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EL ÉXODO

Conversión y regreso a casa

Anton Vogelsang , L.C.


Anton Vogelsang, 2020
Título de la serie: Aprender a leer la Biblia
Título: El Éxodo
Subtítulo: Conversión y regreso a casa
Título original: Exodus – Umkehr und Heimkehr
Traducción: Jesús Guerrero

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas de este libro están
tomadas de la Biblia Dios habla hoy ®, Tercera edición © Sociedades
Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996. Las citas bíblicas marcadas
con BA están tomadas de la Biblia de América, La Casa de la Biblia, 2011.
Se utilizan con autorización. Todos los derechos reservados. Las citas del
Catecismo están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica (abreviada
como CIC), Asociación de Editores del Catecismo, 1992.

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reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el
alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa
y por escrito de los titulares del copyright.
Agradecimientos

Agradezco mucho a Isabel Gluschak y Beatriz Limón por darse el tiempo


de leer el borrador y enviarme sus comentarios y sugerencias que me
sirvieron muchísimo para corregir el texto. ¡Qué Dios se los pague!
Índice
Introducción
Capítulo 1. Liberación de Egipto (Ex 1 - 15, 21)
Resumen de la trama
Desarrollo de los personajes
Explorando el sentido literal
Explorando el sentido espiritual
Capítulo 2. La alianza en el monte Sinaí (Ex 15, 22 – 40, 38)
Resumen de la trama
Desarrollo de los personajes
Explorando el sentido literal
Explorando el sentido espiritual
Introducción
“La ignorancia de las Escrituras es la ignorancia de Cristo.” (S. Jerónimo)

Muchas personas me han preguntado cómo leer la biblia. No hay una


respuesta de “talla única”. Mucho depende de quién pregunta y cuál es su
situación personal. La mayoría está de acuerdo en que los principiantes
deberían comenzar con los Evangelios. Forman el corazón de la Biblia. A mí,
personalmente, me gusta más el Evangelio según san Marcos. Es el más corto
y fácil de leer.
Lo que he descubierto, sin embargo, en mi propio viaje a través de la
Biblia, es que uno no puede llegar a una comprensión profunda de Jesús y de
su mensaje sin leer el Antiguo Testamento. Esta no es solo mi opinión. Es
también la de la Iglesia .
El Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. ( Catecismo de la
Iglesia Católica , CIC 129)
Entonces, si uno quiere entender el Nuevo Testamento, tarde o temprano
tiene que leer el Antiguo Testamento. El siguiente es un ejemplo que ilustra
esto. Leemos al inicio del Evangelio según san Marcos acerca del llamado de
los primeros apóstoles.
Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio
a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y
estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: –Síganme,
yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. (Mc 1,
16-17)
¿Qué quiso decir Jesús con “pescadores de hombres”? ¿Por qué los
apóstoles dejaron todo para seguirlo? Para responder a estas preguntas, uno
tiene que saber un poco sobre la historia de Israel, tal como se nos narra en el
Antiguo Testamento. Leemos, por ejemplo, en 2 Samuel que alrededor del
año 1000 a. C. el rey David estableció su reino con Jerusalén como su capital.
Además, Dios le prometió a David que su reino duraría para siempre y uno de
sus hijos se sentaría por siempre en su trono.
Este reino, sin embargo, estaba en ruinas a principios del siglo VI a. C. Los
israelitas que vivían en el norte habían sido conquistados por los asirios en el
año 722 a. C. y deportados a los reinos del norte. Los judíos que vivían en el
sur fueron conquistados en el año 577 a. C. por el Imperio babilónico.
Destruyeron a Jerusalén y su templo, cegaron al rey, mataron a sus hijos y
luego deportaron a casi todos los judíos a Babilonia.
Estos eventos llevaron a una gran crisis de fe entre la gente que se
preguntaba: ¿Cómo pudo haber pasado esto? ¿No le había prometido Dios a
David que su reino duraría para siempre? ¿Es Dios fiel? Incluso, ¿existe?
En respuesta a esta situación, Dios envió profetas para consolar al pueblo y
asegurarle su presencia y protección. Recordaron cómo Dios había salvado a
sus antepasados de la esclavitud en Egipto durante el éxodo. Dios es fiel,
argumentaron, y si Él pudo salvar al pueblo una vez, lo podría hacer de
nuevo. De hecho, lo haría en el futuro, afirmaron, a través de un nuevo
éxodo. Es decir, los liberaría de sus opresores y los devolvería a la tierra
prometida como hizo en el primer éxodo. ¿Cómo?
El profeta Jeremías proclamó:
‘Por la vida del Señor, que sacó a los israelitas del país
del norte y de todos los demás países por donde los había
dispersado’. Yo haré que ustedes regresen a su tierra, a la
tierra que di a sus antepasados. ‘Voy a hacer venir
muchos pescadores –yo, el Señor, lo afirmo– para que
pesquen a los israelitas.’ (Jr 16, 15-16)
Jesús tenía en mente esta profecía cuando llamó a los apóstoles y les dijo
que los haría pescadores de hombres. Lo que quería decir era que había
llegado el momento del cumplimiento de estas profecías. Él era el nuevo
Moisés que iba a liberar al pueblo a través de un nuevo éxodo. Los apóstoles,
como buenos judíos de su tiempo, conocían su Biblia, conocían su historia y
conocían las profecías. Ellos entendieron lo que Jesús quería decir y, por lo
tanto, estuvieron dispuestos a dejarlo todo para seguirlo.
Nosotros, cristianos del siglo XXI, no estamos tan familiarizados con el
Antiguo Testamento. Solemos evitar leerlo porque no creemos que sea tan
importante. Esos pocos aventureros que intentan leer la Biblia de principio a
fin, a menudo se rinden porque lo encuentran demasiado aburrido, se
escandalizan por su violencia y sexualidad, o simplemente no encuentran que
sea relevante para sus vidas. El resultado final es que solo leemos el Nuevo
Testamento.
Esta situación es desafortunada. Como vimos anteriormente, sin el Antiguo
Testamento, nunca habríamos sabido que san Marcos está presentando a
Jesús como el nuevo Moisés que guía al pueblo en un nuevo éxodo. Este
ejemplo está lejos de ser aislado. Prácticamente cada pasaje del Evangelio de
san Marcos está relacionado de alguna manera con el Antiguo Testamento.
¿Por qué Jesús se dejó bautizar? ¿Por qué fue tentado en el desierto? ¿Por qué
curó a un leproso? ¿Por qué enseñaba en parábolas? ¿Por qué multiplicó el
pan para alimentar a la multitud? ¿Por qué entró a Jerusalén sobre un burro?
¿Por qué maldijo a la higuera? ¿Por qué murió en la cruz?
Las respuestas a estas preguntas se encuentran en el Antiguo Testamento.
Entonces, aunque el Evangelio de san Marcos aparenta ser sencillo, en
realidad es muy profundo. Pero toda esta profundidad se pierde para los
lectores modernos, porque simplemente no conocemos el Antiguo
Testamento. Parafraseando a san Jerónimo, podríamos decir: la ignorancia
del Antiguo Testamento es la ignorancia de Cristo.
Mi objetivo con esta serie de libros es ayudar a mis lectores a superar este
problema. No solo quiero motivarles a leer toda la Biblia sino también
ayudarles a entenderla. La clave es aprender a leer la Biblia como una sola
historia continua. Explico esto más detalladamente en mi libro Génesis –
Crimen, castigo, bendición . Expondré aquí un breve resumen de esto.
Ya que la Biblia cuenta una sola historia continua, uno debería leerla como
se lee una novela, es decir, del principio hasta el fin. Las novelas desarrollan
sus personajes, temas y trama a lo largo de toda la historia. De manera
similar, el mensaje de la Biblia se desarrolla a lo largo de todo su contenido.
En este libro presento y explico el libro del Éxodo, el segundo libro de la
Biblia. Lo divido en dos partes. La primera parte comienza con los israelitas
esclavizados en Egipto y termina con su liberación cuando cruzan el Mar
Rojo. En la segunda parte, Moisés lleva al pueblo al Monte Sinaí, en donde
entran en una alianza con Dios.
Dedico un capítulo para cada parte y cada capítulo contiene cuatro
secciones. En la primera sección de cada capítulo, doy un resumen básico de
la trama. En la segunda sección, presento el desarrollo de los personajes
principales. ¿Qué aprendemos acerca de Dios? ¿Qué nos dice el texto sobre el
pueblo de Israel? En la tercera y cuarta secciones analizo respectivamente el
sentido literal y el sentido espiritual del texto.
¿Qué quiero decir con el sentido literal y espiritual? El primer paso para
estudiar un texto es tratar de entender lo que el autor quiere decir a través de
las palabras escritas. Esto se llama el sentido literal. Es el significado
intencionado de las palabras dadas por el autor humano. En algunos libros,
comprender el sentido literal puede ser bastante simple, pero para la Biblia
esto es muy complicado. Requiere mucho esfuerzo y estudio, y los eruditos
que estudian las Sagradas Escrituras a menudo no se ponen de acuerdo entre
sí.
Recordemos que la Biblia fue escrita hace miles de años en lenguas como
el hebreo y el griego antiguo. Hay palabras y frases en ella que no
entendemos y no tenemos acceso a diccionarios antiguos que nos puedan
ayudar. Su significado es, muchas veces, una cuestión de conjetura.
La Biblia no solo fue escrita en lenguas antiguas, sino que también fue
escrita en culturas completamente diferentes a las nuestras. Entonces, para
entender mejor la Biblia tendríamos que estudiar esas culturas. Por ejemplo,
tenemos que entender la forma en que las personas hablaban y escribían, los
modismos que utilizaban, etc. Finalmente, también debemos estudiar los
géneros literarios utilizados en la Biblia. Se puede expresar una verdad de
muchas maneras. ¿Qué quería decir el autor? ¿Estaba describiendo un evento
histórico? ¿Estaba subrayando algo usando una imagen? ¿Estaba expresando
sentimientos a través de un poema? Todo esto influye en la comprensión.
Dios, sin embargo, también es el autor de la Biblia. Como tal, puede dar a
los acontecimientos y realidades descritos en el Antiguo Testamento un
significado espiritual más profundo. Una forma de esto es lo que los teólogos
llaman tipos. Un tipo es un evento o una realidad descrita en el Antiguo
Testamento que prefigura y señala una realidad espiritual futura realizada por
Cristo en el Nuevo Testamento. El cruce del Mar Rojo es un buen ejemplo de
esto, como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica :
El paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo. (
CIC 117)
Al describir este paso, la intención de los autores fue describir el evento a
través del cual los israelitas obtuvieron su libertad definitiva después de su
esclavitud en Egipto. Este es el sentido literal. Pero dado que el cruce del Mar
Rojo es un tipo, prefigura y apunta a un futuro evento espiritual en el Nuevo
Testamento: nuestro bautismo. Del mismo modo que Israel se salvó de la
esclavitud en Egipto al cruzar las aguas del Mar Rojo, así somos salvados
nosotros de nuestra esclavitud espiritual al pecado cuando pasamos por las
aguas del bautismo.
El Antiguo Testamento está lleno de tipos. Son importantes porque nos
ayudan a entender el Nuevo Testamento. Si los autores del Éxodo no
hubieran escrito sobre el cruce del Mar Rojo, nos habría resultado más difícil
entender el verdadero significado del bautismo. Es por eso por lo que el
Nuevo Testamento debe leerse a la luz del Antiguo Testamento.
Dado que el Éxodo es una continuación del Génesis, me gustaría finalizar
esta introducción con un breve resumen del Génesis. La historia de la Biblia
comienza con la narración de la creación. La Biblia no da una explicación
científica de cómo Dios nos creó. En cambio, explica el por qué. Dicho
brevemente, Dios nos creó para invitarnos a formar parte de su familia al
“casarse con nosotros.”
En las culturas antiguas de la Biblia, las familias se formaban
estableciendo alianzas. Esto sigue siendo cierto hoy en día con el matrimonio.
El matrimonio es una forma de alianza en la cual los esposos se convierten en
familia. Pero el concepto de alianza en las culturas antiguas era mucho más
amplio. Familias, tribus y naciones se unían a través de ellas. La historia de la
Biblia es la historia de cómo Dios nos forma como su familia a través del
establecimiento de una serie de alianzas con nosotros.
Dios estableció primero una alianza con Adán y Eva. Desafortunadamente,
tentados por la serpiente, desobedecieron a Dios y la rompieron. Al hacerlo,
perdieron su comunión con Dios. Pero a pesar de esto, Dios no los abandonó.
Los cuidó y les prometió una futura descendencia que aplastaría la cabeza de
la serpiente. Este salvador era Jesús. Su victoria, sin embargo, no vendría
fácilmente. Al mismo tiempo que aplastaría la cabeza de la serpiente, ésta lo
heriría en su talón. Ésta es la primera profecía de la muerte de Jesús en la
Biblia.
La historia de la salvación comenzó cuando Dios llamó a Abraham y
estableció una alianza con él. Dios le prometió tres cosas: (1) darle una tierra;
(2) que tendría muchos descendientes y uno de ellos (el futuro Rey David)
establecería un reino; y (3) que a través de otro descendiente (Jesús), Dios
bendeciría a todas las naciones. Es decir, él salvaría a las naciones del pecado
y cumpliría así su promesa original que hizo a Adán y Eva.
Estas tres promesas definen la estructura del resto de la Biblia. Ésta narra
la historia de cómo Dios cumple sus promesas. Los libros del Éxodo hasta
Josué cuentan cómo los israelitas obtuvieron la tierra, cumpliendo así la
primera promesa de Dios. Los libros de 1.° y 2.° Samuel, 1.° y 2.° Reyes y
1.° y 2.° Crónicas describen el establecimiento y la historia del Reino de
David, cumpliendo así la segunda promesa. Finalmente, los Evangelios nos
dicen cómo Dios bendijo a todas las naciones, cumpliendo así su tercera
promesa. Ésta es, en pocas palabras, la historia de la Biblia.
Volvamos a nuestro resumen del libro del Génesis que cuenta después la
historia de la familia de Abraham. Abraham y Sara tuvieron un hijo llamado
Isaac. Él, a su vez, tuvo dos hijos: Esaú y Jacob. Jacob tuvo doce hijos. Su
hijo favorito fue José. Por celos, los demás hermanos vendieron a José como
esclavo y terminó encarcelado en Egipto. Pero a pesar de esta situación, Dios
siempre estuvo con él y lo estaba bendiciendo. José fue capaz de interpretar
correctamente los sueños del faraón. Le dijo que habría siete años de
abundancia seguidos por siete años de hambruna. Por haber interpretado
correctamente su sueño, el faraón lo puso a cargo del almacenamiento y
distribución de los alimentos. La hambruna obligó a la familia de José a ir a
Egipto para comprar comida. Al principio, no reconocieron a su hermano,
pero finalmente José se reveló a ellos y la familia se reunió de nuevo.
Después, Jacob y toda su familia emigraron a Egipto, en donde vivieron bajo
la protección del faraón, quien se lo había ofrecido a José en agradecimiento
por haber salvado a Egipto de la hambruna.
Éxodo retoma la historia unos 400 años después.
Capítulo 1
Liberación de Egipto
(Ex 1 - 15, 21)

Resumen de la trama

El libro del Éxodo empieza conectando la historia del éxodo con el fin del
libro del Génesis.
Estos son los nombres de los israelitas que llegaron con
Jacob a Egipto, cada uno con su familia: Rubén, Simeón,
Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad
y Aser. Los descendientes de Jacob sumaban en total
setenta personas. José ya estaba en Egipto. José y sus
hermanos, y todos los de esa generación, murieron; pero
como los israelitas tenían muchos hijos, se multiplicaron
de tal manera que llegaron a ser muy poderosos. El país
estaba lleno de ellos. (Ex 1, 1-7)
Al final del Génesis, Jacob y su casa, formada por setenta personas,
migraron a Egipto. El Éxodo retoma la historia de sus descendientes
aproximadamente 400 [1] años después.
La narrativa deja claro desde el inicio que Dios ha cumplido una de sus
promesas hechas a Abrahán. En verdad se ha convertido en el padre de una
gran nación [2] . Pero no todo está en orden. El lector atento, que conoce la
historia, es guiado a preguntarse sobre las otras promesas. ¿Qué pasó con la
tierra [3] ? Actualmente son extranjeros viviendo en tierra de otro pueblo y, por
lo tanto, de acuerdo con las costumbres del tiempo, no tienen ningún derecho.
Pertenecían al faraón y él podía hacer con ellos lo que quisiera.
Más tarde hubo un nuevo rey en Egipto, que no había conocido a José,
y que le dijo a su pueblo: ‘Miren, el pueblo israelita es más numeroso y
más poderoso que nosotros; así que debemos tramar algo para impedir
que sigan aumentando, porque puede ser que, en caso de guerra, se
pongan de parte de nuestros enemigos para pelear contra nosotros y se
vayan de este país.’ Por eso los egipcios pusieron capataces
encargados de someter a los israelitas a trabajos muy duros. Les
hicieron construir las ciudades de Pitón y Ramsés, que el faraón, rey
de Egipto, usaba para almacenar provisiones. Pero mientras más los
maltrataban, más aumentaban. Así que los egipcios les tenían mucho
miedo. Los egipcios esclavizaron cruelmente a los israelitas. Les
amargaron la vida sometiéndolos al rudo trabajo de preparar lodo y
hacer adobes, y de atender a todos los trabajos del campo. En todo
esto los israelitas eran tratados con crueldad. (Ex 1, 8-14)

¿Qué pasó con la promesa de la bendición [4] ? En su situación actual como


esclavos, es difícil considerarlos bienaventurados. El libro del Éxodo y los
siguientes cinco libros de la Biblia responden a estas preguntas. Dios librará a
los israelitas de su esclavitud y los sacará de Egipto. Instituirá una nueva
alianza con ellos, erigiéndolos como su nación santa. Luego, a pesar de sus
infidelidadebs y pecados, Moisés los llevará a la tierra prometida que
conquistarán bajo el liderazgo de Josué, el sucesor de Moisés. De esta
manera, Dios cumplirá todas sus promesas. Al final del libro de Josué
leemos:
Así fue como el Señor les dio a los israelitas todo el
territorio que les había prometido bajo juramento a sus
antepasados, y ellos se establecieron y vivieron allí. El
Señor cumplió su promesa, y les dio paz en todo el
territorio. Sus enemigos no pudieron hacerles frente,
porque el Señor les dio la victoria sobre ellos. Ni una sola
palabra quedó sin cumplirse de todas las buenas
promesas que el Señor había hecho a los israelitas. (Jos
21, 43-45)

Yo ya me voy a morir, pero antes quiero que ustedes


reconozcan de todo corazón y con toda el alma que se han
cumplido todas las cosas buenas que el Señor les
prometió. Ni una sola de sus promesas quedó sin
cumplirse. (Jos 23, 14)
Volvamos a la historia. A pesar de su esclavitud, los israelitas continúan
creciendo en número, por lo que el faraón comienza a verlos como una
amenaza. En respuesta, se le ocurre el siguiente plan: Las parteras que asisten
a las mujeres hebreas cuando dan a luz, deben matar a sus bebés varones. Las
niñas pueden vivir porque representan una amenaza menor y pueden
integrarse más fácilmente en la sociedad egipcia. Pero este plan no funciona
porque las parteras desobedecen la orden. Entonces el faraón da una nueva
orden:
‘Echen al río a todos los niños hebreos que nazcan, pero a
las niñas déjenlas vivir.’ (Ex 1, 22)
El capítulo 2 cuenta la historia del nacimiento de Moisés y cómo su madre
puede salvarlo. Al no poder ocultarlo por más tiempo, ella lo pone en una
canasta y lo coloca entre las cañas en la orilla del Nilo. La hija del faraón
encuentra la canasta [5] y adopta al bebé como su hijo. Ella lo llama Moisés
que significa “sacado del agua.”
Moisés pasa los primeros 40 años de su vida viviendo como un príncipe en
la corte de faraón, pero no olvida su herencia. Él permanece conectado con su
pueblo. Un día, mientras visita a sus parientes, ve a un egipcio que golpea a
uno de sus hermanos hebreos. No se da cuenta de que lo estaban observando,
entonces mata al egipcio y lo entierra en la arena. Pero el que lo ve lo
denuncia. Moisés se ve obligado a huir al desierto, a un lugar llamado
Madián.
Para alguien que fue criado en la corte del faraón, el vivir en el desierto
está ciertamente lleno de dificultades. Pero también tiene sus bendiciones.
Moisés se casa con Séfora, la hija de Jetró, el sacerdote de Madián, y forma
una familia. Trabaja para su suegro cuidando su rebaño. Aquí aprende las
habilidades necesarias para sobrevivir en el desierto, las que le serán útiles
durante los años del éxodo.
En el capítulo 3 , Dios se aparece a Moisés. Éste está cuidando su rebaño en
el desierto cuando ve una visión extraordinaria: una zarza está en llamas, pero
no está siendo consumida por ellas. Moisés, por curiosidad, se acerca para
verla mejor. En este momento, Dios le habla.
Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo
llamó desde la zarza: –¡Moisés! ¡Moisés! –Aquí estoy –
contestó Moisés. Entonces Dios le dijo: –No te acerques. Y
descálzate, porque el lugar donde estás es sagrado. Y
añadió: –Yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob. (Ex 3, 4-6)
Dios le dice que él sabe lo que el pueblo está sufriendo porque ha visto su
aflicción y ha escuchado sus gritos. Él ha decidido rescatarlos y guiarlos a
una tierra donde “fluye leche y miel”. Envía Moisés al faraón para que saque
a su pueblo de Egipto. Él tiene que decirle que deje ir al pueblo.
Por lo tanto, ponte en camino, que te voy a enviar ante el
faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los
israelitas. (Ex 3, 10)
Moisés responde levantando varias objeciones. Ante todo, dice que no es
apto para la tarea:
¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar
de Egipto a los israelitas? (Ex 3, 11)
En respuesta, Dios le dice que lo acompañará: “ Yo estaré contigo ” (Ex 3,
11). Al decir esto, Dios le asegura a Moisés que su presencia con nosotros es
más importante que nuestros propios talentos.
Otra de las objeciones que Moisés levanta es que “ no tiene facilidad de
palabra ” (Ex 4, 10). No está claro lo que quiere decir. Algunos han
interpretado que esto significa que tartamudeaba, otros que tenía un
impedimento en el habla. Dios comienza a perder su paciencia. “¿Y quién le
ha dado la boca al hombre? ¿Quién si no yo lo hace mudo, sordo, ciego, o
que pueda ver? ” (Ex 4, 11). Sin embargo, consiente y permite que Aarón, el
hermano de Moisés, hable en su lugar.
Finalmente, Moisés teme que los israelitas no lo acepten:
–Ellos no me creerán, ni tampoco me harán caso –
contestó Moisés–. Al contrario, me dirán: ‘El Señor no se
te ha aparecido.’ (Ex 4, 1)
Para aumentar su credibilidad, Dios le da poder a Moisés para realizar
varios milagros. Moisés entonces pide a Dios que le revele su nombre. Este
es uno de los pasajes más importantes de todo el Antiguo Testamento.
Pero Moisés le respondió: –El problema es que si yo voy y
les digo a los israelitas: ‘El Dios de sus antepasados me
ha enviado a ustedes,’ ellos me van a preguntar: ‘¿Cómo
se llama?’ y entonces, ¿qué les voy a decir? Y Dios le
contestó: –YO SOY EL QUE SOY, y dirás a los israelitas:
‘YO SOY me ha enviado a ustedes.’ Además, Dios le dijo a
Moisés: –Di también a los israelitas: ‘El Señor, el Dios de
los antepasados de ustedes, el Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob, me ha enviado a ustedes.’ Este es mi nombre
eterno; este es mi nombre por todos los siglos.

