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LAS LENGUAS DEL ANTIGUO COLESUYO[1]

Rodolfo Cerrón-Palomino[2]

Pontificia Universidad Católica del Perú

November 2020

1. El antiguo Colesuyo. Según la documentación colonial disponible, la región del Colesuyo abarcaba
aproximadamente, en tiempos prehispánicos, el territorio correspondiente a la vertiente occidental de la cordillera de
los Andes, comprendido entre Camaná (Arequipa) e Iquique (Chile). Lingüísticamente, por consiguiente, estaba
dentro del área nuclear cubierta por el puquina, la lengua de Pucará y Tiahuanaco.[3] Lo prueban no solo las fuentes
coloniales de los siglos XVI y XVII sino, sobre todo, la nutrida presencia de elementos toponímicos atribuibles de
manera incuestionable a dicha lengua. En el presente trabajo ofreceremos la evidencia decisiva a favor del sustrato
puquina de la región, dando a conocer los elementos diagnósticos más saltantes, y resolviendo, de paso, enigmas
toponímicos que tradicionalmente solían «explicarse» arbitrariamente a través del aimara[4] o del quechua.

2. Deslinde lingüístico inicial. Para comenzar con el tema que nos ocupa, debemos dejar sentado que no hay que
seguir confundiendo al puquina con el uro, como lo hacían, por ejemplo, Bernedo Málaga (1949) y Linares Málaga
(1981), pues estamos hablando de dos lenguas genéticamente diferentes (aunque en contacto secular en torno al
lago Titicaca), como lo habían advertido tempranamente José Toribio Polo (1901) y Max Uhle (1922). Recordemos,
en tal sentido, que Galdos Rodríguez (2000), proviniendo de una disciplina ajena a la lingüística, recoge de manera
ejemplar el parecer de los especialistas del área andina, efectuando el deslinde respectivo con argumentos que
buscan superar la confusión mencionada.

3. Noticias sobre el Cole-suyo ~ Coli-suyu.[5] Quienes llamaron la atención sobre la existencia de esta región,
diferente de los consabidos cuatro suyos del antiguo imperio incaico (y también del Omasuyo), fueron, en orden
cronológico, Julien (1979), Galdos Rodríguez (1984, 1985), Rostworowski ([1988] 1993), Cañedo-Argüelles (2012),
Espinoza Soriano (2015) y Horta (2015: cap. 2). Todos ellos dan cuenta, con mayores precisiones en los trabajos
más recientes, de la existencia de la región del Colesuyo, inserta, una parte, dentro del Contisuyo incaico, y la otra,

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dentro del Collasuyo. El territorio aproximado de la región «redescubierta» abarcaría, según Rostworowski, la «vasta
zona de los llanos del Sur, comprendida entre las vertientes marítimas de la Cordillera de los Andes y los valles de
Camaná, Moquegua, Tarata, Arica y Tarapacá» (cf. op. cit., 219). Los mismos investigadores, basados en las fuentes
coloniales, describen la región como una realidad multiétnica, con presencia de pueblos autóctonos, serranos o
marítimos, y de contingentes de mitmas del Altiplano, tanto lupacas como pacajes.

4. Situación plurilingüe. Las fuentes dan a conocer que la vasta región del Colesuyo (ver mapa al final) no era,
lingüísticamente hablando, ninguna excepción con respecto al carácter plurilingüe y multicultural del antiguo país de
los incas. Y así, los pobladores oriundos de la sierra hablaban una lengua llamada «coli», mientras que los marítimos
tendrían otra, quizás relacionada con el «chango»; y los mitmas altiplánicos, a su turno, harían uso del aimara. De
paso sea dicho que el chango, llamado también camanchaca, no puede ser confundido con el coli, como lo sostienen
Espinoza Soriano y Horta (2017: cap. 2, 80-84). De hecho, no contamos con material lingüístico atribuible al chango,
de manera que resulta imposible afiliarlo a una u otra entidad idiomática (cf. Cerrón-Palomino 2016d: II, 40-41). De lo
que sí podemos estar seguros, como lo demostraremos más abajo, es que coli no era sino una designación local de
la lengua puquina.

5. Etimología puquina de <coli>. Todo parece indicar que el nombre <coli>, con valor de etnónimo y glotónimo al
mismo tiempo, como ocurre entre los pueblos del área andina, no es de origen quechua ni aimara. En vista de que
también aparece documentado en la forma de <colli> (de allí <Collisuyo> o también <Collicapac>), bien
podemos interpretar tales variantes, prima facie, como quli y qulli, respectivamente. Ahora bien, tal como lo hemos
sugerido en Cerrón- Palomino (2013a: II-5, § 8), según la evidencia lingüística local, dichas formas deben
reinterpretarse como q’uli ~ q’ulli, con el significado de ‘caliente’, las mismas que a su vez remontarían a *q’utñi ~
q’uñi, variantes registradas por el uro- chipaya como préstamo del puquina. No debe extrañar entonces que el ilustre
Bertonio nos proporcione el dato étnico-ambiental, justo y preciso, cuando define y caracteriza a los <Koli haque>
como los «Indios Yungas que están hazia Moquegua» (cf. Bertonio [1612] 1984: II, 56).[6] Tampoco debe llamar a
sorpresa que el topónimo <Collique>, en la cuenca del río Chillón, responda al nombre de su antiguo señor
prehispánico: el <Colli capac> o <Colli iqui> «Señor de los Colli», según lo discutimos ampliamente en Cerrón-
Palomino (2013c: § 5).[7]

6. Referencias documentales sobre el puquina. Una de las primeras noticias acerca de la lengua puquina, como
vaticinando su futuro registro magro y escueto, es la de su proscripción inicial. En efecto, en 1573, a su paso por el
Collao, camino de Potosí, el virrey Toledo, aparte de proporcionarnos el dato interesante de que las mujeres
hablaban puquina, a diferencia de los hombres (cuya lengua era aimara), dispone que

todos los indios de aquella provincia [de Chucuito] enseñasen a sus hijos la lengua general que el ynga les
mando hablar, sin que se les consintiesen hablar la puquina ni aymara (énfasis agregado; AGI, 29).

