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Un Imperio de mítico pasado: Los Incas

Por: Patricia Díaz Terés


“La fantasía no es otra cosa que un modo de memoria emancipado del orden del tiempo”.
Samuel Taylor Coleridge
Egipcios, aztecas, mongoles... Muchos han sido los pueblos que a través de los siglos han logrado
consolidarse en vastos y poderosos imperios; sin embargo de pocos de ellos se tiene tan ínfima información
sobre sus orígenes como del gran Tahuantinsuyo.
El Tahuantinsuyo –cuyo significado algunos autores lo establecen como “los estados unidos” o
bien “la unión de las cuatro regiones”, pero que para el investigador Francisco Morales de la Universidad de
Sevilla en realidad se refiere a los cuatro puntos cardinales- fue la región sudamericana dominada por los
organizados Incas, a la cual llegó Francisco Pizarro en 1531 y cuyo legendario tesoro fue buscado con
ahínco por muchos aventureros europeos.
Inexistentes como son los registros –escritos u orales- fidedignos sobre el surgimiento de tan
extraordinario pueblo, los mitos han tomado el lugar de la historia, en el afán de encontrar un punto de
partida para el que fuese uno de los más grandes imperios de la América Prehispánica.
De este modo, el cronista español Pedro Sarmiento de Gamboa, en el siglo XVI explicó cómo fue
Pacaritambo –ubicado a 25 kilómetros de Cuzco- fue el sitio elegido por el dios Viracocha para hacer salir
de una cueva a los hermanos Ayar -4 hermanos y 4 hermanas, casados entre sí-, surgiendo de grutas
aledañas los diez ayllus o clanes fundamentales de los incas.
Así, liderados por Manco Capac, estos personajes partieron en busca de un lugar apropiado para
establecerse, habiendo sido el jefe instruido para elegir como tal aquel suelo donde lograse hundir una barra
de oro que le había sido otorgada por su padre, el Sol.
Una segunda versión, recopilada por Garcilaso de la Vega, el Inca, indica que este pueblo
prehispánico surgió en realidad en la región del lago Titicaca, donde Inti, dios del Sol, encargara a los
hermanos –y cónyuges- Manco Capac y Mama Ocllo –nombre que también se encuentra con la ortografía
Ocyo- la misión de llevar la civilización a aquel conjunto de salvajes, que poco a poco se conformaría en
uno de los imperios mejor estructurados de la época precolombina.
Coincidiendo ambos pasajes en que la ubicación de Cuzco coincide con el emplazamiento donde
Manco Capac logró enterrar la vara sagrada –los vestigios arqueológicos indican que esto ocurrió entre el
año 1100 y 1350 d.C-, su propio nombre denomina al espacio como “ombligo” u “ombligo del mundo” en
lengua quechua, pudiéndose entonces establecer una capital para el naciente Tahuantinsuyo –que
también fuera conocido como Antiguo Perú, nombre que parece haber derivado de una provincia, Birú,
que se hallaba en los límites del istmo de Panamá-.
De esta forma, observamos cómo la leyenda de Manco Capac y Mama Ocllo sentó las bases para
el sistema de gobierno empleado por los incas durante cientos de años; de esta manera el máximo
gobernante era llamado Sapa Inca o Único Inca –cuyo emblema fue la Mascapaicha, una flecadura de
finos hilos color carmesí que colgaban, unidos con finos canutillos de oro, de una diadema trenzada
multicolor-, que era descendiente directo de Inti –a semejanza de los faraones egipcios en su situación
como hijos de Ra-, quien entre otras cosas debía casarse –con su hermana, con el objetivo de preservar la
nobleza de la sangre- para poder fungir como líder supremo, conociéndose a esta esposa principal como
Colla –cuya madre era la Luna (Quilla)-.
Teniendo un belicoso inicio, en sus primeros centenarios los incas sólo lograron un radio de
influencia de aproximadamente 40 kilómetros, modificándose esta situación con la llegada al trono de Cusi
Yupanqui, también conocido como Pachacuti, a quien se considera como verdadero forjador del Imperio
encontrado por los españoles en la primera mitad del siglo XVI, llegando en 1530 a abarcar una superficie