Anda, reúne a los ancianos de Israel y diles: ‘El Señor, el


Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y
de Jacob, se me apareció y me dijo que ha puesto su
atención en ustedes, y que ha visto el trato que les dan en
Egipto. También me dijo que los va a librar de los
sufrimientos en Egipto, y que los va a llevar al país de los
cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos; a
una tierra donde la leche y la miel corren como el agua.’
(Ex 3, 13-17)
Sin embargo, Dios advierte a Moisés que el faraón no los dejará ir tan
fácilmente. Tendrá que forzarle con hechos maravillosos, pero eventualmente
el faraón cambiará de opinión. Cuando finalmente deje a los israelitas irse,
Dios se asegurará de que los egipcios estén tan bien dispuestos que les darán
plata, oro y ropa al salir. De esta manera, no se irán con las manos vacías.
Moisés regresa a Egipto y se reúne con el pueblo. Les dice lo que ha
sucedido. Ellos le creen y por eso va con Aarón para hablar con el faraón.
Desafortunadamente, el faraón no le cree.
Pero el faraón contestó: –¿Y quién es ‘el Señor’, para que
yo le obedezca y deje ir a los israelitas? Ni conozco al
Señor, ni tampoco voy a dejar ir a los israelitas. Entonces
ellos dijeron: –El Dios de los hebreos ha venido a nuestro
encuentro; así que vamos a ir al desierto, a una distancia
de tres días de camino, para ofrecer sacrificios al Señor
nuestro Dios, no sea que nos haga morir por una peste o a
filo de espada. Pero el rey de Egipto les dijo: –Moisés y
Aarón, ¿por qué distraen a la gente de su trabajo? ¡Vayan
a seguir trabajando! (Ex 5, 2-4)
El faraón piensa que los israelitas solo están siendo perezosos, por lo que
aumenta su carga de trabajo. Ordena no darles la paja que necesitan para
hacer ladrillos. Tendrán que recogerla ellos mismos. Sin embargo, tienen que
seguir produciendo la misma cantidad de ladrillos. La gente se enoja con
Moisés porque ahora están en una situación peor que antes.
Al salir de su entrevista con el faraón, se encontraron con
Moisés y Aarón, que los estaban esperando, y les dijeron:
–Que el Señor mire lo que ustedes han hecho y los
castigue. Porque ustedes tienen la culpa de que el faraón y
sus funcionarios nos miren mal. Ustedes mismos les han
puesto la espada en la mano para que nos maten. (Ex 5,
20-21)

Moisés les repitió esto a los israelitas, pero ellos no le


hicieron caso, pues estaban muy desanimados por lo duro
de su esclavitud. (Ex 6, 9)
En el capítulo 7, Moisés y Aarón regresan con el faraón y realizan las
señales milagrosas que Dios les había dado. Aarón arroja su bastón al suelo y
éste se convierte en una serpiente. Sin embargo, los hechiceros del faraón
pueden hacer lo mismo y por eso el faraón no se deja impresionar. Su
corazón está endurecido. Después de esto, para obligar al faraón a dejar ir al
pueblo, Dios castigará a los egipcios con diez plagas.
El Señor dijo a Moisés:
– Mira, yo te hago como un dios para el faraón. Tu
hermano Aarón será tu profeta. Tú dirás cuanto yo te
mande, y tu hermano Aarón hablará al faraón para que
deje salir de Egipto a los israelitas. Yo haré que el faraón
se muestre inflexible y multiplicaré en Egipto mis señales
y prodigios. El faraón no los escuchará; pero yo
manifestaré mi poder contra Egipto y sacaré de Egipto a
mis batallones, a mi pueblo, los hijos de Israel, en medio
de terribles castigos. (Ex 7, 1-4 BA)
Hay una progresión gradual en los efectos de las plagas. Las primeras son
inconveniencias que solo hacen que la vida de los egipcios sea más difícil e
incómoda. En la primera plaga Moisés convierte el agua del Nilo en sangre.
Los peces mueren y el agua apesta y no es potable así que los egipcios tienen
que cavar alrededor del Nilo para encontrar agua potable. Pero esta plaga no
hiere a nadie. En la segunda plaga, ranas invaden la tierra. Una vez más, esto
hace que la vida sea muy incómoda, pero nadie muere. Además, los
hechiceros del faraón también pudieron reproducir estas dos plagas, por lo
que el faraón no las toma en serio.
Pero poco a poco las plagas van aumentando en intensidad. En la tercera
plaga, mosquitos atacan a la gente [6] . Los magos egipcios ya no pudieron
reproducir esta plaga. Por primera vez, son incapaces de competir contra Dios
y reconocen que aquí hay un poder mayor. Dicen: “ ¡Aquí está la mano de
Dios!” (Ex 8, 19). Sin embargo, el faraón endurece su corazón y se niega a
dejar ir al pueblo.
Los mosquitos pueden ser una molestia, pero en la cuarta plaga “ los
tábanos dejaron el país completamente arruinado ” (Ex 8, 20). El pueblo de
Dios, sin embargo, se libra de esta plaga. Solo los egipcios la sufren. A partir
de ahora, Dios distingue entre los israelitas y los egipcios y les trata de
manera distinta. El faraón acepta dejar ir al pueblo, siempre que no se aleje
demasiado y que ore por él, pero luego cambia de opinión.
En la quinta plaga, “todo el ganado egipcio murió, pero del ganado israelita
no murió ni un solo animal” (Ex 9, 6). La sexta plaga causa “llagas en todos
los hombres y animales de Egipto.” (Ex 9, 9). Esta plaga afecta incluso a los
magos egipcios, pero no a los israelitas.
La intensidad del castigo de Dios aumenta de nuevo en la séptima plaga.
Por primera vez, mueren egipcios por la plaga:
Moisés levantó su brazo hacia el cielo, y el Señor envió
truenos, rayos y granizo sobre la tierra. Hizo que
granizara en todo Egipto, y el granizo y los rayos caían
sin parar. En toda la historia de Egipto jamás había caído
una granizada tan fuerte. El granizo destrozó todo lo que
había en el territorio egipcio: destruyó hombres y
animales, y todas las plantas del campo, y desgajó además
todos los árboles del país. (Ex 9, 24-25)
Pero en la tierra donde vivían los israelitas, no hubo granizo. La
determinación del faraón se estaba debilitando. Acepta dejar ir al pueblo si
Moisés detiene el granizo. Moisés lo hace, pero “ el faraón, al ver que habían
cesado la lluvia, el granizo y los truenos, volvió a la misma actitud; él y sus
ministros continuaron con el corazón endurecido. El faraón se empeñó en no
dejar salir a los israelitas, como el Señor había dicho a Moisés. ” (Ex 9, 34-
35 BA)
Cuando Moisés anuncia la octava plaga (la plaga de las langostas), los
sirvientes del faraón tratan de convencerle que ceda. El faraón acepta dejar ir
a los hombres, pero las mujeres y los niños deben quedarse atrás. Está
empezando a sospechar que no tienen ninguna intención de regresar. Por ello,
dejando a sus mujeres e hijos atrás los obligará a volver. Moisés no acepta
esta condición, por lo que el faraón se niega a dejarlos ir. Las langostas
cubren “ la tierra en tal cantidad que no se podía ver el suelo, y se comieron
todas las plantas y toda la fruta que había quedado en los árboles después
del granizo. No quedó nada verde en ningún lugar de Egipto. ” (Ex 10, 15)
En la novena plaga, “hubo una oscuridad tan grande en todo Egipto que,
durante tres días, nadie podía ver a su vecino ni moverse de su lugar. En
cambio, en todas las casas de los israelitas había luz” (Ex 10, 22-23). Esta
vez, el faraón está dispuesto a dejar ir a todas las personas si simplemente
dejan atrás sus rebaños y manadas. Moisés se niega y el corazón del faraón se
endurece una vez más.
Éstas fueron las primeras nueve plagas. Los capítulos 11 y 12 describen la
décima plaga. Ésta es la última y la más terrible de todas las plagas.
Finalmente doblegará al faraón. De hecho, después de esta plaga, el faraón no
solo dejará ir a los israelitas, sino que manda que se vayan.
El Señor le dijo a Moisés: –Todavía voy a traer otra plaga
sobre el faraón y los egipcios. Después de esto, el faraón
no solo va a dejar que ustedes salgan, sino que él mismo
los va a echar de aquí. Pero ahora diles a los israelitas,
hombres y mujeres, que pidan a sus vecinos y vecinas
objetos de oro y plata. El Señor hizo que los egipcios
fueran muy amables con los israelitas. Además, los
funcionarios del faraón consideraban a Moisés como un
hombre extraordinario, y lo mismo pensaban todos en
Egipto. Moisés dijo al faraón: –Así ha dicho el Señor: ‘A
la medianoche pasaré por todo Egipto, y morirá el hijo
mayor de cada familia egipcia, desde el hijo mayor del
faraón que ocupa el trono, hasta el hijo mayor de la
esclava que trabaja en el molino. También morirán todas
las primeras crías de los animales. En todo Egipto habrá
gritos de dolor, como nunca los ha habido ni los volverá a
haber.’ Y para que sepan ustedes que el Señor hace
diferencia entre egipcios e israelitas, ni siquiera le
ladrarán los perros a ningún hombre o animal de los
israelitas. Entonces vendrán a verme todos estos
funcionarios tuyos, y de rodillas me pedirán: ‘Váyanse, tú
y toda la gente que te sigue.’ Antes de eso, no me iré. Y
muy enojado, Moisés salió de la presencia del faraón.
Después, el Señor le dijo a Moisés: –El faraón no les va a
hacer caso a ustedes, y así serán más las maravillas que
yo haré en Egipto. Moisés y Aarón hicieron todas estas
maravillas delante del faraón, pero como el Señor lo
había hecho ponerse terco, el faraón no dejó salir de
Egipto a los israelitas. (Ex 11)

A medianoche el Señor hirió de muerte al hijo mayor de


cada familia egipcia, lo mismo al hijo mayor del faraón
que ocupaba el trono, que al hijo mayor del que estaba
preso en la cárcel, y también a las primeras crías de los
animales. El faraón, sus funcionarios, y todos los egipcios,
se levantaron esa noche, y hubo grandes gritos de dolor
en todo Egipto. No había una sola casa donde no hubiera
algún muerto. Esa misma noche el faraón mandó llamar a
Moisés y Aarón, y les dijo: –Váyanse, apártense de mi
gente, ustedes y los israelitas. Vayan a adorar al Señor,
tal como dijeron. Llévense también sus ovejas y vacas,
como querían, y váyanse. Y rueguen a Dios por mí. (Ex 12,
29-32)
Los israelitas se salvan de los efectos de esta plaga por la celebración del
ritual de la Pascua que se describe en el capítulo 12. La Pascua es otro evento
clave en el Antiguo Testamento. Presten atención a los siguientes elementos
clave: Un cordero macho sin mancha se seleccionará el décimo día del mes;
se conservará hasta el decimocuarto día, cuando será sacrificado; ninguno de
sus huesos debe ser roto; su sangre debe ser aplicada a los postes de las
puertas; debe ser asado y comido con pan sin levadura y hierbas amargas. En
cada casa en la que se celebra este ritual, el ángel de la muerte pasará [7] por
alto. Así, los primogénitos de estas casas escaparán a los efectos de esta
plaga.
El Señor habló en Egipto con Moisés y Aarón, y les dijo:
‘Este mes será para ustedes el principal, el primer mes del
año. Díganle a toda la comunidad israelita lo siguiente:
‘El día diez de este mes, cada uno de ustedes tomará un
cordero o un cabrito por familia, uno por cada casa. Y si
la familia es demasiado pequeña para comerse todo el
animal, entonces el dueño de la casa y su vecino más
cercano lo comerán juntos, repartiéndoselo según el
número de personas que haya y la cantidad que cada uno
pueda comer. El animal deberá ser de un año, macho y sin
defecto, y podrá ser un cordero o un cabrito. Lo
guardarán hasta el catorce de este mes, y ese día todos y
cada uno en Israel lo matarán al atardecer. Tomarán
luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco
de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche
comerán la carne asada al fuego, con hierbas amargas y
pan sin levadura. No coman ni un solo pedazo crudo o
hervido. Todo el animal, lo mismo la cabeza que las patas
y las entrañas, tiene que ser asado al fuego, y no deben
dejar nada para el día siguiente. Si algo se queda,
deberán quemarlo. Y a vestidos y calzados, y con el bastón
en la mano, coman de prisa el animal, porque es la
Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por todo Egipto, y
heriré de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y a
las primeras crías de sus animales, y dictaré sentencia
contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor, lo he
dicho. La sangre les servirá para que ustedes señalen las
casas donde se encuentren. Y así, cuando yo hiera de
muerte a los egipcios, ninguno de ustedes morirá, pues
veré la sangre y pasaré de largo. Este es un día que
ustedes deberán recordar y celebrar con una gran fiesta
en honor del Señor. Lo celebrarán como una ley
permanente que pasará de padres a hijos.
‘Comerán pan sin levadura durante siete días; por lo
tanto, desde el primer día no deberá haber levadura en
sus casas. Cualquiera que coma pan con levadura durante
estos siete días, será eliminado del pueblo de Israel. Tanto
el primer día como el séptimo deberán dedicarlos a una
reunión santa. Esos días no se trabajará, a no ser para
preparar la comida de cada persona. La fiesta de los
panes sin levadura es un día que ustedes deberán
celebrar, porque en ese mismo día los saqué de Egipto a
todos ustedes. Lo celebrarán como una ley permanente
que pasará de padres a hijos.

‘Comerán pan sin levadura desde la tarde del día catorce


del primer mes hasta la tarde del día veintiuno del mismo
mes. No deberá haber levadura en sus casas durante siete
días, porque cualquiera que coma pan con levadura será
eliminado de la comunidad israelita, tanto si es extranjero
como si es del país. Por lo tanto, no coman nada que
tenga levadura. Dondequiera que ustedes vivan, deberán
comer pan sin levadura.’

Moisés mandó llamar a todos los ancianos israelitas y les


dijo: 'Vayan y tomen un cordero o un cabrito para sus
familias, y mátenlo para celebrar la Pascua. La sangre
debe quedar en una palangana; tomen después un manojo
de ramas de hisopo, mójenlo en la sangre, y unten la
sangre por todo el marco de la puerta de la casa. Ninguno
de ustedes debe salir de su casa antes del amanecer.
Cuando el Señor pase para herir de muerte a los egipcios,
verá la sangre por todo el marco de la puerta, y pasará de
largo por esa casa. Así el Señor no dejará que el
destructor entre en las casas de ustedes. Esta orden la
respetarán ustedes y sus descendientes, como una ley
eterna. Cuando ustedes hayan entrado ya en la tierra que
el Señor les va a dar, tal como lo ha prometido, deberán
seguir celebrando esta ceremonia. Y cuando sus hijos les
pregunten: ‘¿Qué significa esta ceremonia?’, ustedes
deberán contestar: ‘Este animal se sacrifica en la Pascua,
en honor del Señor. Cuando él hirió de muerte a los
egipcios, pasó de largo por las casas de los israelitas que
vivían en Egipto, y así salvó a nuestras familias.’ Entonces
los israelitas se inclinaron en actitud de adoración, y
luego fueron e hicieron todo tal como el Señor se lo había
ordenado a Moisés y Aarón. (Ex 12, 1-28)
Egipto no está lejos de la tierra prometida. La distancia es de unos 400 km
en línea recta. La ruta más corta se llamaba el camino de la tierra de los
filisteos. Pasaba a lo largo de la orilla del Mar Mediterráneo. Dios hubiera
guiado a la gente por este camino si hubiera querido que llegaran lo antes
posible. Pero Dios no quiere esto. Sabe que después de tantos años
esclavizados, los israelitas están desorganizados y no tienen la experiencia
suficiente para enfrentar las dificultades del futuro, especialmente la guerra.
En esta situación, estarían siempre tentados a regresar a Egipto.
Entonces, en cambio, Dios los desvía hacia “ el camino del desierto que
lleva al Mar Rojo” (Ex 13, 18). Les guía directamente, yendo delante de ellos
para mostrar el camino. Durante el día, aparece como una columna de nube, y
durante la noche como una columna de fuego.
En el capítulo 14, el faraón se arrepiente de haber dejado ir a los israelitas.
Cuando oye que están acampados por el mar, piensa que el desierto los ha
cerrado y decide capturarlos y llevarlos de vuelta. Así que se pone en marcha
con su ejército. Cuando la gente ve al ejército egipcio, están aterrorizados y
comienzan a quejarse. Moisés les dice:
“No tengan miedo. Manténganse firmes y fíjense en lo que
el Señor va a hacer hoy para salvarlos, porque nunca más
volverán a ver a los egipcios que hoy ven. Ustedes no se
preocupen, que el Señor va a pelear por ustedes.” (Ex 14,
13-14)
Dios lucha por Israel y los salva. El pueblo logra cruzar el Mar Rojo
mientras que todo el ejército egipcio es destruido en el mar. Finalmente,
Israel se convierte en una nación libre. Después de todo lo que pasó, el
pueblo de Israel comienza a creer en Dios y a confiar en Moisés. Esta primera
parte del Éxodo termina con una gran celebración y Moisés y el pueblo
cantan al Señor.

Desarrollo de los personajes


YHWH , el nombre de Dios

En el Capítulo 3, Dios aparece en una zarza ardiente y revela su nombre a


Moisés. En el diálogo Moisés pregunta: “¿Cuál es tu nombre?” Dios le
responde:
Versículo 14a: –YO SOY EL QUE SOY ( ’ehjeh ’aser ’ehjeh )
Versículo 14b: dirás a los israelitas: “YO SOY ( ’ehjeh ) me ha enviado
a ustedes.”
Versículo 15: Dios le dijo a Moisés: –Di también a los israelitas: “El
Señor ( YHWH ), el Dios de los antepasados de ustedes, el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes.”
En el versículo 15, Dios revela que su nombre es YHWH [8] . En nuestra
cultura, los nombres son meramente etiquetas, pero en las culturas semíticas
antiguas, los nombres son muy importantes. Expresan el poder, la
personalidad, las prerrogativas y el destino de la persona. Revelan su vida y
definen su esencia. En resumen, el nombre es la persona.
El nombre YHWH aparece más de 6000 veces en el Antiguo Testamento,
ocurriendo en todos los libros excepto los más recientes. Después del siglo III
a. C., se volvió tan sagrado que los fieles ya no se atrevieron a pronunciarlo.
Cada vez que YHWH aparecía en un texto, en lugar de pronunciarlo, leían “
Adonai ”, que significa “mi Señor”. [9]
¿Qué significa YHWH ? A menudo se traduce como “Yo soy el que soy” o
“YO SOY”, pero estas son en realidad las traducciones de las otras
expresiones que Dios da en los versículos 14a y 15 (“ ’ehjeh ’aser ’ehjeh ” y “
’ehjeh ”). A pesar de aparecer tantas veces en la Biblia, nunca se define lo que
significa [10] . Pero las otras expresiones “ ’ehjeh ’aser ’ehjeh ” y “ ’ehjeh ”
podrían ser descripciones que nos ayuden a entender el significado de este
nombre. ¿Qué significan?
Es prácticamente imposible para nosotros traducir correctamente la palabra
hebrea “ ’ehjeh” . Generalmente se traduce como “Yo soy”, pero la
comprensión hebrea del verbo “ser” es muy diferente de la nuestra. Nuestro
concepto del ser proviene de la filosofía griega antigua y es muy abstracto.
Pensamos en el ser como pura existencia o esencia. El concepto hebreo del
ser no es abstract o en absoluto. Se refiere más bien a un ser dinámico y
activo. En hebreo, el ser no puede abstraerse del actuar.
Otra pista es que “ ’ehjeh " está escrito en el tiempo imperfecto. En hebreo,
el tiempo verbal no indica un período de tiempo (presente, pasado, futuro,
etc.) como en el español, sino indica, más bien, si la acción del verbo se haya
completado o no. La forma imperfecta de “ ’ehjeh ” significa que la acción no
se ha completado. Por lo tanto, puede referirse al presente o al futuro. Dios es
(y actúa) y sigue siendo (y actuando).
Si el tiempo verbal no indica el presente, pasado o futuro, éste se debe
deducir del contexto. 14b implica el presente, pero con un valor permanente
que incluye el futuro: “Soy y seré como siempre fui”. Sin embargo, como
hemos dicho, en hebreo el verbo “ser” se refiere no tanto a la existencia o la
esencia, sino a la actividad. Además, en hebreo, YHWH , suena como si
estuviera en tercera persona.
Dios da una pista final al decir que él es el Dios de los antepasados de
Moisés. Él es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Esto implica que Dios es
fiel. No ha abandonado a los patriarcas ni a sus descendientes. Significa que
Dios no está simplemente presente, está fielmente presente.
Juntando todas estas pistas, una traducción más completa de YHWH sería
“Él está realmente presente y listo para actuar en tu favor como siempre lo ha
estado.” Esta interpretación es apoyada por el Catecismo .
Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre
y para siempre, valedera para el pasado (“Yo soy el Dios de tus padres”, Ex 3, 6)
como para el porvenir (“Yo estaré contigo”, Ex 3, 12). Dios, que revela su Nombre
como “Yo soy”, se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su
pueblo para salvarlo. ( CIC 207)
El hecho de que Dios esté realmente presente y listo para actuar en favor
de Israel puede no parecerles verdad a los israelitas oprimidos en Egipto. A
ellos les puede parecer más bien que Dios estaba ausente, pero fueron ellos
los que le fueron infieles y se habían olvidado de él. A pesar de esto, Dios no
se ha olvidado de ellos, ni se ha olvidado de sus promesas hechas a los
patriarcas. Él es consciente de su situación y está listo para actuar. En
Deuteronomio Dios dirá:
Reconozcan, pues, que el Señor su Dios es el Dios
verdadero, que cumple fielmente su alianza generación
tras generación, para con los que le aman y cumplen sus
mandamientos. (Dt 7, 9)
¿Cuáles son las consecuencias de la revelación del nombre de Dios? Como
hemos visto anteriormente, el nombre define a la persona. Al revelar su
nombre, Dios reveló quién es él. Es una persona, un sujeto, siempre presente
y siempre actuando a favor de su pueblo. Debido a que Dios reveló su
nombre, Israel pudo llamarlo con un nombre que ella había recibido, y no con
un nombre que ella misma había inventado. Este nombre se convirtió en un
punto de referencia para cada oración, alabanza, reflexión, etc. Pero el
nombre de Dios es misterioso. No solo revela a Dios, también lo oculta.
Al revelar su nombre misterioso de YHWH, “Yo soy el que es” o “Yo soy el que
soy” o también “Yo soy el que Yo soy”, Dios dice quién es y con qué nombre se le
debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez
un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto
mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo
que podemos comprender o decir: es el “Dios escondido” (Is 45, 15), su nombre es
inefable (cf. Jc 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres. ( CIC 206)
Dios no se revela completamente, como desearíamos. Solo revela lo que él
mismo considera que es de nuestra incumbencia. Al hacerlo, revela tanto su
cercanía como su trascendencia. Aunque está cerca de su pueblo, no deja de
ser totalmente transcendente. Por lo tanto, Israel no puede apoderarse ni
controlar a Dios. En las antiguas religiones paganas, saber el nombre de la
divinidad significaba tener poder sobre él. Los rituales se celebraban para
controlar a los dioses, para obligarlos a hacer lo que uno quería (dar
protección, hacer que lloviera, etc.). Esto no era el caso para Israel. Israel no
podía controlar a Dios.
Dios también se revela a través de sus acciones. Él entró libremente en la
historia de Israel y actuó en su favor, liberándola de la esclavitud. Al hacerlo,
Dios demostró que él estaba presente y actuando. Así que el nombre de Dios
y su actuación en la historia revelan lo mismo. Son como las dos caras de una
misma moneda. A través de su nombre, Dios reveló que está presente,
actuando a favor de su pueblo. Pero, al estar presente y actuando en la
historia de Israel, él estaba revelando su nombre.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:
El designio divino de la revelación se realiza a la vez “mediante acciones y
palabras”, íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente. Este
designio comporta una “pedagogía divina” particular: Dios se comunica
gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación
sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del
Verbo encarnado, Jesucristo. ( CIC 53)
La revelación del nombre de Dios puede ayudarnos a hacer un caso para la
existencia de Dios. Muchos han criticado a las religiones diciendo que son
una invención humana. Afirman que, a lo largo de la historia, el hombre ha
creado dioses, ya sea como una personificación de las fuerzas naturales, con
el fin de controlar estas fuerzas; o como una proyección de la misma
naturaleza humana.
La primera persona que sabemos que dijo esto es Jenófanes de Colofón, un
filósofo y poeta griego del siglo 6 a. C. En sus escritos critica la forma
antropomórfica de los dioses griegos.
Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses.
De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios.
Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos,
manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte,
entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes
semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían
las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya.
En los tiempos modernos, el filósofo y antropólogo alemán Ludwig
Feuerbach (1804-1872) hizo afirmaciones similares. En su obra más
importante, La esencia del cristianismo , afirma que Dios no es más que la
proyección exterior de nuestra naturaleza humana interior.
¿Cómo podemos nosotros cristianos (y judíos) responder a estas
afirmaciones? Jenófanes y Feuerbach tienen razón cuando se trata de las
divinidades paganas, como los dioses griegos y egipcios. Estos dioses sí son
proyecciones humanas, ya sea como personificación de las fuerzas naturales
o de los valores e ideales humanos. Sabemos que no existen en la realidad.
Pero esto no se aplica a Yahvé, el Dios de Israel. ¿Por qué?
La respuesta se encuentra en el libro del Éxodo. El pueblo de Israel no
inventó un dios para satisfacer sus necesidades o para proyectar sus deseos de
salir de Egipto. No lo hicieron porque ni siquiera querían salir y, como
veremos más adelante, fueron constantemente tentados a volver. Después de
más de 400 años en Egipto se habían olvidado de Dios.
Pero a pesar de que el pueblo de Israel no lo quería o esperaba, Dios actuó
en su historia y los liberó. Experimentaron la acción salvadora de Dios en
primera persona. La fe en el Dios de Israel no comenzó a través de una
personificación de las fuerzas naturales o una proyección de sus deseos.
Tampoco fue el resultado de una reflexión filosófica sobre el sentido de la
vida. La fe, en la tradición judeocristiana, comenzó como una respuesta a la
experiencia de la actuación de Dios en nuestras vidas. Parafraseando a
Descartes, quien dijo la frase famosa: “pienso, luego existo”, podríamos decir
“Dios actúa, luego existe” o dicho más bien de forma subjetiva “yo
experimento a Dios actuando en mi vida, por lo tanto, creo que existe.” Esta
fue la experiencia de Israel, como es también la nuestra. Por supuesto, este
argumento solo funciona para los que ya creen en Dios y, por tanto, son
capaces de reconocer su presencia activa.

