Sunteți pe pagina 1din 17

El silencio en la palabra - Max Colodro

-----Capítulo I: El silencio del ser-----

Hemos tendido a pensar en la palabra como la carga de significado, la que contiene


todo lo inteligible del
lenguaje, y que esta está totalmente disociada del silencio, ese otro lado vacío,
aquello que no tiene ninguna
significación posible. El mundo está poblado de todo aquello que asimos con las
palabras, por lo que creemos
que todo aquello que no es posible designar con estas no pertenece a la realidad. Y
por ello permanecemos en
ella, nos sentimos seguros hablando, pues al estar en silencio pareciera que
entramos en contacto con la nada.
Por ello nos parece extraña la idea de Heidegger de que la palabra auténtica pueda
brotar del silencio.

La vinculación entre palabra y silencio está mediada por la realidad (o mundo)


donde está todo aquello que
posee un nombre y distinción. Esa distinción entre objeto y palabra dificulta
vislumbrar la relación de lo
nombrado y lo que está en silencio. Esto refiere a una metafísica que desvaloriza
el silencio, pues para esta
aquello innombrado simplemente es algo que no existe, aquello que no merece la pena
expresar. Pero esa misma
idea hace ver que todo lo nombrado tiene obviamente un origen anterior a su
nombramiento. Esto genera un
frontera compleja que define el uso de la palabra, y esa metafísica está bien
oculta a la vista, en cada
nombramiento la perpetuamos, pero también la pasamos por alto y nos sumergimos en
ella. Ahora es necesario,
para lograr una ontología del silencio, generar una separación entre objeto y el
universo simbólico al que
pertenece. Esta distinción responde a una propiedad del pensar metafísico: "La
diferenciación entre el mundo
como totalidad de sentidos y cada cosa o hecho, ocultaría una intimidad que también
queda acallada, pero que
en cuanto fundante del horizonte de ocurrencia determina la posibilidad de la
propia distinción". (p.17).
Esta distinción es la que hace ver al silencio, lo innombrado como lo otro, la
alteridad, pues en su unidad
(mundo/cosas) se funda la distinción. Así las cosas aparecen como lo otro del
mundo, que lo separa del
horizonte de la totalidad donde pertenece. Así la totalidad de la realidad donde
todo se encuentra contenido
queda silenciada ante la presencia de las cosas que pueden distinguirse con el
nombramiento, una por una.

La diferencia y el fundamento:
Pensar en el contexto y pretexto (lo no explicitado en el habla) se fundamenta en
la invocación de la
diferencia. Esta permite la ruptura que deja la totalidad en lo innombrable y al
hablar determina las cosas
en la presencia. El mundo debe ser seccionado para poder ser nombrado, la realidad
no puede nombrarse en su
totalidad (queda silenciada), por ello debe partirse en cada materialidad que la
compone, las cuales son
nombradas. En definitiva esa misma ruptura o diferencia entre la realidad total y
las cosas llaman a esa
metafísica que es permanente y constante en un pensamiento fundado en el cual el
silencio es ajeno a la
palabra, donde el horizonte de la realidad total a la cual pertenecen las partes
queda silenciada ante la
presencia nombrada de cada parte. Según Heidegger la palabra auténtica se da cuando
participa: de un escuchar,
en la comunión con lo dicho en un horizonte histórico de subjetividad y con lo que
se da en este como
acallamiento. Para él en la poesía y en la filosofía se da que la palabra intuye la
autenticidad del Ser.
Según él es en la palabra poética y filosófica donde puede darse el lugar para la
autenticidad de un tiempo
histórico o momento cultural para hacerse concepto y con ello huir a lo
contingente, mirar hacia la
profundidad de su ser auténtico. En ese espacio profundo aparece el silencio de lo
innombrado como aquello sin
límites, donde esa realidad total originadora de todo lo nombrable, desciende a la
calidad de palabra
inteligible. Sin embargo, el lenguaje y el habla en general permanecen prisioneros
de la contigencia, pues
pareciera que temieran indagar en esa profundidad, prefiere permanecer
(in)auténtico, no indagar en sus
orígenes, como sabiendo la ausencia de su contenido. Lo innombrable es la propia
coartada para mantener en
silencio a la diferencia, pues al ser innombrable la diferencia no puede ser
alcanzada, escapa al mundo
inteligible que ella misma funda. Solo lo presente es aquello que puede nombrarse,
pero al mismo tiempo
aquello que puede nombrarse es lo presente, entonces aquello innombrable (como el
silencio y la realidad
total) queda relegado a un olvido, a un olvido inmemorial, pues es algo que nunca
ha sido "conocido". "El
silencio relega el mundo al ámbito de lo ausente o de una hondura infinita que la
palabra nunca alcanza,
precisamente porque la evidencia de lo explícito sólo habita en la superficie de lo
visible". (p.20). La misma
diferencia se oculta aquí, en ese espacio de lo innombrable, con lo que produce su
invisibilidad y
silenciamiento, haciendo que toda denuncia de su supuesta existencia sea concebida
como algo increíble.
Así las cosas de la realidad en su materialización hecha a partir del nombramiento
carecen de fundamento, pues
su fundamento originador no es posible de ser hayado, ya que está en un más allá
metafísico (el mundo de las
ideas por ejemplo). Desde allí se extraen las cosas, se amoldan a la distinción y a
la presencia mediante un
nombre , y al hacer esto su contenido original, su fundamento se vuelve idea al
tratar de traspasarlo fuera
de la metafísica y degradarlo a la nominación, pierde así su fondo y silencio
originarios, su fundamento
originador queda en el más allá.

