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LOS EJES DE LA ESI EN TIEMPOS DE COVID 1​

Los ejes de la ESI han constituido desde su creación una herramienta conceptual del Programa
Nacional elaborada para poder garantizar la integralidad que prescribe la Ley 26.150. No pretenden
ser cajas que encasillen o compartimenten los lineamientos curriculares sino por el contrario
intentan visibilizar la riqueza de poder pensar los distintos contenidos interrelacionados entre sí, y
al mismo tiempo dar luz y énfasis a los aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos
mencionados en la ley.

El documento que aquí les presentamos intenta poner el foco en cada uno de esos cinco ejes y la
manera en que pueden ayudarnos a pensar la ESI en tiempos de pandemia y post-pandemia. Es un
complemento del desarrollo de los ejes abordados en las clases específicas de estos temas en cada
uno de los cursos.

CUIDAR EL CUERPO Y LA SALUD

Este eje tiene como centro la corporalidad –es decir el cuerpo como expresión de la identidad– y la
salud desde una dimensión integral. Si bien se nos impone un tiempo excepcional por la pandemia
mundial, la ESI nos propone generar instancias de reflexión sobre la sexualidad, la vivencia en el
cuerpo, los modos, prácticas y experiencias de cuidado del cuerpo y de la salud. Se entiende al
cuerpo como un cuerpo habitado, como un cuerpo tratado socialmente y vivido en el marco de
ciertas condiciones, que supera el enfoque tradicional y biomédico. La idea de cuerpo no se reduce
a la dimensión biológica, fisiológica, sino también a su representación simbólica; es decir, los
cuerpos están atravesados y construidos por el lenguaje, por la forma de nombrarlos, de verlos,
marcados por sensaciones, características, modelos, ideales y sentidos que la sociedad otorga en un
contexto histórico determinado. De esta forma cuidar el cuerpo y la salud requiere la promoción de
la salud como derecho, para construir así una dimensión del cuidado en sentido amplio, aún en
tiempos de emergencia sanitaria. En tal sentido, los tiempos que atravesamos desafían a las
escuelas a promover instancias de reflexión sobre las vivencias de niños, niñas y adolescentes

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Texto elaborado por Arévalo, Ana; Costas, Paula; Fainsod, Paula; Palazzo, Silvia; Lañin, Violeta; en conjunto con el Programa
Nacional de Educación Sexual Integral

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durante los meses de ASPO, pero a su vez también respecto de lo que se abre a partir de estos
procesos, en los cuales todo o mucho de lo que hace a nuestras vidas, a los vínculos y a nuestros
cuerpos, se ha transformado.

En tiempos de pandemia y cuarentena se expusieron de un modo particularizado las desigualdades


sociales, económicas y culturales. Como dicen algunos textos, si bien el virus nos mostró que todos
y todas somos vulnerables, no tardó en hacerse evidente que no a todos/todas nos afecta del
mismo modo. Esta puede resultar entonces una primera premisa para tener en cuenta al momento
del retorno a las aulas. Entonces habrá que dar lugar a la escucha, al encuentro de experiencias
para poder tomarnos un tiempo para procesar y poner en palabras cómo nos afectó y cómo nos
afecta lo que acontece; también, pensar en qué medida el COVID 19 y las situaciones que a partir
de allí se produjeron impactaron en los modos de vivir nuestros cuerpos, qué implica cuidarnos
ahora y cómo esto conlleva una transformación en los modos de relacionarnos con los/las demás.

En tiempos de pandemia quedó claro que la posibilidad de cuidarse no significó para todos/todas lo
mismo. Cuidarse no tuvo el mismo valor ni sentido para niños, adultos, adultos mayores; para
mujeres, varones, disidencias; para quienes viven en espacios rurales o urbanos; para quienes viven
en espacios de diferente densidad poblacional; ni para quienes viven con dificultades ambientales,
habitacionales y económicas. Cuidarse, para algunos/as, fue quedarse en casa y, para otros/as, la
necesidad de otros espacios; cuidarse, para algunos/as, fue a partir del acceso a servicios básicos
que lo posibilitan de un modo y, para otros/as, producir estrategias familiares y colectivas de
subsistencia. Si hay algo que la pandemia dejó en evidencia es que no hay solo un modo de cuidarse
y que esos modos se vinculan a diferencias y a desigualdades, a relaciones de género, a miradas
sobre el cuerpo, al acceso a los sistemas de salud y también a la temporalidad y el espacio.