Misión e identidad de Israel

En la narrativa, leemos cómo Dios llamó a Israel su hijo primogénito.


Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. (Ex 4,
22 BA)
¿Qué significa esto? ¿Por qué fue Israel tan privilegiado? ¿Qué pasó con
las otras naciones? ¿Es que Dios solo amó a Israel? Parece que Dios es un ser
injusto, pero no es así.
En primer lugar, que Israel fuese el hijo primogénito de Dios es un hecho
histórico. Ella fue la primera nación en entrar en una relación de alianza con
Dios y formar parte de su familia. ¿Por qué Israel? Ciertamente, no fue a
causa de los sus propios méritos. Israel no era la nación más grande ni más
santa.
El Señor los ha elegido de entre todos los pueblos de la
tierra, para que ustedes le sean un pueblo especial. Si el
Señor los ha preferido y elegido a ustedes, no es porque
ustedes sean la más grande de las naciones, ya que en
realidad son la más pequeña de todas ellas. El Señor los
sacó de Egipto, donde ustedes eran esclavos, y con gran
poder los libró del dominio del faraón, porque los ama y
quiso cumplir la promesa que había hecho a los
antepasados de ustedes. (Dt 7, 6-9)
Dios escogió a Israel debido a su amor por Abraham. Cuando todo el
mundo había caído en el pecado, Dios escogió a Abraham porque él era un
hombre justo, como el libro de la Sabiduría nos dice.
Y, cuando fueron confundidas las naciones por su maldad,
ella se fijó en el justo Abrahán, lo guardó irreprochable
en presencia de Dios y lo sostuvo firme por encima del
amor que sentía por su hijo. (Sb 10, 5 BA)
A diferencia de todos los demás, Abrahán creyó en Dios y le obedeció.
Dios, debido a esto, estableció una alianza con él, jurando: “ la alianza que
hago contigo, y que haré con todos tus descendientes en el futuro, es que yo
seré siempre tu Dios y el Dios de ellos ” (Gn 17, 7). Siendo Israel la
descendencia directa de Abrahán, es el heredero y beneficiario de esta alianza
y sus bendiciones.
Pero esto no quiere decir que Dios no se preocupe por las otras naciones.
Por el contrario, Dios ama a todas las naciones y quiere que todos entremos a
formar parte de su familia. Por eso Dios también juró a Abrahán que “ todas
las naciones del mundo serán bendecidas por medio de ellos [sus
descendientes]” (Gn 22, 18). Israel es el instrumento elegido por Dios para
que todas las naciones puedan encontrar la salvación y entrar a formar parte
de su familia.
Del mismo modo que se supone que los hijos mayores ayuden a sus padres
a educar a sus hermanos más pequeños, también compete a Israel ayudar a
Dios a educar a las demás naciones. ¿Cómo? Israel debe guardar los caminos
del Señor, haciendo lo que es correcto y justo (cf. Gn 18, 19). Ella debe
enseñar a las otras naciones con su ejemplo. Es por ello por lo que el profeta
Isaías llama a Israel una luz para todas las naciones.
Yo, el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas
instrumento de salvación; yo te formé, pues quiero que
seas señal de mi alianza con el pueblo, luz de las
naciones. (Is 42, 6)

No basta que seas mi siervo solo para restablecer las


tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de
Israel; yo haré que seas la luz de las naciones, para que
lleves mi salvación hasta las partes más lejanas de la
tierra. (Is 49, 6)
Esta es la identidad y vocación de Israel. Desafortunadamente, la historia
en la Biblia es también la historia de su continuo fracaso. Su primer fracaso,
pero ciertamente no el último, ocurrió en Egipto. En algún momento durante
sus 430 años allí, los israelitas se olvidaron de Dios y perdieron su identidad.
Como resultado, se convirtieron en esclavos del faraón y de los dioses
egipcios.
¿Cuál es la verdadera identidad de Israel? Está expresado por el nombre
que fue dado por Dios a Jacob (cf. Gn 32, 29). ¿Qué significa el nombre
“Israel”? Hay diferentes interpretaciones, pero un posible significado es
“triunfante con Dios” o “el que prevalece con Dios”.
¿Quién es Dios para Israel? Él es YHWH . Él es el que está verdaderamente
presente y listo para actuar en favor de Israel como siempre lo ha estado.
Éxodo 1 - 15 cuenta la historia de Dios siendo fiel a su nombre. Al hacerlo,
restaura a Israel su identidad. ¿Cuál es su verdadera identidad? Cuando
camina en los caminos de Dios y hace lo que es correcto y justo, siempre
triunfará con Dios. ¿Cuál es su misión? A través de Israel, Dios bendecirá a
todos sus demás hijos. Dios será YHWH para toda la humanidad, presente y
actuando en nuestro favor.

El resto de la humanidad

La Biblia no solo cuenta la historia de Dios e Israel. También cuenta la


historia de toda la humanidad. También somos protagonistas en esta historia.
Lo que le sucedió a Israel también nos sucede a nosotros. Cada vez que
decimos no a Dios, simultáneamente decimos sí a otra cosa. Estas cosas,
entonces, se convierten en nuestros ídolos.
Cuando adoramos a nuestros ídolos como Israel adoraba a los ídolos
egipcios, perdemos nuestra libertad como hijos de Dios y nos esclavizamos.
Esto es verdad independientemente de si adoramos ídolos antiguos, como los
dioses egipcios, o ídolos modernos como el sexo, el dinero o el poder. Esta es
la lección de Éxodo 1 - 15 para nosotros. Pero Dios también es YHWH para
nosotros. Él está verdaderamente presente en nuestras vidas y listo para
actuar para salvarnos de nuestra esclavitud.
Explorando el sentido literal

La Esclavitud de Israel

El libro del Éxodo empieza explicando cómo los israelitas fueron


reducidos a la esclavitud por los egipcios.
Los egipcios esclavizaron cruelmente a los israelitas. Les
amargaron la vida sometiéndolos al rudo trabajo de
preparar lodo y hacer adobes, y de atender a todos los
trabajos del campo. En todo esto los israelitas eran
tratados con crueldad. (Ex 1, 13-14)
Aunque es cierto que los israelitas fueron tratados cruelmente, no debemos
exagerar esto. A nivel humano, las cosas no fueron tan malas para los
israelitas como nos lo podríamos imaginar. Sabemos por fuentes extrabíblicas
que los egipcios no eran crueles y que no trataban a sus esclavos tan
duramente como, por ejemplo, los romanos o los sirios. Si las cosas hubiesen
sido tan malas para los israelitas, ellos no hubieran querido regresar tantas
veces a Egipto. Al menos ellos consideraron su estancia como un tiempo de
abundancia:
[Los israelitas] se pusieron a llorar y a decir: ‘¡Ojalá
tuviéramos carne para comer! ¡Cómo nos viene a la
memoria el pescado que comíamos gratis en Egipto! y
también comíamos pepinos, melones, puerros, cebollas y
ajos.’ (Nm 4, 4-5)
En Éxodo 2, 23 leemos:
Los israelitas, esclavizados como estaban, gemían y
clamaban… (BA)
El texto nos dice que mientras estaban en Egipto, el pueblo gemía bajo su
esclavitud y se lamentaba. Pero nunca nos dice a quién clamaban. Este es un
detalle muy importante. El texto nunca nos dice que clamaban a Dios. El
pueblo simplemente gemía y clamaba. El llanto de Israel era la mera
respuesta instintiva de la naturaleza humana cuando sufre bajo una opresión.
Ellos gritaron, como cualquiera que sufre lo haría. Pero no dirigieron sus
gemidos a Dios. ¿Por qué no? En el transcurso de la estancia de más de 400
años en Egipto, los israelitas se habían olvidado de Dios. Este es el problema
que el libro del Éxodo quiere abordar. El verdadero problema para el autor es
teológico, no sociológico.
En el Génesis, Dios escogió a Abraham y le encomendó la tarea de enseñar
a sus descendientes los caminos de Dios.
“Yo lo [Abraham] he escogido para que mande a sus hijos
y descendientes que obedezcan mis enseñanzas y hagan
todo lo que es bueno y correcto, para que yo cumpla todo
lo que le he prometido.” (Gn 18, 19)
En algún momento, los padres dejaron de hacer esto. No enseñaron a sus
hijos el camino del Señor. Ahora, después de más de 400 años, los
descendientes de Abrahán ya no pertenecen a Dios, ni le sirven. Habían
perdido su identidad. En vez de esto, pertenecían al faraón y servían a los
dioses egipcios. En esta situación, ¿cómo puede Dios cumplir sus promesas?

Dios vs. el faraón

El texto presenta a Dios y al faraón como rivales, compitiendo por los


corazones de los israelitas. Su rivalidad se destaca varias veces a lo largo de
los primeros capítulos. Por ejemplo, en Ex 1, 10, el faraón dijo: “ debemos
tramar algo para impedir que sigan aumentando.” Luego, elaboró un plan
para matar a los hijos de los israelitas. Esta acción inmediatamente enfrentó
al faraón con Dios. Recuerden, Dios le había prometido a Abrahán que
tendría innumerables descendientes y estaba cumpliendo esta promesa.
Leemos que los israelitas fueron fructíferos y prolíficos. Pero ahora el faraón
empezó a matar a estos hijos. Esta acción contradijo la bendición divina.
El faraón actuó, de hecho, como si él mismo fuera Dios. Constantemente
rechazó los reclamos de Dios y se negó a reconocer su autoridad. También lo
desafió: “ ¿Y quién es ‘¿el Señor’, para que yo le obedezca y deje ir a los
israelitas? Ni conozco al Señor, ni tampoco voy a dejar ir a los israelitas. ”
(Ex 5, 2)
Esta rivalidad está claramente resaltada por diversas formulaciones que
encontramos en el texto. Los capataces dijeron a la gente: “ Así dice el faraón:
‘No te proporcionaré paja’ ” [11] . Esta expresión, “así dice el faraón”, imita
cómo Dios habla: “Así dice el Señor”.
En otro lugar, los capataces “ fueron a quejarse ante el faraón, y le dijeron:
- ¿Por qué trata así Su Majestad a estos siervos suyos?” (Ex 5, 15). Se pierde,
desafortunadamente, este sentido en nuestras traducciones modernas, pero la
palabra hebrea uitzoq traducida aquí como “quejarse” es la misma palabra
usada en Ex 8, 12 cuando Moisés se quejó con Dios. La implicación es que
como Moisés se quejó con Dios, así también los capataces se quejaron con el
faraón, porque para ellos, ha tomado el lugar de Dios.
Esta rivalidad se ve de nuevo en sus intentos de ganarse el servicio de los
israelitas. Dios quiere que el pueblo salga para que puedan servirle
celebrando una fiesta.
Y Dios le contestó: —Yo estaré contigo, y ésta es la señal
de que yo mismo te envío: cuando hayas sacado de Egipto
a mi pueblo, todos ustedes me adorarán [servirán] en este
monte. (Ex 3, 12)

Ya te he dicho que dejes salir a mi hijo, para que vaya a


adorarme [servirme]. (Ex 4, 23)

Después de esto, Moisés y Aarón fueron a decirle al


faraón: —Así ha dicho el Señor, el Dios de Israel: “Deja
ir a mi pueblo al desierto, para que haga allí una fiesta
[me sirvan] en mi honor.” (Ex 5, 1)
El faraón se negó a esta petición porque alejaría a la gente de servirle a él.
Pero el rey de Egipto les dijo: —Moisés y Aarón, ¿por qué
distraen a la gente de su trabajo? ¡Vayan a seguir
trabajando!... ¡Ustedes no son otra cosa que unos
holgazanes! Por eso andan diciendo: “Vayamos a ofrecer
sacrificios al Señor.” (Ex 5, 4; 17)
Aquí hay un juego de palabras que también se pierde en la traducción. La
palabra hebrea usada aquí para “adorar” también puede significar “trabajar” o
“servir”. La implicación aquí es que el servicio / adoración de los israelitas a
Dios es incompatible con su servicio / trabajo para el faraón. Las personas se
ven obligadas a elegir entre trabajar para Dios o trabajar para el faraón.
Servir a Dios o servir al faraón no es lo mismo. Esta elección tiene
consecuencias. El faraón quiso que la gente trabajara para él. Él los quiso
esclavizar, manteniéndolos ocupados haciendo ladrillos. Lo mismo nos
sucede a nosotros cuando adoramos a nuestros ídolos. Nos esclavizan y
terminamos trabajando para ellos. Dios quiere que tomemos un descanso de
nuestro trabajo y le sirvamos a él, especialmente adorándole. Cuando lo
hacemos, entramos en su reposo.
De manera que todavía queda un reposo sagrado para el
pueblo de Dios; porque el que entra en ese reposo de
Dios, reposa de su trabajo, así como Dios reposó del suyo.
(Heb 4, 9-10)

Dios contraataca

Habiendo olvidado a Dios, el pueblo se esclavizó al faraón y gimió bajo su


esclavitud.
Los israelitas, esclavizados como estaban, gemían y
clamaban, y sus gritos de auxilio llegaron hasta Dios
desde su esclavitud. Dios escuchó sus lamentos y recordó
la promesa que había hecho a Abrahán, Isaac y Jacob.
Dios se fijó en los israelitas y comprendió su situación (Ex
2, 23-25 BA).
Este pasaje es también uno de los pasajes más importantes del Antiguo
Testamento. Demuestra que Dios es el protagonista en la historia de la
salvación. Aunque los israelitas no le gritaron, Dios escuchó su llanto y
recordó su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Hasta este punto en la
narrativa del Éxodo, Dios casi no ha sido mencionado y nunca en relación
con su pueblo. Ahora, de repente, en este breve pasaje, a Dios lo nombran
repetidamente [12] . Hasta ahora, ha permanecido escondido en el fondo,
trabajando en silencio. De repente vuelve a entrar en la historia para ser el
protagonista. Dios es fiel.
Se nos dice que Dios escuchó y recordó. En la lengua hebrea, la palabra
recordar quiere decir mucho más que tener a alguien o algo presente en la
memoria. Implica una acción o intervención. Dios escucha sus gritos e
interviene. Él no respondió porque le gritaron. Tampoco respondió debido a
la gran piedad o fervor del pueblo. Actuó simplemente porque vio su
sufrimiento e impotencia y recordó su alianza con los patriarcas. Este es el
verdadero significado de la redención. Dios viene a redimir a los que le
pertenecen, incluso cuando ellos ni siquiera saben cómo invocar su nombre.
Con esto, el autor quiere subrayar que Dios, y no el hombre, es el
protagonista de la redención. Dios intervino de tal manera que los hijos de
Israel no tuvieron que hacer nada. La redención de Egipto se basó únicamente
en la misericordia de Dios. El Éxodo no es la historia de una auto liberación.
Dios es el arquitecto de la redención. El resto del libro no es más que la
elaboración de Ex 2, 23-25.
Dios es fiel a su alianza. Él va a contraatacar y luchar contra el faraón y los
dioses egipcios para liberar a su pueblo. Esta liberación tiene dos
dimensiones: Dios tiene que sacar al pueblo de Egipto; pero también tiene
que luchar para sacar a Egipto del corazón de los israelitas. Esto último será
mucho más difícil de lograr. Después de todos los años en Egipto, los
israelitas han estado esclavizados. Son como adictos y necesitan la ayuda de
Dios para romper su adicción.

El Enfrentamiento

Dios contraatacó al faraón enviando las plagas. Como vimos


anteriormente, las plagas crecieron en intensidad. Las primeras plagas fueron
molestas, pero no causaron ningún daño duradero. Sin embargo, en la última
plaga, Dios mató a todos los primogénitos egipcios. Esta es una de esas
escenas en el Antiguo Testamento que nos perturba. ¿Fue Dios injusto y
cruel? ¿Por qué el Dios del Antiguo Testamento parece tan diferente al Dios
del Nuevo Testamento?
Cuando buscamos respuestas a este tipo de preguntas, deberíamos
comenzar buscándolas en el resto de la Biblia. La Biblia misma es el mejor
comentario sobre la Biblia. Los capítulos 10 al 19 del libro de la Sabiduría
hablan sobre estas plagas. En resumen, presentan a Dios como un Dios
poderoso que pudo haber destruido completamente a los egipcios, pero
también como un Dios misericordioso que ama a todas sus criaturas y busca
su arrepentimiento.
Podemos resumir la argumentación del libro de la Sabiduría de la siguiente
manera:

(1) La idolatría es la fuente de todos los males.


Porque el culto a los ídolos sin consistencia es principio,
causa y fin de todos los males. Quienes los adoran llegan
al delirio en sus diversiones, pronuncian oráculos falsos,
llevan una vida perversa y hacen daño sin motivo. (Sb 14,
27-28 BA)
(2) La idolatría egipcia fue especialmente mala.
Toda idolatría es mala, pero los egipcios practicaron una forma muy
degradada de idolatría. Adoraron todo tipo de cosas, incluyendo animales
mudos y repugnantes como cocodrilos y serpientes, incluso ranas e insectos.
Adoraron incluso a los más repugnantes animales, que
superan en estupidez a todos los demás; animales que no
poseen la belleza que pueda hacerlos atractivos como a
otros, y están excluidos de la aprobación y bendición de
Dios (Sb 15, 18-19 BA).
(3) Dios fue misericordioso.
Aunque Dios, en su poder, pudo haberlos destruido fácilmente, él los amó
y buscó su arrepentimiento.
Y aun sin esto podían caer de un soplo, perseguidos por la
justicia y aniquilados por tu soplo poderoso… Tú tienes
compasión de todos porque todo lo puedes, y pasas por
alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.
Porque amas todo cuanto existe y no desprecias nada de
lo que hiciste; si odiaras alguna cosa, no la habrías
creado. (Sb 11, 20-24 BA)
(4) El castigo de Dios fue pedagógico.
Se supone que las plagas deberían llevarlos a su conversión. Cada plaga
estuvo relacionada con el pecado de Egipto. Este es un principio básico que
se repite a menudo en la Biblia. Cosechamos lo que sembramos. Dios
atormentó a los egipcios con los mismos animales que ellos adoraron para
mostrar su superioridad y la inutilidad de sus dioses.

