Sunteți pe pagina 1din 50

Luciano Galizia – Recuentos breves

Crónicas de Malabrigo al sur


1-Malabrigados generales

No se quién mierda le puso el nombre a este pueblo de malparidos . Pero que


cada tanto hay riña, hay riña. Allá por la época del segundo gobierno de Perón, del
General Perón, se armó el primer club de boxeo del pueblo, adentro de la sociedad de
fomento de Malabrigo.

Los Malabrigeños (eufemismo de Malabrigados) son tipo, no se bien como


describirlos, pero que algunos antropologos sociales de baja estopa han dado en llamar
“quedados y foragidos”. No se, yo hace tanto que estoy en ningun lado viviendo de la
nada que perdi cualquier vinculo con ellos. Solo cada tanto veo a Doña Lola, que es ex-
Malabrigada y que ahora se dice rosarina, pero fue azulina y hasta veinticinqueña.
Segun los malabriguenses, los azulinos son jodidos. No es que sean malos tipos, pero
claro, al ser casi una ciudad, comparada con el poblado este de gente de cabezas gachas
y repleto de gauchos hijos de anarquistas. No se a mi me da por pensar que la culpa de
todo la tiene el General (que no era general en verdad, sólo Sargento). Un poco mas
atrás del Gobierno de Irigoyen, habia un tipo, medio afrancesado que habia recorrido
toda la provincia de Buenos aires Buscando cosas para comprar y vender. Comprar en la
jerga era hurtar, y vender en la jerga era estafar. Este muchacho negociante era
practicante de Esgrima, natacion, remo, equitacion y leía a Sarmiento (en sus ratos
libres de negocios, claro). Ya ni me acuerdo quien gobernaba el país entonces, pero eso
si que era un país con las cuatro letras y con acento y todo.

El general, como lo llamaban, había nacido en un poblado al norte de Palermo,


algo que ahora se llama Barrio Norte, y que mañana no se que nombre tendra. En ese
momento era casi el arrabal. Valgase una distincion en este punto. Existen historiadores
(mil perdones por la disgreción historica y etimológica en este punto, pero necesito
hacerla para aclarar que creía el arrabal del arrabal mismo, y que creia el arrabal del
centro. Muchas veces nos olvidamos donde estamos parados en la vida, en la ciudad, en
un cuento o en una oración – por ejemplo invito al lector a pensar si lo que esta leyendo
en este momento corresponde a un parentesis o a que-) que hablan de arrabal no como
un lugar fisico, sino como, la consciencia de que no se esta en el centro de la urbe. Hoy
el arrabal es el Conurbano bonaerense, en el momento en que el General Malabrigo
nacía, el arrabal era el barrio de palermo, una cuadra más una cuadra menos. Estudió en
los mejores colegios (la casa de su padre: Cornelio Malabrigo) y se inicio en las mejores
escuelas de armas (los baldíos del abuelo: Eustaquio Malabrigo)

2-Sombras y andaluces

Ese pueblo nunca tuvo nombre. Los inmigrantes mas viejos, los Almada, los
gutierrez, o los escoceses Ramirez, dicen que en verdad el nombre surgió de la sombra.
Yo creo que se inspiran en el tango que bailaban en los carnavales del 40 que cada tanto
llegaban al pueblo.
Luciano Galizia – Recuentos breves

En el pueblo él no tenía nombre. Cada tantose le escuchaba decir algo, una


palabra, un ruido, un algo. Malabrigo era entonces un depósito de familias huerfanas,
era una plaza seca y muerta, era la aridez de la patria cansada. Era el relicario de viejos
que no se animaban a salirse de allí. Era el lugar donde los jóvenes desaparecían sin
dejar rastro.

Él era una excepción quizás. Su madre había andado dando vueltas por
Corrientes y por la provincia de buenos aires. Y se había instalado en esa localidad
cerca de principio de siglo.

Cada tanto recordaba sus historias entre vecinas. Se juntaban a coser, a tomar el
té. En el patio. Cosas de mujeres vió. Todas de rodete y vestido largo. ¿Miriñaque?
Quizas, ¿A quien le importa?

Todas hijas de andaluces que terminaron quien sabe como en esta patria grande
bajo la promesa del progreso, nada nuevo. De última creo que el que me dijo que
America significa primera tierra, le pifió. Sobre todo porque America paso a ser con el
correr de los años un hiperbatón espantoso hijo de la metafora. El todo por la parte,
digamos. El toro por las estas. America es la denominación simple de un conjunto de
estados complejos que se unieron y se separaron del resto. Se apemazaron en 13
colonias multiétnicas de denominaciones diferentes y se agragaron culturalmente bajo
una consntitucion que los nucléa bajo los derechos como la libertad. Hacer la américa
parece el sueño paralelo el Sueño americano. Lo que pasa es que en la america morena,
al sur de rio grande (piensa América mientras se sube a un sesenta) el sueño americano
es un sueño escrito en inglés.

La promesa del progreso llegaba cuando el hombro lo ponian en el laburo. Estos


gallegos, decian los criollos. Lucía era una mezcla. Para los criollos de la generación
anterior (los de la epoca del virreinato) Lucia era hija de andaluces, andaluza por lo
tanto. Para los de una generación posterior. Los amigos de los hijos que nunca tuvo: era
criolla. Lucia era de america, nacio en america, y murio en america. En alguna america
de todas aquellas que usté puede imaginar, señora, señor.

A Lucía el corcé de tela le apretaba la cintura y la última costilla (la flotante),


casi nunca usaba corcet. Lucía Marquez, hija del Capitan Gonzalo Marquez. Ese tío que
dicen que peleo con el Almirante Brown cuando aún era grumete. Es raro eso porque
ahora Almirante braown Juega contra temperley y nadie se entera (Cosas del futbol,
piensa Roberto mientras mira por la ventanilla y abraza a America mientras el sesenta
va por Libertador). El capitan Marquez, el que cayó en buenos aires porque la guerra
con el paraguay se le venía encima y no soportaba perder. Casi como cualquiera, casi
como cualquiera que no soporta perder. Dicen que lo conoció a Gramajo en una batalla
por la confederación. Detras de las estepas, en el fondo de los mares, fragata mediante
apareció una noche en Buenos Aires después de una expedición al imperio del Brasil. O
rio Grande du Sul. Lucia nació entre gallos y medias noches allá en la mesopotamia
para cuando el capitan Markez no era aún el capitán marquez, y quizás cuando esta
patria grande no era esta patria grande. (¿Acaso ahora lo es? Piensa America mientras
saca los ojos del libro que tiene ebtre lanos y le estampa un beso en la mejilla dereca a
Luciano Galizia – Recuentos breves

Roberto que la sigue abrazando y de tanto en tanto la mira y de tanto en tanto mira la
calle, y le peina las mechas rubias y le besa el cuello y se duerme entre sus ojos, y la
mira leer y la abraza mas fuerte, y le perdona sus pecados, le escucha ñlas historias, y le
aguanta los rayes a la rubio de ojos marrones y pestañas pequeñas que a veces le cuenta
cuentos. No, piensa ella, y lo dice en vos alta, no lo es, cierra). Roberto la mira un rato,
el colectivo ya agarro cabildo, griterio, le pregunta con los ojos (ojos verdes de
Roberto), que había dicho. America saca la cabeza de su libro una vez mas y le dice
“Rober, te dije que hablo sola”. Roberto la mira un rato saca una pàstilla del bolsillo del
Jean, y se la mete en la boca a ella. America hace un gesto que dura un instante, lleva su
índice de la mano izquieda (el otro sostiene la página treintaycuatro del libro) y lo pone
contra su boca cerrada en forma de beso pequeño, exhala aire con los dientes cerrados,
shh, suena.

Y sin darse cuenta Roberto se queda callado, se traga una pastilla y no le dice
mas nada en todo el viaje hasta que llegan cerquita del Río Lujan, su destino final, al
norte de la Provincia de Buenos Aires. (La provincia de Buenos Aires es un lindo lugar,
pensará lucía en sus tardes de mates y costuras, preguntandose que habra al norte de su
pueblo, que cosa espantosa vivirá mas allá de la friontera, que horripilantes seres
habitan la ciudad principal). A Lucia le pasa a veces que no sabe bien con quien esta
casada, esa persona con la que contrajo matrimonio, ahora es un descionocido que anda
viajando y levantando banderas. Sabe pocoas cosas verídicas de el tipo con el que figura
en los papeles, y despues del incidente, no sabe nada mas, sólo mitos. El marido de
Lucia fue un capitan de navío que falleción en altamar y que él nunca conoció. Lucia lo
lloraba al costado de su cama, mintras daba su oración, se le escapaba una lágirma
sutíl.Él siempre vió llorarlo. No lo conoció... nunca.

De los Márquez de malabrigo no quedan ni migajas ni registro, Lucía viajo una


vez poruqe una amiga descansaba en ese pueblo.

Es extraño, ahora que lo recuerdo, solía ser muy callado, pálido. Nunca supieron
de ella en la ciudad.

Ahora que miro las fotos y reescribo. Pienso en María, que la dejé
solacaminando por las calles de montevideo, y yo me quede acá. (America sigue
leyendo mientras Roberto duerme en sus hombros, y piensa como seria todo si fuera
periodista). Critica me pidió una nota sobre los Marquez. Los Marquez llegaron a
buenos aires alla por el 1559, segun dicen los registros. (¿Es todo lo que tenés?, piensa
America, mientras despierta a Roberto y le dice que bajen, que termino el viaje, que
llegaron)

3-Gran paisito

María Irma sueña de golpe que no sabe si volver a Buenos Aires o qué. Onganía
apesta. Lo que pasa es que salir a la noche con Ricardo la lleva a otro lugar. Pero no
ahora.
Luciano Galizia – Recuentos breves

El está en su mundo de trabajo y ella se aburre de escuchar la historia de los


Marquez antediluvianos. Cuentos de Buenos aires hubo uno sólo, piensa María mientras
cierra la puerta del departamento de su tia en el Barrio Sur.

La última gota de sol llega a la ventana, a la puerta, al sol de nuevo y al fin


tirarse a escuchar el ruido de la calle desde el tercer piso es lo único que la hace feliz.
Porque si de pensar en hombres se trata ella ya ha pensado mucho y le duele la cabeza.
Corre las cortinas porque el sol de las 5 de la tarde en el ala sur molesta un poco, sobre
todo cuando da sobre su cama y la calienta. No hay nada que Maria deteste mas que esa
cama calentada por el son de la tarde de montevideo.O casi nada. Se acuesta, apoya la
cabeza cierra un ojo, luego el otro, gira la cabeza, se inquieta, vuelve a girar la cabeza,
se muerde el labio de abajo se pone boca abajo, se queda dormida-piensa-gira.

Llegó hace semanas a Montevideo porque se cansó de Ricardo y su trabajo. Ella


es porteña, igual que yo. Lo que pasa es que María nació en Montevideo porque la vieja
se fua a vivir un tiempo allá y así fue.Claro. Asi llegan las truchas al río, dicen los que
pescan. A veces mira hacia la ventana. Ve pasar un sesenta, por la ventana, mira, por la
ventana. Se acuerda de Barrio sur. Del tablado. Milonga que estas pensando, canta.

Después ceba un mate en su mente. Le queda lejos su patria. (Ahi paso otro,
amarillo y repleto de gente que vuelve del laburo, de las casas de susnovios o novias,
del cine, de Callao y Corrientes, piensa) Le queda lejos todo. En la radio habla un tipo
que tiene la voz de su padre. Se levanta sin saber bien porque agarra juntacadaveres (de
onetti, claro), se tira en la cama y rezonga como un fueye roto. Prende un pucho en la
cama. Un negro, piensa. Sin tambor y de colombia. ¿sabré que estoy fumando? Se
entera que ahora la ley le prohibe fumar en la cama. Se desentiende, total nadie mira. Ni
si quiera ella mira lo que hace. Agarra un cenicero que es un recuerdo de tacuarembo,
que tiene un grabado chiquitito de carlos gardel, y dice en letras manusctritas Rdo de
tacuarembó, y luego dice al costadito. Carlos garde. La ele de gardel se pierde entre los
puchos que ha sido apagados noche a noche (Charles Romuard Gardès. Piensa para
adentro con pronunciación casi perfecta). Como si no hubiera vivido en el Quartier de
Montmartre. La puta, piensa. Por que carajo no me quedé. La puta, dice, mientras el
espejo le devuelve una boca seca y abierta de bronca del otro lado de la pieza, y un
humo que sale de su nariz, azul humo que revienta desde sus pulmones hasta su quinta
en Montevideo. Humo negro de tabaco negro de guitarran negra de vino negro, de hijos
negros (pasa otro ramal fleming, este me deja en lo de Lucho, piensa).

Oscuro. El espejo del otro lado se pone oscuro y vuelve a putear porque en esta
novela que es su vida nunca pasa nada. Juntacadaveres quedó en el recuerdo. Santa
maría, el astillero, Onetti, Juan carlos... tu whiskey y postrado en la cama, el tipo en el
bar, la Remington en la bañadera, Viniscius, tu whiskey ¿que me pasa? Pìensa. Esto se
escribió hace mas de 4 decadas. Me querés decir porque sigo pegada a un pueblo de
ficción. ¿A quien le hablas? Se contesta a si misma.A vos, gila, le escupe el espejo
desde el humo del pucho, que sin querer atraviesa en ferri el rio de la plata y llega hasta
la pampa (tiniebla de los puchos). Claro, piensa. No se porque me vine a este país de
mierda. Pitada. (Pasa otro R/9 que va por el alto) Dejé de fumar y me cambió la
puntuación, la gramática, la sintaxis, la metáfora.
Luciano Galizia – Recuentos breves

...Cruzando el puente milonga, Acordate hay un lugar.... canta de golpe. Se le


viene todo junto. Donde estan los puntos aparte en todo esto que ahora es lo que pienso,
piensa. Apaga la colilla desfalleciente de vida en la g mayúscula, y ahora el cenicero
solo dice, "Carlos arde"

Se le mezcla Santamaria, las reuniones del frente amplio en la 18 de julio,


gorrión que arruya un sueño, bario del cementerio, la cara de Larsen que nunca vió,
Onnetti, en su cama con su whisky eterno, viejo barrio sur, Milona negra, la contra
canción, tactica y estrategia....el astillero, Malabrigo, la gente del sur, Su viejo haciendo
velas en el taller del fondo. Su vieja remedando ropa, el tio eusebio que era comunista
(pero era anarquista como dice su abuela), el loco antonio que dicen que era comunista.
Todo junto. Nadie los llama y ellos vienen detras de la puteada (O es que son la puteada
misma esos recuerdos). Como un acto reflejo de la noche (ahi pasa otro). Pitada. Maria
Irma pita un pucho ficticio mientras sale a la calle en la que el sol le quema el cemento
de los pies. Se siente un poco triste y todavia no sabe por que. Va a buscar a unas
cuadras a su novio que andara por allí escribiendo. En una de esas se sube a un sesenta y
se lo encuentra. En una de esas sólo camina hasta encontrarlo. Saca otro pucho, mira la
calle, lo prende. Es una tarde gris. Ya no esta triste (Acaba de pasar un monsa amarillo y
casi vacío, y no lo tomó ¿quien sabe a donde iría?. Solo una pareja viajaba allí. Una
cabellera rubia, yna cabellera morocha.). Pita y lo apaga, va allover en Buenos aires, va
a llover.(America mira la calle y piensa que Roberto no es para ella, Que no entiende
sus cosas, que ir al Rio Lujan a buscar a su abuelo con él de acompañante mucho no
sirve). Irma se planta en la esquina y se extiende su mano. Tira el pucho.(Es de
panamericana, piensa). El cielo esta celeste, la tarde gris.

