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La Armada Cartaginesa

Rafael Rebolo Gómez


Ingeniero Aeronáutico. SENER. División Aeroespacial.
Profesor Asociado Departamento de Motopropulsión y Termofluidodinámica. Escuela Técnica
Superior de Ingenieros Aeronáuticos. Universidad Politécnica de Madrid.

Introducción
En octubre de 1944 en el golfo de Leyte se enfrentaron las flotas estadounidense y
japonesa, con 209 buques la primera y 67 la segunda, considerando en estas cantidades
desde destructores a portaviones; el número de combatientes en la batalla llegaba a
100.000. Tras el enfrentamiento se habían perdido 34 naves, la mayoría japonesas,
produciéndose unas 13.000 bajas. Esta batalla se considera como la mayor
confrontación naval de la historia.

En el año 256 a. C., en el sur de Sicilia, junto a cabo Écnomo, se enfrentaron las
armadas cartaginesa y romana. Entre las dos potencias sumaban 680 navíos del tipo
quinquerreme (330 romanos y 350 púnicos), el personal embarcado ascendía a unos
290.000. Tras la batalla, 24 buques romanos y más de 30 cartagineses habían resultado
hundidos, otros 64 fueron capturados por Roma. Es difícil precisar el número, pero con
casi toda seguridad alcanzó las 25.000 bajas.

Si hemos de creer a Polibio, fuente de los datos anteriores, Leyte queda empequeñecida
frente a la magnitud de Écnomo; sobre todo si se considera que las poblaciones que
respaldaban esas flotas eran al menos un orden de magnitud inferiores en la Primera
Guerra Púnica que en la Segunda Guerra Mundial. Posiblemente las cifras estén
hinchadas, pero estimaciones más realistas no afectan a la magnitud del enfrentamiento.

Las naves que tomaron parte en Écnomo eran galeras, la mayoría de cinco órdenes de
remos. Durante 30 siglos fueron las reinas del Mediterráneo. Las galeras de combate, en
especial las correspondientes a la antigüedad clásica, han atraído la atención de los
estudiosos a lo largo de los últimos siglos y en particular desde finales del siglo XIX.
Las opiniones sobre su morfología, prestaciones, operación, etc., han sido muchas veces
contradictorias, levantando encendidas polémicas que aparecen reflejadas, dentro de la
literatura técnica, en artículos, réplicas y contrarréplicas. Sin embargo, a partir de
mediados del siglo XX, parece que se perfila un cierto acuerdo tanto en la evolución de
las galeras como en sus actuaciones y operación, terminando este proceso de consenso
en los años ochenta con la reconstrucción, no exenta de críticas, de lo que se piensa
pudo ser una trirreme griega.

Este trabajo esboza lo que pudo ser la evolución de los buques de combate de remos,
intentando centrarse en las naves fenicias y en particular en las púnicas, aunque
inevitablemente las referencias a naves griegas sean continuas. Como referencia del
estudio se han usado los siguientes trabajos: “Greek and Roman Oared Warships” de J.
S. Morrison y J. F. Coates, “Ships and Seamanship in the Ancient World” de L. Casson,
“The Age of the Galley” (es una recopilación de diversos trabajos); por lo que no se
citarán en el texto, sobreentendiendo que la mayor parte de lo aquí mencionado está

1
tratado en ellas. Se citarán otros trabajos de menor entidad, aunque no menor
importancia, cuando así se requiera.

El primer uso de un buque como barco de guerra fue, probablemente, la utilización de


un mercante como transporte de tropas o para la práctica de la piratería y de incursiones
costeras. Con el paso del tiempo, estos barcos se equiparon para la defensa y el ataque,
poniendo en manos de los tripulantes armas y equipo de abordaje. Pronto quedó patente
la ventaja de poseer una velocidad y capacidad de maniobra superior a la de sus
oponentes, sobre todo en actividades relacionadas con la piratería, donde eran requisitos
imprescindibles tanto para dar caza a una presa, como para la huida.

Hace unos 5000 años ya existían barcos diseñados específicamente para la guerra. Sobre
el 2000 a. de C., en Creta, empezó a usarse un tipo de barco esbelto, con proa
puntiaguda, muy distinto del panzudo mercante. La propulsión era por remos y la
capacidad de navegación a vela limitada. A partir de esta galera ancestral, y durante dos
milenios, se produjo un desarrollo continuo de este tipo de nave, proporcionando a las
diversas potencias que florecieron durante ese periodo el dominio del Mediterráneo y el
control de las rutas comerciales.

Por su propia naturaleza y misión, apenas existen restos arqueológicos de barcos de


guerra de esta época. Su estructura de madera y el poco lastre usado (consecuencia de
los requisitos de maniobrabilidad y velocidad) dificultaban, tras una tormenta o
combate, el hundimiento de la galera. Incluso si ésta se hundía, la carencia de lastre y
carga impediría que se preservara el forro del casco y la estructura de la quilla, como ha
ocurrido en otros pecios de naves mercantes. Si valía la pena, los restos solían ser
recuperados y canibalizados por la flota vencedora; si no, se acababan dispersando y
degradando.

El conocimiento que se tiene de estas galeras proviene de dos tipos de fuentes: las
escritas tanto en relatos históricos como ficticios, y representaciones escultóricas e
iconográficas. Los registros escritos no suelen ser, por desgracia, manuales de diseño,
sino meras referencias a los barcos en las que no aparecen demasiados detalles ya que
éstos se dan por conocidos al ir dirigidas a un público familiarizado con los mismos. Por
otro lado, con el paso de los siglos y las sucesivas copias de las obras se han introducido
errores y variaciones que pueden velar el significado original, siendo difícil saber que
pretendía decir el autor. Las representaciones artísticas tampoco son demasiado
detalladas. Existen graffitis de la época, realizados posiblemente por marinos y
trabajadores portuarios, que si bien muestran una calidad artística baja, reflejan detalles
de los barcos. Otra fuente de información importante es el análisis de las
representaciones en monedas, que presentan el inconveniente del tamaño, y por tanto no
son capaces de proporcionar demasiados detalles, recurriendo a convencionalismos
artísticos en las representaciones.

Del estudio de los restos de astilleros y fondeaderos de galeras se obtienen datos


adicionales como las dimensiones de los barcos que en ellos se construían o protegían.

Como consecuencia de la escasez de restos y de la inevitable subjetividad que existe en


la lectura de las fuentes, muchos de los temas tratados están basados en conjeturas e
interpretaciones que son discutibles y que, ante cualquier nuevo descubrimiento, pueden
demostrarse erróneas. En cualquier caso, se intentará a continuación presentar los

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puntos de vista más aceptados en la actualidad, teniendo en cuenta que no existe total
unanimidad entre los estudiosos, no dejando de ser muchas de las interpretaciones,
aunque ingeniosas y coherentes, meras especulaciones.

Generalidades de las naves propulsadas a remos


Condicionantes físicos y operacionales

En forma parecida a la evolución biológica, el medio físico (superficie del mar) y el


cumplimiento de unos requisitos (velocidad, maniobrabilidad, etc.) condiciona el
número de soluciones tecnológicas que pueden adoptarse en un cierto problema. No es
de extrañar por ello que exista una convergencia evolutiva en estas naves entre diversas
civilizaciones. Por otro lado, teniendo en cuenta que el barco, por definición, es móvil y
su fin es el viajar, se entiende que además de vehículo de personas sirva de vehículo de
ideas, y en particular que favorezca la difusión de mejoras técnicas entre diversas
culturas.

Incrementar la velocidad de la nave implica o bien aumentar la propulsión o bien


reducir la resistencia de avance del barco. En forma sencilla, la resistencia de un objeto
moviéndose en la superficie de un líquido (sea un pato o un portaaviones) es debida a
tres efectos: fricción del agua con el casco, distribución de presiones sobre el casco
debida al movimiento del fluido y resistencia debida a la formación de olas. Las dos
primeras componentes de la resistencia son proporcionales al cuadrado de la velocidad
de avance, y al área mojada la primera y a la sección frontal máxima sumergida la
segunda. El tercer efecto corresponde a la energía usada en la formación de olas, y
varía, por un lado, como la velocidad de avance elevada a un exponente superior a dos y
por otro como la raíz de la inversa de la longitud del vehículo. Por tanto, la forma de
disminuir la resistencia pasa por definir el casco como un cuerpo esbelto (relación
eslora/manga alta) y de poco calado; el ejemplo más típico es la piragua de competición.

La posibilidad de moverse libremente, sin depender del viento, obliga a que la nave sea
autopropulsada. Los únicos motores y sistemas de propulsión disponibles en la época
eran hombres y remos respectivamente. Pero el uso de remos limita la velocidad
máxima de la nave. Para que la pala ejerza una fuerza propulsora ha de tener una
velocidad mayor que la de avance del barco; en caso contrario frenaría la galera. La
velocidad de la pala es proporcional a la longitud y a la frecuencia de boga, viniendo
ambos factores limitados por la capacidad del remero. Se calcula que este límite se
encuentra en torno a 11 nudos.

La capacidad de maniobra se mejora con una masa y eslora lo más pequeñas posibles,
compatibles con un cierto nivel de potencia embarcado (léase número de remeros). De
esta manera se consiguen mayores aceleraciones y menores radios de giro.

La estabilidad del barco precisa que el centro de gravedad del mismo se encuentre lo
más bajo posible. Una forma de bajarlo es lastrando la nave, a costa de aumentar el
desplazamiento y por tanto, perjudicando las prestaciones. Teniendo en cuenta que la
tripulación representa al menos el 30% del peso de la nave puesta en servicio, una
opción es acomodarla lo más bajo posible, en especial a los remeros. Esta posición

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presenta la ventaja adicional de disminuir el ángulo entre la pala y la superficie del
agua, permitiendo una boga cómoda y eficiente con mar en calma.

