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SERIE «MEMORIAS DE LA INMIGRACION JAPONESA»

CRÓNICAS DE MUJERES NIKKEI


DORIS MOROMISATO MIASATO

Crónicas de mujeres nikkei

ASOCIACIÓN

©APJ PERUANO
JAPONESA
FONDO EDITORIAL
Crónicas de mujeres nikkei

© Doris Moromisato Miasato


© De esta edición,
Asociación Peruano Japonesa. Fondo Editorial
Av. Gregorio Escobedo 803, Jesús María, Lima 11, Perú
fondoeditorial@apj.org.pe
(511) 518 7450 anexo 1123

Director del Fondo Editorial


Jorge Yamashiro Yamashiro
Cuidado de edición
Yuri Sakata Gonzáles
Corrección de estilo
Verónica Caballero Reynoso
Diseño de serie
Juan Pablo Mejía
Diseño de portada y maquetación
Blanca Peirano
Fotografía de portada
Archivo familia Moromisato
Fotografía de la autora
Ricardo Espinoza Susanibar
Fotografía interiores
Archivos privados

Primera edición: junio 2019


Tiraje: 500 ejemplares

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca


Nacional del Perú N° 2019-06484
ISBN: 978-612-4397-03-5

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, sin previa autorización escrita
del Fondo Editorial.
Presentación

“Crónica” es un concepto entendido de diferente modo a través


de diversos momentos de la historia. No son lo mismo las
crónicas de viaje (muy famosas durante la época de la
conquista española en el S.XVI) que las crónicas latinoame-
ricanas (anunciadoras de la aparición del periodismo hacia la
segunda mitad del S.XIX y principios del S.XX) o que la
crónica entendida como un contemporáneo género literario. Sin
embargo, a pesar de sus múltiples identidades, en todos los
casos, se conserva una constante: la importancia que se le
brinda a la voz de la experiencia, voz que ha adquirido mayor
valoración en las últimas décadas, como indica la periodista e
investigadora Beatriz Sarlo en su libro Tiempo pasado.
En él, ella explica que, en la época contemporánea, la
historia social y cultural ha aceptado la validez de la perspec-
tiva testimonial, ya que se ha interesado por los “pormenores
cotidianos” como aspectos importantes para reconstruir hechos
y descubrir alguna verdad. En este viraje de la atención, grupos
que se habían mantenido ocultos subieron a la palestra. Es así
que las “historias de la vida cotidiana” (como las denominaría
Sarlo), ámbito conocido de forma predilecta por la mujer,
encuentran un espacio para poder geminar.

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En ese camino de reconstrucción se encuentra el trabajo
que ha emprendido Doris Moromisato al recopilar los
testimonios que aparecen en este libro. Ahora, queda pre-
guntarnos ¿a quiénes se les ha cedido la palabra? ¿A quiénes
pertenece el testimonio puesto en valor? Y la respuesta es “a las
mujeres inmigrantes y a sus descendientes”. En este trabajo,
Moromisato “cede la palabra” con todas sus letras, puesto que
se ha esforzado por preservar la musicalidad a través del
alargamiento silábico en algunas palabras y la sintaxis enre-
vesada (llena de sabiduría) del testimonio oral. Es por ello que
el trabajo editorial ha sido muy cuidadoso en respetar la
trascripción oral original de aquellas intervenciones que asaltan
por momentos las crónicas de la autora.
A saber, las que leerán aquí son solo algunos de los nu-
merosos trabajos que Moromisato ha elaborado sobre la base de
testimonios recogidos a lo largo de los años y que ha difundido
en diversos medios, como el International Press de Japón y la
web Discover Nikkei del Japanese American National Musem,
solo por dar un par de ejemplos. Estos textos han sido
actualizados, corregidos y aumentados para la presente edición,
además de contar con un glosario de términos que facilita la
lectura.
Si bien las opiniones de la autora son de su responsabi-
lidad, la APJ aplaude la valiosa labor de recopilación de ma

8
terial testimonial, ya que contribuye en reconstruir la historia
de la inmigración y a brindarle todo el reconocimiento a
aquellas mujeres que lucharon desde sus espacios para la
consolidación de la comunidad nikkei. El espíritu que anima
esta publicación parte de dos intereses fundamentales. El
primero es la necesidad de rendirle un justo homenaje a las
pioneras y, en ellas, a sus descendientes; el segundo, el
compromiso con la difusión cultural, lo cual empuja a la APJ a
actuar como un simple medio para abrir el espacio de diálogo,
labor saludable y necesaria en la generación de conocimiento.

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a todas las mujeres nikkei porque sostienen sobre sus
hombros la memoria y el destino de nuestra comunidad
nikkei

y a mis hermanas: Hiro, Yemi, Yoshi, Haruko y Mitsuko


porque me sostienen con su cariño desde el triste día en que
perdí a mi okaasan: la bella campesina de Akamichi.
Prefacio

Como todas las hijas de inmigrantes, nací en una burbuja y esta


era perfecta —redonda, liviana, transparente, impenetrable—,
pues poseía la gravedad precisa para mantenerse estable, y la
sutileza para verse y verlo todo sin ser invadida por el mundo
exterior. Éramos como un trozo de Japón o de Okinawa que los
vientos migratorios colocaron intacto en tierra peruana.
En su interior, todo encajaba como anillo al dedo; la
tradición, los ritos y los hábitos cotidianos eran como el
oxígeno en nuestras vidas: nadie se da cuenta de su existencia
hasta que se ralentiza, hasta que huele raro, hasta que asfixia.
Y, en mi burbuja, no había respuestas, porque no había
preguntas. Las pérdidas, las tristezas, la pobreza y la riqueza,
las alegrías, y hasta las sorpresas, se respondían a sí mismas, se
consolaban entre sí sin alterar el orden y la armonía de esa
burbuja, una burbuja nacida del consenso y sostenida por la
memoria.
Más de una vez, al reflexionar sobre mi comunidad, pensé
en el personaje infantil de El obsceno pájaro de la noche de
José Donoso, cuyos irreparables defectos físicos inspiraron a
sus padres a inventar un inmenso jardín con Venus deformes y
héroes tullidos para demostrarle que el mundo no era más que

