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Estamos viviendo grandes avances en casi todos los campos de la ciencia, algo

que sin duda conduce a una mejor comprensión del mundo y a una mejora de la
calidad de vida de las personas. Sin embargo, esta visión optimista del progreso
científico queda empañada por brotes de desconfianza hacia la ciencia, el ninguneo
de esta por parte de los responsables de las administraciones públicas y la negación
de la validez del pensamiento científico en ciertos ámbitos de la sociedad. Esta
paradoja refleja un malentendido generalizado sobre lo que es y cómo funciona la
ciencia. Y enmendar este desencuentro depende en buena medida de los propios
científicos.

El listado de avances científicos recientes es extenso y espectacular. Pese a


ello, si la ciencia suena a algo distante y remoto a los que no pertenecen a la
comunidad científica, y si los mismos científicos parecen seres lejanos que no gozan
de la plena confianza de la sociedad, ¿se puede contar con la ciudadanía para que
apoye la ciencia? Y, por otra parte, ¿es consciente la sociedad de lo que se perdería si
la ciencia no tiene el respaldo mayoritario de los ciudadanos? Al respecto, es
ilustrativo lo sucedido en Estados Unidos. Para muchos científicos, resulta
incomprensible que el presidente Donald Trump no haya nombrado un asesor
científico hasta agosto de este año (casi 18 meses después de su toma de posesión),
pero lo verdaderamente preocupante es que buena parte de la opinión pública haya
reaccionado a este hecho con una indiferencia supina y un bostezo de aburrimiento.

Si quienes la practican no intentan hacerla accesible a los ciudadanos, la


ciencia deviene una empresa empobrecida y, probablemente, insostenible a la larga.

Varias encuestas sobre la percepción de la ciencia apuntan a un importante


apoyo social a la misma, pero también muestran opiniones poco o nada favorables,
particularmente en el caso de algunos temas de actualidad, tales como el cambio
climático, el modelo energético, las vacunas y los alimentos genéticamente
modificados. Las valoraciones están fuertemente condicionadas por la identificación
de las personas con determinadas creencias religiosas, ideologías, opciones políticas
y otras identidades grupales. Elegir si se cree en el método científico en función de si
sus resultados se ajustan, o no, a nuestras creencias y emociones, indica que
realmente no se confía en dicho método. Un principio de éste es que todos los
hallazgos son provisionales. Y esta realidad lleva a algunos a pensar que la ciencia es
tan incierta que cualquier opinión o afirmación basada en ideologías o creencias
imaginarias es tan válida como la obtenida a partir del análisis y la interpretación
racional de hechos y evidencias (Mariano Marzo, “Revalorizar la ciencia”).

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