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ISSN: 0718-0586
cuadernos.interculturales@yahoo.es
Universidad de Playa Ancha
Chile
Resumen
Este artículo es parte de una investigación de tesis doctoral de Marisela Ríos titulada “El campesino
indígena y la dinámica económica de mercado: implicaciones del conocimiento productivo local
del mezcal ante el desarrollo sustentable” apoyada por el Instituto de Investigaciones Sociales de
la Universidad Autónoma de Nuevo León (IINSO-UANL).
**2 Estudiante del programa de Doctorado en Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Sociales
de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México.
Correo electrónico: maricela_rios@yahoo.com.mx
***3 Profesor investigador titular, Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Autónoma de Nue-
vo León, México. Correo electrónico: jlsolis@prodigy.net.mx
Cuadernos Interculturales. Año 7, Nº 13. Segundo Semestre 2009, pp. 180-205 181
Abstract
The mexican society testified the revitalization of the ethnic movements, focused to
the recognition its culture identity, to the legimitation of its politic-administrative au-
tonomy and its own management. Althoug it is the need to have the knowledge of
the structure of the ethnic social performance, also the social-culture implications of
its consecuence. In the same way, it is essential to know the posture of the state befo-
re the indian groups and the developmetn focus of its ethnic politic. It will allow the
understanding of the urge of the paradigm change in front of the development and
the alternative (etnodesarrollo), wich allow to keep save the culture identity before the
dominant occidental speech.
1) Introducción
La historia de la humanidad se recuerda desde la memoria del poder, del dominio, una
memoria que olvida al conquistado. Por ello, la construcción de la identidad sociocul-
tural del dominado es privilegio del grupo dominante, el cual dispone de los recursos
necesarios para determinar y representar a su alteridad. De esta manera, los individuos
del grupo dominado se convierten en el receptáculo de todo lo negativo, y en el reflejo
de la ausencia de poder.
En los pueblos indígenas de México se puede encontrar el discurso del dominado;
un discurso que trata de hacerse escuchar ante el monológo dominante del discurso
oficial. Sin embargo esta “intervención” del Estado, no se da de manera equilibrada, sino
más bien contradictoria, donde por un lado proclama la condición pluriétnica del país,
fomentando nominalmente el desarrollo “desde abajo” pero, por otro, establece “desde
arriba” las políticas y programas orientados a las poblaciones indígenas del país.
En México, la alteridad está representada por el indio; el Instituto de Geografía Es-
tadística e Informática (INEGI) estimó al año del 2005 la existencia de 6.7% de la pobla-
ción indígena en el país. Sin embargo, organismos paraestatales e inclusive instituciones
del Estado como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI)
estiman que la “verdadera” población indígena ronda el 12.7% del total nacional. Ello
obedece a una visión reduccionista del indígena, limitada al sólo criterio lingüístico.
Como lo señalara Eric Wolf (citado por Stavenhagen, 1974: 198):
“la calidad de indio no consiste en una lista discreta de rasgos sociales; se en-
cuentra en la calidad de las relaciones sociales encontradas en comunidades de
cierto tipo y en la autoimagen de los individuos que se identifican con esas co-
munidades. La calidad de indio es también un proceso histórico distintivo, ya que
estas comunidades tienen su origen en cierto momento, se fortalecen, decaen
nuevamente y mantienen o pierden su solidez frente a los ataques o presiones
de la sociedad global”.
Cabe destacar que bajo la óptica de Wolf, el análisis del indígena adquiere un
sentido más denso ya que no se queda en un reduccionismo categórico del yo, sino
que va más allá y señala que este “ser indígena” se haya en las formas de vinculación
social en comunidades que comparten al parecer, no sólo un espacio geográfico sino
un proceso ideológico, histórico -y en la mayoría de los casos biológico- resultado de la
cosmovisión1 individual y de la necesidad de una representación colectiva de la misma,
que le dé cierta “institucionalización” y de esta forma regule el comportamiento de
quienes la comparten.
De esta forma, “lo étnico” no parece ser tan fácil de conceptualizar. Miguel Barto-
lomé (citado por Bartolomé y Varese, 1990: 451) expresa que “lo que caracteriza a una
identidad étnica específica no es el conjunto de sus rasgos culturales, o el indicador
2 Bonfil Batalla (2006: 57) connota a la comunidad étnica como “un intrincado tejido de conoci-
mientos realizados, actividades diversificadas y especializaciones indispensables para llevar la vida
con autonomía”.
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nología eran los terrores que azotaban a las sociedades, al mismo tiempo que las ex-
plicaciones de todos los males, que abarcaban desde epidemias, derrotas en batalla, y
fenómenos naturales, entre otros.
Así los colonizadores veían en los pueblos dominados todo lo que ellos no eran,
vaciaban en estos “otros” todas estas imágenes perversas de lo malo, lo diferente, lo no
católico, lo salvaje, bárbaro, veían en ellos el atraso tecnológico, económico, comercial
y militar, pero sobre todo veían en ellos una amenaza que era necesario eliminar. En
esas épocas la evangelización, o en su defecto la hoguera, la orca, la inquisición eran los
recursos para desaparecer la diferencia para homogeneizar a la sociedad y controlarla
para que cumplieran sus estatutos culturales. Como señala Klass Woortmann (citado pr
Barabas, 2000: 11), “los indígenas pasaron a ser los nuevos salvajes-bárbaros de los civi-
lizados europeos”. Así mismo Laënek Hurbon (citado por Barabas, 2000: 11) menciona
que “El proceso de barbarización del indio se inauguraba con la deportación al Nuevo
Mundo de la demonología medieval” (Citado en: Barabas, 2000:11).
