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Justo Serna y Anaclet Pons

Colección di rigida por:


Pedro Ruiz Torres, Sergio Sevilla y Jenaro Talens

Cómo se escribe la microhistorict


Ensayo sobre Carlo Ginzburg

FRÓNESIS
CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA

l
A Victor, Andreu, Núria y Marta, naturalmente

Rese1vados todos los derechos. El contcnido de esta obra está protegido


por la Ley, que establece pemts de prisión y/o multas, ademiis de las
coiTespondientes indemnizaeiones por dai1os y perjuidos, para
quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren
públicamente, en todo o e n pane, una obra !iteraria, artística
o científica, o su transformación, interpretadón o ejecución
artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada
a través de cualquier meclio, sin la preceptiva autorización.

© Justo Serna y Anaclet Pons, 2000


© Ediciones Cátedra (Gmpo Anaya, S. A.), 2000
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
Depósito legal: M. 10.067-2000
I.S.B ..N.: 84-376-1809-6
Printed ín Spain
Impreso en Anzos, S. L.
Fuenlabracla (Madrid)
Son los historiadores mi dcbilidad: son .tutcunN y
fáciles; y por aiíadidura, el hombrc cn gcnc1.tl t uyn
conocimiento persigo aparece cn su obrn mós rc:.1l y
entero que en ningún otro géncro, In divc,,ç jJ,,d y !11
verdad de sus cualidades internas, global y dclull .ul11
mente, la variedad de los medi os de su rcu11 it~ u y d1•
los accidentes que lo amenazan.

Mtc tmt OI! M oNl'AJI1N t'

Llámame un buscador de la vcrdad y me ll11 rd 1u ~


satisfecho.

Luowtc Wnt l:t'N' JJJN

Un hombre se propuso la tarca de dibuJ.II 1'1 1111111


do. A lo largo de los anos puebla Ull csp.lcio ttlll 1111 .1
genes de provincias, de reinos, de rnont.ti'l.ls, de b,1
hías, de naves, de islas, de peces, de habit.tciouc\, dl'
instrumentos, de astros, de caballos y de pc1 \O n.• ~
Poco antes de morir descubre que esc paciente !.•lu·
cinto de líneas traza la imagen de su C:l ra.

) ORCE LUIS BOJ\Cil1\


Índice

1. Una filosofia de la composición ........................................................ . 13


2. El queso y los gusanos, veintitantos aiios después ................................ 23
3. El ensayo como forma... .... .................................................................. 37
4. Éboli....................................................................................................... 67
S. oiDios está en lo particular? ... .............................................................. 127
6. AntiWhite .............................................................................................. 177
7. La microhistoria, instrucciones de uso............................................... 231
Bibliografia................................................................................................... 275

11

1
Una filosofía de la composición
... podemos estar mirando un~ piez11 de un pu Ir
tres días seguidos y creer que lo sabe mo~ tntlo •uluo
su configuración y color, sin habcr progtc\,Hin lu 111,h
mínimo: sólo cuenta la posibilidad de lc:l.lc:UIIHH r••·•
pieza con otras (...); pero no bicn logt.lniUN, •• ·•~ v,,
rios minutos de pruebas y errorcs, o en rncd1o ~"11' "'
do prodigiosamente inspirado, conecl:trl.l m n 111111 d,
sus vecinas, desaparece, deja de existir comu I"'''•'

(Q!Ié es un rompecabezas? La palabra inglesa puzzlr signilit,t ''"'•\


.!!ill-Y, por tanto, sugiere la idea de desciframiento, de resoludón. l'tt
zk, además, designa un tipo especial de juego, el juego de (1.11 11'111 111
- como nos indicao los diccionarios-, en la medida en qnc· c•l l'~P.•'
dor ha de soportar serenamente los contratiempos que lc JliiiVtH '"'
múltiples piezas desordenadas, en vecindad incongruente, si n .q ~ttlf' ll
te significado, en fin. Cuando nos empenamos en encnj.u ''"' 111111
pecabezas, la única facil idad que nos concede su fabric:mtc c·~ c•l '11
nocimiento del todo, es decir, nos proporciona una rcpwd1u ' 11111
fotográfica o referente gracias ai cual identificamos esas picz.t~ 11111111
detalles o partes de un conjunto descompuesto. Ahora bicn, ut.h .111,1
dei juego en sí, la idea que sugiere ha sido frecuentementc cn•plt•,ul,l
para representar o ilustrar una imagen del conocimiento. T lwn11u
S. Kuhn, por ejemplo. En ese sen tido y tomado como mct.Hiu,,, • I
rompeçabezas senriría para describir e! proçeso de investigaci6n, .upu I

I4
proceso cn que alguien, armado sobre todo de paciencia, se obstina epistemologías diferentes acerca del conocirniento dei todo y acerca de
en aclarar un enigma, en resolver un problema. Sin embargo, la ana- la posibilidad de acceder a él, e ilustrao posiciones distintas en ei âm-
logia en la que se basa esa imagen, y sobre la que Kuhn se extiende bito de la disciplina histórica. Ambas tienen que ver con problemas
para matizaria, para precisada, para mejorarla, es menos evidente de tales como la realidad, el documento, la representación, la verdad y,
lo que parece, puesto que nosotros mismos como jugadores conoce- en fin, el proceso de investigadón. Por lo que ahora nos interesa, una
mos la totalidad, conocen1os esc referente que es el modelo de la re- de esas posiciones recientes en lo concerniente ai todo y a su acceso
constitución y de la combinación de las piezas. En cambio, el proce- cs la que se expresa en la microbistoriã, una corriente en la que la · in-
so real del conocimiento humano es más azaroso, entre otras cosas vestigación podría representarse bajo la forma de un puzzle o de un
porque carecemos de una guía externa que nos permita resolver uní- mosaico sin contornos claros o de acuerdo con la imagen de la res-
vocamente la incógnita, porque ignoramos los límites, los contornos tauración sin referente cierto, seguro. Sin embargo, la microhistoria mis-
precisos de ese todo. Pero no sólo eso. Las piezas - esas piezas tam- ma parece aquejada también de una imprecisión, vale decir, es una co-
bién metafóricas- en las que estada fracturado el conjunto no enca- rriente que, concebida como un todo, tiene algo de evanescente. Y
jan necesaria y perfectamen te, no son partes solidarias y congruentes ello, en parte, porque ha experimentado una suerte paradójica, dado
que debamos poner de un único modo. Así es, mientras en la com- que son muchos quienes aluden a ella sin que sepamos siempre de
posición del rompecabezas sólo hay una solución, en el ejercicio dei qué hablan cuando hablan de microhistoria. r ai ve.z ~n. modo opera-
saber humano operamos tentativa y provisionalmente, optando por tivo de presentarla tentativamente, ai menos en prmctpto, sea el que
nquclla que pensamos mejor dentro de las posibles. Algo muy pare· nos proponía Ornar Calabrese, haciendo uso en este caso de otra me-
ciclo es lo que hace Paul Veyne cuando, utilizando la metáfora dei táfora también procedente dei arte, la dei detalle y el fragmento.
mosaico, se pregunta Cómo se escribe la historia y se responde que no C uando queremos representamos una obra de arte, ésta constituye
cs una reconstrucción de sus piezas, dado que éstas son siempre in- un todo, un conjunto, un sistema dotado de partes, de elementos, de
dircctas e incompletas. pQrciones. Si conocemos efectivarnente la totalidad, las partes q~e la
Tal vez sea más adecuado representamos e! conocimien to a partir constituyen son detalles de la misma; en cambio, cuando esa totahdad
de otra metáfora, en este caso la dei restaurador, tomada ahora de Ju- se ignora, esas partes son fragmentos. Por ejemplo, cuando de un lien-
lian Bames. E! profesional que se ocupa de restaurar una obra de arte, zo se n os da una reproducción fotográfica parcial, hablamos de deta-
un lienzo antiguo, pongamos por caso, debe lavar la superficie, reti- lle; por contra, cuando de una obra de arte que fue un todo sólo ha
rar e! barniz, eliminar el exceso de pintura, para devolverle ai espec- subsistido alguna de sus porciones (un resto de vasija, pongamos por
tador cl cuadro original, el cuadro que cl artista tuvo ante sus ojos. caso), entonces hablamos de fragmento. Un detalle es un corte, una
Sin embargo, como dice uno de los personajes de Barnes, no tene- sección que se hace de algo entero; un fragmento, que procede del la-
mos criterio para saber cuándo hay que detenerse en el proceso de tín frangere, alude a algo que se ha roto: no es una sección artificial,
depuración de la obra. «Es inevitable - ailade- que vayas un poquito deliberada, es una fracción circunstancial, accidental, una fractura for-
demasiado lejos o te quedes algo corta. No hay forma de saberlo exac- tuita. Si no contamos con todas las fracciones, la totalidad está in ab-
tamente.» Cuatro profesionales que restaurasen trozos distintos de un smtia, y si queremos reconstruiria procederemos a tientas, ailadi_endo
mismo lienzo se detendrían en momentos diferentes dei proceso, aun- partes y completando vacíos. El propósito es el de con_ocer ei conJunto
que, bien es verdad, los resultados no serían tan contradictorios como al que pertenecía y, por tanto, la meta es la de relaciOnar esos restos
pudiera pensarse. Es decir, están adiestrados en las mismas técnicas y entre sí. Anotaba Ornar Calabrese que hay ciencias humanas que ope-
comparten unos criterios similares, porque todos ellos se han forma- ran fragmentariamente: el detalle alude a un proceso hipotético-de-
do bajo una disciplina común. Pero la decisión de cuándo detenerse ductivo; el fragmento se refiere, por e! contrario, a un proceso lnduc-
no es universal ni incontrovertible, siendo, como concluye esc perso- tivo-abductivo; según la expresión que el italiano toma de Charles :'
naje, una opción más artística que científica. Hay o, mejor, hubo un Sanders Peirce. La historia, tal y como la concibe_ Carlo Ginzburg, qu~ /
.cuadro real, el que vio ei artista, esperando ser revelado, exhumado, ai decir de Calabrese y de tantos otros es el meJor exponente del mt·t
pero no hay modo de que dicho lienzo reaparezca incontestable- croanálisis, sería una disciplina que funcionada por fragmentos: una '.,
mente. Siempre habrá controversia, siempre habrá liza acerca de cuán- averiguación, una pesquisa que pone en relación conjetura! vestígios, :
do detener el proceso de restitución. huellas, indícios. La semiótica, el psicoanálisis, la arqu eol og(~ o una
Las metáforas de! rompecabezas y dei restaurador proponen dos cierta crítica de! arte se empeflarían igualmente en una progrestón aza·

r 14 15
rosa que trata de reconstruir hipotéticamente un sistema ausente, un averiguaci6n, esto es, la escritura reproduce la colocación m isnw dr
puzzle sin contornos precisos, un lienzo a restaurar y de cuyo estado las piezas de ese puzzle o, si se quierc, reproducc la tarca de rc~ t.uu .1
original no tenernos noticia segura, indiscutible. ción de! lienzo original. Recaemos, en fin, como si de una dolcnc 111
Pues bien, {es eso la rnicrohistoria? Nuestro propósito es definir la se tratara, en las metáforas de las que ya queríamos librarnos. Pt•u• "'n
corriente, pero (córno lo hacernos, cuál es la totalidad a la que alu- escritura - e! orden de esa escritura- es, como decíamos, llllll lt•t 111
dimos? tEs una totalidad' ausente o conocida? Es, podríarnos decir, ra. Indicaba uno de los personajes d<:; Italo Calvino contcnidm ''11 \1
una totalidad evocada, adivinada imprecisamente. En efecto, una ins- una noche de invierno un viajero que «de los lectores espero qut• lr.111 ' 11
pección superficial revela, como antes seõalábarnos, la falta de una au- rnis libras algo que yo no sabía, pero puedo esperármclo s61n dt· lm
téntica precisión conceptual, de m odo que los espectadores y los po- que csperan leer algo que ellos no sabían». Ignoramos si pm 1•l 1111uln
sibles seguidores proponen definiciones no siempre coincidentes. Esto en que hemos leído El queso su autor averiguará algo q ue no ~11 p1 1 1' '
es, no hay un todo conocido, incontrovertible ,y universal. Por el con- acerca de sí mismo o de su obra. De lo que sí estamos :.q:u11 " 1'\ d1
trario, con aquello con lo que contamos es coô fragmentos que pue- que lo hemos hecho esperando leer algo que no sablnmos, r>\ dt•t ll,
den damos idea de una totalidad que está por revelar. Y entre esos hemos aprendido, pero no sólo por lo que se nos dicc cu t·~c· ldu o,
_ fra gmentos que nos permiten adivinar ciertos perfiles de esa totalidad sino también por lo que no se dicc explicitam ente y por lo 'I'"'1111
el más relevante es E/ queso y los gusanos, el célebre libro de Carla sotros mismos hacemos decir a El queso. (Leer? Scgún oposlill.d!.l (l,fllil
Ginzburg. De hecho, en los análisis literarios es cada vez más acusa- Cioran en alguna entrevista, no deberíamos escribir sob1c lo q111' 1111
da la tendencia a tomar las obras no sólo corno estructuras, sino como hubiéramos releído. Pucs bien, eso es lo que hemos hcclw, rr lc•r• lu
fragmentos de una biblioteca rnayor. Por eso, la investigación que pro- obra, volver sobre un libra de cuya primera edición cspafwl.1 11111111 1\
penemos acepta partir dei modo que nos indicaba Calabrese, es decir, literalmente coetâneos: acabábamos la licenciatura cll histo11.1 11111
tornando un vestígio que nos permita una reconstrucción conjetura! temporánea y, poco tiempo después, aparecía, en cfcclo, ntpll'll.l Vt' l
de ese conjunto aún ignorado, de esa biblioteca mayor. Así, además, sión castellana. El libro, es decii, este libra que cl lcctor ticll<" .duu ,,
trabajarernos de una rnanera similar a la que le atribuye Calabrese a entre las manos, seria así e! resultado de una relecturn. ( Rd t•tlur.l t l.11
Ginzburg y probarernos, pues, la fortuna de esa indagación, los ren- vuelta a este volumen es una nueva lectura, que hace dil'crcnlc .1qur l
dirnientos que nos da. Más aún, intentar emos hacer una reconstruc- primcr libro porque nosotros hemos cambiado y porque ya no n pn
ción microhistórica de la microhistoria, entendiendo que, en este caso, sible actualizarlo de acuerdo con un mismo contexto. Pcm c·~ qur,
empleamos «microhist6rica» al menos como sinônimo de una inda- adernás, no seria propiamente una relectura por cuanto cl cjc111ph11 "'
gación conjetura! que parte de fragmentos rnuy conocidos. Es, pues, bre el que volvemos ya no es e! mísmo: en efecto, nos hcrnm sr•rVI
en esc sentido en e! que El queso es un fragmento, o mejor, una obra do de otros ejemplares distintos de aquella cdici6n de 19!11 11111 l.1
de arte a restaurar de la que ya no podemos ser espectadores contem- que ya contábamos. <Un dato irrelevante en la medida cn ((111' t•l .111
porâneos o, mejor aún, una pieza de un puzzle también conjetura! o, tor o el editor no han cambiado e! texto? No lo seria l:mto si SI' 11111
en fin, un libro que deberemos leer. sidera que un libra es un artefacto material, un objeto sobre t uyu '"
(Leer? Pues claro, nos objetará un interlocutor fatigado ya de imá- porte de papel se aõaden otras cosas. Pues bien, algunns de t'~.l'• 1111.1~
genes y de analogías, olvídense ustedes de las metáforas y reparen en cosas (las colecciones, las leyendas de la contracubicrln, clc·~tl'l•l) 1f
ese hecho sirnple, reparen en que aquello que van a hacer es leer. que han cambiado. A su vez, no nos hemos resignado n 1.1 rclu ltlll
Ahora bien, {es tan evidente, tan sencillo? <Q!lé significa leer y, en castellana, sino que, por e! contrario, la hemos contrastado w n lu v•••
particular, qué significa leer El queso y los gttsanos? Si ahora podemos n
sión original. Es decir, con formaggio e i vmni. Por tanto, t.HI.t 1••
extendemos es porque esta parte que e! amable lector lee es la últi- tura que hemos hccho de El queso ha sido un acto nuevo, volv1rndtt
ma que se ha escrito y por tanto cs en la que le podemos dar algu- con ello ai punto de partida, ai proceso evidente y scncillo dt• il•l'l
na pista acerca de cómo hemos hccho este libro. Para nosotros, como (Leer? Pero (cómo Icemos? Decía Italo Calvino en la mism.1 IIII VI
se verá en los capítulos que siguen, la escritura de este volumen ha la a la que hemos hecho alusión que hay ai menos ocho uwdu ~ dt
sido un auténtico proceso de descubrimiento, de modo que ese lcc- leer. Tendríamos allector imaginativo, para quien la lectura cs un.1 op•
tor, usted, amable lecto r, podrá asistir, prácticamcnte en ticmpo real raci6n discontinua y fragmentaria, un estímulo qúe lo aparta dcl liluo,
-:-si es que tal cosa pudiera ser así- , a los momentos de esc descu· pero tan1bién ai puntilloso, ése que no abandona jamás las línc.ts t:\1 11
brimiento. Salvo éste, el orden de los capítulos es e! mismo de esa tas para que no se !e pase ningún indicio valioso; igualmente ai let 1111

16 1'/
constructor, ai que extrae en cada relectura impresiones distintas e ines- irresuelta entre azar e indeterminación reaparece aquí a propósito de
peradas, vokando sobre el libro su propio yo; e incluso ai de un solo los objetos de estudio y de los referentes en los que se fund ao.
libra, el suyo, aquel cuyas páginas compendiao cada uno de los textos En este sentido, forzado por sus interlocutores, Ginzburg nos pro-
que ha leído a lo largo de su vida; por no citar a aquel otro para quien pene una serie de lecturas que habrían precedido a El queso y que, en
cada nueva obra no es más que una actualización imperfecta de un li- consecuencia, pareceo damos una clave de análisis posible. Sin em·
bra primordial, el que le causó la primera impresión infantil; o a aquel bargo, y como sabemos desde Umberto Eco, hay intenciones dei au-
para quien e! proceso de lectura se inicia antes incluso de ingresar en tor y hay intenciones de la obra, es deê:ir, hay instrucciones insertas
el contenido, cuando la simple promesa de lo que va a encontrar pone implícita y explícitamente en el texto y en el paratexto que lo acom-
en marcha su imaginación; asimismo al lector para quien las palabras paila y hay declaraciones públicas y órdenes expresas dei autor a pro·
de un volumen sólo cobrao sentido cuando se llega aJ final de verdad, pósito de cómo leer su obra. Ambas cosas no siempre son coinci-
a esa palabra «fin», la que le permite empezar ptro libra; y en último dentes, ni tienen por qué ser atendibles las palabras extratextuales del
término tendríamos al que, en definitiva, le gus'ta leer sólo lo que está autor. Eso no significa, por supuesto, que descartemos sus pronuncia-
escrito, a aquel para quien los indícios sólo significao algo porque hay mientos. (Qyé es lo que Ginzburg nos propone como hitos de su tra·
un conjunto que los ordena, a aquel que más aliá de construcciones yectoria intelectual? Salvo Marc Bloch, Delio Cantimori y algún otro
tentativas aspira a lecturas definitivas, a aquel que distingue entre uno historiador, los. referentes que nos da son principalmente literarios:
y olro libra, que evita su confusión y su reunión, a aquel al que sobre · T olstoi, Proust, Carlo Levi, Queneau, Calvino, entre otros. Pero estas
todo le gusta leer de principio a fio historias completas que no que- referentes no deben verse sólo, ai menos así nos lo indica, como nu-
dcn cn suspenso, que no se pierdan por el camino y que no le obli- trientes culturales, sino que cumplen funciones concretas en sus obras,
gucn a ponerlas en reiación con otras historias. en la elección de los objetos y en el tratamiento narrativo que les da.
Es evidente que los autores de este libro no son ocho, sino dos, Pongamos dos ejemplos.
como también lo es que no hemos leído ocho veces El queso y los gu- Cuando justifica la irnportancia que para é) ha tenido Guerra y Paz,
Sflnos, pero sí que nos reconocemos en esas tantas formas de leer el alude a la historia desde abajo, a la reconstrucción de la totalidad des-
texto, respetando su literalidad y abriéndolo a su vez a la relación de cada una de sus partes, tomando en este caso como punto de par-
intertextual que se da con los restantes libros de Carlo Ginzburg y tida la vicisitud dei último soldado presente en cualquier contienda.
con aquellos otros que formao su circunstancia cultural, su biblioteca. Ese soldado, testigo y protagonista dei conflicto, es ignorante de su
Aquí está la dificultad y e! atractivo, porque nunca podremos repro- propia histeria y se sitúa en medio de la batalla sin tener la panorá-
ducir, como tampoco el propio Ginzburg podría hacerlo, el conjun- mica de lo que sucede. En ese caso, la incertidumbre y la vivencia de
to de las lecturas que han fertilizado El queso. Por nuestra parte, no dicho testigo permitirán a1 historiador averiguar cosas que aquél no
podemos sino apropiamos de las palabras de George Steiner: las in- sabe o el todo al que, como fragmento, pertenece. Ginzburg cita a
terpretaciones válidas, aqueHas que mereceo tomarse en serio, son las T ois to i y su clave de lectura está hecha, entre otros referentes, sobre
que muestran visiblemente sus limitaciones, su derrota. Y anadía: esta la base de Isaiah Berlin, quien, a su vez, nos propone volver atrás, a
visibilidad, a su vez, contribuye a revelar la inagotabilidad dei objeto. Stendhal (La cartuja de Parma) y a Maistre (Las veladas de San Peters-
Si así fuera, si las limitaciones de nuestro trabajo procedieran de la ri- burgo). Por otro lado, cuando cita los Ejercicios de estilo como lectura
queza interpretativa y de la variedad inagotable de los referentes de cercana a E/ queso, lo hace para mostrar que su voluntad de experi-
Ginzburg, el objetivo que nos hemos propuesto estaría cumplido. Pero mentación expositiva-narrativa se inspira en esa obra de Queneau.
es que, además, ni siquiera por parte dei historiador italiano seda po- Como se sabe, esta novela experimental es un collage de discursos acer·
sible restituir completamente aquello que precede a la obra. Como ha ca de un mismo hecho, noventa y nueve variaciones, en diferentes es·
repetido en varias de las entrevistas que se le han hecho, no hay que tilos, con distintas «coerciones» y con variadas manipulaciones, de un
confiar demasiado en las reconstrucciones que un autor hace a poste- acontecimiento trivial de la vida cotidiana. lQ!lé.lecciones cabe extraer
riori de sus referentes. El riesgo, anade, es ei de introducir una racio· de ese experimento? Qle un mismo hecho admite infmidad de formas
nalidad y una cohcrencia aliá donde sólo hay desorden y azar. Pero narrativas y que éstas pueden concebirse como un juego, de modo que
es posible, prosigue, que donde creemos que hay desorden haya por la literatura o la escritura no apareceo como productos cerrados, sino
contra e imperceptiblemente una coherencia subterrânea que sólo el como operaciones que se hacen ante el lector. Ahora bien, <debemos
tiempo nos permite descubrir. En cualquier caso, concluye, la tensión aceptar en ambos casos esas instrucciones autoriales? No podemos de-