Sin embargo, poco tiempo después la lengua adquirirá estatuto «oficial», imponiéndose como una entidad idiomática
insoslayable. Y es que el virrey cambia de parecer, luego de su viaje de inspección por el Altiplano, y el 10 de
septiembre de 1575 dicta una ordenanza en Arequipa, que a la letra dice:

[…] hago merced al dicho Gonzalo Holguín de nombrarle y proveer por tal lengua e intérprete general de las
dichas lenguas quichua, puquina y aimará, que son las que generalmente se hablan por los indios de estos
Reinos y Provincias del Perú […] (cf. Toledo [1575- 1580] 1989: Vol. II, 97-100).

No está de más señalar que el «dicho Gonzalo Holguín» mencionado no es el conocido quechuista Diego Gonçález
Holguín, que solo llegará al Perú en 1581. En cambio, volvemos a encontrar al faraute Gonzalo Holguín el mismo año

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de 1575 como intérprete del cacique «uro» Joan Coaquilla, en un juicio sobre la encomienda de Capachica
(Rostworowski [1985] 1993: 407). De paso, con seguridad se confunde aquí uro con puquina, ilustrando el embrollo
idiomático señalada previamente.

7. Lengua de evangelización. Una de las consecuencias lógicas derivadas de la ordenanza toledana debió ser el
uso de la lengua puquina como medio de evangelización entre las poblaciones que la hablaban. Sin
embargo, tal parece que el estatuto «oficial» de la lengua solo quedó en el terreno de las buenas intenciones. De
hecho, el Tercer Concilio Limense (1582-1583) solo reconoce al aimara y al quechua como idiomas de catequización,
y ello implícitamente a través de los textos pastorales que publica a partir de 1584. Que, no obstante ello persistía el
interés, por parte de las autoridades religiosas, del empleo de la lengua en la evangelización de sus hablantes, lo
sabemos por el hecho de que, en 1591, el sínodo del obispado del Cuzco[8], que entonces comprendía Guamanga y
Arequipa, dispone para esta última jurisdicción el uso del puquina, además del aimara y del quechua, como
instrumento de evangelización. Es más, en una «Carta Annua» de 1594 dirigida a su provincial, el P. Alonso de
Barzana se quejaba de que, no obstante existir «más de cuarenta o cincuenta pueblos» de habla puquina, «tanto en
el Collao, como en Arequipa, y sobre todo en la costa de la mar hacia Arica y aun hacia otras costas», no tuvieran
predicador, pese a que para entonces se había «trabajado y reducido la lengua en arte y se ha[bía] escrito un
confesionario y un vocabulario y una doctrina» (énfasis agregado; cf. Bouysse-Cassagne 1992: 132).

Como se ve, la presencia insoslayable de la lengua y la demanda de su aprendizaje por parte de los doctrineros para
el desempeño de su labor pastoral persisten, tanto que en 1599, Antonio de la Raya, obispo del Cuzco, encargó a los
jesuitas que tomaran examen de suficiencia del dominio de la lengua, aparte del quechua y del aimara, «porque así
mismo es necesario que la dicha lengua aymará y puquina se lean en esta ciudad, por hablarse en muchas partes
deste Obispado» (cf. Lisson 1946). En verdad, el prelado le pedía insistentemente al rey de España la creación de
una universidad en el Cuzco, en la que, al lado del quechua y del aimara, se enseñara también el puquina.

La última referencia con que contamos en relación con la preocupación por elaborar materiales pastorales en la
lengua, esta vez de manera más precisa para la región del Colesuyo, es la del arzobispo Villagómez, el mismo que
dispone, en el sínodo de 1638, la traducción del catecismo y confesionario del III Concilio Limense (15831584) al
puquina, encargándoles el trabajo a Álvaro Mogrovejo, cura de Carumas, y a Miguel Arana, cura de Ilabaya, ambos
peritos en la lengua (cf. Durston 2007: cap. 4, nota 43). Como ocurrió en casos semejantes de lenguas
indocumentadas, ni siquiera sabemos si tales disposiciones llegaron a concretarse o no.

8. Registro de la lengua. En el pasaje anteriormente citado del eximio lenguaraz Alonso de Barzana, en el que el
ilustre jesuita refiere haber «trabajado y reducido la lengua en arte» y escrito asimismo «un confesionario y un
vocabulario y una doctrina», es posible que estuviese aludiendo a los preceptos gramaticales y léxicos de su propia
autoría, que figuran en los tratados bibliográficos sobre lenguas indígenas americanas, luciendo incluso el año de
1590 como la fecha de su posible publicación (cf. De la Viñaza [1892] 1977: 45). Desafortunadamente, no solo nadie
ha podido dar con tales materiales de estudio, sino que incluso se duda de su publicación, aunque no debe perderse
la esperanza de hallarlos alguna vez en los archivos de Arequipa, Potosí o Charcas. En ausencia de tratados
gramaticales y lexicográficos, esperables para un idioma considerado como la tercera lengua general del Perú, lo
único que se tiene registrado son un total de 26 textos religiosos de variado alcance que aparecen en la monumental
obra políglota Ritvale sev Manuale Pervanvm […] de fray Jerónimo de Oré, famoso criollo huamanguino, editada en
Nápoles en 1607. Según refiere el mismo compilador, también experto en quechua y aimara, la mayor parte [de los
textos] fue hecha por el padre Alonso de Barzana, Iesuita de buena memoria, y despues de su muerte se añidieron
algunas cosas por el auctor con comission, y aprobacion del Reuerendíssimo del Cuzco (cf. op. cit., p. 385).