Es así como la alteridad representada por los indígenas de América se ha venido
construyendo desde antes del descubrimiento del continente, donde al existir este pri-
mer “contacto” entre españoles/portugueses con los pobladores nativos fue imposible
evitar la transferencia de las representaciones de los bárbaros, o salvajes ya conquista-
dos o conocidos por ellos, sobre estos nuevos pobladores que hablaban una lengua
extraña, que carecían de vestimenta o utilizaban indumentarias estrafalarias con cabe-
zas de animales y pieles sobre sus cuerpos, cuyas armas eran flechas, lanzas y cuchillos
de pedernal, su alimentación era predominantemente agrícola, eran politeístas y reali-
zaban sacrificios humanos para calmar a sus dioses, desarrollaban rituales y danzas que
ellos calificaban de paganas y valoraban comercialmente el maíz y el cacao por encima
de las piedras preciosas o el oro.
Los nativos fueron así el receptáculo de las representaciones ya conformadas por
los occidentales sobre los dominados, y pasaron a ser denominados como “naturales”,
“indios”, “indígenas”, “salvajes”, “primitivos”, “yopes”, todas estas acepciones se fueron
asociando con el paso del tiempo con los conceptos calificados como negativos de
atraso, pobreza, marginación, superstición (o faltos de conocimientos científicos), tradi-
ción, lentitud, estáticos, ignorancia, improductividad, entre otros.
El descubrimiento de América y de sus pobladores nativos trastornó el pensa-
miento europeo pero no desarrolló nuevas categorías para asimilarlos (Barabas, 2000:
11). Por lo que la construcción del “indio” en manos de los españoles fue reproducida
por los mestizos y preservada durante los años como si conceptualizara un elemento ya
dado en la naturaleza. Este “dar por sentado” que el indio siempre fue indio -que nació
indio- no es más que el resultado del discurso hegemónico occidental sobre las nacio-
nes conquistadas, sobre los pueblos dominados, es reproducir una alteridad impuesta,
misma que refleja el resultado de ideologías y simbolismos externos.
Como lo mencionara Barabas (2000: 11) “…los españoles no querían conocer la di-
ferencia de los indios, al no conocerla la imaginaban y lo hacían a partir de valores etno-
céntricos sustentados en la inferiorización del Otro.” Es así como este “desconocimiento”
de la cultura del otro, en este caso de los pobladores prehispánicos, ocasionó que los
recursos culturales que estos poseían y desarrollaban cotidianamente empezaran a ser
destruidos, minimizados, substituidos, pero sobre todo, controlados por el exterior.
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3 En el primer párrafo del Artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
dice a la letra: “(...) son pueblos indígenas aquellos que descienden de poblaciones que habitaban
en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones
sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas. (...)”.
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las obligaciones que corresponden a la Federación, los Estados y los Municipios para el
ejercicio efectivo de los mismos; son “reconocimientos” de “lo étnico” planeados y le-
gislados desde una postura de poder, desde la perspectiva “mestiza”, ya que a pesar de
que existen las estructuras gubernamentales4 para orientar la política pública indige-
nista, su gestión se plantea de “arriba hacia abajo” en vez de generarse de “abajo hacia
arriba”, ocasionando el incremento de movimientos sociales cuya demanda principal
es la reivindicación de la cultura étnica y el derecho a la autogestión de sus recursos
culturales y naturales.
Como lo señalara Bonfil Batalla (1987:116), “si cada vez más se admite el pluralismo
étnico como componente legítimo de los Estados nacionales, éstos deben asumir la
responsabilidad consecuente de instrumentar programas que contribuyan eficazmen-
te a la recuperación cultural de los pueblos indígenas”. En otras palabras: el Estado debe
de formular una política cuyo objetivo primordial sea la autonomía cultural de cada
unidad étnica.
Al no reconocer la diversidad de la condición étnica del país a través de la parti-
cipación activa de los pobladores indígenas en la planeación y gestión de las políticas
públicas orientadas a su desarrollo, se está favoreciendo la homogeneización de las
condiciones de la población, al dar por sentado que las necesidades socioculturales,
administrativas, políticas y productivas que el Estado considera como prioritarias lo
son también para los pueblos étnicos. Así mismo, al establecer programas públicos de
desarrollo económico y social a lo largo del país, se da un tratamiento igualitario a las
condiciones étnicas diversas, lo cual ocasiona que dichas intervenciones se conviertan
en fracasos sociales en aquellas regiones cuyas características socioculturales de las
comunidades indígenas no se adecuan a los estándares del programa.
Es así como se ha pretendido hacer de la diferencia la causa de la desigualdad.
En consecuencia, se les plantea a los pueblos oprimidos una salida falsa: si dejas de ser
diferente -es decir, si dejas de ser tú mismo y adoptas mi cultura- dejarás de estar en una
posición desigual. Al unir en una sola, dos condiciones distintas (diferencia y desigualdad)
se pretende ocultar el verdadero problema: la necesidad de acabar con la desigualdad
respetando, al mismo tiempo, el derecho a la diferencia (Bonfil Batalla, 1995b).
