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ETICA MINISTERIAL - LECCIÓN 1

LA VOCACION DEL MINISTRO:


¿Carrera o profesión?
Agnosia es el termino psiquiátrico para la perdida de la habilidad de reconocer objetos familiares.
Cada ministro, sabe que un llamamiento a ser el ministro de una iglesia es un llamamiento a
varias tareas. Predicación, enseñanza, consejo, visitación, administración, promoción,
reclutamiento, dirección de la adoración y servicio a la comunidad, son únicamente unas cuantas
de las responsabilidades.
El peligro invisible para el trabajador religioso muy ocupado es “agnosia ministerial”.
¿Que ha causado esta multiplicación de funciones que aumenta el riesgo de contraer agnosia
ministerial y pasar por alto a las personas?
- El primero es el carácter voluntario de la religión en los tiempos actuales, que en sus
varias dimensiones hace a los ministros excepcionalmente sensibles a los deseos y
necesidades de los laicos y a los cambios en la cultura.
- El segundo es el derrumbamiento de un sentido de autoridad independiente en los
ministros; en ausencia de aceptación amplia de las bases tradicionales de su autoridad, los
ministros buscan substituir formas de legitimarse a sí mismos.
- El tercero es el esfuerzo de los ministros por encontrar nuevas formas de hacer la fe
religiosa pertinente en patrones de cambio social y cultural.

Estos cambios han conducido a los ministros a la confusión y a una condición que se llama
anomia, una falta de delineación clara de la autoridad. El ministro típico esta perplejo, no solo
sobre qué hacer sino también sobre a quién servir.
¿Quién tiene la palabra final: el miembro de la iglesia, la congregación, la denominación, o Dios?
Sin darse cuenta, los pastores y otros ministros pueden deslizarse creyendo que todo está bien
en tanto las “partes y pedazos” de las personas son visibles. El ministerio puede llegar a ser muy
impersonal. Los miembros de la iglesia empiezan a contemplarse como clientes orientados al
consumo, y la iglesia misma toma la apariencia de una corporación cuyo ejecutivo principal debe
trabajar para mantener altas las “ganancias” y felices a los “clientes”. En medio de esta
ocupación, el propósito real del ministerio puede perderse.
El propósito de este capítulo es reexaminar el papel vocacional de los ministros. Este principia
con el entendimiento del ministro del “llamamiento”: ¿es una carrera o una profesión?
Para responder a esta cuestión básica, debemos definir también lo que queremos decir con
“profesión”. Una revisión breve de la historia de las profesiones, que se originaron en las órdenes
religiosas (que originalmente “profesaban” algo), ayudará a nuestra compresión del término.

El llamamiento al ministerio

Un prerrequisito básico para un ministerio ético es un entendimiento claro del llamamiento del
ministro.
¿Cómo entra una persona al servicio cristiano vocacional?
¿Recibe el candidato un llamamiento de Dios o simplemente escoge una carrera?
¿Es el ministerio una ocupación o una profesión?
¿Qué es lo que el cargo en sí requiere del ordenado: una vida moral inspiradora, liderazgo
eclesiástico efectivo, habilidades ministeriales refinadas, creencias teológicas sanas, conducta
profesional inequívoca, o alguna combinación de estos atributos ministeriales?

“El agotamiento del ministro, del que tanto se publica, es más un resultado de una identidad
pastoral confusa que de sobrecarga de trabajo. La ética profesional bien enseñada, contrarresta
esa clase de fatiga.”