9. Última referencia y posible extinción. Que la lengua todavía subsistía, a fines del siglo XVIII, incluso en
territorios del obispado del Cuzco, lo sabemos gracias a una carta del obispo Juan de Moscoso y Peralta (1781) al

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visitador general José Antonio de Areche, en la que señala que «hay población en que se hablan tres [idiomas]
distintos, totalmente opuestos entre sí, como son la quichua general, la aymara, y Puquina». Con posterioridad, la
última referencia que se tiene de ella, como lengua todavía en uso, corresponde a la consignada por Clemente
Almonte (1813), cura de Andahua (Condesuyos, Arequipa), según un documento dado a conocer por Luis Millones.
Se dice allí que en el partido de Condesuyos «el idioma general […] es el quichua; [también hablan algunos] la
aymará, coli, puquina, isasi y chinchaysuyo» (cf. Millones 1971). Identificados en el pasaje los dialectos quechuas,
por un lado, el de tipo cuzqueño, hoy generalizado en la región aludida; y, por el otro, el de origen chinchaisuyo,
actualmente solo presente en la toponimia, quedaría por identificar la <isasi>, ya que <coli puquina> debe
entenderse, sin coma de por medio, como una variedad coli del puquina. No existiendo, que sepamos, referencias
posteriores a la vigencia de la lengua, se puede asumir que ella debió extinguirse en la segunda mitad del siglo XIX.
Por lo demás, toda otra alusión posterior a la lengua encierra, engañosamente, la confusión uro-puquina mencionada
en la sección 2.

10. Toponimia puquina: identificación coli = puquina. Que la entidad idiomática coli no era sino una variedad de la
lengua puquina se puede probar, sin margen de dudas, examinando el onomasticón de toda la región del llamado
Colesuyo, algo que no hace ni remotamente siquiera Rice (2013), que anda perdida en sus disquisiciones
toponímicas moqueguanas. Esta filiación, conviene señalarlo, no es nueva ciertamente; pero encuentra su
corroboración apoyada en el análisis del corpus toponímico que ofreceremos, previo examen filológico y lingüístico
del mismo. De paso, señalemos que el topónimo <Puquina> solo se registra en Moquegua, como buen indicador de
la presencia de la lengua, según lo había advertido ya Uhle a fines del siglo XIX.

Pues bien, como ejemplo de lo señalado, puede mencionarse el hecho de que ya en la segunda mitad de la década
del ochenta del siglo pasado radicales como -paya ~ -baya ~ -huaya y raque ~ laque (cf. Adelaar 1987, Torero 1987,
Galdos Rodríguez 2000), válidos para Arequipa y Moquegua, eran atribuidos al puquina, aun con desconocimiento
del significado de los mismos, al no congeniar ni con el aimara ni con el quechua. Especialmente relevantes resultan
en este caso algunos ejemplos propios de la «provincia de Poquina», en documentos del siglo XVI, tal como los
muestra Galdos Rodríguez, a partir de los cuales podía incluso formularse la siguiente proporción: <Yara-baya> =
<Yara-pampa>, donde el segundo elemento puquina parecía sugerir la glosa de ‘pampa’ o ‘llanura’. Sin embargo, se
nos ocultaba el ejemplo clave de búsqueda. Y es que Bertonio (cf. op. cit.: II, 141) recoge la forma reduplicada <Huaa
huaa> «Suelo o texado que es mas alto de vna parte, o cuesta abaxo». Esta última acepción, que nos parece la
genérica, es la que debió corresponder al elemento <paya> ~ <baya> ~ <huaya>, etc., tan recurrente en toda la
región atribuible al puquina (para una explicación más detallada del fenómeno, ver Cerrón-Palomino 2019a: § 8.1.1).
De paso, no debe sorprender que la búsqueda etimológica nos conduzca a una fuente aimara, en el presente caso la
de Bertonio, ya que el tesoro léxico ofrecido por el ilustre aimarista contiene, como era de esperarse y según lo
venimos demostrando, un alto porcentaje de términos procedentes del puquina.

Otro ejemplo que refuerza la filiación coli = puquina, esta vez de naturaleza teonímica es el nombre del dios tutelar
<Pichinique> ~ <Chipinique> (cf. Bouysse- Cassagne 1999). Como se sabe, el 14 de febrero de 1600 se produce la
erupción del volcán Huainaputina (Omate), cerro tutelar de los antiguos moqueguanos; y cuenta la tradición oral,
recogida entre otros por el P. Bernardo de Torres ([1657] 1974: I,XI, 95), que en dicha ocasión se mostró la divinidad
local en forma de «una disforme culebra, con rostro humano de notable fealdad, a quien los Indios nombraban
Pichinique, que significa: ¿qué tienes tú que sea tuyo?». El nombre, que aparece registrado también como
<Chipinique> (en cita de otra fuente por Galdos Rodríguez), es una forma compuesta en la que se puede divisar la
raíz puquina <iqui> ‘padre, señor’, tal como aparece registrado en Oré (1607). Analizado el compuesto, se revela su
estructura eminentemente puquina, en la que el elemento modificador <ch’ipi> ‘trueno’, de origen quechua, precede a
su núcleo <iqui>, previo nexo del sufijo genitivo –na (sincopado en –n), de manera que el teónimo podría
reconstruirse como *Ch’ipi-na iki, es decir ‘Señor del trueno’. De paso, la glosa de la expresión ofrecida por Bernardo
de Torres acusa el mayor vicio de los quechuistas de la colonia, consistente en querer interpretarlo todo a partir del
quechua, no importando el estropicio semántico que dicha inclinación conllevaba (cf. Cerrón-Palomino 2019b, para

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una discusión sobre tan nefasta práctica, vigente incluso entre nuestros científicos sociales del momento).

11. Investigación toponímica en curso. En nuestro trabajo toponímico en curso (2010 en adelante) hemos
identificado a la fecha unas dos docenas de radicales atribuibles al puquina, la mayoría de los cuales ha sido
plenamente corroborada. Igualmente hemos podido aislar cinco sufijos de la lengua, algunos de los cuales han sido
previamente localizados en los textos de Oré. Debemos señalar que la distribución de tales elementos léxicos y
morfológicos es densa en los antiguos territorios del Cuntisuyo (cf. Galdos Rodríguez 1985), del Colesuyo y del
Collasuyo. Aquí, naturalmente, nos centraremos en el onomasticón recolectado para el Colesuyo y atribuible al
puquina (para una comprensión de la presencia de la lengua en la toponimia de las tres regiones mencionadas, ver
Cerrón-Palomino 2016a).

