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E.T.S.A.M.

MASTER
Departamento de Estructuras Curso 2010-2011

EQUILIBRIO, RESISTENCIA, RIGIDEZ


... Y DUCTILIDAD (MÁS ROBUSTEZ)

Dedicado a Ricardo Aroca1

1. Equilibrio

La regla más antigua, inmediata, y que fue la base del diseño estructural, es la de equilibrio. Durante docenas de
miles de años, la humanidad realizó construcciones exitosas sobre la base sólo del equilibrio, primero de manera
intuitiva, luego con reglas deducidas a partir de lo hecho, que suponía que podía usarlas en otros casos, (reglas
predictivas) y sólo mucho más tarde, en tiempos históricos, basadas en una fundamentación racional (reglas
explicativas). Casi siempre han ido por delante las reglas simplemente predictivas, puestas en crisis cuando se
descubre que no valen para según qué variante del problema. La sustitución por reglas explicativas es cosa del
avance científico.
En esencia, equilibrio significa simplemente que un objeto, dejado tal cual, no se cae. En física se distingue
equilibrio estable, inestable e indiferente. Estable es cuando separado ligeramente de su posición, vuelve a ella.
O que hay que hacer un esfuerzo importante para que lo pierda. No debe bastar una pequeña alteración. En
términos técnicos, por equilibrio nos referimos al estable. El que tiene probabilidades de sobrevivir largo tiempo, a
pesar de las perturbaciones, ligeras, que puedan suceder por el paso del tiempo. Lo inestable puede ser equilibrio
en sentido matemático, pero es milagroso o momentáneo. En la realidad no durará mucho.
La percepción del equilibrio la tienen también algunos primates. Incluso la del equilibrio estable. Al depositar un
vaso sobre una mesa, lo instintivo es no disponerlo volado, y mejor aún remeterlo. Lejos del borde tiene más
probabilidades de que no le afecten perturbaciones, o al menos que tengan poca repercusión.

En su versión más simple, se dice que un objeto está en hay equilibrio si el centro de gravedad cae dentro de la
base de sustentación2. Las formulaciones más primitivas podían expresarlo, de manera infantil o imperfecta,
mencionando su “centro”, o con una vaga referencia a cuál es la base. La base no es la del objeto, sino la que
comparte con el elemento que le sustenta. Evidentemente se entendía que el equilibrio era tanto más estable
cuanto más “dentro” de la base de sustentación cayera el peso del objeto. Aunque eso no tenía definición
cuantitativa3. Por lo mismo, si la base de sustentación era mayor, mayor será la probabilidad de que el equilibrio
se mantuviera a plazo largo.
La figura 1 ilustra este enunciado. El objeto está en equilibrio en todos los casos. Pero es obvio que es más
estable en el primero. El último, el E, se encuentra ya en equilibrio inestable (cualquier pequeño empuje del lado
adecuado, por mínimo que sea, lo derribará) y por tanto no es propiamente una solución equilibrada.

Figura 1. Equilibrio de una pieza

Un problema algo más complejo aparece en la figura 2. Ahora el equilibrio debe predicarse del conjunto y de cada
subconjunto. El bloque 1 está en equilibrio si su peso cae dentro de la base con el 2, cosa que es inmediata. El
conjunto 1+2 está en equilibrio si la resultante del peso de 1 y 2 cae dentro de la base de 2. Según sabemos
ahora, como el centro de gravedad de 1+2 está en una posición intermedia entre el de 1 y el de 2, eso también es
inmediato, pero tardó más en formularse.

1
Durante años, quizá décadas, el profesor Ricardo Aroca ha venido impartiendo variantes de un discurso titulado “Forma, tamaño y
proporción”, términos que guardan correlación con los tres (primeros términos de éste, que debe entenderse como un homenaje merecido.
2
Lo de cuerpos flotantes exige otro discurso.
3
En tiempos recientes se han intentado varias. Rankine propuso medirlo como c/a. Heyman sugiere usar b/c que es igual a la unidad en el
caso E, en el que no hay margen de seguridad.
1
El B no es tan fácil. Para decidir que habrá éxito al construir B, hace falta haber establecido claramente qué es
y dónde está el centro de gravedad de un cuerpo, y cómo se halla el de un conjunto de varios. Cabe suponer que
en la Grecia clásica (Arquímedes: -287-212) ya sabían resolver ese problema, aunque lo expresarían con
palabras que nos serían indescifrables, y probablemente enunciarían, como regla general, algo que sólo servía
para unos casos particulares.

Predecir lo que va a pasar en los casos A y B, antes de construirlos, está fuera del alcance de un primate o de un
niño pequeño. Pero sí pueden ponerlo a prueba, y corregirlo cuando ven o “notan” que de desequilibra.
Instintivamente moverían la pieza 1 hacia una posición más estable. Y un constructor sin base teórica procedería
igual.

En un caso más complejo, como un apilamiento de varios objetos, la condición de equilibrio es que el centro de
gravedad caiga dentro de la base, para el conjunto total y para cualquier subconjunto que se pueda tomar. Si hay
desequilibrio en un trozo, ese es el que inicia el movimiento de caída.
La formulación del equilibrio es una comprobación sencilla, ya que no necesita considerar ninguna variable física,
salvo el peso, y si es uniforme, basta con la forma, o sea, las características geométricas del objeto. Es por eso
que fue la primera que se formuló, y con sólo esa condición hubo de sobra para construir durante muchos siglos,
aun que poco a poco el problema se fue complicando y hubo que acudir a reformulaciones para incluir matices.

Por ejemplo, para el C. Evidentemente la pieza 1 no cae. La 2 tiene su centro fuera de su base. Pero al caer
arrastraría consigo a la 1. Así que lo que importa es si el centro de gravedad de 1+2 cae encima del 3. La
dificultad consiste en saber que es esa operación la que hay que hacer. Se puede suponer que era un problema
que se sabía resolver en la antiguedad, aunque los constructores podían haberlo intentado en la práctica sin
saber la teoría.

Figura 2. Equilibrio de una agrupación de piezas

Figura 2. Equilibrio de cuerpos apilados

El caso D exige una dosis de formación y formulación física netamente1 mayor. Para poner a prueba el equilibrio
de un trozo, debe considerarse el movimiento parcial a que obliga a otros. La pieza 3 tiene su centro fuera de la
base, pero el peso de la 1 sólo le puede equilibrar en parte. Para saber si la 3 se cae o no, hace falta haber
definido peso como una fuerza, probablemente como magnitud vectorial, con dirección, y el equilibrio como una
propiedad algo más abstracta, manejando sistemas de fuerzas y cálculo de resultantes.
¿El lector sabría resolverlo?

Es posible sin embargo que antes de que esa teoría estuviera formulada, se supiera encontrar la respuesta al
problema D. A lo largo de la edad media, se pueden encontrar problemas y paradojas2 en torno al equilibrio,
intentando darle una respuesta sistemática. Se sabía por ejemplo, que un sistema de pesos y poleas se movía
siempre en el sentido de bajar su centro de gravedad. De manera que, para el problema D, podrían haber
razonado de la siguiente manera3. Se deja caer un poco la pieza 3, basculando sobre el vértice exterior de la 4.
Eso obliga a que la 1 bascule sobre el extremo de la 2. La figura siguiente ilustra el resultado (se ha hecho con
Autocad). La conclusión es que P ha bajado una cantidad u, mientras que Q ha ascendido v. Si P·u supera a Q·v,
la pieza 3 se caerá. En otro caso habrá equilibrio.

1
Para pasar del manejo de la solución A a poder resolver la D pudo muy bien necesitarse el transcurso de quince siglos
2
Uno de los más famosos puede ser el de un triángulo rectángulo de catetos diferentes, dispuesto con la hipotenusa horizontal. Se dispone
una cadena cerrada que cuelga por ambos lados. Como el lado largo tiene más eslabones, pesa más, y caerá arrastrando al otro. O sea que
hay movimiento continuo. Como era obvio que eso no sucedía, eso significaba que alguno de los conceptos manejados era incorrecto. Con la
solución es este tipo de paradojas es como avanzó la ciencia.
3
Es lo que el primate “notaría” si tras hacer esa construcción intentara retirar la mano que sujeta el extremo de la pieza supuestamente
crítica
2
Esta solución es con la que resolvían, por entonces, con relativa facilidad problemas de poleas y polipastos. Si
dejando que el sistema se moviera, lo que subía era más que lo que bajaba, no se movería. Para esa cuenta lo
que subía o bajaba era cada unidad de peso, o lo que es lo mismo, se multiplicaba el peso por el movimiento
vertical.
En otras palabras, aplicaban trabajos virtuales. Mucho antes de definir fuerzas, y sistemas nulos, se aplicaba una
formulación primitiva, pero eficaz, de trabajo. No es hasta Newton (1642-1727) cuando se define fuerza con todo
el significado que hoy le damos. Lo de trabajos virtuales, o al menos una versión apenas balbuceada, puede
rastrearse, dicen algunos, hasta Aristóteles (-384-322), aunque sólo es hacía los siglos citados cuando se formula
con algo más de precisión.
Pero todavía sin una explicación racional. Sólo como predicción obvia, intuitiva. De ahí que eso, lo de trabajos
virtuales, que es casi de lo más antiguo, unos lo denominan principio, otros axioma, y otros teorema.
¿El lector hubiera usado trabajos virtuales?

Figura 3. Equilibrio por trabajos virtuales y por sistema de fuerzas

Se denominaron virtuales porque en rigor esos movimientos no existían. No era lo que sucedía sino lo que
tendería a suceder, de manera que el desplazamiento supuesto era inexistente. Sólo servía como pretexto para
averiguar qué pasaría si intentara empezar a producirse. Sólo mucho más tarde es cuando Newton acuña el
término “diferencial” para referirse a ese tipo de recursos. Con ese enfoque lo que se está averiguando es cuánto
es el diferencial de trabajo para un movimiento diferencial. Pero para cuando llegaron a los constructores los ade-
lantos de Newton, la denominación de “virtual” ya estaba arraigada.

Inicialmente como acciones sólo se suponían pesos, lo que, para cómo se construía, podía ser razonable. Pero
poco a poco se introdujo la necesidad de considerar empujes. Por ejemplo sería el empuje de viento el que
pondría a prueba el grado de estabilidad del equilibrio (figura 4, caso A). Aunque lo del viento como acción no fue
explícito hasta algunos siglos después, lo cierto es que la definición de equilibrio se reformuló, de manera algo
más general, para decir que era cuando la “trayectoria de carga” caía en la base de sustentación, definición que
coincidía con la anterior, cuando no hubiera empujes. (caso B)
Porque en otros casos el empuje era algo espontáneo y ayudaba al equilibrio. Por ejemplo, el caso C de la figura
4. Cada elemento estaría en desequilibrio si no se apoyara en el otro. Ambos se empujan mutuamente. El
ejemplo se puede complicar algo más, como el D de la figura. En esos casos se dice ahora que hay equilibrio si
existe al menos una trayectoria de carga que cruza todas las juntas, incluso la de la base, dentro de la sección
correspondiente.
.