Temporalidad y alteridad:
El fundamento de las cosas no es algo superficial y palpable, su presencia como
cosa nombrada (y por tanto
nombrable) está inscrita en una temporalidad presente incesante que deja entrever
al pasado intangible y al
futuro incierto. Así la inteligibilidad de las cosas nombradas se da en la
presencia que remite a un presente
constante de quietud. Es una eternización del instante en que el ente fue apropiado
como cosa nombrada, es así
un reflejo de la fijeza metafísica del objeto en el más allá. Eso es la palabra, la
suspensión de los cortes
que se realizan para sustraer el objeto de la abstracción universal que es la
realidad total y que conforman
al objeto como una cosa nombrable en su singularidad. Esta palabra es solo una
intuición del sentido infinito
y total de la realidad, ya que solo dispone de la capacidad del lenguaje y su
superficialidad. En la metáfora
está la mayor cercanía que puede lograr el lenguaje respecto a la realidad total,
es decir a lo innombrable,
en su capacidad de ambivalencia, y esta es usada principalmente en la poética y en
la filosofía.

Se debe tener en cuenta que la presencia se funda en el habla a sabiendas de la


ausencia del vacío originario,
el cual intenta ser llenado con palabras. La realidad total queda en un segundo
plano donde pasa al olvido, el
cual es alimentado por la imposibilidad se nombrarlo y la posibilidad de nombrar
aquello delimitado que posee
un nombre. El mundo (o la realidad) se alimenta de la tensión entre la
imposibilidad de su nombramiento y la
palabra que se esfuerza en nombrarlo. Así el lenguaje establece los márgenes del
ser, vive de la tensión en su
seno, nombra aquello que le es posible nombrar y deja afuera aquello que no puede,
genera la ilusión de que
solo existe aquello nombrado y lo demás está abolido. El lenguaje genera sus
propios límites al intentar ir
más allá de lo que le es posible, pero sabiendo que le es imposible.

Lenguaje y conocimiento:
Emisión y recepción son parte del proceso comunicativo, sin embargo el significado
varía para ambos. Lo
gramatical y lo fonético es propio del lenguaje, van más allá del individuo, pero
el sentido y el significado,
no van más allá del individuo, pues estos están situados, nacen y mueren en un
contexto local. No obstante, el
sentido busca trascender, y en esa búsqueda se alimenta el proceso comunicativo.
Así, la palabra tiene dos
búsquedas de trascendencia: 1)de contenido (quiere duplicar la realidad que dice
nombrar) 2)de objetivación
(quiere trascender ella misma para ser objetivación del sentido y la
significación). La palabra busca huir a
la nada a la cual realmente pertenece. Y cuando la palabra logra ingresar a la
economía del lenguaje, esta se
vuelve escritura, allí deja atrás su naturaleza vacía y se convierte en principio
del mundo (o la realidad).
La palabra es otorgadora de un sentido en la existencia, en su labor personal de
ocultar su vacío se vuelve
recurso de salvación, pues sin ella la carencia de la realidad habitada sería algo
evidente, algo imposible de
soportar. "Lo que verdaderamente aterra del silencio es precisamente lo que pone en
evidencia: la eternidad de
la muerte, el sinsentido de la existencia cuando ella es exigida a trascender sus
severos límites." (p.35).
El pensamiento de Colodro sobre el silencio es condensador de un todo, y en esta
sentencia se explica muy
bien, el silencio es el vacío fundamental del que somos parte (la nada
heideggeriana), pero del que no somos
conscientes gracias a la existencia de la palabra, es por esto que no puede haber
palabra sin silencio, pero
si silencio sin palabra, eso sí, da a entender que sin palabra no puede haber vida
en términos de vitalidad.
Así, como es sabido todo está condenado a desaparecer, y ahí, en esa condena el
lenguaje se transforma en un
salvavidas, pues genera ilusiones, entre ellas la de la vida como algo
interminable, esto da su vocación a la
palabra: hablar sobre la muerte y la superación de esta. El lenguaje trabaja
forjando fronteras imaginarias,
entre las cuales lleva a caber todo en su interior, de esta forma posterga a la
muerte hasta el infinito, es
un horizonte último de sentido. Así el lenguaje solo es capaz de dejar una huella,
algo que prueba su
existencia, su paso, pero nada más, es una ilusión de anterioridad, y sobre todo es
una marca de presencia que
solo confirma su ausencia.

En la modernidad (con el cogito cartesiano) esta idea del lenguaje cobrará fuerza,
y es por ello que este ya
no será simplemente un elemento comunicativo, alegórico o poético, sino que se
convertirá en instrumento del
saber. "(...) pretensión de conocimiento; de un conocimiento que no es ya el fruto
de la revelación y la
actividad contemplativa, sino el resultado de la optimzación de los procedimientos
para verificar la realidad
y hacerla discurso." (p.37), aquí florece el pensamiento ilustrado positivista de
buscar la verdad en el
método, por lo que todo comienza a ser teoría, pues todo debe ser abarcado y
comprendido. Buscan manipular la
realidad, controlarla, esta es la ideología dominante, porque con esta se puede
usar al lenguaje como un
instrumento de poder. Estas lleva al debilitamiento respecto al pensamiento de una
realidad que va más allá
del poder abarcador del lenguaje, hirguiéndose así la palabra como principio
fundamental de la realidad. Para
el pensamiento moderno ya no interesa lo que esconde el lenguaje tras de sí, sino
que aquello efecto que va
dejando por delante, en cómo interviene en la realidad (realidad que puede ser
interpretada y con ello
modificada de acuerdo a objetivos conscientes). Esto constituye un nuevo silencio
para el lenguaje, pues su
verdad, la que pretende, nuevamente excede sus límites, ahora necesita generar un
discurso práctico u
operativo, así nuevamente su sentido deja de radicar en sí misma. Así el discurso y
su contexto local logran
desplazar a la palabra, pues este se vueleve autorreferencial, se convierte en
origen, fundamento y finalidad.
La palabra ya no debe sustraer extractos de la realidad innombrada para hacerlos
inteligibles, es decir, ya no
se esfuerza en duplicar la realidad, sino que ahora recrea los objetos ya
sustraídos. De esta forma el realto,
discurso, palabra, se desprende de su relación con algo externo, ahora el propio
lenguaje es concebido como
principio activo del mundo. Así el silencio se vuelve un acto político, incluso
subversivo, pues en un sistema
que busca que el habla esté regada por todas partes, y donde los sistemas de
comunicación se multiplican de
forma exorbitada, el silencio es resistencia, pues el habla sigue dejando fuera a
los elementos que no logra
abarcar, y esos elementos, los innombrados, son la real amenaza para el sistema.
Pues, allí en ese silencio
fundamental se encuentran los secretos de la existencia (de la realidad), así la
respuesta de Heidegger a esta
fatalidad es que en la palabra no estaba la posibilidad de encontrar la
autenticidad secreta del ser, sino que
está en el silencio, ya que, la inmensidad de dicha autenticidad es tan ilimitada
que no puede ser abarcada
por el lenguaje. Así el ser tiene dos opciones: vivir condenado a es horfandad de
sentido o vivir bajo la
paternidad del falso sentido que otorga la palabra.