Por ello, resulta indispensable re-pensar la actuación del Estado como interlo-
cutor entre el discurso del desarrollo y “la cuestión étnica”. Es preciso identificar si la
esencia de su discurso a través de sus políticas públicas, legislaciones y organismos ins-
titucionales se orienta en la práctica, a un abordaje desarrollista de la “cuestión étnica”,
contraponiéndose a lo que nominalmente establece. Esto es así porque esta situación
favorece la reproducción dominante de la representación del “indio” e imposibilita su
reivindicación étnica integral a través de la autonomía y autogestión de sus recursos
socioculturales y productivos.
Para conocer las implicaciones dominantes del discurso del Estado en el establecimien-
to de políticas y programas orientados al tratamiento de “lo étnico”, resulta necesa-
rio comprender la connotación occidental de Estado-nación. Al respecto, Luis Villoro
(1999: 69) refiere: “El Estado-nación es concebido como una asociación de individuos
que se unen libremente por contrato; en este sentido, la sociedad no es vista ya como
la compleja red de grupos disímbolos, asociaciones, culturas diversas, estamentos que
se han ido desarrollando a lo largo de la historia, sino como una suma de individuos que
acuerdan hacer suya una voluntad general. Solamente así se pasaría de una asociación
impuesta por una necesidad histórica a una asociación basada en la libertad de los
asociados.”
La reflexión anterior subraya la importancia de la “asociación basada en la libertad
de los asociados”, donde la libertad debe fundamentarse en la pluralidad, autonomía y
autogestión que estas “sociedades de individuos” posean sobre sus recursos naturales,
socioculturales y económicos; de este modo, la idea de Estado-nación no sólo debe
de implicar libertad, autonomía y autogestión de recursos, sino también equidad en el
acuerdo de voluntades. En este sentido el discurso del Estado hace tábula rasa de las
diferencias y trata de manera “igualitaria” las voluntades generales, en vez de coordinar
equitativamente las voluntades particulares, mismas que reflejan el carácter plural de
la nación.
Ante la idea de “voluntad general” que el Estado-nación supuestamente repre-
senta, Villoro (1999: 69) agrega: “La expresión de la voluntad general es la ley que rige
a todos sin distinciones; ante la ley, todos los individuos se uniforman, nadie tiene de-
recho a ser diferente frente al Estado. El nuevo Estado establece la homogeneidad en
una sociedad realmente heterogénea. Descansa, en efecto, en dos principios: está con-
formado por individuos iguales entre sí y todos ellos están sometidos a una regulación
homogénea.”
De este modo, el planteamiento ideológico que conforma la figura del Estado-
nación, parte de la relación contradictoria entre la pluralidad cultural del país y los in-
tereses hegemónicos del grupo dominante. Y a través de esta figura se conforma una
“sociedad imaginaria” (veáse Anderson, 1993) que aglutina, homogeneiza y selecciona
los elementos socioculturales y acontecimientos históricos que fortalecen la identifica-
ción con la identidad nacional mestiza construida y denominada “mexicana”.
Es a través de esta nacionalidad construida desde el poder, donde se condensa la
necesidad de asociación e identificación de los individuos para el alcance de volunta-
des “supuestamente” generales. Sin embargo, valdría la pena preguntarse ¿cuáles son
los elementos socioculturales, productivos y relaciones de poder, que legitiman a un
determinado grupo social para que su voluntad e intereses particulares adquieran el
carácter de “general”?, anulando así la pluralidad de los intereses y voluntades sociocul-
turales del resto de la sociedad, favoreciendo de este modo la administración “igualita-
rista” de los recursos,(pero en el fondo profundamente desigual) en vez de una gestión
verdaderamente equitativa y justa de los mismos.
En este sentido, la idea de Estado-nación como eje rector de la “voluntad ge-
neral”, promueve la “homogeneización de voluntades” y es a través de este marco
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e institucional. Son extensos los estudios que se han orientado al análisis de la acul-
turación dirigida, el indigenismo, el intervencionismo, entre otros. En este apartado se
demuestra que el abordaje desarrollista del Estado de la cuestión étnica se realiza de
modo contradictorio. Así mismo, se establece que la política indigenista, así como el
marco legal vigente al respecto propician y fortalecen la reproducción de la represen-
tación occidental del “indio”, en lugar de promover la resemantización y actualización
“desde abajo” de la cultura étnica.
Es así como al hablar de indigenismo, Dietz (1995: 19) propone que “... -en su sen-
tido más amplio- [son] todas aquellas acciones que el Estado nacional despliega espe-
cíficamente frente a la parte de su población calificada como ‘indígena’, con el objetivo
-explícito o implícito- de inducir a través de políticas de desarrollo cambios de diversa
índole”.
Cabe señalar que el Indigenismo como política de Estado, a pesar de estar orien-
tado al actor indígena, se reviste de una ideología “mestiza” cuyo fin es consolidar la
homogeneización cultural que fortalezca la representación de la “mexicanidad” como
nacionalidad compartida.
Ante lo cual Bonfil Batalla (1987:91) asevera que la meta y justificación de la polí-
tica indigenista del Estado mexicano era: “(...) la de lograr que los indios dejaran de ser
indios mediante el sencillo expediente de cambiar su cultura por la cultura dominante”.
