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A los ricos les está yendo esencialmente bien. Los mercados bursátiles globales se
recuperaron. Muchos países son testigos de un crecimiento vigoroso de los precios de la
vivienda, de las propiedades comerciales o de ambos. Los renacientes precios de las
materias primas están creando enormes ingresos para los dueños de minas y pozos
petroleros, incluso a pesar de que las subas de precios de los alimentos básicos están
desatando disturbios, si no completas revoluciones, en el mundo en desarrollo. Internet
y el sector financiero siguen desovando nuevos millonarios y hasta multimillonarios a
un ritmo asombroso.
Aún así, el desempleo alto y prolongado afecta a muchos trabajadores menos calificados
como una plaga. Por ejemplo, en España, un país afligido financieramente, el desempleo
hoy supera el 20%. No ayuda para nada que al gobierno al mismo tiempo se lo esté
obligando a absorber nuevas medidas de austeridad para hacer frente a la precaria carga
de deuda del país.
De hecho, dados los niveles de deuda pública sin precedentes en muchos países, son
pocos los países que tienen posibilidades sustanciales de abordar la desigualdad a través
de una mayor redistribución de los ingresos. Países como Brasil ya tienen niveles tan
altos de pagos de transferencia de los ricos a los pobres que mayores medidas en este
sentido socavarían la estabilidad fiscal y la credibilidad anti-inflación.
Países como China y Rusia, con una desigualdad igualmente alta, tienen más
posibilidades de una mayor redistribución. Pero los líderes en ambos países se han
mostrado reticentes a tomar medidas audaces por miedo a desestabilizar el crecimiento.
Alemania debe preocuparse no sólo por sus propios ciudadanos vulnerables, sino
también por cómo encontrar los recursos para rescatar a sus vecinos del sur de Europa.
Las causas de la creciente desigualdad en el interior de los países son bien entendibles, y
no es necesario desgranarlas aquí. Vivimos en una época en la que la globalización
expande el mercado para los individuos ultra talentosos, pero hace que la competencia
deje afuera a los empleados comunes. La competencia entre países por individuos
calificados e industrias rentables, a su vez, limita la capacidad de los gobiernos de
mantener impuestos elevados a los ricos. La movilidad social está aún más afectada
porque los ricos les brindan a sus hijos una educación privada y ayuda post-escolar,
mientras que los más pobres en muchos países no pueden permitirse ni siquiera que sus
hijos sigan yendo a la escuela.
Fuera de Cuba, Corea del Norte y unas pocas universidades de izquierda en todo el
mundo, ya nadie se toma en serio a Marx. Contrariamente a sus predicciones, el
capitalismo generó niveles de vida cada vez más altos durante más de un siglo, mientras
que los intentos por implementar sistemas radicalmente diferentes fracasaron de manera
espectacular.
Sí, los problemas que enfrentan Egipto y Túnez hoy son mucho más profundos que en
muchos otros países. La corrupción y la imposibilidad de abrazar una reforma política
significativa se convirtieron en deficiencias agudas. Sin embargo, sería un grave error
suponer que la enorme desigualdad es estable siempre que surja a través de la
innovación y el crecimiento.
Lo que resulta evidente es que la desigualdad no es sólo una cuestión de largo plazo.
Las preocupaciones sobre el impacto de la desigualdad de ingresos ya están
constriñendo la política fiscal y monetaria en países desarrollados y en desarrollo por
igual, a la vez que intentan abandonar las políticas de híper estimulación adoptadas
durante la crisis financiera.
Más importante aún, es muy probable que las capacidades de los países para hacer
frente a las crecientes tensiones sociales generadas por la enorme desigualdad separen a
los ganadores de los perdedores en la próxima ronda de globalización. La desigualdad
es el gran comodín en la próxima década de crecimiento global, y no sólo en el norte de
África.