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T A T I A N A S Á N C H E Z

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
C U E N T O
Tatiana Sánchez
(Danlí, El Paraíso, Honduras 1993) Lingüista y docente de la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras.  Máster en lengua y
literatura hispánica por la UNAN-LEÓN. Activista de diferentes
colectivos artísticos como: Colectivo artístico Xoxonal (CAX) 2015,
colectivo Artístico Apolión 2016, miembro activa de la Asociación
Nacional de Escritoras Hondureñas (ANDEH). Organizadora
encuentro anual de mujeres artistas “Nos llaman Brujas” desde el
2017. Coordinadora del Proyecto “Bibliotecas Rurales”, bailarina
del cuadro de danza Folklórica “Tierra nuestra UNAH”. Artista
polifacética, músico de carretera y artesana.

Ha tenido publicaciones de cuentos en diarios del país: “El eco de


los cangrejos”, “La tierra prometida”, “Huevos estrellados", "El
calentamiento no es un cuento” “Una ciudad para un viejo”.

Ha participado en las antologías: Antología de Narradoras


Hondureñas 2016, Aire Leve, Ediciones Paradiso. “Xunan Kab”
antología de poetas hondureñas Ediciones Paradiso 2018 y
Antología centroamericana de micro relatos Guatemala 2019 .

Ha sido modelo en sesión fotográfica “Piélagos” 2018 fotógrafa Ana


Guillén.

Ha representado a Honduras en diferentes festivales literarios y


culturales.
T A T I A N A S Á N C H E Z

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
C U E N T O
Ciclónicas N°13.
(Cuento)
 
 
 
CICLÓNICAS:
Encuentro de escritoras hondureñas

Primera edición
septiembre 2020

 
© de los cuentos: Tatiana Sánchez

© de esta edición: Ediciones MALPASO


Tegucigalpa, MDC, Honduras.

 
Edición bajo el cuidado de Armando Maldonado

 
Corrección de textos: Iveth Vega

© de la fotografía: Ana Guillén

 
Publicado por Ediciones MALPASO, propiedad
de Inversiones Culturales Honduras: ICH.
Tegucigalpa, MDC. Honduras.
Septiembre de 2020

Esta breve publicación es de libre circulación, no se permite su


comercialización. Se permite citar los textos para fines académicos, de
investigación o de enseñanza, siempre y cuando se den los créditos de
autoría y de la casa editora.
El alcalde de las
actividades satánicas

La inauguración del nuevo Cerro de La Cruz  era una celebración con


todos los lujos, las cadenas de televisión locales se movilizaron gracias a la
convocatoria del alcalde y de la máxima casa de Dios, cientos de feligreses
acudían muy alegremente   a la procesión que se llevaría a cabo ese día
jueves, el santo padre era quien la encabezaba llevando en sus manos el
retrato de la santísima virgen de la Trinidad; los  acólitos llevan con
orgullo la santa palabra y detrás de estos, un coro de niños, va sonriente el
alcalde en curso ya que, gracias a él  y a sus esfuerzos se pudo hacer la
construcción de este templo en las alturas.

 Así siguen el orden los “fieles” de alta alcurnia de la ciudad, mujeres


elegantes luciendo grandes sombreros y finas joyas tomadas del brazo de
su marido y con sonrisas falsas de “seguimiento a la santa madre”. Seguido
de ellos van las personas (en mi opinión las más importantes) en su
mayoría ancianas de pocos recursos económicos con piel tan arrugada
como la de un lagarto, ojos tan caídos y profundos como la inmensidad de
la bondad, sus piernas no eran atléticas, pero sin renegar subieron ese gran
cerro como obediencia al amor y gratitud hacia su santísima.

Ese día todo fue algarabía religiosa, se propició la respectiva misa de


acción de gracias, entonaron cánticos y rezos eclesiásticos, el señor alcalde
recitó un bello y conmovedor discurso para la ciudadanía. Se repartieron
bocadillos y refrescos para los caminantes.  La ciudad había ganado un
grado más de respeto y turismo que las ciudades vecinas. 