Entonces, mientras transitamos el periodo de pandemia, resultará auspicioso tener esos


condicionantes en cuenta y que estos sean parte del análisis en los equipos docentes, pero también
en el trabajo con los/las estudiantes, con las familias y con otras instituciones. Que esos
condicionamientos se hagan contenido explícito al momento de reflexionar sobre lo acontecido,
pero también sobre las estrategias de cuidado en la post-pandemia. La toma de decisiones
autónomas sobre nuestros cuerpos implicará poner en situación diferentes dimensiones que
propicien el cuidado, evaluar distintas posibilidades en el marco de ciertas condiciones, escuchar
estrategias de otros y otras para poder tener más elementos para cuidarse. No hay un único modo

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de cuidarse y esto será necesario tenerlo en cuenta para generar situaciones significativas, que nos
interpelen y que posibiliten la transformación de nuestras prácticas hacia un mayor cuidado
personal y colectivo.

Algo que también nos dejó la pandemia y que resulta potente para la ESI, para volver sobre ello
como situación que se vincula también con la sexualidad, es que el cuidado del cuerpo y de la salud
tomó relevancia colectiva y se expuso más fuertemente la interdependencia. Cuidarse en tiempos
de pandemia y de post-pandemia no solo implicó e implica cuidarme a mí mismo/a, sino también
generar condiciones para cuidar a otro/a.

La ESI, desde sus fundamentos, en tanto integral, reconoce también una transformación
pedagógica que se ha puesto en relevancia en estos días. La información es necesaria, es un
derecho, favorece la toma de decisiones autónomas sobre nuestros cuerpos, pero no alcanza. Es
necesario poder analizar y discriminar la información para lograr ​aprendizajes significativos que nos
ayuden a transitar el tiempo que estamos viviendo. Es decir que, al momento de trabajar sobre el
cuidado de los cuerpos y de la salud, será fundamental brindar información clara, científica y
necesaria para poder generar prácticas de cuidado, entendiendo que esa información está mediada
por un sujeto. Entonces, posibilitar la toma de decisiones autónomas sobre el cuerpo y propiciar las
mejores condiciones para el cuidado requerirá no solo tener información, sino también la
posibilidad de reflexionar sobre diferentes dimensiones que lo hacen posible: las condiciones de
vida, las relaciones de poder, los sentidos de quienes están allí, sus derechos, sus saberes, sus
sentimientos y sus deseos.

VALORAR LA AFECTIVIDAD

La afectividad, la manera subjetiva en que expresamos ideas y sentimientos, forman parte de


nuestra identidad y están presentes en toda interacción humana. Y sabemos que para la ESI es una
dimensión fundamental e imprescindible para comprender y acompañar las relaciones entre los
géneros, el desarrollo de nuestros cuerpos y nuestra salud, el respeto y la valoración por la
diversidad y el acceso a los derechos. Pero ¿cómo considerar ​lo afectivo en el plano vincular cuando
nuestras interacciones sociales se han modificado?, ¿cómo la virtualidad, en muchas ocasiones, ha
impregnado y modificado nuestras relaciones con las personas?

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Con el inicio del aislamiento social, preventivo y obligatorio y la necesidad de adaptar los procesos
de enseñanza y aprendizaje a la virtualidad, el fortalecimiento de los ​vínculos tomó protagonismo
en los debates de la comunidad educativa. Se impuso la preocupación acerca de cómo sostener un
vínculo pedagógico a través de las pantallas, cómo identificar qué les pasaba a niñas, niños y
jóvenes del otro lado, y también, cómo transitar ese escenario que se presentaba de manera
abrupta y que nos generaba a las/os adultas/os docentes múltiples sensaciones.

Sabemos que la escuela puede contribuir –en el marco de la ESI– a fortalecer las posibilidades de
expresión, incorporando la subjetividad y la dimensión afectiva de las chicas y los chicos, brindando
herramientas para que cada una y cada uno pueda identificar lo que siente y expresarlo. Sin
embargo, cómo abordar este eje en un contexto de pandemia resultó ser un gran desafío.

