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Estudio Bíblico Dominical

Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo


2do del Tiempo Ordinario – 18 de Enero de 2009

EL PRIMER ENCUENTRO CON EL MAESTRO:


Escuchar, seguir a Jesús y vivir con Él
Juan 1, 35-42

“El aprendizaje de la sabiduría celestial no tiene hora determinada:


todos los momentos son buenos”
(San Juan Crisóstomo)

“Maestro, ¿Dónde vives?


Venid y lo veréis”
2

Introducción

Hemos comenzado el llamado “Tiempo Ordinario”, tiempo que no es de segunda categoría


con relación al tiempo “fuerte” que acaba de pasar, sino espacio de crecimiento en la fe en
Cristo quien manifestado en la carne y glorificado en su muerte y resurrección nos llama a
seguir sus huellas cada de día de nuestra vida. Este es el tiempo del “discipulado”, del
seguimiento, del aprendizaje de las rutas del Evangelio.

En este domingo y en el próximo, junto con el Evangelio, daremos el primer paso del
discipulado, esto es: la respuesta a la llamada. Los evangelios de Juan y de Marcos nos dan
dos versiones distintas del llamado del primer grupo de discípulos y con cada uno
descubrimos nuevos y ricos matices del misterio de la vocación cristiana.

Escrutemos las riquezas de este maravilloso pasaje que nos enseña cómo es un encuentro
con Jesús.

1. El texto en su contexto

Leamos Juan 1, 35-42:

“35Al día siguiente, se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 36Fijándose en
Jesús que pasaba, dice:
«He ahí el Cordero de Dios».
37
Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice:
«¿Qué buscáis?»
Ellos le respondieron:
«Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»
39
Les respondió:
«Venid y lo veréis»
Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la
hora décima.
40
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a y habían
seguido a Jesús. 41Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, ‘Cristo’.
42
Y le llevó donde Jesús.
Jesús, fijando su mirada en él, le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan;
tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, ‘Piedra’ ”.

1.1. Contextualicemos

En el primer capítulo del evangelio de Juan se hace una presentación progresiva de la


persona Jesús, de esta manera:

(1) El prólogo-Himno (Juan 1,1-18) que nos anuncia quién es Jesús y nos presenta las
líneas principales del Evangelio;
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(2) El testimonio de Juan Bautista (Juan 1,19-34), en el cual se hace una presentación
de la persona de Jesús, mientras éste entra en escena;
(3) La primera actividad de Jesús, que es la congregación de sus primeros discípulos
(Juan 1,35-51).

Esta parte final del primer capítulo del Evangelio de Juan (1,35-51) es el punto más alto
con relación a todo lo anterior y constituye el verdadero comienzo de la narración
evangélica, porque es ahora cuando Aquel que ha sido presentado como el “verbo”
comienza a hablar. Por eso el relato contenido en Juan 1,35-41 también podría
denominarse: “Jesús -el Maestro- entra en acción”.

Pues bien, como lectores asistimos a las primeras palabras de Jesús en el Evangelio, que
son pocas pero significativas y ocupan un lugar central en cada escena (cfr. Juan
1,38.39.42.43.47.48.50-51). Éstas están dirigidas exclusivamente a aquellos con los cuales
sostendrá la relación más estrecha, es decir a sus discípulos, los mismos que
experimentarán y comprenderán su misterio y se convertirán luego en sus testigos.

1.2. Características del primer encuentro con Jesús

La manera como sucede el primer encuentro con Jesús, los pasos y mediaciones que allí se
dan, permanecerá como paradigma para los discípulos de todos los tiempos quienes
comenzarán su camino de discipulado a partir de un “encuentro personal” con Jesús.

Un dato significativo, que anotamos para comenzar, es que mientras los otros tres
evangelios describen el llamado de los discípulos de manera breve (excepto Lc 5,1-10) y
concisa en torno al significado del imperativo “Sígueme” -en los llamados relatos
vocacionales-, el evangelio de Juan prefiere describir con todo su colorido la manera como
se comienza a tejer la relación profunda entre el maestro y sus discípulos, mostrándonos
otro ángulo -quizás más profundo- de lo que significa el “seguir” a Jesús.

El evangelio de Juan nos enseña, entonces, desde su primera página cómo es un encuentro
con Jesús.