Ese día se presentaban ante la sociedad un total de diez niños


restaurados gracias al hogar de niños de la parroquia en colaboración con
la alcaldía municipal, habían sido rescatados de un lugar terrible llamado
“la carbonera” que es básicamente el basurero de la ciudad y, como a todos
los del santo oficio les importa poco o nada las almas de los niños, se
limitaron a dar un aplauso y a unísono proclamar ¡gloria a ti Señor Jesús! e
inmediatamente siguieron con las actividades de sacarse fotografías para el
recuerdo. Toda la celebración terminó en más o menos dos horas.

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Una vez por  mes el alcalde, el párroco y los diez niños subían al Cerro
de La Cruz; ambos vestían de negro y los niños todos de rojo carmesí. Los
niños iban preparándose para poder ser colaboradores de la iglesia y
convertirse en acólitos, por lo cual debían de cumplir con una rigurosa
rutina de purificación del alma y largas caminatas de madrugada
específicamente a las 3:00 am. El Cerro de La Cruz tenía estaciones donde
estaban impresas en vitrales, imágenes del santo viacrucis y debajo de estas
se iluminaban símbolos desconocidos que se aparecían con el resplandor
de la enorme luna, todos debían de tocar estos símbolos con la sien.

Al llegar a la cima el alcalde y el párroco hacían danzar  a los niños


dentro de una figura de flor improvisada en el suelo, ellos los observaban
de lejos. Esto lo hicieron por dos meses, luego seleccionarían uno a uno 
los niños que ya estuvieran listos para el servicio del Señor, lo cual
incrementaba la euforia de los niños y el compromiso de danzar lo mejor
posible cada vez.

Al tercer mes, subieron como de costumbre a la cima del cerro, pero


esta vez acompañados de alguien más, un señor de mediana estatura con
postura de patriarca, hombros anchos y mirada altiva; también vestía de
negro y usaba unas botas muy pesadas, dio un vistazo a los niños que muy
obedientes estaban en fila frente a él. Con un movimiento de manos dio la
orden que danzaran y de inmediato lo hicieron.

 Danzaron un exacto de dos horas y cuando uno de ellos se sentía


exhausto se le daba de beber en un cáliz una especie de agua dulce que
llenaba de fuerza a quien lo tomara.   

Era hora de parar y de elegir al primer niño que sería el afortunado de


ir con el señor a servir en otra parroquia, ellos estaban emocionados y
pusieron su mejor cara.  Norman de ocho años fue el seleccionado. Todos
bajaron del cerro y los nueve niños se despidieron de él con un gran
abrazo y dando felicitaciones y éxitos en su nuevo hogar. Norman se iría
con este rígido señor. 

Los siguientes meses las actividades eran similares, los niños danzaban
y el mismo señor seleccionaba a uno que iría con él. En ocasiones los
hacían rezar desnudos mientras saltaban la cuerda, otras, el primero que
llegara a las piernas del “mostachón” –como ellos le llamaban-  ganaba
como premio un pedazo de tarta que lo hacía dibujar cosas extraordinarias
en el suelo y ésta con un poco de luz de las estrellas se iluminaba haciendo
correr a los demás por el contorno del mismo.  Con los meses uno a
uno eran seleccionados los niños. 

—“Ya se ha acabado el trato por este año señores, si desean


continuar con la vida de riquezas y poder que hasta hoy llevan
gracias a mí, sube la cuota a doce niños, como siempre uno a
uno cada mes, si aceptan el trato  tendrán más riquezas y poder
que el que ya les he otorgado. ¿aceptan?”—preguntó el señor del
mostachón con sonrisa fría, maliciosa y profunda.
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—El alcalde y párroco sin decir palabra alguna asintieron con la
cabeza.

