Ejemplos de

compasión a
la semejanza
Contenido
de Cristo
S
i tuviéramos la compasión
¿Podemos darnos el lujo de Jesús, ésta haría que
de ser compasivos?.......................2 nuestras familias, las iglesias
y los vecindarios mejorasen. Nos
La compasión en el permitiría darles a los demás lo
Antiguo Testamento.....................4 que todos queremos para nosotros
La compasión en la mismos. Nos daría la capacidad
vida de Jesús.......................................9 de cumplir con el propósito para el
cual dejamos nuestras huellas en
Por los niños...............................10 este planeta.
Por las mujeres.........................14 Esta gracia que cambia la
vida es la pasión de la vida del
Por los marginados autor. Vernon Grounds fue uno de
de la sociedad...........................19 los directores de Ministerios RBC,
Por los necesitados ex-presidente y actual rector del
espiritualmente........................22 Seminario de Denver y constante
mentor de hombres y mujeres
Ejemplos de compasión a sobre cuyas vidas sigue influyendo.
la semejanza de Cristo...........26 El Dr. Grounds, quien actualmente
tiene más de 90 años, es el mejor
modelo que yo jamás haya
conocido de la compasión acerca
de la cual él mismo escribe en las
siguientes páginas.
Martin R. De Haan II
Título del Original: The Compassion Of Jesus ISBN: 978-1-60485-020-8
Foto de la cubierta: Stockphoto Spanish
Las citas de las Escrituras provienen de la Versión Reina Valera, 1960. Usado con permiso.
Copyright © 2008 RBC Ministries, Grand Rapids, Michigan Printed in USA

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 ¿Podemos
darnos el
lujo de ser
compasivos?
E
l filósofo alemán
Federico Nietzsche
dijo que la pena es
una moralidad esclavizante
adecuada sólo para los
debiluchos. Lenin, el padre
fundador del comunismo,
insistía en que sus discípulos
fueran como el acero y
despiadados. «No se puede
hacer una tortilla —les dijo—,
sin quebrar unos cuantos
huevos; tampoco se puede
tener una revolución exitosa
sin quebrar algunos cráneos».
Según el estudioso de la
ética, Philip Hallie, el autor
estadounidense Henry David
Thoreau, cuyos libros todavía
se leen y se celebran, se
burlaba de la «compasión que
gimotea» y argumentaba que
«la compasión es un terreno
totalmente insostenible»
para nuestro estilo de vida
y que perdemos nuestra
única oportunidad de una
experiencia rica y vibrante
2
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si pasamos nuestros días
«sufriendo con los que sufren,
sintiendo compasión por todas
las víctimas en el mundo».
Si los fuertes le
dan su fuerza
a los débiles,
¿quién quedará
que sea fuerte?
Los expertos argumentan
en cuanto al significado preciso
de términos como pena,
lástima, misericordia y empatía.
Pero, para los propósitos de
esta lectura, ignoraremos toda
distinción demasiado sutil.
Consideraremos todas estas
reacciones emocionales como
aspectos de la compasión.
Más aún, consideraremos a
la compasión como el amor
práctico hacia el prójimo.
Por supuesto, pena y
lástima son palabras que
usamos cada día. Expresan
cómo nos sentimos cuando
observamos a otra persona
que está pasando por aflicción
de cuerpo, mente o corazón.
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 Recordamos lo que estaba
sucediendo dentro de nosotros
cuando pasamos por alguna
experiencia similar. En nuestra
imaginación, nos proyectamos
espontáneamente en la
situación de dicha persona,
tal vez tensionando nuestros
músculos involuntariamente,
apretando los puños,
respirando profundamente
e incluso llegando al borde
de las lágrimas.
Si la experiencia
compartida es lo
suficientemente intensa, la
llamamos empatía. Es como
si de alguna manera nos
acurrucáramos dentro del
pellejo de la persona que
está sufriendo y ambos nos
mezclásemos en una especie
de unidad emocional. Por
supuesto, desde el punto
de vista físico continuamos
siendo dos entidades orgánicas
separadas; pero puede
que lleguemos a unirnos
psicológicamente. En algunos
casos, esa sensación de
unidad puede ser intensa y
prolongada como cuando una
madre lleva día y noche dentro
de sí la angustia de tener un
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hijo gravemente enfermo.
Cuando sentimos empatía,
nos identificamos tanto con la
otra persona que es como si
estuviésemos oyendo con sus
oídos, viendo con sus ojos,
latiendo con su corazón y
pensando con su mente.
La reacción de empatía,
suscitada por un encuentro de
necesidad y angustia, provoca
una sincera sensación de
preocupación. Es esa emoción
de identificación que surge de
lo más profundo de nuestro ser.
En Colosenses 3:12, el apóstol
Pablo usó un término griego que
se refiere a los órganos internos
cuando hablaba de un «corazón
compasivo». Ejercitándonos
en enfocar nuestra atención,
alcanzamos una comprensión
profunda y diferente del
conocimiento provisto por la
lógica o la ciencia. En el sentido
bíblico, experimentamos una
profunda percepción de la
palabra conocer. Conocemos
con una especie de profunda
intimidad similar a la que, en
última instancia, Adán tuvo
al conocer a su esposa Eva
cuando se hicieron una sola
carne (Génesis 4:1).
3
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 La compasión
en el Antiguo
Testamento
E
l dios de los filósofos
es «El Inconmovible
que Mueve» poniendo
en acción todo lo que existe.
Impasible ante nuestras
preocupaciones que son
propias de criaturas, Él
(en realidad un Ente) es
la fuente inextinguible de
energía para la vibrante
dinamo del cosmos. El dios
de la especulación humana
es un dios sin corazón.
Ese dios, absolutamente
perfecto, existe en un estado
de monotonía inmutable por
toda la eternidad. Tampoco
tiene emociones, ya que la
emoción implica un cambio
de un estado de sentimientos
a otro —de la calma a un
aumento de ira, por ejemplo.
Pero, por definición, el dios
de los filósofos es como un
carámbano de hielo que
jamás se derrite.
Por contraste, Jehová,
el Dios de los israelitas, no
es tan sólo una mente. No
4
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es tan sólo pensamiento
—pensamiento eternamente
pensante. El Dios del Antiguo
Testamento y también del
Nuevo, aunque inmutable
en cuanto a Su naturaleza y
propósito, es auténticamente
personal. Siempre que la
Biblia habla acerca del Dios
verdadero y amoroso, usa
pronombres personales.
Muchas personas
imaginan a un dios que
no tiene emociones.
¿Cómo, entonces,
podemos captar cómo es
Dios? Tomamos la cualidad
de nuestra propia persona
como pauta para entender la
cualidad de su Persona divina.
Eliminamos todo lo imperfecto
y magnificamos todo acerca de
Dios a un grado infinito. Eso
nos ayuda a tratar de entender
la realidad de Dios como Él es
en realidad en su cualidad de
Persona sin errores.
La Biblia revela
que el único Dios vivo y
verdadero realmente siente.
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 Él experimenta toda una
gama de reacciones que son
similares a las nuestras. Pero
una de las emociones que
repetidamente se Le atribuyen
a Él es la compasión. Las
Escrituras nos dicen que
Él es eterno, santo, justo,
bondadoso, sabio, poderoso
y amoroso. Y debido a que
es amoroso, también es
compasivo. Ese adjetivo señala
un atributo divino que es como
el rasgo que tenemos en mente
cuando caracterizamos a un
ser humano como compasivo.