-¿Va para malabrigo?, le pregunta al chofer. Irma se sienta.(No si este pais es chiquito,
piensa America). Roberto despertate que nos bajamos antes, vamos a Malabrigo con la
señora.

-¿Estas loca?- dice entre sueños.


-Si no queres bajate- Le contesta
Irma mira para atrás, América baja la vista. (A ver si lo encuentro en el Bar escribiendo,
piensa Irma.)

Dicen que los tres bajaron en un puente cerca de tigre. Nadie conoce el nombre
del pueblo donde se quedaron. Irma extraña Montevideo, pero la abriga el sueño de un
pucho que cruza el rio. América extraña el pasado, el pais grande. Irma, su paisito.
Luciano Galizia – Recuentos breves

El eterno retorno a la mar

“Cuando la mar se torna apaciguada, calmada..”


Henry Martinez por la voz de Cecilia Todd

No me importa la distancia oculta entre un paredón y el otro. Las olas se mecen.


Las miro. Un bebé llora del otro lado del puente. Una madre le tuerce el solero y se lo
ponen de sombrero. Se calma. Tiene los ojos pálidos. Nunca conoció el mar, nunca tuvo
premio. Nunca supo de eso de la brisa en el rostro. Nunca la lluvia le mordió los
párpados, ni el yugo del trabajo forzado le quemo las manos. (Nunca, ¿era necesario
este paréntesis?)

Miro el paredón, creo que estoy pensando en saltar. Pero no sé. No estoy seguro.
No me resulta sencillo saber que pienso. Resulta que hace rato que pienso en María.
¿Como le habra ido? ¿Habrá llegado? Seguramente no. Ni un telegrama, ni un llamado,
ni un beep, ni un mensaje de texto, ni una noticia.

El rio esta manso. Está tranquilo. Soy yo el que me impaciento. Sé muy bien
porqué, pero desde ya que no quiero pensar en eso. Un llanto lejano me saca de mis
pensamientos. Me veo padre, madre, tío, hijo, hermano mío.

Se zambulle el crío sin cesar entre las olas mustias y lechosas que rompen
continuamente contra su negra piel. Juguetea en el rio manso, y revolotea danzas de sus
antecesores recreando la magia de su propio juego. De lo lúdico al impacto, del impacto
al descubrimiento, de eso a otra ola, el desengaño.De la noche a la luz. por que es tar
rápido el pasaje entre el asombro de la completudo de lo nuevo y lo nuevo que se hace
propio, y se vacía como un balde cilindrico que se arroja a la mar. Pi por radio cuadrado
en un abrir y cerrar de puños pequeños. El disco solar entre los parpados amedrentan
resolanas vagas y deshacen las figuras que de repente van llegando a la costa. Se
acomoda una pareja para ver el cristo roto que camina por el agua. Por la zanja un
perjerrey cria aletea como si fuera un mar. (y lo es)

En un abrir y cerrar de recuerdos cierro la valija que dice, Mar del plata 1970.

Aparezco en la casa de mi tia Marta, la tetona como le decía mi otro primo. De


repente me convidan un mate y se arma una ronda familiar en la que se discuten cosas.
Los temas del momento....la muerte de Kennedy, el hombre en la luna, la guerra fría, el
boom de la literatura latinoamericana, que la nena de hector incuba una fiebre rara,
molesta, que las cataplasmas no sirven, esas cosas, bah. Pasa que cuando miro para atrás
(¿a mi me pasa y a vos?) se me juntan todos los palitos en perspectiva, todos los hechos
en un punto neural de la historia, y me imagino en una charla de mate las charlas de una
década de mi vida, y ni si quiera logro ver los cambios, yo con bigote, yo con barba,
marta con rulos, Alberto sin pelo, Agustin ya sin pañales y correteando, mis primos que
Luciano Galizia – Recuentos breves

se fueron al sur, los amigos circunstanciales de las mateadas. Todos se hacen una
singularidad en esa cosa que parezco recordar, y no me queda otra que bancarmela, que
hacer de cuenta que oredeno mi cabeza por lo que aparece mas cerca y no me la voy a
dar de Funes ahora que anochece, de Ongania a Peron, de Kennedy al gran paso. De
Monroe a Monroe y cabildo, una pizza en Burgios. De la polemica ciudadna a la
filosofia de matear y el ocio de un domingo que... Pero el tema no importa. Politicas
,espectáculos, remedios caseros, letras de tango. El tema no importa. A veces la teoría
de la evolucion es mejor comprendida en una mateada que en una conferencia.

El tio Hector, biólogo frustrado, según dicen, le arrastraba el ala a un vecino de su


departamente en villa urquiza. Nunca se supo nada de esa historia como nunca se supo
nada de sus profesiones y trabajos. El libro que me prestó Hector todavía lo guardo. En
sí, se lo robé. Pero como dicen, hay dos tipos de tarados: los que prestan los libros y los
que los devuelven. Yo no soy ninguno de los dos, no presto, ni pido, tampoco compro,
en verdad no leo. A veces pareciera que sí, que he leido mucho. Mi tia marta decía que
yo era un leido (con acento en la e, claro), Hector sabe bien que no leí nada en mi vida.
Ni el diario. Pero en este mundo en que las apariencias son lo que importan, aparento
ser eso que soy.

De a poco lo dominan las olas nefastas y el viento hace olas más grandes. Que rebotan y
rebotan como recuerdos en el mar de la vida. Que rebotan y rebotan, y después
despiertan como un ensueño mágico desde ma mágia de la ría. Remembranza marina
estanca, hija del asombro, heredero de la tierra que vive de espaldas a las aguas que de a
poco le comen la tierra. Invisible el viento que los derrota a los hombres y las mujeres
que crecen y se reproducen esn ese rio, a veces revuelto, a veces manso, que se bañana
en sus aguas rojas de la sangre que ha vivido aquel pueblo tras años y años de ocultar el
rio. Invisible el viento le estampa una caricia sensual al niño y una ola le expande un
chorro de agua sospechosa en el medio de la cara, mientas la misma brisa desabrocha un
bretel incógnito de su parda madre y expone un tierno y maternal (por eso mismo
enorme) pecho al mar. Algo de su leche cae al río, explota su pezón joven, y el calostro
iridiscente a los ojos del febo, se inclina cono fuente magna de la naturaleza, y cae el
chorro. Blancuzco desde la sombra, tibio desde el asombro, mojado desde la superficie,
imaginario desde la ficción, parabólico desde la física, eterno desde la literatura.

Sin casi yo quererlo, bajo la vista, la valija que dice, “en lo de la tía marta, 1969”, se me
cierra de repente.

Giro el rostro para volver a imaginarme a mi madre en esas reuniones pero no puedo. El
solero tireado en al agua, flotando en lña libertad justa, se haceeco de un mar que se lo
lleva, libre incontenible, Como niño de dos años qe arrasa con todo, con todo lo
materno, con todo lo paterno, con todo el lenguaje materno, y con todo lo maternal del
lenguaje.

-E´ la naturaleza- dirá María cuando Ernesto (el pibe) se lo cuente en ese barcito
chiquitito y hermoso que los acodara hasta sus últimos días como pareja en la Sierra de
la ventana.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Es obvio que no estoy contando nada nuevo. Ernesto (el pibe) y María (la novia
histórica del pibe) en algún momento de su vida, dejaron de tener un momento para su
vida, y se dejaron de ver.

A veces las suegras no entienden eso. Claro, es que ellas (las suegras) cuando se
encariñan con las nueras, arman su vida entorno de ellas, y hasta a veces se olvidan de
los hijos.

Para colmo la madre de María... mejor ni hablar, todavía no entiendo como salió tan
derecha la pendeja, piensa Ernesto (el pibe, pero ya viejo) mientras se cerciora de que el
paredón es más chico de lo que parece y sabe que puede caminar hacia él sin mojarse,
dar la vuelta por el puentecito y pasar al otro lado. Donde probablemente lo espere
alguna libertad de las que busca.

Notas finales:

Madre de María: Tiene prontuario. Termino en el moyano, porque en el penal en el que


estaba no se la bancaba.

Ernesto: Nunca se escapo de su carcel. Nunca ropió las valijas que llevó ghasta su
muerta quizas en la isla.

María: Pudo cruzar a nado, la lancha se jodió a mitad de camino y cruzó a puro crol por
el río. Se olvido de Ernesto al llegar a la otra orilla. Perdió el celular en el agua y solo
allí tenía su número. Creo que decidió olvidarse. Va al moyano a veces a ver a su
madre. Pero tien que decirle que es su nuera, no su hija porque ella no tiene hijas, solo
un hijo (que murió en la guerra, era jugador y se suicidó, y su nuera que es bailarina (es
Stripper y prostituta).

Tia Marta: Vivia sola en Urquiza al lado del depto de Hector, que no vive sólo sino con
Ignacio, un escritor poco conocido pero muy prolífico. No entiende mucho la relación
pero para probar intento conocer las veleidades de la homosexualidad y probó un poco.
Dice que le gusto. Pero la oculta, se la ve cruzar plaza Francia a los ponchazos para ir a
ver una estatua viviente enorme que hay ahí, que hace de venus del Hermes de
Paraxiteles

Tío Hector: terminó siendo un escritor mas o menos reconocido y consultado sobre
temas científicos. “Fue de todo, Menos hombre” diría el padre de María, que es medio
Momofóbico. (palabra que esta de moda, claro). Del padre de maría hablaré luego.
Cuando termine de beber este chorro de leche, y el viento me devore los parpados, y sin
darme cuenta abra una valija de recuerdos que como siempre, no me pertenece.
Luciano Galizia – Recuentos breves

La isla suya

Quizás no sea dificil imaginarse una isla. Repleta. Tal vez no sea arriesgado salir del sol
que nos pudre un poco. No es cuestión de que sepamos a ciencia cierta si aquel sol que
miramos es el que nos sufre. Ni el que nos llora. Ni el que nos evita. Quizas no sea ni
imposible ni terrible saber cómo sabemos sobre nosotros mismos. No es nada trivial
saber quienes somos nosotros. La literatura moderna nos cita como parte de ella, como
hacedores de letras muertas y de propuestas sordas. Nuestra virtud es el silencio. Hemos
nacido de un par de huesos cansados y de otros tantos corazones simpáticos sin rey ni
sombra bonita.No, no sé, no.

No me alcanzan esos cuentos solitarios en las plazoletas del Tigre, ni los temores que
me surgen cuando me caminan al lado un par de corazones que respiran infiernos. No
hay rocio ni escarcha ni mariposa negra que no me envuelva cuando la isla de siempre
se hace hornalla, y los horizontes arboles, y esa linea cielo, y los vacíos nubes, y las
risotadas juncos, y las jangadas diminutos cuerpecitos blandos que caminan frágiles por
la costa. Diminutas costas que caminan frágiles por las pisadas. Amarra. Existe.

La parte que quiero contar de la historia que nunca escribiré, no es la que he relatado.
Creo que ni si quiera puedo contar la historia que quiero contar. Escribiré la que pueda
realmente, la parte de la isla que se llena de imagenes cuando por la mañana hay un
señor de sombrero relojeando un par de señoritas viejas hechas estropajo contra su sol.

-El tipo piensa que ese es su sol - se escucha en el murmullo.

-Llegaste tarde a la reunión- dice la morocha de ojos verdes, agarrando una remera y
cobriendose los hombros.

-Nunca llegué- responde José.

-No hace falta llegar a tiempo para llegar-

-No estoy seguro de eso, ¿me cebás un mate?-insiste José

-Sí. Mirá, si has llegado, tarde, estas en el lugar, pero todavía hay gente, llegaste, pero la
reunión está empezada, entonces llegaste tarde, tomá mate-

-Gracias, está fria la cosa- se queja José, mira para arriba, agarra un ramillete de espigas
de un arbolito bajito, y se lo pone en la frente a Leonor, entre el medio de sus cortos
cabellos renegridos.

-Es fácil- insiste él- no se trata de llegar ni de quedarse, se trata de saber que cuando uno
salió de su lugar de partida, la velada ya había empezado.
Luciano Galizia – Recuentos breves

-No entendés, es el primero, siempre es así, el que llega último a la isla, llega tarde- dijo
suspirando Leonor.

Una de las cosa mágicas de la isla, no es quedarse allí por siempre, ni subsistir entre los
horizontes, ni asediarse con cuestionamientos críticos de lo que nos pasa por los ojos, es
simplemente saber que uno la mira permanentemente y que es imposible alejar la vista
de ella. Que cualquier asombro que parezca contradicción no es mas que paradoja en la
isla, y que cualquier revelación que parezca profecía no es mas que sentido común.

Leonor había venido hace un tiempo con nosotros traida por Enrique, o por Jorge, o por
Lucila, no me acuerdo, a quien le importa. Le insistieron un par de veces que su vida
estaba destinada a la Isla, y que no había manera de escapar de la red de asombros que
allí había.

Evidentemente no me daba lo mismo verla que no verla. No es que sea facil darse
cuenta. Pero la isla tenía ese sindrome de la apariencia remota donde cualquier barrilete
acuático, o cualquier ensoñación alertadora era capaz de hacerme creer que ella ya no
me miraba. Evidentemente lo que la había hecho unirse a nosotros en este terreno lleno
de cosas, no era ni yo ni mis asombros, ni mis fugas, ni mi intención de creerme
suficiente cosa como para quererla y adivinarle los pasos antes de que el amanecer le
cubra los ojos con un manto de lejanías. No me da lo mismo verla que no, de otro modo
no podría asegurar que la isla navega a mi alredor.

-Y quedaba gente cuando llegaste, ves ahí el agua se entibió un poco, y ya no hay tantos
yuyos- se justificó Leonor.

-Está fria y hay cosas acá adentro, y el viento levanta polvareda, ¿si vamos adentro?

-Dále- gritó entusiasmada.

-Quedaba gente, poca, el resto se había ido recién intimado por el frío y el sueño,
quedaba un poco de gente aún y bastante cacho de fiesta.-admitió Jose, mientras
caminaba y se iba sentando cerquita de la cocinita pequeña en la sala.

-¿Y? ¿Fué al final? Preguntó con voz de sombra y un mate tibio entre las manos, como
calentándose las palmas y los cantos.

-Fué.Como casi siempre. No se dejaba ver, no se dejaba encontrar, pero fué. Me dijo
que estaba muy bien ahí, que había conocido gente macanuda en la isla. Que alguna que
otra cara le resultaba conocida, y se le iluminaba la cara cuando pensaba en la gente de
la isla.

-Apareció!, ¿quien lo hubiera dicho?..a vos solo te pasa ehh.

-¿Ya estará el agua?

-No no hierve, además vos sabes que mirar el agua no es mirar a la isla, ni mirar los
arboles ni mirar el rio. Mirar el agua es distinto.
Luciano Galizia – Recuentos breves

La miré en la fiesta, islita de horas y ocres, arboledas de ramas y ramblas, amores de


errores y flores. No me miró. Por una vez creí que era lo último que iba a hacer. Pero
no. No mirarla es casi imposible, vivir en ella, utópico. Ella naufraga cuando naufraga el
que la habita, se hace invisble al que la navegue con los ojos. Me puso alegre saber que
nunca podría habitarla, que Leonor me insistiera tanto con que la lejanía no era de la isla
sino propia, me hizo pensar que José nunca vería su vena histriónica en tantas palabras.
Su azulejo del baño en la cocina, su perfume de orquideas en las manos. Su casita del
tigre derrumbada. Su islita perdida en pesadillas.

