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Ante el avance del relativismo, que tiene como aliados a muchos intelectuales y
líderes políticos, el resultado ha sido el crecimiento de la ignorancia y la apatía
hacia el estudio. Los promotores de esta corriente de pensamiento piensan que la
verdad se escribe con minúscula y es relativa. Si esto es cierto, entonces, para qué
estudiar; para qué promover una doctrina o una ideología política; qué caso tiene
saber mucho si lo que se aprende es relativo y por lo tanto falso para las personas
que así lo quieran creer.
Los defensores de la tolerancia como valor supremo tienen a su favor que la palabra
denota cosas positivas como el respeto y la capacidad de coexistir con personas y
grupos de distintas culturas e ideologías.
Así, la tolerancia es el nuevo becerro de oro de fin de milenio. Un ídolo hecho por
humanos para dar respuesta a todo lo que no comprendemos. Un dios alabado por
hombres y mujeres que han amordazado la voz de su conciencia.
Personas que han declarado el fin de la moral y la han reemplazado por su moral
personal, una que sea tolerante con las propias debilidades para que no haga falta
comprometerse a cambiar y superarse.
Los enfermos y los discapacitados tienen derecho a escuchar misa por televisión y
los que sufren catástrofes como la de "Paulina" tienen derecho a recibir el consuelo
del rezo del Rosario adornado con imágenes hermosas de los santos y del mundo.
Mientras persista la intolerancia para con los que describen las cosas de la vida de
una manera específica y sin abrir la puerta al relativismo, no tendremos libertad.
El Nuncio en su visita a Monterrey nos recordó que "la verdad nos hace libres", por
lo tanto la tolerancia a todas las opiniones nos aprisiona en un nudo de ideas que
nos detiene en el camino hacia un futuro mejor.
Los valores humanos nunca se deben idolatrar. Cada uno tiene su jerarquía con
respecto a los demás pero nunca se deben de poner por encima del valor de la vida.
La tolerancia sirve para favorecer el amor entre las personas y para establecer una
paz social perdurable, pero si a este valor se le da una jerarquía por encima de la
vida, entonces los fanáticos de la tolerancia terminan por convertirse en los peores
enemigos de la vida misma.
Por ejemplo, tenemos el caso del aborto por decapitación. Esta práctica permitida
en los Estados Unidos para embarazos de entre 6 y 9 meses consiste en provocar el
nacimiento del no nacido y decapitarlo cuando nace su cabeza.
El Congreso está debatiendo para cancelar esta práctica, pero Clinton ha impuesto
su derecho a veto presidencial a favor de ella.
Asegura que se debe de tolerar porque ayuda a las mujeres embarazadas que en
este periodo se encuentran en riesgo de muerte.
Los especialistas de la American Medical Association (AMA) sostienen que con los
adelantos logrados en el campo de la medicina es prácticamente imposible que una
mujer con un embarazo de entre 6 y 9 meses de gestación corra riesgo de muerte, y
menos aún que deba recurrir a este tipo concreto de aborto.
Para Clinton, la verdad objetiva debe ceder ante la verdad relativa que su
electorado pro-abortista cree: el aborto es un derecho.
Así a pesar de ser una práctica brutal y sangrienta, es posible que la tolerancia la
mantenga vigente. Ciertamente no es una tolerancia buena al servicio de la vida,
sino que se ha volteado en contra de la vida.
A los que defienden la tolerancia por sobre todas las cosas, hay que decirles: "Hay
que ser mansos, pero no mensos".