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El desafío de educar a la generación Z

Cada vez hay más instituciones que se amoldan al perfil de


los nacidos a partir del año 1995.
Por:  NICOLÁS BUSTAMANTE HERNÁNDEZ | 
7 de marzo de 2015
 

Foto: Archivo / EL TIEMPO


Los 'Z' se inclinan por el autoaprendizaje permanente en línea y por la
búsqueda de programas que sean afines a sus gustos y dinámicas personales.
Como ninguna otra, la generación Z, conformada por más de 2.000 millones de
adolescentes y jóvenes que nacieron a partir de 1995 y crecieron en la era de
internet, viven y respiran en entornos digitales. En ellos no solo se comunican,
socializan y se entretienen, también aprenden, apalancados en las
herramientas que la web les provee.
Estos ‘mutantes’, como los llaman algunos investigadores fascinados por su
fusión con el mundo digital, están decididos a construirse una vida alejada de
los códigos y de las aspiraciones de sus padres y del resto de mayores que los
rodean, incluso en campos vitales como la educación. Mientras muchos adultos
de hoy se ufanan de haber estudiado largas y tradicionales carreras
presenciales en universidades, los Z se inclinan por el autoaprendizaje
permanente en línea y por la búsqueda de programas que sean afines a sus
gustos y dinámicas personales.

De acuerdo con el gabinete estadounidense de estudios Sparks and Honey, la


mayoría de los “nativos digitales” pasan en promedio tres horas diarias ante
sus pantallas; no solo consumen series, películas y participan activamente en
redes sociales, sino que también han hallado un tipo de formación que se
amolda a sus necesidades y a la forma como se relacionan con el mundo.
Hernán Aracena, cofundador del portal en internet Oja.la, que ofrece cursos
sobre programación para computadores, celulares inteligentes y tabletas, tiene
claro este diagnóstico. Desde su apertura en el 2012, este ha acumulado más
de 10.000 usuarios, de los cuales Colombia es el segundo país que más aporta
y el de mayor fidelidad.

“Esta generación no es como la de nuestros padres, a quienes les decían qué


estudiar y ellos lo hacían. A estos jóvenes les interesa más construir su propio
proyecto de vida y es algo que están logrando a partir de herramientas como la
personalización, que ya está ocurriendo”, dice este emprendedor venezolano,
quien, a sus 29 años, no duda en asegurar que la formación que él mismo se
proporcionó a partir de cursos en línea le fue más útil que la que recibió en la
Universidad de Florida Central (Estados Unidos), en informática y sistemas.

Pese a este avance que Aracena menciona y al tangible aumento de cursos


alternativos en internet tanto gratuitos (como los Moocs) como pagos y con
tutores que ofrece Oja.la, él considera que la educación para la generación Z
aún está en proceso de construcción.

“Creo que estamos en un Yahoo y todavía nos falta llegar a Google”, dice,
haciendo referencia a la historia de los buscadores en línea, que evolucionaron
desde versiones muy básicas hasta el monstruo tecnológico que es Google
hoy.

Por razones como esta es que también coexisten otras alternativas que
combinan modelos que miran hacia el futuro mientras tienen un pie en el
pasado, pues conservan las características de la educación más tradicional.

Así, existen instituciones como la Singularity University, cofinanciada por


organizaciones como Google y Nasa, que ofrece cursos de posgrado en ramas
futuristas especializadas, como innovación, y cambio climático y sostenibilidad,
o el proyecto Minerva, una apuesta que busca que, sin tener que ir a un
campus universitario en una única ciudad, los estudiantes se apropien de las
metrópolis del mundo, mientras viajan por ellas y toman clases a distancia en
programas que tienen currículos flexibles.

Otra propuesta innovadora es la de la Universidad Full Sail, en La Florida (EE.


UU.). Aunque fue fundada hace más de 30 años, en estos momentos este
centro académico cuenta con programas presenciales y a distancia en carreras
como programación de videojuegos y producción de cine y de sonido.
Allí, con miras a aprovechar al máximo los recursos de estudio, los jóvenes
pagan matrículas vitalicias que les permiten volver después de graduarse, y
cada vez que lo quieran para actualizar sus conocimientos en una o varias
materias de la carrera que cursaron. Además, para optimizar el tiempo, los
periodos de vacaciones se reducen a unas pocas semanas por semestre, lo
que resulta en que los programas duran solo dos años, con jornadas diarias de
mínimos ocho horas.
Veloz como la industria
“El objetivo de estas dinámicas es que la velocidad de estudio sea la misma a
la que se mueve la industria, que evoluciona permanentemente”, explica Jairo
Serna, director de admisiones de Full Sail, quien agrega que los currículos de
cada carrera se modifican, por lo menos, cada cuatro meses y con aportes que
los mismos universitarios intervienen en estos procesos.