Quizas diga Leonor que sea imposible imaginarse aquella isla cuando nadie la ha visto y
cuando el que la habita no mira ni cuenta. Seguramente alguno de los muchos que
contaremos la historia de la isla nunca sepamos que nadie pueda habitarla. Quizas
escribirla sea la forma que algunos de nosotros tenemos de contar esta historia que nadie
nos cuenta, y al escribirla, habitar la isla invisible que alguna vez me animé a mirar.
Leonor nunca sabrá que su sol no es su sol, y su mate se le enfria, y su agua no es su
agua, y su isla no es su isla. La isla es de quien la escribe. La isla es de las letras. La
literatura no dice que estamos adentro de la literatura. La isla no es de la literatura.
Quizas diga Leonor que nunca ha visto la isla y le digan que la fiesta ha terminado antes
de empezar. Repleta. La Isla es Nuestra. Quizas no sea dificil imaginarse un isla, mirarla
que nos mire que nos habite y habitarla y no dejarla huir por los rios que la trajeron.En
una de esas ya la hemos visto tanto, que no basta la mirada para mirarla de veras, quizas
haya que agarrarla para verla. Quizas haya que olvidarla para terminar
indefectiblemente en la isla ajena, la de nosotros.La isla suya.

Definitivamente no me da lo mismo mirarla y saber que allí está que no hacerlo. Pese a
que su habitante de siempre, su morador inconcluso, la habite sin mirarla. La habite sin
saberla.

Nota: El texto pertenece al escritor conocido bajo el Pseudónimo de Eán Z. Krafgnear


y corresponde a u texto denominado "La Isla", escrito alrededor de los años sesenta.
Algunos autores dicen que es de 1967.
Luciano Galizia – Recuentos breves

La isla de vueltas
Hace algún tiempo llegaron de viaje a la isla, de visita digamos, un par de amigos que
hace mucho tempo que no venían aqui. Vivieron con nonsotros de manera intermitente,
pero nunca fueron oriundos de acá. La vida en la isla ha seguido de maneras diversas
para muchos. Sin embargo muchos de nosotros dejamos de escuchar algunos tonos de
voz durante casi diez años.

No poder imaginar el rostro que tendrán cuando bajen de esa lancha, después de hacer el
transbordo en el río Grande; ni poder figurarse las dos primeras palabras o sonidos que
saldrán de sus bocas cuando una vez pisado el puerto, sus cuatro ojos se posen sobre la
bahía y miren como todo ha cambiado. Este que narra está cansado de pensar que la
vida cambia para un solo lado.

Está cansado de esperar que lo intermitente se haga constante, está cansado de que lo
constante se haga agotador, y lo esporádico, silencio. En realidad prefiere sumergirse en
el olvido mas impensado, para no necesitar atarse de un poste una noche de sábado en el
Puerto Central y no moverse nunca. El que narra esto necesita más que nunca algunas
excusas para darse cuenta que la soledad de la isla no es ilusoria. Así como al mirar el
rostro cambiado de los que nos visitan no puedo reconocer mas que un par de facciones
y se me escapa un "no cambiaste nada" o un "estás igualito"; al mirar alrededor no
puedo reconocer que me voy quedando solo y que tengo la necesidad de decir que todo
está igual.

No me quiero perder en frases que no me van a conducir a nada. Lo único que necesito
es empezar a ver que realmente la isla se me está vaciando alrededor, una bomba de
vacío que me chupa. No se cuantas veces necesito pensar en viajar de este lugar par
mirarlo desde afuera. Pero la excusa es siempre crecer en el lugar donde uno nació. La
isla no es ni mi casa ni mi cárcel.

Tres de la mañana. Viento afuera. Hubo tormenta hace un rato. Doy vueltas en la cama.
Me transpiran las manos. Pienso en salir a fumar un cigarro al jardín, pero me imagino
la corriente de aire frío que entra por la bahia, y prefiero quedarme quieto, dando
vueltas.
Luciano Galizia – Recuentos breves

La caja del tío Eduardo

A ella no le gustaba que le revolvieran las cosas. Menos yo, que por mi estupidez de
atolondrado y pantalones cortos, hurgaba los cajones sucios donde ella tenia sus revistas
de chusmerio y su ropa impecable. La novedad era el grito que desparramó en toda la
sala cuando me encotró revolcado jugando con los alfajores guardados entre estopa que
había guardado ella de generación en generación. No se comían, ni se dejaban morder si
quiera. A edades tenues la boca obliga a enterrarse cosas en los paladares, para derribar
cualquier tipo de infelicidad de niñez y estigma. La novedad era que ella había venido
guardando por años (treinta, creo) una caja con basura que parecía comerse, pero que
solo se miraba, y que solo la miraba ella, porque si la miraba yo, ella me gritaba. La
novedad era que los alfajores no eran alfajores: eran medallas. Guardaba algunos tintes
de pasado en sus cajones, no sólo la ropa era antigua sino que sus revistas eran ilegibles,
porque ya nadie conocía a las instantáneas estrellas de hace cincuenta años. ¿Quien es
capaz de recordarlas? Pero a ella le gustaba recordarlas, como le gustaba recordar la
condecoración del abuelo de no se quien (mío seguro que no) en una guerra de la que ya
nadie habla, ni siquiera ella habla de la guerra, porque ella habla de la condecoración y
no de la guerra. Seguro que si le pregunto no se acuerda ni en que lugar ni en que año. A
la noche hablamos, portazo, de despedida.

Seguro que se fue a lo de la amiga, a preguntarle algo sobre aquella guerra, para
dejarme mas contento cuando vuelva y le pregunte sobre las medallas.

Eduardo andaba lejos, se había ido a parir no se que música que el toca ahí cruzando un
océano grande. Lo despedimos el otro día. Cada tanto llegan noticiones de una guerra
lejos y a mi me parece que está cerca, sobre todo cuando tío Eduardo se fue allá lejos,
cerca de la guerra.

A ella no le gusta que yo diga que el tío es músico. Bueno, en verdad si le gusta que
diga que es músico. Lo que no le gusta es que diga que toca el instrumento que el toca.
Parece que a las amigas de ella les pica algo cuando se enteran que toca ese
instrumento. Creo que nunca entenderé bien por qué. Eduardo cada tanto viene aquí, a
casa y toca linda música, a veces algo triste. A veces él está triste. Deja el sombrero
marrón en la mesita, y le dice a ella que le escriba lo que va a tocar. Toma un poco de
inspiración, como el la llama, en un vasito que ella le prepara. Y toca un rato largo. Ella
lo mira y se le olvidan las medallas y los trastos y los recuerdos. Se pierde en las cosas
que escribe. El cierra los ojos y termina su música. Se supone que yo no veo nada de
eso. Ella no me deja decirle a nadie que ella escribe las cosas que él toca. Yo no le digo
a nadie, pero igual no entiendo. Si el la toca para que las quiere escribir. Suenan tan bien
en esa caja que el toca. Abre y cierra, abre y cierra, cuando cierra termina.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Ahora él anda tocando su caja por Paris, ¿quien le escribirá si no es ella? Bueno, en
cierto modo ella le escribe, lo que pasa es que tarda no se cuanto en llegar. El se fue
como el mes pasado y ella le escribió hace dos meses, como para que le llegue al hotel
cuando recién llegue. No se si le escribirá música o le contará noticias pasadas, o le
inventará noticias futuras y sentimientos futuros, extrañarlo lo vamos a extrañar igual, a
si que eso va seguro. Lo demás creo que no importa, el país será el mismo en tres
meses, y ella tiene una facilidad para escribir largas cartas, diciendo nada más que lo
extraña, como el de tocar su música sin que ella se aburra de escribirle que lo extraña.
Seguramente se olvidará de sus medallas de guerra, cuando se acuerde de la guerra de
allá. Ni bien recuerde que el tío toca entre bombas lejanas, dejará de querer el recuerdo
de bombas antiguas. Ni bien deje de recibir cartas de Eduardo, se olvidará que guarda
esas medallas de su abuelo, y comenzará a creer que esa caja guarda la música que le
escucho tocar aquellas veces que el tío pasó por casa. Guardará sus papeles sobre las
revistas, y creerá que sus las medallas son esa música que él le tocaba. Ella sabe que el
tío no volverá de Francia. Ella sabe que se quedará allá, con su propia casa. Quizás por
eso se enoja cuando le revuelvo las cosas, porque le revuelvo el pasado que aún no
entiende, y no quiere saber nada con explicarme nada. No se da cuenta que yo entiendo
mas que lo que ella puede ver, aunque no entiendo para que le escribe la música si el
que la toca es él, aunque no entienda por que le escribe cartas, si sabe que no
responderá.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Dos orillas
Dos imágenes. A la vuelta de la esquina. Que no te enteras, hombre, me dijo él,
con su acento y su bigote y su gran nariz. Que no. Le respondí, Que no, le he
respondido, con mi gracia con mi barba, con mi cara.

Que la mujer que has conocido tu, ya no existe. Piensalo, que te lo metas en esa
cabezota, dijiste. Que a mujer que conocí, unos años antes. Ya no existe. Es otra.
Irreconcible. Distinta, mas guapa, distinta. De nadie. Mujer. Y no. No se me da la gana.
No se me mete en la cabeza, que la quiero ir a ver te he dicho. Que si. Que te lo he
dicho. La otra noche te lo he dicho. Que la quiero ver. Que haz lo que te plazca, lo que
te apetezca, que haga lo que quiera, me dijiste. Tu con tu acento madrileño, yo con
porteño de antaño.

Camino solo, me entretengo un rato. Hace dos horas y putas media que llueve en
esta ciudad de hostias, como dice Manuel. Ni puta mierda, como dice Manuel. Asi no se
puede. Que asi no puedo. Que asi no llego. Que ni los bares ni las hostias ni el paro, ni
los tragos. Como dice Manuel. El me acompaña. Caminamos sólos. Cada uno en la
suya, cada uno con su rollo. Cada cual.

Conocí a Manuel, a manolet., mejor dicho. Cuando mis viejos se vinieron a vivir
a la peninsula., cuando yo era pibe, hace mucho tiempo. Lo conocí en Barcelona, en una
plaza, en las afueras de Barcelona.
Ahora, he vuelto. De visita. A refrescar fantasmas, a dejar que las calles de mi
infancia se me metan en los dedos, de nuevo. Yo perdí mi acento español cuando
pudimos volver a Buenos Aires. El perdió su acento catalán, cuando no le quedo otra
que irse a Madrid.
La lluvia me trajo recuerdos. Hermosos. Recuerdos. Isabel sola en su casa. Yo e
Isabel solos en su casa. Las charlas, pura tertulia. Puro juego. Todo por conocer.
Aquella noche de tormenta.

Ahora, Isabel tiene a Anna, su hija. Hermosa me dijo Manuel. Viven en


Cadaqués. En la costa. No muy lejos del pueblo donde nació la madre de Isabel.
Socorro.
La tarde pasó bien rápido. Entre nubarrones de recuerdos y aguaceros de
infancia, chubascos de luna nueva, entre vientos pampa y azores. Charlamos mucho,
muchisimo.
Me contó de sus amores, le conté de los míos. Me reveló sus desazones, lo
acerqué a las mías. Me dijo que el sábado cogia un vuelo a Barcelona, para ver jugar al
Barsa. No me invitó. No hizo falta. Ni modo. Todos estaba en su gesto, miró al cielo,
lluvioso desde la ventana de aquel bar cerquita del Escorial, me lo contó como una
confesión. Como una invitación a la complicidad, como un anhelo de duda, como una
Luciano Galizia – Recuentos breves

duda que él no tenía, pero que yo si, porque al fin y al cabo, yo todavía no sabía que
estaba haciendo de vuelta en Madrid con mis treintaipico bajo las tapas, charlando con
mi amigo de la infancia, volviendo a hablar el idioma que yo hablaba cuando niño. Alé,
Alé., decía Manolet en la plaza de frente al ayuntamiento,donde remontabamos
bicicletas invisible y risas de teveos, revistas e historietas. Después vendrían las niñas.
Las guapas niñas catalanas, y luego yo me iría por donde vine. Sin escalas, de vuelta a
un departamento a tres cuadras del obelisco. ¿Qué coño hacía yo esa tarde de chubascos
insufribles, platicando con mi amigo de la infancia, que hacía casi veinte años que no
veía?

No se. Simplemente. No se.

No me invitó. No lo dijo. No tenía que hacerlo. Un océano y una cultura nos


había distanciado. Dos continentes nos hicieron distintos. Pero nos conocíamos, y vaya
que nos conocíamos. No tenía que decir mas nada. Estaba todo dicho.

Cogemos el vuelo el viernes por la tarde. Que bus hombre, que te vienes por
aire.

Estaba todo dicho, dicho esto escampó la lluvia gris sobre Madrid, el cielo se
aclaró. La luna dio dos vueltas a la tierra, y luego de esas lunas estabamos los dos
nuevamente sentados, al lado, como en un bus de Barcelona 20 años antes. En un avion
de Iberia, veinte años mas viejos. Porque la juventud la habíamos dejado ambos en
nuestros hogares. Volver a Barcelona, para cualquiera de los dos era darnos cuenta de
que el viaje recién empezaba, y que los que viajaban no eran dos treitañeros que querían
llevarse a todas la minas de palma de Mallorca por delante, no; los que viajaban eran
dos nostálgicos, que podían vivir en las playas de Cadaques, el mas remoto viaje a
traves del tiempo y despertarse, de repente en 1980.

Isabel estaba hermosa, guapísima. Pensé. Lo pensé. No lo dije. Mama me


esperaría a almorzar. Ni bien regresara del colegio. Ni bien caminara aquellas cuadras, y
me metiera en el viejo apartamento del barrio nuevo. Ni bien subiera al trote los dos
pisos, cargando mi maleta de cuero, con mis libros de historia española. Con el Quijote.
Ni bien atravesara esa puerta, estaría mamá esperando. Sentada en su maquina de
escribir. Ocultando que llora. Lo pensé, pero no se lo dije. No valía la pena. A su papa
no le gustaba que anduviese con un niño, y menos extranjero. Lo mejor era evitarse
problemas. Manolet lo sabía. Él me había dicho. Me contó un día que su padre, que su
padre era de temer. Eramos niños, Manuel. Niños, que me haría el padre de Isabel. Si
solo ibamos a tomar un helado. Niños.

Eso no importaba. A nadie le importaba. Por alguna razón, cuando fuimos


creciendo, dejamos de escribirnos cartas. Y que nos ibamos a contar. El me contaría que
se salvó de la mili y yo le contaría que me salvé de la colimba. El me contaría que se
estaba enamorando de una chavala de La rioja, y yo le diría que había conocido a una
piba de Cordoba. No se, no tenía sentido. Seguir sabiendo el uno del otro, no tenía el
mas mínimo sentido.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Ni bien volvímos a Buenos Aires, Creo que hablamos una o dos veces por
teléfono. Y talvez al año el mandó carta para decirme que se mudaba a Madrid. Nada
de lo yo pudiera contarle de mi vida en las calles porteñas tenía sentido. Manuel no
conocía Buenos Aires mas que por relatos míos, de mis padres, mas que por fotos, mas
que por canciones, mas que por tangos. Manolet no conocía Buenos Aires. Y yo, yo no
conocía Madrid, mas que por cosas que mis papas contaban o los padres de manolet.

El juego fue divertido. Manolet se la pasó gritando. A mi el futbol, ni fu ni fa.


Sólo lo acompañé, en ese viaje. La ciudad era otra cosa. Era otra ciudad. Solo
reconocería la parte vieja, las cuadras de la catedral de gaudí. El resto. Otra cosa. Salvo.,
claro. El colegio al que yo iba. La casa donde habitamabos con mis padres. La calle de
la casa de Manolet donde a veces jugabamos, y la puerta de la casa materna de Isabel.

