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MAQUIAVELO INAUGURA EL SABER DEL PODER SIN DISFRAZ

MAQUIAVELO INAUGURA EL SABER DEL PODER SIN DISFRAZ

Por Carlos Valdés Martín

De la suspicacia a la separación (la autonomía de la política)


La suspicacia ante cualquier político inunda el ambiente; los ciudadanos desconfiamos y creemos que
esa actividad es maquiavélica. Y digo “maquiavélica” en el sentido ordinario del término, de tenebrosa
amoralidad, donde la finalidad de imponer representa el todo y los medios para lograrlo son torcidos.
Sin embargo, las crónicas revelan que Maquiavelo mismo no era “maquiavélico”, y en lo personal fue
un funcionario dedicado y preocupado por las graves tribulaciones de su ciudad natal, la República de
Florencia. Sin embargo, como escritor él abordó las cosas políticas descaradamente (sin recato) y con
sinceridad (sin ocultamiento). Dejando de lado las preocupaciones éticas, tan en boga en su época,
Maquiavelo inaugura un nuevo modo de abordar la realidad, entonces inventa la política como ciencia
autónoma, como estudio descarnado de poder, con los medios para obtenerlo y conservarlo. A partir de
esa sinceridad la pregunta dominante de la política aparece como funcional y vacía de contenidos de
valor moral, porque abandona la posición central esta pregunta ¿cómo se gobierna mejor o conforme a
elevados valores? para interesarse por estas nuevas interrogantes: ¿cómo se encumbra el gobernante y
conserva su poder? ¿por qué caen los gobernantes y los reinos? ¿cómo se gobierna sin adjetivos?
Maquiavelo escribió en sintonía con la renovada mentalidad del Renacimiento, cuando el interés
tradicional y exclusivo por la “suprema o mejor” forma de gobierno (conforme a tradiciones o la
mandato de Dios) decayó, aunque el tema de una “mejor forma de gobierno” no desapareció, incluso se
intensificó la búsqueda por otro sistema de gobierno, porque aparecieron las contribuciones posteriores
con las tesis de la separación de poderes, teorías de la democracia liberal, la tolerancia, los derechos
humanos, etc. Además el tema de la mejor estructura de gobierno (y del sistema legal correspondiente)
adquirió la importancia crucial desde las luchas de los liberales en contra de las monarquías durante las
llamadas revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, y luego también en las revoluciones
sociales de principios del siglo XX, bajo nuevas perspectivas de justicia social o de corte socialista.
Pero con independencia de las modas o gustos de cada época nos preguntamos si la ciencia política se
puede estudiar sin la intromisión de la pregunta por el "buen gobierno" y la ética (el tema de la
justicia). Si la política fuese una ciencia natural, entonces en sus métodos de investigación se
justificaría por completo la ausencia de declaraciones sobre lo bueno o malo, pero la política es una
ciencia social, por eso las preocupaciones éticas acosan a esta ciencia. En las ciencias sociales existe
interioridad entre el estudioso y el objeto estudiado, por tanto el interés para definir qué es bueno
(ético) para nosotros aparece dentro del objeto de estudio y sus enfoques.

La separación efectiva entre política y economía


Quizá la primera condición de posibilidad para una ciencia autónoma de la política surgió en la
autonomización práctica de esta actividad. En las sociedades del medioevo el aspecto político quedaba
por completo ligado con el factor económico, pues el acceso a la riqueza era un privilegio del poder. El
feudo (la unidad productiva básica del periodo) provenía de un reparto pues nacía de un acto político-
militar de conquista o “donación”, y en ese entonces el feudo territorial era la fuente más importante de
riqueza. Antes del Renacimiento, la afluencia principal de la riqueza se daba en la tierra cultivada
unida con los siervos, la consecuencia era que la posesión de la tierra los aristócratas señores feudales
garantizaban tanto el ingreso económico mediante tributos como la posición política, ya que el señorío
otorgaba la legitimidad misma. La cadena entre el poder y la riqueza era una sola y la misma entidad,
porque la condición de señor feudal sobre las tierra proporcionaba los ingresos, y esa misma condición
de señor aristócrata sobre las tierras también otorgaba el mando sobre las personas, una posición sobre
la vasallos ante quienes impartía justicia y una posición dentro de una jerarquía de aristócratas o
cadena de mando feudal. Esto implicó que durante el feudalismo clásico la “clase explotadora” y la