Si pudiéramos sintetizarlo todo en pocas palabras podríamos decir que todo encuentro con
Jesús es:

 Personal
 Original
 Intenso
 Significativo
 Transformador
 Provocador de nuevos encuentros

Sobre esta base el evangelista Juan nos describe una serie de escenas, cada una con sus
propias particularidades, permitiéndonos así descubrir lo maravilloso que es encontrarse
con Jesús y todas las consecuencias que se derivan del encuentro. Estas escenas están
encadenadas entre sí (las dos primeras y las dos últimas por el testimonio de quien ya
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encontró a Jesús; la segunda y la tercera por el motivo cronológico) y se desarrollan como


en un crescendo, donde la identidad de la persona de Jesús va apareciendo cada vez más
clara y la percepción de los discípulos (el “ver”) tiene mayor profundidad.

Veamos los rasgos característicos en las dos primeras escenas de encuentro con Jesús de
Nazareth.

2. El encuentro de Jesús con Andrés y su compañero: Juan 1,35-40.

Los elementos más importantes de este encuentro se pueden esquematizar así:

- Testimonio acerca de Jesús (1,35-36)


- Escucha y respuesta al testimonio (1,37)
- Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús (1,38)
- Ir y ver por sí mismo (1,39a)
- Permanecer con Jesús (1,39b).

Este esquema se sintetiza al final en dos acciones básicas y dinámicas que van del
“escuchar” al “seguir” (1,40). El resultado es el seguimiento y éste se presenta como un
“permanecer con Jesús”.

2.1. El testimonio acerca de Jesús: el primer impulso (1,35-36)

En el primer encuentro dos discípulos se cambian de escuela. Andrés y su otro compañero


(ver 1,40) escuchan el testimonio de Juan Bautista, de quien se dice son “dos de sus
discípulos” (1,35), y comienzan a seguir a Jesús (1,37).

El primer impulso para el encuentro lo da la voz del testigo. Juan Bautista cumple esta
función, dada desde el prólogo (1,7) y ejercida ya por primera vez, el día anterior, ante las
autoridades de Israel (1,19-34). A diferencia del día anterior, Jesús no “viene hacia él”
(1,29) sino que “pasa”, “sigue su camino”, “traza una ruta hacia adelante” (cfr. 1,35). Juan
Bautista lo nota bien y sabe poner a sus propios discípulos en ese camino.

El anuncio “He ahí el Cordero de Dios” resuena por segunda vez (1,29 y 1,36).

El cumplimiento de su misión, implica para Juan la pérdida de sus discípulos, por eso está a
la altura de su vocación: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (3,30). De hecho él
“no era la Luz sino quien debía dar testimonio de la Luz” (1,8). Juan Bautista es un
maestro que sabe reconocer al verdadero maestro, no retiene a los discípulos para sí, sabe
desprenderse porque conoce quién es el verdaderamente importante.

2.2. Escucha y respuesta al testimonio (1,37)

El testimonio de Juan Bautista conduce hacia Jesús a dos de sus discípulos: “Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús” (1,37).
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Observando el comportamiento de los discípulos descrito en los dos verbos “oir” y


“seguir”, podemos comprobar cómo en el discipulado la escucha es importante pero el
seguimiento es decisivo.

La escucha es importante: “lo oyeron hablar así”. Lo que atrae a los discípulos no es nada
externo de la persona Jesús, ni siquiera un cúmulo de conocimientos acerca de él. Lo que
atrae es el significado de su persona: la transformación que él puede obrar en mi vida a
partir del don de su perdón.

El seguimiento es decisivo: “siguieron a Jesús”. No basta saber algo acerca de Jesús, el


conocimiento pide dar un paso, un ponerse en movimiento hacia el encuentro con él. Con
el testimonio se hace una primera idea de Jesús, con el encuentro se vive la experiencia de
la transformación.

2.3. Caminar en el seguimiento/búsqueda de Jesús: ¿Cuáles son los motivos del


seguimiento? (1,38)

Aquí sucede algo maravilloso. Los discípulos ya están siguiendo a Jesús, pero no han
dialogado con él. Ahora sucede el encuentro.