11.1. Radicales identificados. Seguidamente, presentaremos diecinueve elementos radicales propios de la región
actual de Moquegua (ver también cuadro de las doctrinas en 1791, ofrecido por Cañedo-Argüelles 2012: cap. 1, 33),
seis de los cuales comparten una estructura silábica peculiar del puquina (al presentar grupos consonánticos en
posición inicial de palabra), completamente ajena al quechua y al aimara, calificando por consiguiente como
elementos diagnósticos puquinas inconcusos, aunque sus significados se nos muestren opacos aún. El corpus
toponímico ha sido extraído, aparte de las fuentes mencionadas previamente, de los diccionarios geográficos clásicos
de Paz Soldán (1877), Astaburruaga (1899), Stiglich ([1922] 2013) y Riso Patrón (1924); pero también de los trabajos
de Dagnino (1909), Alayza Paz Soldán (1903), Ballón (1912), y del diccionario toponímico moderno de Mamani
(2010). Hay que señalar que los ejemplos ofrecidos, tomados únicamente de las fuentes mencionadas, podrían
multiplicarse a medida que contemos con un nomenclator más preciso, como el ofrecido por el Instituto Geográfico
Nacional, de manera que el registro magro de algunos de los radicales, en los territorios comprendidos, puedan verse
enriquecidos considerablemente. Debemos señalar que las variantes registradas por los radicales ofrecidos se
explican perfectamente por las reglas del puquina, del aimara y del quechua, según fueron presentadas en Cerrón-
Palomino (2020b). Por lo demás, hay que notar igualmente que los radicales identificados pueden aparecer en forma
independiente, formando derivados, o integrando nombres compuestos.

11.1.1. Reflejos de paya ~ baya ‘pendiente’. Seguidamente listamos los topónimos portadores del radical <paya> y
variantes, previamente analizados en sus componentes léxicos y gramaticales, agrupándolos por departamentos.[9]
Nótese que las variantes sincopadas en la escritura castellana de las mismas aparecen con su forma reconstruida
entre paréntesis, constituyendo de este modo versiones que, a medida que progresa el trabajo archivístico
responsable, pueden verse corroboradas documentalmente. Para el departamento de Moquegua registramos: Tunu-
huaya, en la provincia del mismo nombre (escrito tradicionalmente como <Tonoaya>); Collo-baya, Coto-n-baya,
Cuchu-n-baya y Chiti-baya, en el distrito de Carumas; Colli-huaya, Chaca-guaya, Esco-baya y Sala-huaya , en el
distrito de Omate; Cora-huaya y Cuñu-huaya, en el de Puquina; Yari-baya, Polo-baya y Tala- baya, en Torata; Yala-
gua(ya) y Huata-hua(ya), en Ubinas; Taca-huay (Picata), y Ara-pa(ya) (Ichuña). Para el departamento de Tacna
consignamos: Chaca-paya-ni (pico nevado), Chaspaya, Tala-baya y Susu-paya, en Ticaco, Tarata; Sola-baya y Chuli-
baya, en Ilabaya (cf. Chuli-bayita); Puru-baya (Torata), Locum-ba(ya), Yara- guay(a). Finalmente, para la región de
Arica registramos: Chili-s-paya (Livilcar, Arica), Si-baya (Putre, Parinacota), Cota-paya (Lluta), Uli-baya ~ Uribaya ~
Ulla- baya, Saca-vaya (Belén, Arica), Quilla-gua(ya) y Pisa-gua(ya) (Tamarugal), Aza- pa(ya) y Saca-pa(ya) (Lluta,
Arica), Eschulli-pa(ya) (Livilcar, Arica), Cara-gua(ya) (Parinacota), Cori-huaya y Challa-huaya (Tarata).

Por lo demás, gracias a los datos manejados e interpretados, ahora se confirma el registro inicial de <Muqui-guaya>
(ver epígrafe), con el significado de ‘Pendiente húmeda’ (donde muk’i significa ‘húmedo, mojado’). La variante
<Muqui-gua> resulta así enteramente explicable, como ocurre con las de <Canda- gua>, <Guata-gua>, <Yala-gua>
(Ubinas), <Escapa-gua>; de igual modo puede decirse lo propio de <Locu-m-ba>, que hasta ahora parecía
enigmática. Incidentalmente, el mítico <Mata-gua> ‘Cuesta rasa’, paradero en el periplo de los míticos hermanos Ayar
en su marcha al Cuzco, resulta igualmente esclarecido (cf. Cerrón-Palomino 2016b).

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11-1-2- Reflejos de para ~ huara ‘río’. Consignado en los textos de Oré, con su variante <guara>, lo encontramos
en Moquegua: Para-laque, en Torata; Para-qui-vaya, Para-chura, Huara-huara-ni y Huara-ya, en Carumas; <Coco-
huara>, en Ubinas; Caca-huara, en Matalaque; Hir-huara y Huara-occjo, en Chojata; Hancco-huara-ya, en Ichuña; y
Challa-huara, en Puquina. En Tacna se registran Para-cota (Curibaya, Tarata), Huan-uara (Curibaya, Tarata; río). En
Arica aparecen Huara y Para-jaya (Pampa de Tamarugal), y Para-ra-ni (General Lagos, Parinacota).

11.1.3. Reflejos de ch’ata ~ llata ‘cerro’. Registrado en los textos de Oré, en su forma reduplicada de <chata-llata>
‘cerros’, lo encontramos en Moquegua: Bentre-llata (Mariscal Nieto), <Quimsa-chata> (Carumas) y Paya-chata (este
de Moquegua); y Pa-llata, en Tarata. En Tacna/ Arica figuran: Cala-chata, Ñeque- chata y Paya-chata, en Putre
(Parinacota); Quimsa-chata, en Colchane (Tamarugal).