de cinco mil kilómetros que se encontraba limitada al norte por el río Patía y en el sur por el río Maule.
Muchos méritos tuvo así Pachacuti, siendo tal vez el más importante la derrota de los acérrimos
enemigos del Imperio de los Cuatro Rumbos del Mundo, los chancas; hecho que le valió al guerrero ser
coronado como rey de los incas en 1438.
La ayuda necesaria para las conquistas la consiguió de su hijo Tupac Inca Yupanqui, quien llegó al
reino de Quito y dominó todos los señoríos costeros hasta Pachacamac, cerca de la actual ciudad capital
peruana. Para lograr la unión de los distintos pueblos en un solo Tahuantinsuyu, los incas recurrieron al
establecimiento de un “doble gobierno”, en el cual se incluía tanto a los curacas –gobernante autóctono-
como a los tucuiricuc –designados por el Sapa Inca-; de igual manera, una vez constituido el señorío se
designaba un Inca Hanan y un Inca Urin, enfocándose el primero en el orden y las actividades bélicas;
mientras que el segundo velaba por la preservación del equilibrio entre los hombres y las divinidades.
Por otra parte, teniendo como base de su sociedad no a la familia sino al ayllu –una especie de clan
que iba agrandándose conforme se obtenía un mayor número de parentescos-; los incas se erigieron sobre
una severa estructura jerárquica, estableciéndose perfectamente los límites entre la nobleza y el pueblo. En
el caso de los campesinos, por ejemplo, se les prohibía cambiar de residencia o modificar el color de su
vestimenta, ya que con esto expresaban su posición y lugar de procedencia. Asimismo, el Sapa Inca se
apoyaba en las mitimaes, familias “nómadas” a quienes hacía migrar de un lado a otro conforme las
necesidades de la producción o la política –incluyéndose en esta última categoría la función de “incaizar” los
territorios conquistados-.
De igual modo, la estructura descrita se encontraba reforzada por los enlaces matrimoniales, los
cuales permitían a los ayllu –o al propio imperio dependiendo el caso- su expansión, ya que se contaba con
dos tipos de enlace: el normal en el cual se establecía una familia como tal; y el ritual, mismo que tenía
fines puramente políticos y no se exigía a los involucrados que sostuvieran relación alguna. Además, las
mujeres servían como enlaces en los nuevos territorios, ya que aquellas a quienes se enviaba –en
intercambio- a las tierras conquistadas, gozaban de una posición privilegiada en tanto su rol como garantía
de las alianzas.
Así observamos cómo los Incas, un Imperio que ha servido como ejemplo en la elaboración de
estadísticas –llevaban a cabo censos en los cuales registraban distintos aspectos de la población, a través
de quipus (cuerdas anudadas de distintos colores)- y cuyo sistema de gobierno fue tan eficiente como
ordenado; constituye a la vez una extraordinaria paradoja al no haber dejado registros sobre su propio
origen, aunque hay quien dice que los libros –presuntamente escritos en Quellca- que contienen esta
información permanecieron ocultos –y bien resguardados- en la ciudad de Paititi (también referida, aunque
no con demasiada exactitud, como El Dorado) –descubierta en 2002 por una expedición encabezada por el
periodista y explorador polaco-italiano Jacek Palkiewicz- acompañando al fantástico tesoro de los incas,
que durante siglos ha cautivado la imaginación de aventureros e historiadores.

FUENTES:
“Señores de los Andes”. Aut. Concepción Bravo Guerreira y “La Mujer”. Aut. Francisco Hernández Astete.
Aventuras de la Historia. No. 67. 1998
“Descubren la mítica ciudad de El Dorado”. Periódico La Nueva Provincia. Buenos Aires, Arg. Julio 2002.
“Incas: Los hijos del Sol”. Aut. Meritxell Tous Mata. Historia, National Geographic No. 47. Enero, 2008.
“Un Imperio en las alturas”. Aut. Rafael Bladé. Revista Historia y Vida No. 424.
“Quipus y Quellca”. Aut. Yuri Leveratto. http://www.yurileveratto.com/ 2009

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