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“clase política” eran una misma y única agrupación (el grupo de los aristócratas feudales). En la cadena
de mando feudal, la posesión de las tierras también implicaba relaciones de homenaje ante los
superiores, entrega de tributos, participación en las guerras y demás vínculos. Poseer un feudo obligaba
a una relación de homenaje ante un aristócrata superior, quien se entrelazaba en una compleja trama de
lealtades, con lo cual estaba ya inscrita la propiedad de la tierra dentro de una compleja estructura
política. En esta estructura, la Iglesia Católica, como principal superestructura ideológica de la época,
estaba integrada, porque el señorío se santificaba mediante la religión, y en ese periodo también las
órdenes monásticas y los obispados participaban de la propiedad de la tierra. De tal modo, la Iglesia
Católica funcionó como un reino feudal enredado en una densa red de sistemas de señorío-vasallaje de
la Europa medioeval.
Para que la vida política se separara del terreno de la economía (y entonces también se desgajara de
otros campos como la cultura y la religión) debía de crecer el mercado. El mercado es una forma de
metabolismo económico que separa a productores de consumidores, a unos productores de otros, y en
general disgrega la vida económica en células separadas por propiedades privadas con decisiones
autónomas. Cuando la estructura económico-social del mercado deviene estructura principal, entonces
surge el terreno propicio para operar esta separación de la actividad política. Con el crecimiento del
mercado, las operaciones económicas quedan en manos de agentes privados, que prefieren estar
separados de fiscalizaciones políticas molestas. Una sociedad mercantil además es altamente
individualista, porque cada ciudadano prefiere su interés privado a espaldas de los intereses comunes.
En las sociedades agrarias, el crecimiento del mercado desde le comercio marginal hasta alcanzar la
primacía requirió de un proceso de muchos siglos. Además el mercado exclusivamente adquiere su
completo dinamismo cuando se inicia un predominio de las formas capitalistas de mercado, la
generación de empresas privadas como la fórmula preferente de operación del mercado. En el
Renacimiento italiano crece el mercado dentro del contexto feudal pre-mercantil, y en algunas ciudades
prósperas las relaciones económicas y culturales adquieren un nuevo estilo, basadas en la adaptación de
la mentalidad al mercado.

Florencia
Precisamente Florencia fue una de las ciudades italianas que mejor demuestra el ímpetu renacentista,
pues ella cristaliza un mercado pujante con ciudadanos inmersos en una mentalidad ajena al feudalismo
previo. Esa urbe ofreció el marco adecuado para iniciar el estudio moderno de la política, ajeno al
estudio medieval de la política. Además el estudio moderno de la política como entidad autónoma,
debió revalorar y enlazarse con aportaciones de la Antigüedad grecolatina, porque esas civilizaciones
esclavistas también conocieron una operación mercantil y una notable privatización de la existencia.
De esa manera, fue posible que escritos históricos, políticos y del derecho grecorromano fueran
retomados para la nueva interpretación renacentista de la política. Pero en la Florencia que conoció
Maquiavelo, las nuevas relaciones colectivas estuvieron ligadas a crudas lides por el gobierno. Desde el
periodo previo al Renacimiento, ya la cuidad estaba dividida por conflictos entre los bandos güelfo y
guibelino, que inició como una confrontación de partidos por conflictos dinásticos, típicamente
medievales, pero derivó hacia formas de política más modernas, como la creación de una República en
la comarca florentina. En un contexto de fragmentación de poder y guerras continuas en la Península
Italiana, entonces no resultaba extraña la creación de unidades territoriales independientes a partir de
ciudades con éxito comercial y rápida urbanización, como sucedió con Florencia, Pisa y Venecia. Pero
crece el interés, cuando durante la vida de Nicolás Maquiavelo, Florencia adopta un gobierno
republicano, y ahí él sirvió varios años, ocupando altas responsabilidades. En el contexto europeo
(entre 1494 y 1512 cuando fue funcionario de alto nivel en la República de Florencia) las repúblicas
son rarezas en la manera de gobernar; son eventos aislados que no pretenden anunciarse como los
heraldos del una nueva época. La república Florentina sobrevive algunos años entre muchas
dificultades, pues era acosada por adversarios y enemigos en un contexto marcado por continuas