De modo que surge nuevamente la pregunta: ¿A qué es llamado el ministro: a una carrera o a
una profesión? ¿A una ocupación o a una vocación única? Cada ministro debe también preguntar:
¿A quién sirvo, a Cristo o a la congregación? O, para ponerlo en otra forma: ¿Estoy sirviendo a
Cristo al servir a la congregación?
Construir un ministerio sobre la base de integridad requiere que el sentido de llamamiento y el
concepto de servicio de un ministro sean bíblicos, éticos y semejantes a Cristo.
La mayoría de los ministros se identificarían con el relato de Jeremías de su llamamiento:
(Jer. 1:4,5). “Vino a mí la palabra de Jehovah, diciendo: Antes que yo te formase en el
vientre, te conocí; y antes que salieses de la matriz, te consagré y te di por profeta a las
naciones”

Este mensajero a Israel creyó que el Señor planeó que el fuera vocero de Dios desde el principio
de su existencia. De igual manera, los ministros cristianos deben estar confiados en el plan de
Dios para sus vidas como se revela en su llamamiento al ministerio cristiano.

Como el Señor escogió a Abraham para dirigir a un nuevo pueblo (Gen. 12:1-3) y envió a Moisés
en una misión redentora (Ex. 3:10), así Dios llama y envía al ministro moderno.
Nuestra respuesta al llamamiento de Dios debe ser como la del profeta Isaías:
“Heme aquí, envíame a mi” (Isaías 6:8).
Los profetas del Señor no solo son llamados, sino que se les da un mensaje y una misión, como a
Débora (Jue. 4-5), Isaías (6:8, 9), Amos (7:15) y Juan el Bautista (Juan 3:1-3). El apóstol Pablo
estaba tan convencido de que Dios lo había elegido como un misionero al mundo gentil, que
escribió: "... porque me es impuesta necesidad; pues, !ay de mi si no anuncio el
evangelio!” (1 Cor. 9:16).
No puede haber duda, el ministro del evangelio de Jesucristo es apartado y enviado por Dios para
cumplir una misión divina.
El ministerio es una vocación, un “llamamiento” de Dios.

Uno no puede servir a Cristo sin servir a la gente, porque servir a la gente es servir a Cristo
(Mat. 25:31-46).
La historia de las profesiones

la palabra profesar significaba “testificar a nombre de” o “sostener algo”. Ser un profesional
conllevaba implicaciones sobre conocimiento y responsabilidad moral. “El profesional conoce algo
que beneficiará a la comunidad más extensa, y tiene una responsabilidad de usar ese
conocimiento para servir a la comunidad.”

Para que podamos entender el verdadero significado de la palabra profesional, es importante


revisar brevemente la historia de las profesiones, como principio la profesionalización y los
cambios que han ocurrido a través de los años. Esto es especialmente crucial para nuestra
comprensión de la crisis del día presente que enfrentan todos los profesionales, incluyendo a los
ministros.

En el Israel primitivo se desarrolló una clase especial de profesionales religiosos, a saber,


sacerdotes y profetas. Estos dos grupos llegaron a ser las autoridades supremas en ley y religión,
y de igual manera realizaban algunas funciones médicas. Los ricos “profesionales” del comercio y
la política eran castigados por profetas como Amos por oprimir a los pobres mediante practicas
de negocios deshonestos. El concepto del profeta en el antiguo Israel es una “creación religioso-
cultural del orden más elevado”, porque “presupone la fuente misma y el significado de la vida
del individuo y de la comunidad del pacto”.

Para el tiempo de Jesús, había surgido una variedad de profesiones: sacerdotes, maestros,
abogados, médicos y soldados profesionales.
Aunque Cristo a menudo denunció a los religiosos y expertos legales de su día como hipócritas y
legalistas, el mismo fue conocido como un rabino de Galilea, un miembro de la profesión
de enseñanza. En los Evangelios y en el libro de Los Hechos encontramos también a otro
profesional, el “medico amado” Lucas, quien ministro a Pablo y escribió dos libros del Nuevo
Testamento.