Si eliminamos la
compasión de Dios, ya no
sigue siendo Dios —el Dios
personal que interactuó con
Abraham, Isaac y Jacob. Si
eliminamos la compasión,
Dios ya no sigue siendo el
Dios que tiene experiencias
íntimamente relacionadas con
nuestros propios estados de
gozo, pesar, dolor y amabilidad
misericordiosa. Si eliminamos
la compasión de la naturaleza
de Dios, entonces deben
reescribirse las Escrituras,
nuestra comprensión de
la naturaleza divina debe
revisarse y corregirse de
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manera radical y la teología
debe trastocarse por completo.
Pero la compasión no
puede eliminarse. En vez de
ello, debe dársele un lugar
de honor entre los atributos
de Dios. Él es el Dios que
se preocupa.
Por lo tanto, lo siguiente
es que, si Jesús es la revelación
que el Dios del Antiguo
Testamento hace de Sí mismo,
entonces la compasión se
personificará en Él. Y así es.
Estando en su lecho de muerte,
Friedrich Von Hügel, un erudito
británico con nombre alemán,
pudo decir: «Preocuparse
es lo que más importa».
Con gran dificultad añadió:
«El cristianismo nos enseñó a
preocuparnos». El testimonio
moribundo de Von Hügel,
si bien conmovedoramente
cierto, tiene que aclararse
y calificarse. Ciertamente,
a los creyentes del Antiguo
Testamento se les enseñó a
preocuparse por medio de los
actos y las declaraciones de
Jehová. Pero Jesús, siendo la
compasión encarnada, hizo
de la preocupación el aspecto
central de Su ministerio. Barrió
5
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 a un lado toda distorsión
legalista de la gracia total del
Dios Trino, así como cualquier
limitación étnica a dicha gracia.
Y preocuparse es ese amor
compasivo al prójimo declarado
por Pablo en 1 Corintios 13
como la mayor de todas las
virtudes —para la cual nuestro
Salvador y Maestro fue el
modelo perfecto.
Para que Jesús
encarnara al Dios del
Antiguo Testamento,
tuvo que tener
un corazón lleno
de compasión.
Siendo judío de
nacimiento y un devoto judío
en la práctica, Cristo sabía que
Su Padre celestial, el Jehová
del Antiguo Testamento, es el
Dios de la compasión. Siendo
un estudiante del Primer Pacto
que mostraba un conocimiento
único de la enseñanza de éste,
era profundamente consciente
de que los autores inspirados
6
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habían resaltado la compasión
de Su Padre. Textos como
éstos deben haberle dado una
percepción en profundidad del
corazón de Jehová.
• «Mas tú, Señor, Dios
misericordioso y clemente,
lento para la ira, y grande
en misericordia y verdad»
(Salmo 86:15).
• «Por un breve momento
te abandoné, pero te
recogeré con grandes
misericordias. Con un
poco de ira escondí
mi rostro de ti por un
momento; pero con
misericordia eterna
tendré compasión de ti,
dijo Jehová tu Redentor...
Porque los montes se
moverán, y los collados
temblarán, pero no
se apartará de ti mi
misericordia, ni el pacto
de mi paz se quebrantará,
dijo Jehová, el que tiene
misericordia de ti»
(Isaías 54:7-8,10).
• «Él volverá a tener
misericordia de nosotros;
sepultará nuestras
iniquidades, y echará
en lo profundo del mar
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 todos nuestros pecados»
(Miqueas 7:19).
Si la ley de compasión de
Dios se hubiese obedecido,
la vida en Israel, tanto para
hombres como para mujeres,
habría sido de lo más feliz que
se pudiera pensar en nuestro
mundo caído. El Salmo 85:10
ilustra una comunidad en
la que la rectitud y la paz
viven en perfecta armonía.
La palabra hebrea para
paz, shalom, es tan rica
en contenido que es casi
imposible de traducir. Por lo
tanto, la sociedad prevista por
el salmista, como una sociedad
de shalom, es un orden de
vida caracterizado por el gozo
y la justicia, la piedad y la
abundancia, la amabilidad y
el cuidado. Pero el pueblo de
Dios no logró alcanzar el ideal
amoroso de Dios. Isaías ilustró
gráficamente la enfermedad
moral y espiritual de esta
nación desobediente.
¿Por qué querréis ser
castigados aún? ¿Todavía
os rebelaréis? Toda cabeza
está enferma, y todo
corazón doliente. Desde
la planta del pie hasta
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la cabeza no hay en él
cosa sana, sino herida,
hinchazón y podrida
llaga; no están curadas, ni
vendadas, ni suavizadas
con aceite. Vuestra tierra
está destruida, vuestras
ciudades puestas a fuego,
vuestra tierra delante
de vosotros comida por
extranjeros, y asolada
como asolamiento de
extraños (1:5-7).
El castigo divino,
administrado con afligida
gracia, abrumaba a Israel
una y otra vez. Después de
Salomón, la nación se dividió
en dos reinos rivales. Al final,
los invasores paganos asolaron
dicho país y llevaron al exilio a
los sobrevivientes de la guerra,
la hambruna y la enfermedad.
Jehová, en Su misericordia,
finalmente permitió que
un remanente de israelitas
regresara del exilio. Ellos
tomaron la feroz determinación
de asumir las medidas que
fueran necesarias para evitar
una repetición del fracaso
pecaminoso de sus ancestros.
Así que comenzó un largo
periodo de legalismo que se
7
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 extendió más o menos desde
el año 400 a.C hasta el año
400 d.C. Bajo la supervisión
de rabinos bien intencionados,
muchos de ellos devotos y
eruditos, se desarrolló un
sistema restrictivo de reglas
y leyes.
Estas enseñanzas y sus
interpretaciones, las cuales
al principio circulaban
oralmente, gradualmente
se pusieron por escrito. Se
añadieron comentarios a los
comentarios hasta que al final
se convirtieron en la Mishná
y el Talmud de muchísimos
volúmenes, una auténtica
biblioteca de directivas y
prohibiciones precisas y
excesivamente minuciosas.
Por ejemplo, el Cuarto
Mandamiento prohíbe el trabajo
en el día de reposo. Pero, ¿qué
se entiende por trabajo? Se le
define bajo 39 encabezados
diferentes llamados los «padres
del trabajo». Por ejemplo, llevar
una carga es trabajo. Pero luego
surge la pregunta, «¿Qué es una
carga?» Según el comentarista
William Barclay, la Mishná
nos dice que una carga es
«leche suficiente para tomarse
8
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de un trago, miel suficiente
para poner sobre una llaga,
aceite suficiente para ungir
el miembro más pequeño del
cuerpo… agua suficiente para
limpiar una cataplasma en el
ojo, cuero suficiente para hacer
un amuleto, tinta suficiente
para escribir dos letras del
alfabeto, arena gruesa suficiente
para cubrir la paleta de un
yesero, carrizo suficiente para
hacer una pluma de escribir,
una piedra lo suficientemente
grande para lanzársela a un
ave, cualquier cosa que pese
tanto como dos higos secos».
Y así las descripciones
excesivamente minuciosas
continuaban de manera
interminable. Las leyes que
daban vida pasaron de ser un
deleite y un gozo y la fuente de
guía y bendición que ilumina
el alma (tal y como se ve en
el Salmo 119) a convertirse
en un yugo de esclavitud. Se
convirtieron en un sistema
rígido de ritualismo religioso,
el cual Jesús denunció con
justificada ira:
Mas ¡ay de vosotros,
escribas y fariseos,
hipócritas! Porque cerráis
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 el reino de los cielos
delante de los hombres;
pues ni entráis vosotros,
ni dejáis entrar a los
que están entrando
(Mateo 23:13-14).
Las leyes que daban
vida pasaron de
ser un deleite y un
gozo a convertirse en
un yugo de esclavitud.
