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La diferencia y el fundamento:
Pensar en el contexto y pretexto (lo no explicitado en el habla) se fundamenta en
la invocación de la
diferencia. Esta permite la ruptura que deja la totalidad en lo innombrable y al
hablar determina las cosas
en la presencia. El mundo debe ser seccionado para poder ser nombrado, la realidad
no puede nombrarse en su
totalidad (queda silenciada), por ello debe partirse en cada materialidad que la
compone, las cuales son
nombradas. En definitiva esa misma ruptura o diferencia entre la realidad total y
las cosas llaman a esa
metafísica que es permanente y constante en un pensamiento fundado en el cual el
silencio es ajeno a la
palabra, donde el horizonte de la realidad total a la cual pertenecen las partes
queda silenciada ante la
presencia nombrada de cada parte. Según Heidegger la palabra auténtica se da cuando
participa: de un escuchar,
en la comunión con lo dicho en un horizonte histórico de subjetividad y con lo que
se da en este como
acallamiento. Para él en la poesía y en la filosofía se da que la palabra intuye la
autenticidad del Ser.
Según él es en la palabra poética y filosófica donde puede darse el lugar para la
autenticidad de un tiempo
histórico o momento cultural para hacerse concepto y con ello huir a lo
contingente, mirar hacia la
profundidad de su ser auténtico. En ese espacio profundo aparece el silencio de lo
innombrado como aquello sin
límites, donde esa realidad total originadora de todo lo nombrable, desciende a la
calidad de palabra
inteligible. Sin embargo, el lenguaje y el habla en general permanecen prisioneros
de la contigencia, pues
pareciera que temieran indagar en esa profundidad, prefiere permanecer
(in)auténtico, no indagar en sus
orígenes, como sabiendo la ausencia de su contenido. Lo innombrable es la propia
coartada para mantener en
silencio a la diferencia, pues al ser innombrable la diferencia no puede ser
alcanzada, escapa al mundo
inteligible que ella misma funda. Solo lo presente es aquello que puede nombrarse,
pero al mismo tiempo
aquello que puede nombrarse es lo presente, entonces aquello innombrable (como el
silencio y la realidad
total) queda relegado a un olvido, a un olvido inmemorial, pues es algo que nunca
ha sido "conocido". "El
silencio relega el mundo al ámbito de lo ausente o de una hondura infinita que la
palabra nunca alcanza,
precisamente porque la evidencia de lo explícito sólo habita en la superficie de lo
visible". (p.20). La misma
diferencia se oculta aquí, en ese espacio de lo innombrable, con lo que produce su
invisibilidad y
silenciamiento, haciendo que toda denuncia de su supuesta existencia sea concebida
como algo increíble.
Así las cosas de la realidad en su materialización hecha a partir del nombramiento
carecen de fundamento, pues
su fundamento originador no es posible de ser hayado, ya que está en un más allá
metafísico (el mundo de las
ideas por ejemplo). Desde allí se extraen las cosas, se amoldan a la distinción y a
la presencia mediante un
nombre , y al hacer esto su contenido original, su fundamento se vuelve idea al
tratar de traspasarlo fuera
de la metafísica y degradarlo a la nominación, pierde así su fondo y silencio
originarios, su fundamento
originador queda en el más allá.
Temporalidad y alteridad:
El fundamento de las cosas no es algo superficial y palpable, su presencia como
cosa nombrada (y por tanto
nombrable) está inscrita en una temporalidad presente incesante que deja entrever
al pasado intangible y al
futuro incierto. Así la inteligibilidad de las cosas nombradas se da en la
presencia que remite a un presente
constante de quietud. Es una eternización del instante en que el ente fue apropiado
como cosa nombrada, es así
un reflejo de la fijeza metafísica del objeto en el más allá. Eso es la palabra, la
suspensión de los cortes
que se realizan para sustraer el objeto de la abstracción universal que es la
realidad total y que conforman
al objeto como una cosa nombrable en su singularidad. Esta palabra es solo una
intuición del sentido infinito
y total de la realidad, ya que solo dispone de la capacidad del lenguaje y su
superficialidad. En la metáfora
está la mayor cercanía que puede lograr el lenguaje respecto a la realidad total,
es decir a lo innombrable,
en su capacidad de ambivalencia, y esta es usada principalmente en la poética y en
la filosofía.