-----Capítulo II: Wittgenstein, la necesidad de callar-----

Wittgenstein se ocupa en el Tractatus de intentar alcanzar ese otro lado al que la


palabra no llega, es decir,
llegar a la realidad definitiva, la innombrada. En su famosa sentencia "De lo que
no se puede hablar hay que
callar", remite justamente a eso, pues hay cosas que escapan a la palabra y que
nunca podrán ser alcanzadas,
por ellos es necesario saber renunciar a esto, pues es inabarcable y aparentemente
no hay conexión posible, o
son extremadamente difusas. Sin embargo, es necesario intentar alumbrar el secreto
universo donde reside el
silencio. El fin de Wittgenstein es dar cuenta de que aquello que abarca el
lenguaje es una diminuta isla en
un mar inmeso dentro del cual habitan vastos continentes que se escapan, todos los
cuales quedan en el más
profundo silencio.

La articulación palabra/silencio tiene su primera distinción en


superficie/profundidad. Lo explícito, y por
tanto superficial parece ser algo plano, mientras que la profundidad es donde reina
el sentido, aquello que da
sustancia y contenido a la palabra, pero que está fuera de la materialidad del
significante, en otro lugar. Y
si ese sentido escapa a la palabra, entonces no sería viable tratar de vislumbrarlo
usando estas. La
superficie da cuenta de lo que se dice, pero al mismo tiempo de lo que no se dice,
y el sentido que no se dice
escapa a la palabra, precisamente porque no está conformado por ella, pertenece a
una dimensión
pre-lingüística y pre-consciente, remite a un origen indeterminado, a aquello que
alimenta la acción y la
reacción de la experiencia, a ese lugar donde aflora la subjetividad, todos los
cuales viven en el silencio o
en el olvido. Sin embargo, la palabra se arroja a la búsqueda de su sentido, como
si en ella residiera, no
asume su carácter puramente instrumental y práctico, quiere ser autónoma, pero sin
saber que al lanzarse en la
búsqueda el sentido ya se ha escapado.

Texto, pretexto y contexto:


El sentido remite a un origen inexpresable, las palabras no pueden dar cuenta de
este. El ser es capaz de
hacer surgir el texto, pero tras este se ocultan los elementos originarios, en
sombras, el pretexto y el
contexto. El primero referencia la intención de la palabra y el segundo al enorme
entramado de signos y
símbolos que remiten a la totalidad del mundo (o realidad) del pasado y del futuro.
De esta forma conviven en
el ser palabras y sentidos, un campo inestable donde se vinculan azarozamente
contingencia y trascendencia.
Sin embargo, esto es algo que el ser es incapaz de expresar, pues es prisionero de
su lengua. La cultura
dominante designa cosas que estamos obligados a callar, los tabúes, son
innombrables, y en ellas residen
espectros del pasado, la huella verbal de una memoria colectiva que nos parece
ajena, pues se ha preferido
olvidar, ya que está llena de temores y dolores.

El ser vive gobernado por la diea de que aquello que no llega a la superficie como
palabra no es parte de la
realidad, idea que le deja entrever que hay un algo bajo la superficie, un silencio
profundo donde reside
un algo que falta para llegar al ser, todo debe llegar a la superficie para que
pueda ser inteligible. Así, se
obliga al ser a hablar. La iglesia, por ejemplo, se valió de esto para sustentar su
poder, mediante el rito de
la confesión, donde la palabra es lo que libera y salva, mientras que el silencio
es algo dañino, esto porque
ven al silencio como contra-poder, hicieron todo lo posible para prohibir el
silencio, algo que se manifiesta
en la aparición de la Santa Inquisición. Se hizo así necesario provocar una palabra
que no fuera ambivalente,
que no ocultara un silencio, una palabra hegemónica que lleva al sentido a su
límite. De este modo el silencio
es un derecho negado, el habla es la única posibilidad, pues el silencio atenta con
el orden establecido, es
así como se transforma en resistencia. De esta forma el silencio queda en una doble
condición: pues significa
la imposibilidad de hablar pero se cruza con la imposibilidad de callar que impone
el orden.

El texto, el lenguaje, esconde tras sus palabras un sentido, uno oculto e infinito,
inabarcable, trasciende a
las palabras, este se resiste al texto y se mueve con libertad detrás y por delante
de él. Por ello se dice
que la palabra no puede evitar su vacío de sentido, la fuga constante de este, al
cual busca y cuando parece
que lo va a encontrar, se le escapa. Así, la superficie es su consuelo, la ilusión
que le hace pensar que el
sentido y ese fondo indeterminado no existe o es puramente imaginario. Esto es
ambivalente, pues también se
observa al sentido como una coartada, una posible fantasía impuesta para sí misma
como destino, algo que le da
origen y la explica, pero que parece más ilusión que realidad, pues nunca ha
podido, y al parecer nunca podrá
alcanzarlo.

El problema de la expresión:
La segunda distinción en la articulación palabra/silencio está en el referente, y
se da por medio de la
dualidad expresión/expresado. Esta sostiene que el campo de significaciones de las
palabras tienen por
condición la expresión en imagen verbal de lo expresado, la representación de las
cosas, de todo aquello que
está fuera de los márgenes del lenguaje. Esto presupone que esa realidad que escapa
al lenguaje es expresable,
por lo que le atribuye a las cosas una capacidad de ser significables a través del
lenguaje. Así la
"responsabilidad" de expresividad recae en las cosas y no en el lenguaje, así como
sucedería con la vista, la
posibilidad de que las cosas sean vistas no dependería de la existencia o capacidad
de ojos, sino de las cosas
de ser visibles. Así, el referente está en otro lugar, en una trascendencia sobre
la palabra, una de la que la
palabra prescinde.