A causa de sus estúpidos y malvados pensamientos, que


los extraviaban hasta hacerles rendir culto a reptiles
irracionales y bestias despreciables, tú les enviaste como
castigo una gran cantidad de animales irracionales, para
que supieran que con lo que uno peca, con eso mismo es
castigado. (Sb 11, 15-16 BA)

Por eso, a los que llevaban una vida de maldad y locura


los atormentaste con sus propios ídolos. Porque habían
avanzado mucho por los caminos del error, tomando por
dioses a los más viles y repugnantes animales, dejándose
engañar como niños sin uso de razón, les enviaste un
castigo que los puso en ridículo. (Sb 12, 23-25 BA)

Pero los que con semejante corrección no se enmendaron,


terminarían por experimentar un castigo digno de Dios: al
verse acorralados por la furia de las bestias a las que
consideraban dioses y que eran ahora su castigo, tuvieron
que aceptar como Dios verdadero al que antes se resistían
a reconocer; y así cayó sobre ellos el peor castigo. (Sb 12,
26-27 BA)
(5) Cada una de las plagas fue un ataque estratégico contra los dioses egipcios.
En la primera plaga, Dios castigó a los egipcios convirtiendo el agua del
Nilo en sangre. Los egipcios adoraban el Nilo como un dios porque lo
consideraban su fuente de vida. Identificaban el Nilo con el dios egipcio
llamado Hapi . Al convertir el agua del Nilo en sangre, Dios estaba
demostrando su superioridad al “matar” al dios Hapi . Dios también les
recordó con esto que habían ahogado a los bebés hebreos en el Nilo.
Los egipcios también adoraban a las ranas. Dado que las ranas son
animales muy fértiles y sus hembras ponen gran cantidad de huevos, la diosa
egipcia de la fertilidad, Heket fue representada por una rana. Dios se burló de
Heket a través de esta plaga. Pareció como que la diosa egipcia de la fertilidad
se había vuelto loca.
En la tercera plaga, Aaron golpeó su bastón contra el suelo y los mosquitos
fueron creados del polvo que se levantó. El dios egipcio Geb era el dios de la
tierra. Tan difícil como es creer que los egipcios adoraban a las ranas, es aún
más difícil creer que adoraban a los insectos, pero fue así. El dios egipcio
Khepri tenía la cabeza de una mosca. En la cuarta plaga, Dios arrasó la tierra
con tábanos.
En la quinta plaga, la peste cayó sobre el ganado. Los egipcios asociaban a
numerosas deidades suyas con estos animales. Hathor era la diosa del amor y
de la protección. Fue representada con la cabeza de una vaca. Los egipcios
también adoraban a Apis , el dios toro. Él representaba la fuerza y la fertilidad.
Amón fue representado con frecuencia como un carnero o un hombre con
cabeza de carnero. Otras deidades bovinas eran Bat , Buchis , Hesat y Mnevis
Isis era la diosa de la medicina. Los egipcios la habrían invocado para
curarlos, pero Dios demostró su ineficacia con la sexta plaga. La diosa
egipcia Nut , protectora del clima y los cielos, fue incapaz de proteger a los
egipcios contra la plaga del granizo. En la octava plaga, Dios envió langostas
que devastaron los cultivos que sobrevivieron a la granizada. El dios egipcio
de estos insectos era Sobek . La oscuridad cayó sobre Egipto durante tres días
en la novena plaga. Esto fue un claro ataque contra Ra , el dios del sol egipcio.
Él era el dios más adorado en todo el país.
(6) Como el faraón no prestó atención a sus advertencias, Dios lo castigó con
la décima plaga
La décima plaga fue un castigo muy duro, pero no injusto. Dios le dio al
faraón nueve oportunidades para arrepentirse, pero él nunca lo hizo. El libro
de la Sabiduría llama a las primeras nueve plagas “juego de niños”. Dios es
misericordioso y llamó al faraón al arrepentimiento, pero él en cambio
endureció su corazón. Finalmente, Dios castigó al faraón y a los egipcios para
obligarles a dejar que los israelitas salieran. Para esto, Dios mató a todos los
primogénitos de los egipcios.
Pero los que con semejante corrección no se enmendaron,
terminarían por experimentar un castigo digno de Dios.
(Sb 12, 26 BA)
El castigo fue, sin embargo, proporcional al delito. Los egipcios estaban
matando, después de todo, a los hijos primogénitos israelitas.
Ellos resolvieron matar a los hijos de tus fieles, -sólo uno,
Moisés que había sido abandonado, se salvó-; en castigo,
tú les quitaste un gran número de hijos, e hiciste que
perecieran todos juntos en las aguas impetuosas. (Sb 18, 5
BA)
Dios solo trató a los egipcios de la misma forma en que ellos estaban
tratando a los israelitas. A través de esta plaga, Dios reveló al faraón su
pecado. Desde el principio le había advertido:
Entonces le dirás al faraón: ‘Así dice el Señor: Israel es
mi hijo mayor. Ya te he dicho que dejes salir a mi hijo,
para que vaya a adorarme; pero como no has querido
dejarlo salir, yo voy a matar a tu hijo mayor.’ (Ex 4, 22-
23)
Pero el faraón endureció su corazón y se negó a arrepentirse, a pesar de
todas las pruebas que Dios le había enviado para probar que él era Dios.
Entonces, finalmente, Dios lo castigó con los mismos medios que él usó
contra Israel. Este duro castigo fue necesario. Todas las advertencias
anteriores habían fallado. Solo este castigo drástico pudo obligar al faraón a
cambiar de opinión.
Así, aquellos a quienes la magia había hecho incrédulos,
ante la pérdida de sus primogénitos reconocieron que este
pueblo era hijo de Dios. (Sb 18, 13 BA)

Cuando haya mostrado mi poder sobre Egipto, y haya


sacado de allí a los israelitas, los egipcios sabrán que yo
soy el Señor. (Ex 7, 5)

La Victoria Final

El pasaje que describe el cruce del Mar Rojo es difícil de leer. La redacción
del texto a menudo suena artificial y forzada. Hay repeticiones innecesarias
de detalles y cambios frecuentes en el estilo. El tema es demasiado complejo
para explicarlo en detalle aquí, pero los expertos bíblicos piensan que los
primeros libros de la Biblia no fueron escritos en un momento por un solo
autor. En vez de esto, fueron escritos combinando diferentes fuentes
preexistentes.
Según los exégetas, un análisis profundo del capítulo 14 del Éxodo
demuestra que contiene dos descripciones distintas del cruce del Mar Rojo.
En las siguientes citas hemos extraído del texto original estas dos
descripciones. Observen cómo cada descripción es coherente en sí misma.
10 Entonces temieron mucho, pidieron ayuda al Señor, 11
y dijeron a Moisés: “¿No había cementerios en Egipto
para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Nos
has sacado de Egipto para hacernos esto? 12 ¿No te
decíamos: deja que sirvamos a los egipcios, pues nos
conviene más servirlos que morir en el desierto?” 13
Moisés respondió al pueblo: “No teman, manténganse
firmes y verán la victoria que les va a dar hoy el Señor; a
estos egipcios que ven ahora, no volverán a verlos nunca
más. 14 El Señor combatirá a favor de ustedes sin que
ustedes tengan que hacer nada.” … 19 Entonces el ángel
de Dios, que iba delante de los israelitas fue y se puso
detrás de ellos. También la columna de nube que iba
delante de ellos fue y se puso detrás, 20 interponiéndose
entre el ejército de los egipcios y los israelitas. Por un
lado la nube era tenebrosa y por el otro alumbraba en la
noche, de suerte que no pudieron acercarse unos a otros
en toda la noche… 21 … Y el Señor, por medio de un
fuerte viento del este que sopló durante toda la noche, hizo
retroceder el mar… 24 Pero antes de la madrugada miró
el Señor desde la columna de fuego y de nube al ejército
de los egipcios y los desorganizó… 27 … Al amanecer,
recuperó el mar su estado normal… 30 Así salvó el Señor
aquel día a Israel del poder de los egipcios, e Israel pudo
ver a los egipcios muertos en la orilla del mar. 31 Los
israelitas vieron cómo el Señor había golpeado
prodigiosamente a los egipcios, temió el pueblo al Señor,
y puso su confianza en él y en Moisés, su siervo. (Ex 14,
10b, 11-14, 19-20, 21b, 24, 27b, 30-31 BA)

10 Cuando el faraón estaba cerca, los israelitas


levantaron la vista y vieron venir a los egipcios detrás de
ellos. Entonces temieron mucho, pidieron ayuda al
Señor… 15 El Señor dijo a Moisés: “¿Por qué me piden
ayuda? Ordena a los israelitas que emprendan la marcha.
16 Tú levanta el bastón, extiende tu mano sobre el mar y
divídelo para que los israelitas pasen por medio del mar
como si fuera tierra seca. 17 Yo voy a endurecer más
todavía el corazón de los egipcios, para que entren en el
mar detrás de ustedes, y entones me cubriré de gloria a
costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros de
guerra y de su caballería. 18 Y reconocerán los egipcios
que yo soy el Señor, cuando me cubra de gloria a costa
del faraón, de sus carros y de su caballería.” … 21 Moisés
extendió su mano sobre el mar… y lo dividió en dos
dejándolo seco. 22 Los israelitas entraron en medio del
mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban
una especie de muralla a ambos lados. 23 Los egipcios se
lanzaron en su persecución; toda la caballería del faraón,
sus carros y sus jinetes, entraron tras ellos en medio del
mar… 26 Entonces el Señor dijo a Moisés: “Extiende tu
mano sobre el mar para que las aguas se precipiten sobre
los egipcios, sobre sus carros de guerra y su caballería.”
Moisés extendió su mano sobre el mar… 28 Las aguas, al
juntarse, cubrieron carros y jinetes y a todo el ejército del
faraón, que había entrado en el mar persiguiendo a los
israelitas. No escapó ni uno solo. 29 Sin embargo, los
israelitas caminaban en medio del mar como por tierra
seca, mientras las aguas formaban una muralla a ambos
lados. (Ex 14, 10, 15-18, 21ac, 22-23, 26-27a, 28-29 BA)
Hay un mensaje central común a ambas descripciones: Dios salvó a su
pueblo y el ejército egipcio se destruyó completamente al ahogarse. Pero las
historias difieren en sus detalles y, por lo tanto, enfatizan diferentes verdades
teológicas.
En la primera narrativa, Dios, actuó solo, destruyendo a Egipto de noche.
Mientras tanto, los israelitas estaban durmiendo y no hicieron nada. “ No
teman, manténganse firmes y verán la victoria que les va a dar hoy el Señor. ”
Ellos solo vieron los resultados la mañana siguiente. En esta versión, Dios no
solo actuó en nombre de Israel, sino que actuó en su lugar. Él estaba
cumpliendo su promesa: “ No tengas miedo, Abram, porque yo soy tu
protector ” (Gn 15, 1).
En la segunda narrativa, el pueblo tuvo que caminar hacia su salvación.
Caminó sobre tierra seca a través del mar dividido. Al igual que Noé y su
familia fueron salvados por el agua, aquí también el pueblo fue salvado por el
agua. El caminar a través del agua representó un nuevo comienzo para el
pueblo de Dios. Era una nueva creación.

Endureciendo el corazón

Muchas veces cuando leemos el Éxodo nos preguntamos si Dios fue justo
con al faraón. Por ejemplo, nos parece injusto que Dios haya primero
intencionalmente endurecido el corazón del faraón, para luego castigarlo a él
y a los demás egipcios por lo que hizo bajo la influencia de su corazón
endurecido. ¿Realmente necesita Dios crear un villano para justificar sus
acciones? ¿Usa y desecha a la gente a voluntad?
En primer lugar, es importante tener en cuenta que el faraón nunca fue un
hombre inocente o piadoso. Desde el primer capítulo, se hizo el contrincante
de Dios y de su pueblo. Los oprimió, los esclavizó y finalmente ordenó el
asesinato de todos los niños inocentes. Así vemos, en segundo lugar, que él
fue, desde el principio, un hombre que había endurecido su propio corazón.
A pesar de ello, el faraón endureció su corazón y no
escucho a Moisés y a Aarón. (Ex 7, 13 BA)

Los magos dijeron al faraón: “¡Esto es obra del poder de


Dios!” Pero el faraón seguía con el corazón endurecido y
no los escuchó. (Ex 8, 15 BA)
Dios no violó el libre albedrío del de faraón. Al contrario, el faraón eligió
libremente seguir el camino del mal y luego obstinadamente se adhirió a esta
elección. Tim Gray y Jeff Cavins dan una buena explicación de esto en su
libro Walking with God.
Los capítulos iniciales del Éxodo mencionan veinte veces el endurecimiento del
corazón del faraón. Diez veces es Dios quien endurece el corazón del faraón, y diez
veces es el mismo faraón. La palabra hebrea traducida como “endurecer” es kaved, y
significa “hacer pesado”. Un corazón pesado tenía un significado especial para los
egipcios antiguos. Entre las tumbas y los templos del Egipto antiguo es común
encontrar inscripciones que representan el juicio final de los muertos como el peso
del corazón del difunto en una balanza. El corazón del difunto es pesado contra una
pluma que representa la verdad y la justicia. Si el corazón de alguien era más
pesado, esa persona era condenada. En la narrativa del Éxodo, el corazón del faraón
está siendo sopesado contra la balanza de la verdad y la justicia. Cada vez que se
niega a seguir el mandato de Dios y actúa contra Dios y la justicia, su corazón se
vuelve más pesado. Dios hace que el corazón del faraón sea pesado, en la medida en
que él da una orden justa que el faraón se niega a seguir. Al final, la pesadez del
corazón del faraón lo condenará, no porque Dios lo haya obligado a endurecer su
corazón, sino porque se encontró carente en su respuesta a las demandas de la
justicia y la verdad [13] .

Causa natural de las plagas

Muchas de las plagas parecen ser desastres naturales normales. Debido a


esto, algunos científicos han tratado de atribuirlos a una cadena de causas
naturales. Por ejemplo, hay evidencia de un aumento de las temperaturas y
una sequía alrededor del año 1200 a. C. Este cambio climático podría haber
causado que el Nilo se secara, convirtiendo el río que normalmente fluye
rápido en un curso de agua lento y fangoso. Esto favorecería la propagación
de un alga tóxica llamada Oscillatoria rubescens . Cuando esta alga muriera,
habría manchado el agua de rojo.
Ésta sería la explicación de la primera plaga y también la causa de algunas
de las siguientes plagas. Las algas tóxicas habrían obligado a las ranas a
abandonar el agua en la que vivían (la segunda plaga). Fuera del agua, las
ranas habrían muerto rápidamente. Dado que las ranas son uno de los
principales depredadores de insectos, su muerte habría llevado a la rápida
proliferación de estos insectos causando la tercera y cuarta plaga. Los
insectos también podrían haber causado la quinta y sexta plaga.
Alrededor de este tiempo hubo otro desastre natural. Una masiva erupción
volcánica en la isla mediterránea de Santorini arrojó miles de millones de
toneladas de ceniza volcánica a la atmósfera. Esto habría causado anomalías
climáticas y tormentas eléctricas (séptima plaga) y bloqueado la luz solar
(novena plaga).
¿Qué podemos decir? Es cierto que muchas de las plagas se asemejan a
fenómenos naturales. Sin embargo, está claro en el texto bíblico, que el autor
sagrado describe intencionalmente las plagas como sobrenaturales. Son el
resultado del castigo de Dios a los egipcios por la forma en que trataron a los
hebreos. Para interpretar la Biblia correctamente, debemos tener en cuenta la
intención de los autores sagrados. Este es un principio básico de la exégesis.
Cualquier intento de atribuir las plagas a causas puramente naturales, sin
intervención divina, no respetaría esta intención. Por supuesto, Dios pudo
haber usado causas naturales, pero al menos la intensidad, la duración y la
aparición repentina de estas plagas habrían sido sobrenaturales en su origen.

Explorando el sentido espiritual

Un nuevo éxodo

En el tiempo en que Jesús vivió, hubo una gran expectativa entre el pueblo
de Israel de que Dios estaba a punto de realizar un nuevo éxodo. La idea del
nuevo éxodo se desarrolló lentamente a lo largo de todo el Antiguo
Testamento. Para entender esto, tenemos que repasar brevemente los
principales eventos en la historia de Israel.
El éxodo tuvo lugar alrededor del año 1250 a. C. Una vez que los israelitas
entraron en la tierra prometida, procedieron a conquistarla. Bajo el rey David
(alrededor del año 1000 a. C.), las doce tribus se unieron en un solo reino con
Jerusalén como su capital política y religiosa.
Dios hizo una alianza con David y le prometió que su reino duraría para
siempre y que sus hijos siempre se sentarían en su trono. Este reino alcanzó
su máxima extensión, prosperidad y poder bajo el rey Salomón.
Desafortunadamente, Salomón cometió el pecado de idolatría y así rompió la
alianza. Como consecuencia, Dios dividió el reino en dos después de su
muerte. Los reyes sucesivos de ambos reinos no aprendieron de los errores de
Salomón. La mayoría de ellos también rompieron la alianza.
Dios envió profetas para reprender a los reyes y llamarlos a la conversión,
pero ellos los ignoraron e incluso los mataron. Entonces Dios los castigó al
permitir que el rey asirio Sargón II conquistara el Reino del norte de Israel en
el año 722 a. C. Sargón II exilió a todos los israelitas, dispersándolos por todo
su reino. Con el tiempo desaparecieron por completo. No sabemos qué les
pasó.
Los reyes del reino del sur de Judá no cambiaron sus malos caminos, a
pesar de lo que había sucedido con el reino del norte y las advertencias de los
profetas. Como resultado, Jerusalén fue conquistada en el año 587 a. C. por
Nabucodonosor, el rey de Babilonia. Él destruyó el templo y exilió a casi
todos los habitantes a Babilonia. Con todo esto, el reino de David dejó de
existir.
Esta destrucción total del reino de David y la deportación de sus habitantes
llevaron a una gran crisis de fe. Primero, parecía que Dios había roto sus
promesas. ¿Cómo podría ser esto?, se preguntaban. ¿Ya no era fiel? ¿Había
abandonado a Israel? ¿Había olvidado sus alianzas con Abraham, Moisés y
David? Segundo, los judíos ya no podían celebrar los rituales de su religión.
Ya no podían ofrecer ninguno de sus sacrificios porque según su ley, el único
lugar donde podían ofrecer sus sacrificios era el templo en Jerusalén. Ahora
estaba en ruinas y, de todas formas, la gente vivía muy lejos del templo.
En esta crisis, Dios envió a los profetas para consolar al pueblo. Ellos
proclamaron que Dios sí era fiel y se mantendría fiel a sus promesas. Para
explicar esto, les recordaron todo lo que Dios había hecho en el pasado,
especialmente cómo había liberado a sus antepasados de la esclavitud en
Egipto. Les dijeron que Dios haría lo mismo otra vez en el futuro. Solo tenían
que confiar en él y seguir sus caminos. A través de su predicación, los
profetas encendieron la esperanza del pueblo en un Mesías. Sería un salvador
enviado por Dios, que reuniría a las tribus dispersas de Israel, las devolvería a
la tierra y restauraría el Reino de David. Estas ideas formaron una parte
importante de la enseñanza de los profetas. Aquí siguen algunos ejemplos:
El Señor afirma: “Vendrán días en que ya no jurarán
diciendo: ‘Por la vida del Señor, que sacó a los israelitas
de Egipto’, sino que jurarán diciendo: ‘Por la vida del
Señor, que sacó a los descendientes de Israel, del país del
norte y de todos los demás países por donde los había
dispersado.’ y vivirán en su propia tierra.” (Jr 23, 3-8)
Digan a los tímidos:
«¡Ánimo, no tengan miedo!
¡Aquí está su Dios para salvarlos…
El desierto será un lago,
la tierra seca se llenará de manantiales.
Donde ahora viven los chacales,
crecerán cañas y juncos.
Y habrá allí una calzada
que se llamará «el camino sagrado».
Los que no estén purificados
no podrán pasar por él;
los necios no andarán por él.
Allí no habrá leones
ni se acercarán las fieras.
Por ese camino volverán los libertados,
los que el Señor ha redimido;
entrarán en Sión con cantos de alegría,
y siempre vivirán alegres.
Hallarán felicidad y dicha,
y desaparecerán el llanto y el dolor. (Is 35, 4.7-10)

El Dios de ustedes dice: ‘Consuelen, consuelen a mi


pueblo; hablen con cariño a Jerusalén y díganle que su
esclavitud ha terminado, que ya ha pagado por sus faltas,
que ya ha recibido de mi mano el doble del castigo por
todos sus pecados.’ Una voz grita: 'Preparen al Señor un
camino en el desierto, tracen para nuestro Dios una
calzada recta en la región estéril. Rellenen todas las
cañadas, allanen los cerros y las colinas, conviertan la
región quebrada y montañosa en llanura completamente
lisa. Entonces mostrará el Señor su gloria, y todos los
hombres juntos la verán. El Señor mismo lo ha dicho.’ (Is
40, 1-5)

Ahora dice el Señor a su pueblo:


«Ya no recuerdes el ayer,
no pienses más en cosas del pasado.
Yo voy a hacer algo nuevo,
y verás que ahora mismo va a aparecer.
Voy a abrir un camino en el desierto
y ríos en la tierra estéril.
Me honrarán los animales salvajes,
los chacales y los avestruces,
porque hago brotar agua en el desierto,
ríos en la tierra estéril,
para dar de beber a mi pueblo elegido,
el pueblo que he formado
para que proclame mi alabanza. (Is 18, 14-21)

Yo los sacaré a ustedes de todas esas naciones y países;


los reuniré y los haré volver a su tierra. Los lavaré con
agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los
purificaré del contacto con sus ídolos; pondré en ustedes
un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes
ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón
dócil. Pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan
mis leyes y decretos; vivirán en el país que di a sus
padres, y serán mi pueblo y yo seré su Dios. (Ez 36, 24-28)
Se puede ver, por el número de estas citas, que la idea de un nuevo éxodo
fue muy importante para los profetas. No era solo un tema secundario, sino
uno de sus temas principales. Como se profetizó, los judíos finalmente
regresaron y se les permitió reconstruir la ciudad de Jerusalén y el templo.
Pero nunca pudieron restablecer el Reino de David. Alrededor del año 322 a.
C., Alejandro Magno conquistó Judea y lo incorporó a su imperio.
Los libros de los Macabeos 1 y 2 cuentan la historia de la revuelta judía en
el siglo II a. C. Bajo el liderazgo de Judá el Macabeo, reconquistaron Judea y
establecieron un reino gobernado por los descendientes suyos. Esta dinastía
asmonea, como se la llamó, gobernó desde 164 a. C. hasta 63 a. C., cuando
fue conquistada por los romanos. Los romanos eventualmente nombraron a
Herodes rey de Judea.
Herodes hizo muchas cosas buenas para los judíos. Extendió sus fronteras,
expandió el templo y construyó muchos otros edificios magníficos. Sin
embargo, los judíos nunca lo reconocieron como un rey legítimo, como
tampoco reconocieron a los asmoneos. Dios le había prometido al rey David
que uno de sus descendientes se sentaría en su trono para siempre. La dinastía
asmonea era ilegítima porque los asmoneos no descendían del linaje de
David. Pertenecían más bien a la tribu de Leví. El problema de Herodes era
aún peor. Ni siquiera era un judío, sino que provenía de Idumea.
Este fue el contexto histórico y cultural de Israel en el momento del
nacimiento de Jesús. La expectativa de la inminente venida del Mesías era
generalizada. Sería un hijo de David que guiaría a Israel en un nuevo éxodo.
Él restablecería el reino de David y cumpliría todas las promesas hechas por
Dios a través de los profetas. Había diferentes ideas sobre qué tipo de Mesías
sería. Algunos esperaban un rey guerrero que liberaría a Israel de la opresión
romana, pero otros esperaban la restauración de Israel a través de un nuevo
éxodo.