Jesús toma la iniciativa: se da media vuelta, los “ve” en su actitud de seguirlo y se dirige
hacia ellos. Su primera palabra (la primera de todo el Evangelio) no es una afirmación sino
una pregunta: “¿Qué buscáis?” (1,38a).

La pregunta pone al descubierto el corazón de los discípulos, ellos son:

- Hombres en búsqueda: ciertamente “buscadores”, pero no siempre es claro de qué.


- Hombres que no se han quedado paralizados sino que se han puesto en camino: en Jesús
parecen haber una luz para sus inquietudes.

Jesús no los ha recibido con una larga enseñanza acerca de Dios o de sus propósitos
misioneros o sobre los objetivos del seguimiento o sobre lo que él ve en el corazón de los
hombres. Jesús suscita un diálogo, un diálogo profundo que permite exponer los motivos
del corazón, allí donde se dan los compromisos.

Es curioso que los discípulos no le responden qué buscan, a lo mejor todavía no lo pueden
expresar con palabras. Una característica de la pedagogía de Jesús en este evangelio es que
educa a sus interlocutores para que sepan hablar expresando sus motivos más profundos.
Los discípulos le responden con otra pregunta: “Maestro, ¿dónde vives?” (1,38b)

2.4. Ir y ver por sí mismo (1,39a)

La pregunta “¿Dónde vives?”, equivale para un discípulo al “¿Dónde está tu escuela?”.


Donde la intención de fondo es pedir la prolongación del diálogo. Lo que los discípulos
buscan no se puede explicar a las carreras en medio de la calle. Los discípulos piden
tiempo, desean hablar en paz con su nuevo “Maestro”.

Jesús acepta. Les dice: “Venid y lo veréis” (1,39).


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2.5. Permanecer con Jesús (1,39b).

“Vieron dónde vivía y se quedaron con él (a partir de) aquel día” (1,39ª). Así como la
escucha del testimonio los condujo al seguimiento de Jesús, ahora los dos discípulos no
sólo ven dónde habita el Maestro sino que “se quedan” con él.

Se trata de un “entrar” en el mundo de Jesús y entablar con él relaciones basadas en la


confianza mutua. Además, el encuentro no queda como una hecho ocasional sino como
una experiencia estable, permanente; es el inicio de una verdadera amistad. Sus vidas
respiran en una nueva atmósfera de relaciones y de vivencias que durará mucho.

La indicación acerca del día del suceso, e incluso del detalle “eran más o menos las cuatro
de la tarde” (1,39b), deja entender que el encuentro con Jesús marcó su propia historia, fue
el día y la hora decisiva de sus vidas.

2.6. La dinámica del ESCUCHAR al SEGUIR-PERMANECER (1,40)

La conclusión de esta primera escena aparece así: “Andrés, el hermano de Simón Pedro,
era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús” (1,40). Esta frase
es, al mismo tiempo, la introducción de la escena que sigue. Pero como frase conclusiva,
nos da una clave para comprender la dinámica de fondo del encuentro con Jesús, ésta se da
en proceso de la Escucha/Respuesta.

Los dos primeros discípulos de Jesús supieron dejarse conducir por aquél que ya sabía
quién era Jesús, Juan Bautista, y dieron el primer paso en su itinerario como discípulos de
un nuevo Maestro que les abriría definitivamente nuevos horizontes en sus vidas. Pero
luego, ya junto con Jesús, volvieron a escuchar la palabra de Jesús y le respondieron. En el
fondo de esta dinámica del Escuchar y Responder se nota una profundización en los
motivos profundos que había en el corazón de los discípulos. La escena nos deja así un
pequeño esquema que permanece como paradigma del encuentro con Jesús.

Escuchar Seguir
al testigo a Jesús

Ver Buscar

Escuchar Permanecer
a Jesús Con Jesús

Hay que aprender a escuchar al Maestro: con las actitudes, los lugares y los tiempos que él
lo requiere.

La palabra de Jesús “Venid y lo veréis” contiene lo esencial del encuentro. Se trata de una
invitación (venid) y una promesa (veréis) importantes. Todo apunta hacia el encuentro vivo
y personal con el Maestro, y ése el núcleo del acto educativo. Jesús no les entrega un libro
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con doctrinas y normas para que sean buenos discípulos, sino que los llama a un encuentro
personal de amistad, de comunión con él.