Los signos lingüísticos también tienen la capacidad de expresar, de recrear las


cosas y sus relaciones en una
cadena de representaciones significantes. Antes de la palabra como tal, la relación
de esta con el objeto se
dio por una vinculación fonética, directa y mecánica entre la cosa o situación. En
esa relación de
representación es que las palabras llegan a significar. Con la escritura la
concatenación de fonemas se dará
en un lenguaje que logra la expresión figurativa de los sonidos que se asocian a
las cosas. Esta idea del
origen del lenguaje oculta un modelo de simulación que duplica la realidad mediante
las palabras, no deja ver
que en su proyección de la realidad, lo que trae en realidad es la proyección de su
imagen como principio de
identidad. La referencialidad tiene una premisa: una realidad (pre-lingüística) que
necesita de algo (la
palabra) que la represente, según esto dicha realidad no requiere de la palabra
para existir, pero esta idea
no toma en cuenta que al ser nombrada esa realidad, esta ya pasa a ser parte de la
palabra, adquiere así
significación. "La representación supone entonces el ocultamiento de su propio
proceso, del procedimiento
interno del que resulta la ilusión de (en cursivas lo que sigue) una realidad
significativa previa al
resultado de la significación." (p.56). Así el significante oculta que su contenido
no es más que lo que
representa, su contenido es pura representación. Genera así la ilusión de una
presencia (la del referente),
pero la verdad es que ese referente no existe más allá de su representación, la
ficción que crea es la de un
referente externo, cuando este solo existe dentro de la representación que la
palabra genera. Así el propio
lenguaje genera todo, y no puede haber nada fuera de él, o que escape a él, se
vuelve un universo absoluto.

Pero ese universo no es solo absoluto, es también relativo, pues expresa una manera
específica de crear y de
usar palabras, estas hablan desde un contexto y un pretexto particulares, por lo
que siempre pone de
manifiesto una cultura y una temporalidad histórica, así como da cuenta de los
intereses de un determinado
sujeto. Así, su carácter absoluto está dado por la imposibilidad de situarse fuera
de él (carácter inmanente),
y su carácter relativo está en los términos específicos que lo generan en todo
momento, dando sus
cristalizaciones momentáneas y cambios permanentes. Estos dos caracteres definen lo
que se ha llamado:
El modelo de la enciclopedia como laberinto. Este dice que toda cultura se
autoelabora como una especide de
enciclopedia infinita de significaciones que remiten unas a otras en ramificaciones
incesantes, donde cada una
toma de otra algo para generar un tercer elemento, lo que lleva a que no haya un
piso base, ni uno final, del
cual se pueda extraer todo lo demás, no hay una raíz.

Autogeneración y recursividad:
El lenguaje funciona nombrando las cosas que existen, ya sea denotando las que
están en el exterior de este,
es decir, en la realidad innombrada, o sin creer en dicha existencia. Sin embargo,
nombrar no es mostrar, así
el referente no es algo perceptible, sino que es algo nombrable, la mostración
remite a la evidencia de la
existencia del nombre, no presupone la existencia de otra cosa. Este dilema no
tiene resolución, y la realidad
se alimenta de esto. Así, la referencialidad solo es posible dentro del lenguaje,
solo puede reflejarse la
realidad nombrándola, pero ese nombre hace referencia a términos consensuados, no a
una realidad exterior.
Así, la realidad se autoconstituye mediante la palabra, la dualidad que distingue a
la palabra del objeto,
posee una contradicción esencial: el poder referencial del lenguaje funciona con la
presunción de que existe
una realidad externa al lenguaje. El lenguaje funciona así, como un inmenso
entramado de axiomas y reglas, los
cuales son formados por el lenguaje mismo. Las reglas que rigen la formación del
lenguaje viven implícitas,
todo lo nuevo nace mediante una regla implícita que queda inmediatamente integrada
al lenguaje, y cada nueva
regla deriva de una anterior que ya estaba funcionando. Este nivel de
autoconstitución y modificación de las
reglas del lenguaje explican su moldeabilidad y riqueza. "La interacción entre
todos los niveles y sus reglas
conforma en los hechos un todo autoconstituido, donde los procedimientos y
derivaciones son en sí mismos parte
de una "lectura" siempre a posteriori respecto del origen y alcance de cada nuevo
componente". (p.62). El
lenguaje se constituye así como un fundador de una realidad que emula a una
realidad superior, la cual siempre
corre el riesgo de ser ilusoria, pues también puede ser un mecanismo propio del
lenguaje para ocultar su
real funcionamiento.

Esto hace entender al ser humano como un ser que opera sin necesidad de reglas, por
lo que puede ser entendido
como un sist. informal. Al acoger una idea sobre la realidad el ser ya está ubicado
en un horizonte de
entendimiento, el cual es anterior al orden lógico. Su participación en el modelo
interpretativo que le
ofrezcan proviene de la proyección del mundo en que participa y de los sentidos que
fundan esa proyección. Las
reglas del lenguaje, las cuales definen lo posible o lo imposible de significar,
son parte de ese mundo donde
el ser está ya instalado. El mundo habla a través de cada ser y por ello cada mundo
existe a fuerza de la
imposición del mundo de un uno sobre un otro. Cada subjetividad es un mundo, pero
solo puede existir si es
parte del horizonte de sentidos que conforman el habla de una cultura y una
continuidad histórica. El ser
existe solamente en el mundo, y el mundo existe cuando habla por medio de este, por
lo que la totalidad de las
cosas son la proyección de un lenguaje. De esta forma el propio lenguaje es el que
encierra los secretos del
mundo y de la existencia, y cada individuo solo puede acceder a lo que tiene, pues
el ser es el universo de
palabras que lo forman.