Lenguaje y conocimiento:
Emisión y recepción son parte del proceso comunicativo, sin embargo el significado
varía para ambos. Lo
gramatical y lo fonético es propio del lenguaje, van más allá del individuo, pero
el sentido y el significado,
no van más allá del individuo, pues estos están situados, nacen y mueren en un
contexto local. No obstante, el
sentido busca trascender, y en esa búsqueda se alimenta el proceso comunicativo.
Así, la palabra tiene dos
búsquedas de trascendencia: 1)de contenido (quiere duplicar la realidad que dice
nombrar) 2)de objetivación
(quiere trascender ella misma para ser objetivación del sentido y la
significación). La palabra busca huir a
la nada a la cual realmente pertenece. Y cuando la palabra logra ingresar a la
economía del lenguaje, esta se
vuelve escritura, allí deja atrás su naturaleza vacía y se convierte en principio
del mundo (o la realidad).
La palabra es otorgadora de un sentido en la existencia, en su labor personal de
ocultar su vacío se vuelve
recurso de salvación, pues sin ella la carencia de la realidad habitada sería algo
evidente, algo imposible de
soportar. "Lo que verdaderamente aterra del silencio es precisamente lo que pone en
evidencia: la eternidad de
la muerte, el sinsentido de la existencia cuando ella es exigida a trascender sus
severos límites." (p.35).
El pensamiento de Colodro sobre el silencio es condensador de un todo, y en esta
sentencia se explica muy
bien, el silencio es el vacío fundamental del que somos parte (la nada
heideggeriana), pero del que no somos
conscientes gracias a la existencia de la palabra, es por esto que no puede haber
palabra sin silencio, pero
si silencio sin palabra, eso sí, da a entender que sin palabra no puede haber vida
en términos de vitalidad.
Así, como es sabido todo está condenado a desaparecer, y ahí, en esa condena el
lenguaje se transforma en un
salvavidas, pues genera ilusiones, entre ellas la de la vida como algo
interminable, esto da su vocación a la
palabra: hablar sobre la muerte y la superación de esta. El lenguaje trabaja
forjando fronteras imaginarias,
entre las cuales lleva a caber todo en su interior, de esta forma posterga a la
muerte hasta el infinito, es
un horizonte último de sentido. Así el lenguaje solo es capaz de dejar una huella,
algo que prueba su
existencia, su paso, pero nada más, es una ilusión de anterioridad, y sobre todo es
una marca de presencia que
solo confirma su ausencia.
En la modernidad (con el cogito cartesiano) esta idea del lenguaje cobrará fuerza,
y es por ello que este ya
no será simplemente un elemento comunicativo, alegórico o poético, sino que se
convertirá en instrumento del
saber. "(...) pretensión de conocimiento; de un conocimiento que no es ya el fruto
de la revelación y la
actividad contemplativa, sino el resultado de la optimzación de los procedimientos
para verificar la realidad
y hacerla discurso." (p.37), aquí florece el pensamiento ilustrado positivista de
buscar la verdad en el
método, por lo que todo comienza a ser teoría, pues todo debe ser abarcado y
comprendido. Buscan manipular la
realidad, controlarla, esta es la ideología dominante, porque con esta se puede
usar al lenguaje como un
instrumento de poder. Estas lleva al debilitamiento respecto al pensamiento de una
realidad que va más allá
del poder abarcador del lenguaje, hirguiéndose así la palabra como principio
fundamental de la realidad. Para
el pensamiento moderno ya no interesa lo que esconde el lenguaje tras de sí, sino
que aquello efecto que va
dejando por delante, en cómo interviene en la realidad (realidad que puede ser
interpretada y con ello
modificada de acuerdo a objetivos conscientes). Esto constituye un nuevo silencio
para el lenguaje, pues su
verdad, la que pretende, nuevamente excede sus límites, ahora necesita generar un
discurso práctico u
operativo, así nuevamente su sentido deja de radicar en sí misma. Así el discurso y
su contexto local logran
desplazar a la palabra, pues este se vueleve autorreferencial, se convierte en
origen, fundamento y finalidad.