Muchas y muchos de ustedes han logrado conocer y manejar nuevas tecnologías, encontrado
nuevas formas de comunicarse y acercarse a sus estudiantes. En ocasiones, han dado lugar, a través
de alguna actividad, a que las chicas y los chicos puedan compartir cómo se sentían atravesando la
cuarentena; generaron alguna instancia que permitió a sus estudiantes expresar sus ideas y
sentimientos; o, tal vez, estuvieron en contacto con alguien, acompañando una situación en
particular. Cualquiera de estas intervenciones significó, sin dudas, un abordaje de la ESI desde el eje
de la afectividad.

Luego de estos meses transitados, podemos decir que el impacto que la participación virtual
–cuando ha sido posible– generó en cada estudiante diversas sensaciones y sentimientos, algunos
conocidos y otros no tanto, o incluso sentimientos encontrados. Seguramente haya quienes pueden
participar con fluidez en las actividades propuestas, y otros/as que, quizás, se hayan sentido
incómodas o incómodos en algún encuentro, o no hayan querido prender la cámara o el
micrófono, o que, simplemente, nunca pudieron conectarse. En este sentido, estos meses han
servido para identificar algunos lineamientos pedagógicos para tener en cuenta en relación con la
afectividad y su implicancia en la tarea cotidiana, y que se fueron construyendo sobre la marcha,
como ser: estar atentas/os a la circulación de la palabra para que todas/os tengan la posibilidad de
expresar sus puntos de vista, incluyendo sus sentimientos; no presionar si no hay deseo de

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participar, pero incentivarlos/as a hacerlo; e identificar si hay estudiantes que no se encuentran
presentes en las actividades y planificar estrategias de intervención.

El regreso a las aulas se presenta como un nuevo desafío. Será importante estar atentas/os desde
nuestro rol docente al impacto que ha tenido el aislamiento social y obligatorio en las
subjetividades y en los vínculos de las/os niñas, niños y jóvenes. La alegría por el encuentro será un
sentimiento importante para incorporar, ya que es un afecto fundamental y reparatorio en la vuelta
a la escuela; la experiencia resignificará el valor de estar en compañía, de compartir en
presencialidad y de construir grupalmente la trama de los acontecimientos transitados en lo
personal y en lo comunitario. En los relatos, también podrían surgir variados sentimientos
enlazados con las experiencias y que son importantes alojar, como temores, ansiedades,
esperanzas, frustraciones, sentimientos de soledad y abandono, emociones por nuevas
experiencias, entre otras. Por eso es importante generar espacios de confianza y de respeto,
condiciones imprescindibles para que las y los estudiantes se abran y puedan compartirnos también
sus sentimientos. Poder escucharlos/as sin apresurarnos a interpretar –y menos a sancionar– y,
desde ahí, brindarles y proponerles nuevos sentidos a través de la mirada, la gestualidad y el
lenguaje. Seguramente habrá muchas palabras de aliento que promuevan nuevas reflexiones, pero
en otros momentos surgirán silencios que estarán cargados de nuestra atención, ya que sabemos
que no es posible decir todo sobre lo que nos pasa y sentimos.

Tener en cuenta la diversidad de familias y contextos con las que trabajamos será una de las claves,
en tanto el aislamiento habrá sido atravesado de distinta manera en cada caso. En particular, las
desigualdades sociales y de género preexistentes a esta etapa se han puesto de manifiesto y en
algunos casos recrudecido, razón por la cual será importante estar atentas/os a las diversas
vulneraciones de derechos que se hubieran presentando, para poder comprender y acompañar a
las/os alumnas/os en su singularidad.

Es posible que la etapa de regreso genere, también, nuevas emociones, sensaciones y temores en
relación a los protocolos para el cuidado. En la medida de las posibilidades y condiciones de labor
docente de cada quien, será siempre recomendable apostar a fortalecer el vínculo pedagógico,
creando nuevas formas de acercamiento que favorezcan la comunicación y el encuentro. En este
sentido, el lenguaje, los tonos de la voz, la mirada cálida y atenta, serán los puentes fundamentales
para llegar a nuestros estudiantes, comunicarnos genuinamente con ellos/as y fortalecer nuestra

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principal tarea, que es garantizar procesos de enseñanza y aprendizaje donde la dimensión afectiva
también tenga lugar.