—“estamos reunidos hoy hermanos y hermanas,  para dar gloria a Dios


por este primer aniversario de la construcción de este templo, aquí con
nosotros  estos doce niños que hemos rescatado de las garras de la pobreza
con ayuda de nuestro excelentísimo alcalde, quien no solo se ha
preocupado económicamente por el bienestar de los niños sino también
por su bienestar espiritual. Este año serán educadas y purificadas estas
almas para el servicio del Señor para que ayuden en diferentes parroquias
a nivel nacional, demos gracias a Dios…”

En las fotografías del diario están presentes: el padre, el señor alcalde,


el señor del mostachón y los doce niños.

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La tierra prometida
A mi comunidad: Corral Falso
“Porque para cada uno la tierra prometida tiene muchas caras y diferente forma, incluso la
muerte.”

Don Nery llevaba 40 años de su vida como chofer de un autobús, pasó


millones de veces por el mismo camino de diez kilómetros que si quedaba
ciego no sería la excusa para dejar de trabajar, pues conocía cada
centímetro de la carretera y aún ciego podía transitarla. Un día iba sin
pasajeros a bordo, era la hora del descanso y mientras no pensaba en nada
(pues la monotonía del trayecto no le motivaba a pensar algo.), de pronto
comenzó a reflexionar de manera como si Dios juzgara sus obras, pensó en
los cuarenta años recorriendo ese mismo camino, y se sintió como el
pueblo de Israel mientras daba vueltas en busca de la tierra prometida,
excepto que él hace mucho tiempo no buscaba nada, toda su vida
transcurría en aquel enorme bus viejo y azul con franjas blancas como su
bandera; en realidad había olvidado como vivir, pero pensó que era
demasiado duro consigo mismo, así que le dio al autobús las razones por
las cuales toda su vida giró en torno a él y dijo:

—1. No hay trabajo, 2. Tengo que mantener a mi familia, 3. No puedo


dejar de hacer esto, 4. No tiene sentido cambiar, ya estoy viejo y cansado,
por lo menos aquí no me canso más y 5. ¿Quién le daría trabajo a un viejo
que no sabe otra cosa que manejar este bus?—

Esas eran sus excusas o más bien sus argumentos. La  verdad es que él
ya no necesitaba trabajar, gracias a él y a su esposa sus hijos eran
profesionales y cada quien trabajaba, hasta los ayudaban a ellos, pero el
temor a sentirse un inútil le carcomía el orgullo, ¿qué haría todo el día en
su casa? Era una de las preguntas que constantemente se hacía.

Pasando un roble miró a un Viejo encorvado y con un gran báculo


como el de Moisés en su mano, esperaba a que alguien le hiciera corto el
camino. Don Nery se detuvo y le permitió subir al autobús. Hablaron de
muchas   cosas en un mínimo lapso de quince minutos. Hablaron de los
políticos, de la vida tan dura, del combustible y del pasar de la vida; aquel
señor parecía haber vivido milenios, pues todos sus comentarios, palabras
y consejos parecían ser muy certeros y, aunque don Nery iba en mucha
conversación,

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no podía dejar de pensar en su vida como chofer e iba mirando sin mirar,
todos los movimientos y maniobras eran ya mecánicas. Llegó la hora que
aquél señor se bajara del autobús, antes de bajar lo miró a los ojos y le dijo:

—Ya es hora. —

Don Nery asustado de la profundidad de estas palabras preguntó:

—¿Ya es hora de qué?

El viejo le sonrió dulcemente y contestó:

—Hora de llegar a tu tierra prometida-

Toda su piel se puso chinita y un estado de euforia se apoderó de él, se


perdió en sus pensamientos por un minuto; orilló el autobús, descansó su
cabeza sobre el volante, la respiración se le cortaba y un calor arrasador
entró por sus pies; sonrió tan satisfecho pues había tomado la decisión más
impresionante de su trabajo: salirse de la ruta.

Para muchos de ustedes esto pude ser insignificante, pero para alguien
que ha trabajado toda su vida en el mismo camino era una idea descabellada.
Aceleró a todo lo que daba el viejo autobús repitiendo —¡ya llegué a mi
tierra prometida, ya llegué a mi tierra prometida, no lo puedo creer por fin
llegué a mi tierra prometida!— y  con toda la convicción del mundo se
dirigió derechito al precipicio.