Para estar seguros,
había maestros de la ley,
rabinos, sacerdotes y escribas,
quienes, en su calidad de
siervos espirituales de Jehová,
proclamaban y ponían en
práctica Miqueas 6:8, «Oh
hombre, él te ha declarado
lo que es bueno, y qué pide
Jehová de ti; solamente hacer
justicia, y amar misericordia,
y humillarte ante tu Dios».
De manera similar, muchos
israelitas comunes y corrientes
eran modelos de virtud y
piedad que amaban a Dios y
hacían el bien a su prójimo.
Pero en conjunto, el pueblo
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judío, oprimido tanto por sus
conquistadores romanos como
por su propia jerarquía farisea,
encontraba que la vida era una
pesada carga. Empobrecidos
económicamente e ignorantes
espiritualmente, los judíos
«estaban desamparados y
dispersos, como ovejas que no
tienen pastor» (Mateo 9:36).
La compasión
en la vida
de Jesús
J
esús llegó a esta turbulenta
situación con Su mensaje
revolucionario del reino de
Dios. Este mensaje se presentó
por medio del simple ejercicio
de la fe con arrepentimiento,
y llamaba a una obediencia
en amor al Rey y Padre, y
un servicio de amor a los
hermanos y hermanas en el
nuevo reino divino y en la
nueva familia. En efecto, dicho
servicio habría de prestarse
también a todo miembro de la
familia humana. Su única ley
total era el amor —un amor
que Jesús explicó en detalle
9
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 en Su Sermón del Monte, un
amor que cumplió los Diez
Mandamientos (Romanos
13:10). Por lo tanto, la
compasión, el amor en acción
y la preocupación bondadosa
de la que Jesús mismo es
el modelo, habrían de ser
el motivo que controlase la
actitud y el comportamiento
en esta sociedad renacida.
En Su calidad de Dios
encarnado (el Hijo de Dios
y Dios el Hijo), Cristo fue un
espejo de carne que reflejaba
sin defecto alguno la naturaleza
de Su Padre, no sólo la santidad
divina sino también Su corazón.
Puesto que Jesús mismo era
sin pecado y sensible al mismo
en un grado superlativo, se
identificaba con las personas
pecaminosas que estaban
sufriendo las consecuencias
de la depravación heredada
y la transgresión personal.
Era consciente de que las
multitudes a las que ministraba
estaban compuestas de
pecadores, la mayoría de los
cuales eran, espiritualmente
hablando, cañas heridas,
astilladas y emocionalmente
a punto de quebrarse.
10
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También se dio cuenta de
que entre las multitudes que
se agolpaban a Su alrededor
había almas cuya fe no estaba
ardiendo con fulgor sino que,
en el mejor de los casos,
eran como pábilo que humea
(Mateo 12:20). Con gentileza,
sin hacer juicios severos, Él
buscó fortalecer las cañas
heridas y hacer que el pábilo
humeante ardiera. Uno de Sus
textos favoritos en el Antiguo
Testamento era Oseas 6:6,
donde Jehová decía: «Porque
misericordia quiero, y no
sacrificio, y conocimiento de
Dios más que holocaustos».
Jesús, tal y como se registra en
Mateo 9:13 y 12:7, se apropió
de esas significativas palabras
dichas por Dios mismo para
defender Su compasión, la cual
violaba la tradición.
La compasión
de Jesús por
los niños
El pueblo de Israel era una
sociedad en la que se valoraba
mucho a los niños. Un ejemplo
normal del valor que los
israelitas le daban a sus
hijos, en especial a los
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 varones, se encuentra en
el Salmo 127:3-5.
He aquí, herencia de
Jehová son los hijos; cosa de
estima el fruto del vientre.
Como saetas en manos del
valiente, así son los hijos
habidos en la juventud.
Bienaventurado el hombre
que llenó su aljaba de
ellos; no será avergonzado
cuando hablare con los
enemigos en la puerta.
Esta misma estima
preciosa se repite en el
Salmo 128:3.
Tu mujer será como vid
que lleva fruto a los lados
de tu casa; tus hijos como
plantas de olivo alrededor
de tu mesa.
El aborto y la falta de
protección a la niñez, los
cuales eran practicados
por las naciones paganas
alrededor de Tierra Santa, eran
pecaminosamente aborrecidos
por el pueblo elegido de Dios.
Los judíos aclamaban cada
nacimiento con gozo y gratitud.
Sin duda alguna, y ya que
creció dentro de una familia,
Jesús tuvo oportunidad y la
responsabilidad de ayudar en
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el cuidado de sus hermanos
y hermanas menores. Por
lo tanto, adquirió una
comprensión profunda y
realista de las características
y las necesidades de los
niños (Marcos 3:31-32;6:3).
Si bien los Evangelios no dan
información específica acerca
de las relaciones familiares
en el hogar de María y José,
tenemos buenas razones para
creer que ellos eran padres
sensibles, preocupados
y temerosos de Dios. Era
evidente que José, que puede
que haya muerto bastante
joven, fue un piadoso hombre
de oración y un devoto
adorador de Jehová. Podemos
asumir que, para la crianza de
sus hijos, siguió las pautas de
Deuteronomio 6:6-7:
Y estas palabras que yo te
mando hoy, estarán sobre
tu corazón; y las repetirás
a tus hijos, y hablarás de
ellas estando en tu casa,
y andando por el camino,
y al acostarte, y cuando
te levantes.
María, una mujer
de obediencia confiada
(Lucas 1:38), tenía un rico
11
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 conocimiento del Antiguo
Testamento, tal y como lo
muestra su Magnificat. Esta es
una impresionante recopilación
de textos e imágenes bíblicos
(vv. 46-55). Así que Jesús,
puesto que Sus propias
actitudes fueron influenciadas
por las de Sus padres, llegó
a amar muchísimo a los
niños. Durante Su ministerio,
Él se deleitaba en darles la
bienvenida siempre que éstos se
arremolinaban a Su alrededor.
Tenía un agudo entendimiento
de la necesidad que los niños
tienen de recibir la cálida
aceptación y la ayuda adulta.
Cuán diferente era Él de aquel
talentoso siervo de Dios,
C. S. Lewis, quien, con toda
honestidad confesó: «Yo mismo
no disfruto de la compañía
de los niños pequeños…
reconozco esto como un defecto
en mí —así como puede que
un hombre tenga que reconocer
que no tiene oído musical o
que es daltónico».
Entre las multitudes que
seguían a Jesús había niños
que estaban sumamente
hambrientos o al menos
desnutridos. Algunos
12
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padecían de enfermedades
muy comunes, y ninguna de
nuestras medicinas modernas
estaban disponibles para
aliviar su angustia. Algunos de
ellos padecían deformidades y
ceguera. Otros estaban en las
garras de poderes demoníacos
(Marcos 9:17-18).
A los discípulos de Jesús
les molestaban los niños
inquietos así que trataban de
empujar a los bullangueros
fuera de las ansiosas
multitudes que se reunían
para escuchar al Nazareno.
Con dureza les ordenaban
que estuvieran en silencio,
o mejor aún, que se fueran.
Jesús veía a los
niños a través de
ojos misericordiosos
y tenía una tierna
preocupación por
todas sus necesidades.
Sin embargo, los niños
se apiñaban alrededor de
Jesús, ansiando que Él les
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 levantase y les sostuviera en
Sus acogedores brazos. Está
claro que debieron haber
percibido Su amor por ellos.
Él les abrazaba e incluso
oraba pidiendo la bendición
de Dios sobre sus jóvenes
vidas, para gran sorpresa de
Sus aspirantes a protectores.