Manuel me contó, cuando caminabamos por aquel barrio, algunas cosas que yo
no sabía. El papá de Isabel. No era su papá, sino su padrastro. Me dijo su nombre,
prefiero no recordarlo.

Que no te enteras hombre, me repitió. Que el padre, no era el padre. Que era el
padrastro se fué. El padrastro se las tomó. Las dejó en banda
Luciano Galizia – Recuentos breves

Crónicas de voz en off


-Aquellos días los recuerdo de modo extraño- se confiesa Catalina. Andabamos con las
muchachas de mi edad, con la gente decente del centro, con Teresa e Isolda. Una de
esas noches nos habían invitado a casa de los Soler. Más no fuimos. La mama (así,
palabra grave) estaba enojada con nosotras. Días antes habíamos vuelto tarde.
Estuvimos en lo de los Sarratea a puro Vals, y se nos hizo las mil y quinientas.
Aquella tarde me aburrí del piano. Tocaba una pieza después de salr de la Academia, la
tocaba en mi mente, la pensaba. Era un cielo. Podría tararearla, pero no quiero, han
pasado ya muchos años. Ya no soy esa muchacha. Se confiesa.

Catalina Ramirez bebe un mate recién cebado. Un hombre de gafas y sombrero


aprovecha la pausa para escibir una notas con su pluma. No la mira. Se concentra en sus
anotaciones y teme que se le escapen. Tanto teme que se le escapan finalmente.

-¿Perdón me dijo que todo transcurrió en lo de los Soler, no es así? Estamos hablando
de la casona que tenían entonces frente al cabildo, no es así?

- Claro- rememora. Todo estaba frente al Cabildo entonces. Usted es muy joven. Se nota
que ha leido. Todos viviamos por allí, algunos no, pero casi todos. Piensa.

-Bueno Señora, creo que es todo por hoy. Mañana vuelvo a pasar y continuamos el
dialogo. ¿Le parece?

-Claro Domingo- cuando guste.

II

Catalina Ramirez, mujer ya vieja que vive como en otro tiempo, y hasta en otro espacio,
ve irse a una sombra robusta y joven del otro lado de la recámara. Las luces de los
candiles elaboran sombras de figuras maquiavélicas. Como en la caverna de Platón, hay
una sombra que ilumina un mas allá, y hay un después que revela un antes.

Todavía recuerda los versos adolescentes Doña Ramirez..."mustio labio de cielos grises
arroba sin día ni peso propio...". Se le descalabra la rima en el recuerdo. Se le mezcla
con cosas que escribió ayer, apenas ayer. Se le hace añicos contra el alfeizar de mármol
detrás de la ventana que da a la calle. Espera que vengan a buscarla los recuerdos
jóvenes encarnados en ese muchacho que día a día la interroga, o la deja hablar. La piel
arrugada como los papeles que guarda como tanto recuerdo. La mános frágiles pero aún
vivas y el rodete heroico de otro tiempo.

-Soy de otro tiempo- piensa. No le queda otra. -No tengo remedio- susurra. Me quedé
en el tiempo.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Y se acuerda de cosas en silencio. En la habitación de la calle Vieytes, aparecen sus


nietos y la saludan, a los gritos. Devoran una alegría sin prisa.
Son casi las doce, piensa. Es hora de irme.
Quieta en su sillón que desde hace años es su sillón, se levanta el vestido blanco
indemne y da unos pasos muy lentos. Hay festejos en la calle. Se le confunde si es
carnaval o son las fiestas mayas. Sólo sabe que es tarde y que el día se le ha rehecho con
recuerdos antiguos. Casi de otra vida. En la mesita deja un librito encuadernado con una
tapa bien dura que dice "Amalia". Igual que Amalia, Catalina alguna vez se enamoró.
Mucho. Alguna vez, muchas veces.
- Yo tuve una vida antes de esta vida, sabe joven- piensa. En la calle se escuchan ruidos
de tambores. Añora su piano, ese que odió a regañadientes cincuenta años atrás.

Catalina Ramirez de aqui. Catalina Ramirez de allá. La señora Catalina Ramirez esto o
lo otro. Se queja y piensa en quejarse. Pero no lo dice. La llave apoyada en la mesa es
levantada por una fuerza sobrenatural y es tomada por sus manos. Hipólito, el nieto mas
chiquito, todavía estaba revoloteando por el pórtico y la ve venir. Le grita, como
llamandola a un juego. Ella no responde mas que con un gesto lento e indefinido de su
mano derecha.
Le parece que las cosas pasan lentas, o que no pasan. Pero pasan vidas en esas cosas.
Le pasan y le pesan. A usted que lee ahora esas líneas escritas en la Gazeta que
rememoran la vida y obra de Catalina Ramirez, la inmortal, le parecerá que es cuento
todo. Tal vez lo sea. habrá que averiguarlo. Vaya este cuento, como un cielo o como una
zamba que aún no nace, para Catalina Ramirez, la montonera.

III

-Lo voy a aburrir con mis cosas- le susurró al oído.


El mas chíco de los jóvenes Soler, se reía sólo. La escuchaba y se reía solo. No reía ni
de miedo ni de gracias, reía de espanto. Era temprano ese día y ella salía de la Academia
como todos los martes. Caminaba por las callecitas verduzcas y hediondas esquivaba los
charcos, saludaba a todo el mundo y llegaba a la casa donde su madre, la Matrona, la
esperaba, inquieta, esperando mas que no hiciera correrías que a su hija misma.
La mama, si, la mama, la esperaba en la cocina con la criada. La última de las esclavas
que pisó con ese título, la ciudad de Buenos-Ayres.
Ese día Catalina desvió su rumbo unos metros y en lugar de entrár por el enorme y
pesado portón, dobló por la esquina y se metíó en la fonda. No le avisó a nadie que iba
allí, salvo a aquel que la esperaba sentado en una mesa, que discutía con el mesonero
fervientemente.
Se trataba de un hombre apuesto y que llevaba algo parecido a un traje de gala que
desentonaba con el lugar.
Se saludaron a la distancia, con un gesto cómplice, sin el sobresalto de esperar mirarse.
Ella traía unas partituras nuevas, una cosa rara que estaba estudiando. El, andaba con
libracos también novedos, del derecho de las gentes. Tenía el cabello enrulado, él,
tirando a largo y una barba descuidada. Tenía el cabello atado, ella, tirando a castaño, y
una mejillas rojas de tan blancas.
Se sentaron enfrentados, en el tablón, como desconociendosé. Enderededor era todo un
bullicio. La fonda cobraba vida a esas horas.
-Mañana me voy- Dijo el mirando su libro.
Luciano Galizia – Recuentos breves

-Pero vuelve- Como siempre vuelve, le retrucó.


-No se, nadie lo sabe-
-Yo lo sé- reflexiona.
Lo bueno de estar acá es que nadie nos busca piensa ella y lo mira, de refilón. Él, que
entiende mucho el leguaje de gestos, la sorprende con un no rotundo al mover la cabeza.
Catalina se extraña. Frunce el ceño. Le pide una explicación, le suplica encarecidamente
alguna explicvación con la mirada porque ese gesto le devora las entrañas.
Soler, calmo. Saca de su bolsillo una pluma y anota unos garabatos en el libro que lee, y
se los muestra. Catalina primero se ríe, después se sonroja y por último se asusta.
-Por fin el gallego trae el café- Bromea él. Cortando el susto.
Mientras el mozo se acerca a ellos y deja el brebaje.
Se escucha una campana.
Es tarde para mí, dice ella. Para mi es tarde hace rato, retruca el, con buen tino.
Ella le besa la mejilla en tono de despedida evitando rozar con su boca la barba
polvorienta.
¿Perfume francés? Pregunta el.
Me lo trajo un amigo, un regalo.

IV

Si por un instante me alejara de esos días, creo que los entendería mejor. Confiesa.
Esta vez en voz alta. Como si algo le hubiera cambiado. El semblante frío, agotada,
extenuada, Catalina habla y habla; ya no es ella.
Pero no me puedo alejar. Me quedé ahí. Soy esa Catalina, no ésta. ¿Me entiende joven?
El joven hace como que sí. Pero no, no puede. Lo entenderá recién cuando haya pasado
los cuarenta si es que llega, si es que la patria lo deja. No entiende. Pero le miente. Le
dice que sí. Se hace pasar por viejo, por sabio, por zorro, por diablo. Tiene mañas el
Cuyano.
....
....

Que va a entender usted, es muy chico. ¿Que edad tiene a ver? El calla, el que calla
otorga. La suficiente pero no la necesaria, le remata. Y ella cede. No sabe aque pero
cede. los noventailargos en el milochociecientossetentaialgo son como mucho, como
demasiado. Ya excede el vejestorio, se pasa de ello. Es como un museo viviente : un
fósil.

El quería ganarse su corazón para que ella le contara el amorío. Lo que no sabía el
cuyano es conocer los detalles de ese amorío, implicaba indefectiblemente meterse en
otro : imposible.

...
...
...

Se despierta y sonríe. Le toca de nuevo visitarla, a ella a la inmortal. Cada día una
novedad. Ella que en sus ojos guarda los secretos de la patria. Ni Thompson, ni
Luciano Galizia – Recuentos breves

Azurduy ni Gorriti, nadie despliega los secretos heroicos de la tierra como Ramirez.
Dicho así, suelto, el apellido solitario, desconociendo la procedencia, rememora en su
mente a un barbudo caudillo de la de Entre-Ríos, Pancho. Con quien el joven periodista
no tuvo el gusto pues el caudillo tuvo la displiscencia de morirse medio siglo antes. Se
despierta y sonríe. Llueve a cantaros en esa Buenos-Ayres fría y húmeda y polvorienta y
llena de barbarie. Pero el ríe igual. ¿Se habrá enamorado de un fantasma? Lo piensa,
pero no se lo creé. Se acuerda del sol Sanjuanino. Y se pone a llorar. Santa Rosa,
piensa. La puta que lo parió.
Vive por unos días en la casa de un amigo que es el que le consiguió el trabajo en el
diario, bajo el mote de cuyano, dia tras día rebusca historias en los vericuetos de esa
ciudad que va creciendo. Putea por lo bajo. Porque llueve.
¿Que tenés con la vieja? lo interpela su amigo.
-No te lo puedo explicar. Es como un viaje al pasado. Como una fantasía. Su amigo,
sentado en la mesa se sonríe. Le alcanza un mate con azucar, labrado.
-¿Yerba paraguaya?- ¿Donde conseguiste? Un amigo, la trae de Asunción. Ahora que
estan las cosas bravas, vos te traés esto.
-Pero es rica, que va a hacer.
Todo tiene un secreto, mi amigo.
-José! me tengo que ir a visitar a la doña. Después la seguimos.
Cuando guste.

VI

Escribió el cuyano una vez...

Todo empezó una tarde con un libro de Gorriti. Si usted no sabe quien es, a buscarlo se
ha dicho. Yo no escribo esto para avivar giles. Me entusiasme con una de sus historias.
No fue hace tanto, esos libros se editaron hace poco. Gorriti vive en Lima. Pero escribe
de esta cosa rara que es Buenos-Ayres y de la patria y eso.
En uno de los cuentos que nunca se publicaron, Gorriti cuenta una historia, extraña,
como todas las suyas. No hay guerra en esa historia. Tampoco hay amor. Nunca se
publicó, a mi me la alcanzó José. Nunca se publicó...
Y ahi fui a buscar, a hurgar y aparecieron pistas. Y parecía algo lindo para ser escrito.
Y llegue a la casa de Ramirez. i el resto ya lo conocen.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Palabras Menores
Descansa el respiro con la impresión exacta de que no hay vuelta atrás. Deshojados los
pulmones hirientes, resiste el deseo a imponerse solo, solitario, como soldado de
batallas mudas. Y no hay vuelta atrás. Inspiro, aspiro, respiro, inhalo, expiro. Después
rezongo. Soy un nene. Rabietas extremas. La fría casa de mis papis, helada de
madrugada y asfixiada de tarde me resuena como un disparo lejano.
Hay guerra, le digo a mi compañero. Hay guerra allá afuera, le repito. Me mira,
desolado. Pretende escuchar palabras que no dije. No las escucha, porque no las he
dicho.
Me cuenta una historia, con los ojos, con la palma de los ojos mustios me relata su vida.
No persisto en entenderla mas que lo que puedo. Me limito a escucharla cuanto puedo,
mientras tirito de recuerdos y pienso en la muerte sonriente. Siempre la muerte
sonriente.
Años mas tarde, una madrugada vacía cuando los nietos de la vida se hayan hecho
hombres, y cuando los hombres se hayan hecho niños de nuevo, caminando por un
parque plácido repleto de pastillas de colores pálidos, un disparo allá afuera (afuera) me
trajo como un olor a mierda atroz, aquella historia.
Me la trajo como por partes, desmembrada por entregas. Se me aparecieron esos
fantasmas que a mi me gusta creer que los imagino. Pero se que no. Me la trajo un
disparo confuso. Me la trajo la traición. Como me la trajo, se la llevó. No te la puedo
contar. No vale la pena.
-Hay una guerra-, me dijo.
-Me quiero morir-
Luciano Galizia – Recuentos breves

Animal
"Mamá no quiere dar a luz a un niño porque dice que va a salir a matar por las calles
con sus manos"
Emilio del Guercio.

-Que lo parió- Piensa.


Se arregla el bigote. Se sonroja en silencio y sigue arreglando el artefacto. Lo
toma con sus manos enormes. Lo despelleja un poco. Lo atornilla, le saca brillo. Lo
enmienda y lo acaricia. Le descubre partes que desconocía. Botones que disparan
mecanismos inconscientes. Perillas que lo hacen gritar. Lo mira fijo. El artefacto cobra
vida. Se mueve solo.
-¡ Que lo pario!- Ahora lo dice. Casi en un susurro confidente. En la habitación
no había nadie mas que ellos. Julián, el artesano del sonido y aquel artefacto animado
que no tenía nombre. Ni bien lo dice, una de las partes móviles del objeto que aún Julián
contiene entre sus manos, se mueve sola.

La sorpresa de Julián con pose de madre cuyo hija sorprende con una nueva
mueca, una nueva palabra, se transmitió con un gesto en sus ojos, sus bigotes y su boca.

- Que te parió, che - grita Julián. ¿Porqué no te quedarás quieto?


Luciano Galizia – Recuentos breves

El naufragio

Imagine.
Sólo hay una forma de naufragar luego de haber llegado a la costa. Volver a
lanzarse a las aguas. Podés elegir. Siempre (o casi) podés elegir. Aferrarte a la costa o
volver a brazear.

No hay ninguna otra manera de conocer el naufragio que no sea desconocer la


certidumbre de pisar suelo firme al menos un rato. Al menos una certidumbre que sea
útil para mirar mas alla de la costa y darse cuenta que no toda tierra firme es tierra ni es
firme.Ni hablar de que no todo naufragio es la no certimbre de estar sobre tierra. El agua
que protege tambien ahora. La misma cavidad acuática en la que estuvimos flotando por
un año lunar, no es muy distinta del recipiente inmenso en el cual decidimos ponernos a
prueba al menos por un rato en cuanto dejamos la costa. Podemos flotar, claro. No por
siempre. No hay manera de flotar por siempre. Hay que brazear. El año lunar termino
hace rato y los pulmones ya no respiran la misma sustancia. Hay un líquido espeso
detras de todos nosotros. HAy un fluido que nos envuelve y aunque lo neguemos,
naufragamos en el hasta que tocamos costa. Porque no hace falta estar en el líquido para
naufragar. El aire tambien confunde, desorienta, maréa. No hace falta la marea para
perderse en las aguas profundas y perder de vista la costa. No sólo marea la marea. Este
aire que me rodea tambien marea. Tambien soy naufrago en este aire, cuando la costa
desaparece.
Imagine. O mejor, respire, y maréese. Hasta que la costa de este aire infinito sea
invisible y pierda la noción y gane una noción.