Como lo expresó Lázaro Cárdenas en el Congreso Indigenista Interamericano celebra-
do en 1940:”Nuestro problema indígena no está en conservar “indio” al indio, ni en
indigenizar a México, sino en mexicanizar al indio. Respetando su sangre, captando su
emoción, su cariño a la tierra y su inquebrantable tenacidad, se habrá enraizado más
el sentimiento nacional y enriquecido con virtudes morales que fortalecerán el espíritu
patrio, afirmando la personalidad de México”. De este modo se refleja la dicotomía en
la que se halla inmerso el Estado, el cual pretende por un lado la “mexicanización” del
“indio”, y por el otro “permitirle” al indio seguir siendo “indio”, siempre y cuando este
nuevo “indio mexicano” fomente -y oriente- sus elementos socioculturales “positivos”
al fortalecimiento del espíritu patrio.
Dado lo anterior, resulta necesario contextualizar la labor del Estado en materia
indígena, para comprender las implicaciones socioculturales y económicas que el pro-
yecto nacional de la “mexicanización del indio” ha ido estableciendo a lo largo del tiem-
po. De este modo, la fase inicial del indigenismo en México -denominada “indigenismo
integracionista”-, se concretó poco después de la Revolución Mexicana, extendiéndose
desde 1917 hasta 1968, teniendo como principal estrategia de abordaje político e insti-
tucional la “aculturación dirigida” a través de la castellanización7 del “indio”.
cuando los cambios son previamente planeados en base a determinados intereses de la cultura
dominante (Aguirre Beltrán, 1970: 14).
comunidad”-, así como la fundación en 1926 de la Casa del Estudiante Indígena en la Ciudad de
México. Otro colaborador importante del Indigenismo mexicano, fue Miguel Othón de Mendizá-
bal quien por su parte, crea la Escuela de Medicina Rural dentro del Instituto Politécnico Nacional,
introduciendo la disciplina antropológica tanto en el ámbito académico, como en la formación
profesional de indígenas. La Dirección General de Asuntos Indígenas se establece como depen-
dencia de la Secretaría de Educación Pública entre otros. Veáse: Aguirre Beltrán (1994), Marroquín
(1977).
9 Las representaciones se vuelven habituales y al entrar al sentido común, pueden volverse este-
reotipos, corriendo el riesgo de generalizar inadecuadamente, tomando realidades de contextos
verdaderos. La estereotipación puede ignorar también, aspectos centrales de la identidad de los
grupos insertados en este proceso y con ello congelar la representación, impidiendo formas alter-
nativas de verlos y comprenderlos. Fuente: Rommel Plasencia Soto (2007).
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homogeneiza a través del abordaje de los programas de desarrollo que el Estado des-
tina para atender ya no a una comunidad, sino ahora a toda una región que comparte
estas categorizaciones.
Es así como durante la dirección de Aguirre Beltrán, la postura del INI consolida la
concepción de “región de refugio” acuñada por el propio Gonzalo Aguirre Beltrán (1967:
9), como la nueva estrategia de la política indigenista: “Constituye una región de refugio el
espacio físico y moral que tiene como característica una ecología en gran medida hostil,
en la que interactúan poblaciones segmentadas cuyas lenguas, tecnología, economía,
estructura social, gobierno e ideología son distintos y asimétricos desde el momento en
que los ladinos (= los mestizos) someten a los indios a explotación colonial. En esa re-
gión una ciudad primada, chef dieu o centro rector, rige las comunidades satélites del
hinterland; la ciudad ladina y las comunidades indias configuran un sistema de relaciones,
inextricablemente unido, que incluye una dualidad de pueblos y culturas”.
De esta manera se ve en la región la oportunidad para “integrar” a las comuni-
dades desde perspectivas “espaciales” o “territoriales” más no socioculturales, donde
lo importante son las relaciones de dependencia (preferentemente económica) que
establecen las comunidades con un centro urbano, lo cual amplía la influencia de los
programas orientados a la expansión del mercado y de las relaciones de cambio, así
como al crecimiento en el uso de los recursos productivos y de la influencia del merca-
do global sobre áreas locales.
El tratamiento de las comunidades étnicas bajo el esquema de “regiones del re-
fugio”, posibilitó su posterior integración política en 1988 en lo que se conoce como
“Distritos de Desarrollo Rural” (DDR), cuyo objetivo consiste en “el mejoramiento del
bienestar de la población rural y el incremento de los niveles de producción, empleo
e ingreso, con base en una mayor participación de las comunidades rurales”10. Uno de
los problemas socioculturales provocados por el abordaje de la cuestión étnica en re-
giones y particularmente en DDR, fue el rompimiento de relaciones interétnicas ances-
trales y la confrontación de grupos indígenas que no compartían necesariamente un
esquema cultural pero sí uno geográfico.
Como bien lo indica su nombre los DDR, buscan “desarrollar lo rural”, tomán-
dolo erróneamente como sinónimo de lo étnico, en este sentido ¿es el desarrollo
occidental a lo que la condición étnica y/o la ruralidad aspira?, ¿desarrollarlo hacia
qué rumbo (occidentalista o uno alternativo) y desde qué postura de poder (“desde
arriba” o “desde abajo”)?, son preguntas que el Estado debiese reflexionar de manera
crítica, en vez de asumirlas en forma lineal y acrítica, en función de su estrecha visión
desarrollista.