18 19
secharlas, pero quizá debiéramos completarias. En primer lugar, por· como en la forma de presentar su resolución. En suma, pues, se tl':t·
que la obra de los autores citados deja otros vestígios en Ginzburg que ta de un ejercicio de reflexión historiográfica acerca dei método, :~ cc r
e1 propio historiador no subraya; y, en se&>undo término, porque, ade- ca de cómo presentar unos resultados teniendo bien presentes e! nwdn
más de esos novelistas que marcan un itinerario posible, hay otros re· mismo de la exposición, el orden retórico que se le da y los dcsrinu
ferentes implícitos que c~da lector tiene derecho a explorar. En nues· tarios a los que persigue. Para terminar, hay que subrayar que su cou
tro caso, desearíamos que aquellas ocho formas de lectura a las que clusió n es, como nos sucede a noso~os, circular, ya que e! fin de hc
aludíamos nos permitieran mantener un equilíbrio entre lo que Um- obra remite ai principio. Así reza e! último punto dei índice («Dcm
berta Eco llamaba interpretación y sobreinterpretación, o entre lo que il libra finisce, o comincia») y así reza e! capítulo final, cuyo 1'muo
Richard Rorty, en e! m ismo volumen, denominaba lo metódico y lo contenido es : <<Cominciamo a scrivere». Lo paradójico, o inclnNtl In
inspirado, es decir, entre el respeto a la literalidad y a las instruccio· cómico, en nuestro caso, es que esos paralelismos que ahora Vl' II IIIN,
nes dei autor, por un lado, y el amor-odio a .la obra, por otro. esas pocas analogías que ahora destacamos, no son resultado de !.1 iuu
~Pero cómo hemos intentado conseguir es·e equilíbrio? En princi· tación, puesto que dicho libro es uno de los últimos que hemo~ lc·hlt~
pio, nuestro propósito es semejante a aquel que siguió Clifford Geertz de Ginzburg, cuando la estructura y la retórica de! n uestro y.1 cst.lllllll
cuando en El antropólogo como autor an alizaba a ciertos etnólogos to· decid idas y su escritura tenía ya la redacción provisional.
mando la obra que mejor condensa sus particularidades. Pero además, Por tanto, nuestra investigación, que trata de resolver un c:llt!ttll,t,
en nuestro caso, pretendem os hacerlo empleando algunos de los re· es también un juego de paciencia, pero un juego gustoso, ÍiccluNn dt•
cursos que son característicos dei propio Ginzburg. Si tuviéramos que vertido. Y lo es porque remite a experiencias personales y no sóln 11
encontrar un texto con el que establecer analogías, en ese caso nos las académ icas. En primer lugar, como ya hemos dicho, los :llll Oil'N
gustaría que nuestro libro guardara ciertos parecidos con Giochi di pa- concluían sus estudios universitarios cuando aparecía la vcrsión r.cs
zienza, una obra de la que son autores Ginzburg y Adriano Prosperi. tellana de El queso y los gus{lnos, un texto que ya entonces sorprcndib.
Ese volumen se publicó en 1975 y, po~ tanto, su redacción es con· En segundo lugar, muchos afios después, esos dos lecto res volvlan 1111
temporánea a la de E/ queso. Se trata además de un ejercicio de lec- bre ese objeto, pero ahora en forma de articulo, interrog:indosc .lcct
tura, la dei texto religioso más famoso y controvertido dei quinientos ca de la identificación entre Carlo Ginzburg y la microhistoria. Aquc
italiano, el Beneficio di Cristo, un ejercicio en el que se debate a pro- lia investigación se publicó en 1993 en la revista Ayer, en un nl!m c:to
pósito de las circunstancias de su composición, de su autoría, de sus monográfico dirigido por Pedro Ruiz y dedicado a la historiogr.cnn.
metáforas y dei sentido que hay que conceder a sus palabras literales. Sin embargo, lo que proponemos ahora es o lvidaria como punlo dr
Como en nuestro caso, Gíochi está escrito a cuatro manos y, como partida, aunque no porque lo consideremos erróneo. Lo que prc:lt'll
en nuestro caso también e incluso mucho más, hay una voluntad ex· demos es un reto d iferente, es iniciar nuestra investigación si11 c:\l.u
plícita de hacer visibles los procedimien tos, los itinerarios y los obs· condicionados por lo que allí decíarnos, por los logros que .tlll .ti
táculos de la interpretación, incluyendo entre ellos los que se derivan canzábamos si es que efectivamente los había. Lo que pcdimm r~.
de esa doble lcctura·escritura. Se hace también explícita la retórica ex· pues, que el lector nos acompafie en e! proceso actual dcl dcscnhtt
positiva empleada, mezclando, dicen los autores, la cocina con la miento, en los «andirivieni della ricerca», que dirían Ginzburg y P11 1N
mesa, de modo q ue se ínuestre ai lector no sólo el plato servido sino peri, en ese juego de paciencia, en una pesquisa que nos pcn nilid , ~•
también la preparación que lo precede. A ello hay que afiadir que la es q ue se consigue, aclarar dicho enigma o al menos conlribuit ,, '"'''
investigación y su escritura se presentan como un disfrute, como e! parte de su desciframiento.
desci&amiento de un enigma, por lo que la mejor m etáfora que las
describe es, como también en nuestro caso, el juego de paciencia, e! AGRADECIMIENTOS*
puzzle. Sin embargo, Ginzburg y Prosperi proponen otra metáfora que
complete la anterior, la dei juego de cartas. Esta nueva imagen les sir- E! origen de esta investigación podría remontarse a una csl1111t 111
ve para subrayar la tensión que se da entre e! respeto a unas regias (la académica de la que disfrutó uno de los autores en e! Diparlinw11111
deontología dei historiador) y la jugada imprevista, que no es la de
los naipes m arcados, sino la de! hábil jugador que sabe en qué mo· • Además de todos los apoyos personales, hemos podido contar en la f.asc Cin41 1lr
mento conviene utilizar unos u otros, cuándo y cómo destapados, rcalización de este trabajo con una ayuda a la investigación concedida por la Gcncc.tltl u
para _m ayor rendirniento. Es decir, e! enigma está tanto en el objeto Valenciana dentro de un proyecto más amplio en el que participamos (GV 99 13() 10'1)

20 21
di Discipline Storiche de la Universidad de Bolonia durante el cur-
so 1988-1989. De entonces datao nuestras primeras discusiones maduras
a propósito de la microhistoria y no pudo haber mejor contexto que
la institución que acogía a Carlo Ginzburg. Desde aquel momento,
los autores de este libro se empeiiaron en estudiar la corriente y para
ello han disfrutado de lâs numerosas ayudas que amigos y compaiie-
ros les han prestado. Como suele ocurrir, los primeros esbozos de este
trabajo se expusieron en diferentes semínaríos organizados en las uni-
versidades de Valencia, Murcia y la Nacional de Mar dei Plata. En ese
sentido, profesores como Pedro Ruiz, Jenaro Talens, Sergio Sevilla,
Encarna Nicolás y Fernando Devoto facilitar.on y mejoraron con sus
comentarios dichas exposiciones, sin olvidar ·a quienes interviníeron
en las sesiones. Además de la presentacíón y discusíón de algunos as-
pectos de nuestra investigación, hemos contado con numerosas ayu-
das materiales, de entre l~s que cabría mencionar las que nos dieron
2
Luciano Casali, Miguel Angel Taroncher, María Luz González, Leo-
nardo Curzio, Darío Barriera y Carlos A. Aguirre Rojas, así como las
El queso y los gusanos, veintitantos
de nuestros compafieros dei Departamento de Histeria Contemporâ- anos después
nea de la Universidad de Valencia. Mayor agradecimiento debemos,
si cabe, a nuestro distinguido comité de lectura, a quienes leyeron el
manuscrito en sus diferentes reescrituras y nos sugiríeron cómo me- Su mejor elogio, se ha dicho, consistida en que,
transcurridos treinta anos, se hiciese completamente
jorarlo: Encarna García Monerris, Jon Juaristi, Guillem Calaforra, Je-
inútil por ya superado, una vez retocadas sus conclu-
sús Millán, Maria Cruz Romeo, An toni Furió y Guillermo Qyintás. siones en virtud dei progreso que él mismo ha pro-
Finalmente, este trabajo se ha enriquecido con variados testimonios movido. Esto es olvidar que la verdad de la historia
personales, testimonios que no sólo nos aportaron informaciones, sino es una verdad, en parte, doble (...). Sin duda, ai cabo
también perspectivas nuevas. Carlo Ginzburg, sin pedir nada a cambio, de treinta anos, un lector percibirá sobre todo lo que
leyó todo el manuscrito, nos hizo sugerencias para mejorarlo, polemi- aquel trabajo tenga de pasado de moda (...); pero,
zá con nuestras interpretaciones, nos confió datos y nos remitió noti- cuando la distancia en el tiempo permite ya emitir jui·
cias bibliográficâs que permitieran completar la reconstrucción que em- cios menos interesados, se descubrc que la obra his·
prendíamos sobre su obra. Mario Muchnik nos corrigió todos los tórica (...) sobrevive aún por todo lo que su autor
errores acerca de la editorial que lleva su nombre y nos dio amistosa- puso en ella de su propia humanidad.
mente información personal de su trayectoria como profesional dei li-
HENRI I. MARROU
bro. Ricardo Muiioz Suay, ai que pudirnos entrevistar sólo un mes an-
tes de su dolorosa muerte, nos aclaró ciertos aspectos de la edición
espaiiola de El queso y los gusanos, permitiéndonos descubrir lo mejor de 1. E! punto de partida es 1976. En ese ano se publicaba en !ta-
la cultura republicana y liberal espaiiola. Alberto Mario Banti, sabio a lia I!Jormaggio e i vermi (El queso y los gusanos), una obra de la que es
pesar de su juventud, fue siempre amabilísimo con sus corresponsales autor e! historiador Carlo Ginzburg y cuyo objeto era la reconstruc-
valencianos. Raffaele Romanelli, dotado de una elegancia antigua y de ción y el análisis de una cosmovisión: la de un molinero friu lano dei
una sabiduría tranquila, se sinceró y confió en nosotros cuando menos siglo XVI. Para emprender ese estudio, para verificado, la investigación
razones había para hacerlo. Paolo Macry nos ensefió cosas importantí- se basaba en las actas de dos procesos inquisitoriales instruidos con-
simas acerca de la historiografia italiana: lo recordamos frente al mar, tra un tal Domenico Scandella, llamado Menocchio. Lejos de tener
instalado en su cômodo palazzo napolitano y rodeado de los colores vi- una vida eflmera o una circulación meramente académica -(a quién
vos dei Mediterrâneo. Giovanni Levi, en fin, fue un interlocutor oca- diablos le importa averiguar lo que pensaba un personaje así?-, aque-
sional, pero siempre ingenioso, en sus diversas visitas a Valencia. lla monografia ha disfrutado de un destino excepcional, excepcional

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en e! sentido de haber logrado un éxito rotundo. Hay datos suficien- diálogo entre e! molinero y Stephen Hawking a propósito de sus rcs·
tes que lo atestiguan. En primer lugar, ha sido un texto afortunado, pectivas cosmogonías. Asimismo, y en ei.ámbito de la es~ena: ha sido
como lo prueban sus numerosas reimpresiones. De hecho, si son co- objeto de una obra teatral (Zitto Menocchzo}, una producctón t ta~o·.ch e·
rrectas las informaciones que la propia editorial nos ha proporciona- ca que adaptaba e! texto de Ginzburg y 9ue se prese~taba en el Mtl.ld•
do, nos hallamos ante un .autêntico suceso de ventas: en el registro Fest '96. Se trata de un festival promovtdo y orgamzado en cl Pnult
de fondos y novedades dei editor hasta 1997, El queso y los gusanos iba (la región de Menocchio) y dedicado a las artes escénicas de l.1 Eu
ya por la decimoquinta reimpresión. Un segundo dato que da cuen- ropa Central. En ese sentido, además, e! P.rincipal acto de aqucll.1 <nu
ta suficiente de ese êxito es su repercusión en el exterior, es decir, la vocatoria era un magno espectáculo mustcal en e! que el coro tle h1
fortuna de q ue ha gozado esa obra no obedece sólo a una coyuntu- Radiotelevisión de Budapest interpretaba Striàz, «una. vid eo·op~nl uot
ra específicamente italiana. Así, ha sido traducido a trece idiomas, se- turna•• de un compositor italiano, Lucca France~com, qu~ se 11.1Npt1 .1
gún nos confiesa su autor, y ha tenido una not~ble incidencia. en ~i­ ba en otro texto de Carlo G inzburg, I benandantz. Ahora btcn, SI cNI OI•
versos âmbitos editoriales y culturales. EJ te.rcer hecho que_testtmoma ejemplos indicao que Menocchio se ha convertido e ~1 un p c r so ~1.1
su repercusión es la influencia académica e historiográfica que ha lo- je relativamente conocido en medios no sólo académ1c?s• c~ ~~~~ ~ w
grado ·y- que aún perdura de acuerdo con los diferentes ~iite?i?~3!~ re- que la celebridad de! historiador sea_ a~n mayor. En Italta.' por cJc•;l
ferencia con los que podamos evaluarla. La obra ·merectó re~eiia!_~lo­ pio, 1998 ha sido un ano de reconoctmtentos para Ca!lo Gmzburg. Ln
giosas, con algún matiz crítico, pero sobre to'do· inéreêio resenas los primeros meses fue nombrado ciudadano honor~n? de. Montc:rc.dc
exhãústivas cuando se tradüjo a otras Ienguas, como se puede obser- y su libro recién aparecido (Occhiacci di !egno) f~te dt~tmgu rd o cou dr>s
var, por citar unos pocos ejemplos, en The Ne1v York Review of Books premios a lo largo dei verano: el M?ndel~o-Ctttà dt Palcrn10, .r<.liH'('
(1980), en Annales (1981), en Thejournal ofModem History (1982), en dido también a ]avier Marías; y e! VtareggLO, un célebn: y tradrnot11d
Social History (1982) o en Hispania (1982). Eso no quiere decir que no galardón, cuya primera convocatoria se remon~a a 1929, ,Y qut• h.1 t· r ~·
haya tenido detractores (algún adversario como Ruggiero Romano se cumbrado la obra de autores tales como Antomo Gramsct, Carlo l.rvr,
ensaiia con Ginzburg hasta ei extremo de calificar su obra de ejem- Italo Calvino, Alberto Moravia, Primo Levi o Antonio Tabucchi.
plo de micropensarniento historiográfico). Pero eso mismo, esa acera- Estos y otros datos prueban, en efect~, que a~bos no mbrcs (Me
da acritud que se da en algún crítico, atestigua su influencia y, por noccio y Carlo Ginzburg) han llegad~ a tn~ependtzarse y que c:l 1110
tanto, la necesidad de pronunciarse sobre un historiador que no deja linero ha logrado una fama que trasctende mcluso la .obra q ue lo ex
indiferentes a sus lectores. Finalmente, el libro y su autor se han con- humó. Ahora bien, lo que nos proponemos en .este ltbro cs volver .1
vertido en apelaciones habituales en muy variadas esferas, hasta el pun- reunidos; lo que nos proponemo~ es, P.ues,. ?naltzar .El queso, ob~t·• V111
to de que e! nombre dei historiador y e! de! personaje que estudia no el contexto dei que depende esa mvesttgacton y venficar la prcsru< 1.1
sólo se refuerzan mutuamente, sino que además han llegado a inde- de! autor y la instancia narrativa con la que se expresa par.1 d.u vul.1
pendizarse: es lógico que las referencias a Carlo Ginzburg no se de- ai person aje. To do ello n os permiti:á, ad.emás, pro~onc r . 1.'~ .t;11111.1 ~
tengan en una obra de 1976, puesto que sus investigaciones han pro- que, a nuestro juicio, explicao la inctdencta que. esa mves ll ~.u; r o u h.t
gresado desde entonces; pero no lo es tanto en principio que su tenido. Para intentado contamos con una venta)a compara1t~,1 ln•nfl•
criatura (Menocchio) se haya emancipado hasta alcanzar una fama, a los que fueron sus primeros lectores: r:os separan más de VCIIIf(• .ll,o~
primero, local y, después, universal. desde su publicación. De esa dista?c~a tempera~ podemos apmvt·
Menocchio, por ejemplo, da nombre a un activo centro cultural charnos: es justamente en estos dos ulttmos decemos .c~ando ~ I 110111
ubicado en Montereale, la localidad en donde nació, pero también ha bre y e! cómo de Carlo Ginzburg han logrado ese ext~o n.lt lllltlll •
logrado un cierto protagonismo audiovisual: ha sido e! protagonista internacional ai que antes aludíamos, sobre ~odo .a pa.rttr de ~ ~~ ttl••tl
de un documental (Voices in the Dark) producido y emitido por Chan- tificación como micro historiador, como el mtcrohtstonador. ~·' ·" liU ,1
nel 4; ha sido también motivo (Menocchio's Books) de uno de los pro- ese lapso podremos, en efecto, sopesar mejor El q1uso analrz.\udol"
gramas radiofónicos de la KUHF de Houston, dentro de una pro- como lo que es: su principal aporta~iór:, principal. po.rque es a csr· l1
ducción simpáticamente titulada The Engines of Our Ingenuity, difundida bro ai que debe su mayor reconoctmtento, y pnnetpal porque, t•n
por diversas cadenas asociadas a la National Public Radio; y, en fin, nuestra opinión, es e! texto en e! que se c~ndensa todo Gtn zbt~~ g, dt
fue tomado como excusa en 1997 para una producción televisiva de cho esto en un sentido alusivamente freudtano.
la alemana WDR titulada Der Kãse im. Kopj; en la que se simulaba un AI obrar de esta manera, lo haremos optando por un enfoque /m

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toriográfico. No analizaremos, pues, lo que fue la investigación sus· tipo de libra que es ejemplo de lo que los anglosajones llaman ~n
tantiva, la información, los contenidos y la vigencia de sus resultados instant book: se trata de aquel «que, cuando dura unos meses,_ o un ano,
concretos. No nos interesa, por ejemplo, polemizar sobre el origen de ha cumplido de forma egregia su función y cae en el olvido»: es el
la metáfora principal (el queso y los gusanos), ni sobre la conjetura libra circunstancial que se apoya en una coyuntura que ~e es muy_ ?·
que aduce. Es decir, nuestro propósito no es discernir si procede de vorable; es el libro «meteorológico», como senaló en_ Cierta _o~as10n
los Vedas, como él senala;•si su fuente es aristotélica, como postula, Giovanni Levi, es decir, el libro adaptado a los camb10s vertigmosos
por ejemplo, Jon Juaristi; si sus ideas provienen de los cátaros, como que traen el tiempo y I~ ~poc?, bie~ re~ibido_ p~ro pront~ reempla·
ha propuesto Andrea dei Co!; dei averroísmo padovano, como defien· zado. No obstante, contmua Emaudi, eXIste. astmismo, el «hb_ro c~ltu­
de Giorgio Spini, o, en fin, de los filósofos renacentistas, como sos· ral»: hablamos de ·aquellas obras que duran «mel uso mas ~e ?tez anos»
0 decenios, anade, y que son como «intuiciones, descubr~m1entos, pa-
tiene Paola Zambelli. Y ello por tres razones. En primer lugar, por·
que otros ya han evaluado el dato y la noticia en los que se basa y, sajes secretos dei pensamie~to, y q~e sirven para otros hbros: engen-
además, lo han hecho confrontando las conclusrqnes de Ginzburg con dran durante una década libras e mfluyen sobre el~os>>. Los grandes
el material documental dei que se sirvió. En segundo lugar, y de ma- textos !iterarias son los que pareceu desempenar meJ?r y regularmen-
nera irreparable, porque no tenemos modo mejor de hacerlo: cual- te esta tarea seminal ai encarnar los valores de una epoc~,, sus. zozo-
quier otro media nos está vedado. Qté quieren, no nos vemos ni con bras y sus suenos, sus esperanzas y sus fantasías. _Hay ~ambten, sm em-
suficiente competencia ni con disciplinada voluntad. No emprende- bargo, investigaciones históricas que han sido eJemplo de ~sta
remos, pues, el estudio filológico y detallado, con relieve y pormenor, excelencia, ejemplo de libro cultural. Entre otros, apost1lla el editor
de una figura histórica, Menocchio, ya analizada y, lamentablemente en su diálogo con Severino Cesari, podemos menciOnar algunos de
para nosotros, ambientada en una época de la que sólo tenemos co- los libras mayores de Fernand Braud7l, de Marc Bloch, de Albert Ma-
nocimiento deficitario o para la que nos faltan las destrezas de un his- thiez 0 de Johan Huizinga: no son libras efímeros que haya que, leer
toriador modernista. Pero, en tercer lugar, y más importante, adapta- rotunda, inmediata y expeditivamente, a la manera de esos. volume-
remos un enfoque exclusivamente historiográfico porque creemos que nes instantáneos, pronto caducos, de los .q~e hablaba el e~ht?r; son,
puecle ser la mejor perspectiva para la adecuada evaluación de un li- por contra, long sellers, libras que se muluphcan, que multiplicao sus
bra como E! queso. Nos explicaremos. efectos, que logran hacerse un hueco en nuestros anaqueles. Y que,
Desde nuestro punto de vista, ei énfasis dado a la lectura estricta- como tesoros, exigen de sus lectores el reposo de la obra valiosa. ~~
mente historiográfica que vamos a hacer no es un vicio de origen por propio Carla Ginzburg _1~, di! o ~xpresamente en 1973, cuando escn-
el que haya que pedir disculpas. Más aún, no creemos que el análisis biera e1 prefacio a la ed1c10n Italiana de Los reyes ta~mattJrgos de. Marc
sustantivo de las informaciones y contenidos de El queso sea lo rele- Bloch. Según el historiador italiano, entonces un J,oyen d~ tremta y
vante. Pensando en lo que es habitual en el seno de la disciplina, que pocos anos, además de otros atributos con que esta mvesttdo, la on-
una monografia histórica se reedite con periodicidad regular durante ginalidad de un libro de historia como el de Bloch, aquello que .le
veinte anos resulta asombroso. En efecto, lo corriente es que la actua- asegura vitalidad más allá dei acecho ai que lo s.omet:n I?? especta·
lidad de una investigación concreta decaiga pronto e incluso que su listas, depende dei modo en que está ~esuelta la mvestigaciOn, modo
propio responsable acabe por rebasarla u olvidaria. Las causas pueden que a su vez no deriva de los contemdos, de los resultados conc~e­
ser numerosas. En un caso, son atribuibles ai régimen general de dis- tos. Muy probablemente, libras como éstos son algunos d_e los meJo·
tribución dei saber impreso: se publica mucho, y esa multiplicación, res ejemplos de esa obra histórica de la que hablara Henn I. M.arr,ol!
fundada en el relevo de los oficiantes y en la competencia mercantil, muchos anos atrás. Decía este historiador frax:cés que la _obra ~tston­
conspira a favor de su caducidad. En Qtro, sin embargo, obedecen a ca es una composición que depende de las ':l~tudes dei I~west~gador,
aquello que convencionalmente llamaríamos el progreso cognoscitivo : de la riqueza de su conocimiento, de la habihdad Y. ~el ~ng7mo con
nuevos datos invalidan las conclusiones a las que se llegó en la in- que se plantea ciertas cuestiones, y m~nos de la pencta t:cm~a en la
vestigación anterior; nuevos enfoques arruinan la solidez dei punto de que todos hemos sido adiestra?os prec.Isamente para ser h1stonador~s.
vista que nuestro antecesor adoptó; o, a la postre, nuevas preguntas <<T enemos demasiada tendenCia a olvtdarlo nosotros, los dei oficw,
desplazan el centro de interés y, por tanto, configuran un objeto de tan orgullosos de nuest~a. co~pete!lcia técfl:ica». . .
conocimiento diferente. Si asumimos esta d1stmcwn, s1 convenunos con Emaud1 en este
Como decía Giulio Einaudi, el editor italiano de E! queso, hay un dictamen editorial, deberíamos admitir igualmente que el volumen de

