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Convergencia tecnológica, espacio público y democracia
Jorge Almeida*
En este texto discutimos de qué manera se puede pensar en usuarios de productos y servicios de las
TIC (Tecnologías de Información y Comunicación) que no sean apenas punto de mira de estrategias
políticas y económicas; en ciudadanos que no sean reducidos a meros consumidores; y en qué
circunstancias la apropiación de estos productos y servicios pueden servir para una emancipación individual
y colectiva.
Si los medios, por un lado, han contribuido a la concentración del poder, por otro lado, solamente
con la utilización democrática de las TIC es posible viabilizar un espacio público democrático, participativo
y deliberativo. La configuración de una ágora mediática y digital ya es técnicamente posible con la
convergencia tecnológica, pero son necesarias condiciones culturales y políticas construidas por los sujetos
sociales.
*
Jorge Almeida es Doctor en Comunicación y Cultura Contemporánea en la Facom-UFBa (Universidad
Federal de Bahía en Brasil); profesor del curso de Publicidad en la Universidad Católica de Salvador (UCSal)
y del curso de Hipermedia en la FTC (Facultad de Tecnología y Ciencia).
Dirección electrónica: _jorgealm@uol.com.br
Sitio: www.sites.uol.com.br/jorgealm
esclavos, las mujeres y los jóvenes. Semejante era el caso de la Vox Populi en el forum de la república
romana, donde la "voz del pueblo" era solamente de una parte del pueblo. En la Edad Media, hay también el
Consensus Omminiun, o "acuerdo de todos", pero solamente de todos los nobles que buscaban el apoyo del
pueblo para las Cruzadas. En este caso, los herejes también quedaban fuera, pues expresabam una opinión
crítica también de manera religiosa. El advenimiento del capitalismo, el Renacimiento y la Reforma van
consolidando la idea de la existencia de una opinión crítica y de un espacio público independiente del poder
feudal y que tiene un importante papel entre los intelectuales de la Revolución Francesa de 1789 que creó la
Fiesta de la Razón y la Fiesta de la Opinión. Y "las proclamaciones republicanas empezaban así: 'El pueblo
decidíó'. Pero, desgraciadamente, cuanto más se hablava de decisión popular, menos se votaba. La opinión
era la voz del grupo que estaba en el poder" (Augras, 1978).
La opinión y el espacio público burgueses nacen en el proceso del cambio de mercancías e
informaciones empezadas con el capitalismo financiero y mercantil, desarolladas con las ferias y los burgos
y el sugimiento de los primeros correos y prensa. El crecimiento del comercio va exigiendo mayores
garantías institucionales y se produce el desarrollo del Estado-nación, que nacionaliza economías
anteriormente más localizadas, y del Estado moderno como centralización política. Por tanto, hay un
fortalecimiento del Estado y de la burguesía, aunque el Estado es dirigido por la nobleza y la burguesia
privada del poder. Están ahí los elementos fundamentales de la contradicción que llevará a la aparición del
espacio público burgués: la fuerza emergente y paulatinamente hegemónica en la economía y cada vez más
letrada e informada estaba desprovista de poder político.
Así, para Habermas (1984) el espacio público burgués puede ser comprendido inicialmente como
un espacio de personas privadas del poder reunidas publicamente para defender su libertad económica y
atacar el principio de dominación vigente en aquella época para hacerlo racional: no basado en una
superioridad determinada por un orígen hereditariamente noble, sino en el mejor argumento racionalmente
sometido a la opinión pública. El espacio público burgués surge en espacios culturales públicos en un
campo de tensiones entre el Estado y lo privado y el proceso de transición que llevará la burguesia al poder
tendrá claras marcas nacionales, aunque mantiene una serie de características básicas semejantes: la reunión
permanente de personas propietárias privadas en forma de público, buscando formar una opinión pública,
basada en sus intereses de clase en este espacio público, del que eran excluidos las mujeres, los empleados y
los jóvenes, que eran vistos como personas sin autonomía para decidir. El parlamento, como instancia muy
especial del espacio público pasa a ser un órgano del Estado, pues ahora la burguesía tiene poder de
decisión. Pero la disputa de opinión pública continuará ocurriendo fuera del parlamento. Así, el espacio
público burgués desarrollado y institucionalizado en el Estado de Derecho burgués no supera su
contradicción: nace presentando una idea opuesta a la dominación, pero su base social (la propriedad
privada) no permitía el fin de la dominación. Por otro lado, consecuencia de todo un proceso de luchas y en
momentos históricos diferentes, se da la entrada de los trabajadores, de las mujeres y de la juventud en la
escena política, ampliando lo que pasó a ser una opinión pública formal, con derecho de votar.