En este sentido el enfoque de Beltrán si bien inauguraba una nueva fase de in-
digenismo integracionista, marcaría también su final. Es así como en 1968, se da un
cambio paradigmatico ocasionado en parte por el fracaso del modelo desarrollista en
10 Acuerdo por el cual se establecen Distritos de Desarrollo Rural, los cuales comprenden zonas con
características socio-económicas homogéneas para la actividad agropecuaria, forestal, acuícola y
agroindustrial bajo condiciones de riego, de drenaje, de temporal y de acuacultura con objeto de
planear, fomentar y promover el desarrollo rural integral. Consulta electrónica 16 de octubre del
2008: www.sagarpa.gob.mx/legislacion/pdf/acuerdos/a001.pdf
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11 Las reformas de los artículos expresan brevemente lo siguiente: en el Artículo 1º, se adiciona
el único párrafo que conformaba al Articulo 2º, quedando ahora como su segundo párrafo y se
adiciona un párrafo tercero el cual menciona: “Queda prohibida toda discriminación motivada
por origen étnico o nacional, el género, la edad, las capacidades diferentes, la condición social,
las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra
que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y
libertades de las personas”. En cuanto al Artículo 2º, todo su contenido es nuevo y muestra la dico-
tomía del Estado, donde por un lado inicia tajantemente con la afirmación “La nación mexicana es
única e indivisible” y a lo largo de su contenido define a “los pueblos indígenas”, señala el ámbito
personal de validez ante la identidad étnica, define a las comunidades que integran a los pueblos
indígenas, reconoce la autogestión política-administrativa de los pueblos indígenas, y establece
las acciones correspondientes al Estado para fomentar la igualdad de oportunidades de los indí-
genas. El Artículo 4º se deroga el primer párrafo que se tenía desde el 28 de enero de 1992 y queda
como primer párrafo el mandato de igualdad entre hombre y mujer. El Artículo 18vo señala que
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por una nueva relación entre el Estado, los pueblos indígenas y la sociedad en su
conjunto.
Es de resaltar que esta nueva legislación abre las puertas al reconocimiento de
que la opresión, la marginación y discriminación, así como la falta de autonomía en el
control de sus recursos no es solamente un problema de dominación económica, sino
también, fundamentalmente, de dominación cultural. De este modo, el pensar que la
asimetría existente entre las relaciones socioculturales, económicas, político-adminis-
trativas y ambientales entabladas entre los centros urbanos y las comunidades étnicas
se resuelven a través de los mecanismos del mercado, a través de la eficiencia econó-
mica, es favorecer la postura desarrollista dominante.
Por otro lado, las reformas no se realizaron únicamente a nivel legislativo, sino
también a nivel institucional. Es así como el 21 de mayo de 200312 se publicó en el Diario
Oficial de la Federación, el Decreto por el cual se expide la Ley de la Comisión Nacional
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas y se abroga la Ley de Creación del Instituto
Nacional Indigenista.
Sin embargo, este nuevo elemento institucional reafirma la orientación desarro-
llista del Estado en el tratamiento de “lo étnico”, fortaleciendo la idea de contradicción
entre el abordaje indigenista del Estado y la realidad de la condición étnica, ya que
sus programas están orientados preferentemente al desarrollo económico a través de
proyectos productivos orientados al mercado, capacitación técnica (preferentemente
industrial), gestión de recursos financieros, manejo de semillas mejoradas, constitución
de organizaciones productivas que en algunos casos “rompen” las relaciones sociocul-
turales productivas, entre otros.13
No obstante las “buenas intenciones” legislativas ante la cuestión étnica, es nota-
ble que existe una asimetría importante entre el abordaje economicista y productivista
del indigenismo participativo y las reivindicaciones y necesidades étnicas. Lo anterior
se expresa en el Presupuesto de Egresos del gobierno federal para el ejercicio fiscal
2008, que destina únicamente el 1.2% ($31.024.7 millones de pesos14) de los recursos
las personas que sean privadas de su libertad puedan cumplir su pena en el centro penitenciario
más cercano a su domicilio. El Artículo 115 señala la libertad de asociación y coordinación por las
comunidades que se encuentren en el mismo ámbito municipal (Véase Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos).
13 Dentro de los programas del CDI se pueden identificar los siguientes: Programa Albergues Escola-
res Indígenas (PAEI), Programa de Fomento y Desarrollo de las Culturas Indígenas (PFDCI), Promo-
ción de Convenios en Materia de Justicia (PCMJ), Programa Organización Productiva para Mujeres
Indígenas (POPMI), Programa Turístico Alternativo en Zonas Indígenas (PTAZI), Programa Fondos
Regionales Indígenas (PFRI), Programa de Coordinación para el Apoyo a la Producción Indígena
(PROCAPI), Programa de Infraestructura Social Básica (PIBAI), Atención a Indígenas Desplazados
(Indígenas urbanos y migrantes desplazados), Promoción, investigación, capacitación y otros.
14 En la asignación del ejercicio presupuestal 2008 el saldo a los pueblos indígenas no ha sido el más favo-
rable, apenas y fue posible mantener los niveles presupuestales del 2007, año en el que hubo un gasto
no ejercido por un monto de 2 mil millones de pesos, representado el 27.4% del presupuesto aprobado
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presupuestales a la atención de la población indígena, del cual sólo una cuarta parte se
ejerce a través de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
Lo anterior refleja como la visión sectorial y economicista de la realidad indíge-
na ha ocasionado que el tratamiento de la problemática étnica se aborde preferente-
mente por la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL), por la Secretaría de Agricultu-
ra, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), quitándole no sólo
protagonismo político-administrativo a la CDI -antes INI-,sino también desarticulando
toda una historia institucional de vinculación y conocimiento en el manejo de lo étnico;
favoreciendo y fortaleciendo prácticas de clientelismo político e institucional, así como
sus consecuentes relaciones de poder en el manejo de los recursos destinados a la
promoción de proyectos de desarrollo, imposibilitando así un abordaje integral de la
condición étnica.