En este contexto, sostener y transmitir la idea de que esto que sucede es ​excepcional y, por lo
tanto, ​transitorio, será de utilidad para encuadrar cada una de nuestras intervenciones, así como
también para dar aliento a niñas, niños y jóvenes para que comprendan que esto ​no es para
siempre.​ Reflexionar en conjunto sobre cómo se ha visto alterada la dimensión del tiempo
–individual y socialmente– puede ser un facilitador para que los/as estudiantes puedan expresar
sus vivencias.

En la línea de contribuir al desarrollo de formas de expresar la afectividad, como la empatía y la


solidaridad, la valoración y promoción de encuentros entre pares –con los cuidados pertinentes si
fuera necesario y según corresponda– para realizar tareas juntas/os, jugar, etc., podrá ser una
estrategia para tener en cuenta para acercar y sostener los vínculos de amistad y compañerismo. Es
fundamental volver a enfatizar el valor de la palabra para poder expresar ideas y sentimientos que
hemos vivido en este tiempo, para construir nuevas tramas simbólicas y fortalecernos también
como comunidad.

El vínculo con las familias también será fundamental. Crear nuevas alianzas o sostener los lazos que
se generaron o fortalecieron en el marco de la pandemia puede ser un camino de articulación que
contribuya a acompañar esta etapa de regreso.

Asimismo, siempre será recomendable poder dar lugar a nuestros propios procesos subjetivos, de
modo de poder compartirlos con colegas docentes y apoyarnos mutuamente para transitar este
proceso de un modo mancomunado.

Frente a todos los interrogantes que se nos presentan, hay algo de lo que hay que estar seguras y
seguros: no es posible construir un proceso vital y pedagógico significativo si no se tiene en cuenta
la dimensión subjetiva expresada en las ideas y afectos. El desafío por delante será que
continuemos construyendo una escuela que aloje a los afectos y continúe dándonos la posibilidad
de ​encontrarnos​ en torno a ella.

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RESPETAR LA DIVERSIDAD

La tarea de abordar la ESI desde el eje "Respetar la diversidad" constituye una invitación a la
revisión de las propias representaciones en torno a la diversidad y la reflexión sobre la propia
práctica docente.

A poco de comenzar el año lectivo 2020, la pandemia por COVID 19 irrumpió en nuestras vidas. Se
impuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio, lo que planteó el gran desafío de sostener el
vínculo pedagógico con las y los estudiantes y, a la vez, guardar que las dimensiones psicológicas,
biológicas, éticas, de derecho, socioculturales e históricas y de salud, no se escindan de las historias
de vida de cada una y cada uno. En este marco, lo virtual emergió como instrumento para acercarse
desde lo didáctico y dar continuidad a los procesos de aprendizaje.

Continuar pensando la escuela, aun en la virtualidad, como un espacio que contribuye a la


construcción de la sexualidad y el género y la posibilidad de que cada quien pueda expresar el
género y vivir la sexualidad de la manera en que lo sienta, se presenta, en este contexto, como un
gran desafío para la tarea pedagógica.

En relación con lo virtual, ¿cómo acompañar a niñas, niños y adolescentes en estos momentos de
incertidumbre?, ¿cómo, desde el rol docente, podemos generar espacios de intercambio
mediatizados por lo virtual que habiliten la palabra para que puedan decir lo que les pasa, lo que
sienten, de lo que sufren?, ¿cómo poner en común con las y los estudiantes las desigualdades que
el tiempo de la pandemia produjo en términos de conectividad y acceso a los dispositivos?, ¿cómo
estas diferencias pueden ser retomadas en el aula?, ¿cómo transformar esas dificultades en la
comunicación en posibilidad de diálogo dentro del aula? Urge el compromiso con el futuro para
desbaratar las desigualdades y la discriminación desde una perspectiva intersecional, donde
incluyamos el género, la clase, la edad, la etnia, etc. Es tal vez desde la escuela que podemos
instrumentar políticas afirmativas en el aquí y ahora para abordar las problemáticas de los más
desfavorecidos al interior de cada una de estas variables y en su conjunto. Tal vez una de ellas sea
poner a circular la palabra y poner en tensión el discurso neoliberal que insiste desde los medios
con un sálvese quien pueda y donde el otro se desdibuja. Que la revalorización de lo grupal y la

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importancia del otro sea un contenido a ser pasado por la experiencia para resistir y promover
cambios.