Un nuevo Moisés

La lógica de la historia bíblica dicta que, si iba a haber un nuevo éxodo,


también tenía que haber un nuevo Moisés, que dirigiría al pueblo. Moisés
mismo había predicho esto.
El Señor su Dios hará que salga de entre ustedes un
profeta como yo, y deberán obedecerlo. (Dt 18, 15)
Los evangelios (especialmente el Evangelio según san Mateo) se basan en
esta tradición y presentan a Jesús como el nuevo Moisés. San Mateo hace
esto resaltando muchos paralelos entre los dos. Por ejemplo:
Tanto Jesús como Moisés fueron enviados por Dios para salvar a su
pueblo (cf. Mt 1, 21 y Ex 3, 10).
Al igual que la vida de Moisés estuvo en peligro debido a la orden del
faraón de matar a todos los niños hebreos, (cf. Ex 1, 22) también
estuvo en peligro la vida de Jesús debido a la orden de Herodes de
matar a todos los niños (de dos años y menos) en Belén y sus
alrededores (cf. Mt 2, 16).
Tanto Jesús como Moisés pasaron su infancia en Egipto (cf. Mt 2,15).
Jesús ayunó durante cuarenta días y noches en el desierto (cf. Mt 4, 2)
tal como lo hizo Moisés (cf. Ex 34, 28).
Tanto Jesús como Moisés dieron una ley al pueblo (cf. Mt 5-7;
Deuteronomio 5, 1-21).
Jesús alimentó milagrosamente a la gente con la multiplicación de los
panes (cf. Mt 14, 13-21) al igual que Moisés alimentó
milagrosamente a la gente con el pan bajado del cielo (cf. Ex 16).
Tanto Jesús como Moisés establecieron alianzas usando la fórmula
“sangre de la alianza” (cf. Mt 26, 28; Ex 24, 8).
El Evangelio según San Marcos también presenta a Jesús como el nuevo
Moisés guiando a sus discípulos por el camino. El “camino” es uno de los
temas principales para el evangelista Marcos. Sabemos esto porque él usa
repetidamente la palabra “camino” en su Evangelio. Presenta a Jesús
caminando por la senda que le lleva de Galilea a Jerusalén para morir en la
cruz.
Se dirigían a Jerusalén, y Jesús caminaba delante de los
discípulos. Ellos estaban asombrados, y los que iban
detrás tenían miedo. Jesús volvió a llamar aparte a los
doce discípulos, y comenzó a decirles lo que le iba a
pasar. (Mc 10,32)
¿Qué tiene esto que ver con el nuevo éxodo? “ Odos ” es la obra griega para
“camino”. “ Ex ” es una preposición griega que significa “fuera de”. Éxodo,
por lo tanto, significa “el camino de salida”. Está claro en el Evangelio según
san Marcos que Jesús está guiando a sus discípulos por un nuevo camino y,
por tanto, por un nuevo éxodo. Desde el principio, después de afirmar que
Jesús es el Mesías (o Cristo en griego), san Marcos comienza a hablar del
camino. Cita una de las profecías del nuevo éxodo que encontramos en el
libro de Isaías.
Principio de la buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo
de Dios.
Está escrito en el libro del profeta Isaías:
Envío mi mensajero delante de ti,
para que te prepare el camino.
Una voz grita en el desierto:
“Preparen el camino del Señor;
ábranle un camino recto.”» (Mc 1, 1-3)
San Marcos luego describe cómo Jesús entró en las aguas del río Jordán
para ser bautizado. Jesús comenzó su éxodo entrando en el agua, tal como lo
hizo Moisés.
Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, que está en la
región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. En el
momento de salir del agua, Jesús vio que el cielo se abría
y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma. Y se
oyó una voz del cielo, que decía: «Tú eres mi Hijo amado,
a quien he elegido.» (Mc 1, 9-11)
Sin embargo, hay una gran diferencia entre el antiguo y el nuevo éxodo.
Esta diferencia resalta la naturaleza espiritual y la superioridad del nuevo
éxodo sobre el original. Aunque Moisés dividió las aguas, cuando Jesús fue
bautizado, las aguas aquí no se dividieron. En cambio, sí se abrió el cielo.
Esto significa que este nuevo éxodo será espiritual y su meta no será llegar a
una tierra específica aquí en este mundo, sino que es llegar al cielo mismo,
nuestra verdadera tierra prometida. La tierra prometida en el Antiguo
Testamento es un tipo de cielo.
Jesús fue llevado al desierto cuarenta días en donde fue tentado. Esto nos
recuerda los cuarenta días que Moisés pasó en el monte Sinaí y los cuarenta
años que Israel pasó en el desierto.
Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Allí
estuvo cuarenta días, viviendo entre las fieras y siendo
puesto a prueba por Satanás; y los ángeles le servían. (Mc
1, 12-13)
En la siguiente escena, Jesús llamó a sus primeros apóstoles y los hizo los
primeros pescadores de hombres.
Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio
a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y
estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: —
Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de
hombres. (Mc 1, 16-17)
Esto está directamente relacionado con una de las profecías del nuevo
éxodo en el Antiguo Testamento. Jeremías ya había profetizado que, en este
nuevo éxodo, Dios enviaría pescadores para pescar a los israelitas
dispersados en el exilio. Los apóstoles lo conocían. Por eso, lo dejan todo
para seguirlo. Saben que ha llegado la hora del nuevo éxodo.
»Pero vendrá un tiempo —yo, el Señor, lo afirmo— en que
ya no jurarán diciendo: “Por la vida del Señor, que sacó
a los israelitas de Egipto”, sino que dirán: “Por la vida
del Señor, que sacó a los israelitas del país del norte y de
todos los demás países por donde los había dispersado”.
Yo haré que ustedes regresen a su tierra, a la tierra que di
a sus antepasados. »Voy a hacer venir muchos pescadores
—yo, el Señor, lo afirmo— para que pesquen a los
israelitas. (Jr 16, 14-16)
Este nuevo éxodo o camino llevará a Jesús a Jerusalén, donde será
crucificado. Los primeros cristianos sabían muy bien que seguían a Jesús por
un camino nuevo, un nuevo éxodo. Por eso se llamaban a sí mismos “el
Camino”.
Mientras tanto, Saulo no dejaba de amenazar de muerte a
los creyentes en el Señor. Por eso, se presentó al sumo
sacerdote, y le pidió cartas de autorización para ir a las
sinagogas de Damasco, a buscar a los que seguían el
Nuevo Camino, tanto hombres como mujeres, y llevarlos
presos a Jerusalén. (He 9, 1-2)

[Pablo respondió] Pero lo que sí confieso es que sirvo al


Dios de mis padres de acuerdo con el Nuevo Camino que
ellos llaman una secta, porque creo todo lo que está
escrito en los libros de la ley y de los profetas. (He 24,14)

Una nueva Pascua

Durante el primer éxodo, el pueblo de Israel no decidió salir de Egipto por


su propia cuenta. La verdad es que la gente ni siquiera quería irse. Ellos
fueron liberados por Dios. La noche del éxodo comenzó con el sacrificio de
la Pascua. Este sacrificio es tan importante que Moisés ordenó al pueblo
celebrar su memorial como una fiesta anual.
Éste es un día que ustedes deberán recordar y celebrar
con una gran fiesta en honor del Señor. Lo celebrarán
como una ley permanente que pasará de padres a hijos.
(Ex 12, 14)
Para entender el significado de esto, tenemos que entender el concepto
bíblico de memorial. Esto es muy importante. Cuando celebramos un evento
del pasado, como una victoria en una guerra, recordamos el evento,
agradecemos a Dios por ello y oramos por los que murieron. Pero seguimos
desconectados del propio evento. Es algo que tuvo lugar en un pasado lejano.
Este no es el caso para el memorial de los judíos. Cuando ellos celebran un
memorial, no solo recuerdan un evento importante de su pasado lejano. A
través del memorial, se unen al evento original. Se hace presente a través de
los rituales para que ellos también puedan participar en él. Entonces, cuando
celebran la Pascua como un memorial, no solo recuerdan cómo Dios salvó a
sus antepasados de la esclavitud. Los que celebran la Pascua también están
siendo liberados de la esclavitud. Esta idea se explica en el Catecismo .
En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el
recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas
que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13, 3). En la celebración
litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De
esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la
Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los
creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos ( CIC 1363).
Ahora, si Jesús es el nuevo Moisés quien dirigirá a su pueblo en un nuevo
éxodo, también necesitará establecer una nueva Pascua. Esto es lo que hizo
en la última cena, durante la cual, Jesús, como judío fiel, celebró la Cena
Pascual.
Llegó el día de la fiesta en que se comía el pan sin
levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua.
Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo:
—Vayan a prepararnos la cena de Pascua.
Ellos le preguntaron:
—¿Dónde quieres que la preparemos?
Jesús les contestó:
—Cuando entren ustedes en la ciudad, encontrarán a un
hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la
casa donde entre, y digan al dueño de la casa: “El
Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer
con mis discípulos la cena de Pascua?” Él les mostrará en
el piso alto un cuarto grande y arreglado para la cena.
Preparen allí lo necesario. Ellos fueron y lo encontraron
todo como Jesús se lo había dicho, y prepararon la cena
de Pascua. Cuando llegó la hora, Jesús y los apóstoles se
sentaron a la mesa. Jesús les dijo:
—¡Cuánto he querido celebrar con ustedes esta cena de
Pascua antes de mi muerte! Porque les digo que no la
celebraré de nuevo hasta que se cumpla en el reino de
Dios. (Lc 22, 7-16)
Vemos cómo Jesús fue cuidadoso en seguir fielmente todas las normas
establecidas en la Biblia y en la tradición judía. Por ejemplo, celebró la
pascua en Jerusalén, por la noche; comió el cordero sacrificado; bebió vino y
cantó los salmos con sus apóstoles. Pero al mismo tiempo que mantuvo las
tradiciones judías, las cambió, dando a la Pascua un nuevo significado. Alejó
el enfoque en el cordero pascual y lo giró hacia su propio cuerpo. Y al igual
que Moisés, Él mandó a sus apóstoles a celebrar esta nueva Pascua como un
memorial.
Después tomó el pan en sus manos y, habiendo dado
gracias a Dios, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo:
—Esto es mi cuerpo, entregado a muerte en favor de
ustedes. Hagan esto en memoria de mí.
Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo:
—Esta copa es la nueva alianza confirmada con mi
sangre, la cual es derramada en favor de ustedes. (Lc 22,
19-20)
La pascua en el éxodo es por lo tanto un tipo de la pascua de Jesús, como
enseña el Catecismo .
Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual,
Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su
Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y
celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua
final de la Iglesia en la gloria del Reino ( CIC 1340).
La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención
definitiva de los hombres (cf 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del “cordero que
quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cf 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva
Alianza (cf 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf Ex 24,
8) reconciliándole con El por “la sangre derramada por muchos para remisión de los
pecados” (Mt 26, 28; cf Lv 16, 15-16) ( CIC 613).
En obediencia al mandamiento de Jesús, la Iglesia ha celebrado el
memorial de la Pasión de Jesús desde entonces. Esto es lo que hacemos en la
misa.
El nuevo cordero pascual

El sacrificio de un cordero sin mancha fue un elemento esencial del primer


ritual de la Pascua. Esto también es cierto para la nueva Pascua del nuevo
éxodo, establecida por Jesús. La diferencia es que, en la nueva Pascua, Jesús
no solo es el sacerdote quien sacrifica al cordero, sino que también es el
cordero que es sacrificado.
En el Evangelio según san Juan, Juan el Bautista reconoció a Jesús como el
cordero desde el inicio de su ministerio.
Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: «¡Miren,
ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!» (Jn 1, 29)
Según la ley de Moisés, no se podía romper ninguno de los huesos del
cordero pascual. Por ello, San Juan señala el detalle de que, cuando Jesús fue
crucificado, no rompieron ninguno de sus huesos.
Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliera la
Escritura que dice: «No le quebrarán ningún hueso.» (Jn
19, 36)
Otros pasajes en el Nuevo Testamento también señalan que Jesús era el
cordero pascual:
Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue
muerto en sacrificio por nosotros. (1 Cor 5, 7)

Pues Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido


que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy
bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas
corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un
cordero sin defecto ni mancha. (1 Pe 1, 18-19)

Entonces, en medio del trono y de los cuatro seres


vivientes, y en medio de los ancianos, vi un Cordero.
Estaba de pie, pero se veía que había sido sacrificado… y
decían con fuerte voz: «¡El Cordero que fue sacrificado es
digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza!» (Ap 5, 6 12)
En la primera cena pascual, no fue suficiente simplemente sacrificar el
cordero. Uno también tenía que comer su carne y esparcir su sangre en los
postes de las puertas de la casa. Los que no hicieron esto perdieron a sus
primogénitos, al igual que los egipcios. ¿Cómo podría la sangre del cordero
evitar al ángel de la muerte? San Juan Crisóstomo, un padre de la Iglesia del
siglo IV, escribió:
Si deseamos comprender el poder de la sangre de Cristo, deberíamos volver al
antiguo relato de su prefiguración en Egipto. Sacrifica un cordero sin mancha, -le
ordenó a Moisés- y rocía su sangre sobre sus puertas. Si le preguntáramos qué quería
decir, y cómo la sangre de una bestia irracional podría salvar a los hombres dotados
de razón, su respuesta sería que el poder salvador no reside en la sangre en sí, sino
en el hecho de que es un signo de la sangre del Señor. En aquellos días, cuando el
ángel destructor vio la sangre en las puertas, no se atrevió a entrar, y mucho menos
se acercará el diablo cuando vea, no esa sangre figurativa en las puertas, sino la
verdadera sangre en los labios de los creyentes, las puertas del templo de Cristo. [14]
El cordero de la fiesta de la Pascua del Antiguo Testamento es un tipo de
Jesús. Así como los israelitas tuvieron que comer la carne del cordero y
rociar su sangre, también nosotros, en la nueva Pascua, tenemos que comer la
carne de Jesús y beber su sangre.
Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y,
habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los
discípulos, diciendo:
—Tomen y coman, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado
gracias a Dios, se la pasó a ellos, diciendo:
—Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi
sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es
derramada en favor de muchos para perdón de sus
pecados. (Mt 26, 26-28)

El bautismo

El cruce del Mar Rojo es otro tipo en el Éxodo. Es una prefiguración del
Sacramento del Bautismo. Cuando los israelitas pasaron por las aguas
partidas del Mar Rojo, fueron liberados de su esclavitud del faraón y de la
opresión en Egipto y se convirtieron en el pueblo elegido de Dios. Del mismo
modo, al atravesar las aguas del bautismo, los cristianos somos liberados de
la esclavitud de Satanás y del pecado y nos convertimos en hijos de Dios.
Esta relación tipológica entre el cruce del Mar Rojo y el bautismo se nos
enseña en las Escrituras por San Pablo:
No quiero, hermanos, que olviden que nuestros
antepasados estuvieron todos bajo aquella nube, y que
todos atravesaron el Mar Rojo. De ese modo, todos ellos
quedaron unidos a Moisés al ser bautizados en la nube y
en el mar. (1 Cor, 1-2)
El Catecismo lo dice:
Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos
reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la
victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf 1 Co 10, 2) ( CIC 117).
Sobre todo, el paso del mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud de
Egipto, es el que anuncia la liberación obrada por el bautismo ( CIC 1221)
También es enseñado por muchos padres de la Iglesia.
Lo que los judíos piensan que es el paso del mar, Pablo lo llama bautismo; lo que
ellos consideran ser una nube, Pablo lo presenta como el Espíritu Santo [15] .
Quienquiera que diga, entonces, que los pecados no se borran por completo en el
bautismo, que él diga que los egipcios no murieron realmente en el Mar Rojo. Pero,
si reconoce que los egipcios realmente murieron, debe reconocer que los pecados
mueren por completo en el bautismo, ya que seguramente la verdad es más valiosa
en nuestra absolución que la sombra de la verdad [16] .

La relación entre el bautismo y el Mar Rojo también se expresa en la


liturgia de la Iglesia. En la oración para bendecir el agua bautismal en la misa
de vigilia, el sacerdote ora:
Oh, Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y
de diversos modos te has servido de tu criatura, el agua, para significar la gracia del
bautismo.
Oh, Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para
que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los
bautizados [17] .
Capítulo 2
La alianza en el monte Sinaí
(Ex 15, 22 – 40, 38)

Resumen de la trama

Después de cruzar el Mar Rojo, Moisés dirige al pueblo por el desierto. En


el camino hacia el monte Sinaí los invita a confiar en Dios y seguir sus
estatutos:
Les dijo: «Si ponen ustedes toda su atención en lo que yo,
el Señor su Dios, les digo, y si hacen lo que a mí me
agrada, obedeciendo mis mandamientos y cumpliendo mis
leyes, no les enviaré ninguna de las plagas que envié
sobre los egipcios, pues yo soy el Señor, el que los sana a
ustedes.» (Ex 15, 26)
Desafortunadamente, en lugar de confiar y obedecer, la gente murmura
contra Dios y Moisés tan pronto como surgen las primeras dificultades.
Incluso piensan volver a Egipto.
Y les decían:
—¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allá
nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos
hasta llenarnos, pero ustedes nos han traído al desierto
para matarnos de hambre a todos. (Ex 16, 3)
A pesar de sus quejas, Dios siempre está presente para cuidarlos y
protegerlos. Les da agua para beber, comida para comer y les ayuda a
derrotar a sus enemigos. La comida con la que los alimenta es algo especial,
el maná o pan bajado del cielo.
Aquella misma tarde vinieron codornices, las cuales
llenaron el campamento, y por la mañana había una capa
de rocío alrededor del campamento. Después que el rocío
se hubo evaporado, algo muy fino, parecido a la escarcha,
quedó sobre la superficie del desierto. Como los israelitas
no sabían lo que era, al verlo se decían unos a otros: «¿Y
esto qué es?» Y Moisés les dijo:
—Éste es el pan que el Señor les da como alimento.
Los israelitas llamaron maná a lo que recogían. Era
blanco, como semilla de cilantro, y dulce como hojuelas
con miel. (Ex 16, 13-15; 31)
Tres meses después de haber salido de Egipto, los israelitas acampan en el
monte Sinaí. Allí Dios ofrece establecer una alianza con ellos. El pueblo lo
acepta y se prepara para este encuentro con Dios lavándose la ropa y
absteniéndose de relaciones sexuales. Al tercer día, Dios cae sobre la
montaña en forma de una nube espesa, acompañada de relámpagos, truenos y
el sonido de las trompetas. La gente está aterrorizada y, por lo tanto,
permanece a distancia. Le pide a Moisés que sea su mediador ante Dios.
Dios habla a Moisés y le da las leyes de la alianza. Éstas incluyen los diez
mandamientos con los que estamos familiarizados, así como una colección de
otras leyes que forman lo que se llama el “libro de la alianza” (cf. Ex 24, 7).
Estas leyes completan los diez mandamientos, añadiendo más detalles.
Consisten en reglas sociales y religiosas que ayudan a estructurar y gobernar
la sociedad. Definen, por ejemplo, el tratamiento de los esclavos, los casos de
pena capital, la Ley del talión (“ojo por ojo, diente por diente”), la defensa de
los débiles, etc. Estas leyes también definen las principales fiestas que se
deben celebrar.
Moisés pone por escrito todas estas leyes y después las lee en voz alta a
todo el pueblo que responde con una sola voz: “ Pondremos toda nuestra
atención en hacer lo que el Señor ha ordenado ” (Ex 24, 7). Moisés entonces
construye un altar y vierte la mitad de la sangre de los toros sacrificados
sobre el altar y salpica la otra mitad sobre la gente. A través de este ritual, se
ratifica la alianza. Luego, Moisés y Aarón, junto con otros 72 ancianos, suben
a la montaña y comen y beben en la presencia de Dios.
Moisés subió al monte con Aarón, Nadab, Abihú y setenta
ancianos de Israel. Allí vieron al Dios de Israel: bajo sus
pies había algo brillante como un piso de zafiro y claro
como el mismo cielo. Dios no les hizo daño a estos
hombres notables de Israel, los cuales vieron a Dios, y
comieron y bebieron. (Ex 24, 9-11)
Una vez que se ratifica la alianza, Dios le dice a Moisés que suba de nuevo
a la montaña para que pueda darle las tablas de piedra con los diez
mandamientos escritos en ellas. Permanece en la montaña cuarenta días y
cuarenta noches. Dios también le da las instrucciones para la construcción del
arca de la alianza, el tabernáculo y los demás objetos sagrados como los
altares y la menorá, así como el diseño de las vestiduras sacerdotales y el
ritual para su consagración.
Estas instrucciones están contenidas en los capítulos 25 al 31. Son muy
largas y detalladas y muchos lectores las saltan, pero esto es un error. Los
detalles que se describen aquí son muy importantes porque tienen un valor
simbólico, como veremos. El tabernáculo, también llamado la tienda del
encuentro, es una tienda portátil en la que Dios mora y en la cual se ofrecen
los sacrificios.
Desafortunadamente, la alianza entre Dios e Israel no dura mucho tiempo.
De hecho, ni siquiera dura cuarenta días. Moisés demora en bajar la montaña,
por lo que la gente le pide a Aarón que les haga un ídolo. Tomando su oro, él
hace un becerro y comienzan a adorarlo.
Todos se quitaron los aretes de oro que llevaban en las
orejas, y se los llevaron a Aarón, quien los recibió, y
fundió el oro, y con un cincel lo trabajó hasta darle la
forma de un becerro. Entonces todos dijeron:
—¡Israel, éste es tu dios, que te sacó de Egipto!
Cuando Aarón vio esto, construyó un altar ante el
becerro, y luego gritó:
—¡Mañana haremos fiesta en honor del Señor!
Al día siguiente por la mañana se levantaron y ofrecieron
holocaustos y sacrificios de reconciliación. Después el
pueblo se sentó a comer y beber, y luego se levantaron a
divertirse. (Ex 32, 4-6)
No está claro si el becerro de oro era una imagen de Dios o de otra deidad
pagana. Debido a su fuerza física, los toros solían ser adorados por los
pueblos de la zona. Por ejemplo, ya vimos en el último capítulo cómo los
egipcios adoraban a un toro sagrado llamado Apis. Algunos exegetas piensan
que los israelitas estaban reviviendo este culto en el desierto, atribuyendo a
Apis su liberación. Recuerden, acababan de salir de Egipto, donde habían
vivido durante 430 años y habían adoptado su cultura y religión.
Otros afirman que el becerro de oro es una representación de Dios mismo.
Durante la ausencia de Moisés, Dios calla. Este silencio pone a la gente
nerviosa. Quieren un signo tangible de la presencia de Dios entre ellos y por
eso deciden hacerse uno. Necesitan algo que puedan ver y tocar para
asegurarse de la protección de Dios, pero también buscan una manera de
controlar a Dios a través de rituales paganos.
En cualquier caso, crear y adorar una imagen fue un pecado grave que
rompió la alianza porque la ley lo prohibía explícitamente.
No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en
el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que
hay en el mar debajo de la tierra. No te inclines delante de
ellos ni les rindas culto, porque yo soy el Señor tu Dios,
Dios celoso que castiga la maldad de los padres que me
odian, en sus hijos, nietos y bisnietos. (Ex 20, 4-5)
Otro problema con estos rituales paganos es que eran muy inmorales. La
expresión griega traducida como “se levantaron para divertirse" es un
eufemismo para una orgía sexual. Se suponía que el pueblo era santo, y servía
delante del Señor. En cambio, se degradó al adorar a un becerro de oro y
comportarse tan inmoralmente.
Tan pronto como Dios ve esto arde su ira contra ellos y amenaza con
consumirlos.
Además, el Señor le dijo a Moisés:
—Me he fijado en esta gente, y me he dado cuenta de que
son muy tercos. 10 ¡Ahora déjame en paz, que estoy
ardiendo de enojo y voy a acabar con ellos! Pero de ti voy
a hacer una gran nación. (Ex 32, 9-10)
Pero Moisés intercede por el pueblo y al final Dios cede y acepta no
destruirlos.
Moisés luego baja de la montaña trayendo con él las tablas de la ley que
Dios le había dado. Cuando oye el ruido de la fiesta y ve a la gente adorando
al becerro de oro, su ira arde. Rompe las dos tablas en señal de que la alianza
había sido rota. Toma el becerro de oro, lo quema, lo tritura en polvo y obliga
a la gente a beberlo. Luego se enfrenta a Aaron, quien, al igual que Adam,
trata de echarle la culpa a los demás en lugar de aceptar humildemente su
falta.
Y Aarón contestó:
—Señor mío, no te enojes conmigo. Tú bien sabes que a
esta gente le gusta hacer lo malo. Ellos me dijeron:
“Haznos un dios que nos guíe, porque no sabemos qué
pudo haberle pasado a este Moisés que nos sacó de
Egipto.” Yo les contesté: “El que tenga oro, que lo
aparte.” Ellos me dieron el oro, yo lo eché en el fuego, ¡y
salió este becerro! (Ex 32, 22-24)
Lo que sigue es una escena dramática. Moisés, al ver que la gente está
fuera de control y enloqueciendo, grita: “ Los que estén de parte del Señor,
júntense conmigo ” (Ex 32, 26). Todos los levitas se reúnen a su alrededor y
por orden de Moisés, matan a todos los culpables de este gran pecado,
alrededor de 3000 personas.
Y todos los levitas se le unieron. Entonces Moisés les dijo:
—Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Tome cada uno de
ustedes la espada, regresen al campamento, y vayan de
puerta en puerta, matando cada uno de ustedes a su
hermano, amigo o vecino.” (Ex 32, 26-27)
No está claro si los levitas también participan en el pecado y luego se
arrepienten o no. En cualquier caso, debido a su celo por el Señor, Moisés los
consagra como sacerdotes. Según la alianza que se acaba de romper, se
suponía que Israel en su conjunto debía ser una nación de sacerdotes. Ahora,
debido a su pecado, el pueblo pierde este sacerdocio común y Dios se lo da
únicamente a los levitas. De ahora en adelante, solo los levitas y sus
descendientes serán los sacerdotes.
Al día siguiente, Moisés sube a la montaña para encontrarse con el Señor
nuevamente, para expiar por este pecado del pueblo. Él ora para que Dios les
perdone. Aunque Dios no consume al pueblo, la Biblia dice que sí lo castiga,
aunque no sabemos cómo.
Dios le dice a Moisés que guíe al pueblo a la tierra que ha jurado dar a los
descendientes de Abraham. Al principio, Dios se niega a ir con ellos,
diciendo que es un pueblo terco y , por tanto, podría consumirlo en el camino.
En su lugar, dice que enviará un ángel para guiarlos. Pero Moisés, en una
conversación íntima con Dios, lo convence de que cambie de opinión. A este
punto renuevan la alianza. Cuando Moisés baja la montaña, su rostro brilla
con tanta intensidad que tiene que cubrirlo con un velo.
Ahora que la alianza ha sido renovada, Moisés procede a construir el
tabernáculo y todos los demás objetos que Dios había ordenado. Exactamente
un año después de haber dejado Egipto, Moisés acaba la construcción del
tabernáculo y la gloria del Señor lo llena.
Moisés lo hizo todo tal como el Señor se lo había
ordenado. Y así, al comenzar el segundo año después de
la salida de Egipto, el día primero del mes primero, fue
instalado el santuario. (Ex 40, 16-17)

La nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del


Señor llenó el santuario. Moisés no podía entrar en la
tienda del encuentro porque la nube se había asentado
sobre ella y la gloria del Señor llenaba el santuario.
Cuando la nube se levantaba de encima del santuario, los
israelitas levantaban su campamento y seguían su camino,
pero si no se levantaba la nube, tampoco ellos levantaban
su campamento, sino que esperaban hasta que la nube se
levantaba. A lo largo de todo el viaje de los israelitas, y a
la vista de todos ellos, la nube del Señor estaba sobre el
santuario durante el día, y durante la noche había un
fuego sobre él. (Ex 40, 34-38)

Desarrollo de los personajes

¿Qué nos dice Ex 15, 22 al 40, 38 sobre los principales personajes?