Durante el periodo de la Edad Media, particularmente en el norte de Europa, ocurrió muy poco
cambio. Con la iglesia establecida en control, los clérigos constituyeron el grupo profesional
dominante. A través del control de la educación, los dirigentes religiosos del periodo medieval
escribieron las reglas que gobernaban la práctica de todas las otras profesiones.
La medicina, la ley, los negocios y la enseñanza, todos existían dentro de un marco común de
valores y creencias compartidos.
Fue también durante este tiempo y después, que muchas ocupaciones y grupos comerciales se
organizaron en gremios. Los gremios servían para mantener las normas, entrenar aprendices
y sujetar a los indisciplinados. Después de la Revolución Industrial, algunos gremios
evolucionaron en profesiones.
Importante para nuestro entendimiento de las profesiones modernas y del ministerio, fue el
avivamiento de una doctrina clave durante el periodo de la Reforma. Dos reformadores religiosos
clave del siglo dieciséis fueron Martin Lutero y Juan Calvino.
Antes de este periodo, se concluía generalmente que las únicas personas que recibían un
“llamamiento divino” eran aquellas escogidas por Dios para entrar en el camino monástico
espiritualmente superior. Este “llamamiento” (vocatio), era reservado solamente para los
profesionales religiosos.
Lutero y Calvino desafiaron esta tradición, basados en la enseñanza bíblica de “llamamiento” que
era prominente en las epístolas paulinas (1 Cor. 7:30s; 12:28; Ef. 4:11; Rom. 12:6-8).
Ambos reformadores afirmaron que toda forma de trabajo digna era un “llamamiento divino”. El
labrador, el comerciante y el zapatero, no solo el sacerdote, tenían también un llamamiento de
Dios para servir al mundo en su trabajo. Lutero, un poco más conservador, sentía que cada
persona debía trabajar en la misma ocupación de sus ancestros. Calvino no estaba de acuerdo. El
enseñó que el llamado a servir a Dios y a la gente era por medio de cualquier vocación que mejor
le conviniera a esa persona. Este énfasis adicional de Calvino fue muy significativo, porque
implicaba que la admisión a una profesión no sería en base a herencia sino a méritos.

Después del 1500, las profesiones se estancaron, permaneciendo pequeñas y exclusivas. Los
miembros de las profesiones llevaban la “buena vida” de caballeros desocupados, ganando una
posición social elevada por medio de su adhesión al rey y a su corte. El trabajo que requería mano
de obra era para los obreros; los profesionales vivían la vida de refinamiento entre las clases más
altas.

La clerecía no dejo de ser afectada por estas tendencias sociales. En la Inglaterra del siglo
dieciocho, el papel del ministro era principalmente “un accesorio ocupacional de posición de
clase media”. Para el siglo diecinueve, muchos de los clérigos estaban ansiosos de ser
considerados como profesionales con funciones y deberes específicos.

Como en la Inglaterra rural, en muchos pueblos en las nuevas colonias el ministro era el único
profesional, la persona a quien llamaban para ayudar en asuntos de ley y medicina, así como en
religión. En ese tiempo todas las profesiones tenían no solamente un sentido de servicio a la
comunidad entera, sino también creían que su servicio era a Dios.

Las profesiones en la América colonial, sin embargo, tomaron un nuevo carácter. Sin el
impedimento de las restricciones de clase social y de la herencia institucional, tan rígidas en
Inglaterra, el profesional americano “alegremente ignoraba tales distinciones santificadas, como
entre un pasante de leyes y un abogado, o entre un farmacéutico y un médico. Los profesionales
eran juzgados por la competencia de su ejercicio y no por lo impresionante de sus credenciales”.

