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(…)
Por parte del joven mantúvose todo aquello dentro de los límites
de una discreta y deseable medida. Su posición, sus condiciones, su
desvelo y su ambición, ocupábanlo tan ampliamente, que hubo de
aceptar la amistad de la linda novia cual una dádiva, digna de
agradecer, con agrado, sin por ello considerarla en relación alguna con
su propia persona, o tratar de malquistarla con su novio, con el que,
por lo demás, se hallaba en las mejores relaciones.
Pero ella, por el contrario, no parecía tomar así las cosas. Diríase
que acababa de despertar de un sueño. Aquella pugna con su joven
vecinito había sido su primera pasión, y aquella violenta lucha no era
otra cosa, en el fondo, tras aquella máscara de hostilidad, que una
vehemente, casi innata inclinación. Y en el recuerdo no se le
representaba tampoco a ella otra cosa sino haberle amado siempre.
Reíase de aquella hostil oposición con las armas en la mano;
acordábase de aquella gratísima sensación que hubo de experimentar
al desarmarla él; creía haber gozado la suma beatitud cuando él
maniatóla; y todo cuanto antaño maquinara con miras a su daño y
enojo imaginábasele ahora simplemente cual inocente medio de llamar
su atención y hacer que se fijase en ella. Maldecía aquella separación,
lamentaba el sueño en que estuvo sumida, renegaba de aquella
rampante, soñadora costumbre por culpa de la cual aceptara aquel
novio tan insignificante; en suma, que estaba cambiada, doblemente
cambiada, material y espiritualmente, según se quiera tomar la cosa.
CAPÍTULO XI
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NOTAS:
(1)
Literalmente Das-ihrige -beltragen.
(2)
Literalmente, das Seinnige tum.
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