Si bien la galera se encuentra optimizada para su misión (velocidad y capacidad de


maniobra), esta especialización supone desventajas en otros aspectos. Una manga
estrecha reduce la capacidad de carga del navío, así como el acomodo de la tripulación,
limitando por tanto su autonomía (incomodidad y falta de vituallas) y condicionando su
operación (frecuente reaprovisionamiento). También dificulta la instalación de aparejos
y por tanto el uso de velas; a la vez que compromete la estabilidad. El bajo nivel de la
cubierta respecto al mar y la presencia de las portas de los remos dificulta tanto la
navegación a vela como la capacidad de hacer frente a una tormenta sin embarcar agua.
Y la anterior ventaja de boga eficiente y cómoda con mar en calma se convierte en un
inconveniente con oleaje, llegando a impedir el uso de los mismos.

Arquitectura del barco

El barco tenía que ser ligero. Originariamente, el casco de las naves más antiguas se
encontraba compuesto por tablazón unida por medio de cuerdas. Este tipo de estructura
evolucionó hasta el que fue el estándar durante el resto de la época. A diferencia de los
métodos actuales, donde se coloca primero el esqueleto del buque (quilla y cuadernas) y
posteriormente se forra para formar el casco, antiguamente se construía primero el forro,
apoyándose sobre un andamiaje externo que daba la forma. Una vez realizado el casco,
se reforzaba por medio de costillas internas unidas al forro con clavos metálicos; éstos
se introducían desde el exterior del caso y se fijaban doblando a 90 grados la parte que
sobresalía de las costillas. Los tablones del casco se unían canto con canto por medio de
espigas o mechas de madera perfectamente ajustadas a ranuras talladas en los mismos
cada pocos centímetros. La sujeción de estas espigas se conseguía por medio de resinas
resistentes al agua y unas chavetas que atravesaban tablero y mecha. Posiblemente
usaban algún tipo de tapajuntas y calafateado para impermeabilizar el barco (Figura 1).

Figura 1.- Método de construcción. A diferencia del actual, el casco era lo primero
en fabricarse, reforzándose posteriormente con costillas internas. (ilustración de
La Aventura de la Historia, nº 27-29)

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Los únicos restos existentes de un barco militar de esta época corresponden al pecio
hallado en Marsala en la década de los 70 del siglo pasado. Aunque equipado con
espolón, por su tamaño, número de remeros y disposición debió ser más un buque
auxiliar para acompañar la armada. A partir de los restos, se ha visto que las piezas de
madera se encuentran identificadas para permitir su ensamblaje en lo que sería algo
parecido a un proceso de construcción en serie. Este hecho se considera como
justificación de la creación de la primera flota romana de 100 quinquerremes en tan sólo
dos meses, utilizando como modelo un buque cartaginés capturado.

La estructura resultante era tan ligera, que podía ser puesta en tierra a diario por su
propia tripulación, incluso en los barcos más grandes. Tampoco fue inusual el transporte
de los mismos por tierra sobre rodillos, e incluso a grandes distancias partidos en
secciones.

Sin embargo, en particular en los barcos más ligeros, bajo el punto de vista de
resistencia estructural existía el riesgo de partirse por el centro de la eslora. Uno de los
casos críticos de carga de un barco, antes y ahora, aparece cuando es atravesado por una
ola de longitud de onda igual a la eslora. En esta situación se definen dos casos:
quebranto y arrufo. En el primero, la cresta de la ola se encuentra en el centro del barco
y tanto la proa como la popa quedan en un cierto voladizo que somete a la estructura del
barco a esfuerzos máximos en el centro (tensión en la zona superior y compresión en la
quilla). En el segundo caso, el seno de la ola coincide con el centro del barco y los
extremos, proa y popa, se encuentran sobre las crestas (Figura 2a y b). Un símil del
estado de carga y deformaciones del barco sería, para el quebranto, la barra de un
funambulista sujeta por el centro y libre en los extremos; y la barra de unas paralelas
con el atleta colgado para el arrufo. Estas condiciones limitan la eslora máxima
admisible para el barco para una manga determinada, un cierto material y una cierta
tecnología; a no ser que se aumenten los espesores de la cubierta y del forro del barco,
con el consiguiente aumento del desplazamiento.

Figura 2a- Resistencia longitudinal del buque. (ilustración de La Aventura de la


Historia, nº 27-29)

Para solventar en parte este efecto se usó, al menos en las galeras griegas, el dispositivo
denominado hypozomata (Brewster, 1923; Gordon,1978; Landels, 1997). Existen dos
interpretaciones de este artilugio, aunque la idea en ambos es la misma: un cabo que
recorre el buque de proa a popa y con capacidad de ser tensado. En la primera
interpretación, el cabo se encontraba firmemente fijado a proa y popa y recorría el barco
internamente. En la segunda, era una soga que abrazaba el casco, por el exterior a la
altura de la regala, de proa a popa. Su misión era crear una compresión previa sobre la
estructura del casco, con objeto de compensar en parte las tracciones que aparecían

5
durante la navegación (algo parecido al uso de redondos metálicos traccionados en el
hormigón pretensado). La segunda interpretación, para un barco de combate no parece
demasiado factible, pues sería vulnerable durante un ataque al poder ser cortado por el
enemigo.

Figura 2b- Resistencia longitudinal del buque. (ilustración de La Aventura de la


Historia, nº 27-29)

Según parece los trirremes griegas no se hacían a la mar si no llevaban colocado este
dispositivo, labor para la que eran necesarios unos 50 hombres. Semejante a cegar o
inutilizar las recámaras de los cañones cuando se desea inutilizar un arma actual, en las
galeras se procedía a retirar el hypozomata.

Un dispositivo que cumplía una función semejante ya se usaba en los barcos egipcios en
el 2500 a.C., con la diferencia de que el tirante unía proa con popa pasando por una
serie de apoyos intermedios, tal como se observa en diversos bajorrelieves, en particular
en los de la expedición al país de Punt en el templo de Hatshepsut (figura 3).

Figura 3.- Buque egipcio mostrando el dispositivo para evitar el quebranto: un


grueso cabo uniendo popa con proa y soportado por puntales.

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Evolución de la galera en los tiempos antiguos

La Pentecóntera

En el siglo XII a. C. ya se encontraban claramente diferenciados los buques mercantes


de los militares; manteniéndose la diferencia básica entre ellos hasta finales de la Edad
Media. El mercante estaba optimizado para transportar la mayor carga posible al menor
costo y con la mayor seguridad. Por tanto debía tener un volumen grande de bodega, ser
marinero y poseer una tripulación pequeña para recortar costes de personal. La
velocidad y maniobrabilidad eran secundarias, y la propulsión era con velas, usando
solo el remo en circunstancias especiales. Este tipo de barco es el que se suele
denominar nave redonda frente al barco de línea, ya comentado anteriormente, que se
denomina nave larga. Una definición más técnica aunque equivalente al simple aspecto,
es considerar la esbeltez del buque, entendiendo por tal el cociente entre la eslora y la
manga. Valores inferiores a 5 identifican a los barcos redondos, mientras que los largos
presentan cocientes superiores a 7. Como excepción, en el caso de cargamentos muy
valiosos, y generalmente de poco volumen (metales preciosos, artículos de lujo, etc.) o
cuando se transitaban aguas potencialmente peligrosas si podía estar justificado el uso
de galeras.

Al principio, en la guerra, el principal uso de las galeras era el transporte de tropas, que
a su vez eran los remeros, tal como describe Homero al relatar la llegada de las tropas
aqueas a las playas de Troya (los escritos homéricos, unos cuatro siglos posteriores a los
hechos narrados, sí parecen describir naves y técnicas arcaicas):

“... los acaudilló y condujo en siete naves el excelentísimo arquero Filoctetes. Y en


cada nave iban cincuenta remeros que a la vez eran tiradores diestros y valerosos.”

Los navíos se reconocían por el número de remos, coincidente con el de remeros: 20, 30
o 50 eran los tipos más habituales. En particular, la de 50 remeros (25 por costado) fue
una nave de gran éxito; denominada pentecóntera, puede considerarse como antecesora
del resto de galeras clásicas. Se cree que existió tanto en configuración mono- como
dikrotos (uno o dos órdenes de remos respectivamente). La versión monokrotos,
suponiendo un espaciado de interscalmium (distancia entre remeros de una misma fila)
de unos 0,9 metros, debía medir unos 31 metros de eslora y 3 de manga. Era de casco
abierto, con una cubierta elevada a lo largo de su zona central. Poseía un mástil abatible
que se usaba, aparejado con una vela cuadrada, para la navegación de crucero. En caso
de combate, el mástil se desmontaba y se dejaba en la orilla.

La popa era alta y curvada hacia delante. De esta forma se facilitaba la maniobra de
varar el barco, con la proa hacia el mar, durante la noche; a la vez que proporcionaba
mayor protección al recibir las olas por popa durante la navegación. En muchas
representaciones se observa una escalera o rampa usada para el desembarco, atada en la
zona de popa. Los timones se encontraban sobre los laterales hacia popa. Consistían en
una pala de mayor tamaño que los remos, colocada a unos 45º respecto a la superficie
del mar y con capacidad de rotar en torno a su eje. El sistema de sujeción debía permitir
izar hasta la horizontal o desmontar fácilmente el timón durante el atraque.

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En algún momento entre el 1200 a. de C. y el siglo IX/VIII se produce la invención del
espolón, convirtiendo a la galera en una arma en sí. En buques anteriores a este periodo,
se observa en ocasiones la presencia de una proyección en la proa (figura 4).
¿Corresponde a un espolón?. Seguramente, no. Para que una nave con espolón resulte
efectiva, ésta ha de tener un tamaño mínimo y un cierto número de remeros; por otro
lado, el espolón ha de presentar las siguientes características (Cohen, 1938):

1. El espolón ha de estar situado en la línea de flotación.


2. Se ha de proyectar hacia delante una distancia considerable con objeto de
proteger al barco durante el impacto.
3. La proa del barco ha de ser de construcción maciza con objeto de absorber la
energía del impacto.
4. El espolón ha de ser o presentar un recubrimiento metálico que le proteja.
5. El espolón debe ser una pieza separada de la estructura de la nave, de forma que
en caso de daño se separe del barco, rompiendo por la unión con el mismo (un
fusible mecánico) y protegiendo la integridad del casco.