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3
eso, y que no era necesario salir de las cuatro paredes del
hogar.
Pensé también en la película La aldea, dirigida por M.
Night Shyamalan, cuya pletórica fundación se debía a un
macabro ensayo antropológico de unos padres para controlar
los destinos de sus hijos e hijas.
Hasta que un día —siempre hay un día— me llegó la
poesía y me ayudó aristotélicamente a construirme un alma
inquieta, honesta, irrenunciable. Ese día, maravillada y
asustada, vi la enorme burbuja a mi alrededor... y comencé a
preguntar; es decir, comencé a incomodar a mis cohabitantes
burbújeos.
¿Era correcto que una mujer atosigara al resto con tantas
dudas?, ¿quién era yo para contrarrestar los inflamados
discursos de la gesta migratoria y la consolidación de una
utópica sociedad construida a punta de penurias y gallardía?
Mi incipiente inteligencia me dictaba que debía premu-
nirme de herramientas teóricas para demostrar que lo mío era
rebeldía legítima y no temporales berrinches femeninos. Los
estudios psicoanalíticos y las interpretaciones marxis- tas me
ayudaron a entender el funcionamiento del poder en las
estructuras mentales y sociales de una comunidad, pero fueron
los estudios de género y las teorías feministas los que salvaron
mi vida, en todos los sentidos y en la amplitud de la palabra
vida.
Gracias al feminismo, entendí por qué se construyen
burbujas y por qué los mismos sujetos subordinados refuerzan
y hasta defienden esa estructura que les oprimen 3; comprendí,
3 Gerda Lerner en La creación del patriarcado desarrolla ampliamente este con-

1
4
también, por qué a la gente no se le puede medir por su dosis
de maldad o de bondad sino por la necesidad de supervivencia
que les inspira ser tales personas o hacer tales acciones.
En todos mis libros, investigaciones, textos y poemas,
subyace mi convicción feminista. El presente libro no escapa a
esta opción ideológica, pues es la única manera de entender,
con suma comprensión y sangre fría, por qué las mujeres que
narran sus historias en las presentes crónicas dejaron que sus
vidas transcurrieran entre sometimientos y relaciones de
subordinación, entre pequeñas alegrías y grandes esperanzas.
Aquí, debo ser honesta. Siempre he buscado entender a mi
madre —mi okaasan— y responderme a las preguntas que
como espinas he llevado clavadas en mi corazón: ¿por qué dejó
que la casaran a los 18 años con un hombre que no conocía?,
¿por qué aceptó tan sumisa a que la insertaran en un país que
no eligió?, ¿por qué no guardó rencor contra ese hombre que la
arrancó de su aldea y la apartó de su madre?, ¿por qué dejó que
otros decidieran por ella?, ¿por qué nunca se quejó, por qué
nunca se quebró?
Tantas preguntas y mi madre murió en 1988. Yo tenía 25
años y no nos alcanzó el tiempo para decirnos todo lo que
hubiésemos querido. Sospecho que todas las investigaciones y
discursos que realicé alrededor de la inmigración japonesa
tienen como finalidad persistir en este diálogo que la muerte
truncó.
A partir de 1996, empecé a investigar sobre la llegada de

cepto. Afirma que las mujeres no están oprimidas sino subordinadas, porque
existe una aceptación voluntaria entre el dominador y la dominada a cambio de
“protección por sumisión y manutención por trabajo no remunerado”.

1
5
los japoneses a Perú. Entre 1996 y 2006, realicé 500 entrevistas
a hombres y mujeres, publiqué dos libros sobre inmigración,
edité más de 15 revistas y memorias institucionales, escribí
más de 200 artículos en diferentes diarios y revistas, siempre
con la obsesión de entender este proceso histórico. Pero, en la
medida en que avanzaba, me percaté de que las mujeres
estaban ausentes.
A pesar del rol protagónico que cumplieron, ellas no
estaban presentes en la memoria colectiva y su incorporación
en los textos históricos y de poder no se daban. Incluso hoy, en
120 años de historia, su desenvolvimiento protagónico en el
espacio público de la comunidad nikkei sigue sin ser una
constante.
Fue así que terminé narrando la vida íntima de las muje-
res, revalorando sus espacios domésticos y privados como un
aspecto relevante en la historia de la inmigración japonesa a
Perú.
Alrededor del mismo tema publiqué, con el apoyo de Juan
Shimabukuro Inami, el libro Okinawa. Un siglo en el Perú, y
escribí, en el diario Perú Shimpo, 125 artículos; 55 en el diario
International Press de Japón y decenas de textos en el sitio web
Discover Nikkei del International Nikkei Research Project del
Japanese American National Museum. Justamente, las crónicas
que aquí publico fueron difundidas por primera vez en aquellos
espacios aunque han sido modificadas para esta edición.
Las crónicas y los textos que conforman el presente libro
aspiran a brindar luces sobre la experiencia vital de tres
generaciones de mujeres: las issei, nisei y sansei. Las crónicas
están basadas en testimonios que me brindaron a través de

1
6
entrevistas con la intención de tener una perspectiva primaria;
este enfoque fenomenológico garantizaría —al menos, eso es lo
que creo— el carácter endógeno. Estas entrevistas me
permitieron acercarme a la autopercepción de sí misma que
tenía cada entrevistada y, también, las alentaba para que
contaran y expresaran sus ideas, recuerdos, vivencias, valores,
creencias y sentimientos con la finalidad de escuchar su voz, y
ayudar en la articulación y recuperación de una memoria
colectiva. Tal como afirma Giddens, una persona, cuando narra
su biografía, no solo está contando los hechos sino lo que guió
dichos actos y el sentido que confiere a estos, va dando
coherencia y continuidad a su vida en la medida en que la
reconstruye y, de esta manera, articula una identidad.
En ningún momento desdeñé el método autobiográfico4
como una ruta para las respuestas. Sin embargo, resultó una
tarea muy delicada recoger los testimonios de las mujeres
inmigrantes que, durante 80 años, se desenvolvieron, la gran
mayoría de ellas, en la oralidad de una simpática combinación
de su idioma originario —el okinawense— con el japonés de la
expansiva Era Meiji y un incipiente español más bien utilitario.
Este es el caso de la mayoría de mis entrevistadas, que nacieron
en Japón alrededor del año 1900, y cuyos testimonios habrían
sido imposibles de rescatar si no hubiese contado con la ayuda
de sus hijas o nietas que, de forma simultánea, me traducían sus

4 RANCE, Susanna (1998). “Teorías vividas: el método auto/biográfico en los


estudios de género”. En: Umbrales - Revista del postgrado en Ciencias del Desa-
rrollo 4, pp. 43-46.