Figura 4. Equilibrio con empujes

Naturalmente este enunciado se fue formulando poco a poco, con varias redacciones y definiciones diferentes.
Los constructores manejaban su propia versión de las conclusiones de este principio en forma de reglas de
autoridad, que se suponía que provenían de casos similares exitosos, corrigiendo sobre la marcha con cierta
habilidad para predecir la bondad de lo que querían construir, o de cómo debían hacerlo.
Dibujar esas trayectorias siguió siendo habitual hasta el siglo XX (estación de Delicias)

3
Figura 5. Trayectoria de cargas

Con sólo tener en cuenta la condición de equilibrio se pudo realizar la casi totalidad del patrimonio arquitectónico
clásico. Con sólo equilibrio, el estudio estructural se limita a obtener la trayectoria de cargas, (figura 5),
confirmando que no se sale de ninguna sección que atraviesa, con la holgura que se crea prudente. En muchos
casos, como holgura prudente se usaba el quedarse en el tercio central o recinto geométrico con el que en los
puntos más alejados del paso de la carga ni siquiera aparecen tracciones (o núcleo central de inercia, cuando se
formuló ese concepto).

2. Resistencia

Antes o después se descubrió que con equilibrio sólo no bastaba. Que también influía la resistencia. Desde
siempre se sabía que para subir un cubo lleno de agua de un pozo, era necesario además que la cuerda fuera
suficientemente resistente, o se rompería, y también se intuía que la capacidad de la cuerda era proporcional a su
sección. No fue inmediato descubrir que esa condición regía también en las construcciones esquematizadas en
las figuras anteriores.

Volvamos a los casos de la primera figura, pero ahora contemplando tensiones (figura 6). Dejando de lado el E,
los otros cuatro están en equilibrio. En el caso A las tensiones se pueden repartir en toda la superficie, lo que
para las construcciones de la época solía resultar un valor muy seguro. Si pasamos a la B o C, como la reacción
debe estar centrada con la carga, las tensiones, como se puede comprobar con la ley más sencilla, rectangular,
deben aumentar. Si hacemos la película de A a E, en el fotograma D, prácticamente inmediato a la E, la reacción
se sitúa tan cerca del borde, que la tensión tiene, por fuerza, que superar el valor de la resistencia. Así que un
poco antes de llegar a la D, el sistema falla por resistencia. Si el conjunto de tensiones se concentra en una zona
muy pequeña, no tiene más remedio que superar la resistencia del material, por alta que sea, y provoca la rotura.
Probablemente se rompe una cuña del escalón de la base de sustentación, lo que propicia que aparezca un poco
antes el desequilibrio que estaba a punto de sobrevenir. En este problema la resistencia parece más bien un
aviso o precursor del desequilibrio, que un fenómeno importante por sí mismo. Para las construcciones
tradicionales, esto de la rotura por resistencia era algo tan cercano al desequilibrio que no había margen para
percibirlo, y podía parecer tanto rotura y luego vuelco, como al revés: primero vuelca y de resultas de ello, se lleva
por delante la esquina.

Figura 6. Agotamiento resistente

Pero ya se ha indicado que el diseño prudente propugnaba alejarse razonablemente de la E, buscando un


equilibrio más estable. Por ejemplo, quedarse en la B. Pero eso significa automáticamente alejarse casi lo mismo
de la situación D de falta de resistencia. Para las cargas, número de alturas (no se había inventado el ascensor) y
las secciones de la época, inevitablemente gruesas, en el equilibrio prudente las tensiones podían ser holga-
damente soportables. En otras palabras, la condición de resistencia no obligaría a cambios en el diseño. El
resultado sería prácticamente el mismo si se consideraba resistencia o no, o una resistencia alta o baja, ya que
todas las roturas estarían muy cerca del desequilibrio, que, desde la nueva condición de resistencia, era la
correspondiente a resistencia infinita.

4
Es por eso que, durante mucho tiempo, y aun casi ahora, las soluciones en fábrica se podían analizar como si
tuvieran resistencia infinita ya que los resultados eran indistinguibles de si era cualquier otro valor finito. Y era la
condición de equilibrio la que gobernaba el dimensionado.
De ahí que, hasta casi finales del siglo XIX no hubiera una condición de resistencia a cumplir por los elementos
sustentantes a compresión. Aunque se sabía que todas las soluciones que cumplían equilibrio no eran igualmente
válidas. Por resistencia algunas, muy pocas, quedaban fuera. Con introducir un margen de seguridad al
desequilibrio bastaba y sobraba.
Esta conclusión puede leerse al revés. Que si se considera la limitación por resistencia, no hace falta plantearse
además el equilibrio, ya que se sitúa algo más allá, y la resistencia segura cubre automáticamente equilibrio
estable1. De hecho, en las construcciones modernas, apenas se dedica tiempo al equilibrio, y todo parecen
comprobaciones de resistencia.

Pero en los elementos flectados, como las piezas en vuelo de la segunda figura, sí que se hace patente la
resistencia como una nueva condición. Si, en una serie, (figura 7), disponemos vuelo creciente, puede que no
pase nada en A ni en B, pero al llegar a C, la viga rompe. Por falta de resistencia. Independientemente de que
haya equilibrio en el conjunto y en cada una de sus piezas.
Se podría plantear este problema de resistencia como una generalización del equilibrio. En equilibrio se ponen a
prueba subconjuntos del objeto, a través de discontinuidades existentes. En la de resistencia, se amplía a
cualquier trozo a partir de cualquier sección que pudiera proceder de una rotura por resistencia insuficiente, o
sección de discontinuidad que pudiera crearse por agotamiento resistente. Una vez producida la rotura, el
movimiento del trozo roto no es más que una caída por desequilibrio. Así que hay que analizar (cortar).

Figura 7. Resistencia a flexión

Es Galileo (1546-1642), hace unos cuatrocientos años, el que resuelve el problema. Todo el problema. Detectó
que no era la magnitud de la fuerza, ni el vuelo, sino el producto de ambas, el momento (flector) actuante. Tuvo
que definir el concepto de tensión, resistencia y momento flector resistente, que tampoco existía. Y aplicó la ley
de la palanca, igualando ambos. Y dedujo que si la sección mantenía el ancho, b, pero incrementaba la altura, h
al doble, la sección resistía cuatro veces más. Galileo razona que al aumentar la sección al doble, como sucede
con las cuerdas, se desarrolla doble fuerza, pero a efectos de momento flector, a doble distancia, por lo que la
capacidad de resistir momento es cuádruple. No era fácil resolver este problema a medias. Se necesitaba un
genio que inventase, de una tacada, la tensión normal (no usó ese nombre), momento flector y módulo resistente
(tampoco usó ese nombre), y ese fue Galileo2.

Y no sólo eso. Galileo llama la atención al papel de las tensiones, enfatizando que al ampliar el tamaño de un
objeto, los pesos crecen con el cubo de la escala, mientras que las secciones resistentes lo hacen con el
cuadrado, por lo que el valor de la tensión aumenta, de manera que antes o después se llega al colapso por
resistencia. Con esta cautela, además de la forma o relación geométrica entre las partes, cuenta el tamaño
absoluto de cada una.
De esta condición surgió la necesidad de por un lado investigar cuál es el valor de la resistencia de los cuerpos, o
la ley de variación ante cualquier combinación de circunstancias, y por otro el de analizar el comportamiento
resistente, para obtener las tensiones, cara a comprobar que no se llega a la resistencia, con el margen de
seguridad que se establezca como prudente. Y así fue cómo apareció el cálculo de estructuras.

1
En francés el término “estabilidad” puede usarse como sinónimo de resistencia, y cuando ésta falla decirse que no hay estabilidad. Este
enfoque contaminó la antigua norma de incendios, en donde el fallo resistente se denominaba “estabilidad a incendio”. Todavía lo usan los
informes de seguro decenal, que operan con pretextos franceses.
2
No pudo llegar al final, porque no podía medir la resistencia del material. Se conformó con la capacidad resistente de la sección. Algunos
2
interpretan que equivocó la expresión del módulo resistente, que según su planteamiento, sería b·h /2. Pero Galileo no estaba interesado en
cuál era la tensión en un punto de la sección, sino en cuánto era capaz de soportar sin romper. Y todo lo que dijo es que el resultado era
2 2
proporcional a b·h . Lo mismo daba decir que lo era a b·h /4 como se enunció más tarde (y es el resultado correcto para acero en plástico),
2
como a b·h /6, que fue lo que dedujo Mariotte (1620-1684), un siglo más tarde, para madera, suponiendo ley lineal de tensiones. Galileo sólo
aspiraba a si sabía a qué momento rompía una sección, a cuánto rompería otra. No llegó a resolver el problema de la resistencia relativa, o
relación entre la capacidad resistente a compresión y a flexión, tema sobre el que corrieron ríos de tinta.
5
Durante siglos el problema de la validación de obras siguió siendo la de equilibrio (trayectoria de cargas) para
soportes y de resistencia a flexión para vigas, eso sí, sólo cuando el valor del momento flector fuera inequívoco
por geometría, y se pudiera saber su valor, lo que ahora denominamos un caso isostático.

3. Rigidez

Hace sólo apenas doscientos años, se constató que no bastaba tampoco con la resistencia. No valían todas las
soluciones que cumplían equilibrio, sino sólo, de entre ellas, las que cumplían resistencia (que podían ser casi
todas pero no todas). Pues por lo visto, tampoco. De entre las que cumplían resistencia, a algunas había que
darlas por no válidas. ¿Motivo? Por demasiada deformación. O sea, por falta de rigidez.
Para adquirir tensión, un cuerpo necesita deformar. Es Hooke, (1635-1703), coetáneo de Newton, hace unos 300
años, el que enuncia la ley, aunque en piedras esa deformación fuera imperceptible, dada la pequeñez de su
resistencia comparada con la del módulo de Elasticidad, que es lo que relaciona tensión con deformación1.

Figura 8. Influencia de la deformación en el equilibrio

El motivo de la necesidad de rigidez, o de que las deformaciones sean pequeñas, es múltiple.


Por ejemplo, si el objeto cambia mucho de forma, eso puede significar que el equilibrio o la resistencia deben
plantearse a partir de otros supuestos geométricos. Sea de nuevo el caso de la figura primera. Metamos en danza
la deformación (figura 8). Mientras las tensiones son pequeñas, (caso A), la deformación será pequeña. Pero si
las tensiones aumentan, y, sobre todo, se disponen de manera asimétrica, la deformación aumenta, y más del
lado del escalón que del otro. (Para este propósito quizá sea preferible disponer una ley de tensiones algo
matizada; con la resultante en el mismo punto, pero triangular). Eso significa que el plano de sustentación asienta
más del lado del salto. Y el cuerpo gira. Y el centro de gravedad se mueve. Y la trayectoria se desplaza,
reduciendo el margen de seguridad (y estabilidad). Si la deformación es pequeña, puede despreciarse este
refinamiento (caso B). Pero el caso es más asimétrico (caso C), ya no. Si se reconstruye la forma deformada,
puede, como muestra la figura, que el peso se salga de la base de sustentación, y se pierda el equilibrio. Aunque
justo antes las tensiones aumentarían y superarían la resistencia. Definitivamente no conviene que haya
demasiada deformación. Pero en todo caso, si se decide adoptar una distancia prudente al desequilibrio, eso
cubre automáticamente resistencia y puede incluso que evite las disfunciones asociadas a la excesiva
deformación.