Figura 4.- Embarcación minóica. La protuberancia recuadrada a proa, ¿espolón o


elemento estructural?

La primera característica, ha sido puesta en duda (Raban, 1984; MacIntosh, 2001) pues
aunque las evidencias muestran que esa colocación sí era la norma en el mundo clásico,
originariamente, con buques de poco calado, un espolón a la altura de la línea de
flotación podría deslizar por debajo de la quilla del barco atacado sin dañarle. En el caso
de piratería, podría ser más importante inutilizar al barco contrario sin hundirlo, para lo
que sería más ventajoso un espolón por encima del nivel del mar (Figura 5).

Figura 5.- Vaso etrusco. Nave griega a la izquierda y etrusca a la derecha. La proa
del buque etrusco, ¿es algún tipo de espolón?

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En cualquier caso, como ya se ha dicho, la aparición del espolón convirtió al barco en
un arma, cambiando las tácticas de combate utilizadas hasta ese momento (abordaje y
cuerpo a cuerpo). Se desconoce como surgió el espolón, pudiéndose aventurar algunas
hipótesis:

1. Un puesto de pesca (figura 6)


2. Un excusado (figura 6)
3. Una tabla de piratas (figura 7)
4. Un detalle constructivo/estructural
5. Un tajamar
6. Un bulbo para disminuir la resistencia de avance del barco
7. Un adorno

Algunas de las interpretaciones se pueden descartar sin mucho riesgo de equivocarse: 1


a 3 son realmente explícitas en la iconografía, pero jocosas; y la 6, aunque teóricamente
puede tener un efecto beneficioso, el autor no cree que éste pueda cuantificarse ni que a
las velocidades de crucero normales tuviera efecto alguno.

Figura 6.- Placa de marfil procedente de Esparta.

Figura 7.- Jarra ática. 510 a. de C.

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Una posible explicación podría ser la 4, una solución estructural para formar la unión
entre quilla y proa (5 y 7 podrían ser consecuencia de 4), que en algún momento como
consecuencia de un accidente fortuito como el embestir una nave menor, proporcionara
la idea de convertirlo en un espolón.

Una vez ideado el espolón, era deseable una nave más robusta, manejable y de menor
eslora. Este último requisito disminuía el tamaño del blanco a costa de perder algo en
prestaciones. Esto se consigue mediante la colocación de los remeros en dos niveles en
algún momento del VIII a. de C.

Esta configuración dikrotos, que usando terminología latina sería una birreme (diere en
la griega), pudo ser un desarrollo fenicio. Originariamente se mantuvo un nivel de
remeros sobre la regala, situando a los nuevos por encima, sobre la cubierta. A finales
del siglo, los ingenieros navales habían mejorado considerablemente el diseño:
manteniendo los dos órdenes, el original continuó en la regala (zygitai), situando el
segundo por debajo (thalamitai), en portas abiertas en el casco (así se bajaba el centro
de gravedad y la posición del remo, próxima a la horizontal, era más efectiva). (Figura
8). La eslora de la nave se redujo en un 25 %, disminuyéndose la superficie mojada casi
en la misma proporción, mientras que la potencia embarcada se mantuvo constante. El
resultado fue un aumento de la maniobrabilidad y de la capacidad de aceleración. En
velocidad la mejora no fue significativa, pues la reducción del término de fricción,
debido al acortamiento de la eslora, se vio contrarrestada por el aumento de la
resistencia de ola al disminuir la esbeltez del buque y aumentar su calado. En el lado
negativo, las portas de los remos inferiores se encontraron muy próximas al agua, entre
40 y 50 cm, por lo que fue necesario sellarlas con un recubrimiento flexible de cuero
(askoma), que se unía al remo por un lado y tapaba la porta por el otro.

Figura 8.- Distribución de los remeros en un birreme


(ilustración de La Aventura de la Historia, nº 27-29

Un ejemplo de este navío (Basch, 1969) es el que aparece reflejado en los bajorrelieves
de Sennaquerib (704-681 A. de C.). En dichos relieves se observan galeras de dos

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órdenes de remos, con y sin espolón (figuras 9 y 10). El episodio reflejado en el relieve
corresponde a la huída del rey Luli de Tiro. Dichas galeras presentan una serie de
elementos que se van a repetir en las naves fenicias:

• La fila de escudos
• La cubierta superior, montada sobre puntales
• Casco más ancho (comparado con las griegas) curvado en los extremos
• Ausencia de cintas (refuerzos longitudinales) en el casco
• Espolón largo y puntiagudo, recubierto de metal (ver en las figuras
mencionadas)
• Laterales abiertos

...y que permiten distinguirlas de las griegas que presentan las siguientes características:

• En el periodo geométrico, el espolón es puntiagudo, convirtiéndose en el siglo


VI en un recubrimiento metálico con forma de cabeza de jabalí. El primer tipo
de espolón, no muy distinto del fenicio, podía fácilmente penetrar el casco
enemigo y quedar encajado, situación nada deseable para el buque atacante, al
ser vulnerable a cualquier ataque enemigo. Sin embargo un espolón romo,
disminuía el riesgo de empotrarse, causando a cambio el efecto de aflojar las
juntas en una zona más amplia.
• El casco, más estrecho que en las fenicias, se encuentra reforzado con cintas
longitudinales que mueren en proa en el espolón y en popa se curvan hacia
arriba formando el aphlaston.
• Raramente presentan filas de escudos.

Este navío, y sus hermanos menores como la triacóntera de 30 remos, permaneció en


servicio durante todo el periodo sin muchas variaciones como navío auxiliar.

En relación con las figuras 9 y 10, existe otra interpretación del barco con espolón. En
ella se puede identificar como un trirreme. El bajorrelieve muestra claramente dos
niveles de remeros, pero queda un espacio enrejado, muy similar al mostrado en la
figura 11. Teniendo en cuenta que las naves estaban realizando una evacuación, en una
distancia de unas pocas decenas de kilómetros y sin ser acosados por la flota enemiga,
¿no podría ser un trirreme con el nivel superior de remeros sin ocupar?

a b
Figura 10.- Embarcación fenicia alrededor del 700 a. de C. Detalle del
recubrimiento del espolón.

11
Figura 9.- Embarcaciones fenicias alrededor del 700 a. de C.

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El Trirreme

El siguiente paso, a finales del VIII o principios del siglo VII a. de C., fue la
incorporación de un nuevo orden de remos, apareciendo así el trirreme (o triere en
griego). Tanto fenicios como griegos podrían tener sus razones para desear incrementar
la potencia de sus barcos. Parece que fueron los primeros los que incorporaron un nivel
adicional de remeros (thranitai) en sus barcos, creando el trirreme. Las naves de guerra
griegas, desarrolladas desde su origen para uso militar, a diferencia de las fenicias que
seguían poseyendo una cierta capacidad de carga, tenían mayor dificultad en instalar un
nuevo orden de remos como consecuencia de su menor manga. Si esta nueva hilera de
remos se colocaba directamente por encima de las dos anteriores, era necesario usar
palas de mayor longitud y con un ángulo elevado respecto a la superficie, obligando a
un mayor esfuerzo y una remada forzada por parte del remero, con problemas de
sincronización causados por los diferentes periodos naturales de los remos.

Figura 11.- Nave birreme a dos niveles.


Periodo geométrico (730-700 a. de C.)

En los buques griegos se resolvió este problema mediante la construcción de un postizo


externo al casco (parexeiresia), que situaba al nuevo remero ligeramente por encima y
hacia fuera de los originales, sin necesidad de aumentar la manga real. De esta manera
se pudieron usar remos de igual longitud, independientemente de la altura; además de
no elevar demasiado el centro de gravedad (figura 12).

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Figura 12.- Posible distribución de los tres órdenes de remeros en un trirreme
fenicio y otro griego (basado en J. Coates, ilustración de La Aventura de la
Historia Nº.-27 a 29)

Trirremes griegas

Un trirreme iba propulsado por 170 remeros. Además, el personal embarcado se


complementaba con timoneles, marinos y oficiales bajo las órdenes del trierarco o
capitán. En total la tripulación estaba formada por unos 200 hombres. La eslora y manga
del barco en la línea de flotación aumentó hasta unos 35 y 3,6 metros (debido al uso de
la parexeiresia, la manga no era muy distinta de la pentecóntera). El desplazamiento se
elevó hasta unas 45 toneladas en servicio.

El espolón se transformó en un ariete, con tres dientes, de madera recubierta de bronce,


cuya finalidad era el embestir al navío enemigo para abrirle una vía de agua o romper
los remos de uno de los laterales dejando el barco ingobernable. Con objeto de proteger
la integridad de la postiza durante un ataque, ésta se reforzó en su parte frontal (epotis).
El casco se encontraba recorrido por un cierto número de cintas longitudinales que
terminando en el espolón permitían aguantar los esfuerzos originados durante la
embestida. Respecto a la cubierta, en un principio se mantuvo el estilo de las birremes:
una cubierta central elevada. Al cobrar importancia el abordaje, se fue aumentando su
superficie con objeto de acomodar mayor número de soldados, llegándose a la
configuración de dos cubiertas elevadas, por encima de las posiciones de los thranitai,
con un pasillo central más bajo. En las últimas versiones se convirtió en una
construcción catafracta, con una cubierta que abarcaba todo el ancho del casco. Los
laterales de las postizas se cubrían con piezas de cuero para proteger a los remeros de
los proyectiles enemigos. Posteriormente se usaron rejillas que, además de protección,
permitían una cierta ventilación, necesaria para el trabajo de los remeros.