1
7
palabras5 6. ¿Cuánto perdimos en ese proceso, en esa doble o
triple interpretación idiomática?
Francesca Denegrí (2000) nos ilustra ampliamente sobre
los riesgos de la elaboración de los testimonios en la
introducción de su libro Soy señora. Testimonio de Irene
Jara*: “por tratarse de la voz de un subalterno que por regla
general y por razones históricas tiene un hablar propio que no
siempre se ciñe a las normas gramaticales de la lengua
nacional, toca al escritor decidir cómo usar esa voz que se
expresa ‘incorrectamente’, si respetarla tal cual, si corregirla’, o
si adoptar una de muchas posiciones intermedias” 7, y recalca
que “si es cierto aquel lugar común que define al testimonio
como el género que da voz al que no la tiene, habría pues que
examinar bajo qué condiciones sucede esa transacción, qué
pierde y qué gana esa voz en el proceso mismo de encontrar un
espacio en la cultura letrada”8.
Como afirma Denegrí, “la verdad de la oratura no es la
misma que de la palabra hablada, como tampoco la verdad
literaria es la misma que la verdad vivida. Hay un proceso de
construcción que tergiversa para vitalizar ciertos episodios y
palidecer ciertos otros, no solo por parte de la editora que
ordena sino también de la informante que relata su historia.
Entramos así al tema de la subjetividad de la narradora, quien,
además de narrar guiada por la memoria, lo hace también
5 Es preciso mencionar que algunos datos que proporcionan las entrevistas no
cuentan con respaldo documentado por múltiples motivos.
6 DENEGRI, Francesca (2000). Soy señora. Testimonio de Irene Jara. Lima:
Ediciones Flora Tristán / Instituto de Estudios Peruanos / Ediciones El Santo
Oficio, pp. 13-43.
7 Ibid. p. 16.
8 Ibid. p. 21.

1
8
guiada por el deseo de proyectar una imagen particular para la
posteridad, y ni el deseo ni la memoria son objetivos” 9.
Exacto y preciso: fue el deseo de esta humilde servidora
proyectar para la posteridad las vidas que me conmovieron y
que aspiro, subjetiva y honestamente, a que permanezcan como
la historia de la inmigración japonesa a Perú.
Sin embargo, admito que no deja de ser un riesgo que los
enunciados y la voz hablante surjan desde mis propias
percepciones.
Al respecto, Diana Miloslavich Túpac reflexiona inten-
samente sobre la escritura de mujeres y el lugar que ocupan
histórica y socialmente; apoyándose en Nattie Goluvob, medita
sobre las posiciones del sujeto hablante (la narradora), los
sujetos que son hablados (los personajes) y las/los lectores/as
implícitos/as10.
El presente libro abarca testimonios de mujeres inmi-
grantes cuyo encuentro con el país de arribo significó un
choque cultural y geográfico, el cual desencadenó en una
relación entrañable y para toda la vida.
También, se comparte las vivencias de las hijas y las nietas
de inmigrantes japonesas que, en su búsqueda de la
profesionalización, de la vocación artística, o del amor,
sufrieron las desavenencias esperadas porque incursiona- ron
en otros espacios y otros grupos étnicos.
Y —¿por qué no?— al final del libro, comparto mis
reflexiones sobre la identidad nikkei desde mi condición de

9 Ibid. p. 24.
10 MILOSLAVICH, Diana (2012). Literatura de mujeres. Una mirada desde el
feminismo. Lima: Ediciones Flora Tristán, p. 115.

1
9
escritora y feminista.
Sinceramente, es muy escaso encontrar material biblio-
gráfico sobre procesos migratorios japoneses y construcción de
identidades nikkei con una perspectiva de género.
Deposito en este libro la ilusión de serle útil a quien lo
necesite, no sin antes sugerirle que para analizar las múltiples
identidades que se construyeron en este grupo humano es
imprescindible acallar las trompetas del triunfo y auscultar, de
una manera íntima y humana, el mundo simbólico y cultural
que sus integrantes construyeron en forma cotidiana.
Porque soy la primera interesada en encontrar formas de
convivencias equilibradas y humanamente sostenibles para el
bienestar de todos y todas en la comunidad nikkei, debo admitir
—a manera de colofón— que todas las mujeres de este libro
me enseñaron una lección: existe una remota posibilidad de que
la libertad, la felicidad y la belleza se hallen tanto dentro como
fuera de la burbuja.

2
0
INTRODUCCIÓN
Una mirada de género a la inmigración
japonesa a Perú

A lo largo de 120 años de historia de la inmigración japonesa a


Perú, se han registrado múltiples acercamientos desde un tono
épico y absolutamente homogeneizante. Esto lo podremos
comprobar en los incontables discursos, investigaciones y
textos que existen hasta la fecha. De alguna manera, atender a
estos ciertamente emocionantes pero aplastantes discursos
implicó pasar por alto la complejidad y diversidad de un
riquísimo universo simbólico construido al interior de la
comunidad inmigrante japonesa. A nivel de representación,
peligrosamente se produjo lo que en marketing se llama
“identificación de marca”11, lo cual actúa en desmedro de los
sectores con escaso poder como las mujeres, pues se proyecta
una sola imagen (estereotipo) creada, no por ellas, sino por los
sectores dominantes. Si no, preguntémonos: ¿a qué nos remite
cuando decimos identidad peruano-japonesa?, ¿los estereotipos
de un hombre poderoso y una mujer sumisa de origen japonés?
Ya Benedict Anderson nos había advertido que las
comunidades no deben distinguirse por su falsedad o

11 ANDÍA, Bethzabé (1999). “Treinta años del movimiento feminista: visibili-


zando las estructuras”. En: Moromisato, Doris (Ed.). La segunda mirada. Me-
moria del coloquio “Simone de Beauvoir"y los estudios de género, p. 106. Lima,
Perú: Ediciones Flora Tristán / NoEvas Editoras.
legitimidad sino por el estilo con el que son imaginadas12.
Definitivamente, enfocar el tema de las mujeres es re-
flexionar sobre el poder, sino encallaríamos en los territorios de
la banalidad y la simple retórica. Analizar la realidad de las
mujeres es analizar el poder: quiénes lo detentan y sobre la
base de qué razones, y cuál es el acceso, la distribución y el
ejercicio de ese poder. Después de 120 años, no cabe duda de
que persiste un desequilibrio político entre hombres y mujeres,
lo cual es factor de la escasa presencia femenina al interior de
algunas instituciones nikkei, ya sea en escenarios privados
como públicos, ausencia femenina al interior de sus
instituciones.
Para la comprensión de esta problemática, es necesaria la
utilización del enfoque de género, puesto que es el único que
nos puede brindar luces, ya que, en los cimientos del poder,
subyace —o la mantiene monolíticamente estable— la
construcción cultural de los géneros: femenino y masculino. El
poder contiene elementos genéricos que otorgan valorizaciones
y devaluaciones fundadas en una diferenciación corporal; por
ello, el enfoque de género es la herramienta más efectiva para
entender el complejo entramado que lleva a edificar jerarquías,
privilegios y subordinaciones, que da licencia para incluir o
excluir a determinados sujetos ya sea en su centro como en sus
bordes.
Es obvio que adaptarse e insertarse al Perú no fue el mismo
proceso para las mujeres que para los hombres; sin embargo,
los discursos orales y escritos, como las investigaciones