La palabra ya no debe sustraer extractos de la realidad innombrada para hacerlos
inteligibles, es decir, ya no
se esfuerza en duplicar la realidad, sino que ahora recrea los objetos ya
sustraídos. De esta forma el realto,
discurso, palabra, se desprende de su relación con algo externo, ahora el propio
lenguaje es concebido como
principio activo del mundo. Así el silencio se vuelve un acto político, incluso
subversivo, pues en un sistema
que busca que el habla esté regada por todas partes, y donde los sistemas de
comunicación se multiplican de
forma exorbitada, el silencio es resistencia, pues el habla sigue dejando fuera a
los elementos que no logra
abarcar, y esos elementos, los innombrados, son la real amenaza para el sistema.
Pues, allí en ese silencio
fundamental se encuentran los secretos de la existencia (de la realidad), así la
respuesta de Heidegger a esta
fatalidad es que en la palabra no estaba la posibilidad de encontrar la
autenticidad secreta del ser, sino que
está en el silencio, ya que, la inmensidad de dicha autenticidad es tan ilimitada
que no puede ser abarcada
por el lenguaje. Así el ser tiene dos opciones: vivir condenado a es horfandad de
sentido o vivir bajo la
paternidad del falso sentido que otorga la palabra.
El ser vive gobernado por la diea de que aquello que no llega a la superficie como
palabra no es parte de la
realidad, idea que le deja entrever que hay un algo bajo la superficie, un silencio
profundo donde reside
un algo que falta para llegar al ser, todo debe llegar a la superficie para que
pueda ser inteligible. Así, se
obliga al ser a hablar. La iglesia, por ejemplo, se valió de esto para sustentar su
poder, mediante el rito de
la confesión, donde la palabra es lo que libera y salva, mientras que el silencio
es algo dañino, esto porque
ven al silencio como contra-poder, hicieron todo lo posible para prohibir el
silencio, algo que se manifiesta
en la aparición de la Santa Inquisición. Se hizo así necesario provocar una palabra
que no fuera ambivalente,
que no ocultara un silencio, una palabra hegemónica que lleva al sentido a su
límite. De este modo el silencio
es un derecho negado, el habla es la única posibilidad, pues el silencio atenta con
el orden establecido, es
así como se transforma en resistencia. De esta forma el silencio queda en una doble
condición: pues significa
la imposibilidad de hablar pero se cruza con la imposibilidad de callar que impone
el orden.
El texto, el lenguaje, esconde tras sus palabras un sentido, uno oculto e infinito,
inabarcable, trasciende a
las palabras, este se resiste al texto y se mueve con libertad detrás y por delante
de él. Por ello se dice
que la palabra no puede evitar su vacío de sentido, la fuga constante de este, al
cual busca y cuando parece
que lo va a encontrar, se le escapa. Así, la superficie es su consuelo, la ilusión
que le hace pensar que el
sentido y ese fondo indeterminado no existe o es puramente imaginario. Esto es
ambivalente, pues también se
observa al sentido como una coartada, una posible fantasía impuesta para sí misma
como destino, algo que le da
origen y la explica, pero que parece más ilusión que realidad, pues nunca ha
podido, y al parecer nunca podrá
alcanzarlo.
El problema de la expresión:
La segunda distinción en la articulación palabra/silencio está en el referente, y
se da por medio de la
dualidad expresión/expresado. Esta sostiene que el campo de significaciones de las
palabras tienen por
condición la expresión en imagen verbal de lo expresado, la representación de las
cosas, de todo aquello que
está fuera de los márgenes del lenguaje. Esto presupone que esa realidad que escapa
al lenguaje es expresable,
por lo que le atribuye a las cosas una capacidad de ser significables a través del
lenguaje. Así la
"responsabilidad" de expresividad recae en las cosas y no en el lenguaje, así como
sucedería con la vista, la
posibilidad de que las cosas sean vistas no dependería de la existencia o capacidad
de ojos, sino de las cosas
de ser visibles. Así, el referente está en otro lugar, en una trascendencia sobre
la palabra, una de la que la
palabra prescinde.
