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Ciudadanía y Reflexión Ética

Ciclo 1 marzo 2020


Sesión 14
Concepto de democracia e institucionalidad

Logro Al finalizar la unidad, el estudiante comprende los aspectos centrales de la


de la ciudadanía y de la democracia en el contexto de la realidad peruana y aporta
unidad soluciones a problemas éticos en el marco del ejercicio de ciudadanía.

Logro de El estudiante construye su propia definición de democracia y su institucionalidad,


la y a partir de ello, explica sus problemas, debilidades y también sus valores y
sesión potencialidades en el país.

Una crítica al ideal contemporáneo de democracia *(1)

Yo, habría querido nacer en un país en donde el soberano y el pueblo tuviesen

un mismo y solo interés, a fin de que todos los movimientos de la máquina social no

tendiesen jamás que, hacia el bien común, lo cual no puede hacerse a menos que el

pueblo y el soberano sean una misma persona. De esto se deduce que yo habría

querido nacer bajo el régimen de un gobierno democrático, sabiamente moderado.

(J.J. ROUSSEAU, Discursos sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre

los hombres, Prefacio)

1.- Introducción

En teoría política es habitual distinguir entre autoridad, legitimidad y justicia,

como tres conceptos con implicaciones normativas diferentes, aunque íntimamente

intrincadas. Por autoridad nos referimos comúnmente al poder moral que tiene el

Estado para obligar a los ciudadanos a realizar (o abstenerse de realizar) determinadas


conductas, a través de leyes, decretos u órdenes, con independencia de que esas

normas sean justas o injustas. Por legitimidad nos referimos al poder moral que tiene el

Estado para hacer uso de la fuerza, en caso de desobediencia a sus órdenes. Y por

justicia nos referimos a los principios que en una sociedad gobiernan la distribución de

bienes escasos considerados valiosos por las personas - libertades, oportunidades,

ingresos, tiempo, honores, entre otras -.

La distinción entre justicia, por un lado, y legitimidad, por el otro, es importante

por sus implicaciones prácticas. En particular, que las leyes estén dotadas de autoridad

y legitimidad significa que, además de obligatorias, pueden ser instrumentadas por la

fuerza en caso de desobediencia, aun cuando impongan cargas injustas a los

ciudadanos. Por ello, una de las tareas centrales de la teoría política es la de justificar

cuándo y bajo qué circunstancias las leyes están investidas de ese poder moral tan

gravitante sobre la vida y la libertad de las personas.

En las complejas sociedades modernas estamos condenados a encontrarnos

con profundos desacuerdos sobre lo que es justo e injusto. Por eso el epígrafe de

Rousseau este primer capítulo refleja, según creo, un error de concepto: las personas

persiguen distintos intereses y llegan a concepciones distintas sobre cuál es el mejor

modo de acomodar con justicia esos intereses. Ello, no obstante, no impide que las

personas vayan motivadas por un deseo de encontrar la mejor solución concebible (o al

menos una suficientemente buena) y por una genuina aspiración de intentar convencer

a los demás de las bondades de esa solución. Así, por citar algunos ejemplos, algunos

grupos y personas proponen incrementar el nivel de tasas e impuestos para expandir la

cobertura de la seguridad social, mientras que otras personas creen que la salud
pública debe hacerse cargo de un número más limitado de enfermedades. Hay gente

que cree que para acceder a los cargos públicos burocráticos más altos debe exigirse

pasar un examen riguroso basado exclusivamente en el mérito, mientras que otros

consideran que el sistema debe privilegiar de algún modo a las minorías vulnerables,

minorías que por razones estructurales no cuentan con recursos para costearse una

buena educación. Unos creen que la mujer tiene derecho a abortar antes de los tres

meses, mientras que otros consideran que el aborto es equiparable, desde el punto de

vista moral, a un homicidio. En definitiva, las personas discuten con pasión sobre la

justicia en diversas dimensiones, y no se ponen de acuerdo. Pese a todo, la sociedad