12 ANDERSON, Benedict (1996). “La comunidad imaginada”. En: Debate Femi-


nista 7(13), pp. 100-103.
históricas, obviaron este hecho y asumieron un carácter
unilateral reconstruyendo y valorando solamente la versión
masculina, situación que no es exclusiva a la comunidad nikkei
sino que es una constante en la constitución de la memoria
colectiva de muchos grupos sociales.
Personalmente, me vi en la necesidad imperiosa de
comprender esta asfixiante realidad al interior de mi propia
comunidad y realicé una investigación que fue auspiciada y
publicada por la International Nikkei Research Project 1'. La
motivación sigue siendo la misma y, por ello, muchas de sus
conclusiones forman parte del presente libro.

HISTORIA: PRESENCIA DE LAS PRIMERAS INMIGRANTES

Las primeras mujeres japonesas llegaron a Perú en el virreinato


español. Según el historiador José Antonio del Busto, en el
Padrón de Indios de Lima de 1613, se registraron nue-

11 MOROMISATO, Doris (2002). "I woman, I man, I Nikkei: Symbolic Con-


struction of feminity and masculinity in the Japanese community of Perú". En:
Hirabayashi, Lañe; Kikumura-Yano, Akemi y James Hirabayashi (Ed.). New
worlds, new Uves. Globalization andpeople of japanese descent in the Americas
andfron Latín America in ¡apan. California: Stanford University Press, pp. 187
-204.
ve hombres y once mujeres llamados “indios xapones”, quienes
vivían en la ciudad de Lima y desempeñaban un oficio. De este
grupo, algunas de sus mujeres servían en las casas de
respetables damas limeñas y los hombres trabajaban de
planchadores de cuello o eran soleteros; es decir, remendaban
la planta de los calcetines de los señores. Cuatro de las mujeres
se encontraban casadas con hombres de su misma raza y siete
eran solteras. Entre ellas estaba Marta, quien fue madre de
Francisco, quizás el primer nikkei del Perú; también, Antonia,
que servía en la casa de un caballero y, finalmente, Isabel y
Magdalena que trabajaban y vivían en casa de una dama viuda.
Todas sepultaron sus nombres originales bajo impuestos
nombres castellanos para conseguir una existencia civil,
costumbre que se mantuvo en mujeres y hombres a lo largo de
las continuas migraciones japonesas a Perú.
El 29 de julio de 1903, se produjo la masiva presencia
femenina. Del segundo viaje de trabajadores japoneses, arri-
baron 109 mujeres japonesas, quienes, en sus pasaportes,
registraban el estado civil de casadas. La Dra. Mary Fuku-
moto (1974) menciona en su libro que los administradores de
las haciendas vieron que las parejas de casados eran más
estables y trabajadoras. Por eso, se llegó a un acuerdo con las
compañías de inmigración para permitir exclusivamente la
llegada de hombres casados, ofreciéndoseles mejor pago con
relación a los solteros.
La inmigración japonesa se inició el 3 de abril de 1899 con
la llegada de 790 hombres y ninguna mujer japonesa.
Fukumoto menciona que la llegada de las mujeres en 1903 fue
para resolver problemas producidos por los primeros japoneses
“Considerando que la escasez de las mujeres condujo a los
males... y viendo que las parejas de casados eran más estables y
trabajadoras, los administradores de las plantaciones hicieron
arreglos con las compañías de inmigración para permitir la
venida de hombres casados exclusivamente”13, indica.
Este incentivo persistió en los siguientes años y llegó a
convertirse en una modalidad de migración femenina, incluso
en períodos en que los hombres ya no trabajaban para las
grandes empresas y dichos incentivos habían desaparecido. Sin
ningún sustento legal, se propaló la idea de que las mujeres que
deseaban migrar a Perú debían de hacerlo en condición de
casadas. Eso explicaría por qué la presencia femenina se hizo
más evidente durante el período 1924-1941 con la modalidad
de los shashin kekkon o matrimonios por fotografías.
Ante este panorama, podríamos confirmar un hecho
histórico: la inmigración de las mujeres japonesas a Perú
estuvo signada por la subordinación; es decir, aunque ellas
presentaran expectativas económicas y laborales, y también
fuesen consideradas como mano de obra, su única forma de
construir un proyecto vital era en condiciones de comple-
mentariedad: solo podían arribar a las nuevas tierras como
cónyuges o sujetos dependientes. Se produjo, perfectamente, lo
que Gerda Lerner (1990) define como relaciones patriarcales:
el sujeto dominado cambió sumisión por protección y trabajo
no remunerado por manutención14.
Sin embargo, esta condición de sujetos complementarios, y
supuestamente protegidos, no hizo menos difícil su adaptación
a un país extranjero; al contrario, aumentó la dificultad. Apenas
pisaban tierra peruana, debían trabajar como cualquier
inmigrante, y cumplir con las labores domésticas en dobles y
13 FUKUMOTO, Mary (1974). Migrantes japoneses y sus descendientes en el Perú
(tesis de Bachillerato). Universidad Nacional Mayor de San Marcos, p. 84.
14 LERNER, Gerda (1990). La creación del patriarcado. Barcelona: Editorial Crí-
tica, p. 316.
hasta triples jornadas como esposas, madres y obreras
agrícolas, las cuales eran más sacrificadas y menos
recompensadas15. Un gran sector murió por las difíciles
condiciones, por ejemplo, en los partos ante la carencia de
medicamentos y la falta de cuidados médicos.
A las tareas mencionadas, además, se agregaba la res-
ponsabilidad que se les asignó mientras residían en Perú: velar
que en el mundo doméstico se reprodujera cotidianamente la
cultura japonesa hasta el retorno a la madre tierra. Fue así como
las mujeres asumieron la tarea de preservar las costumbres y
valores para garantizar que la cultura de origen no se diluyera
en la sociedad peruana. Desde el anonimato de la cotidianidad,
las mujeres inmigrantes construyeron el mundo simbólico de la
comunidad nikkei16 y todo bajo estrictos códigos patriarcales
donde el estereotipo femenino, inculcado durante siglos en su
originaria cultura japonesa, les obligaba a la obediencia,
discreción y sumisión.
Para esta tarea, de aspecto doméstico pero con profundos
elementos épicos, contaban con el ojo vigilante del sujeto
dominador y la creciente comunidad que se mantenía alerta a la
permanencia de este régimen consensuado, rígido y, a la vez,
silencioso. Incluso, existe material escrito que ilustra estas
creencias y la manera en que se ejercitaba el sometimiento de
estas mujeres como, por ejemplo, la inculcación de las tres