En efecto, reprendió a aquellos
discípulos que a su vez habían
regañado a los padres que
habían traído a sus hijos para
presentárselos a Jesús (Marcos
10:13-16). Y no sólo eso. Él
declaró que los niños habrían
de ser bienvenidos en Su
nombre y que ellos —siendo tan
dependientes, tan confiados,
tan fáciles de enseñar, tan libres
de astucia— servían como
modelos de esa fe en el Padre
celestial con la que se obtiene
la entrada a Su reino (Mateo
18:1-5). También declaró
que cualquiera que hiciera
que un niño se descarriara
sufriría severo castigo (Marcos
9:35-37,42). Siendo objetos
de la protección angelical,
los niños también deben ser
cuidados por los hombres y
mujeres, y no debe simplemente
considerárseles como paquetes
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de protoplasma a desdeñarse e
incluso destruirse a discreción
humana (Mateo 19:13-14).
Debe mencionarse que el
infanticidio era una práctica
frecuente en la cultura del
mundo greco-romano antes y
después del tiempo de Cristo.
Un ejemplo horroroso de
la cruel indiferencia que se
podía tener hacia la propia
descendencia se encuentra en
una carta fechada en el año
1 d.C., enviada por un esposo
romano, Hilarión, a su esposa,
Alis. En dicha carta, él expresa
cálidos saludos pero también
le da estas instrucciones a su
esposa, «Si —y que la suerte te
acompañe— das a luz un bebé,
si es niño, que viva, pero si es
niña, deséchala». Esa actitud
totalmente despiadada la
manifiesta incluso Séneca, un
gran filósofo estoico del primer
siglo. De hecho, él escribió:
«Estrangulamos a un perro
rabioso; asesinamos a un
buey feroz, enterramos el
cuchillo en el ganado enfermo
no vaya a ser que contamine
a toda la manada; a los
niños que nacen deformes o
debiluchos los ahogamos».
13
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 La bondad de Jesús era
la antítesis total de esta cruel
insensibilidad. Pensemos
en cómo el compasivo Señor
reaccionaría ante la práctica del
aborto en nuestra propia era.
¿Acaso previó Jesús con
pesar inexpresable el destino
de los niños que clamaban
por Su atención? Al crecer,
ellos enfrentarían las penurias
y la explotación en su país
oprimido. Para muchos, habría
una pobreza acuciante, una
lucha tan sólo por subsistir.
Algunos se verían afligidos
por dolorosas enfermedades y
morirían jóvenes. La mayoría
de ellos necesariamente
llegarían a adherirse a una
religión exigente que no
lograría aliviar sus cargas
emocionales y les dejaría
espiritualmente insatisfechos.
Su religión, la cual era
la esencia de su cultura,
incrementaría sus penurias
y malograría cualquier gozo
que pudieran tener de los
simples placeres de la vida
(Mateo 23:1-4). Y en una
eternidad que está más allá de
todo tiempo, ¿entrarían en la
presencia y la bienaventuranza
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de Dios, o serían exiliados
desdichados para siempre?
Así que, al mismo tiempo que
nuestro Señor se regocijaba
cuando los niños venían a Él,
Su corazón probablemente
también sufría por ellos.
La compasión
de Jesús por
las mujeres
No sólo sentía Jesús compasión
por los niños, también sentía
una compasión única por
las mujeres. En efecto, Su
actitud y Su relación con
ellas fue revolucionaria. Israel
era una sociedad patriarcal en
la que las mujeres ocupaban
una posición subordinada y,
de muchas maneras, se las
trataba como inferiores a
los hombres, tanto social
como espiritualmente.
Sin embargo, es difícil
generalizar, porque los rabinos
diferían entre sí en cuanto
a este asunto. Los padres
también diferían en cuanto
a la crianza de sus hijas.
Y los esposos diferían en
cuanto a cuán controladores
y restrictivos eran con sus
mujeres. Las diferencias
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 en cuanto al amor y la
personalidad contribuían a
las grandes distinciones en
cuanto a las experiencias de
las mujeres hebreas.
Pero es innegable que,
por lo general, la vida que le
tocaba a una mujer en dicha
sociedad patriarcal era dura.
La creencia predominante
en la inferioridad femenina
encontró su lacónica expresión
en la oración hecha por los
varones judíos: «Dios, Te
agradezco por no haber
nacido perro. Te agradezco
por no haber nacido gentil.
Te agradezco por no haber
nacido mujer».
Cuando eran niñas,
a las hijas a menudo se las
trataba con recelo. Se las
supervisaba muy de cerca
para evitar cualquier cosa
que pudiera considerarse
como falta de castidad.
Al comenzar su ciclo
menstrual, la mujer era impura
y necesitaba purificación
(Levítico 15:19-30). Tocar
a una mujer que estaba
menstruando significaba pasar
a un estado de envilecimiento,
el cual exigía la purificación
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ritual. Con toda certeza, un
hombre no había de tocar a
mujer alguna, excepto a su
esposa, ni siquiera si se trataba
de su prima y si la había
tocado por casualidad.
Cuando una muchacha
llegaba a la edad en que podía
casarse, su padre podía usarla
para hacer trueque. Después del
matrimonio, su esposo podía
usarla para hacer trueque.
El papel femenino era el
de ama de casa, sin ninguna
de las facilidades que hoy
consideramos como obvias.
Su otro papel era el de dar a
luz hijos a través de muchos
embarazos —cuantos más hijos
tuviera, tanto más alta sería la
estima que se le tuviera como
esposa. Después de dar a luz,
a la mujer se la consideraba
inmunda y necesitaba
purificación (Levítico 12).
Si una esposa no era del
agrado de su esposo, éste podía
divorciarse de ella; pero a una
esposa no se le concedía el
mismo derecho (Deuteronomio
24:1-4). Si una esposa era
sospechosa de adulterio, se le
podía someter a la aterradora
y terrible prueba del agua
15
01.09.08 08:57:09
 (Números 5:11-31), pero no se
preveía nada semejante para
poner a prueba a algún esposo
bajo la misma sospecha.
La mujer no tenía
derechos de propiedad. No
podía servir como testigo. No
podía tomar parte en igualdad
de términos en la adoración.
Los cantos y las alabanzas
eran exclusividad de los
hombres mientras que las
mujeres escuchaban en
sus propias estancias en
la sinagoga.
La aplicación de una
ley para unos y otra
ley para otros en
los días de Jesús era
aún más marcada que
la que se aplica en
nuestro propio tiempo.
Como regla, no se les
enseñaba la Torá como a los
niños varones. Algunos rabinos
llegaban al punto de declarar:
«Que las palabras de la ley
ardan antes de ser consignadas
16
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a mujeres… Si un hombre
le enseña la ley a su hija, es
como si le enseñara lascivia».
Se requería de la presencia
de diez hombres para que se
celebrara un servicio religioso.
¡Nueve hombres y una mujer
no eran suficientes!
Sin embargo, Jesús fue
sensible a las necesidades de
todas las personas, fueran
éstas hombres o mujeres.
Él mostró una compasión
total que rompió con las
restricciones y los tabúes
tradicionales en cuanto a
género. A fin de poder sanar,
Él permitió que una mujer Le
tocara sin estremecerse y sin
seguir la rutina prescrita para
la purificación.
Lucas contó acerca de
una mujer que por 12 años
había padecido de un problema
con sangre (evidentemente se
trataba de alguna disfunción
menstrual). Ella extendió sus
dedos y rozó los flecos de las
vestiduras de Jesús. En vez de
condenarla por semejante acto
de contaminación a un varón,
Jesús suavemente la llevó
a comprender la diferencia
entre la creencia en algún tipo
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 de contacto mágico y la fe
salvadora en la gracia divina
(Lucas 8:42-48).