Hay peor naufragio que el inesperado: El que nunca se comete.


El mejor naufragio aparece cuando despues de dar vueltas, volvemos a la costa, nos
aferramos a la superficie y podemos contarlo.

El peor en cambio es el que es invocado y nunca sucede. No se produce. No


existe.Claro, dira usted con toda la razón posible: Si no existe, no es naufragio, será otra
cosa.
La peor cosa entonces es (imagine) un naufragio inesperado que nunca llega,
porque no podemos dejar la costa.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Días sin flores


Los días son a veces flores, a veces espantos. Las tardes, cansadas de fin de
semana de estar en casa tranquilo, se cuelan por los agujeros de toda la ciudad y se
desparraman como el agua se desparrama sobre el agua. Los pájaros, tordos, calandrias,
zorzales cantan desde lo lejos. No es una imagen detenida. No es un estudio de las
formas azarosas, es la realidad, la que llama, la que convoca a la mesa. Después o
durante un desayuno, por detrás de una llamada telefónica, mientras miramos la
televisión, mientras oímos la radio, mientras tomamos mate. En el jardín, las sillas se
sientan sobre si mismas y esperan la comida. Mientras tanto, que los niños juegan con la
música de sus palmas y con los remolinos de colores que se acurrucan en el suelo,
algunos de los visitantes golpean a la puerta, con el jolgorio vital de los niños pequeños.
En otras casas, en otros jardines quizás suceda lo mismo, quizás los encuentre la tarde,
el mediodía, el sol o la lluvia en la charla sobre la mesa. No es infinito el acto, sólo se
repite un puñado de veces, muchas, incontables, pero lejos de la infinutud. Porque la
infinitud haría incomprensible tal ritual, porque tanta memoria apelmazada en lugares
comunes haría, sin dudas de esos lugares un atajo hacia millones de habitaciones, como
cajas chinas, como muñecas rusas.

Hace un rato me preguntaste si todo estaba bien, si me sentía bien. Dijiste que
me veías pálido. Te dije que estaba todo bien, que seguía concentrado en el trabajo, y
que vos sabés como me pongo cuando me concentro, no? En realidad, acá, entre
nosotros, en esto que a veces parece una carta, o una confesión, no se si vos sabes como
me pongo cuando me concentro. Es sutíl la diferencia, pero sólo sabes lo que digo. No
lo que me pasa, pero después de tantos años uno empieza a confiar en que dice lo que le
pasa, y claro en este caso, estoy concentrado. De eso no hay duda, si vos me acabás de
decir que estoy callado, que miro al techo cada cinco minutos, que me río solo, que
frunzo el ceño ni bien dejo de reirme. Creo que te convencí, aunque es cierto que eso
nunca se sabe. Confío en eso como una forma de tranquilizarme, y al rato acepto el te de
tilo que me ofreces.

A regañadientes dos benteveos se pelean por algo que desde acá parece una
lombríz, pero que podría ser cualquier cosa. El té estaba caliente, lo dejé en la mesa un
rato para que se enfríe y el rato pasó demasiado rápido, y ahora el té está demasiado
frío, y no tiene sentido tomarlo. A veces parece que narrar todo en la cabeza, instante a
instante, hace pesada toda la cosa. Como si todo fuera más lento.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Despertando Ciudades

Tal vez en un rato amanezca en esa ciudad, pensó. Miraba una ventana que daba
al patio que daba a una ligustrina que daba al patio de otra casa. Se le ocurrió pensar que
hoy no habría amanecer posible en esa ciudad. Al instante un ruido lo despabiló, lo
devolvió a la realidad y se percató de que se había empañado levemente el vidrio de la
ventana. El ruido venia de la cocina, ese lugar pequeño pero cálido de la casa donde
habitaba durante largas horas del día esa persona que había dejado de ser hace tiempo su
mujer. Él la adoraba, es cierto, lo decía. Lo decía en público, en las reuniones, se lo
decía a sus amigos con los que compartía algunos whiskeys, se lo decía a su almohada,
pero no se lo decía a quien debía decírselo. Mara estaba terminando de lavar la vajilla
que hasta hacía un rato había estado sobre la mesa, bajo la comida, que ahora estaba
desparramada por sendos estómagos, razón de sobra por la que a ambos se le cerraban
los ojos y les agarraba modorra.

No hace falta soñar en este amanecer que no existirá para darme cuenta que en
cuanto el sol salga por el este, detrás de los cerros, detrás de todos los cerros, será
devorado casi sin asco por una piara hambrienta que duerme bajo el pedregullo. Se ve
que la abundante comida le trae estas ideas. Y mientras se duerme junto a la ventana
empañada se le ocurre pensar que si en esa ciudad (su ciudad, como él la llama) no
amanece, entonces no amanecerá en ninguna, ya que ese sol es único.

Mara se empezó a dar cuenta de su fiebre cuando empezó a escucharle decir


palabras que no se le entendían, balbuceaba frases en las que el vocablo ciudad era
deformado de forma tal que atravesar todos los estadios de la evolución de la palabra.
Como si cambiar la palabra modificara lo que el quiere decir al nombrarla, como si
mutar la palabra matara a quien la nombra.

Nunca más amaneció en su ciudad.


Luciano Galizia – Recuentos breves

No olvides que una vez tu fuiste sol


“Déjate llevar y vuelve a ser jinete"

Amanecerás cuando te permitas mirar mas allá de la noche. Despertarás cuando


te escapes de ese sueño. Madrugarás cuando entre lagañas alcances a mojarte la cara
con el agua fria del fuentón que está detras del mueble. Después pensarás que este es
otro día mas en tu vida y lo empezarás como si así lo fuera. Verás a tu padre en la
mañana, besarás a tu hijo en la frente, le dirás a tu esposa que la quieres como nunca,
masticarás un amargo hervido sin mas esperanza que te despierte un centímetro más,
que te separe del suelo, que te reviente las sienes. Te aprontarás hacia el trabajo, mas
tarde que nunca, porque tenés una fiaca del tamaño del obelisco. Haces de cuenta que
no conoces a nadie cuando salís a la calle. No te hace falta mucho. Es cierto. No
conoces a nadie. Son las caras de los vecinos que como vos, se levantan y salen en
piloto. Automático. Pispeás el periódico cuando en canillita lo guarda entre sus manos.
Lo hacés sin saber porque. Simplemente no te importa. Cruzarás la calle desprevenido y
ese carro te llegará de repente a contarte las mas temibles historias de choques. Después
pensarás por un instante que eso ha sido todo. Y que no queda mas noche que la última
vez que le viste los ojos a ella, la que te mira desde el otro lado del vidrio con un grito
de desparpajo y alegria. Ya no tengo miedo, pensarás. Estoy sólo pero muerto.

Escuchas un timbre. No es el recreo, ni el teléfono.

Es la vida que te llama con sonido de despertador eléctrico.


Mierda, pensarás.
Estoy vivo.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Una chica de musa

Levanto la vista. Ella duerme. Me pongo a escribir esto con la cabeza en blanco.
Cualquier oportunidad perdida se transforma en tragedia, entonces prefiero ser
inoportuno y no despertarla. Hace horas que duerme, ella que casi nunca puede dormir
óla, que casi nunca apoya su cabeza en una almohada vacía. Todavía tiene humedo el
pelo, pesado que cae sobre una de sus orejas, la que escucha los ruidos de la calle, y de
mis dedos escribiendo rápido y agil sobre el teclado.Me pregunto si puede la musica de
las palabras despertar a alguien de lo mas profundo de sus sueños. Bajo la vista, nada
parece haber cambiado. sin embargo escucho (mientras hago una leve pausa en mi
teclado) el sutil rozar de las sábanas contra la piel cansada, contra la ropa arrugada,
contra la piel arrugada por la ropa arrugada, contra la ropa cansada por las sábanas
cansadas.Se mueve un poco mas, una pierna, un brazo, tuerce la espalda, cuatro uñas de
mano derecha arañan una region de jean, una parcela de piel, el brazo cae en peso
muerto sobre el colchón.Se detiene, ya no hay roces, pero aún emergen ruidos de las
sábanas. Levvanto la vista y ya no la veo. Son ahora sábanas nada más. Dejo de escribir,
me distrae. Esos ruidos no son ni puntos ni comas ni onomatopeyas, no los puedo
escribir, no son nada.

Miro alrededor, no veo nada, miro la página, nada. Me voy a escribir a un bar -pienso-.
Mi musa me distrae.

Beso la sábana.
Salgo por la puerta.
Me voy a pedir una muza chica -medito, bajando los escalones.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Tarde en el cuerpo
Decir siempre lo mismo, decirse siempre lo mismo, hacer decirse siempre lo
mismo es una de las tantas formas de grabar a fuego en nuestra propia historia algunos
pasajes, historias, pensamientos o frustraciones. No se bien que pasa cuando siempre
sentimos que decimos lo mismo, no se que pasa cuando lo siento yo, cuando lo siente
ella, y sin embargo, nos dice, me dicen, le digo, que no, que no es lo mismo, que no es
lomismo decirlo hoy que decirlo ayer. LA sensación es como la de quien espera siempre
el mismo tren, el tren de las ocho y cuarto por ejemplo.¿YA pasó el de las ocho y
cuarto? ¿Ese que se fue es elde las ocho y cuarto? Para que pregunto si igual no tengo
reloj, ¿me importa que sea el mismo tren? ¿Me importa llegar a horario? Hagamos de
cuenta que me importa. El tren de la misma hora es el discurso repetitvo, lo que
transucurre una y mil veces en la vida, lo que decimos que elegimos.
No puedo esperar, y espero. No puedo postergar y postergo. Siento y espero que llegue
esa carta, ese mail, ese mensaje, ese tren. Ese tren me lleva, y circunstancialmente me
trae.Tomarlo es postergar otra cosa, escribirlo es postergar otras tantas. Pero ni yo
manejo el tren ni yo hago la llamada.
Por más que uno diga, el resto siempre pide cosas. Directa o indirectamente te
andan pidiendo millones de cosas sin que puedas darte cuenta. Y lo que piden se mezcla
con lo que digo, y lo que digo se mezcla con lo piden. Y a fin de cuenta termino sin voz
para llamar al tren, y lo espero y no lo llamo. Y quizas lo que piden es sencillo. No se si
digo siempre lo mismo, pero a veces parece que me repitiera siempre las mismas
demoras, que me reprochara los mismos itinerarios, que me enredara en las mismas
frases para aceptar la demora.
Empiezo a dudadr de querer tomarme ese tren o no. Es mentra que no tengo reloj, Se
muy bien que estoy en hora, que nunca es tarde en el cuerpo.
Luciano Galizia – Recuentos breves

La peluca de la nada
“El que te ama no te nombra,
corazón de luz y sombra…”
Jorge Fandermole

No tenés excusa- le sugirió ella. Ya no tenés más excusas. Después de todo, la


única excusa que te viene bien es la que nunca cumplís. Al instante revolvió una vez
más el café y sacó un álbum de fotos con imágenes de sus viajes a la provincia de Santa
Cruz . Hurgó un rato, con la mirada fija en los paisajes, dando vuelta las hojas una a
una, con la velocidad justa y el tiempo preciso como para que se le imprima en la boca
una sonrisa, que persistía por un par de fotos. Miró fotos hasta que se le petrifico un
segundo la cara y luego reaccionó. Se peinó como para disimular. Ya no tenés excusa,
volvió a decir. ¿Qué le vas a decir? ¿La vas a llamar algún día?
En la foto se veían tres personas adentro de una carpa azul. Se les percibía el frío en la
cara, sin embargo todavía se reían, todavía estaban contentos.
¿Es raro vernos sonrientes, no?, preguntó ella insistente. Acá habíamos vuelto
del cerro ese que vos querías escalar y se nos había hecho de noche. ¿Nos cagamos de
frío, te acordas? Ni se de que nos reíamos, pero la pasábamos bien. A veces me parece
falso, como una foto que le pasó a otro. Como si no tuviera sentido que nos riéramos de
nada. Pero se vé que en ese momento no nos dábamos cuenta, no sé. Se volvió a peinar,
todavía tenía humedo el pelo negro. Se lo ató hacia atrás, haciendo un gesto con los
labios, con sus brazos extendiéndose y doblándose para alcanzar las mechas de palo
negro que se iban intrincando en la gomita de pelo que seguramente iba sacando, en una
maniobra casi única, imaginando de memoria la forma de su cabellera, haciendo el
gesto irrepresentable de girar los ojitos un poco y entrecerrarlos para imaginar mejor lo
que pasa allá atras de su cabeza. Te queda muy lindo el pelo así, recogido, se te ve más
la frente, se te notan más los ojos ¿No te lo dicen?, preguntó el. ¿Quién? Quién me lo va
a decir? No se, piba, vos sabrás. Vos tenés quien te lo diga. El que me lo tiene que decir
no me lo dice. A decir verdad, dice muy poco. Dice Hola, dice Chau. Más Chau que
Hola. ¿Te diste cuenta que no sabés volver al pasado de la misma forma que volvés
cuando charlás con una persona que hace siglos que no ves? ¿A vos no te pasa, negro?.
Así que el que te lo tiene que decir no te lo dice. Se rió espásticamente, volcando el
vasito de agua casi vacío que acompañaba al café. Se rió mezcla de nervios y de pensar
que el también era el que tenía que decir algo a alguien. Tocado por una frase rota.
Desvalijado. Preso el negro de tener. Así que el que te lo tiene que decir no te lo dice...
suena gracioso. Aclará, ¿Por qué "tiene" que decirlo, porqué es "él" el que tiene que
decirlo y no otro u otra? Negro, no jodas, hará mucho que no nos vemos, pero nos
conocemos, esas cosas no se explican. Yo quiero que me diga él y no otro. ¿Lo de los
otros no cuenta, entonces? Todo es el, y la nada ehh? Que triste -remata el Negro
mirando hacia abajo con el cuello torcido sobre la mesa y haciendo que no con la
cabeza.

Cuesta acostumbrarse, contesta Lucía. ¿Al pelo? bromea el negro. Al pelo


también, responde ella haciendosé la que no entiende el chiste. Viste como cuando te
cortás el pelo que algunas mañanas te levantás y te querés peinar, y te das cuenta que no
Luciano Galizia – Recuentos breves

hay nada. Con él es lo mismo. Te levantás unas mañanas, lo querés abrazar y al rato te
das cuenta que no hay nada para abrazar, el tipo está, ahí, pero corto, no lo podes peinar.
Y más te pasa y más bronca, entonces más él se hace todo. Hay un momento en el que
es todo él, pero despues una tiene que acostumbrarse. Igualito que el pelo.
Al negro se le cortó el chiste de un tijeretazo. Se dio cuenta que a él le pasa lo mismo.
Que su ella, está bien lejos de ser su ella.
Lucía le pidó un segundo para ir al baño. Él la vio irse por el pasillito hasta que doblaba
hacia el baño del bar de Lavalle.
No tenés mas excusa, negro. Se dijo, por lo bajo. Tendrás que llamarla. Pensó, mientras
revolvía pasado corporizado en fotos de una vida, ya ajena, tan ajena como ella. Como
una peluca.
Luciano Galizia – Recuentos breves

El mate nuestro de cada día


Este mate no es mío, es prestado. Esto que tengo entre las manos, que miro de
reojo, que le ofrece calor a la palma de mis recuerdos, no es mío. Me lo cebaron hace un
rato, todavía no me lo han pedido. Es cierto, me conocen un poco y saben, saben muy
bien (tan bien como sabe este mate) que me tomo mi tiempo. Que me lo tomo con
tiempo, me tomo mi tiempo porque es lo único que es mío, el resto no. Ni calabaza, ni
yerba ni palo ni bombilla ni termo tengo ni fuego ni nada ni pava, ni porongo. Cada
tanto me parece que se olvidaron que en verdad no me pertenece, que se olvidaron de
que lo tengo. Mientras se va lavando, me voy dando cuenta que no se olvidaron del
mate sino que se olvidaron de mi. Y que lo que se lava no es la yerba sino la memoria, y
lo que me tomo no es el agua con sabor a mate sino el tiempo con sabor amargo.