Por su parte los discípulos no pueden permanecer a distancia, sin compromiso, como
simples espectadores, sino que deben comprometerse, andar con él y seguir su camino, el
camino que él indique.

En definitiva, el “permanecer” con Jesús es la forma concreta de seguirlo, porque el


conocimiento de Jesús no se puede tener a distancia, sino sólo en la comunión con él.

3. El encuentro de Jesús con Simón Pedro. Juan 1,41-42.

Este segundo encuentro está estructurado en cinco pasos:

- Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (1,41a)


- Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (1,41b)
- Conducir el hermano a Jesús (1,42a)
- Descubrimiento del ser conocido por Jesús (1,42b)
- Transformación de la persona (1,42c)

3.1. Búsqueda de otro para compartirle la experiencia (1,41a)

El primer encuentro con Jesús desata una cadena de encuentros: la experiencia de la


relación personal con Jesús suscita nuevos testimonios y conduce a él a nuevos discípulos.
El siguiente es Simón Pedro.

En los encuentros cuentan las relaciones humanas: los discípulos conducen a Jesús a sus
propios familiares, a sus paisanos, a su círculo de amigos. En el caso de Simón Pedro
cuenta la relación familiar: “su hermano Simón” (v.41).

Como bien acentúa el relato, Andrés no se encuentra a Simón Pedro por casualidad sino
que lo busca.

3.2. Anuncio del descubrimiento de la identidad mesiánica de Jesús (1,41b)

Él quiere hacerlo partícipe de su nuevo y maravilloso descubrimiento: “Hemos encontrado


al Mesías” (1,41). Testimoniar ahora es transmitir el descubrimiento al hermano. En este
pasaje

- “encontrar a Jesús” es “descubrirlo”: un nuevo horizonte de experiencias y de


conocimientos vitales que se abre con él;
- anunciar a Jesús es una proclamación eclesial: no en primera persona sino en el plural
comunitario.

La experiencia vivida en el “permanecer” con Jesús le ha permitido a Andrés y a su


compañero comprobar que Jesús es el Cristo, el Mesías enviado por Dios (ver 1,34). El
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encuentro con Jesús es, en última instancia, una experiencia de Dios y de su actuar salvífico
y definitivo en los últimos tiempos de la historia.

3.3. Conducir el hermano a Jesús (1,42a)

Andrés no sólo anuncia quién es el Jesús que él ha experimentado, sino que va más allá:
lleva a su interlocutor hasta el lugar donde está Jesús: “Y le llevó donde Jesús”.

Así como ya lo vimos con Juan Bautista, la función del testigo es “conducir hacia”, es
llevar al encuentro directo con Jesús. El testimonio no suple la experiencia, es apenas su
soporte.

3.4. Descubrimiento del ser conocido por Jesús (1,42b)

Una particularidad de este encuentro con Jesús, con relación al anterior, es que no se trata
únicamente de saber quién es Jesús sino de lo contrario: Jesús conoce a aquel que está
delante de él.

Esta vez Jesús parte de la pregunta sino de un gesto y de una afirmación: (1) El gesto es su
mirada: “fijando su mirada en él”, lo que indica conocimiento profundo, pero también
probablemente amor; (2) Una afirmación con la cual Él expresa lo que conoce de Simón
Pedro:

- Quién es él
- Cómo se llamará en el futuro

La mirada penetrante de Jesús y la doble repetición del “tú”, constituyen el momento


vocacional, la invitación al encuentro. En ello se puede notar todo un camino de
aprendizaje que se interpone entre las dos interpelaciones con el “Tú”:

- “Tú eres”: ahora (en la que la relación más estrecha es la de la familia: “hijo de...”).
- “Tú serás”: en el futuro (gracias al “permanecer con Jesús”).

Quién es él: “Tú eres Simón, el hijo de Juan”.

Antes de que el discípulo llegue a confesar su fe (“Tú eres el Cristo”) Jesús deja saber que
él sabe quién es aquél a quien llama (“Tú eres Simón”). El contenido del conocimiento es
la persona de Simón como tal, como hombre distinto de los demás, pero también su historia
y su mundo familiar: es el “Hijo de Juan”. La experiencia de fe comienza de esta manera
tan sencilla: llegar a descubrir a quien verdaderamente conoce nuestra vida personal,
nuestras búsquedas y también nuestras raíces afectivas, el tejido de las relaciones que nos
dan identidad en el mundo.