El espacio público literário también cambia y las leyes del mercado penetran en la esfera de la
cultura. Enfin, después del proceso de llegada y consolidación en el poder, la burguesía ya no necesita ser
crítica ni defender una opinión pública crítica.
Como regla general, los grandes medios de comunicación publican una opinión privada y no
pública. Los medios, que deberían ser instituciones ejemplares del espacio público, se comercializan dentro
de la lógica de transformar el público ciudadano en consumidor de mercancías. Con los nuevos medios del
siglo XX (radio, cine y televisión), tenemos un segundo momento histórico del espacio público burgués,
cuando éste es ampliado mediáticamente, pero acuerdo con los intereses privados que se hacen presentes,
privilegiadamente, a través de los medios dirigidos a un "público". Ahora, en lugar de la imprenta
intermediar la opinión pública, una opinión no-pública pasa a ser formada primero através de los medios.
Hay un máximo de público y un mínimo de opinión conciente.
Aun así, el propio Habermas ve la posibilidad de reconstrucción de un auténtico espacio público
políticamente activo. Pero la condición para la existencia de este tipo de espacio público es su
autogeneración, institución y competencia con el espacio publico político burgués manipulador. En sus
textos posteriores, Habermas (1994 y 1995) continúa buscando un espacio publico auténtico y creyendo que
las condiciones para su existencia son su origen no burgués y su autogeneración, basada en movimientos
sociales y su competencia con el Estado y el mercado.
Por tanto, desde la primera revolución industrial hasta los dias de la tercera revolución tecno
científica, de la convergencia tecnológica, del neoliberalismo y de la globalización imperialista, hubo un
desarrollo de los medios y el derecho de voto es universal, pero el Estado se afirmó como una organización
burocratizada y cerrada a la participación pública, pues la burguesía no ha mostrado interés en la
construcción de un efectivo espacio público. Luego, la constitución de un verdadero espacio público pasa,
necesariamente, por la construcción de espacios que tengan, como sus sujetos efectivos, el conjunto de los
sectores hoy día explotados, oprimidos, discriminados, apartados y excluidos. O sea, a falta de un concepto
más claro, de los que viven de su trabajo y están privados y excluidos del poder y de la propiedad de los
grandes medios de producción y comunicación - la plebe contemporánea. Espacios donde se puedan
construir nuevas relaciones políticas y crear condiciones para la construcción de nuevas corrientes de
opinión pública y una nueva cultura política, crítica y participativa. Espacios que puedan construir nuevas
relaciones de poder. Por tanto, como destaca Fraser (1996), espacios que no deben evitar las diferencias,
sino resaltarlas, pues el espacio público no debe ser visto apenas como un espacio de debate, sino de
afirmación política y cultural. Más que eso, espacio de disputa de hegemonía (Gramsci, 1978) y de
formación de bloques sociales, políticos y culturales que construyam opiniones públicas activas y capazes
de realizar un nuevo espacio público auténticamente democrático y popular donde el pueblo pueda discutir
y decidir acerca de los más diversos rumbos de la sociedad. Un mundo más democrático y, de hecho,
gobernado por sus ciudadanos y no por las directrizes originadas en los intereses privados de los
oligopólios, del FMI, del Banco Mundial, de la OMC o del G-8.
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