necesita tomar en cada caso una decisión colectiva vinculante, que vaya investida de

autoridad y legitimidad. Las personas pueden seguir discutiendo sobre lo que la justicia

exige o permite, e incluso algunas personas pueden suspender el juicio sobre esas

cuestiones, pero la sociedad tiene que tomar una decisión, porque la cuestión es que

siempre habrá una decisión. Esto plantea entonces la cuestión del procedimiento para

la toma decisiones. ¿Cómo podemos dotar de autoridad y legitimidad al procedimiento

de toma de decisiones cuando los desacuerdos sobre la justicia son tan amplios, tan

profundos y tan persistentes?

Pues bien, el ideal normativo contemporáneo de democracia, sobre el que están

fundada las - así llamadas - democracias representativas contemporáneas, viene a

responder a esa pregunta de una manera relativamente simple. Así, se responde, las

decisiones colectivas son obligatorias porque fueron tomadas por un procedimiento en

el que todos tuvieron la oportunidad de participar, y más concretamente, de participar

en pie de igualdad. Sobre este suelo, el de la igualdad política, nos dicen, está
edificado el ideal regulativo de la democracia, un ideal que de aquí en adelante llamaré

ideal estándar. Y sobre los cimientos de ese ideal está construida la democracia

representativa contemporánea, un sistema de gobierno en virtud del cual, también se

nos dice, todos los ciudadanos adultos tienen derecho, a participar en pie de igualdad,

en la elección de representantes políticos, en elecciones que son periódicas,

competitivas, transparentes, libres, e igualitarias (una persona, un voto).

La igualdad política es, pues, el principio rector del ideal estándar de la

democracia y de su sucedáneo institucional, la democracia representativa. Este es,

según una corriente importante de la teoría política democrática, el fundamento último

de la legitimidad política (Dahal.,1989,1998; Christiano,2008; Mc Gann, 2006). Se

trata, en ese sentido, de un ideal simple de legitimidad, que todos pueden comprender.

Se trata, por otra parte, de una respuesta que no necesita pronunciarse sobre la

existencia de algo así como la verdad o “justicia” sustantiva de las leyes. Incluso - se

alega - los escépticos morales serían capaces de encontrar en esta visión de la

democracia un remedio apropiado para el gobierno de las sociedades. Y es que, a falta

de verdades o de criterios independientes de justicia, el único remedio a mano es el de

dejar que todas las preferencias, sean las que sean, se agreguen en el proceso de tal

manera que a todas se les confiera un mismo derecho a ejercer una igual capacidad de

influencia. La democracia sería así un sistema de toma de decisiones “freestanding”,

que no se compromete ni con la existencia o inexistencia de la verdad, ni con ninguna

vertiente sustantiva singular de la verdad o justicia, en caso de haberla.

En este capítulo quiero someter a crítica la misma estructura conceptual del ideal

normativo y sus implicaciones institucionales más aceptadas. En esa línea, voy a


sostener que el ideal de la democracia no puede estar fundado única y exclusivamente

en el principio de igualdad política. Después de caracterizar con detalle el ideal

estándar en su mejor formulación, la articulada por Robert Dahl (1989, 1998), voy a

sostener que el mismo presenta tres puntos débiles. Las dos primeras debilidades

conciernen a la estructura conceptual del ideal. La tercera, en cambio, atañe a las

implicaciones normativas que se infieren de él para justificar el diseño actual de las

democracias contemporáneas.

El primer punto débil, según diré, es el de asumir que una concepción de la

democracia puede mantenerse libre o alejada de la verdad o justicia sustantiva de las

decisiones. Intentaré mostrar que la democracia no puede prescindir de la justicia de

los resultados sin caer en serios problemas que ponen en duda la existencia del mismo

procedimiento democrático. El segundo punto débil es el de asumir que la democracia

no necesita preocuparse por el carácter - egoísta o prosocial - de las preferencias de

las personas que se introducen en el proceso. Contra esta visión, intentaré mostrar que

la idea de la democracia arrojaría resultados inaceptables o considerados injustos por

cualquier perspectiva razonable de la justicia si en el procedimiento solo se agregaran

preferencias egoístas, orientadas a maximizar el bienestar material de cada individuo.