3.5. Transformación de la persona (1,42c)

Cómo se llamará en el futuro: “Tú te llamarás Cefas…”. Y el evangelista inmediatamente


traduce: “…que quiere decir ‘Piedra’”. El cambio de nombre no es algo superficial, indica
más bien que algo sucede en la identidad del discípulo cuando conoce al Maestro.
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El encuentro es un diálogo de conocimiento profundo, de revelación del quiénes somos y


del quién es Él para nosotros, que transforma la vida. El discípulo podrá decir: “desde el
momento en que te conocí algo comenzó a cambiar en mí”.

El cambio de nombre es también una expresión de amor, muestra cuánto Jesús se interesa
por su discípulo asignándole una tarea. La transformación en la vida del discípulo tiene que
ver con lo que le sucede interiormente a partir de su experiencia de amistad con Jesús y con
la misión que, en su nombre, tendrá que asumir por el resto de sus días.

4. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“…Eran como las cuatro de la tarde”

“‘¿A quién buscáis?’ ¿Y qué viene a ser esto? ¿Aquel que conoce el corazón de los
hombres, aquel que conoce a fondo nuestros pensamientos se pone a hacer preguntas?
Pues sí, pero no para aprender más sino que se sintieran cómodos con la pregunta, para
inspirar mayor confianza, para demostrar que los consideraba dignos de una conversación
(…).
Ellos no demostraron apenas su deseo de seguirlo, sino también con la pregunta que le
hicieron. En efecto, lo llaman “Maestro” sin haber aprendido ni oído todavía nada de su
parte, ciertamente contándose entre sus discípulos e indicando la razón por la cual lo
habían seguido: esto es, el deseo de escuchar algo útil (…).
Eran más o menos las cuatro (…). Tenían hora fija para sus comidas, para bañarse y para
todas las otras cosas de la vida cotidiana; pero el aprendizaje de la sabiduría celestial no
tiene hora determinada: todos los momentos son buenos”.
(San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Juan, 18)

5. Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón

5.1. ¿Cómo comenzó la relación entre Jesús y sus primeros discípulos?

5.2. ¿Qué características tiene todo encuentro con Jesús? ¿Qué me ha sucedido a mí?

5.3. ¿De qué manera mi vida de fe, personal y comunitaria, se dinamiza a partir de los
pasos que nos presenta el pasaje de hoy?

5.4. ¿Me preocupo por traer a otras personas hacia Jesús? ¿Lo hago con mi familia, mis
amigos, mis compañeros de trabajo, mis vecinos?

5.5. ¿Qué significa la expresión de Jesús “Vengan y vean”? ¿Mi discipulado tiene fuerza a
partir de esa frase programática? ¿Cómo vivirla hoy?

P. Fidel Oñoro, cjm


Centro Bíblico del CELAM
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Anexo 1

Pistas sobre las otras lecturas del domingo

Primera lectura: 1 Samuel 3, 3b-10.19 (extractos)

La escena tiene lugar en el Santuario de Silo, en una época en la que el Templo de


Jerusalén aún no había sido construido. El Joven Samuel fue llevado allí por su madre
después de su milagroso nacimiento. De hecho, su madre Ana era estéril y había venido a
orar en este mismo lugar. El Señor respondió a su oración y nació Samuel. Luego Ana lo
llevó al Templo y lo presentó al sacerdote Elí diciéndole: “Fue por este niño que oré y el
Señor me concedió la petición. Por mi parte yo se lo cedo al Señor”.

En la lectura de hoy, Samuel es llamado a servir a Dios como profeta. El relato de la


vocación es admirable y prácticamente no necesita comentario. En él se pone en primer
plano la iniciativa de Dios y su perseverancia en el cumplimiento de su proyecto de
salvación.

En tres ocasiones el Señor llama a Samuel. Los tres llamados le permiten a Samuel el
tiempo suficiente para interpretar el llamado y para responderle. Samuel interpreta la
Palabra del Señor con la ayuda del sacerdote del Templo. Esta actitud le compete a todo
creyente: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Cuando la Palabra de Dios cae en un oído atento siempre produce su efecto. Es como en la
parábola del sembrador, cuando la semilla cae en la tierra buena.

