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George Orwell, escritor británico, lo dejó en claro en su famosa novela “1984” publicada en 1949:
“El que controla el pasado, controla el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.”
Orwell esgrimía tal tesis ante la idea de un Estado totalitario y vigilante, el llamado “Gran
Hermano”, en un contexto de la Guerra Fría y su profundo sentimiento anti-soviético. Setenta
años después aquella tesis está lejos de perder relevancia.
La memoria es una cosa curiosa y tramposa. Recordamos no lo que sucedió con exactitud, si no
nuestra perspectiva de cómo sucedieron las cosas. Por eso nos da tanto miedo perder nuestros
recuerdos. La memoria colectiva no está lejos de esa situación, incluso podríamos decir que es
aún más grave. Es por eso que el quehacer de la Historia ha estado presente por tanto tiempo
entre los humanos. Siempre ha existido la necesidad de dejar rastros, de dejar escrito lo que
sucedió con las generaciones que nos precedieron.
Pero ahí no se detiene el asunto y este es quizá uno de los temas de menor relevancia. Los usos
que el presidente le ha dado a la Historia van desde su comparación del Salinato con un
Neoporfirismo, hasta exigir una disculpa pública al gobierno español por lo sucedido hace 500
años durante la Conquista de México. A esto no podemos olvidar añadir el uso intencionado de
los “héroes” patrios como símbolo del gobierno federal y la distinción discursiva de las
Transformaciones que han cimbrado a México.
No, usar la Historia no es malo. Es incluso necesario. Pero el uso implica procesos de reflexión
de nosotros como seres históricos, es decir, como seres con pasados y futuros, para la toma de
decisiones. Otra cosa muy distinta es manejar un discurso histórico a antojo para legitimarse y
diferenciar a nosotros, los buenos, de ellos, los malos, saqueadores, conservadores, fifís. Eso ya
es abusar de la Historia.