11.1.4. Reflejos de kachi ~ gachi ‘cerco, corral, fortaleza’. Registrado por Bertonio (cf. op. cit., I, 143, II, 32),[10]
se lo encuentra en Moquegua: Huasa- cachi (Socabaya), Sara-cachi, Taca-gachi, Taru-cachi, Uta-r-cachi, en
Carumas; Yara-cache, Huasa-cache (río); del mismo modo, en Tacna: Taru-cachi, Huata- cachi (Candarave, Tarata),
Colla-n-cachi (Ilabaya); y también en Arica: Sau-cache (Azapa), Turu-cache (Arica), Cachi-coca (Codpa, Arica).

11.1.5. Reflejos de laque < *raqhi ‘barranco, abismo’. Identificado en su versión aimara como laqhi (cf. Huayhua
2009), este radical, de alta frecuencia en toda el área puquina, lo encontramos en Chichi-laque e Ispaca-laqui, en la
provincia de Moquegua; Chuju-laque, Tuta-laque y Tona-laque , en la de Sánchez Cerro; Chuvi-laque en Torata;
Huata-laque y Mimi-laque, en Carumas; Ya-laqui y Mata-laque, en Ubinas; Para-laque, en Torata; y Fa-laque en
Puquina.

11.1.6. Reflejos de *wiqu ‘quebrada, abertura’. Registrado en el vocabulario aimara de Bertonio como <vico>
“quebrada de montes” (cf. op. cit., I, 392), alternando con <veco> “abertura y como cueua en los cerros” (cf. op. cit.,
II, 383), este radical lo encontramos en Challa-veco, Sora-veco, Choro-veco, Tula- veco, y Quella-veco, en la
provincia de Moquegua; Huaña-veco, en la de Mariscal Nieto; Veco, en Codpa (Arica) y Chullpa-vico, en Putre
(Parinacota).

11.1.7. Reflejos de copa ~ coa ‘divinidad’. Registrado en los textos coloniales (Oré y Calancha), y reconstruido
como *qupa, nombre de la divinidad puquina (cf. en <Copa-cabana>), lo encontramos en Coa-jone (Moquegua),
Cala- coa (Carumas), Coa-laque (Puquina, Ubinas); asimismo, lo hallamos en Coa-ilata (Locumba), Coa-ri (Ilabaya) y
Coa-nto, en Tacna; pero también en Copa-quilla y Coa-pata (Putre, Parinacota); en Cova-pata (Tamarugal) y en
Coaque (Arica).[11]

11.1.8. Reflejos de *raya ~ laya ‘arroyo, manante’. Con el significado tentativo que le atribuimos, este radical se lo
encuentra en Chuju-lay (Torata), Apu- raya (Ichuña), en la provincia de Moquegua; y entre Tacna y Arica se registran
Calumb-raya (Ilabaya), Taca-laya (Ilabaya), Samba-lay (Sama), Ichu-raya (Ancomarca, Tacna), Mama-raya (Ticaco,
Tarata); y Jami-raya, en Putre (Arica).

11.1.9. Reflejos de ata ~ ara ‘sagrado’. Radical identificado no hace mucho por nosotros, a propósito del nombre
del inca <Ata-w wallpa> (cf. Cerrón- Palomino 2017), lo encontramos en Ata-ra-nto (Ilo), Ata-spaya (Carumas), Ara-
pa(ya) (Ichuña), en Moquegua; Ara-n-saya (Lluta), Ara-villa (Tamarugal), en Arica; y Ata-s-paca (Pachía, Iquique). De
paso, hay que señalar que el apellido <Ara> de los conocidos caciques de Tacna es reflejo seguro de *ata, que nada
tiene que ver con la raíz aimara arax ‘arriba’, que en última instancia proviene del quechua (h)ana-q.

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11.1.10. Otros radicales. En esta sección solo nos limitaremos a listar otros radicales atribuibles al puquina, los
mismos que, aunque gozan de amplia recurrencia en todo el territorio cubierto por la lengua, son de poca frecuencia
en el corpus toponímico manejado en el presente trabajo. Tales radicales son: *parki ‘ladera’ (cf. Bertonio, op. cit., II,
250), como en Cuti-parqui y Lali-parqui (Carumas), y Pusquia-parqui (Moquegua); *pacas ~ vacas ‘suelo, tierra’, que
aparece en los textos de Oré, como en Callo-vaca, Chiquis-paca y Tala-vacas (Carumas); pero también Aña-paca
(Tacna), Cata-paca (Arica, nevado); *tira ~ tila ‘ringlera’ (cf. Bertonio, op. cit., I, 410), como en Tira-marca (Ichuña),
Tila-ya y Tilla-nque-ri (Carumas); Caro-tira (Moquegua) y Chuqui-tira (Tacna); finalmente, *qhoni, cuyo significado se
nos escapa aún, como por ejemplo en Cua-jone (Moquegua), Chari-jún (Carumas) y Cala-jón (Yunga).

11.1.11. Reflejos de radicales con grupo consonántico inicial. Una de las propiedades silábicas del puquina, tal
como se desprende de los textos de Oré y de la onomástica estudiada aquí, es que la lengua admitía grupos
consonánticos en posición inicial de palabra (en el corpus manejado encontramos siete de estos grupos), rasgo
completamente inusitado no solo en el aimara y el quechua sino también en el castellano. Por regla general, el
tratamiento por parte del aimara y del quechua, y aprovechado igualmente por el castellano, de los topónimos que los
conllevaban, cuando estos no formaban parte de compuestos, se resolvía mediante la prótesis o anteposición de /i/ o
de /e/, incluso de /o/, según se puede ver en los ejemplos proporcionados:

(a) *SP: Ispaca-laqui (Moquegua), Ata-spaya (Carumas); Espilli-sa (Codpa); Esvichu-ta


(Livitaca, Arica).

(b) *ST: Esta-ña e Istun-chaca (Carumas); Estuqui-ña, Estopa-caje y Mata-staquema (Moquegua);


Quini-stacas (Omate); Estique (Tacna). Cf. Lupi-staca, nombre de cacique de Lluta.