Así, la reflexión que debiera generar el paradigma del indigenismo participativo,
es decir repensar al “indio” desde la cultura y no desde la economía, ha sido suplantada
por la visión productivista del desarrollismo occidental. En consecuencia, se ha descui-
dado el entender sus procesos productivos y el por qué de su diferencia tecnológica,
de su tradición y costumbre productiva; el por qué de sus relaciones recíprocas de pro-
ducción (es decir, mirar a la familia indígena como núcleo productivo) y la negación del
indio a la adopción de una figura empresarial, donde el único vínculo con la empresa
es el salario.
Así mismo, ver al indio desde la cultura implica comprender su modo de apro-
piación de los recursos naturales y su entendimiento del territorio; ello significa ver a
la tierra no como un mecanismo de renta económica sino como una expresión de su
identidad; es el entender su moralidad cívico-administrativa y su retribución a la comu-
nidad; implica escuchar en su lengua la expresión de una memoria colectiva de una
cosmovisión y no la expresión de un atraso cultural. Implica entender, finalmente, que
en su diversidad se halla su identidad y que su libertad se fundamenta no en su capaci-
dad económico-productiva, sino más bien en la autogestión y control de sus recursos.
Del mismo modo, el indigenismo participativo propone la inclusión del indígena
en la escena política y de planeación, pero en la práctica real los programas orientados
al “desarrollo” de las comunidades indígenas parecen estar todavía operando desde la
realidad “mestiza”, ya que a estos programas sólo acceden aquellos indígenas que han
incorporado a su modo de producción y comercialización los elementos económicos
occidentales, es decir, los relativos a la eficiencia económica. Son aquellos indígenas
que producen para el mercado y que ven en la tierra un medio de producción y no un
medio de expresión cultural; son los que han modificado su cosmovisión y que ven en
la castellanización una oportunidad de integración socioeconómica y no un mecanis-
mo de dominación cultural; del mismo modo, son los que valoran económicamente el
trabajo y ven en el conocimiento instrumental de la realidad la oportunidad para lograr
ventajas competitivas.
Sin embargo, surgen las siguientes interrogantes: primera, ¿son estos indios el
resultado “exitoso” de una aculturación dirigida al desarrollo occidental, o simplemente
por la Cámara de Diputados. Lo anterior puede ser el reflejo de la “discrepancia” entre los objetivos
institucionales, sus reglas de operación, su marco de acción y la realidad indígena, entre otros.
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Dentro del contexto histórico del indigenismo participativo y junto con la postura crí-
tica de la academia, de las organizaciones y movimientos indígenas ante el modelo de
desarrollo occidental, se elaboró una propuesta de desarrollo “desde abajo”, basado en
la reivindicación de la cultura indígena y en el control y autogestión de sus recursos: el
etnodesarrollo.
Este nuevo modelo de desarrollo étnico se concibe en la “Declaración de San
José sobre etnocidio y el etnodesarrollo”, resultado de una reunión técnica internacio-
nal a la que convocaron la UNESCO y la FLACSO en diciembre de 1981. En ella se definió
el etnodesarrollo en los siguientes términos: “entendemos por etnodesarrollo la amplia-
ción y consolidación de los ámbitos de cultura propia, mediante el fortalecimiento de
la capacidad autónoma de decisión de una sociedad culturalmente diferenciada para
guiar su propio desarrollo y el ejercicio de la autodeterminación, cualquiera que sea
el nivel que considere, e implica una organización equitativa y propia del poder. Esto
significa que el grupo étnico es la unidad político-administrativa con autoridad sobre
su propio territorio y capacidad de decisión en los ámbitos que constituyen su proyecto
de desarrollo dentro de un proceso de creciente autonomía y autogestión” (citado por
García Clancini, 1987: 96)
De este modo, conceptos como autonomía, autogestión, autodeterminación,
ámbitos de cultura propia, se unen al discurso reivindicativo de las culturas indígenas.
La meta principal reside en devolver el control cultural a los pueblos indios para que
-efectivamente- sean ellos quienes decidan el rumbo de su progreso.
El control cultural se puede entender desde la postura de Bonfil Batalla (1995:
464-480) como “la capacidad social de decisión sobre los recursos culturales, es decir,
sobre todos aquellos componentes de una cultura que deben ponerse en juego para
identificar las necesidades, los problemas y las aspiraciones de la propia sociedad, e
intentar satisfacerlas, resolverlos y cumplirlas”.
En este sentido, el contexto de dominación cultural en el que los pueblos indios
han vivido y crecido desde hace más de 500 años, ha fomentado su lucha constante
en torno al reclamo por el control cultural. Asimismo permite explicar las condiciones
actuales en las que viven, donde la pobreza no es la expresión solamente de una pro-
blemática económica, sino también de una dominación sociocultural que los obliga a
operar dentro de dinámicas sociales, económicas y políticas ajenas a sus propias estruc-
turas e instituciones comunitarias. Cabe recordar que al inicio de la invasión europea
muchos pueblos indios mantenían un control absoluto sobre sus respectivas culturas y
recursos materiales y sociales (Bonfil Batalla, 1987: 104).