Pero ese universo no es solo absoluto, es también relativo, pues expresa una manera
específica de crear y de
usar palabras, estas hablan desde un contexto y un pretexto particulares, por lo
que siempre pone de
manifiesto una cultura y una temporalidad histórica, así como da cuenta de los
intereses de un determinado
sujeto. Así, su carácter absoluto está dado por la imposibilidad de situarse fuera
de él (carácter inmanente),
y su carácter relativo está en los términos específicos que lo generan en todo
momento, dando sus
cristalizaciones momentáneas y cambios permanentes. Estos dos caracteres definen lo
que se ha llamado:
El modelo de la enciclopedia como laberinto. Este dice que toda cultura se
autoelabora como una especide de
enciclopedia infinita de significaciones que remiten unas a otras en ramificaciones
incesantes, donde cada una
toma de otra algo para generar un tercer elemento, lo que lleva a que no haya un
piso base, ni uno final, del
cual se pueda extraer todo lo demás, no hay una raíz.
Autogeneración y recursividad:
El lenguaje funciona nombrando las cosas que existen, ya sea denotando las que
están en el exterior de este,
es decir, en la realidad innombrada, o sin creer en dicha existencia. Sin embargo,
nombrar no es mostrar, así
el referente no es algo perceptible, sino que es algo nombrable, la mostración
remite a la evidencia de la
existencia del nombre, no presupone la existencia de otra cosa. Este dilema no
tiene resolución, y la realidad
se alimenta de esto. Así, la referencialidad solo es posible dentro del lenguaje,
solo puede reflejarse la
realidad nombrándola, pero ese nombre hace referencia a términos consensuados, no a
una realidad exterior.
Así, la realidad se autoconstituye mediante la palabra, la dualidad que distingue a
la palabra del objeto,
posee una contradicción esencial: el poder referencial del lenguaje funciona con la
presunción de que existe
una realidad externa al lenguaje. El lenguaje funciona así, como un inmenso
entramado de axiomas y reglas, los
cuales son formados por el lenguaje mismo. Las reglas que rigen la formación del
lenguaje viven implícitas,
todo lo nuevo nace mediante una regla implícita que queda inmediatamente integrada
al lenguaje, y cada nueva
regla deriva de una anterior que ya estaba funcionando. Este nivel de
autoconstitución y modificación de las
reglas del lenguaje explican su moldeabilidad y riqueza. "La interacción entre
todos los niveles y sus reglas
conforma en los hechos un todo autoconstituido, donde los procedimientos y
derivaciones son en sí mismos parte
de una "lectura" siempre a posteriori respecto del origen y alcance de cada nuevo
componente". (p.62). El
lenguaje se constituye así como un fundador de una realidad que emula a una
realidad superior, la cual siempre
corre el riesgo de ser ilusoria, pues también puede ser un mecanismo propio del
lenguaje para ocultar su
real funcionamiento.
Esto hace entender al ser humano como un ser que opera sin necesidad de reglas, por
lo que puede ser entendido
como un sist. informal. Al acoger una idea sobre la realidad el ser ya está ubicado
en un horizonte de
entendimiento, el cual es anterior al orden lógico. Su participación en el modelo
interpretativo que le
ofrezcan proviene de la proyección del mundo en que participa y de los sentidos que
fundan esa proyección. Las
reglas del lenguaje, las cuales definen lo posible o lo imposible de significar,
son parte de ese mundo donde
el ser está ya instalado. El mundo habla a través de cada ser y por ello cada mundo
existe a fuerza de la
imposición del mundo de un uno sobre un otro. Cada subjetividad es un mundo, pero
solo puede existir si es
parte del horizonte de sentidos que conforman el habla de una cultura y una
continuidad histórica. El ser
existe solamente en el mundo, y el mundo existe cuando habla por medio de este, por
lo que la totalidad de las
cosas son la proyección de un lenguaje. De esta forma el propio lenguaje es el que
encierra los secretos del
mundo y de la existencia, y cada individuo solo puede acceder a lo que tiene, pues
el ser es el universo de
palabras que lo forman.