26 27
Ginzburg parece. respo~der a .este segundo modelo, que su Iibro de· cen balance de las conjeturas alternativas que otros historiadores han
pende de su gemo. ~er!a u.n hbro cultural, un ejemplar duradero, un opuesto a las de Ginzburg y concluyen subrayando la sobreinterpre·
text~ que parece r~ststlr bten el paso dei tiempo. Así, ai menos, lo tación de la que estaría aquejada su obra, como si, en efecto, esta so·
atesugu~ sus co1_1tlnuas reimpresiones, reimpresiones que no se dan breinterpretación fuera una tara congénita. Podríamos convenir con cs·
en la. mtsma medtda e~ otr~s de. sus obras, reimpresiones, en fin, que tos autores en que ese diagnóstico sea cierto; podríamos convenir en
mantlenen su frecuenCia y su ntmo cadencioso de acuerdo con los que haya una sobreexplotación documental e interpretativa, hasla t:l
a~o~, transc~rridos: tal vez h~y~ algo en su interior que sea una in· punto de que, como ellos seilalan, las 'hipótesis cobren más rclcvn n•
tutcwn de ~poca, un descubnmtento dei presente o un pasaje secreto cia que las pruebas mismas. Pero el enigma permanece, porque las t.ll"
de! pens~mten~o, co~o ~ell~mente. decí~ su editor, que justifique su ticas y las hipótesis alternativas no han deteriorado su efecto, de modo
fo~una. ~A 9?e cabna .a~nbutr esa VIgenct.a? (.A que nos hallamos ante que la obra parece emanciparse dei contraste documental.
I~ mvesttgacwn «defintttva» sobre un objeto deJ conocimiento histó· Cuando un libro de estas características obtiene ese statu.f, ClHIIUio
nco? Hablar de histeria «definitiva» de la maneta vulgar en que hoy un texto hist6rico adquiere esa presencia, la fortuna puede debe1St: .1
s~ habla o de la manera deliciosamente ingenua en que se pronun· dos razones, dos razones que no sólo no tienen por qué ser inc:ou1
ctar<;>n .~uestros antepasados es una ilusión, un embeleco y una con· patibles, sino que, por el contrario, se suelen dar a la vez: en 1111 t.l su,
tra~tccw~. Au.n9~e cont~ramos con. to~~s los dat?s, cada investigador la vigencia es resultado de su conversión en clásico, más all:i de 1.1\
esta en dtspostcto~ .Y esta en la obhgac10n de revtsar lo dicho por sus informaciones históricas concretas que dé; en el otro, cabe atribuirl.1
1: predecesores, admttlendo que esa tarea continua de revisión no es un a la calidad misma de su escritura, a la tensión !iteraria que nkanz~t .
límite o una carencia de nuestro saber, sino su condición constituti·
II v?. Decía Jorge Luis ~~rfes, y no le faltaba razón, que lo definitivo
sol?. pertenece a I~ rehg10n o ai cansancio. Admitimos algo como de·
Lo cual ciertamente, no eleja de ser una paradoja. Se admilt: qne In
'
validez de las obras históricas depende del qttantum de verdacl que 111
corporen y de la explicación razonable y verosímil que aporlen. Pel()
.
fin~tl~o ~n la medtda en que esté investido por el dogma o en tanto eso mismo no es aquello que dilata la vida de ciertos libras hislóri
este hqutdado por el abandono. Así, atribuir el marchamo de lo de· cos. Es, por e! contrario, una cualidad menor y, a la postre, irrclcv.m·
I fi~itivo a lo hist?rico, lejos de verse como una cualidad, puede ser te· te frente a un atributo intemporal que es justamente el que les per·
ntdo como una tmpropiedad. Ni los objetos históricos son definitivos mite rebasar los propios limites de su tiempo. Extendámonos algo m:\s
ni lo son las investigaciones que los nombran. Los «libras culturales•• sobre esta paradoja, la paradoja de lo clásico y de lo !iteraria en 1.1
tornao su valor de otro atributo diferente. i.De cuál? obra histórica.
Si la obra de Ginzburg ha envejecido bien no se debe evidente· Hablemos dei género que hablemos, no conocemos a autores t 1.\
mente a lo irrefutable de sus interpretaciones, de sus datos o de sus sicos que, a pesar de sus despistes, hayan escrito descuidadamente s 11~
r~sultados. De hecho, .desde el I?rincipio, las soluciones que él propo· libras, sin atención a la forma, sin atención a la estructura formal \ I'H'
~ta para aclarar su objeto han stdo una fuente de discusión continua les sirve ·de soporte; tampoco conocemos obras que hayan alc:u1z.1du
s~ que e~o haya mermado en absoluto la incidencia que ha tenido y la condición de clásicas cuya producción no se deba a un aulos cui
stgue temendo. Por otra parte, si las tesis fueran irrefutables nos ha· dadoso. Si, en general, esta es cierto para toda clase de libras, no ve
u.a~íamos ante un sa~er credencial que no admite el progres~ cognos· mos por qué no debería serlo también para la histeria y los histo1i.1
ctttvo. Por e! co.ntrano, si ha env.ejecido bien es, entre otras cosas, por dores. En ambos dominios, el emblema de lo clásico y la cnlitl.1d
la forma que G~~zburg da a su. hbro, por la forma en que organiza e! !iteraria de una escritura, !iteraria en el último sentido que cvOt'i\hu
relato, la narrac10n q~te tra~smtte convincentemente esos dates y por mos remiten a una misma condición: no consienten el resume11 ui
la forma. en que anahza e mterpreta a partir de las conjeturas de las la si'roplificación, no toleran la operación reductora o sintélic.1, pm
que. se strve, pera no por los análisis concretos o las interpretaciones que quien la emprende tiene la certeza de empobrecer irrepar.1blc·
particulares que e~prende .. ~e le ha censurado, y puede valer e1 ejem· mente la obra, de desvirtuaria, es decir, de amputarle su virtud o, en
pio de Jean Bouvter y Phtltppe Boutry, que los procedimientos que el mejor de los casos, de hacerle decir algo distinto, y no mcjor, dt·
empl.ea. han supuesto no tanto explicar e! caso de Menocchio cuanto lo dicho en aquélla.
multiplicar las potencialidades exegéticas de los lectores sucesivos has· Por eso, cuando hablamos del clasicismo de ciertos libras nos rc
ta e! punto de estimular una inflación interpretativa cuyo único freno ferimos principalmente a aquellos que, por algún atributo, han .1!
podna ser un nuevo contraste documental. Esos mismos autores ha· canzado un range de privilegio en un ámbito o disciplina determina·

28 29
dos. Ese statm es consecuencia dei dictado que el texto establece para sólo a la arquitectura y a la construcción de las que el historiador, de
!as obras que lo suceden. y que se emprenden bajo su amparo: o se forma consciente o inconsciente, sería responsable: es decir, a la pro-
m~pone marcando ~n es~tlo y provocando seguidores o perdura deli- sa, a una prosa bella que, lejos de ser meramente transitiva, neutra y
mtta~do lo que sera pertmente o relevante después de su ejemplo. En transparente, es fruto de una elaboración detallada, denotativa y con-
el pnmer ~as.~, nos hallamos ante e! fenómeno de la imitación y de notativa, una prosa que quiere ser a la vez expresión del artificio y
la reaproptacton; en el •segundo, ante el de la censura. Ésta sería una expresión de la verdad; y, en fin, a la estructura misma de lo que se
primera acepción, inmediata, de lo clásico. Peco es clásico también cuenta, una estructura en la que se h <~,rían explícitos e! punto de vis-
aq_uel l.ibro que, más aliá del seguimiento instantâneo y dei reconoci- ta y la implicación de! autor interno.
~te!'lto de los conte_mporáneos, convoca a lectores diversos de épocas ~Es hiperbólico atribuir a El queso cualidades como las descritas?
dtstmtas rebasando tdealmente e! contexto mismo en que se alumbró. mxageramos ai pensarlo como un nuevo clásico de la historiografia y
Hasta tal punto seda así, que un clásico no podría ser ya objeto de como un libro de evidente calidad !iteraria? AI margen de la simpatía
lectura, sino, siempre e inevitablemente, d~ ~relecturas, como anotara o de la antipatía que su ejemplo pueda merecer, lo cierto es que, a
Borges, _unas relecturas que estarían guiadas por las preguntas que cada nuestro juicio, ellibro tiene virtudes suficientes para considerado así,
gcneractón se plantea. En el primer sentido de lo clásico son nume- puesto que la influencia se mide no sólo por la lista de seguidores que
rosos lo~ ejemplos q ue podrían aducirse: serían los clásic~s de época, una obra convoca, sino también por la estela crítica que provoca. Am-
po r dectrlo así. En el segundo, la noción de lo clásico es más res- bos dates confirmarían la vigencia de un libro, pudiendo hacer de él
tringida: cabe atribuiria a aquellos libros, pocos, que trascienden, sí, un texto clásico y de gran nervio literario. Aceptemos, pues, como
por la potencia de la que están investidos y por su calidad constitu- punto de partida que El queso sea un volumen de estas características.
liva; peco también, y principalmente, por la propia ambigüedad con En ese caso, como más arriba indicábamos, estaríamos autorizados a
la que están ungidos. Por eso decía !talo Calvino que un clásico no emprender un aproximación exclusivamente historiográfica, en e! sen-
acaba de decir todo lo que tiene que decir y su sentido se resiste a la tido de ir más aliá de los contenidos, de las informaciones y de las
interpretación de sus exégetas, los cuales para mayores desesperación noticias que acerca de su objeto nos proporcione. Ese mismo hecho,
y goce no acaban de aclarar/o. en fin, nos habría de permitir evaluar ellibro como obra clausurada.
Por otro lado, cuando más arriba hablábamos de la calidad de una Referimos a ella en estos términos parece aludir en un sentido jus-
escri_~ra aludíamos a s':' c~~dición !iteraria. A nadie sorprenderá que, tamente inverso a la categoría de obra abierta que popularizara Eco
refinendonos a obras htstoncas, empleemos la calificación de clásicas: hace aii.os para designar ciertas operaciones pragmáticas. Para e! autor
hay algunas que evidentemente lo son y ese hecho no se discute. Si de Obra abierta, todo libro impondría instrucciones de consulta y de
recuperamos los ejemplos citados por Einaudi, en ese caso diríamos lectura, es decir, incorporada órdenes de lectura pertinentes y desmen-
que las obras mayores de Marc Bloch, de Fernand Braudel, de Albert tiria ciertos usos como aberrantes. Ahora bien, hablar de «apertura, para
Mathiez o de Johan Hu.izinga pueden ser concebidas así. Ahora bien calificar ciertas obras, en este caso las estrictamente !iterarias, es admi-
que la vigencia de un libro de historia pueda atribuirse a lo literari; tir su multiplicación hermenéutica, la proliferación de interpretaciones
introd~tce, un _matiz_ más pol~mico y, de hech~, la consecuencia que que van más aliá de! dictado intencional que e! autor impo ne. Evite-
~e den~ana ~tene st;nd<_:> ob!eto de controversta desde tiempo atrás. mos la posible confusión: no es en ese sentido en e! que empleamos
(En que senttdo sena dtscuttble? Como es harto sabido la constitu- la voz «cierre>> para caracterizar El queso. Cuando hablamos de cierre,
ción de la histeria como disciplina de verdad se ha hecl;o alejándose de clausura, no queremos designar la condición pragmática de un tex-
de su primitiva condición de género literario. Si adm itimos que la fic- to que transmitiría instrucciones u órdenes más o menos inflexibles.
ción es una de las características básicas de la literatura sería un es- Cuando lo hacemos, describimos una propiedad interna, estructural,
cánd~l~~ al ~en~s desde d~ter~inada perspectiva, acept~r sin más la una propiedad que permite entenderlo como texto que no envejece:
co n~1~10n hterana de la htstona. La polémica actual acerca dei es- sus reimpresiones son justamente eso, reimpresiones que no introducen
ceptiCtsmo en la disciplina histórica tiene como centro de discusión correcciones. (Por qué razón? Porque cualquier modificación altera no
esc asunto. Sin embargo, cuando nos referimos ahora a la calidad de sólo unos contenidos incorrectos o rebasados, sino también una forma
escritura_ de un libro de histeria, a la condición !iteraria que alcanza, específica de presentarlos. Por tanto, la clausura a la que nos referimos
no aludlffios exactamente a eso, no nos referimos a la ficcionalidad es la de una presentación que no se modifica, la de una configuración
como valor semântico que también podría tener la histeria; aludimos formal acabada de la que procede su propia cualidad. De ahí precisa-

30 31
mente que creamos encontrar en este tipo de anáJisis la propuesta más los cuales citamos a este o aquel autor; pero hay, en segundo lugar,
pertinente para leer la obra a la que nos enfrentamos. Es más, hay da· influencias que no se deben a datos o noticias surnínistrados, sino más
tos y ejemplos que corroborao la justeza de lo que sostenemos. bien ai efecto estimulante o reactivo que su ejemplo nos da: son esos
autores que, más aliá de sus contenidos o de sus informaciones, nos
2. Tornemos, entre otros posibles, el caso de un volumen relatí· ayudan a plantear las preguntas que nos inquietao, delimitando en po·
vamente reciente en el que los autores son convocados a efectuar una sitivo o en negativo el camino a seguir. Existen pensadores o investi·
radiografia y un diagnóstico dei estado de la historiografia. Nos refe· gadores a los que nos adherimos, autores a los que llegamos a vi li·
rimos al que con el título Ne1tJ Perspectives on Historical Wriling (For- pendiar pero a los que no podemos renunciar y. en fin, colegas con
mas de hacer historia) editó Peter Burke a princípios de los anos no· los que nos sentimos bien polemizando. Deci.1 Jerome Bruner, y no
venta. En esa obra colectiva, las alusiones explícitas a Carlo Ginzburg le fa ltaba razón, que hay predecesores que son intluyentes no sólo o
son significativas en términos absolutos y relativos, es decir, por sí no principalmente por las ideas que de ellos hemos heredado, sinu
mismas, por el contexto en que se formulao' .y por el relieve que se también o sobre todo por la orientación crítica posterior que los de\
le da a El queso. Permítasenos realizar una trivial aunque reveladora miente: nos obligan a definimos por y contra eUos.
operación para así verificar mejor su incidencia. En lo que es e! ín- Una lista como la anterior es extraordinariamente informativa del
dice onomástico, que sólo aparece en su versión castellana y que con- estado de la historiografia reciente. Son numerosas, pues, las consl·
tiene, por cierto, algunos errares o faltas que hemos tratado de sub- cuencias a extraer, las presencias a subrayar y las ausencias a deslncnr.
sanar, este texto recoge d e manera indistinta los nombres de las Ahora bien, para lo que ahora nos interesa cabe dar el énfa sis :JUc·
autoridades académicas y de las referencias personales que apareceo cuado ai caso de Carla Ginzburg. Su nombre aparece en cinco oca·
en el volumen. Contabilicemos el número de veces en que se citao y siones en el índice onomástico, registro insuficiente, erróneo, de acuer·
tomemos en serio la jerarquía a que da lugar. ms razonable hacerlo? do con las menciones explícitas dei texto, aunque como dato brutt)
Parafraseando a Borges, alguien podría duelar dei sentido que tíene es- sea debidamente revelador. No obstante, y más aliá de la frecuencia ,
tablecer el orden exacto a p artir de un índice onomástico puesto que lo verdaderamente interesante de la operación que proponemos es
la histeria no es un certamen. Sin embargo, la cita expresa es prueba comprobar los usos de Ginzburg. Es decir, en virtud de qué se lc cit.1 ,
de influencia y convierte ai mencionado en interlocutor, se esté o no en virtud de qué se le valora. Pues bien, su alusión obedece a t• c~
se esté de acuerdo con lo que sostiene. Por tanto, ~es tan banal la usos o, mejor, su mención está justificada por tres razoncs en fun c:ión
operación que proponemos? de las cuales se evoca su ejemplo.
Pues bien, son más de doscientos los contemporáneos o los ante- El prirner uso de Ginzburg se lo debemos a Jim Slnrpe, y tit'IH'
pasados que aparecen reflejados. Si tomamos esa suma como base, como propósito subrayar El queso y el Montaillou, de Le Roy Ladtu it',
aquellos que son citados más de tres veces sólo alcanzan el veinte por \ como ejemplos de histeria desde abajo. La History from BelmtJ cs \I I H1
ciento dei total. De éstos, entre las catorce y las cinco alusiones, el or· fórmula que debemos originariamente a E. P. Thompson, nos recue•
den de referencia estaría encabezado por Fernand Braudel, seguido por da Sharpe, y tiene por objetivo la exhumación de lo que fuc !.1 vid.1
E. P. Thompson, Clifford Geertz, Leopold von Ranke, Jan Vansina, de la gente «corriente•>. Dada la excentricidad con la que dicha t.11 r.1
Paul Thompson, Michel Foucault, Q!Ientin Skinner, John Dunn, Car- se ha visto investida de acuerdo con cl discurso histórico trad iciun.tl
la Ginzburg, G. W. F. H egel, Emmanuel Le Roy Ladurie, Lawrence y, en fin, atendidas las dificultades docurnentales que entrafi a, l'~,l !.1
Stone y Ludwig Wittgenstein. Si observamos con detalle la lista obte- bor ha sido calificada en los términos de una auténtica «h.1z.u1.1 dl'
nída, no puede caber duda: estamos ante aquellos que podemos iden- gimnasia intelectual». No es una mera hipérbole: Thompson, Gimlm• 1:
tificar como nuestros interlocutores. Es decir, son algunos de los his- o Le Roy Ladurie, continúa Sharpe en su intervención, nos han 11hlt
toriadores, antropólogos y filósofos con los que dialogamos, con los gado a «ampliar nuestra visión dei pasado». ~Cómo? En prime r lug.u,
que nos enfrentamos, con los que polemizamos y de quienes no po- incorporando como sujetos del drama histórico a aquellos secloreN JUI
demos desprendemos sin sentir que nos amputamos intelectualmente. pulares de los que antes nada sabíamos o decíamos, esto es, hnn t' ll
Como anticipábamos más arriba, el grado de influencia se mide, sanchado el objeto de investigación: un molinero, es decir, un indi
en primer lugar, no sólo por los seguidores que se convocao, sino viduo de evidente haja extracción es quien protagoniza el relat o dt·
también por las resistencias que se provocan. Hay avances y conoci- Ginzburg, es ai que se toma como objeto de exhumación, cs, cu
mientos que se adeudan o a los que nos oponemos y en virtud de suma, a quien se interpela. {Qué se logra con dicha operación? Dc~dc

32 33
nuestro punto de vista y más allá de lo senalado explícitamente por En se~undo_ lugar, la apo~t~ ci ón dei autor de E! queso y el ejemplo
Sharpe, al incorporar ai individuo como sujeto de la narración, el his- de otros mvesttgado_res ~?n uttles porque obl iga~ a replantear el pro-
toriador establece un diálogo (figurado) con quien protagoniza su re- blema de la comumcac10n con el lector, es dectr, lo que Levi llama
lato y se ve obligado a dar cuenta de la definición de la situación (his- el problema dei relato. Lejos de ocultar las insuficiencias y las limi-
tórica) que aquél se dio a sí mismo. Pero, a la vez, el investigado r sabe tactOnes de las pruebas documentales, estas carencias y sus alternati-
más, sabe más en el sentido de que conoce los condicionantes que ig- vas se hacen explícitas en la narración: las hipótesis afortunadas o fra-
nora el sujeto y puede revelar las consecuencias inintencionales o los casadas se presentan sin ocultaciones. y, en fin, ai lector se le hace
efcctos perversos de sus mismas acciones. Por tanto, está en disposi- copartícipe de un diálogo ai revelársele la totalidad de! proceso de
ción de arrojar luz sobre las circunstancias y regularidades que son construcción de! razonamiento histórico. Por tanto, aquello que es
opacas para los propios indivíduos, en este caso para M enocchío. Con- uno de los asuntos centrales de la moderna teoria de! relato también
cebida así, esta historia desde abajo, en la que se dirime una tensión t!ene su trasl~do a esa form~ específica de narración que es la histo-
no resuelta entre Jibre albedrío y determinacióri, nos hace reéordar los n a: nos refenmos a la cuesttón del punto de vista, a la información
referentes que Ginzburg menciona en este sentido, en particular a que una perspectiva consiente.
T o lstoi o Stendhal, es decir, a dos novelistas que nos describen las in- En tercer y último lugar, el uso de Ginzburg que observamos en
ccrtidumbres de un individuo que vive un contexto que, sin embar- la contribución de Levi tiene por fin subrayar la complejidad con que
go, no percibe enteramente. aquél formu la e! problema de la parte y el todo. Dicho en otros tér-
En. segund_o lugar, y atm más importante según Jim Sharpe, la re- minos, lejos de contentamos con planteamientos sedicente u origina-
levancta de Gmzburg se debe a que nos ayuda a plantearnos preguntas riamente durkheimianos y funcionalistas acerca de la generalización,
más osadas, menos perezosas: al exigimos mayor imaginación y menor ac~rca de lo normal y acerca de lo individual, Ginzburg aborda ese
tedio en las cuestiones que formulamos, los documentos exhumados mtsmo asunto en otros términos, aõade Levi. Lo habitual en las cien-
dejan de ser w1 material inerte y previsible. Es decir, para lo que aquí cias sociales, ai menos desde finales dei siglo anterior, ha sido defen-
nos interesa, si a Carlo Ginzburg se le cita como par intelectual de der la generalización como la única forma apropiada de conocímien-
los otros historiadores y, además, con frecuencia similar, es sobre todo to científico: forma de la que, por principio, quedarían excluídos los
porque le adeudamos un repertorio de preguntas, un modo de plan- historiadores o forma a la que, finalmente, tenderían o se aproximarían
tear las cuestiones y, en fin, un tratamiento dei documento como an- p~ra do_tar a su disciplina de ese estatuto dei que se lcs excluía. Pues
tes ~o era común. Es, pues, su manera de proceder y, por tanto, el bten, Gmzburg en particular, prosigue Giovanni Levi, ha sido quien se
refleJo historiográfico que tiene lo que justifican la atención que le ha preguntado cómo podríamos elaborar un paradigma que abordara
prestamos y que Jim Sharpe concreta en su obra más conocida. el conocimiento de lo particular y que, a su vez, lo integrara dentro
El segundo uso dei nombre de Ginzburg que se contiene en el li- dei saber científico y formal. Planteado así, e! reto es explicito y una
bro editado por Peter Burke se debe a Giovanni Levi. Para ilustrar la de s~s respuestas posibles e implícitas se contiene en El queso.
concepción y la práctica de una corriente histórica, la llamada mi- Fmalmente, hay otro especialista de los que colaboran en Formas
crohistoria, el ejemplo de Carlo Ginzburg deviene central y evidente. de bacer historia que nos habla de Ginzburg. Es Robert Darnton, au-
No nos extenderemos ahora en el análisis de lo que sea esta corrien- tor de un texto, La gran mata11za de ga;tos, que alcanzó gran notoriedad
te. C?bservemos sólo las referendas que Levi hace de Ginzburg. Según en los aõos 80 y que se inspira en las concepciones semióticas de la
sosttene, hay tres rasgos dei proceder microhístórico que se refl ejan cultura que proceden de C lifford Geertz. Aun siendo única la m en-
en El queso o en otras de sus obras. En primer lugar, la reducción de ción a Gin zburg es extraordinariamente significativa: su al~sión su-
escala, que es el dictmn central de la perspectiva micro, permite cam- braya El queso como ejemplo revelador de ciertos procesos de lectura
biar ei enfoque habitual de las cosas, ai menos tal y como viene sien- y, por tanto, de recepción y de reelaboración de las ideas. La contri-
do tradicional en la investigación social y cultu_ral. A juicio de Levi, bución de Darnton tiene por objeto la llamada «historia de la lectu-
pues, hay en Ginzburg y en otros oficiantes de la corriente la creencia ra», una vertiente de la h~storia cultural, de los Cultural Studies, de re-
de que la observación microscópica revelará factores anteriormente no ciente y prometedor desaqollo. Como resulta a todas luces. evidente
observados, gracias a la variación de ese enfoque perezoso o previsible el análisis de la lectura no es exactamente e! análisis de los textos'
o, mejor, a la sustitución de las preguntas obvias que por automatis- sino más bien el estudio de cómo éstos son leídos, es decir, de cuáÍ
m o formulamos. es la pragmática con que ha sido investida su fruición. Pues bien, si

34 35
e1 libro de Carlo Ginzburg es memorable, no es porque hable de otros
libros, sino porque conjetura, detalla y an aliza la forma en que fue-
ron leídos. A partir de la na.rración que se contiene en El queso, se
nos presenta a un lector, M enocchio, que, como dice Darnton, Ida
con beligerancia, transforma ndo el contenido de los materiales que te-
nía a su disposición has(a el punto de elaborar una visión dei mun-
do no cristiana. Es decir, si el caso detallado por Ginzburg es intere-
sante es porque revela la conexión que pudo darse entre alta cultura
y cultura popular, entre unas ideas elaboradas por la elite y contem-
poráneamente por sectores sociales modestos peco activos.
En general, pues, la mayor parte de las alpsiones que, a propósito
dei historiador italiano, apareceo en Formas de bacer bistoria lo son para
subrayar la novedad radical que introdujo E! queso en el domínio his-
toriográfico. AI margen de Giovanni Levi, compatriota y amigo que 3
se detiene en otros textos precedentes o posteriores a dicho libro para
detallar mejor su originalidad, Jim Sharpe o Robert D arnton se limi- El ensayo como forma
tan a subrayar la historia dei molinero. Eso justifica que el único per-
sonaje convencionalmente histórico que aparezca citado más de tres
veces en el índice onomástico de esa obra de referencia sea Menoc- De lo que veo desde mi ventana, cadn ~ .1hlo l nllhl
chio, sobrenombre dei protagonista de El queso. Es decir, nos halla- lo suyo, sin ocuparse mucho dei conjunto; cl 11~1111
mos ante un sujeto sin trascendencia histórica o, ai menos, sin el re- explica el azul dei cielo; el químico, cl .1gu.1 dd •rH·•
to; el botánico, la hierba. Dejan cl cuid11du dt· tr
lieve que cabe otorgar a quien es capaz de emprender grandes acciones componer el paisaje, tal como se me ;lp.ucc;r y r11111
individuales o colectivas; nos hallamos ante un particular cuyo inte· ciona, ai arte, si es que el pintor o cl poct.l t1r 11r 11 li
rés no radica tampoco en aquello que lo asocia a sus contemporáne- bien encargarse de ello.
os o en aquello que lo convierte en ejemplo de unas condiciones ge-
néricas que comparte y que lo trascienden. MAil(" Bl llC.II
Desde esos presupuestos, Menocchio es ciertamente irrepetible y
posee unas cualidades que de algún modo lo hacen excepcional, aun-
que a la vez no son tan extrafias como para convertido en un sujeto 1. Empecemos por el primer dato con el que hay que COIII.II' Jl/
radicalmente excéntrico o cxtemporáneo con respecto a su propio queso y los gusanos se publicó originariamente por las Edizioni !1.1111111
mundo o a su propio tiempo. En cualquier caso, su nombre ha lo- di. (Cabe atribuirle algún significado a este hecho? (Afiade nl!lo 1•l rdt .
grado una ceiebridad póstuma, bastante infrecuente en personajes his- tor, algún atributo, alguna cualidad inmaterial, además de 1.1 l'OtnJHI
tóricos de esta índole, gracias ai esfuerzo de Ginzburg. En efecto, de sición física de! libro? Giulio Einaudi era uno de los pwbituuli•·'
dicha celebridad, que se reducía en principio al domínio histórico e europeos más prestigiosos dei sector, y, en cierta medida, cn \11 11» 11
historiográfico, dan cuenta las reimpresiones dei volumen y cabe atri- ra se reúnen el príncipe de la edición, el agitador y el m.uul.uln lt
buiria menos ai molinero en sí y más ai cronista y a la narración que terario, asociación que también conocemos en otros casos y 11111, • 11
le devuelve la vida. Convendrá, pues, interrogarse acerca de ese éxito. algunos de ellos, ha dado ejemplos de dirección y de inOncntllt 1 ui
En este sentido, la pregunta que surge de forma más inmediata es evi· turales. Precisemos. Más aliá de las peculiaridades que a t.1d11 •••hl111
dente: qué volumen es éste. Una adecuada respuesta exige partir dei lo hacen irrepetible y emblemático, y al margen de una di$1Ítlht 1111
propio soporte material, dei medio expresivo que se elige para comu- nología, podríamos decir que Einaudi ha sido para Italia lo qur ( ;,,
n icar una investigación. Lejos de considerar ese hecho una evidencia llimard pudo ser para Francia en décadas anteriores: el fondo II H, Il ··-
sobre la que no convenga demorarse, nos detendremos en ella con el cogido, más selecto, más cuidado, de la literatura universal y ll.llttllhli
.fin de aclarar el marco editorial y cultural que lo hace posible. en italiano, en un caso, y en francés, eri e1 otro, así como cl c t' lllltt
de difusión de las vanguardias culturales. Y ello a pesar de los ,,y,,,,,