El ser es la ilusión de identidad que proyecta el lenguaje, y el misterio del mundo


se
funda en la tensión entre lo que establece la palabra y lo que no nombra, o ha
dejado de nombrar. Es ahí donde
entra el silencio, es también parte de la realidad, eso que se ha olvidado
permanece, pero de otro modo, uno
que el lenguaje no puede abarcar. "El silencio, la ausencia de palabras, no es
nunca inocente sino que
encubre las propias limitaciones del sujeto y de su lenguaje. El silencio oculta,
en definitiva, los secretos
del origen, los conflictos y las violencias que habitan en la profundidad." (p.65).
Así, la existencia es una
constante tensión entre la palabra y la nada, entre la existencia material que da
el lenguaje y todo lo que se
escapa en el silencio.

Comunicación e información:
El ser al haber comprendido su situación de vacío, de que no hay solidos, por lo
que la superficialidad de la
palabra es todo lo que tiene, se ha vuelto un ser aferrado al habla, cada vez habla
más, a tal punto de llegar
a caer en la incomunicación por el exceso de esta. Todo se procesa para ser
convertido en información, pues
la gracia de esta es que no requiere de la participación de un otro que si requiere
la comunicación, solo
necesita generar dispositivos que procesen y distribuyan. La comunicación se gesta
en un espacio de
copertenencia, un universo constituído por subjetividades que tienen la necesidad
de vincular experiencias
vitales, lo que lleva a que en la comunicación haya una disposición afectiva por el
otro. En la transmisión de
información esto no es fundamental, solo busca desarrollar un fin práctico. De este
modo se degrada a la
palabra de su trabajo como articuladora social a un simple medio de información.
Pierde su valor como medio
para aproximarse al otro, lo que constituye al ser como subjetividad y al otro como
alteridad.

Por ello esta época ha iniciado un trabajo de búsqueda en el lenguaje, como si algo
se hubiera perdido en
este, como si en este pudiera constatarse el misterio del ser, el cual parece
residir en aquello que el
lenguaje no es capaz de explicar. Se llega a percibir que en la palabra no hay una
conexión inherente con el
referente, sino que pura proyección del deseo personal. Pero toda esta búsqueda
solo reafirma la idea de que
al parecer existe una realidad trascendental, la cual el lenguaje es incapaz de
contener y mucho menos de
proyectar. Es por esto que se busca el silencio o el callar, el ser intuyendo que
la palabra jamás le dará lo
que busca, porque aquello se ha escapado para siempre, prefiere callar. Pero callar
tampoco parece tener
sentido, pues al final lo innombrable parece ser la vocación de la palabra como
creía el Wittgenstein del
Tractatus. Y ante este panorama al ser no le queda más consuelo que el haber
despertado, el darse cuenta de
ese vacío adornado tristemente por palabras mutiladas, eso es lo único que ha
quedado, la limosna del tiempo.

-----Capítulo III: El silencio en la metáfora-----

Analizar críticamente la metáfora es algo casi imposible, pues implica caminos que
o no son accesibles, o que
implica realizar el análisis desde el interior de la metáfora. El problema es que
sus márgenes parecen
infinitos, lo que hace parecer que nunca se puede ir más allá de ella.

La idea de metáfora parece estar habitada por otra, una idea que parece ser
fundamento mismo del lenguaje le
usa como vehículo de expresión. Esto nos hace pensar que la metáfora en sí misma es
una idea metafórica, es
decir, algo que se da un gran rodeo de sentido parar decir algo que ni siquiera es
claro, más bien parece
emitir un flujo o devenir semántico que usa las vías de la analogía, metonimia o
equivalencia. Así, la
metáfora es un vehículo que hace andar la idea de re-presentación. En esa movilidad
no tiene comienzo, ni fin
claro, es un movimiento interminable que busca develar el sentido. Es el movimiento
el gran esfuerzo del
lenguaje, pues no se tiene nada claro el sentido, por lo que ese movimiento intenta
disminuir la distancia
entre la profundidad semántica y la superficialidad sintáctica. La metáfora va más
allá del procedimiento de
lo metafórico, contiene la idea de representación (la cualidad propia del signo y
lo simbólico) y la de
diferencia. "La dualidad de principio sobre la que el concepto de lo metafórico
supone que #algo prodría ser
dicho de otra manera#(en cursiva) encubre ya una voluntad trascendental: la
posibilidad de un contenido más
allá de la forma, una presencia anterior y originaria respecto del procedimiento de
su re-presentación."
(p.71).Esa diferencia que da fundamento a la presencia, que permite la distinción
entre lo propio y lo
figurado, está en la metáfora. Sin embargo, la naturaleza movil del sentido puede
hacernos pensar que el
sentido no es el objeto desplazado en el movimiento, sino que el sentido es en sí
el movimiento. El lenguaje
se mueve de esa manera: una tensión entre el significado que escapa y se diluye y
el significante que trata
de capturarlo y aprehenderlo. Por ello el lenguaje literal no cree en la metáfora,
pues esta le enrostra su
derrota a la hora de intentar aprehender la totalidad de sentido que es la realidad
innombrada.

Exceso y ambivalencia:
La idea de metáfora deja en evidencia que hay algo que excede al lenguaje, ese algo
es el significado, por lo
que el sentido queda en parte fuera de los márgenes del lenguaje, en un silencio
irrompible. Escrutar aquello
es algo practicamente imposible, pues siempre tenemos la idea de que lo que se dijo
es lo que se quiso decir,
aunque podemos siempre cuestionarnos ¿qué quiso decir? Esto sucede porque la
ambivalencia del sentido siempre
está presente, irrumpe y desafía siempre la posibilidad de un sentido claro. Esto
nos lleva a la idea de que
el lenguaje descansa en la imposibilidad de comunicación, pues en sus bases ya hay
equívocos. Pero el
lenguaje niega esto muy bien, pues la palabra es la encargada de hacer creer en la
inexistencia de una
totalidad ilimitada donde todos los sentidos conviven irreductibles.