15 MOROMISATO, Doris (2000). “Inmigración femenina japonesa en el Perú”. En:


Rememorando el Ayer, Conmemorando el Presente. La Asociación Femenina
Okinawense del Perú celebra su Vigésimo Aniversario y el Centenario de la
Inmigración Japonesa al Perú. Lima: Asociación Femenina Okinawense del Perú.
16 MOROMISATO, Doris. Ellas trajeron el Japón al Perú”. En: Perú Shimpo, 3 de
abril de 1999, p. 12.
famosas obediencias: al padre, al marido y a los hijos varones 17.
En los primeros diez años (1899-1909), solo 230 mujeres
realizaron la tarea de consolidar la comunidad japonesa. Demás
está decir que estas primeras mujeres no tuvieron acceso a los
espacios públicos: no participaban en las instituciones ni en los
tanomoshi, lo que significaba que no eran sujetos de crédito y
tenían menor peso social en la comunidad.
Por ser la presencia regional más numerosa de Japón y
convertirse en pieza clave en el transcurso de 120 años de
historia, es necesario resaltar la llegada de las primeras mujeres
inmigrantes de la prefectura de Okinawa. Esta se produjo en
1907, cuatro años después de sus similares femeninas, y tuvo
como protagonistas a cinco mujeres que arribaron en las
mismas condiciones que sus compatriotas de las otras pre-
fecturas. Justamente, la mayoría de testimonios del presente
libro pertenecen a mujeres okinawenses o descendientes de
okinawenses, porque, en la actualidad, constituyen el grupo
mayoritario en la comunidad peruano japonesa.
Guiada por mis investigaciones, me atrevería a firmar que
las okinawenses demostraron una mayor capacidad para
desenvolverse en espacios públicos. Una vez establecidas en la
ciudad, ellas no se restringieron a quedarse en casa organizando
la vida doméstica sino, por el contrario, administraron y
regentaron sus propios negocios sin amedrentarse ante las
autoridades o las trabas burocráticas. Como bien menciona
María Emma Manarelli (1999), “estos cambios en los patrones

17 KISHIMOTO DE INAMINE, Elena (1979). Tradiciones y costumbres de los


inmigrantes japoneses en el Perú. Lima: Centro de Investigaciones Histórico
Sociales de la Universidad Nacional Federico Villarreal.
de ocupación urbana generaron cambios en la vida cotidiana y
nuevas práticas sociales [...]. Las formas de estar en la casa y
en la calle empezaron a variar, aunque no necesariamente de
una forma generalizada”18.
Es memorable la historia de Kamaa Chinen, quien
transportaba montones de cocoliches en su espalda para
venderlos ambulatoriamente, enfrentándose a incom- pren-
sivos conductores que le prohibían subir a sus buses o a de-
lincuentes que le cerraban el paso: “china, tienes que pagar para
pasar por aquí”, la amenazaban, y ella les hacía frente de tan
feroz manera que ellos preferían retirarse antes que arriesgar su
integridad. Está también el caso de Hana Ta- mashiro, quien
enviudó a los 34 años con ocho hijos que mantener y, en su
pequeño restaurante del Rímac, vendió caucau, adobo de cerdo,
lomo saltado, desayunos con salchicha y café humeante,
negociando hábilmente con los burócratas de turno que
pretendían quitarle el negocio durante la Segunda Guerra
Mundial.
Como ellas, hay miles de historias que cuentan de la pe-
culiaridad de las inmigrantes japonesas que desde muy tem-
prano sostuvieron sus hogares y protegieron férreamente sus
costumbres con la esperanza de retornar al país de origen.
Algunas de estas conmovedoras experiencias se retratan en el
presente libro desde una mirada de género.
La reconstrucción de un proceso histórico y el análisis de
la identidad nikkei desde una perspectiva de género es una
tarea necesaria e innovadora para comprender aspectos de la