36 I'/
res pol!ticos en los qu~ ambos s: vieron envueltos y que pudieron ha· basaba y que trascendía la información acerca de las atrocidades: tan
cer pehgrar su presenct~ ,o la cahdad de sus catálogos. Si proponemos fue rte era la necesidad de creer, apostilla con crudeza.
partu de esta comparac10n no es desde la arbitrariedad de un ejemplo Pero, a pes~r. de todo, la editorial no se via arruinada ideológica·
que pued~ forzar u,na a~al ogía. AJ contrario, lo hacemos así porque mente por postc10nes sectarias: el extremismo de Giulio Einaudi, afia·
nos permite dar el enfasts adecuado a la trayectoria dei editor italiano de, es_taba .atenuado por el trabajo colectivo, y quienes integraban el
y porque fue el propio Gíulio Einaudi quien tomó frecuentemente el conseJo edttor se contrarrestaban positivamen te hasta el punto de que
caso de Gallimard como ~ar y rival con el que medirse, al que seguir cada uno de ellos tenía un defecto que· quedaba compensado por la5
o al que rebasar. De Galltmard envidió, por ejemplo, la alta cultura virtudes de otro, o viceversa. En fin, la influencia cultural dei propio
de sus asesores o la austeridad limpia y elegante de sus cubiertas blan· padre, las mismas condiciones de quien se revelada como un editor
cas, elementos que podemos ver también reflejados en los modos y sensible e inteligente -pronto desenganado de las excelencias dei es·
en los libras dei propio Einaudi. talinismo- y una empresa que le trascendía impidieron convertir.
La fundación de la Librairie Gallimard, cuyo nombre data de 1919 aquel establecimiento en un mero resorte orgánico dei comunismo or·
es anterior a la de Einaudi: se remonta a 1911 y se debe a aquello~ ganizado. Por tanto, su irradiación y sus !azos iban más aliá de esa
que, en 1908, habían c,rea~o la Nouvelle Revue Française (NRF), entre ~strecha dependencia izquierdista que algunos le atribuyen: excepto el
los que destacan Andre Gtde y el propio Gaston Gallimard. De sus mgrediente católico de posguerra, herencia siempre difícil de aceptar
prensas han salido, como es notorio, algunas de las publicaciones más por una Italia laica, la editorial era un cruce de culturas cuya fuente
relevantes de la cultura francesa de este sigla, y su divisa está asocia· de inspiración era, en efecto, la izquierda política, perÔ también el li·
da a la que es su colección }iteraria más emblemática, la «Pléiade», y beralismo procedente de Benedetto Croce, entre otros.
a los nombres de Proust, de Malraux o de Céline, en tre otros. Per· Eso permitió que «Casa Einaudi» encarnara desde el principio un
míta_senos exagerar un poco. Si la cultura de entreguerras francesa es proyecto amplio. Un proyecto que, para mayor simbolismo, se había
GallJmard, la de la ltalia posterior a 1945 es Einaudi. Hay sin em· fundado en 1933 en el mismo inmueble que había sido la sede de!
bargo, gra~~es diferencias. Aparte de otras, hay, en efecto, ~n desfa· Ordine Nuovo de Gramsci, y de! que se sentía afín un amplio sector
se cr~nol_ogtco d~l q~e se aprovecha Einaudi al conocer el ejemplo dei reformismo y de la izquierda cultural y política de una Italia que,
orgamzattvo y edtton al de la casa francesa; pero hay también, y en contemporáneamente, aupaba a Mussolini. Si antes hablábamos de
segu~d.o lugar, una diversa ubicación ideológica que es fruto de las Gallimard, el modelo italiano que sirvió de inspiración a Einaudi fue
condtcwnes personales de los _editores, de las simpatias políticas de Laterza y, para ese fin, para fundar una nueva editorial, mantuvo con-
sus asesores y, en fin, de los dtferentes avatares por los que tuvieron versaciones con Croce. El resultado fue la creación de ese nuevo se·
q~e atravesar sus respecti~~s países y de los que se resintieron sus pro· llo, gracias ai empuje dei joven Einaudi y gracias a la colaboración
ptas. empresas: de! eclecttctsmo ai colaboracionismo con el ocupante decisiva de Leone Ginzburg y de Cesare Pavese. Durante sus prime·
nazt, en el caso de Gaston Gallimard. ros anos tuvo una- existencia políticamente difícil, dada la evidente
~iulio Einaudi, por el contrario, profesó personalmente un amor a oposición ai régimen que mantenían sus responsables. Después de la
Stalm. que, de acuerdo con lo que él mismo le confiesa a Severino guerra, la eclosión de la editorial fue máxima y su nombre se pudo
Cesan, revela~a una ignorancia fa~ática no muy diferente de la que asociar ai de Antonio Gramsci, a la sorpresa, ai descubrimiento y a la
a tantos aqueJÓ hasta 1956, obstmados en ver la Unión Soviética difusión de los Q}taderni de! Carcere y, por extensión, ai de aquellos
con;to la patri~ del. socialis~o y de .la p~z. Su lado más inquietante, grandes autores y pensadores que simbolizaban y aún simbolizan lo
se~u~ el propto edttor admtte con smcendad y con valentia es el es· más noble de! pensamiento crítico y renovador. En 1948 salía de las
tal:msmo vo~a.cional e. ino.r?ánico e.n el q~e creyó y el papei de com· prensas de Einaudi El marxismo y la cuestión nacional, la única obra de
P.anero de vta~ e que eJercto en la mmedtata posguerra al publicar a Stalin que ha tenido cabida en los catálogos de la editorial: hace poco
ct.ertos .apologtstas de la URSS. Aquel que era hijo dei liberal Luigi y con estupor aún se preguntaba Giulio Einaudi de quién partió la
Emaudt -profe~o~, eco no~ista, senador, diputado, gobernador dcl idea de publicaria, puesto que, según confiesa - y aiiade que en eso
banco central~ mmtstro Y. pnmer presidente de la República- recono· estaban todos de acuerdo-, nunca quiso editar los libras de Stalin.
ce haber admtrado a Stalm, porque, para él y para tantos otros, Stalin En defmitiva, esas relaciones orgánicas con los comunistas no llega·
durante la guerra era un auténtico mito, es decir una creencia que iba ron a los excesos que algunos esforzados militantes pretendieron y,
más aliá de los supuestos tan completamente e~róneos en los que s~ en todo caso, la expresión de ese filocomunismo se materializá en lo

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mejor que podía dar de sí, en la obra de Gramsci. De ciertos dispa· según su propio juicio, esta editorial se fundá y creció a partir de eso~
rates ideológicos y editoriales que algún togliattiano de! PCI llegó a grandes autores y consejeros. Éstos a~o!taban sa?e~ y! ,a la postn:, \lll
proponerle, apostilla Einaudi, le defendía la propia altura de la obra capital inmaterial y un título de presttgto y de dtstmcwn cult:ur:tl que
de Gramsci, la propia calidad !iteraria, moral y reflexiva de Antonio habrian de ennoblecer sus prensas en el curso de los anos. Es 1111h ,
Gramsci. anadía Giulio Einaudi, e! trato de la editorial con los autores y <'l lli
Aunque, como hemôs dicho, la adscripción ideológica de Gaston los propios lectores se basó siempre e_n una ~uerte de el_it_ismo selrt I i
Gallimard es radicalmente distinta a la de Giulio Einaudi, ambos edi· vo con el que se investía cada libra que pubhcaba: un eltttsmo c~1111111
tores y sus respectivas casas se asemejan en su capacidad para reha· lado - para algunos, paradójicamente- desde una izquierch1 l'lllf~u .tl ,
cerse de sus errares y de sus dependencias, de sus sectarismos o de la encarnada por la propia empresa y por sus autores C lllb~c tu .\tt c m,
sus culpables tibiezas políticas. Desde posiciones diferentes, ambos son desdenosa dellector indiferente y adversaria feroz dcl popuhmtu Y cl«
emblema de la tragedia europea dei siglo XX "!f de las sacudidas que la la fantasía de la cubierta estridente, colorista, chillo na.
cultura crítica y de vanguardia experimenta en el período de entre· Einaudi, según declaraba este editor a Cesari, ticnc su nlt'jot l c·~~~
guerras y después. Pero también son muestra de lo que el propio Ei· ro en la figura dei autor-símbolo. Por auto r-símbolo dcbc: m o~ cnl r n
naudi llamaba la edición cultural: es decir, unas empresas en las que der a aquel en cuya obra se despliega investigació n, mo r.tl y porsht,
la publicación de textos va más aliá de la cuenta de resultados y dei Es decir, con esta designación, Einaudi alude a aqucl que cttc'.u nn liI\
balance; unas empresas que reúnen un círculo de asesores de gran tres cualidades que hacen de quien las reúne un intclc:ctu.tl y nu 1111
nombre que expurgao entre los originales y que aconsejan de acuer· mero especialista: vanguardia doctrinal, compromiso dvi ct~ y H' llttV.I
do con criterios finos que tratan de conciliar rentabilidad y alta cul- ción formal. Pero, además, ese autor es sfmbolo en In mcdtd.l t' ll que·
tura; unas empresas, en fin, que mancomunadamente emprendieron sus atributos intelectuales permiten identificar esas mi s m.t~o nt.duhut.· ~
con otros editores europeos la concesión del llamado Premio For- como un capital tendencialmente colectivo y, por tant o, c:diltHt.ll. I >1
mentor a partir de 1961. Con este galardón literario se celebraba a cho en otros términos, una adecuada selección de títulos y de• .tllltt
autores de culto y de vanguardia, se daba renombre ai jurado de ca- res, de grandes títulos y autores, dieta el estilo de un edilm y, Jll ll
lidad q ue lo fallaba y se aumentaba el prestigio de las editoriales cul- ende, transmite ai resto de sus publicaciones algo así co mo 1111.1 111 111
turales que lo convocaban. gen de marca reconocible. Es por eso por lo que puede hablarsc t~lll
Los catálogos de Einaudi son extraordinariamente amplies y va· propiedad de autores-Einaudi.
riados, y reúnen numerosas y tempranas colecciones !iterarias («Gli Desde ese requisito, desde esa condición selectiva, las puhl11 ,ucn
Struzzi», «Coralli», etcétera), históricas («Biblioteca di cultura storica••) nes de la empresa han logrado reunir dos bibliotecas: un.1, lotlll •lll>t
y, posteriormente, ya en los anos 70 y 80, sucesivas «Grandi Opere•• por clásicos de la literatura, d~ la ciencia o de la _fil o~o ll.1, c·nlt c· lm
(Storia d'ltalia Einaudz~ Enciclopedia, etcétera). Ha sido y es una edito- que se cuenta Antonio GramsCI, el gran soporte edtto rcal y ht 1111h • •
rial importante no tanto por su volumen de negocio -aunque ha pa· lebrada publicación de la inmediata posguerra; y otra, con,, tttuuhl I'"•
decido una cierta elefantiasis mercantil en los afies 80- , cuanto por el ensayo de calidad, aquel ensayo de alta c~ltura qu~ , se.1 '' 1111 dt
el número y la calidad de sus textos de referencia, de esos «libros cul- investigación, aborda un tema en el que asptra a abnr 1\ltt•vm hutt
turales» a los que hacíamos mención en anteriores páginas; pero es zontes. Retengamos literalmente esas· últimas palabras: de ·" ' w tll't 1.1
importante también por la histeria personal con la que está relacio· explicación y de la adecuada comprensión de lo que aqui sígnilu .t l11
nada y de la que forma parte. Einaudi sería, en efecto, e1 nombre pro· voz ensayo dependen la oportuna contextualización editod.d dr l ltlll n
pio de una forma de entender la histeria cultural de la Italia con· de Carlo Ginzburg y, por tanto, la instrucción pragmáticn que dr c•llu
temporánea en la que, entre otros, aparecen comprometidos auténticos se deriva.
maestros dei pensamiento, de la literatura y de la histeria como Ce·
sare Pavese, !talo Calvino, Natalia Ginzburg, Norberto Bobbio, Delio 2. Desde esa perspectiva, una de las claves interpretativ.1s qw· Jllll
Cantimori, Franco Venturi, Carla Levi, Primo Levi o Pier Paolo Pa- penemos para emprender el adecuado estudi~ de ~/ qucso ~ IIIJ ,11111,1
solini. nos es analizar el género al que pertenece. MeJOr aun, la prtntcc.t 11 1'
mn qué consiste y en qué se ha basado esa «edición cultural>> en trucción pragmática a la que debemos atender y que, desde tlll r~l11 1
la que ha desarrollado Einaudi su política de publicaciones? Frente a punto de vista, dieta un tipo esp~cial d~ lectura es la q_t~c se dt•tt Y•I
otras empresas, de funcionamiento más burocrático, despersonalizado, de la colección en la que se pubhca el bbro. Esa coleccton, en cfc•t

40 tJ I
r to lo investiría con unas características genéricas de las que partici-
p;ría el volumcn. Como es obvio, la eti9ueta, el nombre, el formato
y la calidad que son comunes a u~a sene son l~s ~lementos merca~­
tiles que permiten, por redundanc1a, el reconocuruento de sus volu·
naudi emprendió también la_ edición ~n rústica, d~ndo empuje a par·
tir de los anos 70 a sus proptas coleccLOnes de bolslllo. S_egun sus pro·
pias informaciones, y hasta la primavera de 1995, la s.ene de _los :•Pa·
perbacks» contaba con _doscie?t.os cincuenta Y. ocho tttulos .. ~Cual, es
menes de acuerdo con unas cualidades que se comparten. H ay colec· su contenido y con que propostto fue concebtda? La colecc10n reune
ciones que son una me r~ re~nión heter_óclita y anárquica de títulos, un repertorio extraordinariamen te variado de textos procedentes ~e las
sin una clara filosofia ed1tonal que le s1rva de fundamento y que le distintas ciencias sociales y human as, y, según las palabras de Emau·
preste identidad; pero hay otras, y en esto fue muy cuidadoso Einaudi, di, su enfoque más que interdisciplinario,_ h~ ,sido metadiscip_linario.
que son un fondo coherente, con obras que se interpelan y que se re· Conviene reparar y detenerse en esta descnpcton porque constttuye el
fue rzan mutuamente, que se complementan y que, en el mejor de los enunciado editorial que da significado a El queso. .
casos, pueden llegar a formar un mapa de los $~be~es contemp_oráneos. Partamos de lo obvio y distingamos, para empezar, entre lo mter·
Oicho en otros términos, a part1r de los ciltenos establectdos por disciplinaria y lo metadisciJ;>lin~ rio. tQué se~ía la interdisciplinariedad_?
d propio editor, el libro de Einaudi debía tener una serie de ele- Desde el sigla pasado, las ctenctas han expenmentado un avance const·
mentos externos que pudieran tomarse como signo redundante de su derable hasta el punto de ayudarnos a resolver problemas de mayo~ o
cr~ l idad interna con el fin de regular su lectura. Esas cubiertas blancas menor antigüedad y para los que antes no contab_am_o~ con los .med10s
austeras y elegantes, con finos motivos, esa caja, esa tipografia, en frn, adecuados. Este avance se fundamenta en el pnnc1p10 cartes1ano de
se rcconocen como emblema de Einaudi. Es éste un emblema tam· la división de los objetos para su planteamiento y resolución, p~i~~i­
bién identificable en la composición material de su envidiado Galli- pio que justifica la especiali~aci~n disciplin_aria .Y que es I~ cond1c10n
mard, algo que, en ambos casos, se confirma con la calidad evidente sine qua non de! progreso ctenttfi_co. La w_!ncta yrogreso ace~erada­
de los primeros textos editados, unos textos de cuya sabia elección de- mente, en efecto, cuando se deshtzo de obJetos mabarcables, l_na?ar·
pende el futuro de esa misma serie, en tanto dieta un camino a se· cables por la condición absoluta de las preguntas _que los constltUlan.
guir. Publicar en una editorial caracterizada por su elegancia formal y Pero ese avance indudable tuvo una consecuencta perversa: la de la
por el buen criterio selectivo inviste al nuevo libro con un valor ex· ultraespecialización, vivida como una amputación necesaria, sí, pero
tratextual. Si, además, se hace en una colección cuyas características amputación al fin. . .
son la austeridad material de su disefto y la excelencia de los volú- Si la religión pierde centralidad y, por tanto, de)~ de dtspe~sar sen·
menes que lo preceden, se logra una ventaja adicional, una ventaja tido -el sentido- para los contemporáneos, segun ~J;>rend1mos de
que refu erza la obra que se edita a la vez que orienta su lectura. {En Nietzsche, y si la ciencia avanza en el orden cognosc1t1vo per?, a I~
qué sentido podría orientada? Si esa colección concreta constituye un vez, revela la imposibilidad constitutiva de. ~esol ver nuestras mce~­
fondo internamente coherente, con un evidente sesgo editorial y cul- dumbres morales y políticas, como pretend1o Auguste Com te, la. VI·
tural, en ese caso el nuevo volumen se publica de acuerdo con una vencia de pérdida es evidente. A esa carencia,_ad~más, ~e ha umd~
definición previa, de acuerdo con un determinado horizonte de ex· posteriormente, ai menos en el_ám ~ito de las c1enctas soc1ales, otra s1
pectativas. Analicemos ese fenómeno. cabe más inquietante: _la conctenc1a de q~e _tam.~oco. el ava~ce c?g;
El queso y los gusanos apareció en la mejor colección de ensayo de noscitivo queda garanttza?o desde. la espec_1al~za_c10~. tPor que razon.
Einaudi, de ese ensayo de composición fina, de calidad probada y de En primer lugar, por la tgnorancta ultradtsct~hnar~a ?e la que hace
experimentación cultural que el editor patrocinaba: de hecho, se pu· gala el especialista; pero, en segundo lu~ar y aun mas l?l~ortante, por
blica como el volumen número 65 de la célebre colección de los «Pa- la propia condición artificial de los objetos de con~clmt~nto:_ al no
perbacks». Einaudi tenía una antigua tradición en la publicación de ser objetos reates, la distancia entre unos y otros deJa_la msatlsfacto· ..
este género de libros. De hecho, había empezado como editor de re· ria experiencia de un saber fragmentado, que no es nt puede ser co· j
vistas y su primera colección de libras, abierta en 1937, tenía el títu· pia o representación global. . . .
lo general de «Saggi>>. Es decir, el ensayo precede a la literatura y las Para hacer frente a esa insatisfacc ión, ha habtdo respuestas de dt·
célebres colecciones !iterarias irán fundándose en afíos sucesivos como versa índole: algunas ciertamente inmoderadas, de~eladoras del I?apel
complemento, y finalmente como signo distintivo de la casa. . cognoscitivo de la propia ciencia, cuy~ impor_tancta y cuya pertm_en·
Como tantos otros competidores, y de acuerdo con la mastfica· cia no entramos a evaluar; y otras, mas practtcables, han pretend1do
ción cultural y con las necesidades de abaratamiento de costes, Ei- dar solución relativa enfrentando la misma condición fronteriza de los

42 43
saberes, de los objetos y de los métodos. Entre estas últimas cabe des- creac10n de un campo recíproco de conoctmtento o el aumento dt:
tacar a aquellas que postulao la interdisciplinariedad y a aquellas otras nuestro saber común. Ilustraremos aquello que queremos decir cem
que se pronunciao en fuvor de la metadisciplinariedad. D esde esa pers- dos ejemplos: el primero, que toma como argumento las relnciom·~
pectiva, lo interdisciplinario sería la condición o la cualidad que un de la sociología con otros saberes, hace referenda a la interdisdplt
investigador debe tener q cultivar para rebasar los propios límites de nariedad entendida a partir de los objetos; el segundo, que se c•t•tttl .t
su saber académico, para estar atento a cuanto se realiza en las cien- en los tratos que la histeria pueda tener con las ciencias sori.tl r~. l11
cias afines y de cuyos resultados conviene informarse. <lnformarse, mencionamos para precisar qué seã lo interdisciplinario .l p.u t 11 tlt
para qué? Para averiguar cómo resuelven los colegas de otras discipli- los conceptos y de los procedimientos metodológicos que k Sl', lll pttt
nas aquellos problem as que nos son comunes o aquellos objetos de pios. De lo que se trata en ambos casos es de aclarar en t\ur
~••utl
conocimiento que son próximos a los nuestros y, en fin, para com- do la práctica real de lo interdisciplinario sigue sin resolver oi ···ti "'
probar de qué métodos o de qué conceptos se valen. conocimiento que las diversas disciplinas tampoco sncian \C:(Ioll oiC l.t
(Cuál sería el resultado ideal de esta operãción interdisciplinaria? mente.
El propósito que la anima es el de incrementar un saber común y Para e1 primer asunto proponemos un ejemplo sciinl.1do lt,u c• Y•'
compartido gracias al contraste y al diálogo fluidos con otros cientí- bastantes anos por Ralf Dahrendorf, un ejemplo cuyo pmpc'1 Nill1 ,.,,,
ficos. Con ello, aumentaría la comunicación de nuestras informacio- el de identificar e1 objeto de conocimiento propio de l.1 ~cu tnlu\:l.1
nes (objetos, métodos y conceptos) haciéndonos mutuamente sabe- frente a otras disciplinas. Partía el sociólogo angloalcm,\n de: 1.1 1 •~
dores de los avances respectivos y contribuyendo a la creación de un tancia que inevitablemente se da entre el ser humano rc:al y "' 1 1111
campo de conocimientos comunes y recíprocos. Desde esa perspecti· versión en objeto. Según senalábamos antes, la concicnci.t d ~· t·~u dt ~
va, la interdisciplinariedad es una meta noble dei desarrollo cognos- tancia produce insatisfacción o, al decir de Dahrcudo rf, impur tud
citivo. Como se sabe, en el ámbito de la histeria, ha sido la escuela cuanto más nos acercamos a nosotros mismos, ai ser hun1o1nu .tlludlu,
de los Annales la corriente que más ha batallado en favor de esta op- tanto más inquieta se hace la diferencia entre el objeto de l.t ~ 1111plt
ción. (Q!Ié se entiende en su seno por interdisciplinariedad? experiencia y su construcción científica. (Ayuda a supcr;lr c:sn 111111111'
Tomemos, por ejemplo, la voz correspondiente dei Diccionario de tud, a entendemos mejor, concebir la interdisciplinaricdad 11111111 lu
Cl'encias Históricas de André Burguiere y veamos cuál es la acepción suma de distintos objetos de conocimiento? Según b conclmu'tll tJ,.
que se le da. En sus páginas se resume la propia trayectoria de la co- Dahrendorf, lejos de resolveria, la agrava o, al menos, .til,1dc: 111 .1~ ··Ir
rriente y, por tanto, nos da una imagen de conjunto. Lo primero que mentos de insatisfacci6n. Veámoslo.
llama la atención es que no se define nunca como tal, es decir, la voz Partiendo de una evocación remotamente kantiana , podrlltllu ta d t
registra más algunos de los cas'os de los que puede predicarse la in- cir que el hombre - nosotros mismos, según Dahrcndo rf' 1111 ,., 11l•
terdisciplinariedad que su precisa y compleja conceptualización. De jeto de conocimiento, sino que, por e1 contrario, ha sido tl't:l.1lm1 ul11
esa yuxtaposición de ejemplos aquello que se infiere es que ro inter- seccionándolo en variados constructos en cuyo interio r h.1y ut Ht llnu
disciplinaria es algo así como la voluntad de derribar los muros que ra esquemática. Esos constructos quedao representados en d i~Hul 1 1 ~
aíslan las disciplinas, voluntad que se expresaría en la propia obra de abstracciones, desarrolladas a partir del énfasis dado a algún 1.1 ~~~~ ,. , ,. ,
Lucien Febvre y de Marc Bloch, entre otros, y que se caracterizaría tivamente real. Así, entre otros, contamos con el bomo orronomu11•, lt,1
por el intercambio entre saberes. mn qué consiste este intercambio? sado en cálçulo egoísta como atributo elaborado desde l.t '"" IIH' co
Lo común ha sido la utilización de las disciplinas vecinas o, en todo nomía; con el psycological man, fimdado desde Freud cn la llllltl v.uu'111
caso, la adopción de referentes científicos que son o han sido próxi- extrarracional de unas pulsiones inconscientes o preconscicntc:N: y. ''"
mos para los propios historiadores (antropología, economía, sociolo- fin, con el homo socíologicus, figura que es fruto del crucc de p.1pc•lr'
gía, etcétera) y a los que se ha absorbido, interpelado o integrado. y de roles sociales y normativos.
Sin embargo, hay un problema irresuelto. En efecto, visto desde <Q!Iiénes son estas sujetos? Son ~rtificios irreales, en el sentido d1•
de terminada óptica y ai menos desde época reciente, hemos com- que careceo de vida extradisciplinaria, y son artificios unívocos, cu t•l
prendido que la interdisciplinariedad es una respuesta aún pobre a sentido que W eber le daba a esta palabra para caracterizar los t ipm
una insatisfacción originariamente disciplinaria. {Por qué razón? Por- ideales. (A qué conclusión llegaba Dahrendorf? La suma de estas oh
que el diálogo y el contraste de pareceres a partir de esos instrumen- jetos - apostillaba- no da, por supuesto, la imagen dei hombn.: CUJII
tos diferentes no tienen como consecuencia necesaria o evidente la pleto ni tampoco con~tituye un calco de! hombre real. Más aún, ni\.1•