En el problema de las vigas a flexión, la incidencia de la deformación es otra. Las piezas de la figura 9 tienen
todas la misma carga, luz y módulo resistente (tienen todas el mismo b·h2). Pero mientras la A no tiene
prácticamente deformación, la B acusa algo, y en la C es ya muy aparente, en el caso D puede ser intolerable.
Supongamos que la viga es un cargadero dentro de un muro, que es el que aporta la carga. La deformación de la
viga supone un clareo entre muro y viga. Pero entonces se da una paradoja, porque entonces la carga no llega a
la viga, y ésta no puede haber flectado. O el muro desciende con la viga, y debe romper para cargar sobre ella.
El cambio de forma puede pues afectar a la funcionalidad o integridad de los elementos soportados.
Así que, como antes, no todas las soluciones resistentes son válidas. Algunas pueden ser demasiado defor-
mables. Pero en este caso, la deformación está desacoplada de la resistencia, (la deformación depende de b·h3),
de manera que puede darse cualquier combinación de ambas cosas, por lo que separarse prudentemente de la
rotura no cubre la excesiva deformación. Se trata pues de una condición adicional, totalmente independiente.

1
El modelo canónico más adecuado y simple para analizar una estructura de piedra puede ser la de un sólido infinitamente rígido y
resistente a compresión, sin resistencia a tracción. Así que todo lo que queda es equilibrio, validando la solución si, en todo posible
movimiento de ruina, lo que sube es más que lo que baja (la energía potencial no disminuye), tal como se ha mostrado en la figura 3. Hay que
preconizar resistencia infinita, porque si no, los apoyos en esquina, como los de esa figura, provocarían tensiones infinitas.
6
Figura 9. Flecha

Otro ejemplo de en qué puede afectar la deformación se muestra en la figura 10. La viga de menos altura (la más
esbelta), al tener más deformación, obliga a que la reacción cambie de posición y la luz de cálculo es otra (y de
paso puede provocar tensiones infinitas al sustentarse en su arista). También en este caso la deformación es
responsable de que el análisis deba plantearse con supuestos geométricos distintos de los de la forma original.

Figura 10. Incidencia de la flecha en la luz

Pero nótese que todo lo anterior son más bien problemas para el calculista, al que se le complica el modelo de
análisis, no sabe cuál es la estructura o cómo medir la luz, y no tanto exigencias de validez de la solución. La
incorporación de requisitos de rigidez, como tales, es algo muy moderno. El cálculo o la limitación de flecha en
piezas de hormigón sólo aparece explícitamente en los códigos hacia mediados del siglo pasado.

Figura 11. Desplome progresivo

El problema en el que la deformación tiene incidencia real en la validez, o sea seguridad, de la obra, se muestra
en la figura 11. Es una variante sutil de la 8. Las viñetas no son problemas distintos sino fotogramas en el tiempo
del mismo caso. El problema de partida, en la situación original, es la A. Como la carga cae descentrada en la
base, las tensiones de sustentación tienen distribución asimétrica. Eso se traduce en mayor deformación del lado
del salto. La pieza asienta diferente, y bascula, fotograma B. Pero eso significa que la trayectoria de la carga cae
algo más desplazada, y las tensiones son todavía más diferentes de lo supuesto inicialmente, lo que origina
tensiones punta mayores, más deformación, más giro, y por tanto carga más desplazada aún1. La situación final,
fotograma C, puede ser muy distinta de la supuesta inicialmente, en estabilidad y resistencia.

1
El estudio de este proceso es lo que se conoce como análisis de segundo orden, que no es sino introducir la deformación en la confi-
guración geométrica y volver a analizar todas las veces que sea necesario hasta que haya equilibrio en la situación deformada (si converge)
o fracase (si diverge). La frontera se conoce como situación crítica, carga crítica, esbeltez crítica, etc.
7
Pero eso es sólo si acaba en equilibrio. Nótese que las tensiones originales, y por tanto la deformación y el giro,
sólo dependen de lo remetido del salto. Pero si la pieza es más alta, (caso D), la carga se sitúa más arriba, y el
mismo giro se traduce en una amplificación mayor y a más velocidad, de los efectos señalados. Conclusión, para
una cierta esbeltez, con la misma carga, la pieza vuelca. Aparte de la forma, por equilibrio, y el tamaño, por
resistencia, cuenta la proporción, por rigidez. Aunque para los materiales y esbelteces con las que se trabajaba
en la construcción clásica, este último problema no se manifestaba.
El lector habrá ya comprendido que nos referimos al pandeo, o problemas que se denominan de estabilidad.
Hace unos cuantos siglos, Euler (1707-1783) estaba entretenido con un juguete que acababa de aparecer1: el
cálculo diferencial (sí, algo de Newton). Y probando a resolver la ecuación de la pieza comprimida se encontró
con soluciones que no eran la trivial. Para una cierta carga, había una longitud en la que había dos formas de
equilibrio, una, la recta, y otra, curva. Y lo más asombroso, para longitudes mayores2 no había solución. Lamen-
tablemente, el descubrimiento no hubo forma de aplicarlo a la realidad. Todo lo que parecía es que hasta esa
longitud, no sucedía nada, y al rebasarla, se pasaba a una situación inestable. Lo que se podía añadir como regla
es que era conveniente alejarse prudentemente de esa esbeltez crítica. Durante docenas de años los
constructores no vieron motivo para incorporar nada de este asunto, que parecía más bien una curiosidad
matemática3.
Sólo a mediados del siglo pasado, cuando Dutheil plantea explícitamente que las piezas comprimidas tienen
imperfecciones, es cuando se formula que es la proximidad a la longitud crítica la que mide cuánto amplían, y por
tanto, en qué medida se dan tensiones mayores de lo supuesto, y que eso del pandeo tiene incidencia en todos
los problemas, si bien en unos más que en otros. En compresión, como pasaba en el problema de la figura 11,
aun pequeñas alteraciones de la forma pueden significar cambios sustanciales del problema mecánico,
incrementando sensiblemente las tensiones, en una espiral que podría desembocar en colapso. Bien es verdad
que en piedra casi nunca, pero en acero casi siempre.
En resumen, cualquier fracaso, cuando se produzca, no puede ser sino un fallo de resistencia, iniciándose
movimientos imparables de los trozos afectados por la rotura, en algo que podría denominarse en último término
fallo de equilibrio. Y en objetos complejos, como las construcciones, lo que resiste debe deformar poco, porque si
no, su papel puede quedar suplantado por otro que sea más rígido. No en vano las cargas se canalizan por los
elementos más rígidos, de manera que son éstos los que deben ser resistentes. Es por eso que el análisis debe
al final complementarse con un cálculo del cambio de la forma, como es el de la flecha o el desplome.
La estructura es lo más rígido de entre lo que compite para serlo.
Sorprendentemente, la incorporación de la variable deformación, a lo que afectó, no fue tanto al objeto a construir,
en forma de un requisito de validez, cuanto a desatascar el propio análisis. Antes de tener en cuenta la
deformación, de una viga sobre tres sustentaciones no se podían saber los momentos flectores, y por tanto no se
podía comprobar su resistencia. Con la consideración de la deformación se pudo formular primero la ecuación
diferencial del sólido elástico y quedaba abierto el camino para la solución numérica de cualquier caso
hiperestático.
Así el análisis de tensiones debía necesariamente hacerse manteniendo un cómputo paralelo de las defor-
maciones que se produjeran, para restituir constantemente la coherencia geométrica del conjunto. Esa es la base
del análisis moderno. El cálculo de las tensiones sin tener en cuenta deformaciones quedó restringido a
problemas muy simples, y no digamos el trazado de trayectoria de cargas con la que comprobar equilibrio.

4. Inciso: seguridad

A principios del siglo XX, el problema elástico, al menos desde el punto de vista matemático, estaba cerrado.4 Se
habían definido con rigor todas las variables, cómo se relacionaban entre sí, y cómo eran suficientes para obtener
la solución. Incluso estaban ya enunciados todos los teoremas de trabajo.
Otra cosa bien distinta era que las ecuaciones diferenciales que salían sólo se habían conseguido integrar en
unos pocos casos canónicos, absolutamente insuficientes para la práctica habitual. Por ejemplo podía disponerse
de la solución de una tubería cilíndrica sometida a presión interior, una placa circular apoyada en el contorno, una
viga empotrada de sección (rigidez) constante con carga uniforme, y cosas así.
Proyectar con sólo esos elementos era inviable. La manera de proceder, por entonces, era la de asimilar cada
pieza o elemento de una construcción real a una de las canónicas, y proceder por separado con cada una. Por
ejemplo, cada viga de un edificio o se asimilaba a una doblemente apoyada, o a una doblemente empotrada (o a
una empotrada-apoyada). No dejaba de ser algo grosero, y muy dependiente del criterio del técnico.

1
No se había inventado el aifon
2
Deliberadamente se está suponiendo carga fija y longitud creciente. Lo más frecuente es el discurso con longitud fija y carga creciente,
llegando así a la carga crítica. Dado el enfoque de este documento, parece más útil al revés, en términos de longitud crítica.
3
Hasta hace algunos años, no pocos libros y programas de asignaturas dedicaban una fracción importante del programa a cómo calcular la
“carga crítica” en multitud de situaciones, algo que se prestaba a innumerables preguntas de examen diferentes, pero nunca aparecía qué se
hacía con ese valor.
4
Gran parte de lo que se expone aquí, como novedad en esta revisión, intenta aclarar en qué aspectos los avances de este siglo en el campo
numérico han repercutido en la solución del problema estructural, que es el tema que aborda la tesis de Juan Rey (2013)
8
La manera de introducir la seguridad era igualmente primitiva y simple. Por ejemplo, si se cuelga un peso de un
cable, (figura 12) está sometido a una solicitación de tracción de valor igual al peso. El cociente de peso entre la
sección nos conduce a la tensión unitaria. Si esa tensión fuera igual a la resistencia del material, no habría
margen de seguridad. Se decía que había un margen de seguridad, tal como 2,0 si la tensión no superaba la
mitad de la resistencia. Este procedimiento de introducir la seguridad se conocía como de “tensiones admisibles”1
El método era incuestionable si el caso era isostático. Por ejemplo, si el mismo peso del párrafo anterior, se
cuelga de dos cables oblicuos (o paralelos, pero distantes), la condición de equilibrio (y debe haberlo siempre),
conduce inequívocamente a una única respuesta, y la tracción o tensión de cada cable están unívocamente
determinadas por la geometría del conjunto. Así que es igualmente sencillo determinar si hay suficiente
seguridad, comprobando la distancia entre la tensión y la resistencia en cada cable. Es fácil ver que si a uno le
sobra, eso no ayuda en nada al otro, y la seguridad del conjunto es la del cable que menos tenga (como sucede
en una cadena de eslabones).