-9-
Huevos estrellados:
el calentamiento no es un cuento

“Cómo sufre la pobrecita tierra, en sus entrañas arde el fuego


que ya no puede contener tan fácilmente.”

Cómo arde el asfalto, kilómetros y kilómetros  casi interminables de


asfalto gris, retorcido, reflejante. Mientras se camina por Tegucigalpa
arden los pies, están muy calientes, sudorosos; casi se anda de a brincos, ya
no caminas. Yendo por el Guanacaste, solo los recuerdos quedan de
aquellos frondosos árboles que se imponían como un mágico túnel verde y
refrescante,  como dándote la bienvenida al casco histórico, pero eso junto
con la gloria de la ciudad  pasaron a los anales de la historia.  La grasa de
los alimentos ya impregnados en nuestro asqueroso cuerpo destila a
chorros en el  rostro; nos fatiga, impide que levantemos la mirada y hace
ver el punto de llegada como inalcanzable, infinito. Un perro vagabundo
está apunto de desvanecer, yo lo entiendo, sufre de calor; sus patas están
resquebrajadas a causa del asfalto caliente en el que ya se le hace doloroso
caminar, su lengua es kilométrica, anda en busca de un poco de agua, pero
para él ni esto hay.  
                                                       
  —¡agua, agua heladita, agua, agua, agua en bolsa, lleve agua, agua
helada, agua…!- van los vendedores ofreciendo por la calle, con su mirada
cansada y  con las bolsas que lucen algo misteriosas. Con la inversión de
solo dos lempiras se resuelve el asunto del calor; con dieciseís compras una
coca- cola, —¡idiotas, el calor no es algo momentáneo! Yo, deliro dentro
de este horno de  taxi, el calor junto con el  reguetón no me dejan pensar
bien, —¡… ella borró casete… que no se acuerda de esa noche…!. ¡¿Papi te
gustan las chapas que vibran?, te gusta, que vibren!—. El conductor parece
tener problemas de audición; con el  volumen de la radio, la unidad es una
discoteca (cuna del perreo) andante. Los demás pasajeros se sienten a tono
con las poéticas  y denigrantes canciones, eso (sin duda alguna) ayuda a
segregar más sudor y libido. Del cuerpo emana un líquido espeso y
pegajoso, al contacto con la otra persona es inevitable que haya una fusión,
ni ella ni yo podríamos separarnos, este líquido en todo el cuerpo se
traspasa del pantalón y en este espacio reducido somos un símil perfecto
de longanizas abstractas. Es irritante.
                                                                                                 
El sol ni de broma mengua, se ha  apoderado en su totalidad del cielo
que está despejado como lienzo listo para usar; ahora, bajo este vidrio roto

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nos vemos de frente, es sentirse como las hormigas que tratabas de
incendiar con una lupa cuando eras niño; ahora ya no me parece divertido.
El enorme ojo  roji-naranja  nos penetra desde el cielo por todos lados,
como escudriñando en lo más profundo de nuestro ser y nos castiga con su
furia infernal que se siente en la piel; falta una sombra que cobije, falta
saliva en los labios, falta conciencia en la gente.  El regreso a casa se vuelve
utópico.   

  Somos una sociedad de huevos estrellados, todos fatigados,


malhumorados, brillosos, acalorados: El asfalto es un sartén gigante que
arde, arde,  arde, siempre está encendido, la manteca ya está en nuestro
cuerpo y nosotros somos los cabezas de huevo.

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Cabeza de pájaro
“Si me encierran
cantaré,
cantaré
como un ave con dolor”

He reducido mis capacidades comunicativas casi a cero, en específico el


habla. Cada vez que intento -por alguna razón- hablar, se me lengua la
traba, los ojos se desorientan y en un escalofrío trato de unir sin sentido las
palabras a los pensamientos.
 ¡He decido no volver a hablar!
 Bueno, en realidad no lo he decidido en su totalidad.
A Germán y a su madre no les gusta que yo hable. Dicen provenir de
una larga cadena de hombres escogidos para la salvación del mundo y que
la mujer –según las sagradas escrituras- no tiene nada valeroso que decir,
todo lo que sale de nuestra boca es veneno de víbora.