(c) *SK: Ana-scapa e Iscacha (Ubinas); Esqui-no y Tala-squia (Puquina); Iscata, Copu-squia,
Laca-scate y Tupu-squia (Carumas); Cami-squia (Ilo), Chuchu-squia (Torata), <Ysquirpa>.

(d) *SQ: Esco-baya (Omate), Escache (Ubinas), <Chuqui-squea>, Esqui-ña (Camarones, Arica).

(e) *SCH: Eschaji (Ichuña) (cf. <Ischave>), Eschulli-pa(ya) (Livilcar, Arica).

(f) *SL: Isluga (Colchane, Tamarugal).

(g) *SM: Osmore (Moquegua).[12]

11.2. Sufijos. Además de los radicales identificados en las secciones anteriores, igual o más revelador de la
presencia de la lengua en la región es encontrar elementos gramaticales, concretamente sufijos derivativos que
integraban su aparato morfológico. A la fecha hemos logrado identificar en el corpus manejado cinco sufijos, de los
cuales los dos primeros aparecen registrados en los textos de Oré, y los tres restantes solo se ponen de manifiesto
en la toponimia. Aquí también debe tenerse en cuenta que las variantes que muestran tales sufijos se explican
perfectamente a través de las reglas de interpretación proporcionadas en Cerrón-Palomino (2020b: § 7.1). Los
ejemplos ofrecidos solo buscan ilustrar la ocurrencia del sufijo y no el significado del topónimo, cuya raíz no siempre
es transparente, por lo que aguardan mayor estudio.

11.2.1. *-no ~ -ro ~ -llo ~ lo ‘(lugar) con X’. Se trata de un derivador denominativo que expresaba adjudicación del
elemento referido por el radical al lugar implícita o explícitamente mencionado, de manera como lo hacen los sufijos
-ni del aimara y -yuq del quechua. Son ejemplos de ocurrencia: Esqui-no (Puquina), Para-no (Omate), Huaca-no

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(Estique, Tarata); Picha-lo, Chincho-rro, Anco-llo (Lluta), Guaco-llo (Parinacota), en Arica (Huara, Tamarugal), Guaca-
no (Pachía, Iquique).

11.2.2. *-so ‘resultativo’. Sufijo derivativo que formaba nombres a partir de verbos. El corpus manejado hasta
ahora solo arroja tres ejemplos, pero es posible que se encuentren más casos, especialmente en la toponimia menor.
Las instancias encontradas son: Chahua-so (Moquegua), Capa-so (río, Tacna) y Matica-so (Ilabaya, Tacna).

11.2.3. *-t’a ‘(lugar) donde existe X’. Sufijo denominativo que preferimos llamar existencial, ya que hace referencia
a la existencia en el lugar, implícita o explícitamente mencionado, de la presencia del referente expresado por la raíz.
Se trata de un sufijo muy recurrente, y aquí solo ofrecemos algunos de ellos: Chusi-ta (Ilo), Puca-ta y Tara-ta
(Moquegua), Chila-ta, Toa-ta y Tona-ta (Puquina), Tora-ta (Torata), Soja-ta, Coaila-ta (Locumba), Ica-ta (Tacna), Isa-ta
(Tarata), Yala-ta (Sama; cf. Yara-da), Ccama-ta (Ubinas), Quina-ta nevado al NE de Tacna); Chaco- ta (Azapa), Chiti-
ta (Codpa), Laca-ta (Putre), Miñi-ta (Putre), Piñu-ta (Gral. Lagos, Parinacota), Saja-ta (Parinacota), Taca-ta
(Parinacota), Avini-ta (nevado de Arica), Esvichu-ta (Arica, Livitaca), Pascu-ta (Iquique).

11.2.4. *-si ~ -s ‘ubicativo’. A diferencia del existencial, este derivativo indica el lugar preciso donde se encuentra el
referente mencionado por la raíz. Son ejemplos: Coroi-si (Ichuña), Carvi-si (Ichuña), Co-si (Ichuña), Penamu-si
(Torata), Faili-si> (Ubinas), Am-si> (Omate), Uma-si (Carumas), Cora-s (Sama); Chupi-s- paya (Ticaco,Tarata), Cora-
si, Chumba-s (Arica), Huayhua-si (Codpa, Arica), Oro- si (Putre), Jura-si (Putre),Toco-nta-si (Lluta, Arica), Chili-s-paya
(Livilcar, Arica). Cf. Tala-si (cacique de Capanique).

11.2.5. *-nto ~ndo ‘atributivo’. Sufijo recurrente en el territorio atribuido al puquina, especialmente en el Colesuyo,
su significado se nos ha hecho evidente en virtud del arequipeñismo, especialmente camanejo, de caranto
‘blanquiñoso’, etimologizable como el híbrido aimara-puquina *qara-nto. Los ejemplos que presentamos, a manera de
ilustración, corresponden mayormente al departamento de Moquegua. Y así, tenemos: Ata-ra-nto, Cari-nto, Calapa-
nto, Carpa-nto, Capa- nto, Huallhua-nto, Sama-nto, Viña-nto, Cunuja-ndo, Chaylla-ndo ~ Chajlla-ndo, Huajla-ndo ~
Huajala-ndo, Yara-ndo, etc. todos ellos en la provincia de Basadre. Y así, Huallhua-nto vendría a ser “Abundoso en
culén’ y Yara-ndo “Abundoso en yaras”, etc.