Otra mujer, en este caso
una prostituta envilecida,
vertió un precioso ungüento
sobre los pies del Salvador
y los lavó con sus lágrimas
mientras Jesús estaba
comiendo en la casa de un
fariseo. De manera compasiva,
nuestro Señor, quien conocía
la penitencia y la fe de esta
mujer, defendió esa acción
osada y extravagante y la
despidió con una bendición
de paz (Lucas 7:36-50).
Una vez más, Jesús reveló
Su actitud compasiva hacia
las mujeres y particularmente
hacia aquellas que eran
marginadas por su propio
pecado, cuando se negó
a comprometerse en la
lapidación de una adúltera
a la que habían atrapado en
el acto mismo. Dejando de
lado la pregunta de por qué
sus acusadores no habían
también arrastrado al infractor
masculino a los pies de Jesús,
observamos a nuestro Señor,
quien con misericordioso tacto
manejó esta sórdida situación
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con rectitud y perdón. Absolvió
a esta transgresora de su culpa,
le advirtió contra la tentación
futura y la despidió para que
llevara una vida cambiada
(Juan 8:1-11). Él no le quitó
importancia al pecado. ¡En lo
más mínimo! Pero, de manera
amorosa, ofreció perdón y
esperanza a aquellas mujeres a
quienes la sociedad empujaba
a un lado como basura moral.
Las viudas provocaban
de manera especial la
ayuda compasiva de
nuestro Salvador. El Antiguo
Testamento establecía
mandamientos específicos
de que las viudas debían
ser tratadas con amabilidad
y respeto (Deuteronomio
14:28-29;24:19-21;26:12-13;
Isaías 1:17; Zacarías 7:10).
Sin embargo, entonces, al
igual que ahora, era muy
probable que algunas familias
no cumplieran con su deber de
proveer suficiente compañía
y cuidado a estas mujeres de
segunda clase. A menudo,
entonces, al igual que ahora,
puede que ellas tuvieran
que pasar a la periferia de
la órbita familiar.
17
01.09.08 08:57:09
 Un ejemplo típico de la
actitud de nuestro Señor hacia
estas mujeres marginadas fue
Su encuentro con un cortejo
fúnebre en las afueras de la
ciudad de Naín. Un joven
había muerto. Era el único
hijo de su desconsolada
madre. Ella estaba enfrentando
la soledad y con toda
probabilidad, la indigencia.
Cuando Jesús vio el cortejo
fúnebre y escuchó los sollozos
de la mujer, Su corazón se
conmovió. «Se compadeció
de ella» (Lucas 7:13). No
esperó ninguna petición
o súplica. Actuó. Tocó el
ataúd, arriesgándose a la
contaminación ritual y ordenó
al cuerpo que se levantara.
Milagrosamente, el hijo
obedeció y su cuerpo volvió a
la vida. ¡Imagínese la gratitud
de la madre cuando un gozo
incontrolable reemplazó a
su inconsolable sufrimiento!
(vv. 11-17).
En el sermón de Jesús
en Nazaret al inaugurar
Su ministerio público,
hizo referencia a una viuda
(una extranjera de la pagana
Sidón) como el objeto de la
18
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gracia salvadora de Dios.
Esa referencia, la cual hizo
a propósito y no a la ligera,
contradecía los prejuicios de
Sus oyentes (Lucas 4:25-26).
Pero la viuda de Sidón no fue
la única que había perdido a
su marido y a quien Jesús usó
como ejemplo para desafiar
a Sus contemporáneos y
a los lectores actuales de
los Evangelios.
Jesús se preocupaba
por las mujeres
quienes, con
demasiada frecuencia
experimentaban
algo más que
abandono, desprecio
y rechazo.
En los días de Jesús, los
hombres sólo tenían un escaso
conocimiento de Dios y una
comunión superficial con Él.
La situación de las mujeres era
muchísimo peor. Por lo tanto,
Jesús, desafiando a la tradición,
les permitió a las mujeres
01.09.08 08:57:09
 estar entre Sus seguidores y,
de hecho, comprometerse en
el servicio y el apoyo de Su
misión itinerante (Lucas 8:1-3).
A las mujeres se les enseñaba
junto a los hombres acerca de
la gracia de Dios que excluye la
distinción de género. Haciendo
uso de la compasión, nuestro
Señor les dijo a las mujeres,
tanto de manera individual
como colectiva, la verdad
acerca de Dios y Su reino. Se
tomó el tiempo necesario para
instruir a María de Betania
(Lucas 10:39). De manera
significativa, suavemente
reprendió a Marta, la hermana
de María, aconsejándole que
era mejor para una mujer
aprender acerca de Dios que
estar absorta en las labores
de la casa, tales como la
preparación de una comida. Al
decir esto, estaba invirtiendo
completamente el papel
tradicional de las mujeres.
Una vez más, en el pozo
de Jacob, le dio a una mujer
samaritana un breve curso
de teología básica. No es de
extrañarse que Sus compañeros
confinados a la tradición
quedaran atónitos. ¡Le estaba
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hablando a una mujer en
público! ¡Le estaba hablando
sólo a ella! Le estaba hablando
a una despreciable mujer
samaritana, ¡alguien de una
raza de personas a las que los
judíos piadosos consideraban
herejes! (Juan 4:1-30).
¿Qué motivó semejante
comportamiento en Cristo?
La compasión. Él veía a las
personas en toda la gama de
sus necesidades. Veía a las
personas no en categorías
abstractas, tales como varones
y mujeres, judíos y gentiles,
extranjeros y ciudadanos,
adultos y niños. Jesús veía
a las personas como seres
individuales, cada una de ellas
hecha a la imagen de Dios,
cada una de ellas un miembro
de la familia humana de Dios
y un miembro potencial de la
familia espiritual de Dios.
La compasión
de Jesús por
otros miembros
marginados de
la sociedad
Así como Jesús era compasivo
con las mujeres y los niños,
también lo era hacia otros
19
01.09.08 08:57:10
 grupos que vivían al margen
de la sociedad. Él era un
libertador radical, quien, según
Sus propias afirmaciones, había
venido para que todos y cada
uno de los seres humanos
pecaminosos pudieran tener
vida abundante en este
mundo, y más allá de éste,
pudieran tener vida eterna
(Juan 3:16;10:10).
En el Israel del primer
siglo, era comprensible
que a los cobradores de
impuestos y los publicanos
se les despreciara y odiara.
Eran judíos que actuaban
como agentes del gobierno
romano. Su labor consistía
en recaudar una cantidad
específica de dinero de sus
propios compatriotas israelitas
sin importar cuántas penurias
pudiera causar eso. Ellos
podían, además, embolsarse
lo que fuera que pudieran
arrancarle a alguien más allá
de lo que se les debía a los
funcionarios imperiales. Así
que, cuando Jesús quiso poner
de manifiesto la gravedad
de excluir a una persona no
arrepentida de la congregación
cristiana, les enseñó a Sus
20
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discípulos que trataran a dicho
transgresor como si fuera un
publicano (Mateo 18:17).
Entonces, cuán
escandalizadas se quedarían
las personas cuando nuestro
Señor compartió la mesa con
aquellos colaboracionistas,
como se les podría haber
llamado hoy. ¡E incluso
invitó a uno de ellos a
convertirse en uno de los
discípulos de Su círculo
íntimo! (Marcos 2:13-17).
¡Cuánto debió haber
disgustado Jesús a sus
compatriotas judíos al invitar
a un bien conocido publicano
llamado Zaqueo, quien era
rico debido a su despiadada
explotación, a entrar en la
órbita de la misericordia
redentora y perdonadora de
Dios! (Lucas 19:1-10).