A Germán le gusta que use colorete en las mejillas y un carmesí en los


labios. ¡Es horrible, parezco un tucán! mi cintura debe ser fina, siempre
debo estar presentable y obedecer a sus deseos.
 ¡Vaya vida de casada!

De niña siempre olvidaba las cosas: el recado de la tienda, los materiales


de la escuela, los números de teléfonos, direcciones, mi propio cumpleaños,
etc. Muy seguido recibía palizas de mis padres por tonta y olvidadiza.
Decían que yo vivía en la luna. Mis hermanos y compañeros me ponía
apodos como: nuez podrida, cerebro de gallina, ardilla de palo verde, entre
otros.  Para mí no eran tan importantes, había algo dentro mí como una
brújula que me guiaría hasta la libertad.
 
Mis padres, viendo la estupidez que denotaba mi cara, eufemísticamente
arreglaron un matrimonio para que yo no quedara como la solterona de la
familia, así fui prácticamente comprada por el dote que ofreció Germán:
cinco cargas de la mejor leña, jarras de manteca de ballena, dos mulas y
siete gallinas ponedoras. Los rumores en las calles decían que este dote era
demasiado para alguien como yo, que con un burro bastaba para superar
mi valor y vacío dentro de esa casa

La madre de Germán es una señora con un aspecto como de urraca

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cegatona, tropezando muy a menudo, pero sin dejar de hablar mal de las
personas. Igual yo debo obedecerla y con ella sí se me permite hablar —de
todas maneras, no lo hago, prefiero quedarme en silencio—.
Ella me repite una y otra vez cómo debo comportarme, cómo cuidar de su
hijo, ahora mi marido, cómo lavar su ropa, cómo cocinarle sus platillos
preferidos, cómo dejarme usurpar en el acto sexual y mantenerme alejada
de las “cosas de los hombres”.
Desde que me casé con Germán, mi vida ha cambiado poco. Los malos
tratos son igual o peores. Anoche, por ejemplo, dejé caer una taza de
vidrio, se rompió y olvidé recogerlo, cuando Germán se levantó a mitad de
la noche, casi dormido y descalzo para tomar un vaso de agua, se hirió los
pies y gritaba enfurecido maldiciones a mi nombre, corrí para socorrerlo,
pero él me esperaba con un pedazo de vidrio decidido a cortarme la boca
para que dejara mi mutismo engendrado.
Corrí como pude a esta habitación para evitar a la bestia. Contemplo
despojada y despreocupada mi alrededor. ¡Lo he decidido! ¡Sí! ¡Hoy
mismo me largo de aquí, de esta estúpida y legal jaula! ¡Hoy esta cabeza de
pájaro  va en busca su libertad!

-13-
Ninfa del mediterráneo

Telma dormía plácidamente en la comodidad de su hotel cuatro


estrellas con vista al mar, el viaje había sido muy cansado y cayó como
piedra en la cama. Cerca del alba Telma parecía estar en un limbo del que
intentaba salir sin lograr conseguirlo, es decir, sumergida en el sueño y la
realidad.

De pronto un líquido espeso amarillento parecido al oro comenzó a


fluir y llenar cada rincón de la habitación, este líquido parecía unificarse
hasta que formó algo, algo que simulaba una bella mujer mitad pez. Era
una sirena.

Esta era líquida y el color ya no parecía oro, era literalmente oro.

 A medida pasaban los minutos el líquido espeso se endurecía. Telma


divisaba asombrada el suceso desde la esquina izquierda de su cama, no
podía creer lo que sus ojos veían. Estaba segura que aun dormía, se
pellizcó el brazo con gran fuerza creyendo así despertar, pero fue en
vano; la figura humanoide semiacuática seguía ahí y su cascarón de oro se
volvió piel de oro, incluso su larguísimo cabello.