A veces se me rompen los ojos enfrente de la pantalla. De mirar letras mías y


ajenas. Se me rompen hasta que me doy cuenta que ya venían rotos. Otras veces los
cierro y se me rompen cerrados, como pasa cuando sueño, como si los párpados fueran
los corchos de una botella a punto de estallar, con presión o sin presión, ebullición
instantánea. Los cierro mientras escribo, y es casi lo mismo, estallan. Todavía no se si
estallan porque lloran o si lloran porque estallan. Al rato los abro y el mate ya no existe,
ya no está. No se si se lo han llevado, si lo han retirado, o si nunca estuvo. O si estuvo
sólo en esta pantalla. No sé. A veces no se si las ventanas en las que que creo escribir
corresponden a lo que ellas mismas me hacen creer que son. Alguien me presta su
ventana por un rato y yo le presto una ventana similar del otro lado. Entre un espejo y
esto hay sólo una diferencia, el reflejo. Lo que pasa es que estas ventanas que me
prestan no reflejan, tan solo recrean reflejos que ya existen. Ya no me prestan orejas,
ahora me prestan ventanas.
Luciano Galizia – Recuentos breves

(sin título)

Detener la mirada. Una sola mirada puesta en una sóla cosa. Ya. Ya mismo, mientras el
tiempo pasa y mientras lo que veo pasar son esos dedos tuyos en una cinta de video que
grabamos hace años. Tus preciosas falanges blancas y casi transparentes con dos anillos
en el anular. Detengo la mirada un rato micrométrico en tu mano vacía, y de golpe tu
mano agarra una copa de cristal, una copa de vino con vino en su interior. La agarra y tu
boca casi transparente, translúcida la vacía boca vacía la copa en un instante. Stop.
Cinta detenida. Un anhelo viejo que se mete al freezer. Empiezo a sospechar que aún no
he dejado de quererla. De pensarla, como se piensa un ritual. Creo que todavía la quiero
porque todavía la puienso como un ritual. Su copa de vino como su ropa como su olor
como su forma de decir adiós. Como su rostro en el espejo ni bien se levantá con su cara
de no querer a nadie. Creo que todavía la quiero porque extraño esos rituales. La cinta
escupe una frase, una imagen, miradas en ocho milímetros que en algún momento tuve
de ella. La detengo y pausa.
Se levantó temprano. No quizo decirle a donde iba, estaba apurada, no quería hablar, se
lavo muy rápido la cara, no se bañó, cosa rara en ella y decidió que lo mejor que podía
hacer era quedarse en silencio dos segundos en la cosina, mientras el agua llegaba a
hervor. Había dormido poquísimo pues se hábía quedado leyendo.
Ni bien preparó el mate se cebó uno muy largo, apagó el fuego e hizo un llamado
telefónico desde el pequeño estudio a oscuras que está al lado de la cocina. No prendió
ni una luz. Esquivó de memoria losmueblecitos con los libros, un sillón y un
portacompacts enorme repleto de discos.
Discó un número largo en el teléfono que desprendió una melodía que hubiera
despertado a cualquiera, mas que por el volumen, por la repetición de tonos. La
cocofónica combinatoria numéric, el ostinato en el hemisferio izquierdo, pa-pa-pi-.Hola.
Habló poco. Monosílabos. Algún bisílabo le surgió de la risa tímidahija del temor a ser
escuchada. Clack (con fuerza). El clack también hubiera despertado a cualquiera. Se
vistió en silencio, en el estudio, se miró en un espejo a oscuras, se peinó los rulos
azabache. Volvió a la cocina, se cebó otro mate. Corrió en silencio hasta la puerta,
escribió algo en un papelito, hechó un portazo. El ruido del ascensor.
Al otro día hizo lo mismo. Salvo por la diferencia de que habló un poco mas de tiempo
y además se bañó. Como si alguien la esperara. Al tercer día M no volvío a esa casa.
Practicamente dejó todo lo que allí había.

Era cuestión de esperarla. Sólo de esperarla. Nos habíamos querido tanto. No puedo
imaginar que su rostro blanco haya desaparecido. En la estación Urquiza, hace como
cuatro años, o quizás más. O aquel día en el recital de la bandade Rock que ella seguía
como una adolescente. No importa cuando, no importa que cajón revuelva o que foto o
que canción escuche. Todas me dicen que volverá.

II
Luciano Galizia – Recuentos breves

Una mañana como cualquier otra. Tres días después de enterarme. Casi dos noches en
vela. Una de ellas sin siquiera intentar acostarme. A la mañana siguiente, estaba
sentado, mirando el amanacer que había pasado hace un rato, abrigado en una campera
que sólo me abriga del frío pero no de este tremendo hielo que tengo. Esperaba el tren
sin esperar mas que un tren, un transporte, algo que me desplace cortando la ciudad en
dos pedacitos, casi como me cortaba a mi en dos pedacitos ese hielo. Esperaba y sentia
el olor a pasto y a rocío. Casi no escuchaba nada, sólo una voz interior que me
preguntaba cosas. Yo Braulio, había llegado tarde o temprano a esto. El tren estaba con
demora. La demora era un incentivo para salir corriendo y nunca llegar a la hora. Ni
bien pienso esto me doy cuenta que no la llamé y que me dijo que la llame en cuanto
sepa algo nuevo, alguna novedad, algo que mereciera que hablemos un rato. Se ve que
no tenía ganas de hablar. Se ve que no tenía ganas de contarle nada. Sino no me hubiera
olvidado. No suelo olvidarme de esas cosas pendientes. Se me quedan en la cabeza,
usted sabe. Se me quedan dando vueltas un rato hasta que las cumplo. Pero esta vez no.
No me quedaba claro si no quería que ella se enterara o si simplemente no quería ser yo
el intermediario de tal cosa, ser el mensajero de la información de la tragedia.
Evidentementes, sospecho que no simplemente no quería hablar de nada, sino
probablemente la hubiera llamado para ir al cine o a un recital. Lo inaudito termina
siendo tan normal, que esto que ahora me parece natural, esta sospecha que tenego de
mis actos, no se acercan ni un poquito a lo que hace unos días me hubiera parecido
insólito. Al ratito pensé, "puedo estar tranquilo, yo no maté a nadie, nadie murió". Casi
como un mensaje instantáneo, comenzó a sonar la campanita del tren, lentamente
comenzo a descender la barrera, y casi en un segundo el bólido metálico estaba ante mis
ojos, abriendo sus puertas. Todavía, pensé. Y subí. En un ratito estaba en un punto
distante del punto inicial, sobre la recta que divide en dos a esa ciudad como a mi.

III

Se calla. Alguna de las voces tranquilas detrás del aparato infernal que él, el tipo, me
habia traída hace unos años, se calla cada tanto. Son muchas las voces y van cambiando
segun la temporada, la estación del año o el clima de la calle. Y sin embargo no se hace
sentir aquel silencio cuando es la voz de esa mujer de azul la que recuerdo irse a veces.
Aunque la memoria a veces juegue con las voces del futuro y les haga decir cosas que
en el pasado nunca han sido, puedo estar seguro de que todo lo que las voces dicen
desde su lugar, alguna vez lo han dicho.

Vuelvo tarde, porque volver temprano a la casa parece aumentar el hastio de que lo que
hay que hacer en el tiempo restante sobra, y yo siempre termino sin hacer nada. En
cambio tengo la sensación, una sensación empírica digamos, de que cuando uno tiene
menos tiempo es un poquito mas eficiente para hacer las cosas. La mesa esta revuelta,
las cosas de la mañana siguen en su lugar y la ventana sigue abierta. Un diario viejo, un
lomo de libro asustado, y algo de la comida de la mañana sola allí. Esperando ser
devorada. Mientras tanto la voz esa se calla.

IV

Has dejado de hablar. No te has quedado en silencio, sólo, tan sólo, has dejado de abrir
la boca, dejando movilizar tus labios conjuntamente con tu lengua y dejando pasar una
columna de aire por tu garganta, y así ya no movilizas mi estiras ni dilatas ni retuerzes,
ni relajas ninguno de los músculos que componen tus cuerdas. No te has quedado en
Luciano Galizia – Recuentos breves

silencio, porque aún mueves tu pie derecho al ritmo de la música que se te da por
escuchar en tu mente. Ni si quira has dejado de mover tu mano derecha para marcar el
jugueteo de la melodía imaginaria. Tan sólo te quedaste callado por un rato de manera
que Emilia empezó a sospechar algo de vos. Emilia, (Eme o M , como le decimos todos
a ella) te miraba desde la otra punta de la pieza mientras tu cabeza estaba recostada
hacia atrás en el respaldo del sillón negro del living de su casa. No hace falta que digas
nada, tu cabeza inclinada hacia atrás, como mirando el cielo con los ojos cerrados, un
brazo que sobrepasa el sillón como queriendo abrazar algo, los pelos negros que se
quedan sobre tu cara mal afeitada, tu pie derecho que cada tanto se mueve. Ese aspecto
relajado y casi de ensoñación, lo dice todo.
Emilia mira la hora en el reloj pequeño que está arriba de la mesa, yte dice que ya te
teneés que ir, que estás llegando tarde. De alguna forma, te está echando, de otra forma
está haciendo que te quedes, te está cuidando. depende que forma elijas depende que
pienses de lo que M te dice, decidís responderle. Es cierto, se te hace tarde.El reloj y los
compromisos permiten una corroboración irrefutable de esa sentencia. Se te hace tarde,
pero en todo caso la gravedad de la situación parece estar dada mas bién por el grito que
te pega Emilia ahora porque no le respondiste nada, y no estas dormido porque estas
moviendo mucho el pie. Es inevitable, no podes dejar de mover el pie, y Eme empieza a
sospechar que te estás cagando en ella, tan sólo porque parece que no quisieras
contestarle.

V
"un café que ya está frío
y hace varios ceniceros..."

Aquel domingo, ya en el pasado de las memorias que cualquier mortal recuerde, había
ocurrido una tragedia insignificante en la vida de cualquier hombre. Insignificante se
refiere en este caso a una forma de decir que visto desde la lupa del tiempo, el problema
no tiene arreglo, y que, la tragedia entonces es una distancia abismal entre la confusión
de no poder solucionar el problema y la estúpida idea de pensar que eso no ocurrió
nunca. Tragedia porque es un mal que no se subsana de fácil manera, porque no es algo
que se pueda explicar sencillamente por que causa esa sensación de malestar o de
tristeza. Si bien es cierto, yo puedo enunciar la frase "un ser querido ha muerto", de
ninguna manera estoy explicando el desasosiego y la tristeza y por ende la piedra
angular de la tragedia. Ya no la tragedia como drama teatral, ni como ficción actuada
por aquellos hipocritás griegos. Sino la tragedia como drama real, que de manera
inexplicable termina hilandosé de manera casi fantástica en una trama de teatro.
No hay domingo invisible, piensa Ernesto. Dále, le dice Eleonora del otro lado de la
linea, casi entrecortada, vás a venir?, pregunta. Apurate a decidirte que se corta la
comunicación. Ernesto piensa dos segundos, quizás tres, pero no más, mira al cielo
esperando una lluvia que lo salve, que lo moje. Prístino cielo con rasca cielos de fondo.
Una nube tal vez dos, pero no más. Bueno, contesta, hacíendose el que está seguro de lo
que dice, de lo que que quiere, de lo que va a hacer, lo dice tratando de dejar en claro
que va a hacer lo que ella quiere que haga, y que justamente eso es lo que él quiere
hacer. Todo eso con una palabra de cinco letras y no más.Dále, confirma. Aprieta el
botoncito rojo de su teléfono, cruza una calle, se pierde en una esquina.
Eleonora estaba sentada con Adela, una gran amiga suya que conocío en la infancia. y
que cada cinco años, cuatro , no más se juntan para ver que es de su vida, para contarse
Luciano Galizia – Recuentos breves

sus historias, para hablar de sus casamientos, de sus novios, de sus separaciones, de sus
arreglos, de sus trabajos, de sus viajes, de su vida en otras tierras, de sus padres, de los
amigos que ya no ven, en fin dice Eleo, de esas cosas.
Eleonora toma un te de hierbas con sobrecito bordó. Bordeaux, piensa adela con su cara
pálida y su pelo casi rubio que uno dudaría, castaño digamos. Escucha como habla Eleo
y la mira y se da cuenta que la última vez que se vieron no hablaba tanto, que la que
hablaba más era ella.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Entenderás hasta entender


-Idiota-pienso, no se lo dije. Pienso un poco más y detras del vidrio empañado
(ya no llovía cuando esto que relato sucede). Hay un tipo que está haciendo señas a un
taxi lejano, y corre el tipo con el brazo en alto t tratando de no pisotear ningún charco
(porque había llovido hasta hace un rato) para salpicarse la botamanga del pantalón. El
taxi no le para, lo veo pasar a toda velocidad a un metro de él, y un chaparron de la
alcantarilla, le empapa desde los zapatos hasta el dedo meñique. El tipo lo ve pasar y se
queda duro, no reacciona, yo que él, pienso. ¿Vos que él qué? El tipo sale corriendo y
ya no lo veo más, se me fue de foco, es como si hubieran cambiado de canal, de repente,
como si se hubiera corrido de la escena.

Esto no es para mí, se escucha desde la otra habitación. Es simple flaco, muy
simple, vos me traes a la mina, y arreglamos. Vas a ver que todo va a salir bien. Se
escucha un rezongo y un portazo (en orden inverso).
Deben ser los de la habitación de al lado, pienso de manera muy sagaz. Siempre
andan en algo. Porque es cierto, no todos andamos en algo, algunos como yo no
andamos en nada. Se hce jodido esquivar el charco a veces. Como si fuera facil verle las
orillas al muy guacho, los bordes, la perfieria. ¿No estas siempre en la periferia del
charco? Preferiria periferia, pero a veces estoy metido en lo hondo del charco. Lo bueno
es que ya estoy mojado. Mirá, ahi vuelve el tipo del taxi , me digo, me cuento. No se
para que me lo cuento si soy yo mismo el que lo estoy viendo. El chabon ahora está
cambiado, se ve que vive por acá cerca, volvió a la casa a cambiarse y ahora va por el
segundo táxi, se queda parado (esta vez no corre). La que corre es una nube que
amenaza traer la lluvia de vuelta (te dije que había llovido hace nada no?). Si, ya se,
digo siempre lo mismo. Bueno recién llovió y ahiora está por llover de vuelta. El tipo se
queda parado en la vereda lejos de todo charco, estira el brazo y casi automaticamente
un taxi se detiene, ahora si, el tipo corre, y se sube al tacho. Hace un gesto, y se
desenfoca la imagen de mi vidrio empañado.