El carácter de Dios
¿Quién es Dios? ¿Cómo es él? Hasta ahora, hemos tratado de responder
estas preguntas deduciendo el carácter de Dios de sus acciones. Por ejemplo,
la narración sobre la creación en Génesis capítulos 1 y 2 nos muestran un
Dios soberano, creador, poderoso, inteligente, ordenado, personal, bueno y
paternal. Pero en Éxodo leemos que Dios:
Pasó delante de Moisés, diciendo en voz alta:
—¡El Señor! ¡El Señor! ¡Dios tierno y compasivo,
paciente y grande en amor y verdad! Por mil generaciones
se mantiene fiel en su amor y perdona la maldad, la
rebeldía y el pecado; pero no deja sin castigo al culpable,
sino que castiga la maldad de los padres en los hijos y en
los nietos, en los bisnietos y en los tataranietos. (Ex 34, 6-
7)
Esta es la primera vez en la Biblia que Dios se describe a sí mismo. ¿Cómo
es él? Descubrimos que hay una tensión en Dios. Por un lado, es
misericordioso y amoroso. Por el otro, no es indiferente al mal que hacemos.
Pero, sobre todo, descubrimos que Dios es un Dios fiel. Él es especialmente
fiel a las promesas de su alianza.
Siglos después, el profeta Isaías describirá la fidelidad de Dios con la
siguiente imagen.
Pero ¿acaso una madre olvida
o deja de amar a su propio hijo?
Pues , aunque ella lo olvide,
yo no te olvidaré. (Is 49, 15)
La fidelidad de Dios a sus promesas es la fundación de nuestra esperanza
cristiana, como el Catecismo enseña.
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la
vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el
autor de la promesa” (Hb 10, 23). En “el Espíritu Santo que él derramó sobre
nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que,
justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida
eterna” (Tt 3, 6-7) ( CIC 1817).

Moisés – humilde siervo y amigo de Dios


Después de que los israelitas rompieron la alianza, Dios amenazó con
eliminarlos.
Me he fijado en esta gente, y me he dado cuenta de que
son muy tercos. ¡Ahora déjame en paz, que estoy ardiendo
de enojo y voy a acabar con ellos! Pero de ti voy a hacer
una gran nación. (Ex 32, 9-10)
Cuando Moisés imploró en su favor, Dios renunció a esta idea (cf. Ex 32,
14). Más tarde, Dios dijo a Moisés que debería guiar al pueblo a la tierra
prometida, pero que él no los acompañaría.
Vayan a la tierra donde la leche y la miel corren como el
agua. Pero yo no iré entre ustedes, no vaya a ser que los
destruya en el camino, pues ustedes son gente muy terca.
(Ex 33, 3)
Moisés abogó por el pueblo y, una vez más, Dios cambió de opinión (cf.
Ex 33, 14). ¿Cuál es el significado de esto? ¿Es Dios voluble? ¿Sufre de
cambios de humor? No. Dios no es ni voluble ni sufre de cambios de humor.
A través de este comportamiento aparentemente extraño, él estaba probando
el carácter y el liderazgo de Moisés. ¿Tiene Moisés las cualidades para ser un
verdadero líder para el pueblo?
Dios puso a prueba la humildad de Moisés. La prueba consistió en ofrecer
a Moisés el honor de tomar el lugar de Abraham en la historia de la
salvación. Dios consumiría a todas los Israelitas, descendientes de Abraham,
y luego volvería a empezar de nuevo, esta vez con Moisés y sus
descendientes. Así recibiría el honor que le fue concedido a Abraham. ¿Es
Moisés lo suficientemente humilde como para poner la gloria de Dios y el
bienestar del pueblo por encima de sus propios intereses? Estamos a punto de
averiguarlo.
Moisés no estuvo de acuerdo con esta propuesta y procedió a interceder a
favor del pueblo. Le dio a Dios tres argumentos por los que no debería
consumirlos. Primero le recordó a Dios que era su pueblo a quien había
redimido con gran despliegue de poder. Luego le dijo que se vería mal frente
a los egipcios si los destruyera, puesto que dirían que los sacó a propósito de
Egipto, solo para matarlos en el desierto. Finalmente, le recordó a Dios las
promesas de la alianza que había establecido con Abraham, Isaac y Jacob.
Moisés pasó la prueba con gran éxito. Su respuesta reveló su gran
humildad y confirmó que era un gran líder porque le eran más importantes la
gloria de Dios y el bienestar del pueblo que su propio honor y gloria.
Su respuesta también reveló que había llegado a entender el carácter de
Dios. Al defender al pueblo, no negó que había cometido un pecado y
merecía ser castigado. Más bien, apeló al carácter de Dios y dio la única
razón válida por la que Dios no iba a destruirlos: su fidelidad a sus promesas.
Dios no pudo destruir a Israel debido a las promesas que había dado a los
patriarcas. La intercesión de Moisés no cambió realmente la mente de Dios.
Dios le permitió abogar por Israel. Luego hizo lo que había prometido y
siempre había planeado hacer.
Moisés fue más que un siervo de Dios y más que un simple profeta. Dios y
Moisés fueron amigos de confianza.
Dios hablaba con Moisés cara a cara, como quien habla
con un amigo…
—Esto que has dicho también lo voy a hacer, porque
tengo confianza en ti y te has ganado mi favor —le afirmó
el Señor. (Ex 33, 11. 17)
¿Por qué amigos? Dios se hizo amigo de Moisés porque era humilde y
realmente tenía en su mente y corazón los intereses de Dios. De hecho,
cuanto más se preocupaba por la gloria de Dios, más se acercaba Dios a él.
—¡Déjame ver tu gloria! —suplicó Moisés.
Pero el Señor contestó:
—Voy a hacer pasar toda mi bondad delante de ti, y
delante de ti pronunciaré mi nombre. Tendré misericordia
de quien yo quiera, y tendré compasión también de quien
yo quiera. Pero te aclaro que no podrás ver mi rostro,
porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo.
Dijo también el Señor:
—Mira, aquí junto a mí hay un lugar. Ponte de pie sobre
la roca. Cuando pase mi gloria, te pondré en un hueco de
la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya
pasado. Después quitaré mi mano, y podrás ver mis
espaldas; pero mi rostro no debe ser visto. (Ex 33, 17-23)
Si queremos que Dios se acerque a nosotros, tenemos que ser como
Moisés. Tenemos que ser humildes y poner su gloria y el bienestar de los
demás por encima de nuestros propios intereses. Si demostramos esto a través
de nuestras obras, y no solo con palabras vacías, Dios ciertamente también se
acercará a nosotros.

¿Es Dios el único dios?

Todos sabemos que tanto el judaísmo como el cristianismo son religiones


monoteístas. Por monoteísmo entendemos la creencia de que hay un solo
dios. Sin embargo, los estudiosos debaten entre sí si la religión de Israel en el
tiempo de Moisés era monoteísta o no. En el libro del Éxodo no encontramos
ninguna enseñanza explícita que diga que Dios es el único dios.
La historia narrada en el Éxodo explica cómo los israelitas se convirtieron
en una nación. Dios se presentó como su dios nacional. El pueblo estableció
una alianza con él y aceptó servirle exclusivamente, pero no se excluye la
existencia de otros dioses. Sin embargo, Dios sí exigió la monolatría. Esto es,
Dios exigió un culto y una lealtad exclusivos. Prohibió a Israel servir a otros
dioses, pero no negó explícitamente su existencia.
Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras
esclavo. No tengas otros dioses aparte de mí. No te hagas
ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni
de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar
debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni les
rindas culto, porque yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso
que castiga la maldad de los padres que me odian, en sus
hijos, nietos y bisnietos celoso. (Ex 20, 2-5
Solo después, durante el tiempo de los profetas en el exilio babilónico, se
desarrolló la idea del monoteísmo estricto. Los profetas proclamaron sin
ambigüedad que Dios era el único dios y que gobernaba el universo entero y
todos los pueblos, sin importar si lo reconociesen y lo adorasen o no.

La Trinidad
Al igual que en el libro de Génesis, hay indicios de la Trinidad en el
Éxodo. Por ejemplo, leemos en Ex 34 cómo Dios se apareció a Moisés:
Moisés cortó dos tablas de piedra iguales a las primeras.
Al día siguiente, muy temprano, tomó las dos tablas de
piedra y subió al monte Sinaí, tal como el Señor se lo
había ordenado. Entonces el Señor bajó en una nube y
estuvo allí con Moisés, y pronunció su propio nombre.
Pasó delante de Moisés, diciendo en voz alta:
—¡El Señor! ¡El Señor! ¡Dios tierno y compasivo,
paciente y grande en amor y verdad! (Ex 34, 4-6)
Tomados en su sentido literal, estos versículos simplemente nos dicen que
Moisés subió a la montaña para recibir las nuevas tablas de la ley. Pero si
analizamos el sentido espiritual, descubriremos señales y sombras que
apuntan al misterio de la Trinidad.
Una de estas sombras es la nube. A lo largo de la Biblia, la nube es un
símbolo de la presencia de Dios. Pero no es solo un símbolo de su presencia
en general, sino que simboliza al Espíritu Santo. Esto se enseña en el
siguiente párrafo del Catecismo :
La nube y la luz . Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del
Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la
transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf Ex 24, 25-28),
en la Tienda de Reunión (cf Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf Ex
40, 26-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-
12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es
quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para que ella
conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es El
quien “vino en una nube y cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a
Pedro, Santiago y Juan, y “se oyó una voz desde la nube que decía: ‘Este es mi Hijo,
mi Elegido, escuchadle’” (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que
“ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la
que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf Lc
21, 27) ( CIC 697).
Ex 34, 5 también nos dice que “ el Señor bajó en una nube ” para estar con
Moisés. En el Nuevo Testamento, la palabra “Señor” es uno de los títulos
principales para designar a Jesús. Entonces, al igual que la nube significa al
Espíritu Santo, también el término “Señor” puede referirse al Hijo de Dios.
Esto es enseñado por varios Padres de la Iglesia y también es sugerido por el
Catecismo .
Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde
los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de
los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas
Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y “cubierto” por la
nube del Espíritu Santo ( CIC 707).
El Verbo de Dios es el Hijo de Dios, es decir, la segunda persona en la
Santísima Trinidad. Entonces, cuando el Catecismo enseña que el Verbo de
Dios se dejó ver en estas teofanías, se puede entender que se está refiriendo a
la segunda persona de la Trinidad.
El tabernáculo es el lugar donde mora Dios. Su descripción también apunta
a la Trinidad. Más adelante, analizaremos el tabernáculo con más detalle. Por
ahora es suficiente notar que contenía tres objetos sagrados: el arca de la
alianza, la lámpara de la menorá y la mesa de oro con el pan sagrado. Estos
tres objetos representan a las tres personas de la Santísima Trinidad. El arca
representa al Padre. Así como no se puede ver al Padre, tampoco se pudo ver
el arca que estaba escondida detrás del velo. La lámpara de la menorá y la
mesa dorada con pan representan al Espíritu Santo y al Hijo de Dios,
respectivamente.

Un reino de Sacerdotes, una nación santa

Ya vimos en el capítulo anterior que Israel era el hijo primogénito de Dios.


Esto no era simplemente un privilegio especial para Israel, sino que definía su
misión. Se suponía que Israel debía ser una luz para las naciones, para ayudar
a Dios a educar a sus otros hijos, las demás naciones del mundo. En Ex 19,
Dios dijo a Israel que se convertiría en una nación de sacerdotes si era fiel a
la alianza.
Ustedes me serán un reino de sacerdotes, un pueblo
consagrado a mí. (Ex 19, 6)
A través de Israel, Dios bendice y salva a toda la humanidad.
¿Qué es un sacerdote? Es un mediador. Tiene derecho a acercarse a Dios
para ofrecer oraciones y sacrificios en nombre de los demás. En el plan de
Dios, se suponía que todos los israelitas debían actuar como sacerdotes,
ofreciendo oraciones y sacrificios en nombre del resto de la humanidad.
Desafortunadamente, los israelitas se demostraron indignos, debido a su
pecado con el becerro de oro. Dios, por lo tanto, los despojó de su sacerdocio
común y se lo dio únicamente a los levitas.

Explorando el sentido literal

Las alianzas con Moisés

Vimos en mi libro anterior sobre el Génesis que el concepto de alianza es


probablemente el concepto más importante de toda la Biblia porque da
unidad a toda la historia. El propósito de Dios al crearnos fue que
formáramos parte de su familia para que pudiéramos vivir en su presencia, en
comunión con él y con todos los seres humanos.
La manera concreta en que Dios hace esto es a través del establecimiento
de varias alianzas con nosotros. La trama en la Biblia está estructurada en
torno a seis alianzas entre Dios y los hombres. Con cada alianza sucesiva,
crece la familia de Dios.
En la primera alianza establecida con Adán, la familia de Dios estuvo
compuesta por dos personas: Adán y Eva. Después de la segunda alianza con
Noé, la familia de Dios creció a ocho personas: Noé, su esposa, sus tres hijos
y sus esposas. Con la alianza con Abraham, la familia siguió creciendo. Se
nos dice que cuando Jacob emigró a Egipto, su familia estaba formada por
setenta personas.
La alianza con Moisés es la cuarta de la serie. La Biblia nos dice que
cuando Dios estableció esta alianza con Moisés, el pueblo se había
convertido en una gran nación. Cerca de seiscientos mil hombres, sin contar
mujeres y niños, salieron de Egipto (cf. Ex 12, 37).
En mi libro sobre el Génesis describo los elementos principales de una
alianza. Estos son:
El ritual o acto fundacional mediante el cual se establece la alianza.
El mediador de la alianza, es decir, la persona con quien Dios
establece su alianza en nombre de los demás.
Las condiciones de la alianza que el pueblo debe respetar.
Las bendiciones o promesas que Dios cumplirá con aquellos que
guarden estas condiciones.
Las maldiciones o el castigo que caerá sobre aquellos que no las
guarden.
La señal por la cual se celebrará y recordará la alianza en el futuro.
La nueva comunión de vida o familia formada entre Dios y su pueblo.
El texto en el Éxodo establece claramente que Dios estableció una alianza
con su pueblo. Por ejemplo, en Ex 24, 8 leemos:
Entonces Moisés tomó la sangre y, rociándola sobre la
gente, dijo:
—Ésta es la sangre que confirma la alianza que el Señor
ha hecho con ustedes, sobre la base de todas estas
palabras.
La narrativa también describe los elementos mencionados anteriormente.

El ritual del acto fundacional

Se describe el ritual en el capítulo 24. Consta de dos partes: (1) Un


sacrificio animal en el que se rocía la mitad de la sangre de los toros sobre el
altar (que representaba a Dios) y la otra mitad sobre el pueblo; (2) y una
comida que es consumida en la presencia de Dios. Ambos rituales tienen el
mismo significado. Expresan la comunión de vida entre Dios y su pueblo.
Entonces Moisés escribió todo lo que el Señor había
dicho, y al día siguiente, muy temprano, se levantó y
construyó un altar al pie del monte, y colocó doce piedras
sagradas, una por cada tribu de Israel. Luego mandó a
unos jóvenes israelitas que mataran toros y los ofrecieran
al Señor como holocaustos y sacrificios de reconciliación.
Moisés tomó la mitad de la sangre y la echó en unos
tazones, y la otra mitad la roció sobre el altar… Entonces
Moisés tomó la sangre y, rociándola sobre la gente, dijo:
—Ésta es la sangre que confirma la alianza que el Señor
ha hecho con ustedes, sobre la base de todas estas
palabras. (Ex 24, 4-8)
Moisés subió al monte con Aarón, Nadab, Abihú y setenta
ancianos de Israel. Allí vieron al Dios de Israel: bajo sus
pies había algo brillante como un piso de zafiro y claro
como el mismo cielo. Dios no les hizo daño a estos
hombres notables de Israel, los cuales vieron a Dios, y
comieron y bebieron. (Ex 24, 9-11)

El mediador entre Dios y su pueblo

En este caso el mediador es obviamente Moisés, que estaba entre Dios y el


pueblo.
Le dijeron a Moisés:
—Háblanos tú, y obedeceremos; pero que no nos hable
Dios, no sea que muramos. (Ex 20, 19)

Las condiciones de la alianza

Estas consisten en los diez mandamientos y los demás mandatos


contenidos en el libro de la alianza. Antes de establecer la alianza, el pueblo
aceptó obedecer todo lo que Dios había mandado.

Las bendiciones de la alianza

Este es el compromiso que Dios asume. Leemos:


Seré enemigo de tus enemigos y me opondré a quienes se
te opongan… Adora al Señor tu Dios, y él bendecirá tu
pan y tu agua. Yo alejaré de ti la enfermedad, y haré que
no mueras antes de tiempo. No habrá en tu país ninguna
mujer que aborte o que sea estéril… Y haré que tus
enemigos huyan ante ti... Tus fronteras las he marcado
así: desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y
desde el desierto hasta el río Éufrates. Yo he puesto en tus
manos a los habitantes de ese país, y tú los arrojarás de tu
presencia. (Ex 23, 22-31)

Las maldiciones de la alianza

El pueblo tiene que ser fiel, por supuesto. En el Éxodo no hay una mención
explícita de las maldiciones, pero las podemos inferir del siguiente pasaje:
No te alejes de él; obedécelo y no le seas rebelde, porque
él actúa en mi nombre y no perdonará los pecados de
ustedes… No sigas el mal ejemplo de esos pueblos. No te
arrodilles ante sus dioses, ni los adores; al contrario,
destruye por completo sus ídolos y piedras sagradas… No
entres en tratos con ellos ni con sus dioses, ni los dejes
quedarse en tu país, para que no te hagan pecar contra
mí. Pues llegarías a adorar a sus dioses, y eso sería tu
perdición. (Ex 23, 21.24.32.33)

El signo de la alianza

El signo de la alianza con Moisés es la Pascua, que debe ser celebrada


todos los años para conmemorar el nacimiento de Israel como nación.

La nueva comunión de vida formada

El fruto de una alianza es la familia. Israel se convirtió en posesión


preciosa y nación sagrada de Dios.
Así que, si ustedes me obedecen en todo y cumplen mi
alianza, serán mi pueblo preferido entre todos los pueblos,
pues toda la tierra me pertenece. Ustedes me serán un
reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí (Ex 19, 5-
6).
En el relato de la Biblia, todavía quedan dos alianzas más para ser
ratificadas. Por la alianza con el rey David, la familia de Dios crecerá para
convertirse en un reino. La sexta y última alianza se establecerá con
Jesucristo. Esta alianza será universal. Es decir, toda la humanidad estará
invitada a entrar y formar parte de la familia de Dios en su iglesia. La palabra
“católica” significa universal.

La Alianza renovada

Desafortunadamente, el pueblo rompió esta alianza cuando adoró al


becerro de oro. Pero después de que Moisés intercedió en su favor, como ya
hemos visto, Dios se comprometió a renovar la alianza.
El Señor dijo: «Pongan atención: yo hago ahora una
alianza ante todo tu pueblo.» (Ex 34, 10)
Aunque la alianza se renovó, las cosas no siguieron iguales. En esta alianza
renovada Dios estaba más distante. Por ejemplo, cuando se ratificó la primera
Alianza, Moisés y Aarón fueron acompañados por setenta y dos ancianos.
Todos vieron a Dios y comieron y bebieron en su presencia. Ahora, cuando
se renueva la alianza, solo Moisés subió la montaña. A nadie más le fue
permitido acercarse.
Prepárate también para subir al monte Sinaí mañana por
la mañana, y preséntate ante mí en la parte más alta del
monte. Nadie debe subir contigo, ni se debe ver a nadie
por todo el monte; tampoco debe haber ovejas o vacas
pastando frente al monte. (Ex 34, 2-3)
Se ve también esta mayor distancia entre Dios y el pueblo en las tablas de
los diez mandamientos. En la alianza original, Dios entregó a Moisés las
tablas en las que Dios mismo había escrito los mandamientos.
El Señor le dijo a Moisés:
—Sube al monte, donde yo estoy, y espérame allí, pues voy
a darte unas tablas de piedra en las que he escrito la ley y
los mandamientos para instruir a los israelitas. (Ex 24, 12)
En la alianza renovada, es Moisés mismo quien talló las tablas de piedra y
escribió los mandamientos sobre ellas.
Moisés cortó dos tablas de piedra iguales a las primeras.
Al día siguiente, muy temprano, tomó las dos tablas de
piedra y subió al monte Sinaí, tal como el Señor se lo
había ordenado… Moisés se quedó allí con el Señor
cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Allí
escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es
decir, los diez mandamientos. (Ex 34, 4. 28)
Esta nueva alianza también contiene más condiciones porque Dios agregó
nuevas leyes. Éstas están contenidas en el capítulo 34 del Éxodo y en el libro
de Levítico. Esta nueva ley incluía los diferentes rituales y sacrificios que
debieron ahora cumplir como también las obligaciones de los sacerdotes y las
regulaciones con respecto a la pureza ritual.
Es para nosotros muy difícil entender esta parte de la Biblia. Muchas de las
leyes, especialmente las que conciernen a la pureza ritual nos parecen
bastante arbitrarias. Por ejemplo, ¿por qué no podían cocinar cabritos en la
leche de su madre, o comer camarones, o tocar un cadáver? Tomadas
individualmente, no parece que exista alguna razón lógica. Para poder
comprenderlas, debemos verlas en su conjunto y dentro del contexto de toda
la historia bíblica.
Recuerden, Israel fue llamada a ser una nación santa e hijo primogénito de
Dios. Como tal, fue el instrumento elegido por Dios para traer salvación a
todas las naciones. A través de su ejemplo, Israel debía de enseñar a las
demás naciones cómo vivir para poder llevarlas de vuelta a Dios. La historia
de la Biblia nos muestra que Israel continuamente falló en su vocación. En
lugar de enseñar a los demás a seguir su ejemplo, terminó siguiendo el mal
ejemplo de ellos. En lugar de levantar a las otras naciones a Dios, cayó
continuamente en su idolatría.
El propósito de estas leyes, tomadas en su conjunto, fue justamente la de
separar a Israel de las naciones paganas y protegerla de este peligro. Este
principio también puede ayudarnos a entender otros pasajes difíciles, tal
como el siguiente:
No hagan ningún pacto con los que viven en el país al que
van a entrar, para que no los hagan caer en sus redes. Al
contrario, derriben sus altares y destrocen por completo
sus piedras y troncos sagrados. No adoren a ningún otro
dios, porque el Señor es celoso. Su nombre es Dios celoso.
No hagan ningún pacto con los que viven en esa tierra, no
sea que cuando ellos se rebajen a adorar a sus dioses y les
presenten ofrendas, los inviten a ustedes y ustedes coman
también de esas ofrendas, o casen ellos a sus hijas con los
hijos de ustedes, y cuando ellas cometan inmoralidades al
adorar a sus dioses, hagan que los hijos de ustedes
también se rebajen a adorarlos. (Ex 34, 12-16)
Cuando Dios estableció su alianza con Moisés, prohibió a los israelitas
establecer alianzas con las demás naciones paganas. Incluso Dios mandó que
las expulsara poco a poco de la tierra.
Yo he puesto en tus manos a los habitantes de ese país, y
tú los arrojarás de tu presencia. No entres en tratos con
ellos ni con sus dioses, ni los dejes quedarse en tu país,
para que no te hagan pecar contra mí. Pues llegarías a
adorar a sus dioses, y eso sería tu perdición (Ex 23, 31-
33).
Esto fue para proteger a Israel, para el bien de todas las naciones. Sólo así
podría cumplir su misión. Después del episodio del becerro de oro, fue
evidente que Israel era muy propenso a caer en la idolatría. Vivir tan cerca de
gente idólatra era peligroso. Es por esto por lo que Dios ordenó ahora destruir
sus altares e ídolos y les prohibió casarse con ellos.