La significación operan al parecer bajo la necesidad de presentación, en un


desplazamiento de sentido que hace
un gran rodeo para constrarrestar su imposibilidad de auto-presentación. El
contenido (aquello que se extrae
de la realidad) no es inteligible por sí mismo, necesita de un movimiento fuera de
la realidad innombrada para
poder ser un objeto de valor comunicativo. En ese movimiento se tensiona el
lenguaje, pues pone en juego lo
determinado con lo indeterminado, que es donde el lenguaje realiza su búsqueda de
sentido. Se lleva fuera de
su habitat (la realidad) para poder reducirlo, pero al hacerlo pasa que este objeto
no se acomoda nunca en su
totalidad. Así, el lenguaje funciona solo con la "ilusión" de que es capaz de
aprehender el contenido de la
realidad y depositarlo en una palabra, debemos como seres creer que el lenguaje es
capaz de dar cuenta de el
significado total de la realidad, esto nos hace pensar que todo debe ser consumido
por el procedimiento del
lenguaje, pues es la única forma posible de que las cosas existan en el intercambio
simbólico. En este
sentido, la metáfora tiene como labor aprehender esos sentidos que están en los
bordes del lenguaje, donde
está aquello que está dentro y fuera del sistema. Lo metafórico evidencia la
finalidad del lenguaje:
desocultar el sentido, exponiéndolo de forma transparente, de esta forma la
metáfora indica el instante del
movimiento del sentido, cuando este trata de valerse por sí solo. Por esto
determinadas palabras y
proposiciones pueden ser intercambiables en determinados momentos, pues su
referencia está dada a esa
abstracción indeterminada donde habita el sentido.

Este intercambio no es viable por una equivalencia arbitraria, ya que el


significado no existe, de hecho
existe, aunque solo sea presunción. La expresión y el sentido juegan sobre la idea
de negar la ambivalencia,
es decir, que haya un sentido único, lo cual es ilusorio, pues debido a la
abstracción originaria esto no es
posible, no hay contenido preciso. Y se sabe que la abstracción solo es enunciable
cuando es arrancada de su
lugar y llevada a la palabra, por lo que siempre será abstracción. Nos quedamos con
el lenguaje, pero el
sentido siempre está ausente. "El silencio aparece entonces como la condición más
propia del sentido, por
cuanto toda voluntad de nombrarlo y explicitarlo no hace sino verlo escapar."
(p.80) Ese es el destino de la
metáfora, pues desconfía del lenguaje, intenta acallar a la palabra, pues sabe que
la única forma de iluminar
el sentido está fuera del lenguaje. Debido a esto quizás solo el silencio pueda
hacerlo aparecer, pero en la
forma del silencio: la asuencia. La metáfora es capaz de hacer aflorar un sentido,
pero no el original, y esto
lo hace mediante la tensión entre dos términos.

La metáfora en ruinas:
Si el origen del lenguaje es solo esa inalcansable presunción de sentido, la
necesidad de capturar eso que
solo puede "atraparse" cuando se ha dado por perdido, la metáfora no es entonces un
procedimientdo del
lenguaje, sino que es la activación del lenguaje en sí, es la herramienta que va a
buscar ese sentido que está
fuera, en el más allá, ir en busca de ese exceso donde está el sentido es su
coartada, usa esa distinción
ilusoria, no nace de la diferencia en el procedimiento, sino que nace por el puro
procedimiento interminable
que realiza. Así, el límite ya no está afuera, ahora convive con esa exterioridad
donde buscaba el sentido,
pero deberá seguir generando la idea de presuposición, la ilusión de ese límite
inalcanzable, puesto que es la
única forma de que el lenguaje persista. Así se llega a la metáfora en ruinas, pues
está condenada a
persistir en su infinita labor. "Su fin es, en realidad, su desborde, la
diseminación de su campo en todas
direcciones para dejar en evidencia únicamente el principio de realidad de lo
simbólico." (p.88). Se aleja de
una posibilidad de contenido propio, huye a los márgenes del lenguaje, y ella misma
se resiste a lo explícito.
El lenguaje queda al descubierto, pues se revela su capacidad infinita de
metaforizar al sentido, creando y
recreando referentes propios. La diferencia que generaba lo metafórico queda
disuelta, la metáfora queda
libre. Los signos no develan significados, ni referentes, simplemente los
suplantan, lo virtual es más real
que la realidad, ahí lo metafórico se anula en lo absoluto de la metáfora. La
metáfora se automutila en la
creación incesante de océanos de sentido que ella misma ha hecho, queda ella misma
contenida en este. Con
esto se da cuenta que el lenguaje es la primera gran virtualidad que genera el ser,
este nunca ha sido
descriptivo respecto de un mundo exterior trascendental, sino que es un generador
de sus propios refrentes y
sentidos.

-----Capítulo IV: El inconsciente mudo-----

El ser se construye sobre un límite, al igual que el lenguaje, el ser vive en una
superficie, o más bien se
mueve en ella, pues en su ser vive un inconsciente. Este inconsciente tiene una
basta profundidad, pero solo
somos capaces de acceder a aquellas cosas que se manifiestan en la superficie y que
podemos significar. El ser
está sometido a una fuerza de atracción que posee el inconsciente, no puede escapar
a este. El inconsciente
está ahí, pero oculto, y que se muestra someramente en cada movimiento, por lo que
el esfuerzo puede
centrarse en develarlo, en mostrar su sentido. Se constituye así como una dicotomía
entre lo presente y lo
ausente, pero eso dice que siempre está ahí, la cosa es que no es algo que sea
fácil de notar. Es necesario
hacerlo significar, y para ello los caminos que usa no solo son los de las
palabras, también suele
manifestarse a través del mutismo, el raptus o el sueño. Sin embargo, la forma de
darle significatividad al
inconsciente es a través del lenguaje, como si estos estuvieran relacionados
íntimamente, incluso algunas
escuelas creen que el inconsciente se construye a partir del lenguaje, pero todas
coinciden en que el lenguaje
es algo más que solo una herramienta ajena al inconsciente.