En lo que respecta a la discriminación y violencia por cuestiones de género, recuperamos una


situación expresada en los foros en la cohorte anterior. Una colega docente compartió la siguiente
experiencia, surgida en el contexto de una clase virtual con sus alumnas/os: "profe, no me llamo tal
cual está en los papeles y me gustaría que me nombre como lo hacen mis más allegados”. Parecería
que, en este caso, el entorno virtual le posibilitó al/la estudiante poder expresar su pedido de ser
nombrada/o de acuerdo a su identidad autopercibida; seguramente, también habrá otras
situaciones donde la virtualidad (el aislamiento) no facilite la visibilización de otras realidades más
complejas como sí lo fue en este caso.

Muchas veces, la hostilidad y la incomprensión marcan la experiencia de escolarización de


muchas/os niñas/os y adolescentes que no responden a los patrones hegemónicos de género.
Quienes transitan nuestras aulas, hoy están en sus casas y en un futuro próximo volverán a la
escuela.

Las desigualdades de género entre cis y trans, entre mujeres y varones, entre niños y niñas, siguen
existiendo en pandemia y es a través de las voces de las/os docentes y estudiantes que deben ser
visibilizadas, para construir y aportar a una valoración positiva de la diversidad.

Que la escuela se convierta en una comunidad de indagación, supone que la escuela es capaz de
crear las condiciones de posibilidad para que emerjan y entren en juego las diversas formas de
existir, las diversas formas de búsqueda personal y social. Finalmente, se trata de apostar por una
comunidad educativa más inclusiva que expulsiva. (Laura Morroni, 2007, Cuestionamientos de las
identidades genéricas desde la teoría feminista. Generando géneros)

Respecto a lo presencial, ¿cómo pensar la "vuelta a la escuela''?, ¿cómo ampliar la mirada ante la
diversidad de situaciones para un futuro regreso?

Poniendo en valor la dimensión pedagógica del rol docente frente al eje “Respetar la diversidad”,
debemos reflexionar sobre el propio rol frente a situaciones de vulneración de derechos vinculadas
a la orientación sexual y/o identidad de género, valorar lo hecho en contexto de esta pandemia tan

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particular, para seguir explorando modos de hacer de las escuelas lugares que valoren la diversidad
sexual. En ese sentido, como personas adultas referentes para nuestras y nuestros estudiantes,
somos responsables de crear condiciones para el ejercicio de los derechos de ellas y ellos.

Necesitaremos reflexionar y contraponer actitudes solidarias frente a hechos que muestran cómo
se exacerba la discriminación que sigue recibiendo la población trans y LGTBQI en esta pandemia,
sea por orientación sexual y/o identidad de género, como también frente a diferentes situaciones
relacionadas al COVID (escrache a personas que estuvieron o están infectadas, etc.).

La ESI enseña contenidos y habilita la palabra y la escucha de la diversidad de voces. Escuchar


significa reconocer a cada quien para poder reflexionar conjuntamente sobre la complejidad de los
momentos vividos y por vivir, ¿qué emociones sienten y/o sintieron?, ¿cuántas y qué nuevas cosas
aprendieron? Implica que puedan expresar lo que sienten y desean saber, para trabajarlo juntos/as
y transformarlo en conocimiento, con la convicción de que la escuela garantiza los derechos todas y
todos.

Seguramente, será una escuela distinta. Debemos valorar la experiencia vivida, la importancia de
pensar que esto pasará, darles la posibilidad a las/os estudiantes que sean parte de la construcción
de esta nueva realidad, acercándoles los modos de cuidado atravesados por una mirada colectiva y
no individual, pensando el grupo en sus diversidades sin olvidar las diferencias y el contexto
socio-cultural de cada una/o.

Habrá un regreso al encuentro con las/os compañeras/os, a las aulas, a los juegos, al aprendizaje,
a las y los docentes; todo esto y mucho más será la vuelta a la escuela.