Comunicación e información:
El ser al haber comprendido su situación de vacío, de que no hay solidos, por lo
que la superficialidad de la
palabra es todo lo que tiene, se ha vuelto un ser aferrado al habla, cada vez habla
más, a tal punto de llegar
a caer en la incomunicación por el exceso de esta. Todo se procesa para ser
convertido en información, pues
la gracia de esta es que no requiere de la participación de un otro que si requiere
la comunicación, solo
necesita generar dispositivos que procesen y distribuyan. La comunicación se gesta
en un espacio de
copertenencia, un universo constituído por subjetividades que tienen la necesidad
de vincular experiencias
vitales, lo que lleva a que en la comunicación haya una disposición afectiva por el
otro. En la transmisión de
información esto no es fundamental, solo busca desarrollar un fin práctico. De este
modo se degrada a la
palabra de su trabajo como articuladora social a un simple medio de información.
Pierde su valor como medio
para aproximarse al otro, lo que constituye al ser como subjetividad y al otro como
alteridad.
Por ello esta época ha iniciado un trabajo de búsqueda en el lenguaje, como si algo
se hubiera perdido en
este, como si en este pudiera constatarse el misterio del ser, el cual parece
residir en aquello que el
lenguaje no es capaz de explicar. Se llega a percibir que en la palabra no hay una
conexión inherente con el
referente, sino que pura proyección del deseo personal. Pero toda esta búsqueda
solo reafirma la idea de que
al parecer existe una realidad trascendental, la cual el lenguaje es incapaz de
contener y mucho menos de
proyectar. Es por esto que se busca el silencio o el callar, el ser intuyendo que
la palabra jamás le dará lo
que busca, porque aquello se ha escapado para siempre, prefiere callar. Pero callar
tampoco parece tener
sentido, pues al final lo innombrable parece ser la vocación de la palabra como
creía el Wittgenstein del
Tractatus. Y ante este panorama al ser no le queda más consuelo que el haber
despertado, el darse cuenta de
ese vacío adornado tristemente por palabras mutiladas, eso es lo único que ha
quedado, la limosna del tiempo.
Analizar críticamente la metáfora es algo casi imposible, pues implica caminos que
o no son accesibles, o que
implica realizar el análisis desde el interior de la metáfora. El problema es que
sus márgenes parecen
infinitos, lo que hace parecer que nunca se puede ir más allá de ella.
La idea de metáfora parece estar habitada por otra, una idea que parece ser
fundamento mismo del lenguaje le
usa como vehículo de expresión. Esto nos hace pensar que la metáfora en sí misma es
una idea metafórica, es
decir, algo que se da un gran rodeo de sentido parar decir algo que ni siquiera es
claro, más bien parece
emitir un flujo o devenir semántico que usa las vías de la analogía, metonimia o
equivalencia. Así, la
metáfora es un vehículo que hace andar la idea de re-presentación. En esa movilidad
no tiene comienzo, ni fin
claro, es un movimiento interminable que busca develar el sentido. Es el movimiento
el gran esfuerzo del
lenguaje, pues no se tiene nada claro el sentido, por lo que ese movimiento intenta
disminuir la distancia
entre la profundidad semántica y la superficialidad sintáctica. La metáfora va más
allá del procedimiento de
lo metafórico, contiene la idea de representación (la cualidad propia del signo y
lo simbólico) y la de
diferencia. "La dualidad de principio sobre la que el concepto de lo metafórico
supone que #algo prodría ser
dicho de otra manera#(en cursiva) encubre ya una voluntad trascendental: la
posibilidad de un contenido más
allá de la forma, una presencia anterior y originaria respecto del procedimiento de
su re-presentación."
(p.71).Esa diferencia que da fundamento a la presencia, que permite la distinción
entre lo propio y lo
figurado, está en la metáfora. Sin embargo, la naturaleza movil del sentido puede
hacernos pensar que el
sentido no es el objeto desplazado en el movimiento, sino que el sentido es en sí
el movimiento. El lenguaje
se mueve de esa manera: una tensión entre el significado que escapa y se diluye y
el significante que trata
de capturarlo y aprehenderlo. Por ello el lenguaje literal no cree en la metáfora,
pues esta le enrostra su
derrota a la hora de intentar aprehender la totalidad de sentido que es la realidad
innombrada.