El lenguaje es trascendente, a diferencia del ser, este siempre sobrepasa sus


márgenes y define el espacio en
que se despliega la identidad individual del ser. Así, la significación siempre
está en otro lugar, diferente
al del ser, y que conforma la subjetividad como un efecto del lenguaje. La
conciencia es la conciencia de lo
otro, es el resultado de los procesos en que el ser se apropia psicológicamente de
la realidad que le rodea,
de eso otro, es alteridad, y esto sucede en el tiempo. Esta estructura temporal del
lenguaje genera un
condicionamiento en que se tensionan el espacio psíquico y las palabras, chocan las
normas del lenguaje y
aquello que el lenguaje es incapaz de contener. El lenguaje entonces es la vía para
dar sentido al
inconsciente, pero este no es necesariamente abarcable del todo por el lenguaje,
pues el inconsciente no tiene
sentidos fijos, son siempre móviles. Por lo que el espacio donde puede encontrarse
una respuesta a esta
infranqueable barrera del inconsciente puede ser el silencio. El silencio
significa, pero tambié deja fuera
o pierde cosas importantes del individuo. Sin embargo, el silencio tiene su
cercanía al inconsciente porque
no deja todo explícito, y esto puede relacionarse con que el lenguaje solo es capaz
de dar cuenta aquello que
puede contener de la subjetividad del ser.

El silencio del origen:


El incosciente no es una totalidad, es una fractura, es fragmento de algo que se
perdió. Esta falta que define
al ser es originaria, y permanece en la individuación como huella de una ausencia.
Este origen se inserta en
el tiempo, el ser en el tiempo, el ser se constituye como una distinción respecto a
los demás gracias al
lenguaje, lo que se da en el tiempo, pues el ser interrumpe la eternidad en que
viven los no individuos y su
inconsciencia. El ser es consciente de sus límites espacio-temporales. La realidad
sobre la que existe el ser
es una construcción intersubjetiva dada por la capacidad de generar continuidades
en un sentido que es solo
devenir. El ser ha abandonado la eternidad al reconocer los límites o márgenes del
tiempo, pero en ese
abandono ha conservado al deseo como recuerdo de esa eternidad. El ideal del placer
es liberarse del tiempo,
y el tiempo no tiene poder sobre las bases del placer, pero el placer es posible de
ser llevado a cabo gracias
al ego, el cual está sometido al tiempo, y el solo recuerdo de la posibilidad de
que se acabe (la conciencia
del tiempo, de que las cosas se acaban, incluído el placer) hace que el placer sea
doloroso. El silencio que
clama desde el fondo del ser quiere interrumpir las bases que fundan la realidad,
recuerda la pulsión de
muerte que se aloja en el placer mismo, intentando traer de vuelta la perpetuidad
del placer, esto lo hace
buscando el vacío de significación, la ruptura de los márgenes, la desaparición del
individuo, de la
individuación. "El silencio que aparece como un agujero en la cadena significante,
como un espacio vacío, es
un rastro de la memoria de un placer reprimido, la evidencia de la tensión que
fuerza lo psíquico hacia la
individualidad y, al mismo tiempo, la sitúa a ésta ante la escena original de sus
límites, ante la muerte que
inevitablemente la condena". (pp.99-100). El silencio es de muerte, pues se resiste
a lo simbólico, recuerda
algo anterior a la diferencia desde la cual surge el individuo como tal y a partir
del cual surge el lenguaje.
Ese silencio da cuenta de cómo la conciencia se resiste al tiempo, a la posibilidad
de su desaparición.

El silencio recuerda al origen eterno, mientras que el lenguaje deja ver la


cicatriz del individuo cortado de
esa totalidad para tener conciencia, esa que le hace saber que morirá. La palabra
es como lo orgánico, como el
cuerpo, pues recuerda su condición de finita, la pequeñez de la existencia ante la
conciencia de un pasado y
de un futuro interminables. El ser sabe que deberá volver a la nada, a la ausencia
total, a la pérdida de su
singularidad individual y el silencio es demostración, allí se almacenan esos
recordatorios: de la nada y del
corte que permite la indiiduación. El silencio refleja la resistencia del ser que
se niega a aceptarse en
sociedad, a ser consumido por una fuerza cultural que quiere enseñarle a hablar. El
problema es que las
palabras son siempre distinciones que interrumpen el flujo del sentido, incluso
corta al lenguaje mismo, pues
deja ver al significante, pero oculta al significado. Y esa barrera que pone el
lenguaje sobre el sentido
detiene al deseo, hace que la realidad sea condensación de un flujo suspendido. La
realidad que el lenguaje
proyecta y la individualidad con ella, son una realidad hecha por medio de
palabras, el lenguaje hace ese
corte, en el cual el significante se sobrepone al significado, esto permite la
comunicación, pero también hace
que exista la ambivalencia de sentidos, las palabras nunca logran capturar la
totalidad del sentido. Eso
que queda fuera del lenguaje es el deseo, por lo que el esfuerzo del lenguaje es
generar una relación
imposible: entre deseo y objeto del deseo. Las palabras no pueden decir lo que
quisieran decir, pues el objeto
del deseo no coincide con el de la necesidad. El objeto es una segmentación del
deseo, pues solo un deseo
cortado, y por ello negado, puede proyectarse a esa realidad que construye el
lenguaje.
La palabra lo que hace es seccionar el flujo incesante del sentido, al hacerlo
obtiene un objeto identificable,
pero pierde gran parte del sentido, es como sacar agua con la mano desde una
laguna, siempre algo se escurrirá,
por ello el silencio es la resistencia, la negación a ese seccionamiento, es la
búsqueda por la persistencia
de ese flujo, que al ser imposible de capturar en la realidad (que a su vez es
construida por el lenguaje)
significa la nada o la ausencia. En este sentido el silencio es la voz que recuerda
esa nada, y por ello la
palabra, el hablar es una oportunidad de suspender la posibilidad de muerte, de
ahuyentar la nada que ronda
a la existencia. En el inconsciente se da el campo de singularidades que forman al
yo y que buscan escapar de
los límites temporales, este campo trasciende al individuo, escapa del yo. Fuera de
los límites del yo se
mueven singularidades nómadas que escapan a la fijeza de la conciencia, y el
silencio colabora con esa
característica nómade del sentido, producen el sentido inconsciente. Así, el origen
estaría en el silencio,
pues es siempre vivo y móvil, anterior al ser individual y es aquello que detiene a
la palabra o la supera.