44 45
publicados en esa colección, justificarían lo razonable de la declara· Publicar en ediciones baratas no es ni siquiera un hecho estrict.l
ción. Conviene, pues, entender qué quiere decir Einaudi con la refe- mente actual : una parte de la cultura popular y de la cultura de m.•
rencia cultural a la Ilustración y a Mayo dei 68. sas se difundió en estas condiciones. Ahora bien, publicar libro~ dr
La apelación a la Ilustración es literal, aunque no en el sentido in- bolsillo con el propósito de abaratar costes, con el fin de logr.tr 1111
mediatamente racionalista, es decir, no proclama adhesión alguna a; mayor alcance y, a la vez, con la meta definida de estimular cl p t· ll
un modelo exclusivamente racionalista. Habla de la Ilustración como samiento de vanguardia es un hábito ~ditorial reciente. Ti~nc ~Jll c Vt•t
referente de los «Paperbacks» y de la propia editorial en la acepción con la instrucción obligatoria y universal, con la democratJzactÔll c1tl
dei sapere aude! kantiano : como la «iluminación» que procede dei co- tural y con la masificación social, como hechos propios dcl siglo XX,
nocimiento maduro, dei entendimiento que no es perezoso o cobar· pero tiene que ver también con unas circunstanci~s hist?ricns m.h P'''
de y que se arriesga en sus juicios. Habría, pues, en la colección una ximas: las dei criticismo contemporáneo -ese «chma d1 rolltn.t» ·"'
voluntad explícita de estimular una audacia cognoscitiva reflexiva crí- terior y posterior a 1968. De esa época data, en efecto, cl intt ao de
tica,_ abierta y deliberativa. D e esa meta ilustrada participaria 1; co· algunas de las colecciones de bolsíllo má~ cc;mocidas de I~ cclicu'm c•ta
lecCIÓn de los «Paperbacks», pero también, como decíamos, sería el ropea, coleccio nes que, como en el, caso Italiano, .s,e con stt~u~cn ~ 1111111
reclamo general de la propia editorial. Por eso, la serie condensaría una biblioteca de alta cultura, segun la observac10n de Gaulto h111otll
el propósito einaudiano de reunir una biblioteca dei saber contem· di. Decir alta cultura es emplear una desígnación editorial que h Ht'
poráneo, fruto de la investigación sin prejuicios y objeto de discusión mención de una clase especial de libros: aquellos que no sou just.t
intelectual. mente de d ivulgación, que no son textos de consumo mnsivo, Nino
, La. referencia_ a · M ayo dei 68 es más inmediata, más coyuntural, q ue, por e1 contrario, persíguen la excelencía cultu_ral y, po~ lrll.lt u, ltu
ma~ c1rc~nstafl:c1al, pero, probablemente por ello mismo, más expli- cen profesión de fe elítista, de una nobleza practlcada y cJca·cadn pw
cativa. DICe Emaud1 que los «Paperbacks» fueron concebidos como una aristocracia intelectual.
textos de alta cultura, alternativos a lo que la academia ofrecía en la Pero a la vez decir alta cultura hablando de un «libro in brm ~u
línea de las ideas nacidas en torno ai 68. D e hecho, como a~lara el ra» es paradójico' si se observa desde la perspectiva tradicion.tl de l.t
ed itor en un volumen conmemorativo dei cincuentenario de Einaudi edicíón italiana y desde una óptica estrictamente acadêmica. Pucç haeu,
esta colección apareció en 1969 «in un clima di rottura e di rinnova: los «Eínaudi Paperbacks» eran poco tradicionales según esc puntn tlr
menta culturale>>. Analicémoslo. En primer lugar, reparemos en la de- vista: la adopción dei formato «tascabíle», cuya primera mu e~11.1 r t
signación misma de la colección. Llamarla «Paperbacks» quizá pueda naudiana fue la serie dei «Nuovo Politecnico» (1965), permitia cl .th.t
sorprender a un lector espano!, dado que introduce un rótulo inglés ratamiento, pero también la materialización formal de un cicalo 11111
sin adaptación alguna. A este respecto, no hay que olvidar la distin- cepto de lo ágil, dei activismo intelectual y, por tanto, de unn ele ct rv.1
ta relación que la lengua italiana ha tenido con los otros idiomas y intervención cultural. Simultáneamente, los «Paperbacks» nt1ch11t c1111
cómo ésta ha cam biado en las últimas décadas. Bajo el régimen mus- una concepción extraacadémica: no porque renuncíaran ai cn no11 dc·
soliniano, la italianización de voces y de nombres propios era lo co· lo académicamente correcto, sino porque tenían por meta rcb.ts.ll l11~
mún y lo fox;zado de acuerdo con un nacionalismo extremo y carica· censuras propias de lo que la academia plantea, acepta o lolc. .1.
turesco: a Mtckey Mouse, por ejemplo, se le cambió el nombre por Por tanto la nobleza cultural no es, en este caso, acomod.lt u '111 •'
e~ más italiano y eufónico de Topolino. Por contra, la am ericaniza· las expectati~as de lo académico, sino mayor exígencia, m.tyot 111
CJÓn que reemplazó al aislacionismo lingüístico ha sido uno de los quietud y mayor cuestionamiento. Es por ~so por lo que la adrlf'll
rasgos más. so_bresalientes de la cultura de posguerra, de manera que cia explícita al 68 y a lo ~ pro~ndos cambws ~ulturales . qu ~ c lllltlll ll
se ha mult1phcado el caudal de palabras y de locuciones extranjeras lo es a una época caractenzada JUStamente por c1er~os rad.tcahs~1111~ pu
que, al introducirse en la lengua común, han sido incorporadas sin líticos, pero también intelectuales. Convendría avenguar SI esc nup11l~11
adaptación. Dichos barbarismos no son préstamos de palabras inexis· extraacadémico, si esos radicalismos intelectuales, si ese desplnn111ÍN 1111
tentes, si~o má~ co~únmente. calcos tomados de o tras lenguas, con cultural que Einaudi senala, si, en fin, las ideas deudoras o nntct t'Nct
preferencta dei mgles, y que t1enden a reemplazar el equivalente au· ras dei 68 tienen, en efecto, su reflejo en la colección. Para respo ndc•1
t?ctono: paperback, por ejemplo, figura en //grande dizionario Garzan- a dicha cuestión lo haremos analizando las características mismus dr
tz del/a língua italiana y es definido como el <<libro in brossura» es de- la serie a partir de los sesenta y cuatro volúmenes que precedeu .11
cir, en rústica, en edición económica. ' de Ginzburg.

48
1
El pri~er dato con el q~e. contar a propósito de esos sesenta y irrepetibles, según puede verse y según se comprueba en aquellas de
cua~ro volumenes es, su cond t~tón mayontanamente extrahistórica: es sus obras que gozaron de mayores hondura, renovación, incidencia y
de~u, que, s~lvo al~n caso atslado, como es el de Historiadores e his- repercusión. Dicho en otros términos, de la caducidad de una moda
torza, de Deh~ Cant.tmori, la c~lecci~ n n_o está concebida, en efecto, cultural, de la estricta coyuntura sesentayochista de la que podia ver·
c~mo u~a sene dedtcada a las mvestlgacwnes históricas. Einaudi ha· se aquejada esta colección, le salvaba la calidad misma de unos clási·
bta publ~ca?<:>• ai meno~ · hasta esa fech.a, .dos colecciones específica· cos contemporáneos. Hoy podemos ver con la distancia de los anos
mente htstoncas. La pnmera fue la «Btbhoteca di Cultura Storica» el cambio de sensibilidad cultural que hemos experir.nentado y cómo
proyectada por Leone Ginzburg e iniciada en 1935, que incluía la~ nos hemos alejado de las modas de los 60. Pero, a la vez, vemos la
~randes o bras de ~loch o Braudel y que albergada también el primer resistencia de ciertos libros y autores que, publicados por entonces,
ltbr~ de. ~a~lo Gmzburg (! Benandanti). La segunda fu e <<Scrittori di han envejecido bien. Esos son precisamente algunos de los ejempla·
Stona», Inictada en 1951 bajo la dirección de Federico Chabod res más importantes de la colección de Einaudi.
I a que se pu bl.tcaron 1os cl astcos
' · de los siglos· :XVIII y XIX. Y en
(Qyé tienen en común esos autores y esos volúmenes? (Qué cua·
En 1976, cuando .se pu bli~a E! tJif.eso, los sesenta y cuatro libros !idades reúnen que los hacen atractivos para una época . determinada
que, p receden al de Gmzburg ttenen dos filiaciones distintas. Una mi· y, a la vez, vigentes e influyentes para la posteridad, incluso cuando
nona repre.senta a un ~ector pr:sti~ioso de la cultura italiana próximo la propia corriente a la que se adhirieron ya ha declinado? Para abor·
o pertenectente. ai umverso cdttonal de Einaudi (Delio Cantimori y dar esta cuestión y para poderios caracterizar de manera adecuada, nos
Norberto Bobbw, entre los más académicos). Por contra una mayo· apoyaremos precisamente en algunas de sus ideas y en algunos de los
da de los textos. public~~os so~ traducciones que proc;den de una análisis que estas mismos pensadores emprenden. En su obra, en la
parlc dei pensamtento cntlco rectente o de nuevas disciplinas en auge. de algunos de ellos ai menos, hay consciencia de esa especificidad que
Entre ellos se cuentan algunos de los maítres à penser más celebrados los hace vigentes: hay, en efecto, una teorización de dicha cualidad
en aquel momento, como Theodor Adorno, Max Horkheimer Her· - de la que ellos mismos estarían investidos-, y sus indicaciones pue·
bert Marcu~e, Cl~ude Lévi-Strauss, Roland Barthes, Michel Fo~cault, den tomarse como una autorreflexión implícita.
Karl Polanyt, Barnngton Moore, Erving Goffinan, Ronald Laing Tho· Estos pensadores tienen una triple condición. Por un lado, son y
mas S. Kuhn o Karl Popper. ' han sido muy influyentes dentro de las disciplinas a las q ue pertene-
Entre otras . corrientes, sus volúmenes son manifestación de la es· cen (sociología, antropología, etcétera) porque han contribuído a en·
cuela frankf~rtl~n a! d:I estructuralismo francés, de la sociología críti- sanchar el campo de lo académicamente posible: nuevos o bjetos de
ca, d_e la anttpstqUiatna y de la nueva filosofia de la ciencia. El lector reflexión y análisis y nuevos enfoques se les adeuda. Por otro lado,
espano! puede hacerse una idea cabal de lo que dicha empresa podía son y han sido autores importantes porque su aportación ha rebasa·
representar en aquellos días reparando en un hecho simple y fácil· do las fronteras de los saberes académicos que ellos mismos han re·
~1ente constatab,le: ~que! fo~do reunía en una misma serie obras muy novado. Y, en fin, son y han sido nuestros contemporáneos esencia·
tmpor.tantes; m_as aun, r~unta al~unas de las obras capitales que las les porque, a la postre, su intervención intelectual ha contribuído a
edttonales espanolas y latm~amencanas se disputaban de acuerdo con cambiar las preguntas centrales q ue ahora nos planteamos.
las. modas c.ultu~ales de ~nton~es (T aurus, Siglo XXI, FCE, Península, Además, las obras capitales de estos autores tienen un atributo es·
Altanza Umve~stdad , Anel, SeJX Barrai, Barrai editores, Tecnos, etcé· pecial. No son los suyos volúmenes que dependan de la información
ter~). Ahora .bten, subrayar la pertenencia de estos volúmenes a una reunida o de los datos apartados. No son tampoco textos cuya vi·
ser~e de, c~rnentes en boga escurece más que aclara la cuestión. (Por gencia se deba a una neutralidad axiológica. Son, por el contrario, li·
q~e razon. Porque el proceso es justamente el inverso: no es una co· bros inconmensurables, por emplear la designación de Thomas S. Kuhn,
mente lo que, ai. final, es sob~e~~liente, sino el pensador o los pen· sin fecha de caducidad, puesto que las noticias aportadas son secun·
sadores q ue, graCJas. a su c~ndtcton y a su especificidad, son capaces darias en relación con el análisis y el enfoque adaptados. Son, en fin,
de crear a sus propws segmdores y de dar nombre a una tradición. libros en los que, más aliá de la elegancia verbal, hay composición li·
En ef~cto, aquello que edita no es una tradición teórica; aquello teraria, en el sentido de que su construcción formal no es irrelevan·
que pu?hca n? e~. a es~e o aquel otro autor por el hecho de pertene· te, no aspira a la mera denotación, sino que, por contra, tiene por
cer a dtcha ftlta,cwn, smo al contrario. Lo que edita es precisamente propósito revelar el punto de vista y el sujeto de la enunciación.
a esos autores·stmbolo, dotados de alguna cualidad que les hace ser Como senalaba Einaudi, el género al que pertenecen es ai de! en·

50 51
sayo d e alta cultura, es d ecir, se adhieren literalmente al género dei sitivismo y dei estricto academicismo y, según una hipérbole justiG·
ensayo o constituyen investigaciones novedosas caracterizadas por abrir cada, impone a la exposición un esfuerzo «ilimitado» por lograr el mal
perspectivas d iferentes. En general, y desde una óptica de rigorismo juste. Si esto es así, la experiencia dei au tor con la exposición y cem
académico, una parte importante de ellos, los m ás significativos ai me· Ia cosa d eja de ser irrelevante, y se convierte en central.
nos, son volúmenes que tienen mal acomodo institucional en aquel No es que el ensayista se oponga corno antónirno ai cientifico: r\,
momento, y su edición obedece en p arte a un criticismo de época: o por contra, un interlocutor inquietante por la proxirnidad que rn111
bien tienen objetos de conocimiento que atraviesan las disciplinas más parten o incluso por Ia identidad rnisina que a ambos encarno. Es de•
allá de los límites respetables de las ciencias acadêm icas, o bien re· cir, un ensayista no es necesariamen te alguien extraflo a los s.th r t c·~
formulao de tal modo los temas convencionales de sus respectivos sa· científicos o desencantado de su rigor: suele ser m ás bien aqud qnl',
beres que introducen enfoques ciertamente revolucionarias. haciendo uso de la libertad de! espíritu, lleva hasta el limite 11 \U II IC •
Si algunos de esos libras tienen mal acom odo institucional es por· lo que la ciencia postula. No es un tipo entregado a la ind Í\t 1plllht
que rebasan las censuras propias de esos saberes, las barreras tenidas intelectual o a u n subjetivismo rampante: es, por contra, nqud q111',
por evidentes. Por tanto, si esos ensayos -ai menos, algunos de los al decir de Adorno, sabe y se plantea en sí la confrontaci6n y !.1 c1111
más relevantes- son extraacadémicos lo son en este último sen tido: ciliación que puedan darse entre verdad y subjetividad, ap.ut .\utlmc·
es decir, en el sentido de sortear algunos d~ los límites y de las cen· para ello de las respuestas antitéticas e insatisfactorias que ofrcrt•ll c• l
suras característicos de las disciplinas. <.Y de qué modo se materializa esteticisrno y el positivismo. Con esto - concluía el pcnsadm r..,nk
esa condición ? Precisérnoslo: de su adecuada cornprensión dependen fortiano- el ensayista se acerca a cierta independencia estét Í\..1 que·
no sólo los rasgos que atribuímos a los más importantes de esos se· sería fácil 'reprocharle si se la toma por mero p réstamo clcl ;u te. Si n
senta y cuatro volúmenes o a los que les siguieron, sino también ai· embargo, se diferencia de! artista por e1 m edio que emple.1, p01 lm
gunas de las condiciones básicas que justificao la excepcionalidad d e conceptos que maneja y por la aspiración a la verdad que !o
j11~ 1 d I•
El queso. ca. En un sentido similar se expresaba Robert Musil, prtra qu1e11 d c.1
En primer lugar, corno nos recordaba Theodor Adorno, se admi· mino intermedio por e! que transita el ensayista es cl de l:t cicm 1,1 y
te que el ensayo es un modo extracientífico de exponer o analizar un el arte, para lograr así el mayor rigor posible en un terreno eu cl que·
asunto o bien, corno había anticipado Gyõrgy Lukács, es una form a no se puede trabajar con precisión. Esa idea fronteriza, csa car.lt lcll
interrnedia entre la exactitud científica y la frescura d ei impresionis· zación entre la ciencia y e! arte que todos subrayan, es un tem.1 dn
mo. AI distanciarse de las fórmulas apodícticas y transitivas dei len· minante para quienes justamente han practicado el ensayo t'OJlto w·
guaje acadêmico, el ensayista hace uso de una mayor libertad en el nero, para quienes se expresan desde el yo bacia la verdad. Pucs lur•u,
tono, en e1 estilo y en el tratarniento dei tema, sin sujeción a las res· esa independencia estética y, a la vez, ese apego a la vcrdad \1111 ,li
tricciones propiarnente convencionales d e un saber institucional. Con gunas de las cualidades de los «autores-símbolo•> de Einaudi y l.1 h1"r
ello, el ensayo revela siempre un (el) punto d e vista y desvela, por o condición de la adhesión metadisciplinaria con la que se w mli u•11
tanto, a un sujeto de la enunciación que no se cancela. En efecto, los «Paperbacks». Pero hay m ás.
como sostenía Lukács, al tratar un objeto, el ensayista acaba por re· Uno d e los hechos más sobresalientes acaecidos d e los t1lliullll
flexionar sobre sí mismo, construyendo con materiales extraiíos su pro· aõos en el orden del pensamiento, de las ideas y de los sabctc\ 111 ~ 11
pio mundo. En segundo lugar, lejos de liquidar lo que se aborda, afia· tucionales - y d ei que la colección de los «Einaudi Paperb1wks,. ~I' I l11
día Adorno, en el ensayo se asurne la inevitable provisionalidad de lo síntoma y estímulo- ha sido el relativo descrédito d e la ulti .IC'~ I "
que se dice, la evidente fragmentación de lo que se trata y la irreme- cialización científica. No es que ellector ya no confie en los .IV .II II c'
diable accídentalidad de lo que se propo ne: en ese sentido, es siern· que se experirnentan en cada una de las disciplinas, sino que lw. lnlthl
pre un texto de circunstancias, apegado a un presente dei que recibe d e manera ambivalen te: lo que parece deplorarse, en cfccto, C:\ t•l r
su estímulo. Más aún, d ado que e1 ensayo trata siempre de cosas p re· ceso de cartesianisrno, cartesianisrno que impone, por un l :~ du, l.1 p1'1
existentes, corno había defendido Lukács, y éstas se abordan tentati· cepción clara y distinta dei objeto con el fin de obtener una cctlc'""
vamente, su resultado es una cosa provisional, ocasional y n o puede libre de duda; y, por otro, la divísión de aquel objeto, su rraglll cll l ol
justificarse a partir de su inserción en un sistema. Pero, además, con· ción en tantas parcelas corno se precisen para resolver rnejo r c:l 111
cluía Adorno, aquel que practica el ensayo sabe que no hay identi· nocimiento sistemático de lo más simple a lo más complejo. Es dt·
d ad entre la exposición y la cosa. Ese descubrimiento le aleja dei po· cir, e! lector sabe de lo inevitable de esos progresos parciales : ai fin y

