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En el primer estadío, constatamos hasta qué punto el ejercicio de un mecanismo reflejo influye sobre su
maduración. Nada podemos objetar sino que, desde el comienzo, el medio ejerce una acción: usar o no
usar un montaje hereditario depende sobre todo de las circunstancias exteriores. A lo largo del segundo
estadío la importancia de la experiencia no cesa de crecer. Por una parte, en efecto, los reflejos,
condicionados, asociaciones adquiridas y hábitos, cuya aparición caracteriza este periodo, consiste
todos ellos en vínculos impuestos por el medio exterior: Cualquiera que sea la explicación que
adoptemos respecto de la capacidad misma de establecer tales vínculos (relativamente, pues, a su
mecanismo formal), no es dudoso que su contenido no sea empírico.
Por otra parte, hemos constatado que determinadas maduraciones ordinariamente consideradas como
dependientes de los solos factores internos, están en realidad reguladas, al menos parcialmente, por el
mismo medio: así es como la coordinación entre la visión y la prensión se presenta en unas edades que
oscilan entre los 0; 3 y 0; 6 según la experiencia adquirida por el sujeto (obs. 84-93).
La conducta cuya aparición caracteriza el tercer estadío, es, recordémoslo, la reacción circular
secundaria. Pero, también aquí, cualquiera que sea la interpretación que ofrezcamos de la capacidad
misma de reproducir los resultados interesantes obtenidos por azar, no es dudoso que los vínculos
adquiridos gracias a tales conductas no sean debidos a unas aproximaciones empíricas. Las reacciones
circulares secundarias prolongan de este modo sin más las reacciones primarias (a las que se deben los
primeros hábitos): bien se trate respecto de las cosas o de su propio cuerpo, el sujeto no descubre los
vínculos reales más que mediante un ejercicio continuo cuyo poder de repetición supone como materia
los datos de la experiencia en cuanto tales.
Con la coordinación de los esquemas característica del cuarto estadío, la actividad del niño no
consiste solamente en repetir o en conservar si no en combinar y en unir. Podríamos por lo tanto
esperar que el papel de la experiencia disminuya en beneficio de estructuraciones a priori. Nada de ellos
sucede. En primer lugar, dado que los esquemas son siempre resúmenes de experiencia, sus
asimilaciones recíprocas o sus combinaciones, por muy refinadas que sean, no expresan nunca más que
una realidad experimental pasada o futura. A continuación si estas coordinaciones de esquemas
suponen, como las reacciones circulares y los mismos reflejos una actividad característica del sujeto, no
se llevan a cabo sin embargo más que en función de la acción y sus éxitos o sus fracasos: el papel de la
experiencia, lejos de disminuir del tercer al cuarto estadío no cesa de crecer en importancia en el
transcurso del quinto estadío la utilización de la experiencia se extiende todavía más ya que este
periodo se caracteriza por la “reacción circular terciaria” o “experiencia para ver” y porque la
coordinación de los esquemas se prolonga a partir de ahora en “descubrimientos de nuevos medios
mediante experimentación activa”.