El siglo veinte ha sido testigo de una explosión de profesiones en el mundo. Uno de los resultados
positivos ha sido un alto grado de conocimiento y habilidades especializadas, que ha creado
altos niveles de vida a través de múltiples opciones de servicios profesionales. Los ortodontistas
enderezan los dientes, los neurocirujanos corrigen las lesiones de la espina dorsal y los
ministros de música dirigen los coros de la iglesia. Sin embargo, con la orientación de mercado
del capitalismo, a veces se han visto los servicios de los profesionales como otro artículo mas
para venta al mejor postor.
¿A qué conclusiones podemos llegar de esta breve historia de las profesiones? El primer uso de la
palabra profesión fue en relación con quienes “profesaban” votos en una orden religiosa.
Los servicios esenciales provistos a la sociedad por estas comunidades
religiosas incluían tanto lo sagrado como lo secular, ya que los monasterios llegaron a ser centros
de cultura y educación.
De este modo estas órdenes religiosas proporcionaban a la sociedad artistas y educadores,
expertos en ley y medicina, asesores políticos y dirigentes, así como teólogos, sacerdotes y
ministros.

El significado de profesional

Los sociólogos han escrito extensamente sobre la verdadera


naturaleza de las profesiones, la profesionalización y el profesionalismo.
Se han desarrollado dos escuelas principales: la “escuela de Harvard” y la “escuela de Chicago”.
- La escuela de Harvard es funcionalista en su abarcamiento, viendo una profesión como
una ocupación distinta, caracterizada por conocimiento complejo, importancia social y un
alto grado de responsabilidad.
- La escuela de Chicago da por sentado el hecho de que la categoría de profesional es una
“construcción semi-mítica”, creada por miembros de una ocupación para obtener ventaja
social y económica.

La definición funcional de profesión ha sido aceptada por la mayoría de los investigadores como
básica y conceptualmente más substancial.
Realiza un servicio social único y esencial; requiere un largo período de entrenamiento general y
especializado, generalmente en conexión con una universidad; presupone habilidades que están
sujetas a análisis racional; el servicio a la comunidad, y no la ganancia económica, se supone ser
el motivo dominante; las normas de competencia son definidas por una organización de quienes la
ejercen, comprehensiva y de autogobierno; un alto grado de
autonomía algún código de ética...

En un texto contemporáneo sobre ética profesional, El Profesor Michael Bayles esboza tres
rasgos centrales que son necesarios para que una ocupación sea una profesión: (1) entrenamiento
extenso; (2) un componente intelectual significativo en el entrenamiento; y (3) la habilidad
entrenada proporciona un servicio importante en sociedad. Este profesor también advierte que
hay otros rasgos comunes a muchas profesiones, a saber: credenciales, una organización
de miembros y autonomía en su trabajo.
Una de las razones por que los sociólogos se resisten a incluir a los clérigos como profesionales, es
porque el papel pastoral se ha convertido en un conjunto de tareas. No solo hay varias
especializaciones como ministro de música, consejero de la iglesia, administrador de la iglesia y
ministro de la juventud, sino también una multiplicidad de tareas en cada categoría.
La crisis en la vida profesional hoy

La ética de la conducta profesional está siendo cuestionada como nunca antes en la historia.
Abogados, médicos, ingenieros, contadores y otros profesionales, están siendo criticados por no
tener en cuenta los derechos de los clientes y el interés público. Quizá la sociedad está
reconsiderando el papel de las profesiones y de los profesionales. De cualquier manera, tanto los
profesionales como el público están enfrentando muchos retos éticos difíciles. Dado que los
profesionales están desempeñando papeles importantes en la sociedad durante la última década
del siglo veinte, todos están preocupados con la ética profesional.

Sin embargo, en años recientes la idea de vocación ha sido reemplazada por la idea de carrera
como la noción gobernante de la vida profesional. Y la idea de pacto ha sido reemplazada por la
idea de contrato. “Carrera” viene de una palabra que se refería al estadio en el mundo romano
antiguo. Es una palabra que se refiere a proeza mediante combate competitivo, saliendo adelante
y triunfando sobre otros, aun si dicha proeza involucra meramente ir dando vueltas en círculos ...
La palabra “contrato” se refiere a los convenios utilitarios entre partes donde establecemos una
relación dar-y-tomar en la cual los bienes o servicios se intercambian sobre una base de
concesiones mutuas.