Figura 12. Problemas isostáticos

La cosa no era tan sencilla en el caso en que la pregunta de cuánta tracción hay en un cable fuera hiperestática2
(figura 13). Por ejemplo, si un peso se cuelga de dos cables verticales atados al mismo punto, anclados a alturas
diferentes, (sean o no del mismo material o sección), el equilibrio sólo impone que la suma de las tracciones de
los dos cables es igual al peso, pero no nos permite saber cuánto vale cada una. Pero si se supiera, el cálculo del
alargamiento de uno de ellos, debería ser necesariamente igual al de otro (es lo que se conoce como ecuación de
compatibilidad). Y eso suministra la condición que resuelve el sistema.3
Si el peso cuelga de tres cables concurrentes, sucede algo similar. El equilibrio sólo aporta dos condiciones. Pero
que, tras la deformación, los tres acaben en el mismo punto, aporta la tercera.
En estos casos se puede definir, mejor dicho, se definía margen de seguridad de la misma forma. Una vez
conocida la tensión de cada cable, la distancia a su resistencia medía su seguridad. Y se convenía que en todos
debía ser como poco la deseable. De nuevo pues, se tomaba como seguridad del conjunto la de cable que la
tuviera menor. Que no era una buena definición, porque, como se verá, podía haber más seguridad que la
supuesta, en términos de carga capaz.

Figura 13. Problemas hiperestáticos

1
A pesar de lo que dicen, lo que se hace en Mecánica del Suelo sigue correspondiendo a ese enfoque. El terreno se caracteriza por una
presión admisible que resiste con seguridad.
2
Decir que una viga apoyada es isostática puede valer como expresión coloquial, pero no es riguroso. El adjetivo no se refiere a objetos, sino
a sistemas mecánicos. Las solicitaciones de una viga apoyada son isostáticas, pero para obtener las tensiones hay que incorporar
condiciones de deformación.
3
Este proceder es la particularización del planteamiento general que se usó para deducir la solución del problema elástico en forma de
ecuación diferencial.

9
Lo de la seguridad pasaba pues por analizar. Se analizaba la solicitación o tensión existente de cada pieza,
sección o punto para las acciones convenidas. Y en tanto no llegaban a la resistencia, había seguridad. Otra cosa
era la dificultad de hacer eso, analizar, en casos complejos. Aun los indicados antes podían haberse planteado de
manera formalmente similar, usando el teorema de trabajo que indica que la solución es la de mínimo trabajo de
deformación. Pero en la práctica, el ejercicio profesional necesitaba conocer y manejar con soltura múltiples
estrategias, cada una enfocada a un tipo de problema particular, lo que resultaba cansino e insatisfactorio. Y en
algunos casos, hasta precisaba de idea feliz.

Es a mediados de siglo, cuando aparecen algunos procedimientos sistemáticos, que permiten analizar, con un
mismo protocolo, un conjunto amplio de problemas del mismo tipo. Es lo que propone H. Cross,1 y prueba con
éxito para el Empire State Building. Resolvía conjuntos (planos) de barras. No hacía falta buscar cómo
solucionarlos. Bastaba aplicar mostrencamente el procedimiento secuencial, y con él se podía, teóricamente
alcanzar toda la precisión que se quisiera.2
Era el paso previo a poder implantar ese proceso a máquinas automáticas, ordenadores, que se empiezan a
inventar pocos años después.
Pero el método, por general que fuera, no permitía analizar cualquier configuración de barras. Sólo las que se
ajustaran a las reglas implicadas. Por ejemplo, considérese la pieza de la figura 14. Una viga de varios tramos,
sustentada en machones. Es una disposición sumamente clásica en construcción. Si se somete a una carga en el
tramo central, los extremos se levantan, por lo que no pueden ser declarados como apoyos. Pero si se carga en
los tres, serían apoyos. El método general, hoy conocido como “matricial”, sólo admite que algo se declare como
apoyo o no se declare como tal. No acepta que lo sea sólo en un sentido pero no en el otro, porque el signo de la
variable sólo se conoce al final del proceso.
Para estos problemas no se había avanzado nada. O se proyectaba sólo con la panoplia de soluciones que
admitía la herramienta, o había que proceder con un método particular adicional, y puede que a base de idea
feliz.

Figura 14. Sustentación hacia un lado y a los dos

Incluso la disposición más clásica, de dintel sobre pilastra de la figura 15 no cabe en este método. La reacción de
sustentación, R, es evidentemente una fuerza opuesta a la actuante, pero no podemos conocer exactamente el
punto de aplicación (la excentricidad e). Para el dintel, la indeterminación de ese punto altera poco las
solicitaciones, por lo que su análisis es exitoso, pero afecta mucho a las de la pilastra (incluso al signo de la
flexión), cuyo estado de solicitación es inaccesible al análisis y muy dependiente del criterio del calculista.

Figura 15. Modelo de nudo y barra

1
El método de Cross (1885-1959) era una manera sistemática de proceder con conjuntos de barras con una técnica numérica de
aproximaciones sucesivas, como la de diferencias finitas que se aplicaba en problemas de losas. Antes de existir ordenadores, un problema
de más de tres ecuaciones con tres incógnitas era en la práctica inabordable. Aun hoy en día los programas que resuelven el sistema de
ecuaciones por aproximaciones sucesivas, pueden resultar más precisos y rápidos que los que invierten la matriz de coeficientes.
2
El libro de Fdez. Casado de Cálculo de Estructuras Reticuladas, (su obra por excelencia, ocho ediciones desde 1934 a 1967), se destina a
exponer parsimoniosamente el análisis de en torno a una docena de casos, a medio camino entre lo que serían prototipos ejemplo de
problemas diferentes, o variantes del mismo proceso a casos distintos, como muestra de su universalidad. Durante años fue texto obligado
para aprender cálculo estructural.
10
En una pieza empotrada, figura 16, la sustentación depende de dónde puedan producirse las dos reacciones
opuestas del momento de empotramiento, por lo que luz de cálculo suele obedecer a reglas convenidas. El truco
era (y se sigue usando), simular las barras matemáticamente con líneas, y sus encuentros como nudos,
articulados o empotrados. Pero en eso estamos como a principio del siglo pasado con las vigas. Es muy grosero

El método de Cross se consiguió programar con éxito en ordenadores, y a lo largo de la segunda mitad del siglo
XX se amplió a configuraciones espaciales, y se añadieron múltiples refinamientos, pero los indicados en los
párrafos anteriores todavía no se han podido incluir. Posteriormente, ya casi en este siglo, se pasó de barras a
elementos con continuidad superficial (losa, láminas y placas) e incluso tridimensional (macizos), dando lugar a
los Métodos de Elementos de tamaño Finito (FEM en inglés).
Todo ello sobre la base de que para medir si hay suficiente seguridad, se había establecido que hay que analizar
las solicitaciones que había en cada punto o sección.

Figura 16. Empotramiento con y sin holgura

Pero es también a mediados del siglo pasado cuando al buque del cálculo estructural le alcanza un torpedo bajo
la línea de flotación.
Los métodos de análisis que se estaban implantando no podían, como hemos visto, procesar sustentaciones que
lo fueran sólo en un sentido. Tampoco podía procesar materiales que fueran asimétricos, con mucha resistencia
(y rigidez) a compresión, pero poca o nula a tracción. De ahí que no fuera aplicable a fábricas y planteara dudas
con hormigón. Pero con acero, con comportamiento lineal, muy resistente, y simétrico, no cabían reservas. Era
pues el material perfecto para calibrar cuán fiable era el análisis.
Así que se construyeron conjuntos de barras de acero a escala real, y se cargaron. Se midieron (o dedujeron)
solicitaciones o tensiones. Y en los casos hiperestáticos, no se obtenía, ni por asomo, lo que predecían los
cálculos. No es que dieran sistemáticamente más o siempre menos, sino que salía cualquier cosa, unas veces
más y otras menos, sin obedecer a regla alguna.
Tardaron en darse cuenta de lo que pasaba. Precisamente por ser un problema hiperestático, el objeto analizado
no puede tener la geometría supuesta sin tensiones iniciales.1 Es lo que se llama imperfecciones.
Visto desde el análisis, todos los problemas se parecen, pero cada uno tiene imperfecciones a su manera.2

Si se trata de un peso soportado por tres cables, (figura 13 o 17), como el conjunto es redundante, aunque se
escojan las longitudes de los tirantes son sumo cuidado, es imposible que no haya una pequeña diferencia. Tras
enganchar los dos oblicuos, el vertical no llegará al mismo punto, y habrá que estirarlo, aunque al soltarlo, lo que
hará será destesar los otros, o quedará destesado. Es imposible que los tres coincidan en un punto sin tensión,
pero tensos. Al aplicar la carga, sólo producirá tensiones en los tensos, y hasta que éstos no alcancen una
tensión elevada, los destesados no empezarán a adquirir tensión. Discutir sobre la seguridad de esta estructura a
partir de las tensiones deducidas del análisis, es absurdo. Porque no puede conocerse su valor, y pueden ser el
doble o la mitad de lo supuesto. Un punto (del plano) queda determinado por dos cables. Al disponer el tercero, o
queda destesado o destesa a los otros. Los tres tensos pero sin tensión es una imposibilidad física.

Figura 17. Redundancia e imperfección

1
Una viga de acero suele venir con tensiones parásitas, cuya resultante en la sección completa es nula. Al cargarla se incrementan las
tensiones, y unos puntos pueden alcanzar su agotamiento antes que otros. Los valores absolutos reales no pueden deducirse del cálculo
hecho sobre un modelo, pero el momento flector para alcanzar el de agotamiento plástico es insensible a la existencia de esas tensiones
parásitas.
2
Paráfrasis del comienzo de Anna Karénina, de León Tolstoi.
11
Tomemos una viga continua sobre tres apoyos, es decir hiperestática (figura 17). El análisis tiene una solución
matemática simple. Pero lo que se deduzca del análisis no será lo que pase. Es imposible que la viga sea
idealmente recta, y que los tres apoyos estén exactamente en el mismo nivel.1 Si por ejemplo, la viga tiene una
ligera comba hacia arriba, se sustentará inicialmente en los extremos, y al cargarse, empezará a funcionar como
viga doblemente apoyada de luz doble. Cuando tope en el apoyo central, las solicitaciones de flexión crecerán
como las del modelo. Pero eso sí, aun para combas mucho menos que la tolerancia habitualmente admitida como
aceptable, los resultados finales en la realidad pueden ser francamente distintos2 de los deducidos del análisis.
Si se trata de una pieza empotrada en ambos extremos, no pueden estar exactamente a nivel, y tampoco el
mechinal estar ajustado de tamaño. No puede estar ajustado sin apretar. Y por poca holgura que tenga, hasta que
no gire algo, en régimen de viga apoyada, no aparece la reacción de empotramiento. Y como se aspira a que la
pieza tenga poca deformación, esa pequeña disparidad geométrica tiene importantes repercusiones mecánicas.
Se puede razonar de igual manera con una cruceta de vigas. Y así en todos los casos.
La conclusión es que la pieza real (hiperestática) no puede tener las solicitaciones deducidas del análisis, sea
lineal o refinado (no lineal). Según sean las imperfecciones o estado inicial (desconocible en proyecto) serán unas
u otras.

