892: «Nos organizaremos no como "mujeres" sino como proletarias ... para noso-
tras no hay nada salvo el movimiento obrero». 3º
34 UN MUNDO QUE GANAR
Durante el siglo x1x, la izquierda forjó su independencia sobre todo por medio de
sus conflictos con el liberalismo. Los liberales se resistieron encarnizadamente a la
ciudadanía democrática. En la teoría liberal, el acceso a los derechos políticos reque-
ría la posesión de propiedades, educación y un atributo menos definible como era la
categoría moral: lo que Williarn Ewart Gladstone llamó «dominio de uno mismo,
autocontrol, respeto al orden, paciencia bajo el sufrimiento, confianza en la ley y con-
sideración a los superiores». 31 Desde Edrnund Burke y Alexis de Tocqueville a los
ideólogos y los practicantes del liberalismo durante su influencia más significativa en
los decenios de 1860 y 1870, incluidos los más generosos entre los radicales corno
John Stuart Mill, los liberales siempre despreciaron la capacidad cívica de las masas
y alcanzaron un crescendo de miedo durante las revoluciones de 1848 y la primera
oleada paneuropea de concesión al pueblo del derecho al voto en 1867-1871. En el
discurso liberal, «la democracia» era sinónimo del imperio de la chusma.
Por consiguiente, con variaciones de un país a otro, los movimientos obreros se
separaron de los liberales en el segundo tercio del siglo XIX. Del mismo modo que
dieron la espalda a la utopía cooperativista organizada localmente, los socialistas tam-
bién sustituyeron el individuo libre y soberano de los liberales por la soberanía popular.
A partir del decenio de 1860, cobró forma un constitucionalismo socialista que poco
tenía en común con los proyectos locales de autoadministración comunal que fueron
la primera inspiración del pensamiento socialista en una época anterior del siglo. Los
socialistas habían funcionado anteriormente como elementos secundarios en coali-
ciones que en términos generales eran liberales y ocasionalmente adquirieron mayor
prominencia gracias a las oportunidades radicalizadoras de una crisis revoluciona-
ria, corno en 1848-1849. También habían presionado a favor de formas intermedias de
cooperativismo de los productores con el respaldo de un gobierno reformista, entre
ellas talleres nacionales o un banco de crédito popular, que lindaban con los planes
más ambiciosos de Proudhon, Cabet y otros utópicos. Y, finalmente, también había
perdurado la tentación blanquista de conspiración revolucionaria.
En todos los sentidos, la década de 1860 resultó ser un intervalo decisivo. A par-
tir de entonces los socialistas de la mayor parte de Europa depositaron sus esperanzas
en un partido de democracia parlamentaria dirigido centralmente y asociado a un mo-
vimiento sindical organizado a escala nacional. Los argumentos a favor de esta clase
de movimiento se presentaron con buenos resultados en una serie de debates muy
reñidos que dominaron la izquierda europea desde comienzos de la década de 1860
DEFINIENDO LA IZQUIERDA 35
hasta mediados de 1870 y cuyo foro principal fue la Asociación Internacional de Tra-
bajadores o 1 Internacional, nuevo organismo coordinador creado en 1864 y disuelto
en 1876. 32 Además, el ascenso del modelo socialdemócrata fue favorecido de modo
decisivo por el creciente.predÓminio en Europa de constituciones parlamentarias
vinculadas al principio del Estado nacional, que recibió un impulso espectacular en el
decenio de 1860 como consecuencia de la unificación de Alemania y de Italia y las
agitaciones constituyentes más amplias de aquella década. Las oportunidades capaci-
tadoras del constitucionalismo liberal resultante afectaron de manera crucial al pro-
greso del modelo socialden1ócrata.
La política centralizada del constitucionalismo socialista se formó ahora durante
un periodo de cincuenta años dentro del marco de los partidos que empezaron a fun-
darse, país por país, en el decenio de 1870. Sin embargo, las culturas del socialismo
y la democracia necesitaron muchos cambios antes de que la socialdemocracia pudie-
ra imponerse plenamente. Entre las bases, el interés por el socialismo siguió hacien-
do mayor hincapié en la soberanía local de la acción democrática popular, indicando
aquel legado radical anterior que la socialdemocracia sólo lograba expresar parcial-
mente. Los movimientos populares de mediados del siglo XIX habían registrado unos
niveles excepcionales de politización y habían llevado el ímpetu de la izquierda
mucho más allá de sus fronteras habituales. En los pueblos y las ciudades pequeñas,
así como en las aglomeraciones urbanas mayores, los militantes luchaban con las
autoridades por la escolarización, el ocio, la religión y otros aspectos de la vida coti-
diana local. El cartismo británico fue el más impresionante de estos movimientos,
seguido de cerca por los radicalismos populares de 1848-1851 en Francia, donde los
clubes políticos y las corporaciones obreras alcanzaron elevadas cotas de activismo
en París y otras ciudades y los socialistas democráticos («democ-socs») estaban pre-
sentes en todos los pueblos. Equivalentes más localizados se encontraban en muchos
otros países también entre las décadas de 1840 y 1860. 33
¿Hasta qué punto podían captarse y cambiarse estas energías a efectos de la capa-
citación democrática de las nuevas sociedades capitalistas de Europa, a la vez como
recuerdos de la lucha popular y potenciales activos para un futuro que aún estaba por
imaginar? Éste era el desafio que afrontaban los nacientes movimientos socialistas
del último cuarto del siglo XIX.