52 5.1
a la postre, una suerte de cartesianismo implícito y difuso constituye para lo que aquí nos interesa, apareceo como autores-símbolo de! fon·
la forma de pensar secular del occidental, si hemos de creer a Lévi- do de Einaudi-, como son los de Foucault y Kuhn. Inmediatamen-
Strauss. Pero, ~ .la vez, las prome~as. de un mundo transparente, or- te se pregunta qué son: ~historiadores , filósofos, sociólogos? Si tiene
denado y prevlSI.ble que ;I cartesta~m~o y sus ei;>ígonos proclaman dificultad en identificados es porque han desplazado las balizas y las
no se han cumphdo, rev~andose la tlus10n que encierran. De un tiem- sefiales de! mapa, es porque han movido las fronteras y, a la postre,
p~ .a esta part~, .Y. después de. la difusión y de la vulgarización de las porque han alterado los princípios mismos de la cartografia de! saber.
cnticas posposttlvistas, esc mtsmo lecto.r percibe la insatisfacción que A partir de una intuición esen cialmente correcta y de una obser-
le, provoca~ esas regias que se establecieran para la dirección de! es- vación bien fundada, lo cierto es que la conclusión dei antropólogo
pmtu: adm1te que el saber global no es consecuencia de la suma 0 norteamericano era, más que adecuada, interesada: esa confusión de
de la yuxtaposición de sus objetos. géneros y la multiplicación de p erspectivas en las que se materializa
~u~que el, género dei ensayo es ciertamen_te antiguo, es ahora, en (y cita, entre otros, el estructuralismo) habrían dado como resultado
!as ultimas decadas, cuando. h a exp;rimentado un mayor auge y un la difusión de un enfoque hermenéutico, interpretativo, más o menos
u;c~cmento. de s~ d.emanda. (Por que razón? Porque esc lector ha per- general y crecientemente dominante. No es que eso sea incorrecto,
ctbtdo .la distancta t~fra~queable q~e ha habido, hay y habrá entre e1 aunque no todos los autores que él menciona se adhieran a dicho en-
ser so~ta~ y la c?nctenct.a~ l?or dec~rlo con M arx, distancia que ni el foque, puesto que ni siquiera Foucault o Kuhn se reconocerían en tal
cartcsiamsmo m el postttvismo 111 sus epígonos han resuelto acep- etiqueta: es que esos datas se emplean como argumento en favor de
tablcmcntc. Pensemos de nuevo en las corrientes que antes mencio- la propia posición de Geertz, aquel que encarna verdaderamente este
n:íbamos co~o c~~acterísticas ~el fondo de los <<Einaudi Paperbacks•• giro cuya centralidad proclama. Es decir, esa metafórica cartografia cu·
c~ .1~76: . t~or~a c:ttl:a frankforttana, estructural~smc:> francés, sociología yos principias cambiao de manera radical no es tanto emblema dei
ciÍitC,l, anttpstqlllatna y nueva filosofia de la ciencta. Es decir, son sa· giro hermenéutico como ejemplo de un genérico saber pospositivista
~crcs que subrayan la extrafieza o e! asombro que el mundo y sus ob- ai que aspira el ensayo metadisciplinario contemporáneo.
J eto~ nos provocao, saberes que replantean en términos diferentes la Ahora bien , estemos o no de acuerdo con el diagnóstico final de
noctón de verdad y el lenguaje que permite comunicaria. En fin son Geertz, lo cierto es que algunos de los rasgos que él subraya son abso-
saberes que ~o.s, hablan de! extrafiamiento dei ser social contemporá- lutamente incuestionables. AI menos desde mediados de los anos 70,
n_eo:. la condtctOn d.e transte:rado que . el sujeto tiene con respecto a si no antes, el pensamiento occidental se replantea los límites disci-
SI mis~o y al espacto conocido a partu del cual se definió. plinarias y cartesianos en los que se ha basado y se autocuestiona de
~laciendo un balance de los cambias acaecidos en el pensamiento manera periódica, con impugnaciones más o menos justificadas o in-
socia l y en las hum anidades hasta finales de los anos 70 Clifford moderadas que atentan contra la estabilidad de las ciencias sociales
~eert~ ,habló de «géneros confusos». Por tal debía entender;e una de· y humanas y contra el lenguaje transitivo y neutro con el que pre-
s~gnacton nueva para una forma /iteraria desarrollada en los últimos tendieron fu ndarse. Eso mismo, decía François Dosse, explicada el
n.empo~: sobre todo. a partir de la difusión y de la centralidad de un auge que disciplinas o saberes nuevos como la semiótica o e! psico-
c.1erto ttp? de ensay~sn:o •. de. un género cuyo imperialismo disciplina- análisis tienen a partir de aquellos anos, Eso mismo, apostillaba el his-
no ?: me)or, metadtsciplmano es ai que aspiraba Einaudi con su co- toriador francés en su Histoire du stmcturalisme, justificaría la centrali-
lecct~n. Por supuesto, y h?sta c;:ierto pu~to afiadía este antropólogo, dad que la antropología tendría en la redefinición de! objeto de otras
este t1po de cosas ha sucedido siempre: stempre ha habido autores cu- ciencias sociales y humanas. Pues bien, estas cambias tienen su refle-
ya~ obras han .tenido la característica de constituirse como forma hí- jo en la colección de los «Einaudi Paperbacks»: o reúne el ensayo
bnda,, c?mo discurso que mezcla con indisciplina creativa materiales transversal, ei ensayo que aspira simultáneamente a la independencia
heteroclttos, ~; proce~encia diversa. Ahora bien - sigue Geertz- , la estética y al replanteamiento de la verdad; o afiade volúmenes que,
actual confi.Iston de dtscursos ha crecido hasta un punto en que re- obedeciendo a un estímulo disciplinaria, ensanchan y violentan los
sulta muy dificil identificar y clasificar a los autores. confines de esos mismos saberes. Al final, sin embargo, y con ei paso
Para reforzar su tesis, Geertz menciona nombres diversos del pa- de los aõos, aquello que ha acaecido es la normalización de los retos
norama cul~r~l que, en sus respectivas disciplinas, alterao sustancial- transgresores, su inserción en ei discurso convencional de las ciencias
mente. los crmtentos de esos sabe,r~s. Entre otros, y para ejemplificar- so~iales y humanas o, en el peor de los casos, su envejecimiento y
lo meJor, subraya de manera enfattca dos casos sobresalientes -que, rum a.
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4. La aproximac10n a Ia n aturaleza de esa colección einaudiana cleo fundacional de la casa Einaudi y de los comités de lectura que
que he~os realizad,o ~· ~ejor,_ Ia inspección acerca dei gênero al que vigilaban su fondo. Ahora bien, editar una investigación en una co
se adscnbe~ los mas stgmficattvos _de los sesenta y cuatro volúmenes lección como la ya citada implicaba un doble flujo. Por un lado, h'/
que precedteron . ai de El ~ueso, le}os de aclarar su edición, produce queso quedaba investido con un patrimonio inmaterial extrahist6rit ti,
asombro. Es dectr, nos ophga a plantearnos su paradoja y la extrane- el que le podían ofrecer los príncipes dei pensamiento con los qur
za que, de entrada, provoca. <Q!.té hace un libra de investigación his· compartía vecindad. Por otro, el libra de Ginzburg aportaba n h1 1 n
tórica e~ una colección como ésta? Y, más aún, (quién es ese autor, lección la cuota de trabajo histórico e italiano que tan esc.1s.1 1r p• •
Carl~ Gm~bu~g, que a la altura de 1976 tiene e1 privilegio de editar sentación tenía. Es decir, por debajo de un objeto de investi~at'i l'l 11 11 11'
en Emaudt e _mcluso en su serie de ensayismo de vanguardia? <Q!.Ié nor, aparecía implícitamente formulada una pregunta gcllt'l,d t pll
ha hecho postble, además, que un libro como éste, cuyo objeto es li· inquietaba a los contemporáneos y que justificaria la inclusu'111 de· '''I
teral_mente excêntrico, haya gozado nada menos que de quince reim- texto en dicha colección. Más aún, a mediados de los af\os 70, lu I'"
a
prestOnes en Italia y que haya sido traducido trece idiomas? gunta a propósito de las clases subalternas, la cultura popul.u n 1111 hl\11
No hay una única respuesta a todos esos interrogantes. Es decir, los sectores más marginales estaba en el centro de los Íltt(llll'ludcr; Nll
en la fortuna de publicar en esa colección y de verse beneficiado por ciales, politicas e historiográficas. El libra de Ginzburg cjc ~~tp1i fi, .11 1.1
el êxito comercial_ han interven ido distintos factores y, en todo caso, con un caso concreto el coraje y la zozobra de esas cb scs .1 l.t 111u,,
son factores sucestvos: unos explicarían la decisión de editar un Jibro de construir su propio mundo, de percibirlo y de modificnl'lu. 1\1 •1 ~Hhl
y otros, que pueden o no coincidir con los anteriores darían cuenta una pregunta que estaba en sintonía con el radicalismo polhit n drl
de sus r~impresiones. Giulio Einaudi nos propone una' descripción de momento y con el utopismo posterior ai 68. A la postre, todoN t'IHIN
Ca_rl~ Gmzburg, cuya materialización se concretaría en E! queso, que avatares se reforzaron mutuamente haciendo de este volufl1c11 1111 r lr'lll
q~tza ayude a entender los apoyos de la editorial y e! favor dei pú- pio de la renovación historiográfica que Ginzburg inCOI'put.lhll.
bhco lector, pero que, a nuestro juicio, es insuficiente para explicar El hecho de que sea una investigación tende nc i:~lmct~lc c n 1 ~tyl~ ll
ambas cosas. Hablando de! ensayo de calidad de alta cultura le con- ca y de que pueda ser tenido corno un volumen vcci110 de 1m H'•'"
fiesa el e~itor a _Cesari en 1~9 1, su mejor en~arnación (o, a{ menos, des textos contemporáneos es, en todo caso, sólo uM patf t· dt• L•
la que a e! !e vtene a las mten tes en ese momento) es Carlo Ginz- explicación de su éxito. Probablemente una razón posteriot qur 111
burg._ ~bserve ei lector que no cita a ninguno de los ensayistas de crementó sus ventas fue su identificación con la microhi$toiÍ.I . 1'.11 ,1
prestigiO de los que antes hablábamos y que fo rman parte de su ca- cuando se publicá, en 1976, esa corriente h istoriogr:Hicn 110 lt'll ht 111
tálogo. c_it~ a ~in~~urg, de ~uien anade literalmente: «sabe enrique-
o
designación ni ejemplos concretos ni acomodo editorial. A 111 hu/:11
c~r _ei análtsts htstonco con mstrumen tos derivados de múltiples dis- de los anos 70 hubo contribuciones varias a propósito dt· h1 1111111
ctplmas, para llevarlo o devolveria a la autêntica tensión cognoscitiva poración dei microanálisis a la historia, siendo un texto de Etl1h11 d''
de la que nacen los grandes interrogantes». Grendi (<<Micro-analisi e storia sociale••) el que mns cxpl k tt.lull'llt a
, Una afirmación de estas características no es sorprendente hoy en planteara la cuestión. Ahora bien, no seda hasta final cs de .ttptdlll dr
dta, pera tal vez pueda tomarse como un anacronismo si se aplica re- cada cuando empezara a hablarse de la microhistoria como t 01 111'1111
trospec_tivamente. Si se piensa en ei fondo de los <<Paperbacks» de 1976, historiográfi ca y como produ cto editorial. Fue entonces, t'll 1'11! 1,
cualq~llera. de los otros autores que lo precedieron encarnaría mejor al cuando Eiunadi creó la colección <<Microstorie» con cl propt~ ~ t h• d1
ensaytsta-ttpo dei que hablaba Einaudi. De hecho como hemos visto dar cabida a investigaciones de esta índole. La filosofla qut• Ji, 111 ~p1
Ginzburg ya había publ~ca~o algún volumen de 'êxito (I Benandanti): raba, ai decir de sus responsables, Carlo Ginzburg y Giov.1n111 l 1"\'l,
pero carecia d~l reconocumento y dei prestigio internacionales que la era la de <<un esperimento, una proposta, una verifica di m.l!ct 111lt , 11 11
nueva ?bra_le tba a dar. Por tanto, la duda permanece: qué ~ace una rimescolamento di dimensioni, di personaggi, di punti di visht•• I :11 11
?bra h1stón ca dentro de una colección ensayística en la que sus pares ello, <<Microstorie» asumía en el ámbito histórico las form.,, cld l'lllat
mt,elec~al es son grandes p7nsadores contemporáneos ya consagrados. yo que se habían hecho explícitas en los <<Paperbacks». Co11 t•llo ~~·
Mas alia de la probada cahdad de sus investigaciones, el historiador, reforzaba retrospectivamente El queso, sobre todo gracias a 1.1 • r~p11 11
q~e contaba en~on~es treinta y si~te anos, tenía facilidades para pu- sabilidad que el propio Ginzburg tendría en esa colección y .1 l.1 11
blicar e~1 esa edttonal por las afimdades familiares que él mismo ha lebridad ·ailadida que este historiador adquiriría como autor de 1111 1'11
reconoctdo y que son públicas. Los Ginzburg formaban· parte dei nú- sayo posterior, <<Spie» (<<Indícios»).

56 'i/
ción cuyos ejemplares se concibieron originariamente. con llamativas
El resultado de estas mutuas implicaciones es que ellibro de Ginz- cubiertas de color rojo, muy lejanas de la blanca austendad de los «~a­
burg se convierte en el segundo volumen por número de reimpresio- perbacks». Se destinaban a U:fl público variad?, aunque :-eso sí- m-
nes de la colección, compartiendo el êxito con Thomas S. Kuhn (La teresado por textos que los hbreros no d~~a~tan _en claslfica: y en de-
estructura de las revoluciones científicas), y sólo superados ambos por positar en el anaquel de los raros. L~ dmgt~ Ricardo ~un~n ~ uay,
A. Gurevich (Las categorías de la cultura medieval). Ese joven historia- prestigioso intelectual espan o! dei anufranqutsmo~ y~ ~egun <;1 rmsmo
dor, al que se le avecindaba junto a o tros grandes autores, no sólo declaraba en el texto que se insertaba .en su fronttsptcto, tema el pro-
cumplía las expectativas puestas en su libro sino. que rebasaba am- pósito de reunir -<<ensayos, do~ume~tos, ~e~tim onios y recrea~iones !i-
pliamente a Foucault, Lêvi-~trau~s? Popper, B<:>bb10 .o. f'-dorno. Más terarias acerca de las persecuoones tdeologtcas de todo~ los. tlempos>~.
aún, su êxito personal parectó facilitar la postenor ediCIOn en los «Pa- El objetivo era, en efecto, reconstruir <<la imborrable htstona de la h-
perbacks» de historiadores contem~~ráneos que, hasta aq~el momen- bertad de pensamiento», propósito perfectamente razonabl,e en el con-
to habían tenido escasa representac10n: Duby, Vemant, VIdal-Naquet, texto cultural y político de la Espana de entonces, despues de !a pro-
L; Goff, Febvre, etcêtera, autores que tambiêõ introducían el experi- longada censura franquista, y, en fm, acorde con las pre!erencias ~el
m ento en la enunciación de sus objetos. director de la colección y dei editor, en este caso Mano Mu_ch?,tk.
<<Microstorie» nace además con otro libro de Ginzburg: lndagini su Ahora bien, ese reclamo, lejos de invocar alguna escuela o filtac10n,
Piero (Pesquisa sobre Piero). AI margen de su contenido, cosa que ~ho­ se materiaJizaba en un fondo de gran variedad y extrafio a la C?~u­
ra mismo no nos ocupa, la edición de este volumen era extraordu~a­ nidad acadêmica: desde un Manual de inqteisidores hasta la reedtctón
riamente significativa por varias razones. Por un _lado, :r~ _la mater~a­ dei Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, ~e ~aurice
lización concreta de una forma de entender el mtcroanahsts, es decu, Joly, pasando por el célebre Regreso de la f!RSS, de Andre Gtde. Lo
Ginzburg prolongaba sus investigaciones y sus reflexiones aplicando
esa perspectiva a la histeria dei arte. De hecho, la vinculació? d e
primero que sorpren~e de es~ elen_co ?e tiO:lo,s _es, en efecto, ~u va-
riedad: obras de ficción, de mvesttgactón htstonca, de denuncia, et-
G inzburg con Einaudi no fue sólo como autor o asesor de hbros cétera. Lejos de ser un fondo inespecífico y _heterogêneo, ~sa colec-
de histeria sino también como responsable y lector de textos sobre ción está marcada por la impronta de su edttor y _de su duector, y
arte. No h~y que olvidar, además, que uno de sus datos biográficos está determinada por unos objetivos estrictos enunCiados en ese fron-
fundamentales fue la estancia en el Warburg lnstitute de Londres, al tispício. .
igual q ue habían hecho con anterioridad otros ilustres colegas italia- (Cómo pudo darse la col~boración entre M_ufioz Suay y Muchmk
nos uno de los centros más reputados de la historia de las artes. Pero, si ambos procedían de ambtentes culturales dtfc:rentes con un~s tra-
po/ otro, y quizá m ás importante p_ara lo q ue ahora. nos in~eresa, Pes- yectorias tan distantes? El primero era un vale~ ctano c~yo apelhdo el
quisa inauguraba una serie que se enquetaba con «Mtcrostone», de ~or­ lecto r común asocia inmediatamente · con el cm e espano! y con alg~­
ma que el lector acababa identificando un nuevo enfoque analítiCO nos de sus m ejores títulos, fruto de su colaboración con diversos dt-
con un autor y sus obras, hasta el punto de ser nuevamente el volu- rectores. El segundo es un fisi~o argentin~ ~?ncado ~n Esrana, pero
m en de esa colección con mayor número de reímpresiones. Así, aun- cuya dedicación más reco noctda es la ed 1~10 n, en sintoma, en este
que El queso n o podia figurar en ~sa colección, no había_ninguna d~d~ caso con la tradición familiar, con el oficio del padre. Uno y otro
de que era el precedente de la mtsma cuando no, at~nd~~nd_o a su e?'-'- nos han dado sendas versiones de su propia trayectoria, de la coinci-
to, su máxima expresión. Para aquellas fechas, la dtfuswn mternaciO- dencia de ambos y de la publicación de Elqueso. Según nos confesó
nal de Carlo Ginzburg com enzó a ser verdaderamente relevante, has- Munoz Suay, ambos se conocieron, o, ai menos, trabaron mayor re-
ta el punto de que las traducciones de El queso y de otras de sus obras lación en la Barcelona del último franquismo, en la Barcelona cultu-
se hicieron en unos pocos anos. ral y editorial, en la Barcelona de l_a ~auche divi~e, en la B:rcelona, e?
fio, que reunía a editores de presttgto ~ a. escntores espanoles, y latt-
5. En Espana, por ejemplo, la p~i~era _v:rsió~ c~stellana se e d~ta noamericanos. Este conocimiento se dto JUStamente cuando este ya
sólo cinco anos después de la edtcton ongmal ttahana y, adernas, había abandonado sus actividades cinematográficas para ocuparse de
como primer volumen de una colección -«Archivos de la H erejía»- otras tareas, en particular de aquellas relacionadas con _el mun?o ~~ ~a
de inspiración poco acadêmica, tanto por ~u dise~o como por los con- edición. Procedente de Bruguera, el intelectual valenctano comctd~na
tenidos que la integrao. (Cuáles son las mstruccwnes de lectura que con Mario Muchnik en Seix Barrai. Seria entonces cuando empezanan
propone en este caso e1 editor? Se trataba, en efecto, de una colec-
59
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a colaborar, colaboración que anos después se materializaria en la cre- sí y el autor que lo respalda le daban una componente antiacadémi·
ación de «Archivos de la Herejía» y en el encargo de dirigiria, que ca, crítica, incluso tendencialmente subversiva y retadora frente ai sa·
Munoz Suay aceptó. ber establecido. Así fue tenido en la Francia que originalmente lo cdi
Esos datos explican, desde la óptica de este último, la historia me- tó. Más aún lo fue en una Espana que vivía los convulsos anos dd
nor de la colección, la de su aparición y la de las afinidades perso- final dei franquismo. No era sencillo ni cómodo editar en 1973 y l'll
nales que están en su o"rigen, pero no bastan para aclarar su especifi- Espana a Foucault. Munoz Suay interpretaba, en la entrevis1:1 qut· Ir·
cidad y la rareza de sus contenidos. Munoz Suay era hijo de un hiciéramos poco antes de su muerte, esa vertiente inconformista t'Oillo
prestigioso radiólogo, un médico de ideas republicano·socialistas. Ade· un elemento continuo de su biografia, como el vínculo herético, 1 hut
más, había formado parte dei PCE durante treinta anos, hasta 1962, destino, opositor que aunaba sus diversas identidades: el rcpublu .uto,
y había hecho dei antifranquismo su forma más temprana de lucha e! anticlerical, el comunista, pero también el antiestalinist::t tjll l' .tlutn
política. Ahora bien, esa oposición era tambi,én oposición cultural. Se- dona las filas del PCE y que recupera el espíritu liberal, hctc:wdoxu,
gún su propia confesión, la derrota militar -del régimen republicano librepensador que él mismo evoca en la figura paterna. Si M: ohsc•1v,t
fue un hecho personal tan doloroso, tan irreparable, que marcó toda con detalle, las palabras finales que incluía en aquel frontispst: to ,on
su trayectoria pública y privada, política y cultural. La guerra civil, por literalmente·. coherentes con esta interpretación: los «Archivos de: l.t
ejemplo, iba a impedirle cursar con normalidad estudios superiores. Herejía» se proponían recuperar <<la imborrable historia de LI lilws l.ul
Por otra parte, la posguerra iba a ser el momento en e1 que a la muer- de pensamiento».
te del padre sucede la liquidación de su gran biblioteca, la gran bi- Hablar de libertad de pensamiento tiene, ai menos en Espnf111, 111111
blioteca que su progenitor había reunido hasta los anos 30. La derrota evidente connotación ilustrada; tiene, además, una marcndrt idc· ~tlllt
militar, la falta de estudios universitarios y la pérdida de esa colección cación anticlerical. Cuando en 1997 Munoz Suay rcpasabn Sll hitW•'
de libras constituyen un dato biográfico clave, un dato que se asocia fia advertía cambias profundos en su manera de pensar, obsc1V.tlw 1111.1
a la amargura y a la frustración de la Espana republicana. Así, su vida evolución notabilisima en sus conccpciones políticas, una cvol111 ' '~ "
posterior puede concebirse, y Munoz Suay no lo negó abiertamente, que le había llevado dei comunismo a un liberalismo de in~pi1.11 tt'lu
como una triple reparación, como la composición de una biografia republicana, e1 mismo liberalismo temprano que él rccordnb.t cn ' "
fracturada y vivida desde la heterodoxia. La vida política clandestina, padre. Ahora bien, más aliá de esos cambias, resistiendo c1 p.Ho dd
de oposición, se enfrenta ai hecho cierto del franquismo; el autodi- ·I tiempo, apreciaba en sí mismo un rasgo indomable, un d.llo lm>~t'·'
dactismo, que él cultivará a lo largo de los anos, será una forma de fico que no se modificaba y que también enlazaba con cs.t filt.u 11'111
suplir lo que los estudios superiores no le dieron; y, en fin, su vincu- paterna: e1 anticlericalismo. La libertad de pensamiento se .t.mc 111 111
lación editorial al mundo de los libros podría tenerse como la recre- mediatamente al pensamiento laico, a ese pensamicnto prcris.unc•ltl c·
ación imposible de la biblioteca paterna, de esa biblioteca real y fan- liberal, ilustrado, que se opone a la tiranía clerical, a su :lll'ogmu 1.1 111
.,I taseada. telectual. Aunque El queso y los gusanos no fi.1e una obr:t que l-1 nm
De hecho, aunque su apellido se asocie ai cine, él se vio siempre mo eligiera para su inclusión en los <<Archivos de la licrcjl.v•, ci,HII t
a sí mismo, y así ha sido visto por otros, como un intelectual oca- que fue una decisión personal de Mario Muchnik, (pucclc c.1hc•• ,d
sionalmente metido en la industria cinematográfica, un intelectual po- guna duda acerca de la oportunidad y de la justeza de este tltulot 111
lítico de riquísima formación hech a a partir de lecturas variadas y de frontispício librepensador de Munoz Suay parece una coudc:m.u 11111
textos heterodoxos. Pues bien, de ese autodidactismo se beneficiá el l de la ensenanza que cabe extraer del libro de Ginzburg. La lut lt.t qur
libro espano!, ai ejercer esa misma condición, la de lector voraz y ex- emprende el molinero Menocchio y los padecimientob qut· III V••
perimentado, en el mundo editorial. AI menos en Tusquets y en .I que arrostrar por ello son y forman parte de esa imborrablc: hiNIIIJ I.I
Muchnik Editores, MUJioz Suay dirigió colecciones plurales pero ca- de la libertad de pensamiento, de ese pugnaz combate que l.1 I HI I'~hl
racterizadas por incluir libros «culturales» y <<críticos••, títulos, en fin, emprendió contra las ideas, ai menos en la fase más oscura de In ( :ctn
que manifestaban su disidencia. Por ejemplo, de entre los volúmenes trarreforma. Ahora bien, si el libro de Ginzburg no fuc dccisj(>n d,•
que publicara en el fondo que dirigió en Tusquets, destaca una ver- Munoz Suay, sino de Muchnik, cabría preguntarse cuál cs cl inHH'
sión reducida de Yo, Pierre Riviere..., un célebre e inclasificable texto cliente que aprecia el editor para justificar su inclusión y, nu\s .11'111,
que reunía documentos diversos sobre un parricida francés dei si- para encabezar la colección. Dicho en otros términos, (qué .l(Hlll.t
glo XIX presentados por el filósofo Michael Foucault. El volumen en Muchnik ai tomar esa decisión?

60 61
La versión del editor no coincide totalmente con la del intelectual lémicos (<<Indícios» y Pesquisa), generadores de debate dentro y fuera
valenciano. Mario Muchnik es un reputado fisico que estudió en Co· de ltalia, sin que supiéramos verdaderamente la causa de t?les con-
lurnbia y que se exilió de su país natal, Argentina, con el adveni- troversias. Adernás, el editor incluía aquel párrafo entrecomtllado de
rniento de! peronisrno. Desde entonces ha vivido en diferentes países Menocchio como reclamo en la contracubierta y lo que parecía revelar
antes de afincarse en Espana, en 1978. En Italia, su prirner lugar de su inmediata lectura era un delirante y confuso compendio de refe·
ernigración, además de ejercer la fisica, hizo sus primeras armas en e! rencias bíblicas. Finalmente, para mayor desconcierto, a todo lo an~e­
mundo editorial en colaboración con su padre. Sin em bargo, fue du- rior se afíadía un rótulo (<<MICROHISTOKIA») que encabezaba el frontts·
rante su estancia en París cuando, entre 1967 y 1978, se dedicaria pro· picio de Munoz Suay. iQué debía ent~nder ellector por esa etiqueta?
fesionalmente a la edición, en concreto trabajando para Robert Laf- Ni Muchnik ni Munoz Suay daban ptsta alguna; tampoco el contex·
font. Mientras tanto, en 1973, llega a un amplio acuerdo con Seix to cultural e historiográfico espano! permitia aclararia.
Barral dentro dei cual se contempla, entre otras colaboraciones, la fun- (De quién fue la responsabilidad de edit~ r. !a versión cast~llana de
dación de un sello independiente, pero vinculado a esa casa, bajo el este libro? Como ya hemos avanzado, la dectston fue de Mano Much·
rótulo de Muchnik Editores. Desde entonces, la editorial y el propio nik y en dicha elección nada tuvo_ que ~er Mu_fíoz Suay._ Según nos
Mario Muchnik han experimentado coyunturas diversas. Lo caracte· confiesa el prirnero, <<supe de la eXtstencta del ltbro d~ Gmzburg por
rístico de sus iniciativas ha sido la intuición profesional, la falta de un admirable artículo aparecido en The New York Revzew of Books. La
capital y su desinterés por convertirse en empresario. Los títulos que contratación ha de haber tenido lugar en la primera mitad de 1980,
ha publicado y que ha difundido en ~u propio sello tienen un ?eno· cuando los <<Archivos de la herejía» no existían siquiera corno idea>>,
minador común, alejado de lo que luzo para Laffont o para Dtfuso· En efecto, Muchnik se refiere a la resena que hiciera John H. Elliott
r::t Internacional, una empresa fundada por Seix y su propio padre. AI y que apareció el 26 de junio de 1980, con lo cual lo prob,able es que
igual que Munoz Suay, los volúmenes que ha editado revelan un ma· esa contratación tuviera lugar meses después de lo que el recuerda.
tiz que los hace heréticos o, ai menos, que los hace representantes de Aquel artículo era un extenso y muy informativo análisis de la ver·
una cultura perseguida. Nos referimos ai judaísmo y, sobre todo, a Ia sión inglesa en el que Elliott destacaba que T7Je Clmse and the Worms
dolorosa historia que el pueblo hebreo ha viv\do. Un somero repaso era «a wonclerful book>> en el que el tema tratado era objeto de una
dei fondo editorial que Muchnik ha reunido así lo revela. «brilliant reconstitution>> y cuya escritura era «superbly readable». A su
El segundo volumen de la colección era el texto de Joly, que ya vez, Elliott le discutía las atribuciones que hacía de las ideas d_e Me·
había publicado previamente, y, dada su rareza, iba precedido de una nocchio, criticaba la presentación dicotómica de la alta y la baJa cul-
noticia preliminar, informativa aunque anônima, y de un prólogo de tura y se preguntaba acerca de la representatividad dei molinero.- El
Fernando Savater. Sorprendentemente, el primer texto, el de Carlo lector de Elliott, incluído el propio Muchnik, pudo hacerse una tdea
Ginzburg, carecía de una entrada similar, y el lector debía contentar· muy completa de los contenidos ~el texto, de sus ideas ~lave y de_ su
se con Ia escueta aunque significativa información biográfica que el inserción historiográfica. En cambto, el comprador dei hb~o pubhca·
editor proporcionaba acerca dei historiador italiano y con una con· do por Muchnik iba a carecer de noticias contextuales sufiCientes para
tracubierta que reproducía unas palabras enigmáticas y entrecomilla· hacer dei volumen una lectura guiada.
das que, después de su lectura, debernos atribuir a Menocchio. Es de- Por tanto, si el lector quería hacerse )Jna idea cabal de su objeto
cir, el editor no proporcionaba muchos detalles acerca dei objeto real debía remitirse prácticamente ai título. (Y con qué se tropezab~? De
de la investigación y dejaba en la ambigüedad la descodificación con· nuevo ese misrno título era enigmático, sin que el lector suptera a
ereta que proponía. En primer lugar, la propia editorial era un sello qué r:spondía. La evocación más directa es la de la corrupción orgá·
relativamente nuevo en el mercado espano! y, al menos hasta esa fe- nica, la de la descornposición, la de. la podredu~bre, conprmada por
cha, no había tenido un papel muy relevante. Esa falta de informa· la alusión explícita de la contracubterta. Ademas por la mdole de la
ción con la que el lector debía afrontar el volurnen obligaba a suplirla investigación, el enunciado podía :esult~r, ai 111:e?-os para un lecto~ es-
con el dictado de Ia colección. En este caso, «Archivos de la herejía» pafíol, excesívamente literario, ambtguo, mtranstttvo, de una opactdad
acentuaba Ia rareza dei texto y de los otros que le seguían, como as! connotativa intolerable. Si acudimos al subtítulo comprobamos que
se anunciaba en una de las solapas. En segundo lugar, la n ota bio· es efectivamente descriptivo, denotativo y que designa su I:ropósito:
gráfica acerca de Ginzburg subrayaba la relación de éste con la histo· el cosmos, según un molinero dei siglo XVI. Si~ embargo, leJOS _de ha·
riografía de los Armales y lo presentaba como autor de «ensayos» po· ber zanjado nuestra sorpresa por lo que parecta un malentendtdo, la