Resistencia sin voz:


El silencio puede distinguirse en dos tipos: sileo (silencio de las pulsiones, es
el silencio originario,
donde habita el fundamento de la existencia, es el silencio que rodea a las
palabras) y taceo (la palabra no
dicha). El lenguaje marca la ruptura de esa profundidad silenciosa, el ser queda
escindido tras su primera
palabra, dicha palabra funda la existencia, pues da paso a la nominalidad que
distingue o individua al yo. De
este modo lo imaginario se transforma en ese espacio donde se da la posibilidad de
distinguir entre el yo y lo
otro. En este espacio se proyecta un límite ilusorio entre la realidad construída
por la exteriorización de
sentidos que no están dentro del ser y la absorción de cosas que no existen por sí
solas fuera de él. Así, el
lenguaje otorga una subjetividad que permite la distinción para con el entorno. El
silencio se despliega en el
límite ilusorio, y este llega a ser intuido como la huella de eso otro (lo
innombrado) cuando la palabra no
puede dar cuenta de lo que se quiere expresar. Esto se observa en la palabra
reprimida, aquella que anuncia un
trauma silente, una pulsión que fue violentada hasta quedar solo como ausencia.
Oculta al trauma original, es
una negación que genera la misma individuación, que se mueve entre la imposibilidad
del placer pleno y la
presencia de la muerte como destino. Se da una represión en que se evoca lo negado
por el trauma (el deseo) y
la necesidad que lleva a negar (la muerte).

Ese silencio de resistencia da cuenta de la represión de una pulsión, se torna un


deseo acallado, este no solo
niega una pulsión a la superficie del yo, sino que muestra el efecto erógeno del
habla, es descarga pulsional.
La descarga física aminora la tensión de la psique, por ello es una actividad
vinculada al deseo. El silencio
funciona como defensa ante un erotismo oral regresivo, pues por un lado el silencio
rechaza la exteriorización
del trauma, y por otro lado busca cerrar el orificio (la boca) que compromete al
dispositivo de intercambio
libidinal. Por ello Lacan pensaba en el discurso puede ser un objeto de
erotización, así el silencio sería
el cierre de un esfínter (la boca). Este silencio de represión busca establecer al
ser negándolo de sí mismo,
se resiste al erotismo fundante, ya que, la ausencia de aquello inalcanzable para
el lenguaje (y para el ser)
se hace evidente en la necesidad de silenciar el lugar del trauma, que es desde
donde el ser construye sus
límites, el silencio del origen y el de la resistencia al trauma están unidos, la
muerte y el deseo estarían
unidos en un mismo fundamento dentro del Eros.

La resistencia es fundadora, pues la realidad no puede formarse sin la imposición


de límites que la hagan
posible. Lo real expresa la tensión que da paso a la escisión e imposición de los
límites de la subjetividad.
El sujeto y el individuo no son lo mismo, pues el individuo está limitado por el
cuerpo, mientras que el
sujeto transgrede ese límite persiguiendo los movimientos del sentido. La
subjetividad se desenvuelve en el
campo simbólico, y el individuo se resiste a la articulación dinámica que se da a
partir de lo simbólico. El
yo es la expresión de una resistencia en el sujeto, como toda resistencia da cuenta
de un conflicto de fuerzas
que evidencian el imperativo de un límite entre el yo y un otro, el yo es ese
límite: lugar donde lo
imaginario y lo simbólico obtienen como referente obligatorio al cuerpo. La
diferencia entre sujeto e
individuo da cuenta de que el yo es una construcción, un signo, por lo que es un
derivado de la tensión de
la represión del placer. El yo es un límite donde lo reprimido se cruza con lo
represor, el intermedio entre
las pulsiones y lo que la cultura espera del ser, se confunde lo íntimo y lo ajeno.
De este modo, una parte
del ser siempre resulta ajena a sus propias generaciones de sentido. "El yo termina
siendo un fragmento del
#ello# (en cursivas) modificado por efecto de las exigencias histórico-culturales,
que terminan por imponerse
sobre los dispositivos pulsionales." (p.110). Para tener una identidad se debe
negar lo otro, un otro que ha
sido formado en referencia a lo imaginario y lo simbólico.

-----Capítulo V: Más allá de la palabra...-----

Durante mucho tiempo se ha creído que el lenguaje articulado, la palabra, es lo que


permite al ser humano ser
considerado superior a otras especies, a pesar de que haya especies que tengan
complejos sist. de
comunicación. Sin embargo, en las últimas décadas ha iniciado un pensamiento que
explora las posibilidades
comunicativas del ser humano más allá de la palabra, pues se ha generado una
desconfianza con el lenguaje,
pues produce más dudas que respuestas a la hora de develar al ser. Esto da cuenta
de una comprensión de que
aquellas formas que se han logrado definir ante estas interrogantes son formadas
para y por el lenguaje, por
lo que parece ser que no es posible lograr encontrar el sentido allí, el lenguaje
es visto como vacío.

Mundo de la vida y condiciones a priori:


Hoy en día puede ser riesgoso afirmar que el lenguaje no dispone de sentidos, y que
las pocas precisiones que
obtiene se deben al factor contextual en que se den, pues fuera de ese contexto
específico carecerá de un
sentido (el cual además, jamás es unívoco). Durante mucho tiempo el formalismo
abogó por la idea de que la
palabra tenía valor por sí sola, sin embargo, rapidamente esto perdío fuerza. En
las últimas décadas se han
investigado los aspectos no verbales de la comunicación humana, pues el proceso
comunicativo se da en un marco
contextual dado por elementos pre-lingüísticos y pre-reflexivos. Estos elementos
son generados en los códigos
fundamentales de cada cultura, o mejor dicho de cada entorno comunicativo. Esto
niega de lleno la idea de que
hayan significados literales sin contexto.

S-ar putea să vă placă și