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tidad social diferenciada. A partir de la cultura autónoma se dan los procesos de resis-
tencia, innovación y apropiación. Es la condición para la invención y reinvención per-
manente de la cultura. Del mismo modo, debe existir un mínimo de cultura autónoma
para que sea posible la continuidad de la identidad colectiva; en ese mínimo absoluto
están, seguramente, un campo semántico común (un lenguaje: resumen de la historia,
cultura plasmada, pensamiento en sí mismo) y una memoria histórica colectiva que nos
asegura un pasado común y, por lo tanto, también un posible futuro común y propio.
Un claro ejemplo de pérdida de control cultural de los pueblos indios y de po-
lítica de eliminación cultural por parte del grupo dominante mestizo son las políticas
públicas que en en la década de 1950 se orientaron a la supresión de las lenguas indí-
genas y su permanente sustitución por el idioma español, éstas ocasionaron no sólo la
castellanización -violenta- de la población indígena sino que atentaron contra todo un
bagaje sociocultural transmitido por generaciones así como la conformación de una
memoria colectiva que identifica y diferencia a los pueblos indígenas.
De este modo, los movimientos indígenas así como los indígenas aculturizados
y encargados de la castellanización de sus pueblos, lucharon por el establecimiento de
una educación bilingüe que “rescatara” la expresión indígena de la eliminación. Ante lo
anterior, cabe señalar que en México la población de cinco años y más que habla una
lengua indígena ha crecido en un 96%15 a lo largo del periodo comprendido entre 1970
y 2005, lo cual refleja que la población indígena a pesar de los intentos del Estado por
mestizarla, no sólo ha permanecido presente en la población nacional sino que se ha
incrementado, y el hecho de que sus nuevos integrantes dominen sus propias lenguas
refleja entre otros, el reconocimiento y revitalización de su identidad étnica.
Continuando con el segundo escenario de control cultural propuesto por Bonfil
Batalla (1987:105-106), el ámbito de la cultura impuesta se establece donde ni los elemen-
tos culturales ni las decisiones son del pueblo considerado. Y sin embargo, la cultura
impuesta forma parte de la cultura que vive la colectividad e influye en mayor o menor
grado en todos los aspectos de su quehacer social e individual, según la intensidad y
la amplitud de la dominación a que está sujeto el pueblo considerado. Puede tener
presencia material: los objetos industriales que desplazan a los que hacíamos nosotros
mismos; puede encarnarse en determinados individuos: el maestro, el evangelizador,
la partida del ejército; pueden ser también ideas, aspiraciones, convicciones que se nos
han imbuido para hacer posible la sujeción voluntaria.
15 En las estadísticas arrojadas por el II Conteo de Población y Vivienda 2005 del Instituto Nacional
de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) correspondientes a la población indígena muestran
que la población indígena en 1970 ascendía a 3.1 millones, mientras que en 1990 a 5.3 millones y
en el 2000 y 2005 a 6 millones. Sin embargo, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos
Indígenas consideró que la estimación elaborada por el Consejo Nacional de Población (CONAPO),
a partir de los datos censales recabados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Infor-
mática (INEGI), ha sido adecuada para disponer de una cota máxima del tamaño de la población
indígena del país. De conformidad con tal estimación, la población indígena de México es de 12.7
millones de personas, lo que representa el 13% de la población nacional. Fuente: II Conteo de Po-
blación y Vivienda 2005 del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), con-
sulta electrónica 10 de noviembredel 2008: http://www.cdi.gob.mx/index.php?id_seccion=90
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ocasionado que, de inicio exista una resistencia por parte de los beneficiados; Institu-
ciones gubernamentales y dependencias autónomas se han encargado de capacitar a
los indígenas en materia de aplicación de los avances tecnológicos y sus ventajas, pero
la mayoría de esta capacitación está orientada a la eliminación de su conocimiento pro-
ductivo tradicional y su sustitución por la aplicación de tecnologías modernas.
Es así como el Estado mexicano ha ido otorgando y reconociendo en los espacios
políticos, jurídicos y administrativos los elementos necesarios para la puesta en marcha
de los proyectos basados en el etnodesarrollo. Es un avance lento debido a los obstácu-
los que dicho proceso ha encontrado, pero la evidencia indica que es irreversible.
En este sentido, dentro de los elementos necesarios para la puesta en marcha
de proyectos basados en el etnodesarrollo se pueden encontrar los siguientes: 1) el
reconocimiento de los diversos grupos étnicos como unidades político-administrativas
(Autogestión16) en el seno de las entidades federativas de las que hoy forman partes no
diferenciadas; 2) el control de los recursos culturales; 3) el fortalecimiento de la cultura
autónoma a través de la restitución y garantía de los territorios étnicos; 4) la capacita-
ción de cuadros procedentes del propio grupo capaces de emprender las tareas de
descolonización cultural y, simultáneamente, impulsar la actualización de la cultura
propia; 5) el abrir espacios para el ejercicio real de las lenguas étnicas en un plano de
igualdad esencial frente al idioma mayoritario o dominante, en el campo educativo, en
el manejo de los medios de comunicación y en todos los ámbitos institucionales en los
que el empleo de lenguas indígenas resulta necesario, entre otros (Bonfil Batalla, 1987).