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inquietud aumenta: (un molinero, protagonista de una investigación
histórica? O, mejor: (ei cosmos, una concepción dei mundo y de su res que revelan la suerte misma del volumen y las instrucciones de
creación, según la descripción de aquél? (Pero qué interés podemos lectura que lo acompafian en los cambies de colección. Frente a lo.~
tener en saber de un tipo que, así, de entrada, parece tan irrelevante? rasgos que hemos destacado para caracterizar la edición original co
(Ü es que, acaso, es un protagonista hasta ahora ignoto de la histe- castellano, las últimas modifican en parte la presentación matcrinl, 1111
ria, un esforzado y activo' miembro de algún movimiento de masas? paratexto, por decirlo con palabras de Genette. Así, las cubiert.1s h,,,,
. Aun~ue la . fortuna de la versión espaiiola no alcanza las propor- perdi?o e! subtítulo ?es:riptivo que inc~uían ai principio. De hc1 h11,
CIOnes m las ~radas de las múltiples reimpresiones italianas, lo cierto el edttor confia la dtfustón dei libro a un título ya suficientcnH•nlr
es que, en qumce anos, la suerte seguida por aquella obra debe su- conocido y apreciado que no requiere ninguna otra aclar<~c i b n . Hn
brayarse: además de las reimpresiones, ai menos ha sido objeto de cua- cambio, la primera contracubierta, aquella que reproduda cu t·~ l al o
tro «ediciones» en diferentes colecciones y qqe corresponden a 1981, directo un pasaje atribuído a Menocchio, es sustituida en un c.tso 11111
1986, 1994 y 1996 (a las que habría que afiadir una más reciente he- una fotografía del autor sin comentaria alguno y en otro po r un l l'X
cha ~n México por otra editorial). La modestia de esos datos adquie- to mucho más explicativo, donde el editor, apoyándose en pttlabr.ts
re, sm embargo, mayor relevancia si tenemos en cuenta, por ejemplo, de Ginzburg, se extiende, ahora sí, en pormenores sobre el conteni
que la. prometedor_a colección que !e había servido de soporte ha des- do del libro, sobre e! reto documental que supone y sobre el experi·
apare71do o que, m7luso, la editorial ha experimentado importantes mento que propone. La razón de este cambio parece obvia: la enig·
camb10s en su proptedad hasta e! punto de producirse e! abandono mática instrucción que se ofrecía en la primera edición era acorde
~e! principal y primer ~esponsable, Mario Muchnik. Con e! paso dei con la índole de la colección, ocupada en rescatar testimonios literal
ttempo, pue~, la colecctón «Archivos de la herejía>> se cerró y el vo· o metafóricamente heréticos; en cambio, la conversión dei texto en
lumen de Gmzburg tuvo nuevos acomodes. Inicialmente e! texto re· un ensayo más, en un volumen normal de una colección de histeria
apareció como el sexto volumen de una serie denominada «Histeria•• o de otra transdisciplinaria, parece requerir un reclamo editorial difc·
y m ás adelante se rescató dentro de una colección titulada «Ensayo». rente. Eso mismo tiene su reflejo en las notas biográficas que han
Ahora bien, los volúmenes que las componen no son dei mismo te- acompafiado su publicación. Como veíamos, la primera referencia su·
nor que los que se incluyen en los italianos «Paperbacks»: en todas brayaba su pertenencia o proximidad a los Amzales y sobre todo su
estas colecci~nes se habla de ensayo, de ensayo de calidad y alta cul· condición de autor de ensayos polémicos. Por contra, las últimas ccli-
tura, pero mtentras que en la serie italiana se entiende por tal textos ciones revelan e! éxito que Ginzburg ha alcanzado, de modo que rc·
de crítica cultural transdisciplinaria, las espafiolas, ai menos hasta fe· saltan su conclición de profesor en Bolonia y en Los Angelcs, asl
cha reciente, mantenían e! espíritu e incluso los títulos de «Archivos como su ins~rción en la academia, su condición, pues, de invcstig,t
de la herejía». dor reconoctdo, pero afiade su cualidad principal: Ginzburg se c.1
Por otra parte, la cuarta edición que Muchnik Editores ha lanza· racterizaría por su innovación en cuanto a métodos (en concre to,
do al mercado corresponde ai número doce de una nueva colección autor de «un sutil análisis de síntomas e indícios») y temas (en parti
llamada <<Atajos». AI decir de sus responsables, <<Atajos» es casi «equi· cular, el estudio <<de ciertos fenómenos irracionales, como las h c rcjla~
parable a una colección de bolsillo tradicional» y, en este sentido, la y la brujería», pertenecientes a la «mentalidacl popular»). Es dccir, la
<<serie (...) reúne los libros que han recibido un permanente favor de! ú~tima _not~ biográ~ca ordena mejor lo que se sabe y lo que se b.t
público - y que se podrían denominar como "los clásicos de Much- dtfundtdo t~ternac10nalmente de Ginzburg. Ahora bien, en ningínt
nik Editores"-:"· El objeto de la misma es que «a través de atajos, momento 111 las contracubiertas ni las referencias a este histoiÍ.1dnr
nuevas generac10nes de lectores puedan acceder a obras clave en su indicao que este volumen pueda tomarse como el ejemplo m:h ,o
género>>. Así, Ginzburg ya no comparte vecindad con autores o con ~resaliente de la microhistoria. Este hecho es más paradójico, si c.1hr,
temas marginales o extrafios, sino con reconocidos clásicos como Voi· s1 tenemos en cuenta que la primera edición en castellano inclul.1 d
taire, Flaubert o Wilde, entre otros. Con ello parece recuperar rasgos rótulo de microhistoria, aunque, como hemos visto, lo hacía de un.1
de los que ai principio hablábamos: El queso y los gusanos seda una forma imprecisa, poco informativa, justamente en un momento cn el
obra ya clásica y valorable en tanto que narrativa, es decir, en tanto que esa etiqueta no tenía la celebridad y la difusión intern acional e~
que prueba !iteraria a la que se someten e! autor y e! objeto. que después iba a alcanzar. Precisamente en el momento en que esiO
Junto a estas particularidades editoriales hay otros indícios meno- último ocurre es cuando esa designación desaparece del volumen.

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.., 65
6. Una y otra vez, en una o en otra editorial, en una o en otra
colección, en uno u otro idioma, el hecho se repite: un éxito co-
mercial y una difusión internacional poco habituales en un texto de
histeria. A partir de ahí, hemos ofrecido una explicación que aún es
lamentablemente parcial,•una explicación insacisfactoria, literalmente
superficial. Nos hemos detenido en la frontera que son las cubiertas
de un libro, puesto que éste es un artefacto material cuya actualiza-
ción está guiada, en parte, por las instrucciones que dictan los para-
textos (solapas, portada, contraportada, pie de imprenta, etcétera). Efec-
tivamente, en parte, sólo en una pequei1a parte, un éxito editorial
puede justificarse por su promoción, por su é'olección o por aquellos
que son sus vecinos. Además, esos elementos }meden guiar o, por el
contrario, desorientar una lectura correcta que se acomode al lector 4
modelo que la obra induye, dicho en palabras de Eco. <Cuál seria el
lcctor de El queso? No está claro que los editores nos hayan ayudado Éboli
:1 resolver este enigma, porque los distintos contextos de edición ge-
ncran cierta confusión e incluso instrucciones que no son siempre co-
... lo que un historiador llama comprender. Para él,
hcrentes entre sí. De hecho, tenemos la sensación de no haber dado comprender no es clarificar, simplificar, reducir a un
una explicación suficiente. <<A fuerza de chocar con los muros de este esquema lógico perfectamente claro, trazar una pro-
laberinto -decía Carlo Ginzburg en un pasaje de EJ queso-, volve- yección elegante y abstracta. Comprender es compli-
mos ai ptmto de partida». A nosotros, aunque desde fuera, nos suce- car. Es enriquecer en profun didad. Es ensanchar por
de lo mismo: Einaudi, Muchnik, «Paperbacks» o <<Archivos de la he- todos los lados. Es vivificar.
rejía» forman las paredes de un espacio que está todavia por revelar,
son los muros de ese laberinto que está por descifrar. Q!.iizá debamos LUCIEN FEBVRE
aventuramos ya en la literalidad de lo que proponc el autor, quizá el
contenido de ese laberinto nos ofrezca una solución razonable al enig-
ma y nos permita descubrir aquello que, tan bella e hiperbólicamen- 1. La siguiente pregunta que deberíamos planteamos es acerca de
te, Einaudi llamaba los pasajes secretos dei pensamiento. Volvemos, la histeria que contiene El queso, e inmediatamente después acerca
pues, con Ginzburg, ai punto de partida. de cuál sea el discurso que adopta: es decir, cuál es el objeto de rela-
to y de qué manera se narra dicha histeria de acuerdo con una trama.
Decía Aristóteles en la Poética que la trama es la «disposición de los in-
cidentes». Pues bien, de lo que se trata es de averiguar la histeria con-
creta de la que Ginzburg se ocupa, la histeria de un molinero ai que
se le instruyeron dos procesos inquisitoriales y que finalmente fue ajus-
1
ciciado. De lo que se trata también es de descubrir cómo organiza el
autor los motivos de esa histeria hasta convertirlos en incidentes de la
trama, en motivos de un esquema que empieza y acaba de acuerdo con
un orden secuencial y cronológico natural y que, como veremos, es
continuamente intermmpido por desplazamientos actanciales, espacia-
les y temporales. Dicho en otros términos, la histeria de Menocchio
puede contarse de muchas maneras. Como aclaraba Borges, «tan com-
pleja es la realidad, tan fragmentaria y simplificada la histeria, que un
observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi

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infmito, de biografias de un hombre». Pero Ginzburg, que no es om- Po r otr.t p.trte, csos capitulillos no llevan título en cl texto, es de·
nisciente y sabe que no puede serlo ya, contá la de Menocchio de una cir, no hay cp[grafes que vayan describiendo su contenido y, por tan·
única forma, según una concreta disposición discursiva <1 partir de la or- to, no hay encabezamientos que anticipen un proceso ordenado de
ganización de las acciones y situaciones, de los personajes y de las co- lectura sobre lo que va a venir. Esa forma de presentación, ese modo
ordenadas espacio-temporales que les dan evolución y contextualización. de relatar por fragme ntos, es característica de Carla Ginzburg, de li!
El queso y los gusanos t~ene tres partes : la primera es el prefacio, en queso y de otras de sus obras . De hecho, como él mismo admite c11
donde el autor justifica su objeto de conocimiento y su inserción en un texto titulado <<Buone vecchie cose», siente verdadera pasión pw
el domínio historiográfico de la época en la que aparece; la segunda la narración discontinua. Este m odo de relatar las cosas tienc, como
es la investigación propiamente dicha o, mejor, la puesta por escrito el autor sefi.ala inmediatamente, efectos estéticos y cognitivos. Poa 1111
de sus resultados (1975); y, en fin, la tercera parte la constituyen las lado, !e permite contar la historia de forma que estimule la atwc 11'111
notas ai cuerpo dei trabajo que, en la versión italiana, suceden res- dei lector con diversos recursos que introduce en cada una clc l11s da
pectivamente al prefacio y al texto, mientras-,gue en la castellana fi- ferentes escenas que presenta o que describe. Por otro, la &agment.l
gurao todas reunidas ai final. La edición o riginal tiene además un ín- ción narrativa sería consecuencia de una derrota cognitiva, en la me
dice onomástico dei que carece la traducción espafi.ola . Con el libra, dida en que la totalidacl ya no puede ser captada, en la m edida en
según declaración dei historiad or, nos hallamos ante un texto elabo- que ya no hay observador omnisciente que sea capaz de reunir todos
rado y pensado después de una primera versión, después de <<una re- los datas y de administrad os a la manera de Dios o a la manera de
dacción provisional>•, acabada y debatida en el o toilo de 1973. La dis- los narradores dei pasado sigla.
cusión q ue antecedió a la publicación se hizo, según confiesa el autor, Así pues, a pesar de las referencias editoriales de la contracubier-
en dos centros académicos, en las universidades de Princeton y de Bo- ta, la incógnita sobre el contenido permanece y la resolució n sobre
lonia, en el seno de dos seminarios sobre <<religió n p opular». Subra- su trama q ueda en suspenso hasta el final. En ese sentido, en e! In·
yemos este hech o: en origen, El queso fue principalmente una inves- dice, cuya ubicación varia según las ediciones, cada uno de los capí·
tigación concreta sobre una práctica y una concepc ió n religiosas tulos que siguen ai prefacio tiene su propio titulo, título que, como
propias de la cultura popular, encarnadas y ejecutadas por un indivi- decimos, no se reproduce en ei texto central: sin embargo, esc estado
duo. En ese sentido, pues, nos b ailaríamos ante un texto característi- de ambigüedad o, mejor, de expectativa a partir de una información
co de lo que entonces se conocía como histeria de las mentalidades. suministrada poco a poco se mantiene. (Por qué razón? Porque In
La estructura formal de la obra o, mejor, su organización interna base, el fundamento de su escritura, es la de la máxima economia ver·
es bien sencilla: las dos primeras partes (prefacio y texto) se subdivi· bal. Los títulos son, en efecto, brevísimos, simultânea y directnment c
den en breves capítulos encabezad os por un n úmero de orden que descriptivos, tan d irecta y parcamente descriptivos que su información
define su relación con el conjunto, su lógica dependencia con respecto es literal, conceptista y, a la vez, nada conceptuosa, sin adjetivos co
ai total de la obra, y que perm ite separar clara y distintamente el asun· !cristas, sin exuberancia formal ni sintáctica.
to que se trata o q ue se relata. Esta elección formal p uede obedecer Por o tra parte, las notas documentales y bibliográficas que acom
a varias razones. A juicio de Perry Anderson, esa &ecuente división pafi.an al texto son prolijas y contienen una información convencia
dei texto en párrafos numerados tend ría una tradición bien conocida, nalmente académica. Sin embargo, también tienen su propia pcculi11·
cuyo ejemplo máximo sería Baruch Spinoza, q ue buscada dcsarrollar ridad: en todas las versiones, el texto de las partes primera y scgund.t
more geometrico un argumento lógico. Sin embargo, como Anderson carece de números valados, es decir, de llamadas ai lector que le ac
ailade, en Ginzburg ese procedimiento es menos lógico que dramáti- mitan a esa información que justifica una afirmación, q ue amplia d.t
co. Es decir, más que presentar un razonamiento, ei historiador inte· tos, que completa con referencias lo sabido o investigado por otru\,
rrumpiría una y otra vez su propio discurso para mostrar distintas es- Con ello, el texto está desprovisto de una de las principales CO IWl' ll
cenas, provocando así un efecto dramático. M ás aún, ailadiríamos ciones dei discurso de la disciplina permitienclo una lectura cxtr:~;tt ,,.
nosotros, si cada escena exige una interpretación q ue sea congruen te démica, una &uición ininterrumpida. Si las notas son una parada t)lll'
con el conjunto, la totalidad resultante acaba siendo un discurso co· advierte acerca de algo que debe saber el destinatario, lo que Ginzbuq\
herente pro bablemente inmodificable. Qúzá sea por eso, entre otras nos propone es una lectura de otra índole, una lectura que permite
razones, por lo que Ginzburg no corrija o altere en sucesivas edicio· saltarse una información para la que no hay seõales en e! propio tcx
nes la literalidad dei original. to. Si esto es así, (cómo configura esa última parte? Es decir, (cómo

