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A L∴ G∴ D∴ G∴ A∴ D∴ U∴

Libertad – Igualdad – Fraternidad

H∴ Ven∴ M∴ , HH∴ que decoráis el Or∴ , HH∴ Pr∴ y Seg∴ Vig∴ ,


QQ∴ HH∴ todos:

En estos días, coincidiendo con el solsticio de invierno, la comunidad


masona de todo el mundo celebra el Día de la Fraternidad Universal.

Seguramente otros HH∴ hoy encararán el tema de la Fraternidad entre los


miembros de la Orden, por lo que he optado por intentar hacer una aproximación
al principio de la fraternidad como deber ético y moral.

Entendemos por moral aquel conjunto de reglas o valores, y también


prohibiciones, que tienen su origen fuera del individuo y que le fueron inculcados y
a menudo impuestos por su familia, por su religión, por las costumbres sociales
de su entorno, por la autoridad política, etc.

La ética, en cambio, abarca un concepto mas amplio pues siempre implica


una reflexión crítica sobre la validez de los principios impuestos por la moral. La
moral exige una aceptación pasiva mientras que la ética representa un análisis
crítico que deroga o reafirma aquellos valores.

La fraternidad es la sublimación de la solidaridad. No es compasión, ni


caridad, ni misericordia ni menos aun piedad. Es un amor superior, que reconoce
al prójimo como frate, hermano, miembro de una misma familia. Vivir en
fraternidad y sentirla como algo natural es el mejor estado a que podemos aspirar.

La Revolución Francesa tomó conceptos que por supuesto ya existían: el


de libertad e igualdad, como aspiraciones permanentes y supremas del hombre y
el de la fraternidad, presente desde siempre como prédica cristiana. Pero desde
ese momento, se transformaron en principios políticos y adquirieron otro
significado. La fraternidad pasa a ser la reguladora de los otros. A partir de ese
día se trata de libertad fraterna y de igualdad fraterna.

Ahora, cuando hablamos de fraternidad, nos referimos a la igualdad social


basada en la dignidad del individuo. Esto no fue reconocido internacionalmente
hasta el año 1948, cuando lo proclamó la Asamblea de las Naciones Unidas en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estos derechos, que no son
colectivos sino individuales, nos pertenecen personalmente a cada uno y son
además supranacionales, los gozamos todos los hombres y en cualquier lugar del
planeta.

Pero aquel tríptico de la Revolución Francesa, que toma como propio la


Masonería Universal, se transformó con el paso del tiempo en una simple díada:
libertad e igualdad. La fraternidad desapareció y salvo en las gestas
independentistas de algunos países americanos, ya no se habló de ella. Nunca la
vimos presente en los postulados de ningún partido político. Ni de aquí ni de otro
país.

La fraternidad está hoy acosada, arrinconada y muy a menudo olvidada.


Vivimos una época mezquina en que abundan la discriminación y el egoísmo. Se
han cambiado aquellos principios morales que nos eran familiares y la ética
pareciera que corre el peligro de desaparecer. Es la hora de los poderosos, de los
lindos, los ricos, los “triunfadores” y los “exitosos”. Las fuerzas económicas,
mucho mas poderosas que las fuerzas políticas y aun que los estados, no
entienden nada de fraternidad ni de igualdad. Sus intereses van por otro lado y no
vale la pena repetir lo que todos sabemos en cuanto a las ventajas e
inconvenientes que nos ha traído la sociedad de consumo y estas concepciones
de la libertad y el progreso que campean por todo el mundo.

Vivimos épocas difíciles. Si bien estábamos mas o menos habituados a


soportar las crisis económicas, porque al fin de cuentas eso es casi inherente a
nuestra condición de país pequeño y con recursos limitados, ahora estamos
inmersos en una crisis diferente. Se nos ha deteriorado el entramado social hasta
un grado que no conocíamos y que ni siquiera imaginábamos.

Hemos sufrido siempre desigualdades. Sobre todo en el acceso al saber y


al tener. Pero somos conscientes todos que esto hoy es diferente. Desde hace
algún tiempo, demasiado para el que la padece, nuestros antiguos pobres se han
convertido en marginados. Marginados, es decir fuera de la sociedad. El
movimiento centrífugo de las fuerzas económicas que imponen su concepto de
progreso, ha expulsado de su lugar natural a un número cada vez mayor de frates
que conforman hoy un vergonzante collar de asentamientos.

Probablemente estemos ya en la tercera generación de marginados.


Tenemos niños que han nacido en un asentamiento pero también allí han nacido
sus padres y acaso también algún abuelo. Ya no hay dificultad en el tener y en el
saber. Ahora directamente no tienen y por supuesto, tampoco saben.

No alcanza con que algunos consigan vestirse igual o poseer el mismo


electrodoméstico, es una semejanza imitativa solamente. Lo dramático es que ni
por asomo pueden alcanzar lo primordial: educación, vivienda, trabajo o salud.
La sociedad estaba acostumbrada a sobrellevar la pobreza de algunos de
sus miembros. Entre la caridad, algo de solidaridad y mucha indiferencia, el
problema era manejable.

Pero ahora es diferente. Este ya no es el ambiente en que nacimos. Una


nueva cultura ha surgido desde los bolsones de pobreza. Se han cambiado
dramáticamente las reglas de convivencia.

Un número creciente de ciudadanos solicita hoy más seguridad y para


conseguirlo está dispuesta a ceder una parte de la libertad, la de los otros, claro.
Como hombres libres, sabemos que ese no es el camino. La fuerza nunca
incluyó. Su especialidad es excluir, marginar, aislar. No es la fuerza la que tiende
la mano y da posibilidades al que no las tiene.

El hombre tiene una serie de necesidades que Maslow agrupó en su


célebre pirámide. Somos un animal sociable y una de esas necesidades es la de
pertenecer a alguna comunidad y somos conscientes que un número muy grande
de frates ha sido expulsado de ésta.

Nuestra filosofía dice que los cambios deben comenzar por nosotros
mismos y que eso afectará el medio en que vivimos. Si alguien no lo había
entendido o discrepaba, que mire a sus costados. Otros han cambiado y eso
afectó el medio en que vivimos.

QQ HH, la fraternidad se fundamenta en la convicción de que todos somos


uno. Las diferencias de talento, de habilidades o de educación son despreciables
comparadas con la identidad de la esencia humana.

Hemos aprendido que logramos ser libres cuando los conocimientos


adquiridos nos permiten elaborar nuestro propio y personal criterio. Que somos
honrados sólo cuando actuamos conforme con nuestra propia conciencia y las
leyes del país y que somos de buenas costumbres si respetamos y ayudamos a
nuestros semejantes.

Resulta un imperativo ético y moral practicar mas allá de nuestros talleres


la fraternidad a que aludimos semanalmente. Si no lo hiciéramos, caeríamos
paradójicamente en un egoísmo que no se compadece con los principios que
ostentamos.

H∴ A∴ R- D. G.
R∴ L∴ S∴ Faro del Este Nº 130
19.06.09

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