¡Cuánto debió haber
desconcertado y molestado
Jesús a los fieles judíos cuando,
en una de Sus parábolas, Él
hizo a un publicano en vez de
un fariseo, el destinatario de
la gracia justificadora de
Dios! (Lucas 18:9-14).
Peor aún, ¡cuán
exasperante debió haber
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 sido que este amigo de
publicanos y pecadores
(Lucas 7:34) declarara que los
publicanos y las prostitutas
que habían respondido
con arrepentimiento a la
predicación de Juan el
Bautista, entrarían en el reino
de Dios delante de los líderes
religiosos con pretensiones
de superioridad moral!
(Mateo 21:31-32).
Según Jesús, la
compasión divina podría
cambiar, y de hecho cambiaría,
a los miembros del aislado
grupo exterior en miembros
bienvenidos del grupo
íntimo de Dios.
El escándalo que
rodeaba a Jesús
era que Él violaba
la ética de una
sociedad que,
tristemente, carecía
de compasión.
En Su misericordia
salvadora, Jesús también
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rompió con las barreras
levantadas por las tradiciones
separatistas. No dudó en tocar
a leprosos que habían sido
forzados a evitar todo contacto
humano (Mateo 8:1-4; Marcos
1:40-44). Piense en lo que
este contacto físico debió
haber significado para estos
intocables dignos de lástima.
Él ejerció Su poder a favor de
las personas necesitadas sin
importar su raza. Sanó al hijo
de un centurión, un oficial
del ejército opresor de Roma
(Mateo 8:5-13). De manera
similar, sanó a la hija de una
mujer cananea pagana (Mateo
15:21-24). No dudó en hablar
con una mujer samaritana y
compartir con ella la liberadora
verdad acerca de Dios y la
adoración que Le agrada al
Señor (Juan 4). La actitud
que predominaba entre los
judíos hacia esa raza se revela
crudamente con la crítica
lanzada contra Jesús mismo,
«Tú eres samaritano, y…
tienes demonio» (Juan 8:48).
Pero cuando Jesús
desafió el comportamiento
de la jerarquía religiosa de
Su tiempo, el cual reprimía
21
01.09.08 08:57:10
 la misericordia, eligió a un
samaritano como modelo de
la propia compasión de Dios
—un samaritano que tenía
compasión de una víctima
de robo y violencia (Lucas
10). ¿Habría acaso Él podido
encontrar una manera más
dramática que ésta para
revelar que Su propio corazón
era de un mismo sentir con
el corazón de Su Padre?
La compasión de Jesús
por los necesitados
espiritualmente
Jesús jamás rechazó a la
gente común y corriente que
alegremente Le escuchaba
(Marcos 12:37). La jerarquía
judía miraba por encima del
hombro y con desprecio a
las personas porque eran
analfabetas desde el punto
de vista religioso. Decían:
«Mas esta gente que no sabe
la ley, maldita es» (Juan 7:49).
Pero, en vez de hacer lo mismo,
Jesús, que se compadeció,
le enseñó a la multitud. Dio
de comer repetidas veces a
22
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sus miembros. Sanó a sus
enfermos y liberó a los que
estaban poseídos por demonios
(Marcos 5:1-17;8:1-10).
El dolor de Jesús por los
pobres en su enfermedad, en
su hambre y en su sufrimiento
surge llamativamente en la
parábola del hombre rico
y Lázaro (Lucas 16:19-31).
Surge de nuevo en Su visión
imponente del juicio que
resalta Su preocupación por los
miembros más necesitados de
la sociedad (Mateo 25:31-46).
Su corazón y Sus brazos
estaban abiertos de par en par,
tal y como lo siguen estando
hoy, hacia los más humildes y
los perdidos (Lucas 15).
La compasión
de Jesús por los
necesitados
espiritualmente
Con todo lo preocupado
que estaba por el hambre, la
enfermedad y la injusticia,
nuestro Señor estaba
inmensurablemente más
preocupado por la relación
de las personas con Dios y el
destino de éstas en el mundo
por venir. Cuando estableció
01.09.08 08:57:10
 el manifiesto de Su Reino en
el sermón que predicó en la
sinagoga en Nazaret, citó este
pasaje de Isaías 61:
El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me
ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; me
ha enviado a sanar a los
quebrantados de corazón;
a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los
ciegos; a poner en libertad
a los oprimidos; a predicar
el año agradable del Señor
(Lucas 4:18-19).
Al citar este pasaje
de Isaías, Jesús estaba
anunciando una misión que
tenía dos aspectos. Por un
lado, literalmente ayudaría
a restaurar la vista, dar
consuelo y liberar a aquellos
que eran esclavos de hábitos
destructivos y comportamiento
adictivo. Por el otro, el
Suyo sería un ministerio
espiritual, el cual iluminaría
a los espiritualmente ciegos
(Juan 6), liberando a los
encadenados espirituales y
dando consuelo a los cargados
de culpa y angustiados de
espíritu. En efecto, los milagros
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que iba a realizar, Sus actos
sobrenaturales de poder y
compasión, serían estampas
dramáticas de la misma
naturaleza del Reino que
había venido a inaugurar.
La compasión
que tenía Jesús por
las necesidades
físicas de las personas
era una señal de
Su preocupación por
las necesidades
aún mayores de
sus corazones.
Si bien Su pena recogía
todo el espectro de la aflicción
humana, Su preocupación
fundamental era espiritual.
Su sociedad estaba impregnada
de religión, pero la religión
establecida por Dios para
la bendición de Su pueblo
se había degenerado,
transformándose en una
camisa de fuerza legalista. Así
que denunció, con la más feroz
23
01.09.08 08:57:11
 vehemencia, al tradicionalismo
fariseo que arrebataba la «llave
de la ciencia» (Lucas 11:52)
y dejaba a sus adeptos con
el alma vacía e ignorantes de
Dios. Lleno de ira castigaba
a los zelotes proselitistas que
recorrían mar y tierra para
ganar a un solo converso y
al hacerlo, lo transformaban
en «dos veces más hijo del
infierno» (Mateo 23:15).
Siendo ellos mismos
extraños a la vida abundante
del Reino de Dios, esos perros
guardianes de la tradición
evitaban que buscadores
sedientos de Dios entraran
en su «justicia, paz y gozo»
(Romanos 14:17). ¡Cuánto
atribulaba al propio corazón de
Jesús la dureza de corazón de
esos «ciegos guías de ciegos»!
Los Evangelios nos
dicen que Jesús lloró (Lucas
11:35). Una vez, cuando
se acercaba a Jerusalén
justo antes de Su arresto y
crucifixión, miró fijamente a
esa ciudad condenada y no
pudo evitar sollozar. Previó
la terrible destrucción que le
esperaba al estrado sagrado
de Jehová (Salmo 99:5) y se
24
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quebrantó emocionalmente.
Anteriormente en Su ministerio
había sido incapaz de contener
Su dolor cuando previó el
salvaje saqueo de la capital
de Israel.
¡Jerusalén, Jerusalén,
que matas a los profetas,
y apedreas a los que te
son enviados! ¡Cuántas
veces quise juntar a tus
hijos, como la gallina a
sus polluelos debajo de
sus alas, y no quisiste!
(Lucas 13:34).
Incluso de camino al
Calvario, mientras llevaba
la carga de Su cruz, Jesús
olvidó Su propio suplicio.
Apesadumbrado, predijo el
sufrimiento que en especial
las mujeres tendrían que
soportar (Lucas 23:27-31).