Explorando el sentido espiritual

El nuevo maná

En el capítulo anterior explicamos la relación tipológica entre el primer


éxodo y el nuevo éxodo del Nuevo Testamento. Jesús es el nuevo Moisés que
conduce a sus discípulos en un nuevo éxodo, una nueva salida, no de la
esclavitud física, sino de su esclavitud espiritual al pecado. Al igual que
Moisés, Jesús estableció en la última cena una nueva fiesta pascual para este
nuevo éxodo. En esta nueva fiesta pascual, Jesús es el cordero sacrificado, y
mandó a sus discípulos celebrar el memorial de su pascua, comiendo su carne
y bebiendo su sangre.
El maná es otro vínculo tipológico importante entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento. En el primer éxodo, los israelitas pasaron 40 años en el desierto.
Allí, Dios los probó con dureza, pero también los sostuvo. Les dio el maná, el
pan del cielo, como alimento para su camino hacia la tierra prometida. Del
mismo modo, Jesús nos da su cuerpo y sangre en la Eucaristía como alimento
para sostenernos en nuestro camino al cielo, nuestra tierra prometida
espiritual.
Como señala Brant Pitre, el maná era mucho más que un simple alimento.
También era un anticipo de la tierra prometida [18] . ¿Cómo? En Ex 16, 31
leemos que el maná sabía “ dulce como hojuelas con miel .” Esto es, el maná
“sabía” a la tierra prometida, una tierra en donde manaba leche y miel. Así
que, en cierto modo, consumiendo el maná, los israelitas estaban ya
degustando los frutos de la tierra. Además de nutrir sus cuerpos, el maná
alimentaba sus esperanzas. Por eso, una vez que entraron en la tierra, Dios
dejó de dárselos. Estando ya en la tierra, no necesitaban más este anticipo
para alimentar sus esperanzas.
Si Jesús es el nuevo Moisés que nos dirige en un nuevo éxodo, ¿qué
comida nos va a dar? ¿Cómo alimenta nuestras esperanzas de que vamos a
llegar un día al cielo? La respuesta es la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús
nos da su cuerpo y su sangre. Al igual que el maná, la Eucaristía es alimento
que nos sostiene en nuestro camino hacia el cielo. Pero también es mucho
más.
Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre estamos verdadera e
íntimamente unidos a Él, incluso a nivel físico. Por lo tanto, la Eucaristía es
un anticipo del cielo. Allí, nuestra unión con Jesús será perfecta, pero ya lo
experimentamos en esta vida, de forma real pero sacramental, cada vez que
participamos de la Eucaristía,
Según la Biblia, el maná descendió del cielo: “ Voy a hacer que les llueva
comida [pan] del cielo (Ex 16, 4). Hay una tradición antigua judía que dice
que el maná existe en el cielo desde el inicio de la creación y que Dios lo
sigue almacenándolo allí, incluso después de la entrada en la tierra prometida,
cuando dejó de darlo. Es por esta tradición que algunos judíos en los tiempos
de Jesús esperaban que el Mesías, actuando como el nuevo Moisés, les daría
otra vez el maná. Vemos un ejemplo de esta expectativa en el siguiente texto:
Y sucederá que cuando todo lo que debe suceder en estas partes se lleva a cabo, el
Mesías comenzará a ser revelado... Y los que tienen hambre se divertirán y, además,
verán maravillas todos los días… Y sucederá en ese momento que el tesoro del maná
volverá a bajar de lo alto, y lo comerán en esos años [19] .
Como cristianos, creemos que esto es precisamente lo que Jesús hace.
Cumpliendo las expectativas judías, él nos da el nuevo pan del cielo, la
Eucaristía. Además de la última cena, hay dos momentos en que Jesús habla
de este pan.
La primera ocurre en la oración del Padre Nuestro, que Jesús usó para
enseñar a sus discípulos a rezar. En esta oración decimos en español “danos
hoy nuestro pan de cada día.” Esta expresión es extraña. ¿Por qué pedimos a
Dios que nos dé “hoy” nuestro pan de “cada día”?
La respuesta no está clara, pero una posible interpretación es que la
petición “danos hoy nuestro pan de cada día” no está bien traducida. La
palabra griega original para “cada día” es epiousios . Desconocemos el
significado exacto de esta palabra, por eso es muy difícil de traducir. Se han
hecho diversas sugerencias. Pero si nos fijamos en el sentido literal, epi
significa “en, sobre o por encima” y ousía significa “naturaleza” o
“substancia”. Por lo tanto, una traducción literal de epiousios sería “por
encima de la naturaleza / substancia” o “sobrenatural / supersubstancial”.
Esta traducción literal fue usada por muchos de los Padres de la Iglesia.
San Jerónimo, por ejemplo, tradujo la petición de esta manera: “Danos hoy
nuestro pan supersubstancial”. San Cirilo, quien vivó en el siglo IV d. C.,
escribiendo sobre la oración del Padre Nuestro dijo:
El pan común no es supersubstancial, pero este pan sagrado es supersubstancial. [20]
San Cipriano de Cartago, escribiendo en el siglo III d. C., dijo que el pan
del que Jesús hablaba era el pan celestial. El Catecismo enseña lo mismo:
“De cada día” . La palabra griega, “epiousios”, no tiene otro sentido en el Nuevo
Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de “hoy”
(cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza “sin reserva”. Tomada en un
sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier
bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra
[epiousios: “lo más esencial”], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de
Cristo, “remedio de inmortalidad” sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn
6, 53-56). Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este
“día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que
pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se
celebre “cada día.” ( CIC 2837)
Nosotros nos preguntamos qué hubieran entendido los judíos que
escucharon a Jesús. Juntando todo lo que hemos dicho, ellos solo pudieron
haber entendido una cosa: en la oración del Señor, pedimos el nuevo maná
del cielo que alimenta nuestra esperanza en nuestro camino, nuestro éxodo, al
cielo. ¿Cómo?
El otro lugar en el que Jesús habló del pan del cielo es el así llamado
discurso del pan de vida en Juan 6, 35-58. Aquí fue mucho más explícito.
Dice:
Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del
hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo
resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida. (Jn 6, 53-55)
El contexto deja claro que Jesús tenía en cuenta la expectativa judía de que
el nuevo Moisés traería de nuevo el maná. Este discurso tuvo lugar justo
después de la multiplicación de los panes. Jesús había alimentado
milagrosamente a cinco mil personas en el desierto. El paralelismo entre
Jesús y Moisés no podía ser más claro.
Esta idea se confirma por la reacción del pueblo. ¿Qué dijeron justo
después de este milagro? Primero, reconocieron abiertamente a Jesús como el
profeta, el nuevo Moisés:
La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús,
decía:
—De veras éste es el profeta que había de venir al mundo.
Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a
la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del
cerro, para estar solo. (Jn 6, 14-15)
Luego pidieron que les diera siempre ese pan.
Le preguntaron entonces:
—¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te
creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados
comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
“Les dio a comer pan del cielo.”
Jesús les contestó:
—Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el
pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el
verdadero pan del cielo. Porque el pan que Dios da es el
que ha bajado del cielo y da vida al mundo.
Ellos le pidieron:
—Señor, danos siempre ese pan. (Jn 6, 30-34)
Jesús ya había hecho muchos milagros que mostraban que él era el Mesías.
Pero ¿qué pedían los judíos? Pidieron que les diera siempre el pan del cielo.
¿Por qué esto? A pesar de los muchos milagros que había hecho Jesús, aún no
estaban seguros si él era verdaderamente el Mesías o no. Esta petición le
ponía a prueba. “Danos ese pan del cielo”, le dijeron. Debido a esta
expectativa que el Mesías iba a traer de vuelta el pan del cielo, este milagro,
más que cualquier otro de sus milagros hubiera dejado a lado todas las dudas.
Jesús respondió a esta petición con el discurso sobre el pan de vida.
Yo soy el pan que da vida. Los antepasados de ustedes
comieron el maná en el desierto, y a pesar de ello
murieron; pero yo hablo del pan que baja del cielo; quien
come de él, no muere. Yo soy ese pan vivo que ha bajado
del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El
pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida
del mundo.» (Jn 6, 48-51)
Tomado literalmente, esto era escandaloso para sus oyentes. ¿Cómo pudo
Jesús decirles que debían comer su carne? ¿Estaba promoviendo el
canibalismo? El canibalismo era para todos los judíos algo abominable. Pero
a pesar de esto, Jesús insistió repetidamente que sus discípulos tenían que
comer su carne y beber su sangre.
Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:
—¿Cómo puede éste darnos a comer su propia carne?
Jesús les dijo:
—Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo
del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo
resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a
él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por
él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá
por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan
no es como el maná que comieron los antepasados de
ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que
come de este pan, vivirá para siempre.
Jesús enseñó estas cosas en la sinagoga en Cafarnaúm. (Jn
6, 52-59)
¿Quiso Jesús decir esto literalmente? ¿O estaba simplemente hablando de
forma simbólica? Esta pregunta ha sido la causa de siglos de discusión entre
católicos y protestantes. Los católicos afirman que Jesús estaba hablando
literalmente. Los protestantes, por otro lado, creen que Jesús estaba hablando
simbólicamente. Un análisis completo de esta compleja cuestión teológica
trascendería el alcance de este libro. Aquí quiero simplemente analizar esta
pregunta desde un punto de vista: la relación tipológica entre el viejo y el
nuevo maná.
Si Jesús realmente era el nuevo Moisés, al igual que Moisés, quien
alimentó al pueblo con el maná, así también Jesús debería alimentar a su
pueblo con un nuevo maná. Para seguir la lógica de la Biblia, este nuevo
maná tendría que ser más grande y maravilloso que el antiguo maná. Si los
tipos en el Antiguo Testamento son solo imágenes o sombras de las
realidades en el Nuevo Testamento a que señalan, entonces estas nuevas
realidades, o antitipos como se les llama en la teología, deben siempre ser
más grandes que sus tipos correspondientes. Así, el nuevo maná que Jesús
nos da debe ser más grande que el antiguo maná que Moisés dio. Jesús, de
hecho, lo afirmó.
Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es
como el maná que comieron los antepasados de ustedes,
que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de
este pan, vivirá para siempre. (Jn 6,58)
Los israelitas que comieron el pan del cielo que dio Moisés murieron. Los
que comen el pan que Jesús da vivirán para siempre. ¿No es este pan,
entonces, superior?
Sin embargo, esto no significa que Moisés simplemente les dio un pan
ordinario. No. El maná que Moisés les dio fue algo maravilloso y milagroso.
Es solo que el maná de Jesús es aún mayor. ¿Cuán maravilloso fue el maná
de Moisés? La Biblia lo llama el “ pan de los ángeles ” (Salmo 78, 25). Fue
tan maravilloso que los israelitas nunca habían visto algo así, ni antes ni
después. Fue tan sagrado que lo guardaron en el arca de la alianza, en el lugar
santísimo, junto con los demás objetos sagrados: las tablas de los diez
mandamientos y el bastón de Aarón.
El argumento tipológico a favor de la interpretación católica es el
siguiente: en la lógica de la Biblia, los antitipos son siempre más grandes que
sus tipos correspondientes, porque estos son simplemente signos y sombras
que los señalan. Por maravilloso y santo que fuera el pan que Moisés les dio,
la Eucaristía, el pan que Jesús nos da debe serlo aún más. Por tanto, no puede
ser simplemente pan ordinario, pero tampoco puede ser un mero símbolo. Si
lo fuera, si fuera simplemente un signo de la presencia de Dios, no sería más
grande que el maná que Moisés dio. En conclusión, el pan que Jesús nos da
tiene que ser el pan “supersubstancial” que viene del cielo. Este nuevo maná
es, como dice Jesús, su cuerpo y su sangre, y sus discípulos tienen que
comerlo.
Los judíos encontraron esto muy difícil de aceptar y murmuraron contra
esta enseñanza:
Al oír estas enseñanzas, muchos de los que seguían a
Jesús dijeron:
—Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede
hacerle caso?
Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les
preguntó:
—¿Esto les ofende? (Jn 6, 60-61)
Pero esto no debería sorprendernos. Los israelitas también se quejaron sobre
el maná en el éxodo:
Y Moisés añadió:
—Por la tarde el Señor les va a dar carne para comer, y
por la mañana les va a dar pan en abundancia, pues ha
oído que ustedes murmuraron contra él. Porque, ¿quiénes
somos nosotros? Ustedes no han murmurado contra
nosotros, sino contra el Señor. (Ex 16, 8)
Incluso los apóstoles, con su educación judía, tuvieron dificultades para
entender esta enseñanza. Sin embargo, a diferencia de los demás, ya habían
aprendido a confiar en Jesús, incluso cuando él les enseñaba cosas que no
podían entender.
Jesús les preguntó a los doce discípulos:
—¿También ustedes quieren irse?
Simón Pedro le contestó:
—Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras
de vida eterna. (Jn 6, 67-68)
En la última cena, la cena de la pascua de Jesús, los apóstoles aprendieron
cómo sucedería esto. No tendrían que comer la carne y beber la sangre del
cadáver de Jesús. Esto sí sería canibalismo. Más bien, Jesús estaba hablando
de la carne y la sangre de su cuerpo crucificado y resucitado. Después de la
resurrección, su cuerpo se convirtió en un cuerpo glorificado, que transciende
al espacio y al tiempo.
En el discurso sobre el pan de la vida, Jesús lo dejó claro. Para compartir la
vida de su resurrección (este es el objetivo del nuevo éxodo), tenemos que
comer su cuerpo y beber su sangre. La cruz de Jesús es el árbol de la vida en
el jardín de Edén:
[El Señor] dijo: «Ahora el hombre se ha vuelto como uno
de nosotros, pues sabe lo que es bueno y lo que es malo.
No vaya a tomar también del fruto del árbol de la vida, y
lo coma y viva para siempre.» (Gn 3, 22)
Y su fruto es la Eucaristía.
Por los escritos y enseñanzas de los Padres de la Iglesia, sabemos que los
cristianos de los primeros siglos creían que la Eucaristía, el pan que Jesús nos
da, es el nuevo maná, el pan supersubstancial, su cuerpo y su sangre, que nos
alimenta en nuestro camino al cielo.
La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día. Pero si lo recibimos no
solo en el estómago, sino también en el espíritu. El fruto que se entiende que él
produce es la unidad, a fin de que, integrados en su cuerpo, constituidos miembros
suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada
día. (San Agustín, Sermón 57)
Un padre tan bueno, tan piadoso, tan generoso, ¿no dará el pan a los hijos si se lo
pedimos? Si así fuera, ¿por qué dice: no os preocupéis por la comida, la bebida o el
vestido? Manda pedir lo que no nos debe preocupar, porque como Padre celestial
quiere que sus hijos celestiales busquen el pan del cielo. Yo soy el pan vivo, que ha
bajado del cielo (Jn 6, 41). Él es el pan nacido de la Virgen, fermentado en la carne,
confeccionado en la pasión y puesto en los altares para suministrar cada día a los
fieles el alimento celestial. (San Pedro Crisólogo, Sermón 67)
Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de
Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná que caía del cielo está por encima del
cielo: aquél era del cielo, éste, del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se
guardaba para el día siguiente; éste, no solo es ajeno a toda corrupción, sino que
comunica la incorruptibilidad a todos los que lo comen con reverencia. (San
Ambrosio, Tratado sobre los misterios , 43, 47-49)
Encontramos también la relación tipológica entre el maná y la Eucaristía en
la segunda plegaria eucarística de la misa. Desafortunadamente, esta relación
se pierde en la traducción española. En latín se reza:
Vere Sanctus es, Dómine, fons omnis sanctitátis. Hæc ergo dona, quæsumus,
Spíritus tui rore sanctífica, ut nobis Corpus et Sanguis fiant Dómini nostri Iesu
Christi.
Una traducción más literal sería:
Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que
santifiques estos dones con el rocío de tu Espíritu.
La mención del rocío es una referencia directa al maná.
Por la mañana había una capa de rocío alrededor del
campamento. Después que el rocío se hubo evaporado,
algo muy fino, parecido a la escarcha, quedó sobre la
superficie del desierto. Como los israelitas no sabían lo
que era, al verlo se decían unos a otros: «¿Y esto qué es?»
Y Moisés les dijo:
—Éste es el pan que el Señor les da como alimento. (Ex 16,
13-15)
En la Santa Misa, el rocío del Espíritu Santo produce el Cuerpo y la Sangre
de Cristo que nos nutren en nuestro peregrinaje al cielo.

El Tabernáculo

Como vimos anteriormente, Dios dio a Moisés instrucciones detalladas


para la construcción del tabernáculo y los demás objetos sagrados
relacionadas con él. En el libro del Éxodo, estas instrucciones cubren siete
capítulos y se repiten de forma casi literal en los últimos seis capítulos del
libro, cuando Moisés realmente lo construye. Juntos, estos trece capítulos
constituyen casi un tercio de todo el libro. Este hecho en sí demuestra la
importancia del tabernáculo. Pero antes de explicar su significado, veamos
primero su diseño.
El tabernáculo era una tienda portátil hecha de un marco de madera de
acacia dorado en oro. Éste fue cubierto con cortinas hechas de lino fino. Un
hermoso velo hecho de hilo azul, púrpura y escarlata colgaba de cinco pilares
de oro dentro del tabernáculo. El velo estaba bordado con imágenes de
querubines y dividía el tabernáculo en dos cámaras.
La cámara en frente del velo se llamaba el lugar santo. En el lado sur
estaba la menorá, que es el tradicional candelero judío con siete ramas y siete
lámparas. Fue hecho de oro puro. El texto describe en detalle su decoración.
Sus ramas estaban decoradas con flores, capullos de flores y frutas en forma
de manzanas cubiertas con grabados de almendras. No lo dice la Biblia, pero
según la tradición judía registrada en el Talmud [21] la menorá del templo tenía
una altura de aproximadamente 1,6 metros. De hecho, era un trabajo
altamente decorativo que parecía un árbol.
El tabernáculo no tenía ventanas, por lo que la menorá era su única fuente
de luz. Brillaba sobre una mesa recubierta de oro que tenía enfrente. Sobre
ella había platos, cucharas, jarras y copas hechos de oro puro. Los sacerdotes
colocaban doce panes, llamados el pan de la presencia, sobre los platos y
llenaban las jarras con vino y las copas de oro con incienso, que usaban para
esparcir sobre el pan. Había también un altar en el lugar santo, situado justo
en frente del velo. Los sacerdotes ofrecían incienso a Dios sobre este altar.
La cámara detrás del velo se llamaba el lugar santísimo. Contenía el arca
de la alianza. El arca era un cofre hecho de madera de acacia cubierto de oro.
Contenía las tablas de piedra de los diez mandamientos, la vara de Aarón y
una olla de maná. El arca tenía una cubierta llamada el “asiento de la
misericordia” o “trono de Dios”. Estaba adornada con dos querubines
dorados, uno frente al otro, que miraban hacia el centro de la cubierta con las
alas extendidas para cubrir el arca. Este fue el lugar donde Dios se reunía con
Moisés para hablar con él.
Coloca después la tapa sobre el arca, y pon dentro del
arca la ley que te voy a dar. Allí me encontraré contigo y,
desde lo alto de la tapa, de entre los dos seres alados que
están sobre el arca de la alianza, te haré saber todas mis
órdenes para los israelitas . (Ex 25, 21-22)
Solo los sacerdotes podían entrar en el lugar santo. Actuaron como
representantes del pueblo ante Dios. Todas las mañanas y tardes quemaban
incienso de olor dulce sobre el altar que estaba en frente del velo. El humo
del incienso se elevaba hacia el Lugar Santísimo del otro lado del velo. Los
sacerdotes también comían los doce panes que se encontraban sobre la mesa
en el lugar santo cada sábado, cuando los reemplazaban con panes frescos.
Era su deber atender a la menorá, asegurándose de que siempre estuviera
encendida.
Solo el Sumo Sacerdote podía entrar en el lugar santísimo, y esto
solamente una vez al año, en el Día de la Expiación, también conocido como
Yom Kippur . Era el día más sagrado en Israel. Era un día de luto nacional y
arrepentimiento. El sumo sacerdote entraba al lugar santísimo para quemar
incienso y rociar sangre sobre el arca de la alianza para así expiar el pecado
del pueblo.
El tabernáculo estaba rodeado por un atrio exterior. El atrio tenía cincuenta
metros de largo y veinticinco de ancho y estaba cerrado por cortinas de lino
sostenidas por pilares de bronce. La entrada a este atrio estaba situada en el
lado este. Dentro del atrio, frente a la entrada había un altar de bronce, que se
usaba para ofrecer los sacrificios. Todos los sacrificios de animales fueron
ofrecidos sobre este altar. Los sacerdotes ofrecían dos sacrificios diarios, uno
por la mañana y el otro por la tarde. Para ello, un cordero era sacrificado y
ofrecido junto con harina mezclada con aceite de oliva y vino. Mientras tanto,
el pueblo se reunía en el atrio exterior.
Los sacerdotes tenían que lavarse las manos y los pies cada vez que
ofrecían un sacrificio o entraban en el tabernáculo. Para este propósito, había
una fuente de agua hecha de bronce en el patio exterior, entre el altar y la
entrada del tabernáculo.
Como el tabernáculo era el lugar más cercano a Dios, las sábanas de lino
utilizadas para confeccionarlo y su velo eran de la mejor calidad, coloreadas
en violeta, púrpura y escarlata y bordadas con querubines. Todos los muebles
dentro del tabernáculo estaban hechos con oro puro. En el patio exterior, que
estaba más lejos de Dios, los muebles estaban hechos con bronce y las
cortinas de lino liso.