RECONOCER LA PERSPECTIVA DE GÉNERO

La coyuntura extendida de la pandemia y el requerimiento de quedarnos en casa como medida


individual y colectiva de cuidado, también ha puesto al descubierto y agudizado las inequidades
cotidianas que transcurren en el ámbito de los hogares.

A la diversidad de condiciones en los modos de transitar el ASPO en cuanto a las disponibilidades


habitacionales, el acceso a los recursos de salud, a las posibilidades de contar o no con conectividad
y de qué modo, en las reorganizaciones de la vida familiar a partir de la permanencia de todos/as

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en la casa y de los cambios en las actividades laborales o su pérdida, entre otras, también se suma,
con toda su contundencia, la exacerbación de las inequidades preexistentes por razones de género.

Más allá de las distintas maneras en las que se resuelven y se gestionan estas tensiones al interior
de cada hogar, parece haberse potenciado el patrón cultural predominante que continúa
adjudicando las responsabilidades domésticas, las actividades de cuidado de otras/os, las tareas de
sostener la logística familiar para cumplir con los horarios y las necesidades de cada quien,
mayormente y una vez más en las mujeres. Especialmente el cuidado de otros/as, niñas, niños,
adolescentes, adultas/os mayores, familiares que viven con alguna discapacidad, responsabilidades
que en el contexto habitual podía, en muchos casos, compartirse con diferentes instituciones o
personas que se sumaban laboralmente a estas tareas, se ha visto modificado por el aislamiento y
la necesidad de evitar los contactos y las salidas fuera de la casa. Y es en este terreno de los
cuidados personales donde los mandatos de género siguen calando fuertemente conservándose
aún posiciones y regulaciones familiares que reproducen las creencias en torno a que son las
mujeres quienes cuentan con los mejores atributos y la experiencia para tomarlas a su cargo,
incluidas niñas y adolescentes en estas adjudicaciones ya que, muchas veces, deben colaborar
tempranamente con el cuidado de hermanos/as menores o de familiares con problemas de salud.
En este sentido resaltamos la afirmación de las sociólogas Eleonor Faur y Ania Tizziani en cuanto a
que la dimensión del cuidado continúa constituyendo uno de los nudos críticos de las desigualdades
de género (Faur y Tizziani, 2017). En línea con lo que venimos señalando las autoras plantean que

[…] las transformaciones en la división sexual del trabajo han mostrado que las creencias acerca de
los papeles apropiados para hombres y mujeres se han modificado en el ámbito público en mayor
medida que las imágenes relacionadas con las esfera doméstica, así como las imágenes acerca de
quiénes deben realizar el trabajo no remunerado han cambiado más aceleradamente que las
prácticas efectivas. (Ibídem, pág.96)

La histórica doble o triple jornada de trabajo para las mujeres, que incluye las tareas no
remuneradas, se ha visto sobrecargada y sin las fronteras temporales y espaciales que permite el
trabajo fuera del hogar, y que, muchas veces, posibilitan un corte y un respiro momentáneo ante el
agobio de “la gerencia múltiple” de responsabilidades.

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A su vez, y en sintonía con los variados anuncios públicos sobre la profundización de las
inequidades entre géneros en contexto de pandemia, también estamos sabiendo del aumento de
las demandas de ayuda y de los femicidios en los últimos meses a consecuencia del agravamiento
de la problemática de las violencias de género al interior de los hogares. Las circunstancias del
confinamiento seguramente han reforzado las condiciones de vulnerabilidad de niñas, niños,
adolescentes y mujeres adultas al aumentar los niveles de aislamiento y las barreras para el apoyo
externo o el acceso efectivo a recursos de asistencia. Las aulas virtuales no han quedado exentas de
los registros de estas situaciones padecidas también por alumnas y docentes.

No ocupa un lugar menor y, a su vez, da señales amplificadas en estos tiempos de la virtualidad


obligada, el acontecer habitual de actos abusivos, coacciones e invasiones que padecen a diario las
estudiantes que cuentan a sus pares, a sus docentes o familiares encontrarse violentadas por la
circulación no consentida en las redes de material audiovisual que no han querido compartir y las
afecta en la exposición de su intimidad como otras modalidades de violencia, el llamado grooming
o el ciberacoso.