Trirremes fenicias

Los fenicios, de gran tradición marinera y con galeras de manga superior a las griegas,
en vez de instalar una parexeiresia, incrementaron la altura del barco. Los thalamitai y
zygitai seguían pivotando sus remos a través de portas en el casco y sobre la regala; los
thranitai los articulaban sobre una baranda directamente situada sobre la regala. Por
encima de ellos se encontraba la cubierta, que se extendía a todo lo ancho de la nave. El
número de remeros y su distribución era similar al de las naves griegas, no existiendo

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diferencias entre sus esloras. La forma de la proa difería, manteniendo las naves fenicias
el espolón largo y afilado típico de las naves de Luli. El mayor tamaño del espolón
permitía absorber parte de la energía del impacto, no requiriendo de las gruesas cintas
características de las naves helénicas.

Los laterales del casco en la zona de remado parecen estar abiertos, en forma semejante
la las naves del rey Luli (Figura 13). Este espacio abierto podría tener como objeto la
ventilación/refrigeración de la planta propulsora, recubriéndose con cueros durante el
combate para ofrecer cierta protección a los remeros ante armas arrojadizas, en forma
semejante a como los griegos cubrían su postiza. Bajo el punto de vista de la integridad
estructural del barco, la existencia de aperturas debió ser contrarrestada con refuerzos en
baos y posiblemente el uso de una cubierta, convirtiendo la nave en catafracta. La
existencia de cubierta permitía la presencia de mayor número de marines que en sus
homónimas griegas, tal como atestiguan los textos.

Figura 13.-Reaparición del modelo fenicio. A) Arados (350 – 323). B) Biblos (sº IV).
C) Amato (340-330).
(Morrison, 1996)

La iconografía muestra unos cuernos a proa (figura 14) de difícil interpretación. Es


sugestiva la posible utilización de dichos cuernos (figura 15) como un bauprés para
permitir el uso de aparejos no cuadrados, mejorando las cualidades de navegación a vela
(Basch, 1969).

a b
Figura 14.- Sidón, finales del V a. de C. (Basch, 1969)

15
a b
Figura 15.- Sellos de arcilla encontrados en Persépolis. El cuerno de la proa parece
cumplir alguna función en el aparejo.

La configuración de galera descrita se mantuvo hasta mediados del siglo IV, donde el
buque fenicio se heleniza y toma un aspecto más parecido al de los buques corintios. El
espolón se acorta, adoptándose el tridentado, y aparecen cintas de refuerzo. Para evitar
daños propios en la proa, en la colisión durante un ataque, se incorpora el proembolon,
un pequeño espolón a media altura en la proa. Los cuernos desaparecen y el estolos se
curva hacia detrás, a diferencia de los griegos con forma de S y más esbeltos.
Desaparecen los laterales abiertos, no se observa la existencia de postiza y se mantienen
los escudos sobre las amuras (Figura 16). Durante la helenización de la galera fenicia se
adopta la vela cuadrada (si es que no se usaba ya), y si es cierto que se llegaron a usar
protovelas latinas, estas quedarían relegadas a navíos de menor entidad (por ejemplo
pesqueros), no siendo por tanto representadas en la iconografía.

1 2 3
Figura 16.-a, b y c: Monedas corintias, segunda mitad del siglo IV a. de C.
1 y 2. Arados alrededor del 330 a. de C.:
3: Arados alrededor del 240 a. de C.

16
El Cuatrirreme, el Quinquerreme y otros ‘remes’.

En el año 401 a.C., Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, con objeto de reforzar su
posición frente a los cartagineses, inició una carrera armamentística con la creación de
un centro de I+D en tecnología militar. Para ello, atrajo a gran número de ingenieros y
trabajadores especializados de los territorios bajo su influencia, e incluso de zonas
enemigas, ofreciendo muy buenas condiciones económicas. Los resultados no se
hicieron esperar: la catapulta y el quinquerreme (pentere).

Partiendo del trirreme, las posibles formas de incrementar su potencia eran:

• aumentar el número de órdenes de remos


• aumentar el número de remos por hilera
• aumentar el número de remeros por remo

La primera solución era inviable, ya que se requerirían remos muy largos y que
formarían un ángulo grande con la superficie del agua, haciendo difícil su manejo (no
hay constancia registrada de ningún buque de más de tres niveles de remos).

El aumento del número de remos por orden, implicaba un aumento de la eslora del
barco. Disminuyendo la capacidad de maniobra y el margen de resistencia estructural.

La solución adoptada fue el colocar dos remeros por pala. Una ventaja de esta
configuración es que parte de la tripulación no necesitaba ser experta, bastando un
remero experimentado por remo, y aportando el otro sólo fuerza bruta. En el lado
negativo, la potencia en el remo no se llega a duplicar (figura 17).

Figura 17.- Quinquerreme fenicia (basada en una reconstrucción de J. Coates;


ilustración de La Aventura de la Historia)

Este nuevo navío fue adoptado por los cartagineses. Posteriormente, durante la Primera
Guerra Púnica, un quinquerreme o ‘cinco’ cartaginés varó en costas romanas, siendo
capturado y copiado por éstos. Roma, con su capacidad de organización, fue capaz de
crear, mediante el uso de piezas prefabricadas, una flota de un centenar de

17
quinquerremes en dos meses. Las naves romanas diferían ligeramente de las
cartaginesas. A causa de la inexperiencia de los romanos en la construcción de barcos
(aunque usaron expertos de las ciudades griegas bajo su influencia) y por la premura
con que armó la flota (que no permitió utilizar las maderas en las condiciones
adecuadas), los ‘cincos’ romanos resultaron más pesados y con menor capacidad de
maniobra.

Las representaciones de barcos fenicios correspondientes a este periodo muestran naves


de tres órdenes de remos. Podrían ser trirremes, pero teniendo en cuenta que de acuerdo
con los textos el barco por excelencia era el quinquerreme, lo más probable es que las
representaciones correspondan a éste.

En su morfología, se mantiene el modelo helénico (espolón dentado corto y estolos),


pero se vuelve a la configuración original fenicia de laterales abiertos, posiblemente
para garantizar la mayor necesidad de ventilación de estos barcos por el elevado número
de remeros utilizados.

El barco de construcción catafracta, poseía 90 remos por amura. La tripulación constaba


de 300 remeros y entre 70 y 120 soldados. La eslora del barco aumentó hasta los 40
metros, su manga a unos 5 y el desplazamiento superó las 100 toneladas.

Por la misma época de los enfrentamientos con Siracusa para el control de Sicilia,
Cartago llegó a idéntica solución para aumentar la potencia de sus barcos y la aplicó al
birreme, dando lugar al cuatrirreme o tetrere (figura 18).

Figura 18.- Cuatrirreme fenicia (basada en una reconstrucción de J. Coates,


ilustración de La Aventura de la Historia)

En los siglos posteriores, debido al cambio de las tácticas de combate, tanto éste como
el quinquerreme fueron cobrando importancia frente al trirreme. Comparando con esta
última, el mayor tamaño de los nuevos tipos de galeras supuso una mayor resistencia al
estado del mar, el acomodo de mayor número de soldados, un aumento de la artillería y
una mejor protección ‘antimisil’ para los remeros. En el lado negativo, disminuyó su
velocidad y capacidad de maniobra.

18
Posiblemente, al final de su gobierno, Dionisio introdujo otra nueva innovación, el uso
de dos remeros en el orden inferior de un quinquerreme, dando origen al hexarreme o
‘seis’. Los diversos estados aparecidos a la muerte de Alejandro Magno, tras la
desintegración de su imperio, se contagiaron de una fiebre constructiva de galeras cada
vez mayores. Manteniendo una configuración di- o trikrotos, aparecieron los
denominados ‘sietes’, ‘ochos’, ‘nueves’ y así hasta los ‘cuarentas’. El número de
remeros por interscalmium llegó a ser 20 en los grandes polirremes.

Estos colosos no tuvieron especial relevancia histórica y no pasan de ser una mera
anécdota. Tan solo los de categorías entre ‘seis’ y ‘diez’ fueron usados con cierta
eficacia Estas supergaleras no fueron adoptadas ni por los Cartagineses ni romanos,
siendo su caballo de batalla el quinquerreme, y solo como buques insignias se usaron
naves mayores (generalmente hexarremes en el caso romano y un heptarreme, capturado
a Pirro, en el cartaginés). El peso de la flota siguió recayendo en los barcos de menor
tonelaje.

Con el tiempo, el tipo de construcción de barcos, hasta ahora de tradición helénica, fue
variando. Se abandonó la postiza (epotis y parexeiresia) como punto de apoyo de los
remos. Las configuraciones se limitaron al tipo mono y dikrotos, independientemente
del número de remeros (que ya no se encontraban siempre en posición sentada) por
interscalmium, situándose los toletes en portas en los costados del casco. La
simplificación del sistema de remado supuso una reducción en la complejidad de la
superestructura necesaria para el acomodo de los remeros, permitiendo la instalación de
castillos sobre la cubierta y favoreciendo de nuevo las tácticas de abordaje frente a las
de ataque con espolón.

Las figuras 19 y 20 muestran correlaciones para la estimación del desplazamiento en


vacío y en operación de las galeras.

Eslora en la
línea de Manga, b Peso
Tripulación Remeros
flotación, L (m) (toneladas)
(m)
Pentecóntera
32 3,2 22 60 50
monocrota
Pentecóntera
22 3,2 16 60 50
dicrota
Trirreme 36 3,6 46 200 170
Cuadrirreme 35 5 77 260 180
Quinquerreme 42 5 110 400 300
Seis 42 5,6 130 460 360
Hemiolia 21 2,7 15 65 50
Trihemiolia 31 4 43 150 120
Liburnia 17 3 15 60 50

Dimensiones principales, pesos estimados en servicio y tripulación (diversas


fuentes)

19
Figura 19.- Estimación del desplazamiento en vacío de diversas galeras clásicas. L
y b son la eslora y manga en la línea de flotación respectivamente.