La iglesia de Cristo no necesita profesionales presumidos, preocupados con el manejo de sus


propias carreras. La iglesia no necesita miembros orientados al éxito, que solamente ministran a
triunfadores. La iglesia no necesita a quienes esperan la vida buena porque trabajan muy duro.
Los cristianos han de vivir el ideal original de las profesiones: servir antes que ser servidos.

Los ministros en particular están confundidos sobre su propia identidad. Hace dos décadas lo que
todavía parece ser verdad, que “la imagen del ministerio es nebulosa, confusa y falta de
atractivo”. En particular hay tres diferentes imágenes del ministerio que crean una crisis de
identidad para los ministros: el ministerio como (1) un llamamiento para una clase o persona
particular; (2) un llamamiento de una clase particular de institución; (3) un llamamiento a una
clase particular de trabajo.

La falta de confianza pública en la competencia profesional ha igualado a la disminución de


dedicación profesional. Históricamente, se confiaba en quienes practicaban la medicina, leyes y
la religión, porque se daba por sentado que su único interés era el bienestar de aquellos a
quienes servían. Hoy, la gente no está muy segura de que se pueda confiar en alguien que ejerce
una profesión. “Abundan informes sobre cirugías innecesarias, practica dental indigna de
confianza, consejo legal cuestionable y enseñanza de calidad pobre.”
El ministro como un profesional

Para hacer un resumen, entonces, podemos definir un profesional en este sentido


contemporáneo: una persona ampliamente educada, de habilidad y conocimiento muy
desarrollados, que trabaja en forma autónoma bajo la disciplina de una ética desarrollada
y hecha valer por iguales, que rinde un servicio social que es esencial y único, y quien hace juicios
complejos que implican consecuencias potencialmente peligrosas. El profesional está interesado
principalmente en el interés público más que en el suyo, y más interesado con los servicios que
presta que con las recompensas monetarias. La pregunta que debemos contestar
ahora, es: ¿La vocación del ministro se ajusta a esta caracterización general de una profesión?

A diferencia del típico especialista de hoy, el ministro se preocupa por la persona total; el (o ella)
tiene un amplio fondo educativo general, que es tradicionalmente un rasgo del profesional.
Como la posición de los profesionales depende de competencia técnica en su campo, el ministro
depende de competencia en ciertas disciplinas teológicas, tanto teóricas como prácticas. Los
ministros de iglesia, por ejemplo, deben estar capacitados para explicar el significado del
matrimonio cristiano, así como realizar un servicio de matrimonio.

Como un profesional, el ministro del evangelio está dedicado a servir a otros. La recompensa
monetaria y la posición no son motivaciones principales; el ministro pone las necesidades de
otros antes que las propias, pues esto es lo que significa ser un ministro “llamado” y un seguidor
del Señor Jesús.

Un ministro profesional debe incorporar cinco características importantes.


El ministro cristiano es:

* Una persona educada, que domine algún cuerpo de conocimiento. Este conocimiento
no mundano, sino información esencial al ministerio y accesible por medio de instituciones
educativas acreditadas.
* Una persona experta, que domine un grupo específico de habilidades vocacionales.
Estas habilidades, aunque requieren algún talento, pueden aprenderse y refinarse a
través de la práctica y con supervisión.
* Una persona institucional, que se relacione con la sociedad y sirva a las personas a
través de una institución social, de la cual el ministro es en parte siervo y en parte señor.
Los ministros son también parte de una asociación de religiosos, generalmente una
denominación, a la cual son responsables en forma única.
* Una persona responsable, alguien que “profesa” actuar competentemente en
cualquier situación que requiere del servicio del ministro, que incluye las normas más
altas de conducta ética.
* Una persona dedicada, quien también “profesa” proporcionar algo de gran valor para
la sociedad. La dedicación del ministro a los valores del ministerio cristiano es la base
fundamental para evaluar el servicio ministerial.
El ministro aprende teología y entra en el servicio en relación no solamente con una
denominación y a través de ella a toda la iglesia, sino también con iguales en el ministerio.
La entrada en el compañerismo se celebra cuando el ministro promete participación y lealtad a la
iglesia. Todo esto está claramente designado para la misión de Cristo y la extensión de la
fe cristiana, por medio de las metas inmediatas de cuidado pastoral y la edificación de la iglesia.