Figura 18. Viga con tres sustentaciones

El problema era serio. Se podía analizar, pero no se podía definir la seguridad por referencia a lo que saliera del
análisis, porque eso no representaba las solicitaciones que se iban a producir. Las solicitaciones reales no eran
accesibles al análisis3. Lo que el análisis podía obtener no era las solicitaciones, sino los incrementos de
solicitación, cuando, tras alguna carga, todos los elementos estuvieran en tensión, habiendo alcanzado el modelo
supuesto.
.
Resuelto este enigma, el de porqué lo que medían no coincidía con lo calculado, aparecía otro. ¿Porqué lo
construido con ese sistema, aunque tenía solicitaciones muy diferentes a lo previsto, no fracasaba por falta de
seguridad? En muchos casos debía de rebasarse la resistencia del material.
Bastó repasar lo que se sabía al respecto para encontrar la respuesta. Si el sistema es hiperestático y sin
imperfecciones, tenía más seguridad de lo previsto. La seguridad se predicaba de la pieza, sección o punto, que
menos tuviera, pero si el material o al disposición era dúctil, cuando una zona se acercara al agotamiento, bajaba
drásticamente su rigidez, y no llegaba a romper hasta que lo hicieran otras. La seguridad pues no debía
predicarse de un punto, sección o pieza, sino del sistema. En problemas hiperestáticos (redundantes), lo que a un
elemento le sobraba podría compensar lo que le faltaba a otro. En los isostáticos eso no sucedía
.
En el caso de los tres tirantes, independientemente de la tracción que tenga cada uno, si se sigue cargando, el
que vaya por delante esperará sin romper, de manera que sólo cuando todos lleguen a agotarse, habrá fracasado
la estructura. Y ese valor no depende de la situación inicial. En la viga continua sucede lo mismo (figura 18).
Independientemente de qué momentos flectores haya para la carga actuante, si se intenta llegar al colapso, la
primera sección que se satura esperará a las demás, y sólo cuando fracasen las suficientes (en este caso tres), la
estructura se hunde. Y es estado es independiente de cómo se empezó.

1
Es la clave del famoso informe de Galileo. En una obra se acopiaron columnas de piedra, que se separaron prudentemente del suelo con
cuñas de madera. Una se partió. El línceo dictaminó sabiamente lo que había sucedido. En vez de disponer dos cuñas se dispusieron tres,
que parecía más seguro, con la mala fortuna de que la de un extremo asentó, dejando media columna en vuelo, con solicitaciones mucho
mayores de las previstas. Y eso fué lo que la rompió.
2
La disparidad puede fácilmente superar el 10%, afectando a la primera cifra significativa del resultado, y en ocasiones supera el 50%.
3
Probablemente no es casualidad, pero por esas mismas fechas, en el campo matemático, Kurt Gödel planteaba que no existía un conjunto
de axiomas desde el que fuera decidible la validez de cualquier proposición. Siempre habría proposiciones inaccesibles a la deducción.
12
Claro está, sólo si hay ductilidad. La carga última sí se puede conocer por cálculo. La tensión de un punto
particular no1.

En sistemas hiperestáticos (si no tenían rotura frágil) había pues capacidad de carga tras alcanzarse la
resistencia en un elemento. Un elemento fallaba, pero si era dúctil, mantenía su tensión o solicitación (si era
dúctil) y permitía que el incremento de carga gravitara sobre los demás. Así que el método habitual, de “tensiones
admisibles”, concluía un valor de seguridad, que en el sistema total se superaba. Pero sólo si no había
imperfecciones. Un objeto real, con solicitaciones distintas de las que predecía el análisis, tendría una seguridad
distinta.

Se probó pues a definir seguridad de otra manera. No se analizaría con las cargas dadas, sino con unas
artificialmente ampliadas con el margen de seguridad deseado (se llamarían valores “de cálculo”). Y se
procedería a considerar todos los cambios de rigidez que suceden al llegar al estado de agotamiento de trozos,
hasta que fuera el conjunto el que fallara. A eso se denominaría “estado límite”. Si conseguía llegar, se diría que
hay seguridad.
La definición funcionaba porque no dependía de las imperfecciones. Es decir lo que le pasaba al modelo
calculado, sin imperfecciones, y al real, con imperfecciones, coincidía. El estado real de solicitaciones podía ser
inaccesible al análisis, pero el final, en estado de agotamiento, sí lo era.

Resulta simple verlo. Si se cuelga una carga de tres cables, puede que el central parta destesado. Tras alguna
carga quedará tenso, y comenzará a ganar tensión, eso sí menor de lo que supone el análisis. Los cables
laterales tendrán tensión desde el principio, de manera que tienen más de lo que predice el análisis. Pero en
cuanto se acerquen al agotamiento, la situación se invierte. Ahora son ellos los que no ganan tensión al seguir
cargando, y el incremento de carga sólo aumenta la tensión del central. El agotamiento del sistema sucede
cuando sean los tres los que estén agotados. Y eso no depende de cuál fuera la situación inicial. Se llega a lo
mismo, aunque se parta del cable central tenso y los laterales destesados.
El lector podrá comprobar que se puede razonar igual con la viga sustentada en tres apoyos. No importa cuál sea
el que inicialmente no lo es, ni cuál sea el régimen real de solicitaciones ante carga intermedias, la carga última
es la misma. Y es por referencia a esa carga última como se puede definir margen de seguridad.
No podremos saber cuál es la solicitación realmente actuante, e incluso puede que alguna esté peligrosamente
cerca del agotamiento, pero será concluyente cuál es el margen de carga que tiene el sistema antes de fallar.

Figura 19. Estado de agotamiento según el estado inicial

La figura 19 ilustra lo anterior, en el caso de dos solicitaciones, como en cualquiera de los casos de la figura 17.
En la viñeta izquierda aparece lo que se obtiene del análisis (lineal). Las solicitaciones de los elementos 1 y 2
crecen proporcionalmente entre sí, de acuerdo con su capacidad de deformación (rigidez), partiendo de un estado
inicial, O, sin tensión Cuando se llega a Qd se agota la capacidad de 1. Con el método de tensiones admisibles,

1
La deformación, por ejemplo, la flecha, de un objeto real, sí se puede obtener por cálculo sobre un modelo matemático. La deformación es
una propiedad integral, que depende de la media de las tensiones, o si se desea ver así, de los incrementos de tensión, que sí son
detectables por cálculo. A lo que el cálculo no accede es al valor absoluto de la tensión en un punto. A la postre, la solución matemática al
análisis, considerando las deformaciones, resultó un espejismo, una quimera. No llevaba a ningún sitio.
13
reduciendo la carga por el coeficiente de seguridad establecido, se obtiene la carga máxima admisible Qadm. Pero
en la realidad, las imperfecciones (en la viga de tres apoyos, las holguras), hacen que los primeros estadios de
carga, uno de los elementos, es como si no existiera. Para una pequeña o no tan pequeña carga Qo ese elemento
entra en tensión. A partir de ese instante, ambos incrementan sus solicitaciones como se obtiene de las reglas del
análisis. Pero al acercarse la 1 al agotamiento, ralentiza su crecimiento de solicitación, permitiendo que lo haga la
2 a más velocidad. Hasta que se llega al agotamiento del conjunto con Qu. Reduciendo esa carga por la
seguridad se llega a la carga segura, Qseg que es necesariamente mayor que Qadm.. Es lo que se llama margen
plástico de la estructura.
Nótese que el análisis sirve para la parte intermedia del proceso de carga. En la fase inicial una de las piezas va
retrasada por el estado inicial; en la final una de las piezas se retrasa por haber entrado en régimen plástico.

La viñeta derecha muestra el conjunto de situaciones a partir de varios estados iniciales a, b, c, d, e. Sea cual sea
el estado inicial, con una u otra pieza sin tensión, se llega al mismo punto final. El análisis no puede predecir lo
que pasa en ningún instante intermedio, porque el estado inicial es desconocible. Pero sí puede ser concluyente
en cuánto es Qu (y en cuánta es la pendiente, o sea, la deformabilidad de la estructura).

Como no se puede saber nada acerca del estado inicial, no podemos saber qué línea a, b, c, d, e corresponderá
a la estructura. Pero si se acepta plasticidad, cuando una de las secciones alcance su resistencia, detiene su
crecimiento, y sea cual sea el estado inicial, siempre se acabará en Qu, y la reducción por el coeficiente de
seguridad, dirá que es seguro llegar a Qseg. Sólo un peculiar estado inicial permite llegar al límite de agotamiento
sin readaptaciones plásticas. Pero es concluyente que lo obtenido del análisis partiendo de estado nulo no son las
solicitaciones que existen realmente, sino sólo una manera de obtener un valor seguro, si hay plasticidad.1

El método tenía además otra virtud. Podía definir seguridad en casos en que no puede hacerse análisis. Un
bloque prismático de piedra, asentado sobre un suelo horizontal no es analizable. No puede saberse cuál es la
tensión de cada partícula, algo que depende de qué puntos son exactamente los que tocan al suelo (no pueden
ser más de tres), o cómo aplastan esos puntos. No se puede pues, en ese caso, definir seguridad por referencia a
las tensiones que tenga. Pero sí puede deducirse que la carga no puede pasar de la que agota todos los puntos
de la base. ¿El inconveniente? Se puede determinar de qué carga no se puede pasar, pero no que se pueda
llegar a ella. O sea, lo que se determina no es el margen de seguridad que hay, sino un máximo que no se puede
superar. Opera al revés que antes. Se obtiene un límite superior de la seguridad.

Si al bloque prismático se le aplica una fuerza horizontal (figura 20), tampoco puede determinarse el estado de
tensión, ni el grado de seguridad real, pero sí se puede al menos determinar de qué valor no se puede pasar. Es
el que conduzca a una resultante cuya trayectoria apunte al vértice del lado opuesto.
Igual sucede con el caso de dintel sustentado en pilastras. Aunque el análisis no acceda a las tensiones de
ningún punto, se puede determinar al menos de qué valor de acción horizontal no se puede pasar. Corresponde a
resistencia infinita. Como es finita, es concluyente que no se puede pasar, pero probablemente no se pueda
llegar. Se puede refinar el modelo para usar resistencia finita, con ductilidad infinita (diagrama de tensiones con
ley rectangular local). Pero como la ductilidad real es finita, el resultado será todavía un límite superior.
Igual sucede con un terreno que empuja a un muro. El análisis no permite acceder al estado de tensión del
terreno, y por tanto no se puede saber lo que empuja realmente. Pero se puede obtener de qué valor no puede
bajar, considerando situaciones límite de cuñas en equilibrio con rotura de todos los puntos del contorno.2

Figura 20. Equilibrio de sólidos rígidos

Así que en la segunda mitad del siglo pasado, cambió la manera de comprobar la seguridad. Se multiplicaba la
carga por el coeficiente de seguridad deseado. Se analizaba el sistema estructural, teniendo en cuenta todas las
plastificaciones posibles, y si no había fracaso (no se alcanzaba una situación límite), prueba superada.