Pero la causa más
profunda de Su dolor no
eran las penalidades que
Su propio pueblo sufriría
en este mundo. Lo que a Él
Le estremecía hasta lo más
profundo de Su ser era Su
visión del destino que les
aguardaba en la eternidad
—exiliados para siempre de la
luz, el amor y la vida de Dios,
01.09.08 08:57:11
 y condenados a las tinieblas
y la desesperación. Una y
otra vez había suplicado a
las multitudes a Su alrededor
que huyeran de la ira por
venir. Había hablado con
una elocuencia que derretía
los corazones, usando
las imágenes más vívidas
para hacer reaccionar a los
displicentes, los indiferentes
y los impenitentes, y sacarles
de su apatía.
• No te forjes a tropezones
un destino peor que el
juicio que caerá sobre
Sodoma y Gomorra
(Mateo 11:24).
• No rechaces la gracia del
Dios que ofrece perdón,
quien puede destruir tanto
el cuerpo como el alma en
el infierno (Mateo 10:28).
Semejante perspectiva
aterradora desgarraba
emocionalmente a Jesús,
llenando Su compasivo
corazón de dolor.
Aun cuando Jesús comía y
bebía con pecadores y tomaba
parte en la felicidad de las
fiestas de bodas, nunca perdió
de vista «el lado sombrío en
el rostro de Dios». Él había
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entrado en nuestro mundo
como la encarnación de la
misericordia, dispuesto a
morir para que los pecadores
perdidos no perecieran sino
que tuvieran vida eterna.
Perecer —ese era y es el
lado sombrío en el rostro de
Dios. Perecer; esa palabra
expresa la desesperanza y
el horror, la desesperación
por la que Él había venido
a salvar a pecadores. Por Su
compasión, dejó Su gloria
para descender hasta el
Gólgota. Motivado por una
infinita pena, había asumido
nuestra naturaleza de carne
y hueso, cambiando el trono
del cielo para ser clavado en el
madero del Calvario. Se había
humillado, abandonando las
más elevadas alturas del cielo
y descendiendo a las más
inexorables profundidades de
la tierra, para morir ejecutado
en la agonía y la ignominia de
una cruz romana, una muerte
reservada para los peores
criminales. ¿Por qué había
hecho esto? Él simplemente
dijo que era para salvar a
los que se habían perdido
(Lucas 19:10).
25
01.09.08 08:57:11
 ¡Perdido! Con esa palabra,
todo el horroroso peligro y la
insondable necesidad de la
humanidad claman a gritos,
resonando en otra aterradora
palabra —perecer.
Esas dos horribles
palabras repican una terrible
antífona. Los que perecen son
los perdidos, los perdidos son
los que perecen.
¡Perdidos! La angustia
sollozante, desgarradora y
apabullante de un niño que se
ha alejado de la seguridad y el
calor de la estación de esquí y
se está congelando solo en la
noche en el bosque cubierto
de nieve.
¡Perdidos! Los pasajeros
del Titanic son zambullidos
desde la opulencia y la
apariencia en las heladas
aguas del Océano Atlántico,
hundiéndose bajo las olas
inmisericordes.
¡Perdido! El dolor de
una esposa cuando el cansado
cirujano sale de la sala de
operaciones para informar que
el equipo médico ha perdido
al paciente, su esposo.
¡Perdidos! Almas errantes
«para las cuales está reservada
26
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eternamente la oscuridad de
las tinieblas» (Judas 13).
¡Perdidos! Almas
atormentadas por los
retorcijones de pesar causados
por la pérdida auto-infligida de
esperanza, gozo y paz.
¡Perdidos! Almas que
lamentan el recuerdo de
oportunidades de conseguir
realizaciones gloriosas que
se han ido para siempre.
El ruego espiritual de
las almas perdidas y que
perecen es lo que conmovió el
compasivo corazón de Jesús
hasta lo más recóndito.
Ejemplos de
compasión a
la semejanza
de Cristo
D
urante Sus años aquí
en la tierra, nuestro
Señor se ocupó
de hacer el bien (Hechos
10:38). Su compasión no fue
sentimentalismo inactivo el
cual, tal y como lo escribió
de manera cortante Samuel
Taylor Coleridge, «suspira
01.09.08 08:57:11
 por la desdicha pero rechaza
a los desdichados». Tal y
como lo ha mostrado nuestro
estudio del ministerio de Jesús,
siempre que Él encontraba
una necesidad en las personas
o en las multitudes, Su
reacción emocional de intensa
preocupación motivaba la
acción inmediata. Alimentaba,
sanaba, enseñaba, calmaba
mares turbulentos, echaba
fuera demonios e incluso
resucitó muertos. En todo lo
que hizo y dijo, estableció un
ejemplo que Sus discípulos
habrían de seguir en todas
las épocas (1 Pedro 2:21).
Al igual que Jesús, habrían
de ser agentes de compasión
que comunicaran de palabra y
hecho el mensaje de la gracia
redentora de Dios. Habrían
de servir como conductos
para el fluir de la amabilidad
y utilidad que había recibido
poder del Espíritu.
Consideremos por ejemplo
los siglos que siguieron de
inmediato a la estancia de
nuestro Salvador en la tierra.
La compasión cristiana, la
cual operaba a través de los
discípulos, desafió y cambió a
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la cruel e insensible sociedad
de los césares. El asesinato de
bebés, a menudo por medio
de la desalmada exposición
a los elementos e incluso
animales; los baños de sangre
de los espectáculos de los
gladiadores; la crucifixión de
criminales; el tratamiento atroz
a los esclavos; la degradación
de las mujeres... los cristianos
se opusieron valientemente a
tales prácticas en el nombre
del compasivo Jesús.
Debido a que
Cristo es compasivo,
Él llena de compasión
a aquellos que se
llenan de Él.
Pero la mejor manera
de apreciar cómo el ejemplo
de la compasión de nuestro
Señor ha impactado en la
historia es considerando las
vidas de las personas que
han servido como conductos
de Su bondadoso amor.
Han sido sal en la masa de
la civilización que de otro
27
01.09.08 08:57:12
 modo habría sido insípida.
Han sido luz en la flagrante
oscuridad de una cultura
depravada. Han sido las
voces suplicando misericordia
y amabilidad dondequiera
que haya habido erupciones
de barbarismo, incluso en
naciones desarrolladas. He
aquí tan sólo dos ilustraciones
de la compasión a la imagen
de Cristo.
Jackie Polinger,
quien nació y se crió en
Gran Bretaña, era música
de vocación y cristiana por
convicción. Desde los cinco
años, ella sintió que Dios la
estaba dirigiendo hacia el
servicio misionero. ¿Pero hacia
dónde y con cuál organización
misionera? Consultó con su
pastor, quien le aconsejó que
se lanzara con fe y que dejara
que Dios la guiara de manera
providencial. Jackie siguió
su consejo y finalmente se
encontró en Hong Kong.
Totalmente sola, comenzó
una labor compasiva de
testimonio en la tristemente
conocida Ciudad Amurallada,
donde había más de 50.000
personas apiñadas en menos
28
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de 25.000 metros cuadrados.
Era un refugio para criminales
de todo tipo —ladrones,
traficantes de drogas, asesinos
y prostitutas. Sus calles
estaban flanqueadas de
guaridas de heroína y antros
de opio, sin mencionar las
salas de cine pornográficas.
La Ciudad Amurallada era
un lugar de horror infestado de
ratas e inmundicia, gobernado
por pandillas despiadadas.
Cada mañana, los cuerpos
de los miserables desdichados
que habían muerto por una
sobredosis durante la noche
simplemente eran arrastrados
hasta las afueras de los
muros y dejados allí sin
darles sepultura.