Entonces, ¿qué podemos concluir honestamente? ¿Debe el ministro de hoy aceptar el título
“profesional” o debe rechazarlo?
Nuestra convicción es que hay más que ganar que perder para el ministro que asume esta
designación de un profesional.
Esto no quiere decir que este título encaja nítidamente o que no hay otros inconvenientes a la
propuesta.

Hay dos razones principales para concluir que los ministros son profesionales:
La identificación tradicional y la definición racional.
Por un lado, muchos ministros hoy si llenan la descripción tradicional en el sentido histórico:
educación universitaria, tiempo completo, residentes, ocupación del puesto. Por otro lado, aun
entre las denominaciones que permiten menos que estas normas, las expectativas para los
ministros continúan elevándose hacia normas profesionales en todas las categorías.
La mayoría de las Iglesias cristianas contemplan a sus ministros como profesionales,
sea que usen o no el título.
Si nosotros, los que somos ministros, nos llamamos profesionales, ¿qué significado tiene esto para
nuestra ética ministerial?

Reconociendo el peligro de ser redundantes, afirmemos una vez más que si el ministro cristiano
es un profesional, él o ella está comprometido con ciertos ideales.
Las normas de la práctica profesional que aplican al ministerio cristiano, incluyen estas
obligaciones éticas:
1. Educación. El ministro se preparará para el servicio cristiano haciéndose con una
educación general amplia, seguida por un entrenamiento especializado en teología y
ministerio. Los ministros estarán también comprometidos con un proceso de estudio de
toda su vida y un crecimiento que los prepare para el servicio continuado (2 Tim. 2:15).
2. Competente. El pastor de la iglesia desarrollará y refinará dones pastorales y
habilidades vocacionales, para actuar competentemente en cualquier situación que
requiera los servicios del ministro (Ef. 4:11, 12; 1 Cor. 12:7 y s.).
3. Autonomía. El ministro es llamado a una vida de toma de decisiones responsable que
implica potencialmente consecuencias peligrosas. Como un dirigente espiritual, el ministro
tomará decisiones y ejercitará autoridad pastoral a la luz del modelo de líder-siervo
ejemplificado por Cristo (Juan 13:1-16).
4. Servicio. La motivación del ministro para el ministerio no será posición social ni
recompensa monetaria, sino el amor ágape para servir a otros en nombre de Cristo (1 Cor.
13).
5. Dedicación. El ministro “profesa” proporcionar a la sociedad algo de gran valor, las
“buenas nuevas” de la salvación de Dios y la demostración del amor de Dios a través del
ministerio cristiano. A estos valores está dedicado el llamado de Dios (Rom. 1:11-17).
6. Ética. En relación con la congregación, los colegas y la comunidad, así como con la vida
personal, el ordenado vivirá bajo la disciplina de una ética que sostiene las normas más
altas de la moralidad cristiana (1 Tim. 3:1-7).

En conclusión, hemos argumentado que la vocación, en el sentido especifico de un llamamiento


de Dios, es el elemento esencial que evita que el concepto de un ministro profesional degenere en
un asunto privado. No hemos demandado que los ministros ejemplifiquen la noción del
profesional en todas las formas. Pero estamos convencidos de que hay buenas razones históricas
y teológicas para asegurar que el ministro cristiano es un profesional. Si estamos en lo correcto,
entonces la recuperación del significado religioso y social de la vocación y profesión ministeriales
puede revitalizar a la iglesia, así como construir un fundamento para un ministerio ético.

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