Exceso y ambivalencia:
La idea de metáfora deja en evidencia que hay algo que excede al lenguaje, ese algo
es el significado, por lo
que el sentido queda en parte fuera de los márgenes del lenguaje, en un silencio
irrompible. Escrutar aquello
es algo practicamente imposible, pues siempre tenemos la idea de que lo que se dijo
es lo que se quiso decir,
aunque podemos siempre cuestionarnos ¿qué quiso decir? Esto sucede porque la
ambivalencia del sentido siempre
está presente, irrumpe y desafía siempre la posibilidad de un sentido claro. Esto
nos lleva a la idea de que
el lenguaje descansa en la imposibilidad de comunicación, pues en sus bases ya hay
equívocos. Pero el
lenguaje niega esto muy bien, pues la palabra es la encargada de hacer creer en la
inexistencia de una
totalidad ilimitada donde todos los sentidos conviven irreductibles.
La metáfora en ruinas:
Si el origen del lenguaje es solo esa inalcansable presunción de sentido, la
necesidad de capturar eso que
solo puede "atraparse" cuando se ha dado por perdido, la metáfora no es entonces un
procedimientdo del
lenguaje, sino que es la activación del lenguaje en sí, es la herramienta que va a
buscar ese sentido que está
fuera, en el más allá, ir en busca de ese exceso donde está el sentido es su
coartada, usa esa distinción
ilusoria, no nace de la diferencia en el procedimiento, sino que nace por el puro
procedimiento interminable
que realiza. Así, el límite ya no está afuera, ahora convive con esa exterioridad
donde buscaba el sentido,
pero deberá seguir generando la idea de presuposición, la ilusión de ese límite
inalcanzable, puesto que es la
única forma de que el lenguaje persista. Así se llega a la metáfora en ruinas, pues
está condenada a
persistir en su infinita labor. "Su fin es, en realidad, su desborde, la
diseminación de su campo en todas
direcciones para dejar en evidencia únicamente el principio de realidad de lo
simbólico." (p.88). Se aleja de
una posibilidad de contenido propio, huye a los márgenes del lenguaje, y ella misma
se resiste a lo explícito.
El lenguaje queda al descubierto, pues se revela su capacidad infinita de
metaforizar al sentido, creando y
recreando referentes propios. La diferencia que generaba lo metafórico queda
disuelta, la metáfora queda
libre. Los signos no develan significados, ni referentes, simplemente los
suplantan, lo virtual es más real
que la realidad, ahí lo metafórico se anula en lo absoluto de la metáfora. La
metáfora se automutila en la
creación incesante de océanos de sentido que ella misma ha hecho, queda ella misma
contenida en este. Con
esto se da cuenta que el lenguaje es la primera gran virtualidad que genera el ser,
este nunca ha sido
descriptivo respecto de un mundo exterior trascendental, sino que es un generador
de sus propios refrentes y
sentidos.
El ser se construye sobre un límite, al igual que el lenguaje, el ser vive en una
superficie, o más bien se
mueve en ella, pues en su ser vive un inconsciente. Este inconsciente tiene una
basta profundidad, pero solo
somos capaces de acceder a aquellas cosas que se manifiestan en la superficie y que
podemos significar. El ser
está sometido a una fuerza de atracción que posee el inconsciente, no puede escapar
a este. El inconsciente
está ahí, pero oculto, y que se muestra someramente en cada movimiento, por lo que
el esfuerzo puede
centrarse en develarlo, en mostrar su sentido. Se constituye así como una dicotomía
entre lo presente y lo
ausente, pero eso dice que siempre está ahí, la cosa es que no es algo que sea
fácil de notar. Es necesario
hacerlo significar, y para ello los caminos que usa no solo son los de las
palabras, también suele
manifestarse a través del mutismo, el raptus o el sueño. Sin embargo, la forma de
darle significatividad al
inconsciente es a través del lenguaje, como si estos estuvieran relacionados
íntimamente, incluso algunas
escuelas creen que el inconsciente se construye a partir del lenguaje, pero todas
coinciden en que el lenguaje
es algo más que solo una herramienta ajena al inconsciente.