Emilia me había dicho que esto sucedería tarde o temprano, que se iría afuera,
que se enamoraría de un gringo, que se iba a quedar arraigada a las ganas de no estar
aca. Yo nunca le hice caso. Yo la escuchaba, la entendía, pero me parecia todo tan
irreal, tan ficticio, tan improbable, que al tiempo me olvidaba, y ella, dale que te dale.
Cruzar el charco. ¿Cuando? Pronto que se yo, tarde o temprano eso viene, y te tomas el
taxi, Si te vino el taxi te lo tomás, te las tomás, Tomás. Porque lo vas a andar dudando,
hasta que venga otro. Mirá si el charco te moja. Mejor cruzarlo.
Idiota.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Retazos de Adela
Ninguna mentira era inútil en ese momento. Las cosas no estaban claras y de un
instante a otro se transformarian.La nostalgia de la niñez reaparece en brotes de llanto.
Aparece ante mi vista aquel mundo extraviado de la noche pude nunca pude conocer, el
rostro de mi madre quejosa al escucharme preguntarle cosas, aparecen los temores de la
adolescencia, cuando no sabia donde terminaria todo. Aparece el enojo de un mundo
que no entendia, Aparece el encierro, aparecen las búsquedas frutradas de un
entendemiento sincero. Vuelvo a ver cierto llanto cubrirme el rostro. Desaparecen los
circunstanciales amigos que merodeaban mi vida. Las ideas de persecución eran
cobardes imágenes que aperecian ante mi vista, Necesitaba salir de aquel encierro
extraño de aquella reclusión sin tiempo, que me obligaba a pensarme inutil. Decidi salir
de aquella habitación oscura.. Decidi salir de esa rutina aperiodica de no hacer mas que
pensar en como pensar. Salí de alli. Encontre a Adela.

La musica de ese tiempo fluia. En ese bar enorme sonaba una banda con vientos
y todo, la gente bailaba, charlaba, tomaba copas. Debia haber unas cien personas en
aquel lugar. Me hacia bien escuchar esa musica. Parecia mantenerme atento de la
realidad. En mi casa toda la musica era distinta. Podia escucharla, pero al escucharla
estaba recordando cosas de mi pasado , añorando cosas que no ocurrieron. Esta musica
sin embargo parecia entretenerme, me hacia pensar en, no se, miraba la gente divertirse,
y me divertia yo tambien. Es increíble que ese mundo tan sencillo, existiera a la vuelta
de un lugar tan complejo, como en el que me hallaba. Es increíble, que es todo este
tiempo, nunca me hubiera animado siquiera a asomarme a este lugar tan apacible,
estando tan cerca de mi casa.Yo me habi pedido un café, no se si tenia la sufiente plata
como para pagarlo. Siempre añoraba las tardes de café, con la circunstancial gente que
me rodeaba. Siempre queria volver a ellas pero sin la tristeza del desconocimiento
propio, sin la cobrdia de la necesidad ajena para desconocerse una vez mas. Siempre
quise encontrar alguna persona que pudiera ayudarme a entenderme. Nunca habia
encontrado a nadie con tales condiciones. Renegado, terminé navegando por mis
propios rios en busca de embarcaciones perdidas o de muelles descocidos, para poder
amarrarme. El naufragio fue enorme. Quede perdido en un mar enorme y sin rumbo
posible. Todos los rumbos eran ninguno. Pase el tiempo tomando el café alli. La musica
habia cesado. . Solo quedaban los rumores fuertes de ese tipo de lugares. Nuevamente la
gente parloteaba, se reia. Yo pensaba en mi naufragio. Simplemente habia decidido,
abrir la puerta de mi casa y huir de alli. Lleve algo de ropa por si hacia frio, y comenze a
caminar por las callecitas de mi barrio, Ese mismo queme habia albergado todo ese
tiempo y que sin embargo desconocia tanto. Camine un poco.La oscuridad de esa noche
no estaba nada mal. Nadie caminaba por alli. Solo un par de gatos en la otra cuadra
hacian un poco de ruido. Di vuelta a la manzana, mientras me refregaba las manos,
levante la cabeza, y vi una pequeña puerta, se veia algo de luz alli, y podia escucharse
algo de ruido. Decidi caminar un poco mas y entre alli, dado que la oscuridad ya me
atemorizaba.

La pequeña puerta de vidrio escondia un terreno extraviado para mi vida. Las caras de la
Luciano Galizia – Recuentos breves

gente que alli estaba eran diferentes a las caras que me habia acostumbrado a ver. En
tanto tiempo de encierro, habia idealizado, rostros, personajes, situaciones, anécdotas,
habia imaginado cada instante del mundo de afuera, pero suponiendo que todo eso eso
transcurria en mi casa. Los rostros que vi en ese bar, paracian fantasmagóricos, parecian
irreales, comparados con las imágenes del mundo que habia formado en ese tiempo. Los
gestos de las personas se veian exacerbados, como si esa realidad fuera una paroia de lo
que uno se imagina. Sin embargo, esto no me molesto, por el contrario, me senti
motivado por ese mundo real, y comence a darme cuenta, cuantos caminos distintos
existen entre la ficción y la realidad. Es mas, pude entrever que la realidad se iba
pareciendo entre ficciones inconclusas que se parecian a recuerdos.

De todos los seres reales que estaban en aquel lugar habia algunos que permanecían mas
cercanos a mi estereotipo de seres ficcionales. Habia algunas personas que permanecían
calladas, ausentes de todo ese jolgorio diverso, que se mantenian en su mesa, pensativas
y distantes. Todos esos eran estereotipos de mi mundo ficcional, pero ninguno de ellos
parecía salido de aquel mundo. Seguían siendo intentos propios para corroborar que ese
mundo real estaba plagado de ficciones. La musica sonaba. La puerta permanecía
cerrada. Evidentemente esa imagen me permitia no evadirme de aquel lugar y si bien
observaba y comparaba, no permaecia atento de mi ficcional mundo.

En uno de los descansos musicales, el la gente comenzo a hablare mas bajo, el


murmullo era pequeño. Yo miraba la puerta. Deseando que alguien entrara a escena. Del
otro lado la puerta estaba abierta
.
Una mujer estaba entrando. Una mujer de cabello castaño, ojos oscuros, y tapado gris.
Caminaba hacia mi mesa con las facciones heladas. Yo intenté mirarla, pero, no me
animaba a mirarla demasiado. Me daba cierto temor que sintiera observada. De repente
la mujer estaba sentada en una mesa justo al lado mío. Llamó al mozo, y le pidio un
café.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Asco
A la hora del asco, de ese asco que se percibe de a poco en las tripas, desde el
extremo inferior del abdoben, pasado por el fundus del estómago, y quizás hasta la parte
superir de la laringe, y que provoca a veces ganas de vaciar todo el contenido, prefiero
no vomitar. Por algunas razones que fui aprendiendo con los años, o quizas con las
vergüenzas, o las náuseas, prefiero guardarme el asco para mas tarde. No ya como un
rumiante exorcisado en la pradera, ni como un autofago ser de sus propias pulgas, sino
mas bien como un deseo incondicional a no perder lo que es propio, lo que se ha
gestado en el interior de mi cuerpo, lo que he saboreado con el paladar y con la lengua.
Es cierto que la sensación de vacío y de tranquilidad posterior a la nausea, y posterior al
acto de devolver, es placentera, de golpe ese vacío parece permitir reconocer en el
propio cuerpo que nos sobraba algo, que el estómago quiere expulsar. No hablo de
productos de borracheras y de estomagos sensibles al vino o la las sustancias grasosas
que el hígado no soporta. Hablo de la nausea propia del asco, propia de los nervios,
propia de no querer que ese alimento esté en ese lugar. Quizás como desvirtuación
burguesa de la preferencia de una comida sobre otra y quizas por la confusión entre los
vocablos "hambre" y la denominación de apetito para un deseo. No tengo claro de que
asco hablo. Pero tengo claro que a veces lo siento. No ahora, claro, sino no podría estar
escribiendo, pero muchas veces lo siento.
Luciano Galizia – Recuentos breves

De a rastros
"...no dejaremos huellas, sólo polvo de estrellas..." Jorge Drexler

Y sin embargo no logro desahacerme de mis trastos, no logro arrojar estas


valijas a la calle ni quemar mis libros en mi hoguera personal. Camino apurada, se me
corre el rimel y la sombra y el rouge se me pega a los labios de tanto viento sólido y
metálico que viene desde la calle norte.Deben haber abierto el acueducto, pienso y me
duele un poco la respiración.Deben haber abrierto la llave grande que comunica este
basurero con el otro, con el del vecino. Cargo algunas cosas, algunas valijas, balizas,
vajillas, montañas de ropa, y pilas de fotografias.Las llevo a contraviento, como se
llevan las nostalgias de la vida pasada, de la rutina que ya olvidamos ¿te acordas cuando
estabas en el colegio? me pregunto. Al fin doblo la esquina, puedo ver gente que se la
llea el viento, debo pñarecer un payaso agrio con toda la cara con el maquillaje yendose
para atras, en dirección opuesta a mi movimiento, una pinturita, en viento sólido, que da
al tubo, hago fuerza para llegar pporque aca ya no tengo mas vida, me llevo todo puesto,
el viento me borra el maquillaje, ya no tengo máscara, soy piel al viento que se hace
lluvia y sin embargo no logro dehacerme de mis trastos.Porque acá ya no tengo nada
mas que hacer, una vez que atraviese el acueducto estaré a salvo, y tendré vagos
recuerdos de quien era yo en aquellos años.

Y sin embargo, no logro deshacerme de un vago recuerdo, de un recorrido,


piensa ella, sentada en una plaza en un dia calmo.Cargada de trastos que acaba de tirar a
un tacho en su ciudad fresca, porque ya no le siven, porque nada recuerda.No logra
deshacerse de sus rastros.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Descanso
Es esa voz ajena la que descansa detrás de él, detrás mío. Voz de niño, de miedo.
La que relata la historia, la que llora a veces, la que cuenta las cosas. La que decide que
decir y que no, sobre esta y sobre otras historias. Historias de viajes, paisajes que ha
visto, sueños que ha tenido, am,ores que ha perdido. Descansa como desacnasa él ahora
en si silla, en su cama, en su alfombra, en su almohada, cubierto por las frazasdas que el
invierno le obliga a usar y que su madre le compra. Por las noches el niño duerme y
sueña, adivina cosas, piensa en mañana, en los juegos que tendrá mañana, en el día de
mañana.Sortea la noche, rápido, como si no pasara, y vislumbra en el pasado parte del
esceptisismo que lo perseguira cuando crezca, cuando se enamore, cuando pueda amar,
cuando pueda hace del amor su amor. Cuando pueda hacer el amor. Por ahora solo
piensa en mañana, que no es poco.Como toda adolescencia, dejar de creer es una de las
crisis, dejar de creer, enfrentarse a la libertad, en ese barrio, creer era más que confiar,
era proyectar. De eso se daría cuenta tarde ese niño, ni cuando le lleguen los aterdeceres
a los ojos púberes ni con la urgencia del bello púbico entre las piernas. Se cuenta una
tarde, cuando al volver de la escuela descubrío la maravilla, la palabra despojada del
gesto el aromadespojado del gusto. La forma despojada del contenido, el accidente sin
sustancia. La maravilla.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Los fusiles
Eusebio Campos agarra su fusil, su mauser, su trabuco de maderas oxidadas, se
levanta a la hora de la siesta pegajosa en el trópico de su orgullo, y le pega una relojeada
al horizonte entre sus hojos, por una ventana. Lo mira por una ventana como si fuera
ahora que lo mirara, mientras decide darse vuelta y al girar la cabeza despacio,
percatarse que no duerme sólo en su cama, que no sólo su mugre lo acompaña en las
cobijas, que el catre no está vacío y que detras de aquellos ropajes, ya gastados de
amaneceres mustios, descansa un cuerpo, que por lógica no debería ser el suyo, pero
que por la alucinación propia de las horas no llega a adivinarse. Un contorno negruzco,
ollín de sombra y penumbra, tizne de ese horno que es el alba, pega contra la pared
amarillenta y barrosa. Se pone unos lienzos en las piernas, ya no por el frío sino para no
senttir la desnudez, y decide silbar bajito un vals, imitando al pájaro del alba que
madruga mas que él y lo madruga en cantos, cuando él ayuna en recuerdos. Se cersiora
que es todavía el alba y que no ha llegado la hora de la siesta, deja el arma a un costado,
conservando la paz que conservo en todo momento, mira el ropaje que duerme a su
lado, el hueco del catre.Y se da cuenta que todavía no amanece, que todavía no se ha
quedado sólo. Eusebio Campos agarra su fusil, su mauser, su sol, y lo guarda bajo las
sábanas.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Las Casas de mi niñez


Las niñeces extraviadas de temores, provistas de dedos entre los dientes, para
morder el tacto extraño que se hace invisible. Los juegos con los chicos, los otros nenes
que como yo andaban por mundos extravaviados creyendo estar perdido en el mismo
mundo. Las inútiles pautas de unos maestros si lengua y sin pulgas, las consignas
intrepidas de los creativos de siempre, la gente la familia, los amigos que nunca fueron,
Las ideas del mañana, ( que es ahora), las libertades que no son. A veces parece simple
volver a todo eso, tarde o temprano me doy cuenta que eso en verdad no existe y que
uno nunca fue lo que se cree que fue. La casa me esperaba.

Algunas cosas parecen confundirse solamente, entre si al pensar en ellas. Los


atardeceres rodeados de gente, los mediodías entre parques solitarios, las noches que sin
sentido se iban haciendo desiertas. Algunas costumbres se me pierden de vista ,
ensoñando las cuestiones futuras con anhelos de vida. Nunca logro recordar demasiado
precisamente cuando fue que conoci a aquella gente, que hoy estaba alrededor, las
fechas parecen calles recorridas que nunca se cruzan, calles paralelas sin esquinas; los
dias remotos, se vuelven ansiados, las cosas viejas parecen no llegar nunca. Algunas de
esas tardes las canciones se vuelven nada, escritas en las paredes aledaneas a mi vida.
Los rostros que solia extrañar ahora parecen ser lugares comunes que me extrañan
demasiado. Pretendo de vez en cuando comenzar a ver como puedo mirar mas atrás de
lo que recuerdo. Ver todo como era antes de que yo sea asi. Los habitos de siempre se
me nublan con las cuestiones actuales, pereciera que nunca sabré que era yo antes de ser
esto que soy ahora, esto en lo que me han transformado, sin querer.

Se acercaba despacio, ella, con su sombrero estrafalario y su serie de palabras de


siempre. Yo estaba sentado, mirando los papeles extraños que solia guardar hace
tiempo. Estaba concentrado, tratando de ver en cada papel una imagen nueva de lo que
habia sido, (de lo que nunca fui). Habia inscripciones, dibujos, rayas, textos
reconocibles, nombres reconocibles, cosas antiguas, todas cosas antiguas que
acontecieron sin recelos. La vi venir a ella, con sus pasos con estirpe de la locura
envidiable. Oli su perfume sereno a mi lado.

-Seguís con eso- me preguntó de repente.

No le rspondí, la miré por sobre los papeles que cubrian casi toda mi vista, y seguí
buscando nombres en aquellos papeles extraños.

-Te llamaron- , me dijo resignada.Te llamaron para que vayas a buscar tus cosas a no se
que lugar, de no se que institución. Te llamaron varias veces, pero quieren hablar con
vos, no dejaron datos, no dejaron nada. Algun día me vas a explicar algo?-

- No se, no se, probablemente nunca entiendas demasiado de que se trata todo esto, no
se si vale la pena que te explique que es lo que estoy buscando; tampoco se si quiero
que lo sepas o no- le contesté sin sacar los ojos de encima de los papeles. ¿Qué dijeron
además de eso, dijeron algo de la casa?
Luciano Galizia – Recuentos breves

-Dijeron...lo que ya te dije.Ya te dije, dijeron que podias pasar a buscar las cosas por ese
lugar. No hablaron de ninguna casa, no se quién era, no entiendo nada. Vos no aclarás
demasiado las cosas como para que yo entienda, Tampoco no?”