De inmediato, Telma se lanzó a los brazos de aquella criatura mítica.


Pues para ella eso representaba… cómo decirlo…   la más fantástica
experiencia de su vida. No lo podía digerir, su emoción era tanta que no
paraba de sudar en frío.

La gigantesca criatura no pronunciaba palabra alguna, pero el iris de


sus ojos se expandida hasta abarcar por completo el globo ocular, su
mirada era una mirada fría y penetrante.

— ¡por Dios, soy la mujer más afortunada del mundo, ella me eligió a
mí para mostrarse, yo sabía que existían, yo lo sabía— pensó para sí
misma en voz baja y en calidad de histeria.

Mientras Telma daba vueltas por toda la habitación sujetándose el

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cabello y brincando de emoción viendo los tres metros de cola de pescado,
la extraña criatura parecía mantener todo en calma, siguiendo con la vista
todos los pasos de la muchacha de arriba abajo, como si esto fuera muy
común ya para ella.

—Telma, hija a las nueve estará servido el desayuno, baja pronto- Le


hablaba su madre desde el otro lado de la puerta.

—En un momento salgo, madre. -Respondió Telma tratando de


menguar su voz nerviosa y habló dulcemente a la sirena:

—debo bajar, si no lo hago vendrán a buscarme aquí y por nada del


mundo deben verte—

La sirena quién miraba a la niña con cierta dulzura, tranquilidad e


indiferencia le guiñó un ojo y con un pequeño soplo de su aliento se
disipó. En ese momento Telma sintió un ardor profundo en el costado
derecho, corrió al baño para saber qué sucedía, se miró en el espejo y ahí
estaba la sirena, tatuada justo en sus costillas, esperando impávida el
momento para salir de nuevo. 

Bajó a tomar el desayuno al restaurante del hotel, tragó sus alimentos y


habló poco con sus padres. No quería orillarse a sí misma a contar este
secreto, además de juzgársele de loca por imaginarse semejante historia,
sabía que no le creerían.

De vuelta en la habitación, cerró con llave la puerta, ventanas, bajó las


cortinas, encendió la tv y sin saber exactamente qué hacer dijo:

—bien Sirena, aparece…¡Te invoco!—


Pero nada sucedía.

Decepcionada salió a dar un paseo por el malecón, reflexionar en la


fantástica historia de la cual era parte y no la podía contar a nadie. Era su
secreto y a menos que tuviera una hija le contaría a esta su maravillosa
aventura. 

De regreso en el hotel, le llamó la atención el gran acuario que estaba


en la recepción y que al parecer no lo había notado antes, sintió antojos
muy extraños, se le apetecían esos crustáceos y peces, pero no de la
manera en como acostumbraba a comerlos. Así que se dirigió al puerto a
comprar crustáceos para satisfacer esta rara ansiedad.

Dejando de lado su vegetarianismo golpeó con una roca el duro


armazón de las langostas y cangrejos recién obtenidos, comió toda su
carne blanquecina, engullía como si no existiera el mañana y ese fuera su
último alimento.

Sin reflexionar en lo sucedido decidió ir a descansar a su habitación y


hacer la digestión tranquilamente.
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Durmió toda la tarde y llegadas las 5:30 pm despertó ansiosa, le faltaba
el aire, todo su cuerpo sudaba frío, los rayos del sol que penetraban la
habitación eran como estacas en sus ojos. Se dirigió hacia el baño cargando
consigo bolsas de sal que había obtenido en la alacena de la habitación.
Roció la bañera con sal y se zambulló urgentemente.

En ese instante miró como toda la habitación se inundaba de agua, la


gravedad no parecía existir, la marejada ascendía por las paredes hasta el
techo. Sintió otro ardor en su costado, al observarse notó que su tatuaje ya
no estaba. Cuando levantó la vista ahí estaba ella de nuevo, la sirena de oro
quien lentamente subía por los muslos de la joven besando cada espacio
cóncavo de ésta.