Salmo responsorial: Salmo 39

Así como el joven Samuel, el Salmista le responde al llamado del Señor: “He aquí que yo
vengo”. El orante ha hecho la experiencia de una intervención salvífica por parte de Dios.
Ahora él adhiere a Dios.

El orante eleva una acción de gracias a Dios. Pero se nota el drama del orante: ¿Cómo
responderle adecuadamente a la bondad de Dios? La respuesta es: ofreciendo la vida entera
a Dios. Mucho más que los animales que se ofrecen en sacrificio, que no son más que
sustitutos de la entrega del hombre, este salmista se entrega a sí mismo a Dios.

Para que no se quede en una simple declaración que no trasciende a la vida, el Salmo
muestra concretamente en qué consiste el “Yo vengo”. Se trata de una toma de conciencia
de lo que está escrito en el Libro, o sea, en las Escrituras. Ellas son la Palabra de Dios
escrita, la manifestación de su voluntad. Así como lo hizo el profeta Ezequiel en la visión
inaugural de su libro, el salmista devora el libro hasta llevarlo a sus entrañas. Esta
“manducación” de la Palabra es lo que hoy llamamos la “Lectio Divina”. De este ejercicio
brota un canto de acción de gracias que se eleva desde el corazón de la comunidad
creyente.
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Segunda lectura: 1 Corintios 6, 13c-15ª.17-20

Retomamos la lectura semi-continua de la primera carta a los Corintios (en el Año A:


Capítulos 12 al 15).

El tema es la santidad del cuerpo. Si los cristianos de Corinto no debían despreciar el


cuerpo (como lo hacían algunas corrientes del pensamiento griego), tampoco debían dejarse
contaminar por las costumbres depravadas del ambiente cosmopolita de esta gran ciudad
portuaria: por allí pasaba de todo, lo bueno y lo malo de las rutas comerciales
mediterráneas.

Hay que tener presente que el pensamiento de Pablo corresponde al de la antropología


bíblica. La persona es vista en su unidad, en su integralidad.

Pablo afirma con fuerza: “Vuestro cuerpo es el Templo del Espíritu”. En consecuencia hay
que darle gloria a Dios con el cuerpo. Darle gloria a Dios con el cuerpo es irradiar su
presencia. Nuestra persona y nuestra vida concreta son así un reflejo de la presencia divina.

Lo que Pablo llama “impureza” es aquello que separa al hombre de la comunión con Dios,
lo que lo coloca en situación contradictoria frente a su proyecto de vida.

En pocas palabras: la vida nueva en Cristo exige un hombre nuevo. “Somos para el Señor”:
también la sexualidad se integra en esta unidad personal que es el hombre creado por Dios.
La unión a Cristo (“Estar en Cristo”) es el fundamento decisivo y la motivación última de la
ética cristiana con relación al cuerpo (“¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de
Cristo?”). Se rechaza una concepción negativa y se apunta a una exaltación del cuerpo que
se fundamenta en la resurrección de Jesús y en su destino escatológico.

Finalmente, notemos cómo la afirmación de que “el cuerpo es para el Señor y el Señor es
para el cuerpo” es profunda e insinúa una relación con el don del cuerpo eucarístico.

(J. S. – F. O.)
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Anexo 2

Para quienes animan la celebración dominical

El “Tiempo Ordinario” comenzó el pasado 9 de enero con la fiesta del Bautismo del Señor.
En este domingo comenzamos una serie de 5 domingos, hasta el día 28 de febrero (martes
antes de cenizas).

II
El Evangelio de este 2do Domingo, tomado “en préstamo” al san Juan, y por tanto todavía
en la línea de la “Epifanía” que acabamos de celebrar, nos permite asistir a la inauguración
del ministerio público de Jesús, que después seguiremos de la mano del evangelista
Marcos.

III
En algunos lugares se celebra esta semana que viene (del 18 al 25 de enero) la semana de
oración por la unidad de los cristianos. Este año el tema es “Donde dos o tres están reunidos
en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mateo 18,20). La fidelidad a Jesús y a la
Iglesia se expresa en una mayor atención al problema ecuménico y a una oración más
intensa por unidad de todos los hombres, llamados a la fe y a la alabanza. Cada vez que sea
posible (cuando no se celebra algún santo), conviene celebrar la misa por la unidad de los
cristianos (ver el Misal). Es bueno, además, buscar otros momentos y formas para trabajar y
orar por la unidad de todos los cristianos.