Jackie tenía tan
sólo 20 años y carecía de
entrenamiento y protección
cuando se mudó a esa
pesadilla y comenzó a ser
un conducto de la compasión
de Cristo para compartir las
buenas nuevas de Su perdón
y amor. Se encontró con
una violenta hostilidad. Los
seguidores de un señor de la
droga destrozaron las ventanas
y los muebles del club juvenil
01.09.08 08:57:12
 que Jackie había abierto y lo
embadurnaron de excremento.
Pero este rufián quedó tan
impresionado con Jackie y su
mensaje del perdón de Dios
que ordenó a los miembros
culpables de la pandilla que
fueran y se disculparan con
ella. Lo hicieron y Jackie, fiel
a su mensaje, les perdonó.
El cambio se dio
lentamente por medio de
la decidida compasión de
Jackie, su valentía intrépida
y su predicación centrada en
Cristo. Cientos de hombres
y mujeres —adictos esclavos
de la droga y borrachos
encadenados a vicios por toda
una vida— eran liberados. La
compasión de Jackie no era un
sentimentalismo impotente.
Motivada por el Calvario,
el suyo fue un ministerio
dinámico y transformador. En
efecto, fue el mismo poder de
Dios para salvación. Por medio
de Jackie, Jesús continuó con
Su obra de compasión.
Mary Reed, nacida
en Ohio en 1858, fue otro
conducto de la compasión a
la imagen de Cristo. Al saber
acerca de la difícil situación de
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los leprosos en la India, decidió
hacer lo que pudiera para
aliviar su angustiosa suerte y
compartir con ellos las buenas
nuevas del amor de Dios.
Cuán aparentemente inútil
parecía que una mujer cristiana
esperara poder provocar
algún cambio significativo en
las vidas de esas personas
terriblemente afligidas en
una sociedad extraña.
De manera resuelta y con
oración, Mary se ofreció como
voluntaria para el servicio en la
India. La ciudad de Cawnpore,
con sus abrumadoras
necesidades, fue el lugar de
su ministerio. Las condiciones
eran indescriptiblemente
difíciles. No fue de extrañar
que después de ocho años
de labor compasiva, ella
sufriera un colapso físico.
Así que regresó a casa para
recuperarse. ¿Pero se quedó
en casa? ¿Acaso abandonó la
tarea imposible de causar un
impacto realmente útil en una
situación tan desesperada?
No, en vez sucumbir
ante cualquier tentación de
ese tipo, Mary regresó y fue a
Pithoraterth, en los Himalayas.
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 En uno de sus viajes se
topó con un trágico grupo de
500 leprosos que subsistían
por su cuenta, sin que ningún
organismo humanitario
se preocupara por su
desgracia. Mary no podía
olvidar a esas personas
que sufrían abandonadas
y sintió el peso de la
lastimera impotencia de
esos desdichados.
Después de otro año
de intenso ministerio, volvió
a sufrir otro colapso y la
enviaron de vuelta a su hogar
en los Estados Unidos. Los
doctores estaban perplejos
ante la enfermedad de Mary.
¿Qué era lo que causaba ese
dolor y hormigueo en la punta
de sus dedos y esa mancha
en su rostro? Mary ya lo sabía
antes de recibir un diagnóstico
definitivo. Había contraído
lepra. Sin embargo, en vez de
quedar horrorizada, dio gracias
a Dios por una enfermedad
que normalmente habría
causado reacciones de terror
y autocompasión. Ella lo vio
como un regalo de Dios, una
respuesta a sus súplicas de que
de alguna manera se le pudiera
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permitir trabajar entre aquellos
leprosos en el Himalaya.
Sólo sus doctores y una de
sus hermanas sabían la verdad
acerca de su enfermedad.
Cuando partió para la India,
insistió en que no hubiera
despedidas tristes, aunque
se daba cuenta de que tal
vez nunca más volvería a
ver a su muy amada familia.
De vuelta en la India, Mary
fue a esa colonia de leprosos
donde ningún otro misionero
había ido antes. «He sido
llamada por Dios para venir
a ayudarlos», les dijo a los
atónitos enfermos. Y allí
se quedó como una agente
de Dios de la compasión
a la imagen de Cristo. Las
dificultades eran ciertamente
enormes, pero gradualmente,
bajo el liderazgo sacrificado
de Mary, se desarrolló un
nuevo orden en Chanbag.
Incluso se construyó un
hospital para brindar sanidad,
ayuda y esperanza para los
que una vez habían sido
parias desprovistos de toda
esperanza. Mary vivió y sirvió
en Chanbag durante 53 años
y murió allí en 1943.
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 Estas dos siervas del
Señor Jesús son representantes
de una gran hueste de
Sus discípulos, la mayoría
de los cuales no reciben
reconocimientos ni aplausos
en absoluto. Pero el cielo sabe
sus nombres y han recibido
el único elogio que han
deseado y merecido, la
palabra de aprobación de su
Señor: «Bien hecho, siervos
buenos y fieles».
Si hemos
nombrado a Jesús
como nuestro
Redentor y Maestro,
estamos desafiados
a seguir… las
pisadas de Aquel
que es la compasión
encarnada.
Si hemos nombrado a
Jesús como nuestro Redentor
y Maestro, estamos desafiados
a seguir las pisadas de Jackie y
Mary, así como ellas siguieron
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las pisadas de Aquel que es
la compasión encarnada.
Como receptores de la gracia
salvadora, tenemos el privilegio
de dejar que el amor del
Calvario, el cual costó tanto,
fluya a través de nuestras
vidas y hacia un mundo
necesitado. Es sólo cuando
hacemos eso que parte de la
necesidad de la humanidad
puede ser satisfecha.
El historiador Huston
Smith, renombrado catedrático
de religión en la Universidad
de Syracuse, visitó a Aldous
Huxley cuando éste era
un distinguido catedrático
de humanidades en el
MIT (Instituto Tecnológico
de Massachussetts). Un
día estaban caminando y
hablando juntos y Huxley
dijo, «¿Sabes, Huston? es
bastante vergonzoso que
me haya pasado toda la
vida reflexionando sobre la
condición humana y llegar
al final para descubrir que
realmente no he logrado
llegar a nada más profundo
que transmitir el consejo de:
‘Trata de ser un poquito
más amable’».
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 Si bien eso es cierto, Y por gracia no sólo
Jesús es el modelo y el compartimos la experiencia
motivador de algo más que de la compasión de Dios. Por
un poquito de amabilidad. medio de Su gracia recibimos
Es el modelo y el motivador la capacidad para poder
de la compasión sacrificada. llegar a ser los conductos de
¿Cómo entonces podemos dicha compasión, siguiendo
llegar a ser conductos de las pisadas de Cristo, tal y
Su amabilidad compasiva? como lo hicieron una hueste
Dejemos que Henri Nouwen de nuestros antecesores
nos instruya: espirituales. Pero, si en
«Cuando oro por las efecto estamos copiando a
infinitas necesidades de Cristo, tal y como Pablo nos
los millones de personas, instó en 1 Corintios 11:1,
mi alma se explaya y nuestra compasión no se
quiere abrazarlas a todas limitará a las necesidades
y traerlas a la presencia del cuerpo. Considerará las
de Dios. Pero en medio necesidades del alma como
de esa experiencia me su prioridad suprema.
doy cuenta de que la
compasión no es mía
sino un don de Dios
para mí. No puedo
abrazar al mundo entero,
pero Dios sí; no puedo
orar, pero Dios puede
orar en mí. Cuando Dios
se hizo como nosotros…
nos permitió entrar en
la intimidad de la vida
divina. Hizo posible
que pudiéramos tomar
parte en la compasión
infinita de Dios.»
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