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guerras dinásticas o territoriales, así como por conflictos religiosos intensificados por la cercanía del
papado en Roma.
El final de la República de Florencia también señala la caída de la carrera política de Maquiavelo. Al
contrario de su fama, este escritor nunca fue el consejero de los príncipes, sino funcionario de una
frágil república. El famoso llamado a un príncipe para que conduzca los destinos de la Península
Italiana mediante un gobierno de mano dura es una ficción literaria con apariencia realista, pero tan
realista esa ficción que se suele creer que el autor sí era un consejero de príncipes déspotas. En cierto
sentido, como agudo analista, Maquiavelo anticipa el ascenso de una figura estelar europea: el ascenso
de las monarquías absolutas, que concentraron el poder en Europa durante los tres siglos siguientes,
hasta que cambió la marea con el ascenso del liberalismo. La descripción que ofrece El príncipe
(escrita en 1513 y publicada en 1532) resulta más adecuada a los rasgos del absolutismo durante el
siglo XVII, y en ese sentido el florentino escribió una obra de anticipación. Claro, en ese momento ya
existían monarcas despóticos, pero la concentración final del poderío de la aristocracia en manos de los
monarcas no se había cumplido en Europa, las obligaciones feudales entre los diferentes niveles de la
cadena señorial impedían la plena concentración del mando en el centro del Estado.

El escándalo y la fascinación
Por la manera descarnada de abordar la esencia del poder monárquico, sin consideraciones sobre el
bienestar público y sin vínculo con las consideraciones religiosas tan agradables al periodo medioeval;
en fin, la obra de Maquiavelo, titulada El Príncipe, por tan novedosa y escandalosa se convirtió en un
éxito motivado por sus adversarios. La crítica de sus enemigos y la incomprensión de un trasfondo
estratégico, trazó un corto camino a la fama. Quizá afortunadamente para el éxito de la obra, pero en su
época y también ahora no se ha comprendido que existía una bienintencionada búsqueda de estrategia
en ese texto. En el fondo, el interés directo de Maquiavelo era la unificación del Estado en la Península
Italiana, bajo un modelo de creación de un Estado nacional. El fortalecimiento de un Estado central
despótico lo imaginaba Maquiavelo como el medio único adecuado para generar la paz interior y hacer
que los italianos contaran con medios políticos y militares para defenderse del exterior, superando la
trágica condición de un territorio para guerras extranjeras y saqueos de mercenarios. Pero el tema de la
unificación de Italia tardaría tres siglos en madurar dentro de la conciencia y la agenda regional. Por lo
mismo, los medios que propone Maquiavelo en El príncipe resaltan y escandalizan. Los medios que
propone Maquiavelo son la concentración de poder y el uso descarnado de la fuerza y el engaño para
sostener al gobernante y su reinado.
El Estado medieval siempre estuvo consagrado por la religión. Las consideraciones propias de la
religión fluían hacia la cuestión del gobierno, y los teólogos también eran los politólogos de ese
entonces. El hecho de que la moral empapara la vida política mediante la religión no era una garantía
para que la actividad política siguiera un curso moral. La misma crudeza de las continuas guerras
civiles dentro de Europa, indica que las consideraciones éticas se rompían cuando los intereses
materiales estallaban violentamente. Las crueles decepciones de muchos años con guerras civiles, y la
actuación de personajes como César Borgia, quien se apodera del papado mediante hábiles maniobras
políticas, son la base para una frialdad analítica de Maquiavelo en el tema político.
Sin embargo, en el contexto del siglo XVI abordar descarnadamente el tema de los intereses políticos y
de sus actuaciones eficaces resultaba escandaloso. La práctica había empezado a especializar la
política, separándola de la esfera económica, pero también la estaba profanando, por la práctica
continua de las acciones inmorales (incluso con la máscara o en nombre de la moral). El camino
diferente de rechazar las consideraciones éticas como el principio y guía de la actuación política
escandalizó a los contemporáneos de Maquiavelo. Pronto término maquiavélico se convirtió en un
calificativo para indicar las actuaciones en las cuales el fin justifica los medios, pero con más precisión:
se busca el fin por cualquier medio.
La fama duradera no dependió del escándalo, pues luego de acallada la oleada de cuestionamientos, la

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obra permanece pues Maquiavelo es perspicaz; él delinea perfectamente y con suficientes ejemplos de
la actuación política desde la Antigüedad, que el poder político se separa de las líneas de lo correcto.
Por lo mismo, El príncipe da la apariencia de contener un mapa del tesoro, como una especie de guía
fácil y práctica para acaparar el reino. El poder mismo, ya entonces, es presentado como un tesoro y un
botín, como un trofeo en sí mismo. La lectura de El príncipe genera un doble efecto, aunando la
censura moral con el camino para el tesoro, y ese doble efecto lo comparamos con el atractivo de la
pornografía, cuando la prohibición de la mirada signa una tentación para mirar. En definitiva creo que
Maquiavelo no esperaba personalmente ese doble efecto de su obra. La escribe en una reclusión
temporal, en difíciles condiciones y su intención era más clara y didáctica; de momento pretendía
congraciarse con Lorenzo II de Médici, para garantizar su libertad y posición personales, pero su
objetivo estratégico (ese sí discreto) estaba en la esperanza de unificar a la Península Italiana.