Un Edén portátil
Todos estos detalles sugieren que el tabernáculo y sus objetos sagrados
eran muy importantes. ¿Cuál podría ser su significado espiritual? En la
tradición de la Iglesia, se han dado muchas interpretaciones diferentes. Deben
ser vistos como complementarios, no contradictorios. Un mismo objeto puede
tener varios significados espirituales.
El tabernáculo era el lugar de la presencia de Dios entre su pueblo:
Allí me encontraré con los israelitas, y el lugar quedará
consagrado por mi presencia. Consagraré la tienda del
encuentro y el altar, y consagraré también a Aarón y a sus
hijos como sacerdotes míos. Yo viviré entre los israelitas,
y seré su Dios. Así sabrán que yo soy el Señor su Dios, el
que los sacó de Egipto para vivir entre ellos. Yo soy el
Señor su Dios. (Ex 29, 43-46)
Una interpretación espiritual del tabernáculo es que era una copia del jardín
del Edén. Si comparamos los detalles que describen el tabernáculo con el
jardín en Génesis 2, descubrimos que el tabernáculo era una especie de
réplica de éste. Varios paralelos nos permiten deducir esto:
En Gn 3, 8 leemos que Dios caminaba en el jardín. La misma palabra
hebrea para “caminar” ( mit halek ) se usa en el libro del Levítico para
describir la presencia de Dios en el tabernáculo. “ Yo viviré entre
ustedes… constantemente andaré entre ustedes ” (Lv 26, 11-12).
Génesis 2, 9 habla del árbol de la Vida en el centro del jardín. Según
la tradición judía, la Menorá simboliza este árbol. Como hemos visto,
era un trabajo altamente decorativo con aspecto de árbol.
Tanto el jardín como el tabernáculo estaban llenos de oro y piedras
preciosas (cf. Gn 2, 12; Ex 26).
Había querubines presentes en ambos (cf. Gn 3, 24; Ex 25, 18).
Las entradas al jardín y al tabernáculo estaban orientadas hacia el este
(cf. Gn 3, 24; Ex 27, 13).
En Ex 40 leemos cómo Dios descendió al tabernáculo:
La nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del
Señor llenó el santuario. (Ex 40, 34)
Desde este punto en adelante, Dios realmente moró de nuevo entre su
pueblo. Estaba en el tabernáculo y caminaba con Israel. En Génesis vimos
cómo Dios nos había creado para vivir con él. Adán y Eva realmente
disfrutaron de la presencia de Dios en el jardín. Desafortunadamente,
perdieron este derecho cuando pecaron contra él.
Es cierto que los israelitas no vieron a Dios cara a cara como lo hicieron
Adán y Eva. La presencia de Dios era solo una sombra de lo que había sido
en el paraíso, pero una vez más Dios estaba verdaderamente presente entre su
pueblo.

Tipos de María

El tabernáculo no solo señala al Edén, sino también a Jesús y María. Otra


interpretación del arca de la alianza es que es un tipo de María. Cuando
Moisés terminó de construir el tabernáculo y el arca, Dios moró en él.
Leemos cómo la nube del Señor cubrió la tienda del encuentro y la gloria del
Señor llenó el tabernáculo. El lugar específico donde Dios habitó fue el arca
escondida detrás del velo.
También María fue cubierta por la sombra de Dios durante la Anunciación.
El ángel le contestó:
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será
santo y se llamará Hijo de Dios. (Lc 1, 35 BA)
Este paralelismo es llamativo. En ambos pasajes, Dios viene a morar
dentro del objeto o persona que el Espíritu Santo cubre con su sombra. María
es, por tanto, la Nueva Arca de la Alianza. Así como la palabra de Dios, los
diez mandamientos se guardaron en el arca; también la Palabra de Dios, es
decir, el Hijo de Dios vivió en ella durante nueve meses.
El libro del Apocalipsis también presenta a María como la Nueva Arca de
la Alianza. Allí Juan dice haber visto el arca.
Entonces se abrió el templo de Dios que está en el cielo, y
en el templo se veía el arca de su alianza. (Ap 11, 19)
Es difícil para nosotros entender lo impactante que hubiera sido esta
declaración para sus lectores judíos del primer siglo. El arca de la alianza
había desaparecido hacía siglos. Leemos en la Biblia cómo el rey
Nabucodonosor saqueó y quemó el templo en el 586 a. C. Desde entonces,
nadie la había visto y nadie sabía dónde estaba. Ahora, inesperadamente,
Juan dice haberla visto. Esto hubiera sido una noticia espectacular. Todos
hubieran querido saber dónde estaba y qué aspecto tenía. Aquí la respuesta de
Juan:
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer envuelta
en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y
una corona de doce estrellas en la cabeza. (Ap 12, 1)
El tabernáculo es una mujer y esa mujer es María. [22] Ella es la verdadera
arca de la alianza. Aunque muchos exégetas modernos niegan esta
identificación de María con el arca de la nueva alianza, esta creencia fue
generalizada en la iglesia primitiva, como podemos ver por estas enseñanzas
de los Padres de la Iglesia.
Verdaderamente tu alma engrandece al Señor y tu espíritu exulta en Dios tu
salvador; en el futuro te alabarán por toda la eternidad todas las generaciones (…) Te
alaba Adán, llamándote madre de todos los vivientes. Te alaba Moisés al
contemplarte como arca de la nueva alianza, revestida de oro por todas partes. David
te aclama bienaventurada, declarándote ciudad del gran Rey, ciudad del Dios de los
ejércitos. También en el futuro te alabarán todas las generaciones humanas. [23]
En ese momento, el Salvador que venía de la Virgen, el arca, sacó su propio cuerpo
al mundo a partir de esa arca, que estaba dorada por dentro con oro puro por la
Palabra y por fuera por el Espíritu Santo; para que se mostrara la verdad y se
manifestara el arca. [24]
El profeta David bailó ante el arca. Ahora, ¿qué más deberíamos decir que el arca
era más que santa María? El arca llevaba en su interior las tablas del Testamento,
pero María llevaba al Heredero del mismo Testamento. El primero contenía la ley, el
segundo el evangelio. El uno tenía la voz de Dios, el otro su Palabra. El arca, de
hecho, estaba radiante por dentro y por fuera con el brillo del oro, pero la Santa
María brillaba por dentro y por fuera con el esplendor de la virginidad. El uno estaba
adornado con oro terrenal, el otro con celestial. [25]
El arca es verdaderamente la Santísima Virgen, dorada dentro y fuera, quien recibió
el tesoro de la santificación universal. [26]
Esta lectura tipológica es uno de los fundamentos escriturísticos para los
dogmas católicos sobre la virginidad perpetua de María y su Inmaculada
Concepción. La Inmaculada Concepción significa que Dios realmente
preservó a la Virgen María de la mancha del pecado original desde el
momento de su concepción.
Dios le dio a Moisés instrucciones muy detalladas para la construcción del
arca. Esto muestra su importancia para él. Era importante porque albergaba
los objetos más sagrados como las tablas de piedra en donde estaban
grabados los diez mandamientos, la palabra de Dios. Por eso tenía que estar
cubierta de oro puro, tanto dentro como fuera. El arca era santa porque la
palabra de Dios es santa.
Si esto era verdad para el contenedor que albergaba la palabra escrita de
Dios, cuánto más lo debía ser para la persona que contenía en sí la Palabra
viviente de Dios. El Hijo de Dios, la misma Palabra de Dios, vivió en el
vientre de María durante nueve meses cuando se hizo hombre. El arca
original fue dorada con oro puro. María, la nueva arca, está dorada, no con
oro material sino con el oro espiritual de la perfecta pureza y virginidad.

Tipos de Jesús

El tabernáculo es también un tipo de Jesús. Así como Dios hizo el Lugar


Santísimo en el tabernáculo su morada misteriosa, también la Palabra de Dios
hizo su morada entre nosotros en Jesús, como leemos en Juan 1.
La Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. (Jn 1,
14)
El griego original para “vivió entre nosotros” significa literalmente “erigió
su tienda” o “erigió su tabernáculo”. En la nueva alianza, Jesucristo, el Verbo
encarnado, es la nueva forma de la presencia de Dios entre su pueblo. El Papa
Benedicto XVI comenta sobre esto:
El hombre Jesús es el «acampar» del Verbo, del eterno Logos divino en este mundo.
La «carne» de Jesús, su existencia humana, es la «tienda» del Verbo: la alusión a la
tienda sagrada del Israel peregrino es inequívoca. Jesus es, por decirlo así, la tienda
del encuentro: es de modo totalmente real aquello de lo que la tienda, como después
el tempo, sólo podía ser su prefiguración [27] .

Prototipos de nuestras iglesias

Debido a estas interpretaciones espirituales del tabernáculo, se convirtió en


una práctica común utilizarlo como un prototipo para el diseño de nuestras
iglesias. El santuario, donde se encuentran el altar, la silla del obispo o del
sacerdote y el atril corresponden al lugar santísimo. El recipiente en donde se
almacena el Santísimo Sacramento (también llamado “tabernáculo”) se
encuentra con frecuencia en el santuario. Imágenes o estatuas de querubines a
menudo decoran el santuario en nuestras iglesias tal como decoraban el
tabernáculo y el arca de la alianza.
Igual que Dios estaba realmente presente en el tabernáculo antiguo y
acompañaba al pueblo, ahora está realmente presente en el tabernáculo de
nuestras iglesias y nos acompaña. Pero su presencia actual es muy superior.
Ya vimos anteriormente cómo la Eucaristía es el pan supersubstancial del
cielo. En este Santísimo Sacramento, Jesús está substancialmente presente en
su humanidad y divinidad. Cada iglesia católica donde la Eucaristía está
guardada en el tabernáculo apunta no solo al Edén, sino también al cielo.
Debido a que Dios mora en nuestras iglesias, como él moraba en el
tabernáculo, cada iglesia católica es un “pedazo” del cielo en la tierra.
Si el santuario de nuestras iglesias corresponde al lugar santísimo, la nave,
donde se reúnen todos los fieles, corresponde al lugar santo. A diferencia del
tabernáculo, ya no ponemos un velo en nuestras iglesias para separar el
santuario de la nave. Esto es porque el velo se rasgó cuando Jesús murió.
En aquel momento el velo del templo se rasgó en dos, de
arriba abajo. (Mt 27, 51)
La muerte de Jesús abrió el camino a Dios, facilitando nuestro acceso a él.
En el antiguo Israel solo los sacerdotes ritualmente puros podían entrar al
lugar santo. Ahora, en la nueva alianza, a todos se les permite entrar en la
nave de las iglesias, el nuevo lugar santo. Dios ya no está escondido detrás de
un velo. En cambio, está substancialmente presente en el tabernáculo y todos
los que entran pueden encontrarse con él.
En el Israel antiguo, solo los sacerdotes ritualmente puros podían entrar en
el santuario y comer del pan de la presencia. Ahora, todos están invitados a
entrar en una iglesia católica, y aquellos católicos sin pecados mortales [28]
pueden recibir a Cristo en la Eucaristía.
La muerte de Jesús también facilitó nuestro acceso al lugar santísimo. En el
antiguo Israel solo el sumo sacerdote podía entrar, y esto, solo una vez al año,
en el día de la expiación. Ahora, cualquier sacerdote puede entrar al santuario
cualquier día del año y ofrecer el sacrificio de la misa en nombre del pueblo y
para la expiación de sus pecados.

Una sombra del cielo y de la Trinidad

Hay otro significado espiritual del tabernáculo. No solo señala al Edén, ni


es solamente un tipo de Jesús y María. Tan grande como estas cosas ya son,
es aún más. El tabernáculo y sus rituales establecidos por Moisés son una
copia del cielo mismo. Recuerden, Moisés construyó el tabernáculo de
acuerdo con el modelo de las cosas que vio cuando se encontró con Dios.
Y háganme un santuario para que yo habite entre ellos.
Pero ese lugar donde yo he de habitar, y todos sus
muebles, tienes que hacerlos exactamente iguales a los
que te voy a mostrar. (Ex 25, 8-9)
Esta idea está más desarrollada en la Carta a los Hebreos:
Pero estos sacerdotes prestan su servicio por medio de
cosas que no son más que copias y sombras de lo que hay
en el cielo. Y sabemos que son copias porque, cuando
Moisés iba a construir el santuario, Dios le dijo: «Pon
atención y hazlo todo según el modelo que te mostré en el
monte.» (Heb 8, 5)
El tabernáculo no es una copia exacta del templo del cielo. La Carta a los
Hebreos lo llama una sombra. Una sombra es una silueta bidimensional del
objeto que la produjo al bloquear la luz. La mayor parte de la información se
pierde en la sombra, pero mantiene cierta similitud con el objeto que la
produjo [29] .
Los rituales del Antiguo Testamento en los cuales los sacerdotes entraban
al tabernáculo para ofrecer la sangre de los toros sacrificados por la expiación
de nuestros pecados eran una sombra del sacrificio de Cristo. Esto es lo que
la Carta a los Hebreos enseña.
Pero Cristo ya vino, y ahora él es el Sumo sacerdote de
los bienes definitivos. El santuario donde él actúa como
sacerdote es mejor y más perfecto, y no ha sido hecho por
los hombres; es decir, no es de esta creación. Cristo ha
entrado en el santuario, ya no para ofrecer la sangre de
chivos y becerros, sino su propia sangre; ha entrado una
sola vez y para siempre, y ha obtenido para nosotros la
liberación eterna. (Heb 9, 11-12)
Al igual que con todas las sombras, se perdieron los detalles, pero
mantenían una cierta similitud que podemos reconocer.
¿Existe un templo físico en el cielo? Varios pasajes en la Biblia parecen
implicarlo. Como Moisés, Juan también tuvo una visión del cielo. En una de
sus descripciones, parece decir que sí hay un templo físico en el cielo.
Me dieron una vara de medir, parecida a una caña, y me
dijeron: «Levántate y toma las medidas del templo de Dios
y del altar, y cuenta los que adoran allí.» (Ap 11, 1)
Pero las realidades espirituales trascienden nuestra experiencia, de modo
que solo podemos describirlas con un lenguaje simbólico. En otro pasaje, la
Carta a los Hebreos dice que el cielo mismo es el templo.
Porque Cristo no entró en aquel santuario hecho por los
hombres, que era solamente una figura del santuario
verdadero, sino que entró en el cielo mismo, donde ahora
se presenta delante de Dios para rogar en nuestro favor.
(Heb 9, 24)
San Juan, al final del libro del Apocalipsis, dice que no hay un templo
físico.
No vi ningún templo en la ciudad, pues el Señor Dios
todopoderoso y el Cordero son su templo. (Ap 21, 22 BA)
¿Por qué no hay un templo en el cielo? Porque Dios el Padre y Dios el Hijo
son el templo. Es decir, la vida de la Trinidad es el verdadero templo del
cielo. Esto es lo que Moisés vio cuando subió la montaña. El tabernáculo que
construyó en el desierto con todos sus rituales era una sombra de la vida
trinitaria.
¿Cómo es la vida en Dios? Se puede entender este misterio como un
misterio de autodonación. La vida en Dios consiste en un intercambio
infinito, una autodonación continua entre el Padre y el Hijo en el Espíritu
Santo. Todo lo que el Padre es, todo lo que tiene, se lo da íntegramente a su
Hijo, sin reservar nada y sin perder nada de lo que es. En esto consiste su
alegría profunda, en esto consiste su vida. “ Hay más dicha en dar que en
recibir” (He 20, 35), dice el Señor.
El Hijo, al verse recipiente de la donación de amor del Padre, no guarda
para sí este don, sino que lo devuelve en su totalidad a su Padre en un acto de
eterno agradecimiento y correspondencia amorosa. Este intercambio mutuo
es completamente gratuito: libre de todo temor de perderse y libre de
cualquier necesidad de usar la fuerza.
Una sombra no es la realidad, así que los rituales del Antiguo Testamento
no son esta vida divina, sino meramente una sombra de ella. En estos rituales,
celebrados en el tabernáculo y después en el templo, vislumbramos este amor
que se entrega en la Trinidad. Esta es la razón por la grandeza del tabernáculo
y después, del templo.
Para nosotros, lectores modernos, los sacrificios del Antiguo Testamento
parecen horribles y crueles. Pero los judíos estaban conscientes del hecho que
estaban entrando en la presencia de Dios. Todos los varones debían
peregrinar a Jerusalén tres veces al año. Este fue un momento de gran alegría
para ellos.
¡Qué alegría cuando me dicen:
«Vamos al templo del Señor»! (Sl 122, 1)
Si la vida de la Trinidad es la realidad y los rituales de la antigua alianza
solo son la sombra de esta realidad ¿qué son los sacramentos de la nueva
alianza establecidos por Jesucristo? Ellos se encuentran en algún punto
intermedio entre la realidad y su sombra. Aunque en ellos no vemos la
realidad de la vida divina con nuestros ojos, sí lo podemos ver con la fe y sí
participamos verdaderamente a través de ellos en las realidades del ciel o . No
vemos la realidad, pero entramos en contacto con ella y por tanto los
sacramentos son mucho más que sombras.
El Papa san Juan Pablo II describió la misa como “el cielo en la tierra” y
explicó que “la liturgia que celebramos en la tierra es participación misteriosa
en esa liturgia celestial” [30] . Esta verdad también la enseña el Concilio
Vaticano II.
En la Liturgia terrena tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en
la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde
Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo
verdadero ( Sacrosanctum Concilium , 8).
En la misa católica, no solo participamos en una sombra, sino en la realidad
misma. Por eso la misa es tan importante [31] .
Los capítulos 28 y 29 del Éxodo dan instrucciones detalladas sobre las
vestimentas sacerdotales y el ritual para la consagración de los sacerdotes.
Como es de esperar, estos también tienen un profundo valor simbólico y
tipológico. Dado que el tercer libro de la Biblia, el libro del Levítico,
desarrolla el sacerdocio con más detalle, remitiremos este tema a, si Dios
quiere, un libro futuro. A muchas personas les resulta aburrido y difícil leer el
Levítico, pero cuando se entiende que se trata del sacerdocio, su lectura
puede ser fascinante.
El libro del Éxodo termina con una situación de suspenso. En el último
párrafo leemos cómo Moisés intentó entrar al tabernáculo, pero no pudo
hacerlo.
La nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del
Señor llenó el santuario. Moisés no podía entrar en la
tienda del encuentro porque la nube se había asentado
sobre ella y la gloria del Señor llenaba el santuario. (Ex
40, 34-35)
Este detalle curioso debe dejar a los lectores atentos preguntándose. ¿Qué
pasa? Después de todo el esfuerzo para construir el tabernáculo, ¿por qué no
puede entrar Moisés y presentarse ante Dios? ¿Qué más tiene que hacer? El
próximo libro de la Biblia, Levítico, nos da la respuesta a estas preguntas.

[1]
“ Los israelitas habían vivido en Egipto cuatrocientos treinta años. ” (Ex 12, 40)
[2]
“ Con tus descendientes voy a formar una gran nación. ” (Gn 12, 2)
[3]
“ Esta tierra se la daré a tus descendientes. ” (Gn 15, 18)
[4]
“ Te bendeciré mucho. Haré que tu descendencia sea tan numerosa como las estrellas del cielo y
como la arena que hay a la orilla del mar. Además, ellos siempre vencerán a sus enemigos ” (Gn 22,
17).
[5]
La palabra hebrea para canasta es tebah . Es la misma palabra usada para el arca de Noé. Aunque
ambas arcas eran muy diferentes en forma y composición, están relacionadas. Ambas estaban cubiertas
de brea para evitar que se hundieran, y Dios las usó para evitar que las personas en ellas se ahogaran.
Tanto Noé como Moisés se salvan al pasar por el agua. En el Nuevo Testamento, todos los que pasan
por las aguas del bautismo están salvos.
[6]
“ Todo el polvo de Egipto se convirtió en mosquitos que atacaban a hombres y animales. ” (Ex 8, 17)
[7]
De ahí el nombre de la Pascua que viene de la palabra hebrea pesaj que significa “paso” o “salto”.
[8]
Siguiendo la tradición de los israelitas, la mayoría de las traducciones traducen “ YHWH ” como
“Señor” escrito en mayúsculas o minúsculas. Dado que el hebreo antiguo no tenía vocales en su forma
escrita, no estamos exactamente seguros de cómo se pronunció. La pronunciación más aceptada por los
estudiosos es "Yahvé."
[9]
Por eso, cuando Pablo llama a Jesús “Señor”, como en 1 Corintios 8: 6, entiende que Jesús es Dios.
[10]
Nuestro deseo de una definición concreta es, por un lado, comprensible. Deseamos saber quién es
Dios para amarlo y servirle mejor. Pero, por otro lado, revela una actitud falsa. No podemos obligar a
Dios a revelar su nombre de una manera que nos permita controlarlo.
[11]
Ex 5, 10 [mi traducción].
[12]
Esto está más claro en el texto hebreo original. Allí la palabra “Dios” aparece cinco veces y él es
claramente el protagonista. Una traducción más literal del texto podría ser:

Los israelitas, gimiendo en su esclavitud, clamaron pidiendo ayuda y desde lo más profundo de
su esclavitud su grito llegó a Dios . Dios escuchó sus gemidos; Dios recordó su alianza con
Abraham, Isaac y Jacob. Dios vio a los israelitas y Dios se dio cuenta de su situación.
[13]
Gray, Tim and Cavins, Jeff, Walking with God , Ascension Press, p. 67 [mi traducción].
[14]
San Juan Crisóstomo, Catequesis 3, 13-29: SC 50, 174-177.
[15]
Orígenes, Homilías sobre el Éxodo , V.
[16]
San Gregorio el Grande, Epístolas , Libro 11, Epístola 45.
[17]
Conferencia Episcopal Española, Misal Romano, Libros Litúrgicos, 2017, p. 310.
[18]
Pitre, Brant, JESUS and the Jewish Roots of the Eucharist, Image, 2011, p. 84.
[19]
2 Baruc 29, 3.6-8, citado en Pitre, Brant, JESUS and the Jewish Roots of the Eucharist , Image,
2011, p. 91. 2 Baruc es un escrito apócrifo israelita del Antiguo Testamento de finales del siglo I o de
comienzos del siglo II. No forma parte del canon bíblico ni para los judíos ni para los cristianos, pero es
un texto importante porque nos demuestra una corriente de pensamiento que existía al inicio de la era
cristiana.
[20]
St. Cyril of Jerusalem, Mystagogic Lectures , 23,15, citado en Pitre, Brant, JESUS and the Jewish
Roots of the Eucharist , Image, 2011, p. 95 [mi traducción].
[21]
Talmud de Babilonia , Tratado Menahot 28b.
[22]
Esta mujer puede ser interpretada de varias formas. Algunos dicen que ella representa a la Iglesia,
otros que representa a María. Podría representar a ambas. El Cardenal John Henry Newman escribió
sobre esto:
Ahora no niego, por supuesto, que, bajo la imagen de la Mujer, la Iglesia es significada; pero lo
que sostengo es que el Santo Apóstol no habría hablado de la Iglesia bajo esta imagen
particular a menos que hubiera existido una Santísima Virgen María, que fue exaltada en lo alto
y objeto de veneración para todos los fieles. Nadie duda de que el “hombre-hijo” del que se
habla es una alusión a nuestro Señor; ¿Por qué entonces “la mujer” no es una alusión a su
madre? (Newman, John Henry, A letter addressed to the Rev. E. B. Pusey , London, 2015, p. 34)
[mi traducción].
[23]
San Atanasio de Alejandría, Sermo de Maria Dei Matre .
[24]
San Hippolytus, In Dan.vi ., tomado de Staples, Tim, Blessed Virgin , p. 77 [mi traducción].
[25]
San Ambrosio, Serm. xlii. 6 , tomado de Staples, Tim, Blessed Virgin , p. 77 [mi traducción].
[26]
San Gregorio Traumaturgo, Orat. in Deip. Annunciat. Int. Opp., tomado de Staples, Tim, Blessed
Virgin , p. 89 [mi traducción].
[27]
Benedicto XVI, La infancia de Jesús , Editorial Planeta, 2012, p. 19.
[28]
Esta condición fue establecida por San Pablo, quien dijo: “ Así pues, cualquiera que come del pan o
bebe de la copa del Señor de manera indigna, comete un pecado contra el cuerpo y la sangre del
Señor. Por tanto, cada uno debe examinar su propia conciencia antes de comer del pan y beber de la
copa. Porque si come y bebe sin fijarse en que se trata del cuerpo del Señor, para su propio castigo
come y bebe” (1 Cor 11, 27-29).
[29]
Por ejemplo, si vemos una sombra de una mano podríamos reconocer que es una mano y quizás
también si la produjo la mano de un adulto o de un niño, de un hombre o una mujer, etc. Pero no
podríamos determinar su color o la edad de la persona. Esta información se pierde en la sombra.
[30]
Papa san Juan Pablo II, Ángelus, 3 de noviembre de 1996.
[31]
Desafortunadamente, este tema trasciende el alcance de este libro. Para aquellos lectores que estén
interesados en aprender más sobre el significado de la misa, recomendamos el libro de Scott Hahn, La
cena del Cordero: La Misa, el cielo en la tierra .

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