12. Correlaciones culturales y arqueo-lingüísticas. En las secciones precedentes creemos haber demostrado la
presencia compacta del puquina en la región del antiguo Colesuyo, y particularmente en la actual región de
Moquegua. Dicha constatación, apoyada en la evidencia documental y en el trabajo de campo, particularmente en el
de la onomástica, resulta sumamente reveladora, no solo por el registro léxico encontrado sino también, de manera
más contundente, por el empleo de sufijos atribuibles a la lengua en el acuñamiento de topónimos cuya base o raíz,
dependiendo de la lengua dominante en la región, puede tener filiación puquina, pero también suele resolverse en
hibridismos de origen aimara o quechua, como lo prueban a cada paso los ejemplos aportados. Ahora bien, la
evidencia lingüística ofrecida exige una interpretación de la situación encontrada, en términos históricos, de parte de
las disciplinas afines, especialmente la historia y la arqueología. En tal sentido, en los párrafos que siguen,
intentaremos ofrecer, a manera de resumen, algunos de los conceptos que se han venido postulando, desde el lado
lingüístico, en relación con la prehistoria de los pueblos sureño-altiplánicos, con sus proyecciones e implicancias
respectivas en el campo de las disciplinas afines mencionadas, y que reclaman replanteamientos con respecto a la
visión tradicional que aún prevalece al abordar temas como los tratados. De este modo, quisiéramos adelantar lo
siguiente:

1. Los trabajos de lingüística histórica andina han demostrado ampliamente el origen centro-andino del aimara, por lo
que su asociación con las civilizaciones de Pucará y Tiahuanaco, que aún persiste entre los arqueólogos,
especialmente del lado boliviano, por suponer que se trataba de un idioma de origen altiplánico, ha sido descartada
(cf. Adelaar y Muysken 2004: cap. 3, § 3.3.2, Cerrón-Palomino 2013: Parte II).

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2. Hay fuertes razones para atribuir al proto-puquina como lengua de Pucará, y, posteriormente de Tiahuanaco, en
este caso ya configurado como puquina propiamente dicho, según ya lo había sugerido Torero (1987). En otro trabajo
aportamos evidencias que afianzan dicha postulación, demostrando la presencia de la lengua no solo en los valles
del Cuzco y Apurímac (cf. Cerrón-Palomino 2016d) sino también en el territorio del antiguo Cuntisuyo, antes del
arribo del aimara a la zona (cf. Cerrón-Palomino 2020a).

3. Dicha difusión puede atribuirse, por razones cronológicas, a la sociedad de Pucará (200 a. C.-200 d. C.), en el
Formativo Tardío, como la vehiculizadora de la lengua. Al respecto, hay consenso entre los arqueólogos en relación
con la difusión de la cultura Pucará, al sostener que es «probable que las primeras décadas de nuestra era toda la
cuenca del lago Titicaca, incluyendo la parte correspondiente a Bolivia, una parte del norte de Chile y parte del valle
del Vilcanota, estuviera integrada al asentamiento de Pucará, que se había convertido en el centro regional de
integración de dicha área» (cf. Ravines 1994: 186; cf. también Bonavía 1991: VIII, 312-314, Mujica 1991 y Rex
González 2004). Solo que la evidencia onomástica encontrada exige ahora ampliar considerablemente el territorio
atribuible al puquina más al noroeste de la frontera señalada por dichos especialistas.

4. En tal sentido, creemos que la visión tradicional de considerar a la civilización de Tiahuanaco como exportadora
exclusiva del aimara, presente en los trabajos del reciente volumen de Korpisaari y Chacama (2015), con especial
concentración en lo que vendría a ser el antiguo territorio del Colesuyo, debe ser replanteada en los términos
mencionados previamente, a la luz de la evidencia onomástica aportada, y sin minimizar ni menos silenciar el rol
civilizador de Pucará. De hecho, estamos firmemente convencidos de que el modelo de la «diáspora-
archipiélago», propuesto por Goldstein (2005), para explicar la difusión del puquina en todo el territorio postulado
para Tiahuanaco no podría explicar la compacta presencia de la lengua en la toponimia. Bastaría con señalar que los
supuestos colonos tiahuanaquenses no llegaban a territorios vacíos y desérticos, en espera de ser delimitados y
nombrados geográficamente.

5. Una variedad evolucionada del puquina debió regresar, como lengua de superestrato, al Cuzco, si nos atenemos a
la mito-historia de los hermanos Ayar, y a los antiguos territorios del Cuntisuyo y Colesuyo, a raíz de la diáspora del
estado tiahuanaquense. De su presencia en el Cuzco, como lengua primigenia de los incas legendarios, dan
testimonio no solo el léxico administrativo, religioso y cultural del incario, de origen puquina, sino también las
referencias documentales a la «lengua particular» de los incas (cf. Cerrón-Palomino 2013b: cap. IV).

6. El aimara llegaría a la región del Colesuyo, si no antes, con el imperio Huari (siglo VII), posiblemente bilingüe
aimara-quechua.

7. El quechua se difundirá posteriormente con los incas (siglo XIV en adelante), sin llegar a instalarse más allá de la
actual región de Moquegua.

8. La confluencia de estas tres lenguas en el antiguo Colesuyo, en etapas sucesivas, y reforzadas por los
contingentes de mitmas altiplánicos, se refleja en la toponimia, como lo prueban los hibridismos frecuentes que
forman parte del material examinado a lo largo de nuestra exposición.

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[1] Las ideas centrales desarrolladas en el presente artículo, así como la mayor parte de los materiales discutidos,
fueron presentados previamente en las «Jornadas de Historia en homenaje a Franklin Pease» (Moquegua, 8-11 de
marzo de 2016) y en el XII Congreso Nacional y VI Congreso de Geografía de las Américas, organizado por la
Sociedad Geográfica de Lima en Tacna (11-13 de octubre de 2017).

[2] Rodolfo Cerrón-Palomino, especialista en lenguas andinas, es magister por la Universidad de Cornell (Ithaca,
Nueva York) y doctor en Lingüística por las Universidades de San Marcos (Lima) e Illinois (sede de Urbana-
Champaign), profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en ejercicio en la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Entre sus obras de mayor envergadura destacan sus libros Gramática y Diccionario
del Quechua-Huanca (1976), Lingüística Quechua (1987, con reedición en 2003), Lengua y sociedad en el Valle del
Mantaro (1989), Diccionario unificado del Quechua Sureño (1994), La lengua de Naimlap: Reconstrucción y
obsolescencia del mochica (1995), Lingüística Aimara (2000), Castellano Andino (2003), El chipaya o la lengua de los
hombres del agua (2006), Quechumara: estructuras paralelas del Quechua y del Aimara (2007), Voces del Ande:
ensayos sobre onomástica andina (2008), Las lenguas de los incas (2013), Tras las huellas del Inca Garcilaso (2013),
El uro de la Bahía de Puno (2016), y Diccionario Huanca: Quechua-castellano/ Castellano-huanca (2018).