1
Si no hay plasticidad, podría ser que el estado inicial fuera como el a o el e y la carga final (F o G) fuera inferior a la que deduce el análisis
(la R). En estos casos (madera), se suele optar por evitar el uso de soluciones hiperestáticas, porque su análisis no sería fiable.
2
Ese fue el enfoque de Coulomb (1736-1806), al que debemos la propuesta del adjetivo “límite” para este tipo de planteamientos.
14
El método tenía una indudable ventaja. En muchos casos no hacía falta el estudio paso a paso, porque se podían
hacer números directamente sobra la situación final, sin análisis. En el caso de los tres cables de la figura 17, la
situación final es la de que los tres están en agotamiento, de donde, sumando la capacidad de todos, se puede
decidir la carga máxima, que se puede comparar con la prevista para verificar si hay suficiente seguridad.
En el caso de la viga con tres sustentaciones, (figura 18) el agotamiento sucede al llegar ambas secciones, vano
y continuidad, a plastificación,1 de donde se puede deducir la capacidad de carga.
¿El inconveniente? En ocasiones, no hay uno sino varios posibles estados de agotamiento. Analizando paso a
paso se llega al correcto, pero es (y sobre todo era) un proceso de análisis endiablado. Y por cálculo directo, la
seguridad correspondería al mínimo. En cada cálculo sólo se obtendría de dónde no se puede pasar. Pero no se
puede deducir a dónde se puede llegar hasta no obtener el menor. Y ese proceso, no se ha podido, hasta ahora,
implantar en un cálculo automatizado. Aunque se conocen algunos procedimientos protocolizados de búsqueda
sistemática del mínimo, en ocasiona parece cosa de criterio formado o idea feliz.

Así que el sistema funcionó a medias. Se adoptó la nueva definición de seguridad. Se pasó a calcular con carga
mayorada (con el coeficiente de seguridad). La verdadera carga última correspondería a encontrar el máximo,
aplicando análisis convencional (lineal), a todos los estados iniciales posibles, o hacer un análisis plástico,
partiendo de cualquier estado inicial.
Las dos opciones parecían complejas. Pero si, para simplificar, partes de un estado inicial cualquiera (usualmente
se usa el de tensiones nulas), y se analiza de la manera más simple posible (linealmente), lo que se obtiene es
una carga inferior a la máxima posible, así que puedes asegurar que la solución tiene al menos la seguridad
planteada.
Se había invertido mucho en resolver y automatizar el análisis, y había empeño en acabar de desarrollarlo. Así
que sí, se aceptó la nueva definición de seguridad, pero se siguió intentando conseguir con análisis, lo que no
deja de ser una incoherencia.2 Si se va a analizar linealmente,3 carece de sentido proceder con carga mayorada.4
Con ese tipo de análisis, las solicitaciones de una carga doble de la actuante, serán necesariamente de valor
doble. Para eso sería más simple reducir la resistencia con el coeficiente de seguridad, al modo de lo de
tensiones admisibles.

Con esta salida intermedia, se puede proyectar, porque se puede asegurar que la solución tiene al menos la
seguridad obtenida. Pero no permite desautorizar algo, aduciendo que no tiene suficiente seguridad, porque no
permite saberlo. No vale para peritar.
En el contexto de este compromiso (medir la seguridad considerando que hay imperfecciones5 y ductilidad), pero
analizar (linealmente), el término estado límite suele tiener perfil bajo. Se refiere al estado límite de un punto o
una sección y no del sistema estructural. Quedó bastante descafeinado.

5. Ductilidad

Aun antes de aplicar la definición de seguridad que tenemos hoy día, en el siglo pasado se comienza a constatar
que para la supervivencia estructural era esencial que hubiera ductilidad. Es cierto que la construcción no debe
situarse al borde del desequilibrio, manteniendo las tensiones relativamente distantes de las de resistencia, y
hace falta poder llegar a valores altos de tensión, con suficiente rigidez, de manera que las deformaciones sean
pequeñas. Pero, por paradójico que parezca, a las malas, si se van a alcanzar tensiones cercanas a las de
resistencia, conviene que, en ese estado, se puedan dar deformaciones muy elevadas sin romper. Eso es la
ductilidad.
Si no hubiera suficiente ductilidad, el alcance de la resistencia en un punto, originaría el inicio de una rotura que
imparablemente conduciría al fracaso. Y eso podía ser casual o depender de detalles imperceptibles. Sea un sillar
de piedra. Se sustenta sobre otros. Pero la talla y la disposición no pueden ser perfectas, o mejor dicho no
pueden ser perfectamente conocidas antes de ejecutar la obra. Y necesariamente un sillar sólo puede contactar
en tres puntos con los de debajo. Con uno o dos, basculará hasta tocar con otro. En cuanto haya tres, y el centro
1
Si no se pueden producir plastificaciones, y hay rotura frágil, tenemos un problema. No podemos conocer el valor de las imperfecciones, y
sin saber su efecto, las solicitaciones obtenidas no son las que hay realmente. La solución en madera suele ser la de usar sólo sistemas
isostáticos (vigas apoyadas). En hojas planas de vidrio, que son intrínsecamente hiperestáticas, la manera de desactivar el problema es
adoptar juntas de goma, que amortiguen los efectos de las irregularidades geométricas del contorno.
2
Hacer un análisis lineal, basado en suponer rigidez finita y constante, interpretando los resultados en clave de estados de agotamiento, en
los que por definición la rigidez hace tiempo que se ha anulado, es completamente incoherente.
3
El hormigón armado se suele modelar con la rigidez de una sección similar, pero de hormigón en masa, que es algo disparatado. En
soportes muy comprimidos, la rigidez real puede ser como vez y media o dos veces mayor. En vigas la rigidez real (fisurada) puede ser hasta
cinco veces menor. Los resultados de usar este modelo sólo son fiables si se interpretan en clave plástica.
4
La propuesta de calcular con carga mayorada con el coeficiente de seguridad se tradujo en aplicar coeficientes específicos para cada tipo
de carga y combinación, aunque parecería más riguroso usar sólo uno, acorde con la probabilidad de la combinación. Los que existen en la
actualidad corresponden a construcciones de un sólo nivel, como puentes. En ausencia de propuestas al respecto, para los edificios de pisos
suele usarse una interpretación de la anterior, pero circulan varias. El invento se estropeó nada más nacer, porque para combinaciones con
sismo o incendio, cambia también la seguridad de los materiales, de manera que no pueden compararse directamente los resultados con los
de las demás combinaciones.
5
De ahí que se hagan cálculos con varias combinaciones de carga, pero no se consideren cosas como cedimiento de apoyos, que producen
el mismo tipo de efectos que las imperfecciones.
15
de gravedad caiga dentro del triángulo que forman, quedará en equilibrio. Pero las tensiones producidas por una
carga finita en una zona infinitesimal, serán infinitas. Y se superará la resistencia. Y tendrá que romper. Sólo si la
rotura, en vez de ser repentina es “blanda” habrá equilibrio. Si el material es absolutamente frágil, entendiendo
por tal la ausencia de cualquier traza de ductilidad, al alcanzar la tensión de rotura se formará una grieta, que
probablemente hará estallar la pieza antes de que otros puntos del sillar lleguen a asentar. Construimos con
piedras, de una cierta manera, basándonos en que tienen la ductilidad que se necesita para ello. O intercalamos
juntas blandas de mortero. Porque las tensiones que podemos obtener del análisis son las medias, que pueden
ser soportables, pero lo que se ocupa de hacer que las tensiones reales puedan parecerse a las medias, es la
ductilidad.
Sea un bastón. O las patas de una mesa. No podrían ser de vidrio puro. Nunca se podría saber con absoluta
precisión cómo es la superficie de la testa, y de todas maneras tampoco podemos aspirar a saberlo del suelo, y
menos para el bastón, porque la zona en donde se apoya es cambiante. Y podrá apoyar sólo en un punto. Y
entonces las tensiones serán infinitas, y romperá antes de darnos cuenta. Independientemente de que el análisis,
hecho sobre una base teórica, por ejemplo de suelo plano, prediga que las tensiones son soportables con
suficiente seguridad.
El punto que va por delante de tensión, intenta alcanzar la resistencia, pero antes de llegar a un valor peligroso,
deforma aparatosamente, y eso hace que otros puntos topen contra el suelo, bajando drásticamente la tensión de
todos ellos, de manera que ninguno inicia la rotura. Ese es el efecto de la ductilidad. No es que el material tenga
deformación grande desde el principio. Con eso nunca se tendría mucha resistencia. La pata o el bastón deben
tener mucha rigidez, pero deben poderla perder justo antes de romper. No es la cualidad de poder tener grandes
deformaciones, sino de tenerlas sólo a tensión elevada. Si la mesa tuviera el tablero de vidrio, le sucedería lo
mismo, en el caso de patas poco dúctiles. Cualquier carga produce flexión, y cualquier flexión, por definición,
significa una forma no horizontal en el extremo, y eso matemáticamente obliga a que el tablero se apoye sólo en
un punto de la pata. De nuevo las tensiones infinitas y la rotura.

Pero una vez que se constató que la ductilidad eliminaba una disfunción, la de eliminar concentraciones espurias
de tensión, como se ha visto, se le reconoció una ventaja. Para confirmar que había seguridad, no era preciso
referirse al punto que presentara la tensión máxima. Si al entrar en la recta final del agotamiento, ese punto
presentara una gran deformabilidad, es como si ralentizara su proceso, permitiendo a otros puntos menos tensos
y menos deformados, que pudieran incrementarla. Así se reconocía que, en presencia de ductilidad, existía, a
partir de la llegada de un punto a su tensión máxima admisible, un margen plástico adicional. El agotamiento no
se producía pues cuando un punto alcanzara una tensión igual a la resistencia.
Si se proseguía cargando, intentando alcanzar la rotura, éste punto no seguiría aumentando la tensión, sino que
esperaría a otros. Así pues, en caso de materiales dúctiles, la definición de seguridad (aun la primitiva de
tensiones admisibles) podía mejorarse, y en vez de referirse el punto, podría referirse a la sección,1 y en último
término a la pieza o al sistema estructural completo, es decir la relación entre carga actuante y la que producía
definitivamente la rotura, tras todas las readaptaciones plásticas que pudieran darse.2

La consideración de la ductilidad provocó una brecha en los calculistas. Unos serían partidarios de aprovechar
sus ventajas, y otros de considerarla como un margen adicional, prescindible del lado de la seguridad. Como se
ha visto, se podía obtener una seguridad segura, adoptando análisis elástico sin usar la ductilidad, y para
aprovecharla a tope, había que usar cálculo plástico que no se fundaba en un método sistemático, y parecía cosa
de idea feliz.
En algunos campos no hubo opción. En el problema del empuje del terreno o de las tensiones bajo una zapata, lo
de obtener la tensión en el punto que la tuviera máxima era inviable. Y definir rotura del terreno era asaz
complejo. Así que Rankine (1820-1872) en un problema, y Prandtl (1875-1953) en el otro simplemente razonan
que si un punto del terreno fracasa, eso no significa nada y que sólo cuando hay suficientes como para permitir un
patrón macroscópico de movimiento conjunto por una superficie, es cuando se ha llegado al agotamiento. Y hasta
hoy, los valores capacidad resistente del terreno, o su empuje, se establecen sólo sobre la base de un análisis
límite, en rotura, o sea con enfoque plástico, o de rotura global.