La miré, la miré fijo, las cosas eran dificiles para mi, al parecer se habia cansado de no
entender que era lo que pasaba, pense en el moodo de explicarle, cuan confusa era la
realidad para mi, cuantas cosas habian ocurrido en el medio de los viajes, cuantas
habitaciones vacias existían en realidad; sin embargo, no encontre las palabras para
explicarle el fin de mi busqueda incansable. Seguía mirandola y admirando su torpe
paciencia para conmigo. Empezé a rastrear los lugares donde habia avistado aquella
razon que me hacia no perderla, empeze a buscar en sus ojos, los lugares que mis
recuerdos no me daban, pero no los encontre, no los encontre. Una vez mas me rendía
ante la costumbre de no entender que era lo que pasaba. No podia ni siquiera pedir
explicaciones, la mujer que tenia enfrente, entendia menos que yo, y quizás huya si sabe
que yo no entiendo.

Baje la vista, fingiendo que leía, se me nublaron los ojos de golpe, por dentro me
chorreaba la sensacion de que nadie entendería nunca que era lo que yo estaba
buscando.

“Ya vas a entender, le dije, en voz baja “ya vas a entender, cuando sea el momento,
entenderas sin que yo te explique nada.” La escuche suspirar, y se fue yendo por donde
vino, golpeando en cada paso la frustracion de los dias inexplicables. Mañana la vere de
vuelta, mañana hablaremos de nuevo.

Obviamente aquellos papeles no aportaban nada a mi busqueda. Hacía horas que me


hallaba en aquel lugar intentando recopilar imágenes, pero no podía siquiera ser
consciente de que habia ocurrido ayer. Junté los papeles entonces y salí de aquel lugar,
tenia ganas de aclararle a ella algunas cosas, pero no sabia por donde empezar.La casa
es un buen sitio, pensé. La casa me esperaba, vacía, ajena. Suya.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Poné Jazz me Blues, viejo


"No, no me había parecido.
En alguna parte muy próxima
resonaron tres golpes recios,
violentos.
Tres golpes indudables"
Hector G. Oesterheld, El Eternauta

Casi siempre sueño lo mismo, o casi. Un escenario, luces bajas, el cuchicheo de


la gente sentada en sus mesas, el ruido de las copas. Las luces tenues apuntan a las
sombras de los instrumentos que quedaron en el escenario. Una mujer, de cabellos
oscuros, de lentes translúcidos, sentada en una de esas mesas redondas de la punta,
iluminada por el foco que también ilumina el centro del escenario, se ríe sola mientras
bebe una copa. Por detrás un caballero de traje le acaricia el hombro y le susurra algo al
oido. Ella se rie, no la oigo, pero su cabeza dispara hacia adelante en una risa complice
y escupe un poco de lo que segundos antes había tomado.En realidad, no lo escupe, lo
arrroja desde la garganta hasta la lengua y se llena el buche e infla los blancos cachetes
esperando que la boca cerrada disimule que se ha tentado. El hombre que la acompaña
se rie con ella mientras le besa el cuello, y esconde su cabeza en el cuello de su blusa
como un vampiro, y la abraza mas fuerte, con las dos manos. Aquel brazo fue solo hacia
las ondas azabaches y a esos surcos tan vivos y cae, de repente (Shh) y se apagan las
luces y empieza la música.

Después, me despierto, temblando. Con algo de frío. Como si no hubiera


dormido bien. Y lo único que recuerdo es el escenario vacío. Sorbo un vaso hasta la
mitad, todo de un trago de agua que me lubrica la garganta reseca. Recién despues me
acuerdo de la mujer de ese sueño, y su quietud para no escupir el líquido, y su recato
para hacerse la zorra, y su rodete negro y sus anteojos ridículos. Miro al costado, una
ventana que muestra una O de neón, purpura, y de fondo una ciudad dormida,
desconocida.

Repaso en mi cabeza la melodía, o el fantasma de la melodía de una canción


mientras me doy cuenta que se me parte la cabeza. Una frazada me cubre el cuerpo.
Debo tener fiebre. El fantasma de la melodía lo recuerdo tal cual. Nota a nota, intacta la
cadencia, asombrosa la rítmica, la precisa. Salto, o mas bien mi cabeza salta, la melodía
salta a un disco, ese elepe azabache y lustroso con microsurcos, que llegó a mis manos
casi por casualidad. Lo veo en mis manos, incógnita de los codigos que esconden los
surcos, asombro de los poderes oculltos de las púas. Para mi que viene de otro mundo,
pensé (no se si ahora o en ese momento). Ni bien me animé a desembalar el vinilo, lo
miré con entusiasmo, abri la tapa del tocadiscos, le limpié el polvo, Auto: bajar el brazo,
como quien deja caer cualquier sorpresa o como quien baja la guardia como para atacar.
Aquel brazo fue solo hacia las ondas azabaches y tan vivas y cae.( Shh). Tres golpes
rompieron el silencio. Negra, negra, negra, silencio de otra negra, en el tambor. Y se
apagan las luces, y empieza la musica.
Luciano Galizia – Recuentos breves

A Leonorè (asi le decían cariñosamente) poco le importaba si el músico era o no


virtuoso, si demostraba escalar entre las escalas diatónicas u octavaba sin cesár hasta
enmudecer el caño. A ella le importaba sólo el abrazo en esa noche, dejar caer sus dedos
en la mesa, o en el brazo o en la silla. El juego rítmico de vacilar las falanges lúdicas en
el antebrazo de Johnatan, quien a su vez cada compás que pasa, le estampa un manotón
cariñoso, una palma ya sudada y arrugada que cachetea la blusa blue (como ella le dice
nostálgicamente). Cada golpe, una nota, en su cabeza. El divertimento es mutuo, porque
aunque Johnatan espera tres silencios de negra de la palma de su mano para que su
hermosa negra vueva a chocarse contra su brazo, ella espera casi una blanca nota para
pensar que quizás en ese momento debería abrazarlo un poco mas fuerte y dejarse
seducir sin mas remedio que saber que aquella melodía la lleva sin darse cuenta y en un
abrir y cerrar de tapas de piano, a aquella noche en el JazzBar del centro.

Fumaba un cigarrillo con el pelo atado con un rodete mientras un cafe la


esperaba caliente y vaporoso al otro lado de sus labios. Un café que habría pedido casi
cinco minutos antes cuando se entero que Francis estaría esa noche en el bar y prefirio
tomar el riesgo de verlo y que sin embargo todavia no se animaba a tomar. No puedo
dejar de olvidarme las veces que este guacho me dejó plantada, piensa ella, mientras se
anima a tomar un sorbo. Todavía esta caliente, piensa. Seguro, seguro que está caliente.

-¿Y que hacemos acá che, si vos no te lo bancas?

-¿Sabes que pasa Magda? A veces nocesito sentir que me arriesgo por algo, que
se yo.
Claro, porque a veces en esa cosa inutil de sentir que se hace algo por el propio
asombro a Magda tambien le parece que la música la lleva a algun lugar del pasado, que
incognita mediante, nunca recuerda si pasó o no. Claro que a mi, viste no me pasa tan
seguido como a vos, porque siempre tengo una o dos melodías, o fantasmas o
narraciones oscuras que saltan de susco en surco, ni bien golpean a esa puerta, en ese
hotel donde ahora duermo unas noches hasta que el cuarteto de Francis se vaya a otra
ciudad, a otro mundo, acá donde duermo, donde me despierto, en esta habitación
mientras trago el último sorbo, miro la ventana, el viento recorre mi cara, la O se apaga,
la ciudad de fondo se despierta lenta, desconocida, surco a surco, salto a salto. No, no
me había parecido, en alguna parte sonaron tres golpes. En la puerta.Me busca el brazo,
levanto la cabeza de la almohada, las crines azabaches pegadas a la sábana polvorienta.
Levanto la cabeza con la complicidad de la risa, dormida, el brazo me alcanza, uña por
pua, se enrieda en mis surcos negros, el brazo baja hasta la bluesa, me río complice,
empujo la cabeza hasta adelante, tres golpes sobre el cuero. Aquel brazo fue solo hacia
las ondas azabaches y tan vivas y cae. (Shh). Tres golpes rompieron el silencio. Negra,
negra, negra, silencio de otras negras, en el cuero. Y se apagan las luces, y empieza la
música. Jazz mi blues,viejo. Casi siempre escucho lo mismo. O casi.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Quién sabe qué palabras


“Puente de fierro sobre el pajonal,
creciente como en el mar,
la bajante lo encontraba mirando,
y dele fumar”

El loco Antonio,
Alfredo Zitarrosa,

Alguna vez, algun dia, recordaré ciertas palabras antiguas, cuando cruce algun oxidado
puente con mis pies cansados, polvorientas reliquias bajo mis pies, de sudores y de
sueños. Recordare palabras sutiles, ceremonias tercas, arroyos sin creces, recordare las
caras tibias de la gente tarde o temprano, al cruzar aquel puente.

Ha amanecido detrás de los arboles verdes del horizonte, un olor a rosal se replega de
golpe en la esquina añorada, un silencio de zorzales matutinos desconfia de nuevo al
inicio de la jornada. Una ilusion, aterradora, te anda mirando de lejos, desde el almacén,
o desde la despensa de la otra cuadra, los ojos cansados de la matrona agudizan la hora,
sin pensar siquiera en que la madrugada despunta vicios que la aurora tarde o temprano
le otorga.

Iba caminando despacio el hombre de rostro parco, con su sombrero grisáceo y sus
botas mansas, andaba con las manos sueltas como librándose de culpa extraña al pasar
del viento. Canturreaba para sus adentros el hombre, con la idea fija de volverse canto.
Miraba con recelo a cada parroquiano que salía de aquel boliche que aun estaba lejos. El
trinar sutil de las ocho, le daban a la jornada un aire de los raros, Un jornalero cabrón
sacude las ropas en la esquina lejana, y el silbido extenuado de los que cargan bolsas se
abriga de su canto. Una vez mas miró la tierra, el hombre, con botas polvorientas con
silencios en los ojos con ires de humildad, Camino confiado hasta el boliche, divisando
en el horizonte aquel antiguo puente, que llevaba a quien sabe donde. De golpè se paro,
y con el los chingolos alegres, y con ellos los alamos gastados, y con ellos se paro el
mismo viento, la mismita brisa que acaricia la cara de la mañana. Miró fijo adelante, a
donde continuaba el camino, a donde comenzaba el puente, miro el opaco metal que
poco y nada brillaba ante el sol, miro su mano, humeda ya por el sudor de la mañana,
miro una vez mas la tierra, y cerro los ojos.
Canturreó entonces el hombre de cara parca, alguna copla de adentro de esas que
entiende el alma, Canturreo y miro contento, Cerrando los ojos pardos, canturreo al
compas del viento, que acompañaba sus pasos.
No faltó tiempo para que se hiciera canto aquel hombre de cara parca, acodado en los
mostradores de los boliches, sentado en los almacene silbando palabras mansas,
No falto tiempo para que su canto cruzara el puente, oxidado de tiempo, y cansado de
pasos, y llegara a quien sabe donde, y recordando quien sabe que palabras.
Luciano Galizia – Recuentos breves

Comienzos
Dejé de sentir tu piel, tus ojos blancos. Hacía firío, claro. Siempre frío. Y detrás del frío,
te escuchaba reirte. Con miedo. Y pensaba. Una pitada en el medio del espanto.
Tranquila vida. No, después. Ahora abrazame que hace rato que no te huelo los
párpados cansados. No, claro, vos sabés. Hace frío. La soledad tiene sus vueltas, sus
contramarchas. Si a veces me parece caminar por las puertas de los zaguanes como si
fuera un pibe, peinado a la gomina, camisa y cortos, olor a almizcle. Bodegón, viste?
Tinto en lo de Cholo. Damajuana. Si hasta a veces me parece escucharte cantar desde la
ducha. La voz suavecita de la Edith Piaf de Almagro Oeste, barrio silosay. Rubia.
Seguro que rubia ella, y vos escuchando la risa muerta de mi madrugada. Porque
caminar en voz baja. Porque caminar con vos, alta. De la mano vieja, del brazo de la
noche.
Dejé de saber si te quedáste sola escuchando unos viejos discos, encerrada en tu casita.
Cuando me avisaron, cuando me contaron, me dijeron me insinuaron que vaya a verte,
me quedé pálido, sólido.

Lo que pasa es que la primavera no es mi juego (eso deberían saberlo los que me
llamaron). No pasa más de una noche sin que la vista se me haga invierno, los párpados,
los pies.

Me dijiste algo. Caminábamos, ni se de que hablámos. A quien le importa. El lenguje


verbal es secundario cuando el corporal te aprieta el espíritu y te lo hace trizas.Me
apretás la espalda con tu mano chiquita, chiquita. Por la espalda un tipo grita, te das
vuelta. Girás la cabeza. Lo mirás. Bocanada tuya, muy tuya. Me decís algo, (no entiendo
y te miro) que te suena el tipo de sombrero. ¿De donde? Ni idea che. Mi cabeza no es un
cenicero. No guardo cenizas de recuerdos por todos lados. ¿La tuya? No sé. ¿de que
estás hablando? Hace frío. No importa.Te quedás pensando. En una de esas, la noche se
acorta y amanecemos sólos, cada uno en su olvido mutuo. Cada uno en su silencio
oscuro.

Lo que pasó con Clara va y viene. Pasa con Clara, con Sofía. Con sorna. Pasa. De
última, no es todo lo mismo? ¿que le vas a decir? Que te confundiste el nombre? Para
qué? Habitación-colchón-almohada.Una sonrisa que araña el asco de la baba y después
a esperar el domingo porque la pesadilla no sabe de interrupciones que duren mas que la
conquista y la repulsa.

¿Porque terminar solo después de estar solo?El tipo me mira. De algún lado lo tengo.
Vuelvo a casa a escribir como un bestia. No me escapo. Escribo. Me escribo Me cuento
que no estuve.Que la película se termina, que la chicana es la de siempre. Me cuento en
la Rémington las rítmicas apócrifas de la lengua castellana.-tacatatacatacatacata-. Y no
encuentro nada.-tacatacatacataca Nada.tacatá

Porque a fin de cuentas se trata de rebucear en algun recuerdo que me escupa de golpe
hacia mi casa natal, hacia mi vieja, hacia María, hacia mis primos del sur, hacia mi
norte, hacia mi barrio. Como no dejar de ser yo mismo si me abalanzo sobre la
Rémington negra de mi viejo cuando no quiero pensar en ella. Y de la cosa blanca y
muerta me traslado a la madera y al metal del tic tic sobrio de la ventana de Nuñez, al
Luciano Galizia – Recuentos breves

lado del taller de mi viejo. Y dale que te dale. Y todo se aclara.- tacatacatata-tacatá
¿que me importa cuando carajo me mudé a Tigre? No me acuerdo. Ni me interesa. Te
das vuelta. La madrugada se hace espía de la nostalgia y gatilla el gesto puro de la
sombra, de la ojera infame de la trasnoche sabia. Y destroza, pesadilla a fuerza de fueye
negro muerto. Y trasnocha tu noche sola tu noche sola.Caminás y a mitad de cuadra de
vuelta el tipo. Puta madre!, de nuevo el tipo. Recién salido del boliche. Meneás la
cabeza deslizando tu boca suave por mi hombro. Tenés sueño: no decis nada: no decís.
No me animo a decirte tu nombre porque no me acuerdo. Vá y viene, va y viene. De
golpe me acuerdo. Aparece tu cara blanca en el medio de la nada. Bocinazo.
Adoquines.¿querés sentarte a tomar una café, Clara?
Claro, dijiste.

Ahí empezó todo.

S-ar putea să vă placă și