[3] Aquí y en adelante escribimos este nombre en la forma como lo hacemos, respetando la versión originaria en que
fue registrada, y no como suele graficarse, especialmente en los predios de la arqueología boliviana, bajo la forma
aberrante de <Tiwanaku>, que no solo atenta contra su pronunciación, aún vigente, sino que, para remate, opaca su
significado originario. Para una etimología tentativa del importante topónimo, sobre el cual se han compilado algo
más de una docena de explicaciones, sin duda todas absurdas (cf. Escalante Moscoso 1997: cap. IV, 100-101), ver
Cerrón-Palomino (2016b: 20-21).

[4] Aquí también preferimos aimara y no <aymara>, como suele escribirse, porque la palabra entró en el castellano
en el siglo XVI; y, por consiguiente, como toda voz castellana o castellanizada, debe seguir las reglas ortográficas de
la lengua (ya nadie escribe <ayre>). Sobra señalar que en un texto redactado en aimara habrá que usar <aymara>,
siguiendo la ortografía de esta lengua (cf., sobre el punto, Cerrón- Palomino 2008: I-1).

[5] Téngase en cuenta que el símbolo “~” expresa variación o fluctuación entre una forma presentada y otra;
asimismo, nótese que los corchetes angulados “< >” encierran entre sí formas tomadas directamente de las fuentes,
especialmente coloniales.

[6] El arqueólogo finlandés Martti Pärssinen, en reciente artículo (cf. Pärssinen 2015: 306), considera a los

<koli jaques> como uno de los tres grupos principales de aimaras del área sureño-altiplánica, basándose en Bertonio,

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según sostiene, aunque sin citarlo directamente. Sin embargo, las etimologías que postula de los nombres que
identificarían a tales grupos (<paca jaque>, <uma jaque> y <koli jaque>) resultan, con excepción de la tercera
designación, enteramente gratuitas y erráticas, pues el elemento aimara <jaque> de sus compuestos, es decir /haqi/
‘persona, ser humano’ nada tiene que hacer en, por ejemplo, el etnónimo <Pacaje> o, mejor aún, <Pacasa> (para
una discusión sobre el punto, ver Cerrón-Palomino 2013b: VIII, 303-305). Estamos, pues, frente a un caso típico de
etimología popular, frecuente entre nuestros historiadores y arqueólogos del área andina. Notemos, incidentalmente,
que los <colis> o <coles> hablaban puquina y no aimara, lo que no quita que fueran después bilingües de puquina y
aimara.

[7] Notemos, de paso, que la forma más ajustada a la fonética del aimara y del quechua del nombre
<Colesuyo> sería <Colisuyu> (o <Collisuyu>); sin embargo, aquí optamos por su versión más castellanizada. Nótese
que el puquina, al tener cinco vocales cardinales, podía haber registrado tranquilamente <Colle> o <Cole>.

[8] Escribimos Cuzco y no <Cusco> apegándonos a su forma genuina, tal como la consignaron los españoles en el
siglo XVI, comenzando por el propio Inca Garcilaso (que escribe <Cozco>, más apegado a la pronunciación).
Quienes propenden el uso de la segunda forma, en lugar de la primigenia, lo hacen con desconocimiento tanto del
quechua de la época como del castellano del siglo XVI. Lo que hay que saber es que la <z> en el contexto específico
del topónimo era parecida a nuestra <s> actual, pero diferente a la <ş> apical española: de allí que no se escribiera
<Cosco> (la palabra <cuzca> ‘juntos’ nunca se consignó como <cusca>, como se puede verificar en los diccionarios
coloniales del quechua). Para la etimología del nombre, ver Cerrón-Palomino (2008: II-6, 2016e).

[9] Aquí y en adelante, téngase en cuenta la salvedad consistente en no estar muy seguros de la adscripción
territorial actual de los topónimos limítrofes entre Tacna y Arica, ya que los diccionarios consultados corresponden a
la época anterior a la del tratado de límites entre el Perú y Chile de 1929.

[10] Téngase en cuenta, aquí y en adelante, que cada vez que citemos una fuente aimara en procura de la etimología
de los topónimos atribuidos al puquina, lo hacemos previo descarte de su origen proto-aimara. En tales casos
asumimos que dichos registros léxicos son préstamos del puquina tomados por el aimara.

[11] Registrado por el agustino Calancha como <Coac>, divinidad de los puquinas (cf. Calancha [1638] 1976: cap. X,
835), es posible que la forma de este topónimo presente la vocal /e/ paragógica para adaptarse a la estructura
silábica castellana

[12] Habíamos incluido este grupo consonántico inicial, pese a contar con solo un ejemplo, por haberlo considerado
«posible», en vista de su ocurrencia en el uro-chipaya (<smoya> ‘variedad de mosquito’). Sin embargo, nuestro
amigo Gustavo Valcárcel nos alcanzó una pequeña lista de al menos ocho topónimos, en los que el elemento <more>
se manifiesta como lexema genérico, formando compuestos obvios (por ejemplo, en <Molle-more>, <Chiri-more>,
etc.), en los que el componente específico (modificador) no parece mostrar el grupo consonántico postulado (<Ti-
more>. <Soja-more>, etc.). De todos modos, es altamente posible que el genérico <more> sea de origen puquina.
Quedan por explicar también algunos de los elementos especificadores (incluyendo el de <Os-more>), que sin duda
no son prefijos, y en cambio, parecen estar delatando formas sincopadas.

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Por wilmichu

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La miseria de la crÍtica al indianismo

no hay racismo, indios de mierda

quÉ pasa con estos intelectuales? seÑor claudio ferrufino coqueugniot, estÁ ciego?

Racismo, un rasgo de la sociedad boliviana

Fausto Reinaga, Franz Tamayo, y el nacionalismo reinaguista

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