Pero la repercusión realmente trascendental de la ductilidad es la ya vista. No es que la ductilidad permita otro
tipo de cálculo, sino que los clásicos, procedentes del análisis no son fiables en tanto no se conozca la situación
inicial, o alternativamente, si no hay ductilidad, porque las verdaderas tensiones son inaccesibles al análisis. La
deformación pareció incidir primero en el análisis, y sólo posteriormente se tradujo en un requisito de validez. En
ductilidad se siguió un itinerario inverso, primero se constituyó en algo deseable en la construcción, y sólo
después se constató en lo mucho que afectaba al propio análisis.

1
El caso paradigmático es el hormigón armado a flexión. Con el criterio de truncar la capacidad resistente cuando uno de los puntos agote,
no se podría pasar del momento flector con el que se alcanza la resistencia a tracción del hormigón. Admitiendo que puede aumentar su
deformación (fisurar), aun perdiendo su tensión, se puede hacer que el acero la incremento mucho y permita a la sección alcanzar más
capacidad.
2
Ese había sido el planteamiento original de Galileo, tratando de predecir la carga de rotura de un dintel de piedra (figura 7). Eso sucedía,
según él, cuando todos los puntos de la sección habían alcanzado la resistencia. Y por eso equivocó el módulo resistente, porque, tal y como
ahora nos expresamos, estaba buscando el módulo resistente plástico. Pero para resolver el problema del análisis, y considerar la relación de
tensión a deformación, era menester operar sobre el elástico, que es lo que hizo Mariotte.
16
En el caso del pandeo, como la propuesta matemática original de Euler no casaba con la realidad, quedó sin
aplicación. Pero en el problema del análisis estructural, en cuanto estuvo disponible la solución matemática se
empezó a aplicar inmediatamente, y sólo después se intentó ver qué pasaba. Y, como se ha indicado, a mediados
de siglo pasado se constató que las tensiones que predecía el análisis no aparecían por ningún lado. El análisis
sólo accede a los incrementos de tensión sobre las que haya en el instante inicial, o a las medias,1 sin considerar
las alteraciones por tensiones parásitas existentes antes de cargar.

Ese es el cambio fundamental que introdujo la consideración de la ductilidad. No es que sea conveniente que
haya ductilidad. Es que si no la hay no se puede calcular con fiabilidad. Fue F. Candela (1910-1997) el que dijo
que si las construcciones se comportaran como las calculamos, siempre se romperían. Que la explicación de su
supervivencia es la ductilidad. Recientemente J. Heyman lo ha expresado magistralmente como la “paradoja de la
mesa de cuatro patas”. Una mesa real, en un suelo real apoyará sólo en tres patas, y según bascule, por cambiar,
hasta cambiará el signo de los momentos flectores del tablero. Algo que el análisis no puede prever. La mesa se
comporta como predice el cálculo sólo en agotamiento, y sólo si las patas son dúctiles y se aplasta algo la que va
por delante en tensión, hasta que apoye en todas o en todas por igual. Y pese a eso, tenemos bastante éxito
construyendo mesas de cuatro patas.

Con este cambio, la discusión de si apuntarse a medir la seguridad a partir de la tensión máxima (en régimen
elástico), o como distancia al límite (en régimen de agotamiento) quedaba zanjada. Era necesariamente lo
segundo. Porque el análisis sobre un modelo no puede predecir las tensiones que habrá en el objeto real.2
El lector deducirá que se impuso el enfoque plástico3. Pero, como se ha dicho, bien porque se había invertido ya
mucho en análisis clásico, o bien porque de todas maneras su uso permite garantizar un margen de seguridad en
proyecto (aunque no permite determinar si falta en algo ya proyectado o construido4), lo habitual es decir que se
opera con el método de estados límite, pero usando sólo análisis elástico5.
Es muy poco frecuente incluso que los textos de mecánica del suelo presenten la expresión de hundimiento de
una zapata o el empuje del terreno como el resultado de un análisis límite de una situación de agotamiento
plástico por deslizamiento. Y no pocos textos de hormigón, tras indicar que se puede hacer análisis lineal, no
lineal y plástico, no dedicarán ni una sola línea a cómo hacer lo último,6 y en los asuntos en que lo usa, como en
zapatas, bielas, vigas de gran altura y losas7, nunca mencionan ese término.

La conclusión es que la ductilidad, que apareció inicialmente como una ventaja adicional, que permitía que la
seguridad fuera mayor que la que definía el punto que más tensión tuviera, acabó convirtiéndose en algo
imprescindible para poder construir con seguridad, y más aún, para calcular, ya que las tensiones son inac-
cesibles al cálculo8, y sólo lo es la carga de agotamiento, eso sí, si se alcanza tras una fase de comportamiento
dúctil o plástico.

El pandeo no pudo aplicarse hasta que se formuló en clave de imperfecciones. Para el análisis, cómo introducir
las imperfecciones es una asignatura pendiente. Sólo sabemos tenerlas en cuenta si, mediante la ductilidad,
podemos hacer que sus efectos se borren.
1
El lector sabe que si en una habitación a 20ºC deja un plato con agua, al cabo de algunos días está seco. Pero el agua evapora cuando
alcanza 100ºC. ¿Qué falla? Que la temperatura citada para el agua del plato es la media. Y es la única de la que podemos aspirar a saber su
valor. La de un punto en particular es inaccesible al cálculo, y puede tener cualquier valor alrededor de la media. Así que de cuando en
cuando una molécula de agua pasa a 100ºC abandonando el plato, tras haber robado a otras ochenta un grado a cada una, que lo recuperan
a partir del calor de la habitación. Y así hasta que lo hacen todas.
2
De ahí que en las normas no haya requisitos de tipo resistente en relación con las tensiones. Véase CTE-DB-A. Se demandó
explícitamente si, además de imponer un requisito de carga última, no faltaba la de que en servicio no se llegara a plastificaciones. La
contestación que se recibió es que no. Contando con imperfecciones y tensiones parásitas, carecería de sentido demandarlo, porque nunca
se sabría si va a suceder.
3
En 1973, tras una ardua pelea entre elásticos y plásticos, que se zanjó con una redacción transaccional, se publica en España la primera
norma de acero, explicitando que se puede hacer cálculo plástico y en qué condiciones. En algunos foros se explicaba eludiendo mencionar
ese asunto, de manera que muchos interpretaban que no se podía, y esperaban ansiosos la entrada en vigor de una nueva norma en la línea
del Eurocódigo, para poder aplicar el enfoque plástico. El CTE cumplió esas expectativas. No ha servido de mucho. El lector no puede
imaginarse la cantidad de trucos que circulan para evitar no ya calcular en plástico, sino simplemente para no pronunciar esa palabra. Hay
asignaturas y hasta carreras completas, de prestigiosos centros que imparten título superior, en las que ni se menciona ni se explica nada
que tenga que ver con enfoque plástico.
4
No obstante es muy habitual que informes periciales justifiquen la descalificación en base a un análisis que sólo puede dar una solución con
suficiente seguridad, pero no determinar si falta. Los jueces, muy sensibles a que los ensayos pueden dar positivos pero no falsos negativos
o viceversa, no entienden que el cálculo estructural sólo pueda dar conclusiones de un lado. Creen que es concluyente en los dos.
5
La renuencia de este texto a lo elástico no es tanto porque sea innecesariamente complicado, o excesivamente seguro, sino fundamen-
talmente porque es falso. Lo que dice que son las tensiones o solicitaciones no lo son en absoluto.
6
La norma de hormigón ha venido indicando en las últimas versiones que si se pretende usar cálculo plástico debe comprobarse la
capacidad de rotación de las rótulas, pero no aporta ninguna pista ni de cómo se calcula esa rotación ni que valor límite tiene. Algo similar
sucede con la de acero.
7
Los coeficientes que ofrece en el apartado de losas y reticulados, con objeto de repartir la armadura total en bandas, proviene de un
análisis por líneas de rotura, pero lo oculta celosamente. La consecuencia es que el lector no tiene las claves para averiguar cómo se
deduciría en un caso distinto del recogido en la norma.
8
Incoherentemente con el estado de la cuestión, en EAE (norma general de acero, alternativa al CTE), se ha colado un requisito resistente
acerca de las tensiones en servicio, que en rigor es completamente inaplicable.
17
6. Anejo: qué es lo que es dúctil

No es el material el que necesariamente debe ser dúctil. Un bastón real suele apoyar en una contera blanda. El
efecto es el de producir comportamiento dúctil en el conjunto. La caña puede ser muy resistente e indeformable.
Hasta frágil. Pero la contera aumenta la sección de contacto, y reduce las tensiones punta si llegan a producirse.
Es así como el añadido de un material muy deformable, pero de pequeño espesor, puede mantener las
propiedades de resistencia y rigidez del conjunto, pero borrando las puntas de tensión, es decir añadiendo
ductilidad. No otra cosa son las arandelas de goma entre pata y vidrio, o las bandas de mortero o de neopreno
que se disponen como asiento de vigas o entre hiladas de mampostería. O la solución es dúctil o no sobreviviría a
su puesta en funcionamiento; a veces, ni a su peso propio.

Pero en efecto, si el material, por sí mismo, presenta la cualidad que hace posible la ductilidad sin ayudas, eso
que tenemos ganado. A nivel de material, la ductilidad viene definida por el alargamiento en rotura. Cuanto más,
mejor. Suele expresarse en relación con la deformación elástica antes de entrar en esa fase (de cedencia). El
acero llega al límite elástico con una deformación del 0,2% y rompe físicamente al llegar al 20%, de manera que
tiene un factor de ductilidad del orden de 100. El hormigón, como las piedras, tienen poca ductilidad, pero lo que
sí sucede es que según aumentan la tensión, incrementa más velozmente la deformación, así que tiene algún
rasgo de ductilidad. Con una aproximación bilineal al diagrama de tensión a deformación del hormigón, tendría un
factor del orden de 2 a 5. El material madera es francamente frágil, al menos a tracción. Al alcanzarse en un
punto un valor de tensión igual a su resistencia, rompe bruscamente, se dice que “sin aviso”. Con eso se quiere
decir que rompe sin haber experimentado antes ningún aumento de deformación que hubiera hecho que otras
fibras la incrementaran. De ahí que no sea fácil disponer una viga continua de madera sobre tres apoyos. Nunca
sabríamos en la realidad en qué medida acabaría descansando en cada uno, ni qué tensiones tendría. De
manera que probablemente rompería. Sería necesario intercalar láminas de asiento con grueso apreciable.