Una oferta de ese tipo es la que busca Felipe Barrera, estudiante del grado
once en el colegio San Carlos, en Bogotá. Con 18 años, encaja perfectamente
en el perfil de la generación Z.

“Cuando salga del colegio quiero estudiar algo que no necesariamente me vaya
a volver millonario –dice–, prefiero algo que me divierta. Como soy un
aficionado a los videojuegos, estuve buscando un programa relacionado con su
desarrollo, pero no ha sido fácil porque la oferta que hay en Colombia no se
amolda a lo que quiero, que es algo más digital y menos tradicional”. Felipe,
valga decirlo, ya estableció contactos con una institución en Estados Unidos,
con miras a iniciar estudios allí antes de que finalice este año.

Expertos como el neurólogo Olivier Houdé, director del laboratorio de


psicología del desarrollo y educación infantil del CNRS-La Sorbonne (Francia) y
autor del libro Aprender a resistir, consideran que la clave para que los jóvenes
como Felipe asuman de la mejor manera este mundo, que parece ofrecerles
pocas posibilidades que se amoldan a lo que buscan, está en que los padres
los eduquen desde pequeños en habilidades como lo que él llama “saber
resistir”.
“La maduración de este proceso es lenta en el curso del desarrollo del niño y
del adolescente. Es por eso que hay que educarlo y entrenarlo intensamente
en el colegio. Es lo que yo llamo “aprender a resistir”, una pedagogía del
control cognitivo que ya ha sido demostrada en el laboratorio. Pero aún falta
probar su aplicación en la escuela”, dice este doctor en psicología, quien
explica en qué consiste el mecanismo: “Hay tres sistemas en el cerebro
humano –comenta–: uno es rápido, automático e intuitivo, altamente requerido
en el uso de pantallas; el otro es más lento, lógico y reflexivo. Un tercer sistema
en el córtex prefrontal permite arbitrar entre los dos primeros (el corazón de la
inteligencia) e inhibir los automatismos del pensamiento cuando se hace
necesaria la aplicación de la lógica o de la moral. Es la resistencia cognitiva.
Inhibir es resistir. Los nativos digitales deben reaprender a resistir para pensar
mejor”. Según Houdé, los miembros de la generación Z “han ganado aptitudes
cerebrales relacionadas con la velocidad y los automatismos, en detrimento de
otras, como el razonamiento y el autocontrol”.

Así son:
Cotidianidad: navegan a través de varios dispositivos electrónicos durante
varias horas al día. Están dispuestos a pagar mucho dinero por un teléfono
inteligente, pero están acostumbrados a obtener música, videos, películas y
contenidos gratis en la web. Adoptan modas que se propagan por ella, su
vocabulario está lleno de acrónimos y anglicismos y sus ídolos son estrellas de
internet.
Amigos: más de la mitad de los Z consideran que la vida social auténtica
transcurre en redes sociales, donde el 84 por ciento tiene cuentas registradas,
según una encuesta de la agencia JWT, de Estados Unidos. Para ellos es más
fácil chatear que hablar.
Conocimientos: fanáticos del “autoaprendizaje permanente”, echan mano de
los tutoriales de Youtube; han visto caducar tecnologías como los radios, el CD
y el DVD y tienen claro que todo lo obtienen de la red. Su atención es breve; no
leen, escanean.
Mundo laboral: entre el 50 y el 72 por ciento de ellos quiere crear su propio
emprendimiento. La palabra “empresa” evoca nociones negativas como
“complicada”, “despiadada”, “una jungla”. Confían en su red de contactos para
triunfar, antes que en los diplomas, y no son amigos de las jerarquías. Al 76 por
ciento le gustaría convertir su ‘hobby’ en su trabajo.

NICOLÁS BUSTAMANTE HERNÁNDEZ


Redactor de EL TIEMPO
Con información de AFP

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