18 MANNARELLI, María Emma (1999). Limpias y modernas. Género, higiene y


cultura en la Lima del Novecientos. Lima: Ediciones Flora Tristán, p. 41.
realidad que han pasado desapercibidos al interior de la
comunidad peruano-japonesa. La construcción genérica de la
feminidad y la masculinidad, también nutrió el acto creativo de
la identidad nikkei y fueron —y aún lo son— “el campo
primario dentro del cual o por medio del cual se articula el
poder”, tal como afirma Joan Scott. Género, tal como dice
Scott, es el saber que asigna significados a las diferencias
corporales y cada cultura construye sus propias identidades
genéricas a partir de esas diferencias. En la construcción de la
identidad nikkei, está presente este proceso que, articulado a
otras variables, como clase y generación, se erige como un
poderoso eje de desigualdad.
La identidad de género es una construcción cultural basada
en una diferenciación sexual: masculino para los hombres y
femenino para las mujeres. En la actualidad, nuevos
planteamientos, como los de Judith Butler (199o) 19, vienen
modificando dichas nociones. La identidad de género, tal como
menciona Norma Fuller (1993)20, es legitimadora de relaciones
de poder articuladas en una comunidad.
En la comunidad nikkei, los valores, las creencias y sig-
nificados sobre lo femenino y lo masculino son construcciones
surgidas de las tradiciones de la cultura de origen —Japón— y
las respuestas vitales ante la realidad de la nación de residencia
—Perú—. Nociones como reconocimiento, prestigio,
aceptación, sumisión, rechazo, ruptura, negación o afirmación
giran en torno a estas construcciones.
19 BUTLER, Judith (1990). Gender Trouble. Feminism and the Subversión oflden-
tity. Nueva York: Routledge.
20 FULLER, Norma (1993). Dilemas de la femineidad. Mujeres de clase media en el
Perú. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, p. 17.
Es evidente que tanto la construcción de la feminidad
como la masculinidad han estado muy presentes en un siglo de
edificación simbólica de la identidad nikkei, en tanto indicó a
cada hombre y mujer quién era, de dónde vino, cuál es su lugar
en el mundo, cuáles son sus limitaciones y fronteras, cómo
debe relacionarse y comportarse con los demás
ya sea dentro o fuera de la comunidad nikkei. En el caso de los
hombres, se constata heredados códigos patriarcales japoneses
así como características del machismo ibero-latinoamericano21.
Ragúz manifiesta que debe hacerse una diferencia entre
patriarcalismo y machismo, los cuales se usan
equivocadamente como si fueran conceptos similares: “El
patriarcalismo se refiere a sociedades donde el poder se
concentra en los hombres, a cuya autoridad debe someterse la
mujer y los hijos e hijas, a quienes les garantiza protección [...].
[En] el machismo, en cambio... no hay responsabilidad por la
mujer y la prole, no se les reconoce, no se les protege. Y, sin
embargo, sirven para validar la virilidad del hombre... El uso de
la violencia, el abuso, el abandono, la doble moral son propios
del machismo”.
La noción de “ser mujer” es compartida entre issei, nisei o
sansei con diferentes matices; las diferencias no residen en
valores o creencias sino en proyectos de vida y en la postura
que tienen frente a experiencias como la sexualidad, la ma-
ternidad, el trabajo y frente a las organizaciones nikkei.
Para las issei, o inmigrantes japonesas, la noción de fe-
21 RAGÜZ, María (1996). “Masculinidad, femineidad y género: un enfoque psi-
cológico diferente”. En: Henríquez, Narda (Ed.). Encrucijadas del saber. Los es-
tudios de género en las ciencias sociales. Lima: Pontificia Universidad Católica
del Perú.
minidad reposa sobre la idea de sumisión, sacrificio, fortaleza
moral y una maternidad asociada más a la idea de deber
genético y cultural. Para ellas, la feminidad está relacionada a
la limpieza y a una buena salud con fines reproductivos.
Todas contrajeron matrimonio con japoneses y la mayoría lo
realizó por acuerdo familiar.
En sus hijas nisei, o hijas de japoneses nacidas fuera de
Japón, los rígidos códigos japoneses se vieron reforzados por
referencias católicas como, por ejemplo, el modelo mariano (de
María, fortaleza, amor, superioridad moral y espíritu de
sacrificio). Ello se constata en las nociones de complementa-
ridad sexo-afectiva y maternidad; sus códigos de belleza están
vinculados a estereotipos occidentales.
La nisei es un eslabón entre la cultura japonesa y la pe-
ruana. Quizás por eso ellas presenten mayor conflicto en tanto
debieron mantenerse dentro de los márgenes étnicos para
transmitir valores y costumbres japoneses sin perder conciencia
de su adquirida peruanidad. A pesar de que ya eran peruanas y
podían ejercer plenamente la ciudadanía y gozar de las
conquistas femeninas en el siglo XX, dentro de su comunidad,
la situación era muy distinta. Ninguna era considerada sujeto
jurídico y eran juzgadas de acuerdo con rígidos códigos
patriarcales que las mantenían como en una especie de
incapacidad legal, todo lo cual hacía imposible la idea de
autonomía. Protestar y negarse era ser cuestionadas familiar y
socialmente. El control económico era exclusividad de los
hombres, lo cual significaba que también controlaban la noción
de autonomía. Las mujeres solo podían acceder a un relativo
privilegio si obtenían el estatus de esposa, pues la de hija no
significaba nada en términos patrimoniales.
Que los bienes no se heredaran a través del padre sino del
cónyuge y que las solteras fueran asumidas por sus hermanos
varones como si sufrieran de invalidez, evidencia que se trataba
de premiar la reproducción y la prolongación del linaje.
Incluso, carecían de control sobre el mundo espiritual, pues
estaban impedidas de llevar un butsudan. Al igual que las
mujeres peruanas, las que consiguieron profesionalizarse
tuvieron como cómplices a elementos femeninos del hogar.
Véase el caso de la Dra. Carmen Miyasato, cuyo testimonio es
relatado en la presente publicación.
En cambio, las sansei o nietas de japoneses nacidas fuera
de Japón cuentan con un proyecto vital. Las aspiraciones de
autonomía e independencia económica son fundamentales para
conseguir la inserción en espacios de la sociedad peruana en
general y la profesionalización es percibida como un eje
integrador. No olvidemos que esta generación perteneciente,
sobre todo, a la década de 1960 fue depositaría de
acontecimientos que alteraron la escena conservadora en
América Latina, como el triunfo de la Revolución cubana, la
muerte del Che Guevara, el nacionalismo gubernamental de
Velasco Alvarado, la arremetida de la televisión en los hogares,
lo cual produjo lo que Giddens llama “la penetración de los
sistemas abstractos”22. Esos sucesos impulsaron la conciencia
de inclusión en un mismo destino nacional.
El discurso de las sansei muestra una fusión entre valores
y costumbres japoneseas heredadas de sus ancestros con estilos

22 La información ya no se basa en la cotidianidad o en la tradición sino en la ciencia


y la tecnología, lo cual gravita a su vez en la construcción de las identidades.
propios del entorno local peruano en el que se desarrollaron
(colegio, universidad, centros de trabajo, círculos sociales).
Muestran, asimismo, una mayor capacidad de movilización
étnica y social que sus antecesoras issei y nisei. No le temen a
formar familias mixtas y están dispuestas a salir de la
comunidad nikkei y adaptarse a otras costumbres. Asumen la
búsqueda del placer y la liberación de su sexualidad como un
hecho natural, frecuentan la colectividad nikkei y respetan sus
organizaciones, pero no siempre desean participar. Les agrada
la solidaridad entre nikkei, pero les molesta el hermetismo
racial. No debería ser una sorpresa que, en la actualidad, las
sansei registren una tendencia a conformar organizaciones no
nikkei antes que instituciones nikkei.
Las issei y nisei se caracterizan por una falta de autonomía,
represión sexual y registraron un mínimo o nulo acceso a
escenarios públicos, ya que, simbólicamente, el mundo público
está asociado a territorio masculino. Por su parte, las sansei dan
a la esfera pública un inmenso significado en sus vidas; por
ello, tienen menos resistencia a identificarse con valores
masculinos y asumir características genéricas ambiguas —o
masculinizarse— para ingresar a esos espacios de poder. Es
interesante comprobar que las nociones de aprobación, rechazo
o culpa se modificaron en la construcción de la identidad
femenina de la generación sansei.
Justamente, es esta generación la que presenta una ten-
dencia a la exogenación o salida de la comunidad étnica; si
bien el Censo de 198923 ya reportaba un tercio de matrimonios