Telma quién hasta ese día estaba segura de su orientación sexual, no


vaciló en ceder sus labios a la pasión, la sirena parecía poseer su cuerpo y
ella, sumergida en un éxtasis profundo daba permiso a este ser para que se
paseara por todo su cuerpo, esto sucedía mientras se oía un canto
agudísimo y profundo, era casi un trance y fue la mejor experiencia sexual
para Telma.

Ahora, parecía estar en una relación amorosa.

Los encuentros íntimos podían suceder a cualquier hora pues ya sabía


cómo invocar a Nereida en el momento que ambas lo quisieran.  Así
pasaron seis días más intimando en la bañera y haciendo de ese pequeño
espacio su nicho sexual.

—Telma, hija, llevas dos días sin salir ¿te encuentras bien?—  Hablaba
su madre desde fuera de la habitación con un tono de voz casi indiferente
a la situación.

—He estado muy agotada por lo paseos que hemos realizado, ese paseo
al Mar Muerto me dejó muerta— su madre sonrió desde el otro lado de la
puerta y se tranquilizó.

—Pero pronto salgo madre, me estoy dando una ducha— habló la


jovencita para entretener los deseos de esta.

 Lo que su madre no sabía era el recelo de sirena por Telma. Cada que
ella decidía salir, Nereida manipulaba sus sentimientos, la seducía
terminado ambas en la bañera, haciendo que perdiera completamente el
interés por salir al mundo exterior.

A causa de esto, Telma había perdido el color rosa y vivaz de sus


mejillas, comía poco y se atragantaba de sal, comía cinco bolsas enteras en
todo el día por lo que rápidamente perdió peso. Toda su jovialidad estaba
siendo absorbida por Nereida.

—Telma, si no sales en veinte minutos entraremos por ti— volvía a


sentenciar su madre.
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—te lo juro madre, saldré en un momento—

Sirena gimió y rugió molesta al ver que Telma se decida a salir, con la cola
evitó sus pasos y se apoderó de la puerta. Con sus uñas de marfil rasguñó el
vientre de la pobre niña de diecisiete años, quien intentaba gritar, pero de su
boca no salía voz alguna. Sirena se abalanzó sobre ella y nuevamente laceró el
vientre, de inmediato introdujo su mano y arrebató una pequeña bolsa de
placenta conteniendo algo... una pequeña figura humanoide.

Telma al verse rota desde adentro quiso llorar, había comprendido todo.
Fue elegida para gestar en su vientre un pequeño ser mítico y ahora debía
morir.

Sirena tomó la bolsa de placenta que encubaba a su criatura y con la fuerza


de su cola apretó el frágil cuello de Telma quién yacía en el suelo atiborrada
de sangre. Con un utensilio, tipo pico de lanza hecho de hueso, cortó las vías
principales del flujo sanguíneo y succionó directo de sus venas la sangre
fresca que aún corría por el cuerpo inerte, lo hizo hasta quedar satisfecha. En
ese mismo momento la base de oro, como caparazón que la cubría se quebró
y su piel se tornó humana, tomando el color y vitalidad de su víctima.

Con la mirada rígida de siempre tomó un lápiz, papel y escribió: "mamá,


lo siento no pude con tanta presión. Por favor no me entierren, láncenme al mar,
¡láncenme al mar por favor es lo único que les pido!"

En una ráfaga de agua la sirena desapareció y se impregnó de nuevo al


costado de la joven junto con su hijo quien tomó la forma de una caracola de
mar en la piel de la ahora occisa.

Los padres de Telma al descubrir su cadáver en la habitación no podían


creer lo que había pasado con su hija y cumpliendo su última voluntad,
amarraron bloques a sus extremidades hicieron una breve ceremonia de
despedida y la lanzaron al mar.

Ahí sin que nadie lo supiera la sirena y su hijo por fin fueron libres.

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Índice
5 El alcalde de las actividades satánicas

8 La tierra prometida

10 Huevos estrellados: el calentamiento no es un cuento

12 Cabeza de pájaro

14 Ninfa del mediterráneo


13

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
C U E N T O

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