Esto me ayudará a mostrar que la idea de democracia no puede prescindir de una

preocupación por el carácter prosocial de las motivaciones de las personas que

participan en el proceso.

Al final del capítulo, argumentaré que el ideal democrático pende de tres

elementos o valores que tienen, entre sí, una intrincada conexión: la igual dignidad o

respeto (equal respect), la libertad de elección (choice), y el conocimiento (knowledge).


En ese sentido, voy a intentar mostrar que ninguna teoría de la democracia puede

hacer recaer en un solo principio último la base moral de la legitimidad de las leyes.

Diré así que estos tres valores forman la base moral de la legitimidad de las leyes, y

que cualquier intento de prescindir de alguno de ellos colapsa en escenarios que no

tienen justificación razonable. Lamento defraudar a quienes esperan una justificación

simple y monista de la legitimidad de la democracia, pero no siempre que usamos una

navaja estamos usando la navaja de Occam.

El capítulo está dividido en cinco partes. En la primera, expongo con detalla las

condiciones del ideal estándar de la democracia y su sucedáneo institucional, la

democracia representativa. En la segunda, muestro cómo la mera igualdad política

resulta incapaz de dar una respuesta adecuada a los desafíos que plantea la verdad o

la justicia sustantiva de los resultados. En la tercera, muestro las consecuencias contra-

intuitivas que arrojaría el ideal estándar - desde el punto de vista de la justicia

sustantiva - si en el proceso solo se agregaran preferencias egoístas. En la cuarta

parte, desarrollo brevemente las bases morales de la legitimidad democrática. En la

quinta parte, explico cómo es que esas bases morales justifican un sistema distinto al

diseño actual de las democracias representativas. Finalmente, expongo las

conclusiones.

2.- El ideal estándar de democracia y el diseño institucional estándar.

El ideal contemporáneo de legitimidad política o ideal estándar tiene como eje

vertebral el principio de igualdad política en la toma de decisiones colectivas. Según

Robert Dahl, “en cualquier conjunto de personas que desean establecer o mantener

una asociación con un gobierno capaz de tomar decisiones colectivas obligatorias,


necesariamente debe prevalecer el Principio Categórico de la Igualdad” (1989:154).

Dicho principio supone otorgar a todos los ciudadanos adultos derechos categóricos de

participación en pie de igualdad en la toma de decisiones, aun cuando la idoneidad de

estos esté puesta en duda. Dahl pasa a preguntarse qué criterios deben ser satisfechos

por el proceso de gobierno de una asociación para cumplir con la exigencia de que sus

miembros adultos tengan el mismo derecho a participar en las decisiones políticas de la

asociación. Según Dahl, existen al menos cinco de esos criterios ideales (1998):

1.- Participación efectiva: antes de que se adopte una política por la asociación, todos

los miembros adultos deben tener oportunidades iguales y efectivas para hacer que sus

puntos de vista sobre cómo haya de ser la política sean conocidos por los otros

miembros.

2.- Igualdad de voto: cuando llegue el momento en el que sea adoptada finalmente la

decisión, todo miembro adulto debe tener una igual y efectiva oportunidad de votar, y

todos los votos deben contar como iguales.

3.- Comprensión ilustrada: dentro de los límites razonables en lo relativo al tiempo,

todo miembro adulto debe tener oportunidades iguales y efectivas para instruirse sobre

las políticas alternativas relevantes y sus consecuencias posibles.

4.- Control de la agenda: los miembros adultos deben tener la oportunidad exclusiva

de decidir cómo y, si así lo eligen, qué asuntos deben ser incorporados a la agenda.

5.- Inclusión de los adultos: todos o, al menos, la mayoría de los adultos que son

residentes permanentes, deben tener los plenos derechos de ciudadanía que están

implícitos en los cuatro criterios anteriores.

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