Figura 20.- Estimación del desplazamiento en operación de diversas galeras


clásicas

20
Operación de la Flota

Tamaño y composición

El tamaño de la Armada Púnica sólo puede ser inferido a partir de datos aislados. Los
tipos de navíos que formaron el núcleo de la flota a lo largo de la historia de Cartago
estarían de acuerdo con la evolución de las galeras:

− Pentecóntera (monorreme/birreme) desde su fundación al VI a. de .C.


− Trirreme desde el VII al IV a. de C.
− Quinquerreme del IV al II a. de C.

Por supuesto que en cualquier momento posterior seguían en activo navíos anteriores en
misiones de exploración, transporte rápidos, mensajeros y en general labores auxiliares.
Al igual que la incorporación de los nuevos tipos se produciría paulatinamente, hasta
llegar a ser el buque predominante.

A modo de ejemplo se puede citar la composición de una de las flotas armadas durante
la Segunda Guerra Púnica. El buque por excelencia era el quinquerreme, y este nombre
se usaba como sinónimo de barco de guerra cuando se habla en las fuentes del tamaño
de las escuadras. En 219 a. de C. un escuadrón, formado por 57 barcos estaba
compuesto de 50 quinquerremes, 2 cuatrirremes y 5 trirremes. Es decir, el 88 % de la
flota eran buques de línea, siendo el resto navíos auxiliares.

La gráfica presentada en la figura 21 muestra el posible tamaño de la marina


cartaginesa, en número de barcos de combate, desde la fundación de Cartago hasta su
desaparición como potencia marítima (Huss,1993; Tarn,1907;Fournie, 2000). Los
puntos corresponden a las diversas fuentes, mientras que las líneas representan una
estimación del mínimo y máximo número de buques operativos en cada año. Durante el
periodo inicial, el tamaño de la flota no debió diferir demasiado del típico de cualquier
ciudad fenicia, unos 40 a 60 pentecónteras (Walliga, 1995); número suficiente para
mantener el control en su zona de influencia. Esta cantidad coincide con los 60 navío
armados para su enfrentamiento con los focenses de Alalia en el mar de Cerdeña en 540
a. de C. Al ir perdiéndose la dependencia de Tiro y consolidando Cartago su
talasocracia en el Mediterráneo occidental, el número de navíos necesarios para efectuar
el control debió de ir incrementándose. Este aumento del número de unidades llegó a su
máximo cuando aparecieron nuevas potencias navales en el escenario occidental,
primero las colonias griegas y luego Roma. Los datos parecen indicar que el tamaño
medio de la flota era de unas 150 unidades, llegándose a equipar en casos de extrema
necesidad hasta 200 barcos de combate (el puerto de Cartago, llegó a tener capacidad
para algo más de 200 barcos).

21
Figura 21.- Estimación del tamaño de la armada cartaginesa

La figura 22 muestra en detalle el periodo correspondiente a las guerras púnicas.


Simultáneamente se han representado las estimaciones correspondientes a Roma, desde
que se aventuraron en el mar hasta que derrotaron a Cartago. Dentro de la estrategia de
Roma de poseer el dominio del mar, los gráficos parecen demostrar que en todo
momento intentó mantener una supremacía numérica sobre Cartago, haciendo que su
flota superase el máximo de navíos que el poder económico cartaginés y su población
(más que por el coste de los barcos, por su mantenimiento y equipamiento con personal
propio o mercenario) podía mantener en píe de guerra (dato que sin duda los estrategas
romanos dispondrían). La supremacía de 20 a 40 barcos de la armada romana dio sus
frutos.

Los valores anteriores se refieren a los navíos de guerra; pero sin una infraestructura y
apoyo estos no pueden funcionar de continuo. Podríamos por tanto diferenciar entre dos
tipos de flotas:

• Las de combate, que son las que hasta ahora se han comentado, compuestas por
buques de guerra y cuya misión era el enfrentamiento con una flota enemiga
análoga, o el bloqueo de lugares estratégicos.

• La de invasión, correspondiente a acciones mixtas, donde además de la supremacía


marítima se pretende obtener el dominio en tierra mediante el desembarco de
infantería y caballería.

22
Figura 22.- Estimación de las armadas cartaginesa (símbolos huecos) y romana
(símbolos llenos) en el periodo de las Guerras Púnicas

La flota de invasión, además de incorporar a los escuadrones de combate que


garantizarían durante la travesía la defensa de la misma, debía estar formada por
transportes capaces de trasladar a las decenas de miles de infantes y miles de caballos
necesarios para obtener la supremacía en tierra. Los barcos usados probablemente serían
diversos, y si bien algunos estarían al servicio del estado, otros se requisarían según las
necesidades. Los barcos utilizados se pueden clasificar en tres tipos:

• Galeras de transporte, con mayor capacidad de carga que las de combate, tendrían
suficiente potencia (remeros) como para seguirlas (los restos de Marsala pueden ser
un ejemplo de este tipo). Este tipo de barco, debido a su movilidad, podría tener su
importancia en la creación de cabezas de puente.
• Barcos redondos, transportes convencionales adaptados para el transporte de
personal, caballos, equipos y abastecimientos.
• Remolques, barcazas para transporte de personal y/o caballos, remolcadas por las
propias galeras de combate.

Se han extraído algunos datos, tanto de Cartago como de sus enemigos, sobre la
composición de barcos utilizada en flotas de invasión (Huss, 1993):

23
Naves de Naves de
Año Barcazas Infantería Caballería
guerra transporte
480 200 3.000 300.000
409 60 1.500 100.000 4.000
406 120 1.000
397 200 500
¿300.000?
396 ¿400? 600 4.000
100.000
396 250 1.000 500
342 200 1.000 70.000 10.000

Nota: los valores entre interrogantes son dudosos

Es decir, una media de 7 transportes por buque de línea (variando entre 5 y 20).
Simplificando mucho, el número de infantes por barco de transporte sería de 100 a 150,
y de 10 a 18 caballos por buque dedicado a este uso.

La Tripulación

Para que un barco de combate como el trirreme fuera un arma efectiva, todo debía
funcionar perfectamente coordinado. Era por tanto necesario el uso de una tripulación
bien entrenada y motivada, que estaba formada por una mayoría de remeros, un número
más o menos elevado de tropa, unos marinos y especialistas y un reducido número de
oficiales.

Los remeros

Normalmente las tripulaciones de las galeras estaban constituidas por hombres libres,
habitualmente procedentes de las clases sociales más bajas. La motivación de estos
individuos era económica y recibían una paga por la labor desarrollada. En muy
contadas ocasiones se usaban esclavos y sólo como último recurso. El uso de
prisioneros o esclavos ponía en peligro la nave, ya que podían boicotear el
funcionamiento de la misma en un momento crítico simplemente rompiendo el ritmo de
la palada, y en el mejor de los casos podrían no estar lo suficientemente motivados. En
el caso de los esclavos, hay además un motivo económico: son caros. Las bajas, siendo
asalariados no suponen un coste adicional (incluso si no han recibido toda la paga
supone un ahorro), el esclavo supone una pérdida. Sí es cierto que en algún momento se
usaron esclavos, pero éstos solían ser liberados antes del combate. Cuando se comenzó
a emplear dos remeros por pala, fue posible utilizar prisioneros en una de las posiciones,
pero no parece que fuera una práctica demasiado extendida, pues seguía estando
presente el riesgo de rebelión. Tras la toma de Cartago Nova, se complementó la flota
romana con prisioneros, pero teniendo cuidando que la tripulación fuera
mayoritariamente leal, distribuyendo remero experto con prisionero, y prometiendo la
libertad a estos últimos a cambio de su colaboración. (Casson, 1966; Libourel, 1973;
Morrison, 1988)

Durante el periodo considerado existía un amplio mercado de marinos profesionales, en


todas las ciudades costeras, dispuestos a ofrecer sus servicios al mejor postor. Pero

24
durante las Guerras Púnicas, tanto para Roma como para Cartago, llegó a ser difícil el
conseguir tripulaciones en número bastante debido a la continua sangría a que se vieron
sometidas como consecuencia de los combates y adversidades climatológicas, no
pudiéndose en ocasiones tripular todos los buques disponibles.

No hay duda que la labor de los remeros era dura. Éstos trabajaban apiñados, separados
apenas un metro del inmediatamente anterior en su mismo nivel, unos pocos
centímetros del anterior superior y, en el caso de más de un remero por pala, la distancia
mínima para evitar la interferencia con los codos de su compañero de boga. Incluso en
los periodos de reposo, el barco no ofrecía ninguna posibilidad de un acomodo
medianamente confortable de la tripulación.

En el interior de un barco catafracto, a la escasez de sitio habría que sumarle un


ambiente agobiante. Por un lado, pese a cubrir las portas de los remos con los askomata,
debía ser difícil evitar las salpicaduras, sobre todo en el puesto del remero inferior (el
thalamites), cuya porta distaba unos 40 o 50 cm de la superficie del mar en calma. Por
otro lado, como consecuencia del bajo rendimiento termodinámico del ser humano, la
cantidad de energía liberada en la bodega del buque en forma de calor era unas cuatro
veces la proporcionada a los remos. Si no se garantizaba la ventilación, además del
calor, el ambiente debía encontrarse viciado debido a la reducción de oxígeno y el
aumento de dióxido de carbono como consecuencia de la respiración, así como al
aumento de vapor de agua proveniente de la transpiración. Para empeorar las cosas, la
época de navegación se desarrollaba en los meses más calurosos.

En los primitivos barcos de casco abierto el problema de la ventilación no debía ser


demasiado grave. Conforme fue aumentando la protección pasiva de los mismos, hasta
llegar al catafracto, se hizo necesario la instalación de enrejados sobre cubierta y
laterales para facilitar la ventilación y renovación de aire en la bodega. La importancia
de ventilar; no era tanto por el confort de los hombres, si no por la pérdida de potencia
que suponía. En la actualidad, se ha comprobado sobre ergómetro, que pedaleando se
puede suministrar 150 W durante media hora y 400 W unos minutos con el aire en
reposo; mientras que si existe una corriente de 12 m/s, se consiguen los 400 W durante
una hora.