Sistematización de las formas políticas en un campo autónomo y validez de esta operación


Para elaborar un esbozo de ciencia se necesita observar regularidades, situaciones o estructuras que se
repiten, las cuales en su movimiento circular obedecen a las mismas causas aparentes. Los reinos
antiguos y nuevos, para Maquiavelo operan bajo los mismos principios y formas; las actuaciones de los
gobernantes antiguos y nuevos semejan; las operaciones de adquisición y conservación de los
principados se vuelven. Esa repetición de las operaciones políticas enfoca su mirada y Maquiavelo
quiere cautivar la atención del gobernante (su interlocutor requerido, Lorenzo II) sobre esa constancia
de las fórmulas de éxito y de fracaso.
Con estas regularidades, con estas repeticiones en las operaciones políticas se definen las herramientas
mentales para lograr un análisis especializado en la materia. Sin herramientas mentales adecuadas el
análisis de cualquier materia resulta imposible. Las partes constitutivas de la vida política del
principado van adquiriendo la dimensión propia. Sobre este terreno, como es evidente, existían
antecedentes y el territorio de la “polis” ya se iniciaba en sus definiciones desde los antiguos griegos
clásicos1, sin embargo, la autonomía del campo político se hace más patente durante el Renacimiento.
La existencia de una autonomía real en el campo político no es imaginaria, viene de hechos e implica
que las regularidades operativas que observa Maquiavelo contengan precisos e importantes elementos
de verdad objetiva. El tema del principado se estabiliza, y las relaciones de poder se hacen más
diáfanas y claramente circunscritas a una naturaleza definida. El perfil del gobernante como un
especialista en detentar y usar el gobierno se hace preciso, dejando de lado las consideraciones
religiosas que pesaban tanto en ese entonces. El contorno de lo súbditos como una masa sometida al
imperio político, se eterniza en su desgracia, que sólo oscila entre diversos males, dejando de lado la
idílica imagen del gobernante providencia y el reinado por la gracia de Dios repartiendo la gracia del
cielo entre sus súbditos. En especial, la voluntad de Dios vestida transmitida por la divina providencia
queda expulsada de la consideración política, un discurso más práctico (un discurso ateo de facto)
sustituye las especulaciones de los teólogos escoláticos. Empieza la firmemente dibujada separación
entre las funciones de consenso y de coerción de los gobiernos.
Las diversas consideraciones concretas encerradas en El príncipe tienen una catadura tan armada y
realista, que todavía en el siglo XXI siguen consideradas como observaciones estrictas. Políticos
prácticos tan exitosos como Lenin tomaron en cuenta a Maquiavelo como maestro de la estrategia, y
otros estudiosos recuperaron con cuidado la reflexión de fondo de Maquiavelo, tal como lo hizo
Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel. Nos sorprende todavía que una obra horneada en una mente
del año 1513 siga siendo estimada como una guía teórico-práctica, dotada de elementos realistas y

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Platón para comprender la vida política, necesita considerar la entidad completa de la polis, considerando los más
variados aspectos filosóficos, de educación, de justicia y demás, para comprender la estructura del poder. Entonces el
estudio de la política resulta un añadido del enfoque holístico de la filosofía antigua. Por su parte, Aristóteles hace
depender su estudio de las consideraciones morales, en particular de las indagaciones de la justicia, para comprender el
gobierno de la cuidad.

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pragmáticos.