Por otro lado, a la par de los múltiples atropellos en escalada, también han tenido lugar variadas
acciones de armado de redes comunitarias, de políticas de protección ante las violencias y de
socialización de distintos materiales y recursos que nos vienen ayudando a pensar y a poner en acto
estrategias de cuidado en cada ámbito y circunstancia. Y, en este sentido, es que podemos pensar
en una vuelta a la escuela capitalizando mucho de lo puesto en escena durante el ASPO y de los
saberes construidos y compartidos colectivamente, también como muestra de la continuidad de los
procesos de cambio que venimos presenciando a partir de las luchas sociales de los feminismos y
de los colectivos disidentes por el mayor reconocimiento de los derechos y de las vigencias del
patriarcado, trasladadas ahora al ciberespacio.

El volver a las aulas con la presencialidad, necesariamente debe despejar un espacio donde el
reencuentro permita poner en palabras las experiencias vividas a modo de simbolización que ayude
a organizar y elaborar lo vivido en tiempos de excepción, que no lo son tanto. Las inequidades, más
o menos visibles por razones de género, no pueden quedar por fuera de los temas a retomar como
saberes priorizados, cuya actualidad y magnitud han quedado más que en evidencia. Es decir, que
alojar en la escuela las experiencias afectivas transitadas y la puesta en cuestión de las inequidades
permanentes, desde las más invisibilizadas hasta las más reconocidas socialmente, son objetivos

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que pueden y necesitan ocupar la agenda curricular como contenidos educativos de prioritaria
valoración junto a otros/as.

Entre los propósitos ineludibles de la ESI, contamos con la necesidad de problematizar las
adjudicaciones excluyentes y estereotipadas en cuanto al ejercicio de los cuidados de los y las
otros/as cercanos/as, la división sexual tradicional del trabajo no remunerado, poner sobre la mesa
la necesidad y el derecho de todos/as los/as miembros de la familia a contar con tiempos y espacios
propios mediante la democratización en la distribución de las responsabilidades y poner en
cuestión los estereotipos sociales que siguen limitando las libertades y los derechos. Conmover las
bases de la inequidad en la división social del trabajo no remunerado requiere hacerlo visible,
ponerlo en valor como engranaje central en el funcionamiento de las economías y encontrar
juntos/as la diversidad de saberes y de capacidades que conllevan más aún en tiempos de
convivencia y de presencias continuas en el hogar. Por ello, también el cuidado necesita ser objeto
de las políticas públicas como recurso social para ser protegido y materia de abordaje institucional
intersectorial para compensar las inequidades. Hacer público lo privado y politizar las relaciones
sociales que sostienen las desigualdades, dirán los feminismos. Así también, transformar esas bases
implica continuar desnaturalizando y favoreciendo cada vez mayores niveles de intolerancia a
cualquier formulación en la que aparezcan las violencias desde cada entorno en el que tengan
lugar.

Capitalizar el tiempo de distanciamiento físico que transitamos significa entonces que las vivencias
de vulneración conocidas, las respuestas dadas y las interpelaciones logradas devengan realmente
en alertas y en ocasiones para nuevos y transformadores aprendizajes en la escuela de la vuelta a
clases, guiadas por mayores imperativos de equidad, en todos sus sentidos.

EJERCER NUESTROS DERECHOS:

Pensar la ESI desde el eje “Ejercer nuestros derechos” conlleva reconocer a niñas, niños y
adolescentes en tanto sujetos de derechos. Esto contempla recibir información adecuada y
científicamente validada en lo que hace al cuidado propio y de las/os otras/os, la promoción de la
salud como así también la prevención de riesgos, el respeto por el cuerpo propio y el ajeno y la
plena vigencia de los contenidos de la ESI que contribuyen al ejercicio de una sexualidad libre,

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sana, responsable y placentera pensada de manera integral. También, incluye el derecho a vivir sin
violencia por cuestiones de género, identidad u orientación sexual, identidad étnica, ni de ningún
otro rasgo identitario.