Probablemente, lo que se dice sobre las galeras medievales “de ser posible olerlas antes
que verlas”, sea aplicable al caso de las ‘remes’.

Las Tropas

El número y tipo de tropas embarcadas varió a lo largo del tiempo y según las potencias.
Mientras que en los primeros navíos, no existían diferencias entre remeros y tropa; ya
en las naves fenicias del siglo V a. de C., el número de soldados embarcados llegaban a
30 (frente a 14 en las naves atenienses). Durante los siglos IV y III, con el aumento del
tonelaje de los barcos y el uso de cubiertas, el número de soldados embarcados se
incrementó llegando a 100 o 120 durante los enfrentamientos con Roma.

Los oficiales y marinos

El número de oficiales podía variar según el tipo de barco, pero se identifican unas
ciertas categorías a lo largo del periodo.

25
En una nave, en orden de importancia, tras el capitán seguían los siguientes cargos:

• El timonel (cibernetes), de él dependía gran parte de la capacidad de maniobra del


buque. Era un puesto de gran responsabilidad y prestigio. Los salarios eran buenos.
• El oficial de la cubierta de proa o vigía (prorreo)
• El más conocido a través de la literatura, cine o cómic: el celeuste (pausarii,
salomador, hortator), encargado de marcar el ritmo de la boga. El tiempo se
marcaba bien con tambor, flauta o cantos. Habitualmente se le suele denominar
cómitre, aunque esta denominación es más propia de las galeras renacentistas y
posteriores, donde corresponde al oficial encargado de aplicar los castigos a los
remeros y forzados.
• El oficial pagador e intendente.

El resto del complemento estaba formado por marineros y especialistas, encargados de


las maniobras y mantenimiento del barco (carpinteros, calafates, etc.).

Coste económico

Mantener una flota capaz de garantizar la autonomía político-económica de una nación


resultaba una carga inmensa, aunque necesaria. Los casos más destacados por el nivel
de recursos exigidos fueron Atenas, Cartago y Roma.

A continuación se realiza una evaluación grosera del coste de los diversos buques, para
ello se toma como referencia el coste de un trirreme ateniense en el siglo V a. de C. que
era de unos dos talentos.

Más importante que el precio del barco nuevo, era el coste de operación (repuestos,
mantenimiento, salarios, etc.). En el mismo periodo, el solo hecho de sufragar la
tripulación de un barco suponía un desembolso de 40 o 50000 dracmas en los ocho
meses en que era posible la navegación (para una tripulación de 200 hombres: 170
remeros y 30 marinos).

Tomando como unidad el costo de construcción de la trirreme, la figura 23 presenta la


estimación del coste de cada tipo de barco. En ella también aparece representado, el
coste anual de mantenerlos operativos (considerando un periodo de navegación de 8
meses, después de los cuales la tripulación se disuelve). Como puede observarse, con
mucho, la operación supera el coste de los barcos, suponiendo al año de dos a tres veces
su valor.

Debido al alto costo de las naves, era habitual el reciclaje de los mismos o de algunas de
sus partes (en especial el espolón). Después de una batalla, la recuperación de los restos
por parte del vencedor era una labor prioritaria. Las tormentas y continuos combates
hacían que la flota se renovase con cierta frecuencia, aunque se sabe de barcos que
llegaron a permanecer en activo más de 20 años.

Al final de su vida útil algunos buques se modificaban, en particular los atenienses


dejaban sólo a los thranitai tras eliminar los dos órdenes inferiores. El espacio ganado
en la bodega se usaba para el transporte, en especial de caballos. Muy posiblemente esta
práctica se usara también en la armada cartaginesa.

26
Figura 23.- Coste de construcción y operación de las galeras clásicas. Todo referido
al coste de construcción de un trirreme, tomado éste como la unidad.

En ocasiones de hace referencia al efecto de la construcción masiva de buques en la


deforestación de extensas regiones del Mediterráneo. El autor no ha encontrado
información sobre el coste ecológico de crear y mantener una flota en cuanto a
superficie deforestada. Aunque se pueden realizar algunas estimaciones teniendo en
cuenta que:

a) el volumen de madera, en tableros de calidad, necesario para el casco de un trirreme


rondaría los 35 m3 (más para otros barcos de mayor tonelaje); y

b) con el sistema de obtención de tablones a partir de árboles usado a lo largo de la


Edad Media, el aprovechamiento estaba en torno al 25 o 30 % (ramaje aparte) del
volumen talado, y no hay motivo para pensar que en la antigüedad fuese mejor.

c) con relación a los remos, se piensa que estaban realizados de una sola pieza, y cada
trirreme poseía unos doscientos (incluyendo repuestos).

Unos números provisionales indican que la cantidad de madera necesaria era muy
inferior a la requerida para otros menesteres, en particular por las llamadas
pirotecnologías:

Fundición de metales, tanto en la mina para su obtención como para la


fabricación de armas, espolones, etc.
Fabricación de cerámicas (ánforas)
Fabricación de ladrillos
Etc.

27
Puertos.

El periodo anual de utilización de las galeras, a causa de su poca capacidad marinera,


era algo inferior al de los buques mercantes y abarcaba desde principios de la primavera
hasta finales del otoño (siendo el periodo menos peligroso el comprendido entre finales
de Mayo y mediados de Septiembre). Por eso San Pablo, camino de Roma dice:
”Transcurrido bastante tiempo y siendo peligrosa la navegación por ser pasado el
ayuno (nota: hacia el equinoccio de otoño), les advirtió Pablo, diciendo: Veo, amigos,
que la navegación va a ser con peligro y mucho daño...” (Hechos de los Apóstoles, 27,
9-10). Durante los meses en que la flota invernaba los buques se guardaban, fuera del
agua, en ‘silos’ protegidos.

No era habitual que las galeras permanecieran más de un día sin tocar tierra, siendo la
norma el pernoctar en la costa, ya sea en una escala intermedia o volviendo al puerto
madre. La poca autonomía venía dada por las propias características de la nave, por un
lado la escasez de espacio limitaba la capacidad de combustible (agua y comida) que
podía transportar; por otro, la ausencia de ayudas a la navegación y el no ser barcos muy
marineros hacía arriesgada la navegación nocturna.

La comida quizás no fuese un problema demasiado importante, ya que el volumen


consumido por un adulto no es elevado. Se sabe de los textos que los marinos se
abastecían en los mercados locales cuando se encontraban en zona amiga y rapiñaban en
zona enemiga. Parte de la dieta de la tripulación estaba formada por pan de cebada,
higos, vino y aceite.

No ocurre lo mismo con el agua, donde el consumo estaría entre los 4 y 6 litros por
persona y día. Esto supone alrededor de una tonelada diaria para un trirreme (aunque
posiblemente transportaran tres o cuatro veces esa cantidad por si no era posible
encontrar un lugar seguro donde abastecerse).

Para el funcionamiento de una potencia naval era necesaria la presencia de fondeaderos


seguros, regularmente espaciados, dentro de su órbita de influencia. Existían dos
categorías de puertos: las bases de las flotas y los fondeaderos secundarios, donde sólo
estarían destinados algunos pocos barcos. El puerto se intentaba adaptar a la geografía
del lugar, y para nuestros estándares podían ser poco profundos, debido al escaso calado
de los barcos. Solían disponer de una bocana estrecha, ya fuera de origen natural o
artificial, defendida por un par de torres artilladas donde “por medios de máquinas, se
facilitará el que se crucen unas cadenas” (Vitrubio, Los Diez Libros de Arquitectura
Libro V, capítulo 12).

Los principales puertos poseían sectores separados para las actividades militares y
civiles, caracterizándose los primeros por las rampas para la puesta en seco de las
galeras. La zona militar se encontraba dotada de elevadas medidas de seguridad y estaba
apartada de las miradas de cualquier extraño. Destacaron tres puertos militares por su
capacidad: el del Pireo, el de Siracusa y el de Cartago. Éstos se componían de un cierto
número de rampas, cubiertas con tinglados, de tamaño ligeramente mayor que el barco
para el que estaban destinadas. En ellas se introducía el navío de popa sin remos ni
aparejos. Estos últimos se solían guardar en almacenes instalados por encima del barco
bajo el mismo techado. Esta disposición permitía, en caso de necesidad, el lanzamiento

28
de los barcos en poco tiempo. El puerto del Pireo poseía 372 de estos refugios, y el de
Cartago, de forma circular, tenía capacidad para 220 buques (Romero, 1996). Estos
varaderos eran lo bastante estrechos como para impedir la construcción de los barcos,
siendo posible sólo la realización de reparaciones menores. Dionisio de Siracusa,
durante su escalada armamentística, no olvidó las mejoras de las instalaciones portuarias
(Diodoro, Libro 14, XLII). Modernizó los 150 refugios existentes en el Gran Puerto y
construyó 160 nuevos, algunos con capacidad para dos buques.

Operación de las galeras en la antigüedad clásica

Actuaciones

La planta motriz de una galera eran los remeros, siendo la potencia embarcada
proporcional al número de los mismos. En el ser humano el nivel de potencia
desarrollado es función del tiempo durante el cual se está aplicando. Un individuo en
buenas condiciones físicas, pero sin ser un atleta de elite, es capaz de suministrar unos
500 W durante unos segundos, 330 W durante unos minutos y 150 W en forma casi
continua. De la potencia aplicada en el remo, parte se pierde en ineficiencias
(movimiento en vacío del remo, rozamiento con los escálamos, resistencia
hidrodinámica, etc.) por lo que queda una potencia útil de unos 200 W durante unos
minutos y 80 W de continuo. La variación de la potencia efectiva desarrollada puede
aproximarse en función del tiempo a partir de datos obtenidos en barcos de remos con
bancos fijos, como P = 0,35t −0,15 , donde la potencia viene en kW y el tiempo en
segundos. En el caso de remos movidos por dos o más hombres, la potencia no aumenta
en la misma proporción que el número de remeros. Una pala accionada por dos personas
sentadas, se estima que equivaldría a solo un 40% más de potencia que si estuviera
movida por una sola.