IV
Para los lectores.

Primera lectura: Hay que darle la tonalidad apropiada y característica a las voces de cada
uno de los tres personajes del relato: El Señor, Elí y Samuel. Nótese cómo las respuestas de
Samuel van dándole un ritmo de “crescendo” al texto; hay que hacerlo notar en la
proclamación.

Segunda lectura: Se exige una división correcta del texto, creando unidades de sentido.
Atención a la interrogación: la inflexión de la pregunta debe hacerse en el lugar correcto y
no exagerar con una elevación de voz al final.

(V. P. – F. O.)
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Siguieron al Cordero de Dios

Juan 1,35-42

El Evangelio de este domingo nos relata la vocación de los primeros tres discípulos de
Jesús, incluido el mismo Simón Pedro. Es evidente la insistencia del Evangelio en la
intervención de Juan el Bautista. Él fue verdaderamente el Precursor de Cristo, el más
semejante a Jesús de todos los personajes bíblicos. Juan es el único a quien se hace esta
pregunta: «¿Eres tú el Cristo?» (Jn 1,20; cf. Lc 3,15); Juan es el único de quien es necesario
aclarar: «No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz» (Jn 1,8). Su testimonio
debió ser impresionante, pues el Evangelio agrega: «Para que todos creyeran por él» (Jn
1,7).

Todos nosotros creemos por el testimonio de los apóstoles que nos transmitieron los dichos
y hechos de Jesús, como lo declara el IV Evangelio: «Estas (señales que hizo Jesús) han
sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20,31). Pero, a su vez, los apóstoles creyeron por
el testimonio de Juan, de manera que también es verdad que «todos hemos creído por él».

¿Cómo fue ese testimonio? El día anterior al episodio que leemos este domingo, indicando
a Jesús, «Juan dio testimonio diciendo: “He visto el Espíritu que bajaba como una paloma y
se quedaba sobre él... doy testimonio de que este es el Elegido de Dios”» (Jn 1,32.34). Pero
este testimonio no había motivado el seguimiento de Jesús por parte de los primeros
discípulos. ¿Quién puede pretender seguir al «Elegido de Dios (otros manuscritos dicen
“Hijo de Dios”)»?

El Evangelio de hoy continúa: «Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos
de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”». Este
testimonio sí que motivó el seguimiento de los primeros discípulos de Jesús: «Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús». El nombre «Cordero de Dios» destaca
la condición humana de Jesús, la única que lo hace susceptible de ser ofrecido en sacrificio
para «quitar el pecado del mundo». En esta condición él llama a ser seguido por sus
discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame» (Mc 8,34). La cruz es el lugar donde el Cordero de Dios fue ofrecido en sacrificio.
Tal vez nunca expresó San Pablo más claramente su condición de discípulo de Cristo que
cuando escribió: «Estoy crucificado con Cristo» (Gal 2,19).

El Evangelio repite la relación entre esta declaración de Juan y el seguimiento de Jesús:


«Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían
seguido a Jesús». Si éstos, oyendo a Juan, siguieron a Jesús, en adelante, el seguimiento
será oyéndolos a ellos: «Andrés se encuentra primeramente con su hermano Simón y le
dice: “Hemos encontrado al Mesías” - que quiere decir, Cristo. Y lo llevó a Jesús».
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Así entendemos mejor el significado de las palabras que pronuncia el sacerdote en la


Eucaristía mientras muestra el Cuerpo y la Sangre de Cristo ofrecidos en sacrificio sobre el
altar: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Es un llamado a
seguirlo. Oyendo estas palabras todos debemos seguir a Jesús ofreciéndonos al Padre en
sacrificio junto con él. A esto se refiere San Pablo cuando escribe a los cristianos de Roma:
«Los exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como una
víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual» (Rom 12,1). Este llamado
es diametralmente opuesto al del ambiente de la «farándula» con que nos martillea el
mundo de hoy. El destino es también diametralmente opuesto, pues –afirma Jesús- «quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará» (Mc 8,35).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de Los Ángeles

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