Por un lado, implica una perspectiva de derechos que promueva el conocimiento de la normativa
vigente nacional e internacional, a través de la cual se les reconocen derechos y las estrategias
para visibilizarlos, respetarlos y promoverlos en su pleno ejercicio. Por otro lado, este es un
enfoque que procura una participación activa de las y los estudiantes y sus familias y de toda la
comunidad educativa en la búsqueda de consensos, acuerdos para la convivencia y enriquecimiento
de la vida en común. Asimismo, es parte del derecho que niñas, niños y adolescentes no puedan ser
reemplazadas/os en el ejercicio de su voluntad y en expresar sus deseos, ganas, intereses y
necesidades.

Desde el comienzo la pandemia producida por el COVID 19, y ante las medidas de ASPO, todos los
aspectos de nuestra vida se vieron trastocados. En el plano educativo se pusieron en marcha
distintas estrategias para sostener la continuidad pedagógica en forma remota, no sin un denodado
esfuerzo de cada una y cada uno de los y las docentes por mantener el contacto con las y los
estudiantes y sus familias, buscando garantizar el derecho a la educación. Las distintas estrategias
que tomó cada jurisdicción, cada institución y cada docente fueron diversas, ya que tuvieron que
ser desarrolladas en distintos contextos, teniendo que acompañar a toda la comunidad educativa
en el abordaje colectivo de situaciones económicas, sociales y culturales diversas y muchas veces
desiguales.

En ese sentido, resulta fundamental que podamos reflexionar sobre qué sucede ante la
excepcionalidad del contexto, con la posibilidad de participación de forma activa y no como meros
receptores de información por parte de las y los estudiantes, ¿qué lugar tuvieron para expresar sus
necesidades, posibilidades y sentimientos en este contexto de virtualidad?, ¿qué contenidos fueron
llevados a los espacios virtuales para que los niños, las niñas y adolescentes sigan siendo sujetos de
derechos y no objetos de protección?, ¿en qué medida el contexto de aislamiento dificulta el
ejercicio de derechos y qué intervenciones pedagógicas se pueden poner en práctica para reducir
este daño?

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Sabemos que en el contexto de virtualidad y excepcionalidad se torna relevante la priorización de
contenidos curriculares diversos, y esta priorización no debe eludir los contenidos relacionados con
la Educación Sexual Integral desde una perspectiva de derechos.

Como docentes, seguimos con la tarea de fomentar la garantía de tales derechos y continuamos
acompañando el desarrollo de herramientas para su ejercicio, una tarea que, en este contexto, se
transforma en un renovado desafío.

Pensar los efectos de la pandemia implica reflexionar con nuestras/os estudiantes sobre cómo
influye en la igualdad de oportunidades la perspectiva interseccional de género, clase, etnia,
nacionalidad, culturalidad, edad para el acceso a la salud, entendiéndola de manera integral tanto
en sus aspectos físicos, psíquicos y sociales. Implica repensar los espacios de participación, acercar
a las y a los alumnos y sus familias los abordajes institucionales para el acceso a los derechos en
contexto de pandemia, y generar de manera colectiva nuevas estrategias para actuar ante el
incumplimiento de alguno de sus derechos, empoderándose de los mismos para su ejercicio.

La perspectiva de derechos también es central al pensar la escuela en la post-pandemia. En efecto,


la vuelta a nuestras instituciones con nuevos protocolos y nuevas reglas para el cuidado implica, sin
duda, para toda la comunidad educativa, construir un nuevo ​contrato pedagógico​. Este nuevo
contrato, supone volver a generar acuerdos acerca de cómo vamos a habitar nuestras escuelas en
la vuelta a la presencialidad. Probablemente, impliquen instancias mixtas de virtualidad y
presencialidad, con nuevas maneras de transitar los espacios, de expresar nuestras subjetividades y
una transformación de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Todo este nuevo ​estar en la escuela​ acarrea necesariamente tomar decisiones que deben buscar
nuevos consensos. En estos procesos, no solo deben tener voz las y los docentes que
venimos llevando adelante esta inmensa tarea que implica la continuidad pedagógica en contexto
de pandemia, sino que también, desde esta perspectiva de derechos, resulta fundamental
involucrar a niñas, niños y jóvenes en conjunto con sus familias como actores fundamentales en la
construcción de este nuevo contrato pedagógico para la vuelta a la presencialidad, donde se
puedan poner en valor las diversas situaciones, vivencias, fortalezas o vulnerabilidades que
atravesaron y atraviesan las y los estudiantes y sus familias.

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