Un hecho que podía tener cierta influencia en las prestaciones del navío era el grado de
empapamiento de su maderamen. El material usado era principalmente madera de pino
y abeto, y ambos absorben cantidades apreciables de agua cuando están de continuo
sumergidos. El incremento de peso tenía dos consecuencias: un aumento de la obra viva
(es decir, de la superficie mojada y sección frontal sumergida, y por tanto de la
resistencia al avance) y del desplazamiento del barco. Ambos efectos se traducen en una
disminución de la velocidad punta y de la capacidad de aceleración. Por tanto, siempre
que era posible, se varaban los barcos para disminuir el empapamiento.

Otro factor tan importante como el anterior y también relacionado con el tiempo de
permanencia en el agua, era el aumento de resistencia provocado por la acumulación de
materia orgánica en los fondos del casco. La práctica de varar el barco y mantenerlo
seco, además de evitar el aumento de peso, podía resultar beneficiosa a la hora de
ralentizar el proceso de ensuciamiento, retardando en cierta medida el ataque del casco
por animales xilófagos, en particular la broma o teredo navalis. (Harrison, 2003;
Coates, 1997; Steinmayer, 1997)

Aunque, quizás el factor principal en el comportamiento de la nave fuera el grado de


entrenamiento y descanso de la tripulación.

29
Los valores dados por diversos autores para las prestaciones de los ‘remes’ difieren
considerablemente. Los presentados en este artículo, que corresponden a los calculados
por el autor usando métodos tradicionales para la estimación de la resistencia de barcos,
intentan ser objetivos, no atribuyendo cualidades excepcionales a las actuaciones de los
barcos (ver tabla adjunta) Las figuras 24 a 27 muestran en forma gráfica el
comportamiento de las galeras en diferentes modos de navegación.

Velocidad Tiempo Tiempo


Velocidad Velocidad
Crucero (un hasta 50 % hasta 90 %
Máxima Crucero
solo orden) Vmax Vmax
(nudos) (nudos)
(nudos) (seg) (seg)
Pentecóntera monocrota 6,3 – 7,3 5,0 – 5,8 -------- 4-5 22 – 24
Pentecóntera dicrota 6,5 – 7,3 5,3 – 6,3 4,0 – 4,8 3-4 18 – 20
Trirreme 8,8 - 9,5 7,0 - 7,5 4,8 - 5,4 5-6 23 - 25
Cuatrirreme 7,2 – 7,8 5,7 – 6,3 4,5 – 5,0 7-8 41 ,43
Quinquerreme 8,2 - 8,7 6,5 - 7,0 4,0 - 5,0 7-8 34 - 37
Seis 8,5 – 9,0 6,7 – 7,2 4,7 – 5,0 8-9 48 – 50
Hemiolia 6,5 – 7,7 5,2 - 6,2 3,7 – 4,7 3-4 15 – 16
Trihemiolia 7,7 – 8,2 6,2 – 7,0 5,5 – 6,0 6-7 21 – 22
Liburnia 6,5 – 7,5 5,2 – 6,2 4,2 – 5,0 3-4 18 - 19

Tabla de prestaciones de las galeras más comunes (la velocidad más elevada
corresponde a navegación con los timones fuera del agua)

Figura 24.- Actuaciones de un trirreme. La velocidad de avance corresponde a la


intersección de la curva de resistencia con la de fuerza propulsora. Se considera: 1)
máximo esfuerzo mantenido por los remeros durante 10 minutos. 2) esfuerzo
continuo durante un día (crucero alta velocidad) y 3) esfuerzo continuo una sola
hilera de remos (crucero)

30
Figura 26.- Actuaciones de un quinquerreme. 1) Máxima velocidad durante 5 min.
2) crucero alta velocidad. 3) y 4) crucero

Figura 27.- Capacidad de aceleración y distancia recorrida en función del tiempo.


Valores comparativos de un trirreme y un quinquerreme

Estos valores, se pueden contrastar con dos fuentes de la época: una cita de Jenofonte y
un hecho recogido por Tucidides. Además de los datos recogidos en las pruebas del
Olympias.

31
Jenofonte (Anábasis, 6.4) menciona que entre Bizancio y Heraclea “hay un día largo de
navegación para un trirreme navegando a remos”. La distancia entre ambas ciudades
está clara: 129 millas náuticas. La interpretación de la duración del viaje, ‘un día largo’,
es más subjetiva. En la latitud del Mar Negro, el tiempo entre la puesta del sol y el
ocaso puede llegar a ser de unas 15 horas, si se añade al periodo de navegación la
duración del crepúsculo (unas dos horas y media) la duración del viaje pudo ser de unas
17,5 a 18 horas. Suponiendo que la comida se realizó a bordo, la velocidad media
resulta de unos 7,2 nudos. Es de suponer que las condiciones de navegación fueron
favorables (mar en calma y sin viento).

Tucidides (III.49) narra que tras la toma de Mitilene (en Lesbos), el Consejo de Atenas
ordenó la ejecución de todos sus ciudadanos varones y la venta como esclavos de
mujeres y niños. La orden fue enviada por medio de un trirreme. Al día siguiente se
cambió de opinión, enviándose un nuevo navío con la contraorden. A la tripulación del
segundo barco se le prometió una sustanciosa recompensa si lograban llegar a tiempo de
evitar la masacre, proporcionándoles una nave rápida (posiblemente desprovista de todo
elemento no necesario) y alimentos energéticos. La navegación se realizó incluso por la
noche, y los remeros fueron turnándose (¿iría más tripulación de la habitual para
refresco?) ...Y llegaron antes de que se cumpliese la orden. Las diversas interpretaciones
que se pueden hacer de este texto, en relación con la estrategia de boga, dan unas
velocidades medias entre 5 y 6 nudos en crucero sobre una distancia de 185 millas
náuticas.

Las pruebas en el mar del Olympias dieron unos 9 nudos de velocidad máxima y 7
nudos durante unos 25 minutos.

Otro de los puntos importantes es la capacidad de aceleración. Un trirreme podía


alcanzar, desde parado, la mitad de la velocidad máxima en 5 o 6 segundos y el 90% de
la misma en 23 o 25.

Respecto al uso de la vela, las galeras solían llevar al menos una vela cuadrada sobre un
mástil central. Con el paso del tiempo y el aumento del desplazamiento de los barcos, se
hizo habitual instalar otro mástil adicional a proa, el artemón, que servía como ayuda en
la realización de maniobras. Al ser las velas cuadradas, su uso para la navegación estaba
limitado a vientos por popa con escasa capacidad de avance contra el viento. Además,
debido a la poca estabilidad de las galeras, tampoco debieron utilizarse con vientos
moderadamente fuertes.

Los valores arriba presentados corresponden a barcos individuales en condiciones


óptimas. En el caso de travesías, las velocidades medias dependerían de las condiciones
climatológicas y serían inferiores a las expuestas. También en el caso de escuadras y
dependiendo que sean de combate (sólo buques de línea) o de invasión (incluyendo
transportes) las velocidades serían iguales a la del buque más lento. Una estimación de
la velocidad media con viento favorable es de 2 a 3 nudos, mientras que con viento
desfavorable difícilmente se superaría 1 o 1.5 nudos. (Grundy, 1909; Tarn, 1909;
Casson, 1951)

En relación con las velas, y enlazando con el siguiente apartado, un buque nunca
entraba en combate con los mástiles izados (y en los casos que no dio tiempo a

32
desmontarlos fue una catástrofe). Las razones son varias, pero todas relacionadas con la
operatividad del navío:

La presencia de las velas disminuye la estabilidad del barco al elevar el centro de


gravedad del barco. Esto se complica ante el momento inducido por el viento
cuando este sopla lateral, pudiendo hacer volcar la nave.

El control de la nave a vela no es comparable con la maniobrabilidad a remos.

En el impacto, el riesgo de caída de los mástiles sobre la tripulación es elevado.

En lucha cuerpo a cuerpo, los mástiles pueden ser derribados al cortar sus
sujeciones, cayendo sobre la propia tripulación.

En caso de uso de proyectiles incendiarios, la vela presenta un blanco grande e


inflamable.

Estrategia naval

Como curiosidad cabe destacar el hecho de que popularmente se supone que las
acciones navales durante Primera Guerra Púnica fueron de mayor importancia que en la
Segunda. (Salmon, 1960; Fournie, 2000)

Hay tres razones para esta anomalía:

El tamaño de las escuadras enfrentadas se encuentra exagerado en la primera


guerra (viendo el número de barcos disponibles, figura 22, no hay diferencias
notables)

Las flotas durante la segunda guerra se encontraban dispersas en diversos


escenarios.

Cartago había perdido en parte la iniciativa y espíritu combativo en el mar.

La realidad es que la Segunda Guerra Púnica eclipsó a la Primera tanto en el tamaño de


las fuerzas como en el ámbito geográfico donde se desarrolló. La Primera se concentró
en las proximidades de Sicilia, con breves escaramuzas en África y Cerdeña. Sin
embargo, la Segunda fue un enfrentamiento continuo para obtener el dominio del
Mediterráneo occidental desde los Pilares de Hércules hasta el Bósforo.

Cartago comenzó la Primera Guerra Púnica con una reconocida superioridad total en el
mar, lo que permitía acometer campañas a gran escala invadiendo territorios bajo
control enemigo. Tras las sucesivas derrotas a lo largo de la guerra, cuando se inicia la
Segunda Guerra, Cartago sabía que podía aspirar a tener superioridad naval local en
áreas del Mediterráneo occidental, pero no general. Esta superioridad local le permitía
mantener líneas de comunicación abiertas entre áreas bajo su control, pudiendo por
ejemplo mantener la comunicación entre España y la Italia sometida, pero en cambio no
le permitió un intento de desembarco en Italia.