23 Editorial Perú Shimpo S.A. (1974). Inmigración japonesa al Perú. 75 aniversario


(1899-1974). Lima: Editorial Perú Shimpo S.A., 1974.
mixtos, el número se va incrementando en el presente siglo
XXL Aunque no tienen propiamente una perspectiva de género,
los estudios de Mary Douglas24 son muy útiles para la
comprensión de asuntos tan complicados como disidencia,
permanencia, endogamia, exogamia y mestizaje en la
comunidad nikkei peruana. No olvidemos que la idea de la
disidencia o mestizaje racial es el gran tabú de cualquier
comunidad étnica, puesto que es un tema que fastidia e in-
comoda, porque trastoca significados, y altera la idea de co-
munidad unitaria y cohesionada, lo cual cuestiona, a su vez, la
supuesta inamovilidad y congelamiento de un universo
simbólico.
Todo este panorama repercute en el destino de una
colectividad étnica. Lo interesante es saber si dichos com-
portamientos se producen por una voluntad de fusión o son más
bien gestos de rechazo ante las jerarquías patriarcales.
Estamos ante una realidad que, por su novedad, pro-
blematiza un escenario simbólico y se presenta amenazador
para el futuro de un grupo humano cuya continuidad se sustenta
básicamente en la reproducción y la maternidad.
Si bien es cierto que las mujeres y el mundo femenino no
son el único sector olvidado en más de un siglo de historia, esta
vez el libro está dedicado a ellas.
Tal como afirma Noma Fuller (1993)25, es muy importante
entender el proceso de construcción de la identidad de género,
pues es allí donde cada persona aprende qué es ser hombre o

24 DOUGLAS, Mary (1973). Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de


contaminación y tabú. Madrid: Siglo Veintiuno.
25 FULLER, Norma (1993), p. 17.
mujer, asumiendo roles y actitudes propias, reconociéndose o
autocensurándose según dichos parámetros genéricos.
En 1992, la crisis presidencial del matrimonio Fujimo- ri-
Higuchi sacó a la luz pública la rígida jerarquía patriarcal de las
familias nikkei y la situación de sus mujeres. Ante la violenta
irrupción de la nisei Susana Higuchi, quien reclamaba sus
derechos como cualquier ciudadana peruana, la opinión pública
y los medios de comunicación lanzaron la pregunta: ¿dónde
está el modelo de mujer japonesa, sumisa y obediente, que
todos guardaban en la memoria?26.
La identidad nikkei no debería ser un lugar de desarti-
culación o de conflicto, sino uno de unificación y reconci-
liación. Lograr esto solo es posible a través de la aceptación de
la diversidad y las contradicciones que presenta un grupo
humano. Las prácticas democráticas e incluyentes, en ámbitos
públicos como privados, se convertirán en la única posibilidad
de crear nociones de masculinidad y de feminidad menos
opresivas que, a su vez, harán posible la construcción de una
identidad nikkei más cercana a la idea de integración y que, a la
hora de autonombrarse y activarse, apele a un universo
simbólico antes que a la memoria de la sangre. Prueba de estas
afirmaciones es la ya mencionada situación actual que están
viviendo las generaciones sansei: las mujeres están cobrando
cada vez más presencia en organizaciones nikkei peruanas
como en organizaciones peruanas en general; sin embargo, el
camino por recorrer aún es largo.
En un futuro inminente, ser nikkei tendrá que ver más con

26 MOROMISATO, Doris e Irene OYAKAWA (Noviembre-Diciembre 1994). "Las


mujeres nikkei en el Perú: Cien años de historia y discreción”. Quehacer, N° 92.
las construcciones culturales que con nostálgicas apelaciones
genéticas.
Crónicas de las issei
OLLA, TORTUGA, FLOR:
Las inmigrantes se llamaban como la vida

Las inmigrantes japonesas de la Prefectura de Okinawa nos


muestran un hecho curioso que permite apreciar claramente
cómo sus códigos fueron trasladados a Perú a través de sus
mujeres y hombres. En los documentos migratorios a los que
he accedido en mis investigaciones, puede constatarse que los
nombres de las mujeres estaban relacionados a especies de
flora y fauna, a elementos de la naturaleza o artefactos
domésticos, y herramientas de trabajo. En cambio, los nombres
de los hombres estaban escritos en kanji y sus significados —
grandeza, honor, felicidad o esplendor— guardaban relación
con un mundo abstracto ligado a la jerarquía y el poder.
Conforme a mis indagaciones, en Okinawa, el ideograma
del niño era buscado de acuerdo con sonidos y cálculos
matemáticos, puesto que era algo más que un nombre: era las
aspiraciones y la simbología que se posaban sobre ese niño y el
futuro de su linaje. Por el contrario, las mujeres no tenían
derecho a un kanji, lo que nos dice que su destino era el de
construir y preservar los símbolos —así como construirse a sí
mismas— a partir, no de la abstracción, sino de la realidad
concreta y terrenal, sin despegarse de la vida cotidiana.
Kanji para él, hiragana para ella. Traducidos al español,
las primeras inmigrantes japonesas se llamaban: ciruelo, olla,

4
3
grulla, pino, hoz o tortuga. Más de una persona pensaría que
elegían sus nombres con lo primero que se les cruzaba en el
camino; si así fuera el caso, hoy sería como llamarse zapato,
pan, pescado, televisor o Ipad. Sin embargo, la elección de los
nombres respondía a una interesante filosofía que, un siglo
después, bien vale entender por su belleza y complejidad.
Las mujeres que llegaron a Perú nacieron durante la Era
Meiji (1868-1912) o la Era Taisho (1912-1926). En aquellos
tiempos, las familias japonesas no elegían para sus hijas
nombres complicados ni abstractos, sino muy reales y con-
cretos; nombres relacionados a los animales que habitaban la
tierra o a los elementos de la naturaleza u objetos que em-
pleaban en la vida cotidiana.
Para la cultura japonesa, no era lo mismo nacer mujer que
nacer hombre y, lo más interesante, no era lo mismo buscar un
nombre para un hijo que para una hija.
Hallar un nombre para el varón era un acto casi sagrado:
apenas nacidos se convocaba a señores reconocidos y probos
de la comunidad para elegir con sumo cuidado ideogramas,
cálculos y sonidos, pues no solo se estaba buscando un vocablo
o una palabra sino las aspiraciones de ese niño, y hasta el
futuro del apellido, la familia y el clan. Guillermo Nugent
(2012) tiene un importante estudio sobre la elección de los
nombres y su trascendencia social.27
No sucedía lo mismo con la niña recién nacida: las
mujeres ni siquiera tenían derecho al kanji o escritura china,
empleada durante siglos exclusivamente por la realeza y por los

27 NUGENT, Guillermo. El laberinto de la choledad. Páginas para entender la des-


igualdad. Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).