Regreso de la ética a la política


Como contrapunto a la obra del florentino, queda el tema de las relaciones entre la ética y la política.
Mientras tanto la propuesta en El príncipe es clara: dejemos las consideraciones morales de lado,
permitamos que el gobernante opere como jerarca absoluto, usando con descaro los mecanismos de
mando a su alcance. Pero, al igual que el derecho, y por más que se aleje de consideraciones morales,
para la política las estimaciones éticas regresan con ímpetu. El tema de la ética en la política es
indispensable, aunque la objetividad científica requiera de darse una pausa y no ponga a las
estimaciones éticas en el principio. Es correcto que cada ciencia social pregunte primero por el ser (la
cosa misma), antes de abordar el deber ser (de la cosa misma); en cualquier terreno, es acertado que la
investigación social encuentre la existencia objetiva de los fenómenos (los hechos desnudos, sin
adjetivar mucho) y luego revele medidas correctivas para mejorar los fenómenos humanos. Al mismo
tiempo, la tentativa radical de abordar la ciencia social con completa objetividad descartando por
completo las preguntas por el deber ser ha terminado (y seguirá acabando) en una tentativa fracasada;
porque las personas existimos dentro de la sociedad y tendemos a buscar el sentido y la mejoría.
Además, la colectividad nunca es inalterable2, está sometida a leyes de transformación, y en ese
movimiento el conocer también implica cambiar. Y el autoconocimiento ya incluye una modificación
del sujeto observador, pues en sentido estricto “el observador pasivo no existe” para el ámbito donde el
discurso se refiere al sujeto que conoce, pues cuando hay interioridad3: siempre conocer es cambiar.
Entonces la ética no regresa a la política como un extraño, sino íntegra, desde su interior mismo e
incidiendo en lo básico. La pérdida de objetividad de las consideraciones políticas es una eventualidad
que a veces acompaña el regreso de la moralidad, pero no marca una anomalía porque la vida política
es también análisis dinámico, y como análisis dinámico exige una continua elección. La elección
dinámica de la política consiste en tomar alternativas, y para las alternativas entra la consideración
ética (lo mejor, lo conveniente, lo justo) y no sólo la eficacia o facilidad. Para elegir el cuestionamiento
implica cuál de las opciones de la vida política es mejor: ¿qué cambiar y qué conservar? Esas preguntas
son continuas a partir de la aceleración del fenómeno colectivo, ocurrida desde la irrpción de las
sociedades modernas.

La aceptación de la ética dentro de la política también acontece como la exclusión de “otras”


consideraciones morales del gobierno o el Poder. En especial, para el avance de formas democráticas
ha sido trascendente, la separación del Estado respecto de la Iglesia, porque la existencia de una Iglesia
“de Estado” apuntala un monopolio estatal sobre las ideas, por tanto, una estructura de dictadura sobre
el pensamiento. En este caso, el discurso moral del Estado, revestido de ideas religiosas oficiales, trae
aparejada la mayor inmoralidad, es decir, trae la inmoralidad típica de la existencia de un gobierno que
intenta dominar hasta en el sutil campo de las ideas, obligando al conjunto de ciudadanos a profesar
una misma fe religiosa; donde el Estado convierte a la creencia religiosa en un instrumento servil al
mandato material, con lo que también desvirtúa las intenciones morales de la misma religión. En este
caso, la irrupción de una manipulación (disfrazada de moral religiosa) sobre la política ha deformado la
práctica de Poder durante los muchos siglos, y esta irrupción ocurre desatando violencia y situaciones
trágicas. Sin el recurso de la moral o con la inmoralidad de la fuerza desnuda, el Estado se muestra
descarnado y amenazante, pero el mismo aparato estatal cuando es revestido de falsa moral se exhibe
como una maquina destructiva e intolerante.

2
El pasado de cualquier cosa es inalterable, en ese sentido la parte histórica de la sociedad es inalterable, pero sí cambia
la interpretación de la Historia, el presente resignifica al pasado.
3
La pasividad del proceso de observación es relativamente cierta cuando existe exterioridad entre el sujeto del
conocimiento frente a la cosa conocida. Cf. SARTRE, Jean Paul, Crítica de la razón dialéctica.

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Al final, la evaluación de los sistemas políticos debe medirse a la luz (directa o indirecta) de
consideraciones que acarrean (al menos de manera implícita) temas éticos, como son el bienestar de la
comunidad, el respecto a las libertades de sus ciudadanos, la relación entre el gobierno y sus
ciudadanos, etc. Pero estas consideraciones morales no deben colocarse a priori, sin estudiar los
sistemas políticos mediante categorías emanadas de la propia actividad como son Estado, partidos,
gobierno, consenso, coerción, legalidad, etc. Para estudiar sin falsas ilusiones a la vida política
recibimos las aportaciones de un florentino desde hace cinco siglos, quien comenzó a develarnos la
esencia del poder: ahí permanece Nicolás Maquiavelo.

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