33
Tácticas de combate

En el periodo que nos ocupa, los combates navales estaban basados en el uso del
espolón, que en el caso cartaginés siguió la evolución ya indicada de forma cónica larga
al tridente romo. La maniobra de ataque era arriesgada para el buque que la realizaba,
debiéndose efectuar a la velocidad adecuada si se quería conseguir el efecto deseado,
una velocidad superior podría implicar el empotramiento del buque, y una inferior el
producir daños menores. Se ha modelado el impacto de este tipo de naves en términos
de energía absorbida en la colisión, esta energía se convierte en energía de deformación
y posteriormente de rotura en los barcos. Efectuando el impacto adecuadamente, debido
a la rigidez de la proa del atacante, en primera aproximación se traduce en daño al
contrario. Las figuras 28 a 30 muestran lo sensible que es la energía absorbida como
función de la velocidad, así como el efecto del ángulo y zona de impacto.

Figura 28.- Energía absorbida durante la embestida de un trirreme a una nave


semejante parada. Impacto perpendicular en el centro. Efecto de la velocidad de
impacto

34
Figura 29.- Energía absorbida en el impacto entre dos trirremes como función del
punto y ángulo de impacto. Trirreme atacada parada. Trirreme atacante avanza a
2 m/s. 0 corresponde al centro de la eslora adimensional (eslora total igual a 1).

Figura 30.- Energía absorbida en el impacto entre dos trirremes. Atacada avanza a
2m/s. Atacante a 4 m/s.

35
Existían dos tipos de embestidas: una dirigida contra el casco con objeto de perforarlo y
provocar la inundación (que no el hundimiento) del barco enemigo; y otra contra los
remos, con la idea de dejarlo ingobernable.

En el primer caso se intentaba impactar en los costados y aletas, donde el barco era más
susceptible de resultar dañado. El buque atacante debía poseer una velocidad relativa al
atacado lo suficientemente elevada (o lo que es igual, un mínimo de energía cinética)
como para perforarlo. La velocidad mínima de impacto dependía del ángulo formado
entre los rumbos de los barcos. La maniobra requería una perfecta coordinación entre
remeros, timoneles y capitán. A las velocidades de ataque, un barco recorría una
distancia igual a su eslora en cuestión de 8-10 segundos. Por tanto llegar unos segundos
antes podría cambiar los papeles atacante/atacado. Unos segundos después se erraría el
blanco, o lo que es peor, el atacante podría perder sus remos contra la popa del atacado.

El impacto no dejaba de ser una colisión donde las estructuras de ambos barcos sufrían
cargas elevadas. Para minimizar el efecto del espolón, como defensa pasiva, los barcos
iban reforzados a la altura de la línea de flotación. La estructura que sujetaba el espolón
al casco debía ser resistente y no tan solo capaz de aguantar las cargas de compresión
que aparecían en la embestida, sino también cargas laterales y verticales. Las laterales
eran consecuencia de embestir con un cierto ángulo al enemigo. Las cargas verticales
aparecían aún cuando la embestida fuera perpendicular: al penetrar el espolón,
dependiendo de la posición del centro de gravedad del enemigo y de las velocidades de
los buques, el casco enemigo podía girar, a lo largo de su eje longitudinal, bien hacia el
atacante tendiendo a hundir su proa o en sentido opuesto, al ser arrastrado, levantando la
proa atacante. Las cargas transmitidas por el espolón eran lo bastante grandes como para
que existiera el riesgo de dañar el casco atacante y originar una vía de agua. Para evitar
esto, el espolón no era prolongación de la quilla, sino un añadido al margen de la
estructura del casco. Podía perderse o dañarse, sin poner en peligro el buque: “Ellos
perdieron cuarenta buques en la batalla, y los veinte restantes salieron del encuentro
con los espolones tan doblados y romos que no eran útiles para el servicio” (Herodoto,
La Historia I.166).

La segunda táctica consistía en arremeter contra los remos de un lado, partiéndolos y


dejando el barco sin control. En este caso, el buque atacante recogía los remos del
lateral con el que iba a atacar, impulsándose durante la colisión con los del otro costado.
En esta maniobra tenían ventaja los barcos equipados con epotides, ya que éstos
garantizaban una distancia mínima al barco enemigo, colisionando con las palas en una
posición alejada de las portas. De esta forma los remos se sometían a flexión, siendo
una forma más eficiente de romperlos que a cortadura, tal como habría ocurrido si los
cascos hubieran estado en contacto lado con lado. Hay dudas de que fuera una maniobra
habitual por el riesgo que conlleva para los propios remos.

Durante la maniobra de aproximación, se realizaba un intercambio de misiles entre


navíos. Originariamente eran armas arrojadizas manuales (piedras lanzadas con hondas,
venablos, jabalinas, etc.), pero con el aumento del tonelaje de los barcos (cuatrirremes,
quiquerremes y superiores) se incrementó el calibre de los proyectiles mediante el uso
de catapultas y balistas. La primera instalación de estos ingenios sobre una ‘reme’ se
atribuye a Demetrio Poliocertes. No es de esperar que se pudiera hundir o dañar
severamente un barco usando la artillería; pero sí el que se rompiera el ritmo de boga,
haciéndole perder impulso y control si alguno de los misiles alcanzaba a los remeros.

36
Tras el impacto existían dos formas de actuar: bien se ciaba dejando al enemigo con una
vía de agua, o se abordaba (en alguna ocasión la tripulación del barco embestido, abordó
al atacante, antes de separarse, tomándolo). En el segundo caso, los navíos con
plataformas elevadas tendrían ventaja al atacar la cubierta contraria desde una posición
más favorable.

En general, un combate naval se asemejaba a una batalla terrestre con cohortes. Los
barcos se situaban en dos líneas enfrentadas y solía tener ventaja el que poseía mayor
numero de naves, ya que podía envolver la línea enemiga y atacar los flancos del
contrario.

Las flotas con naves de calidad y tripulaciones bien preparadas, basaban sus tácticas de
ataque en la maniobrabilidad y velocidad. Existían dos movimientos de ataque tipo: el
diecplo (diekoplus) y el periplo (periplus). No existe unanimidad en cuanto a la
descripción de la maniobra y ni siquiera si eran maniobras colectivas efectuadas por
escuadras o naves individuales. La siguiente descripción proporciona una idea del tipo
de maniobra. En el primer tipo de ataque, el atacante intentaba atravesar la línea
defensiva pasando entre dos naves, para luego, virando, atacar por la popa. El segundo
solía utilizarse cuando la escuadra atacante era más numerosa que la enemiga; en los
extremos de la formación, en línea, se situaban los buques más rápidos, que intentaban
rebasar el frente contrario para atacar por detrás. Una forma de defenderse de la primera
maniobra era disponer los barcos formando una doble línea, con la segunda fila
cubriendo los huecos de la primera; el problema es que se acortaba la longitud del frente
de combate, pudiendo el enemigo utilizar el periplo. (Lazenby, 1987; Morrison, 1991;
Holladay, 1988; Whitehead, 1987)

Cuando una de las flotas era inferior, en términos marineros, a la otra; daba mejor
resultado la elección de la zona de combate. En estos casos, se intentaba situar la línea
de defensa de tal forma que:

1. los flancos estuvieran protegidos por la costa, desde donde se podía contar en
ocasiones con apoyo de tropas terrestres y artillería;

2. se dificultara la navegación en las zonas someras, por ejemplo mediante el


hundimiento de barcas cargadas de piedras;

3. y en aguas profundas, con la creación de barreras formadas por la unión de barcos


mercantes artillados, anclados y unidos mediante cadenas;

Así la movilidad del contrario se veía muy reducida al encontrarse el escenario del
combate limitado. Las ventajas de velocidad y capacidad de maniobra pasaban a un
segundo plano.

Dentro de esta misma línea de impedir la movilidad, se puede considerar el


hostigamiento de las grandes galeras, realizado desde barcas y embarcaciones menores
equipadas con arqueros y honderos.

Otra estratagema usada tanto por los corintos como por los siracusanos, contra la
superioridad ateniense, fue la modificación y refuerzo de las proas de sus barcos para

37
obligar a un impacto frontal con los trirremes enemigos de construcción más ligera y
posteriormente abordarlas (Tuc. VII.36). En otra ocasión, las modificaciones afectaron a
la posición del espolón, que fue situado por debajo de la línea de flotación para abrir
vías de agua en las zonas menos protegidas de los buques enemigos (Diodoro Sículo,
Biblioteca Histórica, Libro 13, X). Algo parecido fue lo que hicieron los romanos en la
batalla de Écnomo para contrarrestar la superioridad cartaginesa, donde esperaron al
enemigo para tras el encontronazo engancharles con los corvus y abordarles.

Además de las tácticas académicas, en multitud de ocasiones la iniciativa y arrojo de los


capitanes y tripulaciones era la clave para la victoria.

Es interesante el análisis de 17 combates navales, ocurridos entre el 429 y el 405 a. de


C., en el marco de la Guerra del Peloponeso. El número medio de trirremes involucrado
en cada enfrentamiento fue de 64 para las fuerzas áticas y 77 para las espartanas; siendo
en ambos bandos la flota más pequeña de 20 ó 25 naves y la mayor de 180 a 185. La
media de naves perdidas en cada batalla fue de 34. Definiendo el coeficiente de daños
infligidos como el cociente entre las bajas contrarias y las fuerzas propias, en el bando
vencedor este valor es 0,33 −por cada 100 trirremes de la flota ganadora, la escuadra
contraria perdía 33−, mientras que para el vencido es 0,04. La gran diferencia existente
entre los coeficientes de daños para vencedores y vencidos, se explica por la
recuperación de los barcos dañados por parte de la escuadra victoriosa.

Aunque el autor no ha realizado de momento un análisis similar para los


enfrentamientos donde participaron los cartagineses, es probable que las tendencias se
mantengan.

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