4
4
hombres. El nombre elegido para las mujeres tendría la
simpleza de la escritura silábica, sonaría cotidiana como la vida
y sería elegido con muchísimo cariño, pero sin ninguna
importancia.
Para ellos, el cielo: los nombres de los hijos estaban rela-
cionados a la grandeza, el honor, la felicidad o el esplendor, y
siempre estaban ligados al poder; mientras que los nombres de
las hijas no trascendían la realidad terrenal.
Sin embargo, suponemos que, si bien esta clasificación
estaba basada en valoraciones masculinas y devaluaciones
femeninas, su intención no era despreciar explícitamente a las
mujeres.
Las culturas japonesa sustentan su cosmovisión espiritual
en el sintoísmo jque otorga un alma a las cosas) y en el
budismo (que profesa-un sagrado respeto a lajatupalezq)28.
Las plantas, animales y objetos son siempre simbologías y
tienen un significado mucho más allá que el que les otorga su
mera existencia: son parte de la armonía de un universo cuyo
centro no es la humanidad sino la existencia toda. Para el
pueblo okinawense, no era una burla llamarse como un animal,
a diferencia del mundo occidental que los utiliza para el insulto
o infundir vergüenza. Y llamarse como las cosas era ser
considerada útil y necesaria para los demás, lo cual era motivo
de felicidad.
Sospecho que lo que se buscaba era una especie de re-
partición de responsabilidades en la vida social: los hombres se
encargarían de alcanzar la inmortalidad del clan y de construir

28 Para una explicación más detallada de las características del budismo y sin-
toísmo, se puede revisar el libro Japanese Philosophy. A source.

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5
el mundo simbólico, mientras que las mujeres tendrían los pies
bien puestos sobre la tierra, organizando, y manteniendo la
realidad y el orden de las cosas.
Para ellas, la tierra: los nombres más comunes y frecuentes
entre las primeras inmigrantes japonesas que llegaron a Perú
eran:

Nombre Traducci
ón
Kame tortuga
Ushi buey
Umee (Ume)2S ciruelo

Nabii (Nabe) olla

Tsuru grulla
Matsu pino
Utoo (Oto) sonido

Kamaa (Kama) hoz


Hana flor

28 En algunos casos, debido a un fenómeno fonético, la pronunciación de la palabra


original (palabra entre paréntesis) varía.
En cada uno de estos nombres, había una representación,
una función social y hasta un anhelo personal. Sus nombres
respondían, así, a una armónica cosmovisión con la naturaleza
y la manera tan directa con que las familias japonesas vivían la
realidad a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

4
6
Lo curioso es, ¿cómo una mujer podía llamarse «sonido»,
y vivir entre el gentío y las ruidosas calles de Lima?, ¿cómo se
sentiría una mujer llamada «buey» o «tortuga» trabajando en
una cantina donde los parroquianos se insultaban con nombres
de animales?
Con los años, las inmigrantes se adaptaron a la sociedad
peruana y también modernizaron los nombres de sus hijas.
Además de inscribirlas en los registros parroquiales y
municipales con nombres castellanos, siguieron la moda de
Japón de la Era Showa y a sus hijas nisei las llamaron Akemi,
Mitsuko, Yoshiko, Toyoko, Hatsue o Sachiko.
A su vez, continuarían con esta modernización en el
movimiento de sus nietas sansei, además de adoptar nombres
ingleses, italianos o franceses, muy frecuentes a partir de la
década del 60. Ellas fueron llamadas Sayuri, Keiko, Hi- romi o
Midori.
Los nombres de las nisei y las sansei estaban más desli-
gados del objeto en sí (como los animales y las cosas), y se
relacionaban con la contemplación del paisaje y la sutileza de
los sentimientos.
¿Volveremos a poner Ushi, Kame, Matsu, Tsuru a las
nuevas generaciones?, ¿nos atreveremos a rescatar esa simple y
hermosa manera de unir a una mujer con la tierra?
Mientras buscamos las respuestas, podríamos ir infor-
mando a las nuevas generaciones que en los nombres de sus
abuelas y abuelos habitan los sueños y el mágico universo de la
cultura japonesa.

4
7
MIYOKO SHIMIZU:29
Una mujer de escándalo

Conducía automóviles cuando las mujeres no lo hacían y


fumaba cuando aún estaba mal visto. Esta original japonesa,
elegante, guapa, inteligente y sumamente atrevida llegó a ser
gran amiga y hasta confidente del presidente Augusto B.
Leguía. Fue, además, junto a su esposo Shimizu, una pieza
clave para consolidar las relaciones entre Perú y Japón a
principios del siglo XX.
En la década de 1920, Lima era una creciente ciudad
tradicional y conservadora a la vez. Las familias apelaban a
linajes ancestrales que se materializaban en sus largos y
compuestos apellidos extranjeros. Los hombres ocupaban
puestos públicos y conducían los destinos de la nación fu-
mando puros, vestidos elegantemente de levita y sombrero de
copa. Reyes en los espacios públicos, prácticamente eran
dueños de las veredas.
Sus mujeres, en cambio, ni siquiera tenían derecho al voto,
carecían de categoría ciudadana y eran casi adornos; su lugar
no era la calle: ellas debían ocuparse de las labores domésticas
y la maternidad, permaneciendo en espacios privados,
29 Si bien Miyoko Shimizu fue parte del cuerpo diplomático de Japón en Perú y no
arribó como inmigrante ni se insertó a este proceso histórico, fue incorporada al
presente libro porque también ilustra la diversidad de mujeres japonesas que se
insertaron al mundo occidental, aunque, por cierto, ella fue un caso excepcional.
cerrados, para obtener la calificación de “mujeres correctas”.
Hasta que apareció, como un huracán, Miyoko, la esposa
del embajador plenipotenciario del Japón, Seizaburo Shimizu,
quien había sido designado por el Emperador para crear la
primera residencia consular en Perú. Seizaburo Shimizu era un
hombre de mundo, políglota, con estudios en Derecho
Internacional en la Universidad Imperial de Tokio. Había
trabajado como diplomático en Berlín, Roma, París y se
hallaba sirviendo como ministro plenipotenciario en Ot- tawa,
Canadá, cuando fue nombrado como primer ministro
plenipotenciario de Japón con residencia en Lima.
Hasta antes de 1921, los ministros japoneses solo eran
concurrentes, pues sus sedes se hallaban en otras regiones de
Latinoamérica, como México (1897 a 1906), Chile (1908 a
1920) y, finalmente, Lima, donde se instaló la sede en 1921.
En los primeros años del siglo XX, Japón necesitaba
seguir incentivando la emigración de sus ciudadanos hacia
otros países, pues ya contaba con 60 millones de habitantes.
Por ello, los pasajes se vendían al tercio de su costo, pues el
resto era subsidiado por el Gobierno japonés.
Dos firmas se disputaban a los emigrantes: la Compañía de
Vapores de Correo de Japón (Nipón Yusen Kaisha) y la
Compañía de Vapores Mercantiles de Osaka (Osaka Shosen

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