A nivel de sección trabajando a flexión, la ductilidad viene definida por el giro plástico. Al igual que con material
poco resistente se puede conseguir mucha resistencia (basta poner mucha cantidad), o con poco material
resistente a tracción se puede conseguir mucha capacidad a flexión (basta disponer mucho brazo de palanca),
con un material no muy dúctil se puede conseguir una sección que sí lo sea. Dibujando las leyes de momento a
curvatura del hormigón armado se puede constatar que si la sección está dotada generosamente de hormigón,
cuando se alcance el límite elástico del acero, apenas habrá margen adicional de capacidad resistente a
momento (la fuerza de tracción no puede aumentar, aunque sí lo puede hacer, algo, el brazo de palanca,
concentrando compresiones), pero la curvatura puede incrementarse considerablemente (porque el acero puede
alargarse mucho más). Así que el diagrama predice mucha ductilidad. Inicialmente tiene mucha rigidez, y al llegar
al valor último, deforma aparatosamente. No es demasiado, pero el factor puede estar entre 4 y 10.

Que el material sea dúctil, o la sección lo sea, no importa mucho. Lo que importa en una agrupación de barras es
la ductilidad de la pieza. Una pieza empotrada de sección constante, sometida a flexión, tiene inicialmente
momentos flectores máximos en extremo de valor doble al de la sección central. Una vez que el extremo llegue al
agotamiento, girará, con lo que, al aumentar la carga, la sección central aumentará el momento flector, mante-
niéndose el valor en los extremos. La situación última dependerá de la ductilidad de la pieza. Si es suficiente, la
sección extrema esperará a que la central alcance el mismo valor. Si no es suficiente, romperá antes.
Puede comprobarse fácilmente que para una posibilidad de giro plástico dada, cuanto más esbelta sea la pieza,
menos ductilidad presenta. Si la pieza tiene mucho canto, tiene mucha rigidez, lo que en general se describe
como que para un momento dado, el giro es pequeño. Como ahora el problema es inverso, cuanta más rigidez,
mayor momento se puede producir a partir de un giro dado. Por eso las piezas rígidas son, potencialmente, si el
material y la sección lo consienten, más dúctiles.
De hecho, lo que llamamos limitación de flecha es sólo una manera de exigir rigidez, o sea que la pieza tenga
suficiente ductilidad, porque sin ductilidad no hay estructura. Si la pieza cumple flecha, es dúctil.

7. Epílogo: la robustez

Una cualidad, casi inversa de la ductilidad, pero asimismo necesaria, es la robustez.


La manera más simple de enunciar esa cualidad es la de que toda solución debe no presentar efectos despropor-
cionadamente mayores que las causas1. Una construcción viable no sólo debe estar en equilibrio, con resistencia
y rigidez suficientes ante una peculiar y determinada combinación de acciones, sino que debe ser capaz de
encarar con éxito un conjunto variado, y poco determinado, de situaciones. Cuando menos, lo que no puede
1
En algunas versiones aparece de manera menos lúcida como por ejemplo “debe evitarse que se produzcan efectos indeseados para
acciones imprevistas”.
18
suceder es que una pequeña acción no contemplada, o una pequeña variación de valor, posición, o dirección de
alguna ya contemplada, origine una respuesta desproporcionada en términos de tensión o deformación. Si
sucede eso puede decirse que la estructura no es robusta.

El caso más simple es el de un tirante no tenso. Si se dispone un elemento lineal para que trabaje a tracción,
suele ser delgado, y es más que probable que inicialmente no esté recto, y quedará “destesado”. Al entrar en
carga la estructura, inicialmente no “notará” la existencia del tirante, hasta que la deformación del conjunto lo
ponga en tensión. Si ésta se produce bruscamente, puede romper. Pero aun si eso no sucede, el diagrama de
carga a desplazamiento tendrá inicialmente un recorrido sin rigidez, o sea se producirá, con pequeñas acciones,
un movimiento desproporcionadamente grande. Eso es falta de robustez.
De ahí que en general, si se proyectan tirantes, se doten de artilugios para ponerlos rectos, tensos pero sin
tensión. En ocasiones, dada la dificultad de encontrar ese punto, se dotan de una ligera tensión.
Algo similar sucede con cables casi horizontales que deben soportar acciones verticales. Para cargas ligeras, los
pequeños incrementos de tensión y longitud tienen una repercusión aparatosa en descenso, que es menor según
aumenta la carga. Un tirante con poca sagita no es robusto.

Otro ejemplo es el de la figura 21. En una estructura aparentemente muy eficaz, con la forma antifunicular de la
acción transversal. Pero no está triangulada1. Sólo es estructura para una carga rigurosamente uniforme. Si sólo
hay carga en la mitad de la directriz, el conjunto, articulado en los nudos, sufre una deformación aparatosa.2

Figura 21. ¿Estructura o mecanismo?

El caso de la figura 22 corresponde a la cubierta de un polideportivo. Se proyectó una celosía espacial, de


pirámide con base cuadrada, sustentada en media docena de soportes. Su forma era como una especie de
sombrero de fieltro con ala en derredor. Los nudos se ubicaban en la intersección de las superficies con la vertical
de una trama cuadrada en proyección horizontal. El suministrador del sistema tenía su propio programa de
dimensionado. El nudo era una placa circular con dos medios círculos soldados por el diámetro, a modo de
cartelas. La placa disponía de sendos taladros en los cuadrantes, y otros tantos en las cartelas. Los tubos,
circulares, se chafaban en los extremos, donde se disponía un taladro, que permitía el enlace con un tornillo. (Es
de uno de los tipos recogidos en NTE). Debido a la complejidad de la forma, el constructor dispuso un sopandado.
Montó todos los tubos con sumo cuidado, ya que eran de diferente sección, espesor y longitud.
Y cuando trabó el conjunto, intentó bajar el apuntalado.

Figura 22. Celosía espacial

1
La denominación de “articulada” suele ser estructuralmente equívoca. No es tener articulaciones en las barras, ni porque su prolongación,
tras la articulación, sea un punto común a todas. Es porque todas se articulan en un mismo punto, el nudo, corte de todas las directrices.
Para indicar que es una estructura y con modelo isostático, debe decirse “triangulada”
2
Puede verse, en vertical, en la T-4 de Barajas. En rigor, para que se produzca la deformación de la figura, los extremos deben acercarse, y
en la T4 son puntos fijos de otra estructura principal. Pero para pequeñas deformaciones del tipo de la indicada no tiene rigidez, y el conjunto
es como un cable tenso, o una viga articulada en los extremos con una articulación al centro. No es una solución robusta.
19
Se encontró con la sorpresa de que la estructura descendía lo mismo que bajaba el apuntalado.
Revisó el atornillado, y lo intentó otra vez.
Y otra vez la estructura bajaba como si no tuviera capacidad alguna para sostener cargas.
Se subió, con casi la misma facilidad, y se apretaron de nuevo los tornillos. Volvió a pasar.
No podía ser problema de equilibrio. El sistema estaba triangulado por completo.
Se revisó concienzudamente que no había equivocación en los tubos.
Luego (sin mucho fundamento para ello) pasó a sospecharse del cálculo. No era fácil la revisión, pero tampoco se
explicaba lo que parecía una absoluta falta de rigidez.
Tampoco la tolerancia de diámetro de taladros con el de los tornillos explicaba la magnitud del descenso.

La explicación se encontró con Autocad (figura 23). Al intentar dibujar el objeto, había una ambiguedad de
posición, o más bien de orientación del nudo. El conjunto, visto en una alineación de diagonales, no estaba
formado por triángulos sino por trapecios (incluso podían considerarse exágonos). Y con las longitudes de las
barras no salía una forma determinada. El sistema era un mecanismo, que podía ceder casi indefinidamente,
hasta que el trapecio tuviera el lado corto en prolongación de una diagonal. Y como se muestra en la figura, eso
podía explicar un descenso “en vacío” de varios decímetros. Era inútil intentar impedirlo apretando los tornillos.

Figura 23. Deformación sin carga

Hubo que llevar la cubierta a su sitio y soldar los tubos a los nudos, al coste adicional de sobrecargar los tubos a
flexión. Pero había margen para ello.
La estructura no tenía robustez.

La Hiruela, diciembre del 2010


1ª Revisión en setiembre del 2011
2ª Revisión en agosto del 2013

20
Querido Jesús.

Echo en falta el comentario sobre lo de la Universidad de Vargas Llosa.

Y lo de los títulos de catedráticos, que dejaron de existir hace 25 años, pero se siguen usando.

En cuanto a lo de Amando, qué quieres que te diga. Que resultó una reunión de una tribu o clan, que sólo hablan
de sus cosas. Me sentí como un pulpo en un garaje. Al menos yo (o Iñaqui) estaba entre los citados. Visto lo
visto, no tenía sentido que hubiera asistido Pilar o Eva y menos aún José Ángel. Era un acto podríamos decir
“académico”. Y que hubieran venido Mamen y Boby desde Australia, hubiera sido un dislate. Era para
“sociólogos” y del circulo cercano a Amando
(Entre paréntesis; lo de hacer PhD es para iniciar una carrera docente. Tengo, tenía, un par de chicos en el
estudio, que me preguntan por doctorado y tesis. Les pregunto si quieren ser profesores. Lo de doctor no es para
otra cosa. Para empleos que no son de docente, en la mayoría de los casos es un demérito, que tienes que
intentar ocultar. ¿Tiene sentido si vas a trabajar, hacer un doctorado? Cada vez entiendo menos esta sociedad. Y
en la UPM ya no hay cursos de doctorado. Estudias una carrera, y luego haces una tesis, pero siempre como
antesala para optar a un puesto docente)
Esperaba que hubiera intervenciones del público, preguntas, respuestas y cosas así. Esa parte es la que me
pareció más sosa.
Si yo monto (o me montan) una clase final con despedida (y laudatio), nunca supondría que van a venir familiares.
Los del departamento, sí. Y con preguntas o intervenciones.
Asistí hace unos días a una última clase, y vinieron hijos, nueras y nietos. Resultó chusco.
Sin embargo se montó una especie de funeral/homenaje de un profesor que había fallecido “antes de que llegara
el último día de su vida”, y sí había familiares. Y hablaron. En ese acto sí tenía sentido.
Si lo de Amando era un homenaje, y asistían familiares y conocidos, deberían haber hablado, aunque sea desde
la silla de asistentes. Si era la presentación de un libro de una especialidad académica, pues sobraban todos.

Me propuse, y espero cumplirlo, aunque Iñaqui está más al quite, llamar a Amando de vez en cuando para saber
cómo le va. Que venga a comer o cosas así, lo veo más complicado, porque como dice Mamen, Amando no se
deja ayudar fácilmente.

Aunque el cruce de correos a veces no te permite ver bien el orden, Mamen se me queja de que te ha propuesto
servir de mediadora para que organicéis mejor todo lo relacionado con Guille, o que cómo puede ayudar, y por lo
visto no le has contestado.

Cuídate, y contesta.

21

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