Es a partir de la presencia de estos elementos que se puede impulsar un pro-
ceso real de etnodesarrollo en las comunidades y pueblos indígenas, sin embargo, su
reconocimiento y reivindicación es una labor compartida entre el Estado y las organiza-
ciones indígenas y las no gubernamentales, así como por las instituciones académicas
interesadas. Sin embargo, en el Estado recae el reconocimiento oficial de las reivindi-
caciones étnicas, a pesar de su actitud pasiva al respecto. En contrapartida, la postura
activa y contestataria al discurso dominante proviene de la resistencia de los pueblos
indígenas y de su organización sociocultural, así como del apoyo de organismos no
gubernamentales a través de movilizaciones sociales y de la crítica académica ante el
dominio constante al que se somete a los pueblos indios.
En México, los mecanismos de lucha son claros: movilizaciones sociales pacíficas
y, recientemente, algunos brotes armados como el del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en Chiapas, el Ejército Popular Revolucionario en los estados de Guerrero y
Oaxaca, entre otros. Se han dado también la coordinación y alianzas de movimientos
contestatarios al Estado, como la establecida entre la Sección 22 del Sindicato Nacional
de Trabajadores para la Educación y la Asamblea de los Pueblos Populares de Oaxaca,
así como el establecimiento a nivel federal, estatal y comunitario de organizaciones
representativas de los pueblos indígienas17. Han surgido asimismo diversas expresiones
17 Agencia Internacional de Prensa india (AIPIN), Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía,
Congreso Nacional Indígena, Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas, Frente Independiente
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sociales en el ámbito de la crítica académica ante la realidad étnica, así como la partici-
pación de las organizaciones campesinas ligadas a partidos políticos, fungiendo como
interlocutores entre los programas federales y estatales de fomento productivo, entre
otros.
Todo lo anterior refleja la participación dinámica y constante de los pueblos in-
dígenas por la reivindicación de su cultura y por la legitimación de sus prácticas auto-
gestivas, todo lo cual muestra que, de existir los elementos necesarios y establecidos
“desde abajo”, los proyectos enfocados en el etnodesarrollo serían una alternativa más
que viable. Asi, el “indio occidental” es el que la sociedad mantiene en su imaginario,
es el que necesita una gestión “desde arriba”, el que se conforma en su dependencia,
es aquél cuyos intereses han sido substituidos por los intereses occidentales. En con-
trapartida, el verdadero sujeto, el indio real, el que vive en las comunidades -y en zonas
urbanas- y no el imaginario social del México mestizo, es el que reivindica su libertad de
gestión, el que reclama su tierra como espacio de expresión cultural, el que transmite
su lengua para permanecer “diferente”, heterogéneo; ese indígena es quien trabaja para
su familia, para su comunidad, es el que se apega a sus costumbres y tradiciones no
porque sea adverso al cambio, sino porque en ellas ve la manera de fortalecer su cultu-
ra; es aquél que tiene intereses propios y busca alcanzarlos con sus medios; es el indio
que reclama el control de su cultura, el control de los elementos y recursos externos,
ajenos a la propia dinámica comunitaria; es el producto de una memoria colectiva, de
una memoria de dominación y lucha por la reivindicación, y el etnodesarrollo es la vía
para detonar sus potencialidades.
Dado lo anterior, la sociedad “mestiza” y el Estado, a través de sus políticas públi-
cas e instituciones, deben fomentar y estar abiertos a la legitimación de las demandas
de estos indios reales, de estos indios vivos en una nación plural. En este sentido el
etnodesarrollo establece el escenario en el cual los pueblos indígenas pueden actua-
lizarse y establecer relaciones socioculturales más equitativas con sus congéneres na-
cionales.
5) Conclusiones
donde sólo los integrantes de la comunidad serán los que determinen los objetivos e
intereses a alcanzar, así como los recursos culturales a utilizar.
Del mismo modo, permite visualizar al indio bajo su realidad sociocultural y eco-
nómica y no bajo una connotación totalmente imaginada y construida basada en ele-
mentos ajenos y ficticios. Instaurándose así como una estrategia de actualización de
las culturas indias donde el desarrollo al que aspiran puede ser tan diverso como ellas
mismas. Por ello, el etnodesarrollo es el reconocimiento y legitimación de la diversidad
cultural, es la estrategia basada en la heterogeneidad.
En México, las condiciones para la implementación de este tipo de proyectos
se están estableciendo lentamente, en donde legislaciones, instituciones y la concien-
cia política, aunado a los constantes movimientos indígenas contestatarios a la política
del Estado, van afianzando la dinámica multicultural en la sociedad, necesaria para un
cambio de este tipo, un cambio cultural, de representación social y de una estructura
imaginada rígida y atemporal, a favor de la connotación del indio en su realidad y diná-
mica sociocultural.
Sólo con un cambio paradigmático en el abordaje desarrollista del Estado ante
la cuestión étnica, se podrá reivindicar al indio “real” mexicano, al indio vivo. Asimismo,
a través de la reivindicación de su autonomía y autogestión político-administrativa se
le garantizara su derecho a la actualización de su cultura propia, a controlar su futuro
cultural y económico y dejar de lado la dominación a la que ha estado sujeto durante
tantos siglos, es la “nueva independencia” y “revolución del indio mexicano”.
6) Bibliografía
Consultas electrónicas
www.cdi.gob.mx
www.sagarpa.gob.mx/legislacion/pdf/acuerdos/a001.pdf