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se orienta el lector acadêmico sin esas llamadas? La verdad es que
Ginzburg adepta un sistema ci~rtamente enreve_sado, trabajoso, aun- guna sobre sí mismo, sobre el itinerario de la investigación, sobre
que no falto de lógica. Contr,anamente a lo ha?Jtual, l~s llamadas n? cómo ha elaborado ellibro o sobre la implicación perso nal q ue tenía
están en el texto sino ai reves: cada nota rem1te al numero de cap1· con respecto al objeto. Sólo aii.os después, cuando el êxito de El que-
tulo y de página,' para inmediatamente despuês c<:>ncretar la referencia so sea evidente, Ginzburg aportará noticias cautelosas acerca de lo que
con la alusión expresa .ai texto, a la frase a_ partir de la cual se pr?· había de sí mismo en aquel libro. En todo caso, resulta sorprendcn·
porciona la información. Con ello, lo trabaJ~so, que lo· _es, se le deJa te que el yo de Ginzburg se cancele en el prefacio y evite cualquicr
a un lector acadêmico y esforzado; en cambiO, a otro tipo de lector referencia autobiográfica. De este modo, el lecto r de El queso desco·
se le facilita como decíamos, una fruición sin academicismos. Sin em· noce el contexto personal de esa elección y las resonancias vitales que
bargo, las Óltimas ediciones espaii.olas dei texto han vuelto todav:ía pueda tener. También es extraii.o, pero quizá eficaz, que el autor guar·
más trabajosa la consulta de las notas: sus responsables han cambta· de silencio ante la configuración formal de la obra, es decir, que no
do el formato, la paginación del volumen, p~JO sin proceder a un mi~­ dé noticia alguna acerca de cómo está hecha.
mo cambio con las llamadas de las notas. (Q!ié es lo que ha ocurn- Inmediatamente después la edición incluye una página que sirve
do? Q!Je las páginas a las que se alude en las notas y a ~as 9ue .x:e~ite de pórtico al texto. En ella, y bajo el título dei libro, se incluía una
el autor de acuerdo con la frase que provoca la referenc1a stguen sten- cita !iteraria que marcaba nuevamente los resultados de la investiga·
do las de la primera edición y, por tanto, no se corresponden con la ción y que, por tanto, daba una última orden de lectura. Tout ce qui
página actual en la que hallar aquella frase. Este hecho confirma nue· est intéressant se passe dans tombre. On ne sait rien de la véritable histoire
vamente que el lector ai que se dirige ahora mismo la obra ya no es des hommes. (De quién era ese texto? Sin aíiadir ninguna otra referen-
cl profesional de la histeria, el erudito que busc~ el dato o la refe· cia, Ginzburg lo identificaba con el nombre de Céline. Este hecho es
rencia concreta, sino otro más inespecífico, que attende sobre todo. ai doblemente sorprendente, por el autor y por la idea última que en·
texto en sí mismo y que no está particularmente interesado en la m- cierra la cita. Como se sabe, Céline, uno de los grandes novelistas
formación bibliográfica o documental que el autor aíiade. franceses de nuestro siglo, ha sido un autor vilipendiado por sus sim-
Sin embargo, el volumen se inicia con una parte acadêmica, la del patías nazis, por sus manifestaciones antisemitas, en concreto a partir
prefacio, en donde el autor da las indicaciones precisas ac~rca del ob· de 1936. Que un historiador de ascendencia judía ríndiera indirecta-
jeto y de las perspectivas analíticas que prop?ne. _Es dem, ~I lect~r mente tributo a un autor maldito como Céline no es lo que cabría es-
puede prescindir de las notas, porque el prop10 Gmzburg ast lo faci- perar. {De dónde procedía la referencia reproducida? Las dos frases se
lita, pero no puede hacer lo mismo, con lo que prec~de ai cuerpo cen- incluyen en el Viaje al fin de la noche, es decir, corresponden a un li·
tral del texto. Es cierto que los prologos, los prefactos, son esa parte bro escrito con anterioridad a las ostentosas declaraciones antisemitas
paratextual que se pone al principio, pero que se suele redactar al fi- que el novelista francés hiciera públicas en la segunda mitad de los
nal y que el lector no siempre lee o. que, en todo caso, lo hace a pos- anos 30. Con ser relevante, ese dato no deja de ser anecdótico y, en
teriori. Ahora bien, cuando el autor mcluye ese paratexto lo hace con cualquier caso, quizá convenga preguntarse sobre el sentido que ese
el propósito de dar un ordeil. de le_ctura que revele las claves de lo pórtico literario tiene.
que después sigue. Pues bien, el_ obJeto qu~da . aclarado en :se ~refa· La segunda - y lógicamente más extensa- parte del libro consti·
cio y Ginzburg lo hace en los s1gmentes termm~s. C:omo el m1smo tuye, como decíamos, la presentación de los resultados de la investi·
advierte, el propósito del volumen es hacer la h1stona de la cultura gación, desarrollada gracias a la información obten ida en las actas in-
popular o, mejor, «reconstruir un fragmento de lo que se ha dado en quisitoriales. Intentemos condensar y resumir aquello sobre lo que
llamar "cultura de las clases subalternas"••. Ginzburg como historiador escribe con el fin de revelar la pertinen-
Después del prefaCio, en donde Ginzburg ha ofrecido las instrl!c- cia dei objeto. En esta parte la obra tiene un total de sesenta y dos
ciones autoriales, aii.ade una información contextual acerca de la m- breves capítulos, constituídos como unidades de narració n o cscenas
vestigación. Es allí justamente donde da noticia de los seminarios ~n en las que hay un personaje central, Menocchio, unas vcces evocado
los que ha discutido los resultados y donde recono_ce las deudas m· por testimonios diversos, otras mostrado directamente y olrns descri-
telectuales que ha contraído en el curso de su trabaJO. Con esto aca· to en forma hipotética por quien organiza el suministro y d o rdcn
ban lo que podríamos denominar los prolegómenos, el paratexto con de la información.
el que el autor introduce la investigación, sin aii.adir información al- En el relato nos narra el acontecer y la represión de que ('ue v!c·
tima Domenico Scandella, nacido en un pueblecito Friulano cn .1 532
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cinos y conocidos con ei propósito de confirmar la denuncia presen·
y ajusticiado presumiblemente a finales de siglo, después de dos pro· tada ante ei tribunal, denuncia que, como confiesa ei historiador, es·
cesos inquisitoriales, en 1583 y en 1599, tras la preceptiva condena tuvo a punto de ser archivada ai pensarse que aquella cosmogonla
dei Santo Oficio y la orden expresa dei propio papa Clemente VIII. sólo era un <<amasijo de extravagancias impías pero inocuas», un de.li·
El relato parte de lo obvio: nos proporciona en una breve síntesis ex· rio religioso sin mayores consecuencias. Ahora bien, el proceso sigui6
tra~ronológica los dateS" biográficos esenciales y conocidos del perso- adelante y, así, las diferentes declaraciones se presentan esencialmen·
naJe para que el lector pueda hacerse desde el principio una imagen te en la forma en que apareceu en I~s actas, sin que en él se ofrc;-.·
adecuada de su figura, de su entorno y de su condición. Inmediata· can más datos acerca de los testigos, acerca de quiénes eran o haclnn.
mente después aiiade el primer hecho significativo dei que queda De este modo, la información contextual y personal proviene sólo tlt·
co1:1stancia docui?ental: la denuncia ante el Santo Oficio de que fue lo que queda reflejado en las actas. Asimismo estos primeros caprtll
obJeto Menocchw en 1583. Con gran economía verbal, con propósi· los nos muestran sintéticamente las primeras fases de la instrucC'ic'u,
to t;>uramente informativo y con un lenguàj~ sencillo y preciso, nos del proceso y, en fin, las sucesivas exposiciones de Menocchio cem•
advterte acerca de lo que se sabe de la vida corriente de Menocchio firmando, desmintiendo, corrigiendo o matizando lo que se Ic nt 1i·
de su família y de su pueblo. Por tanto, la narración comienza in me: buía o imputaba.
dias res, yartiendo de los da tos básicos, de aquellos que presentan ai En ei séptimo capítulo ei relato cambia radicalmente. Es la única
personaJe en su contexto: <<Su nombre era Domenico Scandella, y !e ocasión a lo largo dei volumen en que nos presenta, de la manera hn·
llamaban Menocchio. Nació (...)». bitual en la que lo harían los historiadores de oficio, el contexto cs·
En los capítulos siguientes, hasta el sexto inclusive, nos propor· pacio·temporal, social y político dei Friuli de aquella época. En po·
ciona las primeras informaciones extraídas de las actas de! sumario, cos párrafos describe aquella sociedad, sus relaciones con Venecia, la
para que ei lector pueda formarse una idea de la acusación seguida presencia y la centralidad de la nobleza local, las alianzas entre los
contra Menocchio por «haber pronunciado palabras "heréticas e im· distintos grupos y, en fin, la posición que en todo ese entrarnado so-
pías" sobre Cristo», haberlas argumentado y, en último lugar, haber· cial ocupa el campesinado. En los capítulos siguientes es cuando ver·
las defendido públicamente con ánimo de proselitismo. En ese caso daderamente comienza el reto que Ginzburg se propone ai abordar
nos prese~ta s_us principales afirmaciones, condensadas en un párrafo este objeto de conocimiento. Empieza una histeria de las ideas, una
confuso, mqmetante, saturado de múltiples referencias y cruces y en histeria de la reiigión y una histeria de la cultura, todo ello a través
un estilo directo, literal: de una histeria de los procesos de (una) lectura. Hasta ese momento,
los datos que va proporcionando están fehacientemente documenta·
Yo h e dicho que por lo que yo pienso y creo, todo era un caos, dos y se extraen de las actas inquisitoriales o de otras investigacio t1es.
es decir, tierra, aire y agua juntos; y aquel volumen poco a poco A partir dei capítulo octavo, el lector se enfrenta a un conjunto de
formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se for· hechos ciertos y documentados, pero cuya reiación entre sí no siem·
man gusanos, y éstos fueron los ángeles; y entre aquel número de pre es evidente, tal y como el propio Ginzburg admite.
ángeles también estaba Dios creado también él de aquella masa y Inmediatamente después de la incursión contextual volvemos a M e·
ai mismo tíempo, y fue hecho sefior con cuatro capitanes, Luzbel, nocchio para completar la descripción de su cosmogonía y para ave·
Miguel, Gabriel y RafaeL Aquel Luzbel quiso hacerse senor com· riguar cuáles son sus fuentes. Con frecuentes preguritas retó ricas, d
parándose ai rey, que era la majestad de Dios, y por su soberbia historiador va conduciéndonos y descartándolas. Así pone en reb ci6 n
Dios mandó que fuera echado dei cielo con todos sus órdenes y
hipotética a Menocchio con e1 anabaptismo y con e! luteranism o, auu·
companía; y así Dios hizo después a Adán y Eva, y ai pueblo, en
gran multitud, para llenar los sítios de los ángeles echados. Y como que ninguna de estas dos posibles soluciones !e satisfaga porque, m:i.'
dicha multitud no cumplía los mandamientos de Dios, mandó a su aliá de las afinidades, habría grandes contrastes entre la cosmogon ra
hijo, ai cual prendieron los judíos y fue crucificado (...). Yo no he dei protagonista y las fuentes y tradiciones de esas dos confesioncs.
dicho nunca que lo mataran como a una bestia. AI descartarias, nos lleva a lo que, a su juicio, puede ser la fuente mós
remota de las creencias de Menocchio: ciertas trad iciones campesinas.
Esta primera declaración condensa, en efecto, las ideas por las que <<Mejor atribuirias, provisoriamente, a un sustrato de creencias cam·
f~e encausado Menocchio y sus palabras forman parte de la exposi· pesinas -afiade-, de muchos siglos de antigüedad, pero no dei todo
ctón hecha ante ei Santo Oficio. Estos capítulos iniciales reproducen borrado. La Reforma, ai romper la costra de la unidad religiosa lo hizo
los testimonios que los inquisidores buscaron o tomaron entre sus ve·
73
72
l
aflorar indirectamente. La Contrarreforma - concluye- , en su inten·
to de recomponer la unidad, lo había sacado a la luz para, evidente- motamente nutrida a su vez por la propia tolerancia religiosa de ori-
mente, erradicaria.» La provisionalidad de la interpretación le lleva jus- gen medieval. Este ideal tiene en Menocchio otra fuente de expresión
tamente a no aceptarla como algo incontrovertible, sino que le obliga y de ensenanza: la leyenda de los tres anillos del Decamerón. Ahora
a preguntarse si las afirmaciones de Menocchio «no se insertan en una bien, no debe pensarse que la tolerancia en Menocchio sólo sea un
corriente autônoma de radicalismo campesino». Entonces esa pregun- ejemplo rezagado de un ideal medieval; es -subraya Ginzburg-
ta dieta un itinerario de investigación diferente. un ideal que converge con las teoriz.aciones contemporáneas de los
En el curso de los interrogatorios, porque Ginzburg va alternando herejes humanistas.
la presentación de las deposiciones y las interpretaciones históricas que En esc punto, el autor concluye formalmente el apartado dedica-
las justificarían, es decir, va mostrando y diciendo, Menocchio y los do a las lecturas de Menocchio y vuelve a su cosmogonía. La razón
diversos testigos que comparecieron en la causa confesarían que sus es evidente. Aquello que «al principio parecía indesci&able», ahora
ideas no procedían sólo «de mi cerebro•>, sino de sus diversas lectu- puede ser reconstruido a partir, no dei contexto soci_al y político, sino
ras. De hecho, Ginzburg nos enfrenta inmeâiatamente ai repertorio del «choque entre página impresa y cultura oral». Sm embargo, el re-
de libros que apareceo citados en el proceso, un total de once, ma- greso al motivo central dei libro y su presentación in extenso tienen
yoritariamente religiosos. Pues bien, esos ejemplares eran bastante co- ahora otros fines. En esta ocasión comprobamos que, como fruto de
rrientes y no pareceo representar la lectura de una tradición campe- los interrogatorios a los que Menocchio se ve sometido y de sus pro-
sina como Ginzburg «provisoriamente>> había supuesto. Dada esa pios titubeos para contestados, su relato se complica y apareceo dis-
contradicción entre la hipótesis y el dato concreto, el historiador ita- tintas versiones de la cosmogonía, versiones que giran en torno a la
liano confiesa hallarse en «un callejón sin salida», pues las atribucio- idea de un caos primigenio y en torno a la metáfora del queso y los
nes hipotéticas que sucesivamente ha ido incorporando y descartando gusanos. Para clarificar esas ideas y resolver sus variaciones, Ginzburg
siguen sin aclarar la naturaleza de su cosmogonía. Si los libros no la no sólo propone diferentes conjeturas (la Divina Comedia, la expe-
descifran, tal vez la solución se encuentre en conocer la pragmática riencia cotidiana, los mitos que figurao en los Vedas), sino que reter-
lectora. En esLsentido, Ginzburg comprueba que Menocchio establece na a la relación entre cultura oral y cultma escrita. Así, se pregunta
una clave de lectura entre él mismo y la página impresa, una clave por los instrumentos lingüísticos de Menocchio y su semántica, por
que remite, a juicio dei investigador, a una cultura oral en la que se el <<elemento más vistoso»: <<su densidad metafórica». En realidad la
insertaría el protagonista y que le llevaría a subrayar ciertos detalles cuestión es resolver la relación que se establece entre el caudal y
de los textos. El énfasis más evidente que Menocchio daría a esos li- la naturaleza de esas metáforas y lo que, a la postre, es una conccp-
bras seda e1 de su sentido mundano-moral, el de desarrollar ciertos ción ambígua y contradictoria: un «materialismo elemental, instinti-
preceptos religiosos originales de! mensaje evangélico: una tendencia vo>> dei que secularmente participarían los campesinos. So.n las suyas
que, ai decir de Ginzburg, estada presente en la Italia de la época y -nos dice Ginzburg- metáforas literales. Tornemos un eJemplo que
que sería anterior a los procesos inquisitoriales que sufrió el molinero. escoge el propio historiador: «empecemos por Dios». Dios es padre,
La relación activa de Menocchio con sus libros se hace evidente autoridad y senor dei que dependería esc mundo surgido del caos.
para Ginzburg en e1 volumen que, según el protagonista, más le tras- Peco el mundo creado no lo ha sido por su obra y por sus manos,
tornó: los Viajes de Sir john Mandeville. El investigador nos describe su sino por sus factores o sus «albafiiles», los ángeles, y los ángeles ha-
contenido y formula una conjetura acerca de ciertas creencias de Me- brían sido creados por la propia naturaleza. (Q!_•é es Dios entonces?
nocchio y la relación que puedan tener con los datos de! libro. Apar- Dios está demasiado lejos o demasiado cerca, en la medida en que lo
te de esta eventual relación, el historiador extrae como consecuencia es todo, con lo que sería la suya una concepción panteísta o mate-
lo siguiente: Scandella h abría encontrado en este volumen una serie rialista.
de ensefianzas que estarían implícitas en su propia cosmogonía. En Ginzburg se pregunta además por los contrastes entre lo predica-
primer lugar, la pluralidad cultural y moral de la humanidad y, en se- do a sus convecinos y lo declarado ante los inquisidores. De entrada,
gundo término, la unidad fundamental dei género humano. Ambas parece tener un contenido más heterodoxo lo primero que lo segu~­
ensefianzas permiten a Mandeville-Menocchio postular en favor de la do. (Q!..ié hipótesis aventura? Como anade el autor, <<es tentador» atn-
tolerancia como virtud racional, y esto se conectada -an ade Ginz- buir esos contrastes <<al miedo». Sin embargo, esa atribución es insa-
burg- con la corriente popular a favor de esta virtud, corriente re- tisfactoria, porque, como indica inmediatamente, Menocchio no se
caracterizó nunca por su prudencia, ni siquiera ante el tribunal: (cómo
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explicar si no que afirmara la mortalidad dei alma y que negara la di· dancia. Con esta evocación, Ginzburg parece haber llegado a un ci<:r·
vinidad de Cristo? Por tanto, nos propone una imagen de Menocchio to fin dei propio relato: dei origen dei mundo, según Menocchio, .1
en la que aparece un personaje sabedor de los contextos y de los di· la sociedad futura a la que aspira. Por eso mismo, el historiado r in
ferentes niveles culturales, un personaje que adaptaría su discurso de dica aquí ei fio de los interrogatorios de ese primer proceso, con In
acuerdo con los interlocutores. En ese sentido, e indagando más en que la sucesión narrativa se acomodaría ai orden cronológico.
la cuestión, Ginzburg aborda inmediatamente los dos asuntos básicos, Sin embargo, y como supuesto cierre de esos interrogatorios, cl 111
los dos temas más heterodoxos que Menocchio declarara ante los in· vestigador reproduce literalmente la misiva que Menocchio renli1u•a.1
quisiclores y que son justamente los que mejor mostraban su impm· a los jueces pidiendo p erdón «por sus errares pasados•>. En cl c.1pll11
dencia temeraria. lo siguiente, Ginzburg la analiza y muestra las diferencias que h.1y r u
En primer lugar, aparece la incógnita de la humanidad de Cristo tre el habla escrita y oral del acusado, apareciendo un Menocchio 1.1
y el historiador la pone en relación -«pura~ente conjetura!»- con zonador y densamente retórico, un Menocchio que admite en OII'S
cierto texto difundido de Miguel Servet. En segundo término, la pre· pero que reflexiona acerca de sus causas. Después de este an~ li ~i\, ri
gunta acerca dei alma: en ocasiones, Menocchio subraya su mortali· investigador reintroduce a los inquisidores y su sentencia, un;~ re.IJhl
dad mientras que en otras, como ahora nos recuerda Ginzburg, habla rición en estilo indirecto, y después directo, en la que se Ic ded:u a
de su vuelta a Dios, de que Ias almas volverían ai creador. Ahora bien, no sólo hereje sino heresiarca. Q!izá eso m ismo explique la inaudi1.1
Dias es material, luego habría una contradicción en dicho argumen· extensión de la sentencia, a juicio de Ginzburg. Aparte ele otras pe
to. Para aclararia, en la siguiente sesión y a preguntas del inquisidor, nitencias, se le condená a reclusión perpetua.
Menocchio distinguirá entre e! alma mortal (en realidad, siete) y dos Tras dos anos de encierro, Menocchio escribirfa una súplica, lr.uui
espíritus (uno bueno y otro maio) que volverían a Dios, así como un tada por uno de sus hijos, en la que volvía a pedir perdón y dccla·
cuerpo formado por cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego). ~De raba su arrepentimiento. Todo ello estaba expresado, en opini6 n de
dónde procede - se pregunta Ginzburg- esta «antropología tan abs· Ginzburg, con una <<humildad estereotipada>•, con unas fórmulas rei
trusa y complicada»? El historiador n os propone elos conjeturas, cada terativas de las que se habían expurgado los dialectismos de su lhlbl.1.
una de eilas apoyada en un hecho cierto, incontrovertible, hechos que En consecuencia, el historiador nos muestra la imagen de un Me·
se tornao como pruebas contextuales por parte dei investigador. nocchio sumiso o, ai m enos; dispuesto a renunciar a la arrogancia in
Las palabras sin fio que sobre este y otros asuntos pronunciara Me- telectual con la que se había expresado anteriormente. El molincm t .1
nocchio llevan a Ginzburg a subrayar sus contradicciones y a pre· pitula y la lnquisición lo excarcela. Sele concedió, en efecto, l:1 vllc•ll.l
guntarse nuevamente cuál podría ser la causa que las explique. Otra a Montereale, pero con limitaciones, entre ellas la de vestir cl l 11~ht ll1
vez, Ginzburg viene a confirmar que estas contradicciones no proce· de infamia. En el siguiente capítulo, Ginzburg se extenderá ~nb~t• 1.1
den tanto dei miedo como dei infinito placer que Menocchio expe· reintegración en su comunidad, basándose para ello en los l e~ llllll l
rimentaría por la borrachera de palabras de la que estaba embebido, nios de varios vecinos. Ahora bien, después de haber aportado 111111
por tener la posibilidacl de dirigirse a aqueilos «cultos>> inquisidores. información basada en los puntos de vista de diferentes person.IJr•.,
En ese sentido, ei historiador nos describe en e! capítulo trigésimo oc· Ginzburg cambia la perspectiva y anuncia, a la manera de un n.u 1.1
tavo un escenario hipotético acerca de lo que probablemente pudo dor omnisciente, lo que le iba a suceder a Menocchio sin que és h' Ic•
suceder y experimentar el acusado ante aquellos interlocutores. Dete· supiera. Y lo que le iba a suceder era la apertura de una nuev.1 111
nerse en esas contradicciones permite ai histo riador demorarse en lo vestigación inquisitorial, presentada aquí como un auténtico gt:>lpc• de
que era su <<contradicción real»: afirmar a la vez la vida eterna y el efecto narrativo.
materialismo. Estas cuestiones teológicas le posibilitan plantearse la Al p a.recer, todo venía de la denuncia de un violinista (Mcnoc.:d11u
ontología de un paraiso terrena! según Menocchio, un mundo nuevo tocaba la guitarra en las fiestas), según el cual ambos habít~n tccutlo
temporal. Después de otras tentativas hipotéticas, el historiador se ocu· alguna conversación cuyo contenido le había parecido herético. Si n
pa de la semántica posible de «mundo nuevo>> en el siglo XVI. Pues embargo, los testimonios que se !e oponían hablaban generalmcnl r
bien, por tal designación tenemos la denotación geográfica de Amé· con correccíón a propósito dei molinero. Por eso mismo, la m.ICJIII
rica y la conno tación doblemente metafórica de sociedad nueva. En naria inquisitorial se detuvo. Ginzburg nos habla de un conformisu1o
ese momento el investigador evoca las utopías, en especial las de ins· externo de Menocchio, en tanto que, por las mismas fechas, corwcr
piración campesina, basadas en el país de Cucaiia, el país de la abun· sacíones íntimas reveian nuevamente la rebeldía interna dei person.1

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E! historiador suspende el relato de acuerdo con la sucesión cro-
je. En efecto, según muestra la documentación, tuvo lugar un diálo- nológica a la que nos tenía habituados, es decir, renuncia momentá-
go - otro diálogo, otros testimonios- entre el molinero y un judío neamente a la progresión temporal de la narración. Así, vuelve a he-
converso, quien confesaría la enormidad de sus opiniones, opiniones chos contemporáneos, anteriores o posteriores, que ahora son tomados
inspiradas, según Menocchio, en un «libro bellísimo», libro que su in- como ejemplos análogos de la religión vivida por los campesinos de
terlocutor supuso «que era el Alcorán». La conclusión de aquella con- acuerdo con la tradición oral. A partir de ese momento y hasta el fi-
versación fue el reconocimiento por parte dei molinero del fin fatal nal, donde e! historiador recupera e! orden y la sucesión cronológica
que .le a~ardaba. ~~mediata~ente después el historiad?r p~ndrá por de Menocchio, Ginzburg se detiene en dos casos con los que el mo-
escnto la mformacwn obtemda a parttr de nuevos testtmomos dado linero y su cosmogonía tienen paralelismos y analogías. El primero de
que se iniciaba el segundo proceso al que fue sometido. De' acuer- ellos es el de un campesino de Lucca, llamado Scolio, casi contem-
do con es.tos testigos, vecinos de su pueblo y de otros próximos, poráneo suyo, que parece encarnar «aquella corriente subterránea de
se clenunctaban sus palabras y la peligrosidad'':.de sus opiniones. Así, radicalismo campesino hacia la cual también hemos hecho converger
cn 1599 fue arrestado y encarcelado. (Qlé Menocchio es el interro- a Menocchio». E! segundo, también otro molinero, es el de Pighino,
g.ldo? <.A qué personaje se atiene ellector? Siguiendo la información nativo de los Apeninos de Módena. Este último ejemplo, aõade Ginz-
y cl ordcn de la misma que figura en las actas, Ginzburg describe, en burg, es más cercano al caso que representa Menocchio, principal-
co ncreto a la edad de setenta y siete aiíos, un Menocchio anciano en mente por el oficio que ambos compartían. A su juicio, el molino era
cl que diversos signos revelan las injurias del tiempo. Pero inmedia- un lugar de encuentros, de interacción, de apertura, a la manera de
lamente, el historiador abandona el aspecto físico al que se referia «la hostería y la taberna», y ello, además, «en un mundo fundamen-
para dcscribir el aceso dialéctico ai que le someterá el inquisidor. talmente cerrado y estático». Por ser un lugar de intersección, aõade
Frente a lo que el lector ya sabe, es decir, un molinero arrogante Ginzburg, el molino es también un espacio de difusión de las ideas
y retaclor, aparece ahora un Menocchio que se declara inmediatamente y un centro de reuniones eventualmente clandestinas. Ahora bien, ese
sumiso. Sin embargo, algo hay en su declaración que le traiciona, algo dato externo, esa condición profesional, no resuelve, concluye el his-
hay en su respuesta que incautamente le inculpa y que prueba su in- toriador, «la atipicidad de la figura social de Menocchio».
sumisión .. O bien sus propias y heréticas ideas emergen o bien, en Una vez más, el investigador propone tentativas de aproximación
otras ocastones, se ve atrapado por las consecuencias imprevistas o por a esa figura relacionándola con las diversas identidades que mostraba
los efectos perversos de sus metáforas y analogías. «Ciegamente se ol- (molinero, campesino, lector, etcétera). Por eso mismo, Ginzburg vuel-
vidó de toda prudencia y cautela», dice Ginzburg, y sus referencias a ve a recuperar el asunto clave enunciado en e! prefacio - la relación
la tierra, ai agua, al aire y a! fuego hacen de él, apostilla el historia- que pueda establecerse entre cultura popular y cultura dominante- ,
dor,. «nuestro Heráclito rural». Los interrogatorios son confusos y, en un asunto general ai que se alude a partir dei «valor sintomático de
ocaswnes, el propio Menocchio toma la iniciativa y habla de aquello un caso límite como e! de Menocchio, que replantea con fuerza un
q~e- él quiere. En este caso, por ejemplo, reaparece su discurso a pro- problema de! que sólo ahora se empieza a ver la envergadura: el de
postto de la leyenda de los tres anillos, empleada aquí para fun- las raíces populares de gran parte de la alta cultura europea medieval
damentar la equivalencia de las iglesias y para contextualizar y dar y postmedieval». Por eso mismo, la figura de Menocchio queda em-
historicidad á las religiones. «Aftrmar que se es cristiano sólo por cir- parentada en el discurso de Ginzburg con las de Rabelais y Bruegel.
cunstancias, por tradición, suponía un gran distanciamiento crítico la La narración acaba con e! fin de Menocchio: su condena a muerte.
misma distancia que por los mismos aiíos impulsaba a Montai~e.» En ese fio narrativo, tres recursos subrayan la especificidad e impor-
Pero, más aliá de esta falta de cautela, Menocchio está confuso y Ginz- tancia del personaje, así como su vecindad con otros contemporáneos
burg aprovecha para reproducir un escrito amargo de aquél en el que suyos. En primer lugar, la condena expresa dei Papa probaría, según
se lamenta de su mala fortuna, consecuencia de su actitud vanidosa el historiador, el horror que inspiraban sus ideas para «el jefe supre-
y de la desgracia que por su culpa había recaído sobre su família: mo dei catolicismo». En segundo término, la muerte de Giordano Bru-
Nada de esto fue válido o suficiente, de forma que e] molinero sería no, en coincidencia temporal con la del molinero, «puede simbolizar
esta vez condenado a tortura para arran carle los nombres de sus cóm- la doble batalla, hacia arriba y hacia abajo, que libraba la jerarquía ca-
li plices. Ginzburg nos relata la escena dei suplício y se imagina los efec- tólica aquellos anos por imponer las doctrinas aprobadas en e! con-
tos que provoca en los jueces: los efectos visibles que pudieran darse cilio de Trento». En último lugar, la continuidad subterránea de la
en Menocchio quedao registrados en sus declaraciones.
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idea de inmanencia que Ginzburg ve reflejada en la cosmogonía de cida antología acerca d el concepto de ideologia, comenzaba jus1.1
Menocchio relacion aria al molinero con una larga tradición: «sabemos mente reproduciendo algún pasaje d e la obra de Bacon, en concreto
muchas cosas de Menocchio» p ero no sabemos nada «de tantos otros su párrafo 38, aquel qu e dice «los ídolos y nociones falsas, que se lwn
como él, que vivieron y murieron sin dejar huellas>> y que compar- apoderado dei entendimiento de los hombres arraigando con ruem\
tieron algunas de esas ideas. en é!, lo tienen ocupad o a punto tal que no solamente la vcrdad ''"
cuentra difícil abrirse paso, sino que, aun cuando esc paso hay.1 sttlo
2. El queso es un volum en en el q ue el objeto de análisis es un abierto y allan ado, ellos retomarán d~ con tinuo y entorpeccdn l.t tt'
individuo, o m ejor, en el q u e su autor emprende la reconstrucció n novación de las ciencias a menos que los hombres estén advetl itlm y
biográfica de un sujeto marginal a partir de una serie de datos in- se guarden de ellos según sus posibilidades>>. La advertencin de B.uott
completos, fragmentarias o m enores, datos obtenidos a través de una se hace en términos de repudio y d e expurgo invitando :1 lo,\ l111111
fuente inquisitorial. Esas informaciones le permiten ofrecernos el re- bres a liberarse de los prejuicios.
lato parcial de una vida, de su vida, y d e las id~as que defendió, porfia Cuando François Simiand se pronuncia contra e! ídolo iudividu,tl
que le enfrentó ai sentido común de la época ·y a la lglesia, a Ias res- asume la tradición científica, asume la tradición que se quierc ilun11
tricciones y represion es q ue las instituciones impon1an. Dichas ideas n ista, racion alista, cartesiana, la tradición dei p ensamien to cl.~ro y di\
surgirían de un disgusto, de un irredentism o racional y tolerante, ateo tinto, elaborado depurando errores y p ren ociones, la tradici6n qllt' llt·
y materialista, dei que sería p ortador aquel individuo; surgirían, en ga hasta Émile Durkheim. Para éste, la fuente de los extravio~ m.h
fin, de una resistencia consciente o inconsciente a la doctrina oficial, comunes es el sentido común, e1 ámbito d e las eviden cias inconlr n
a la verdad impuesta, oscurantista, contraria a la evidencia de las co- vertibles, aquel d ep ósito de representaciones precien tlficas qu e snn
sas. Esas concepciones serían ciertamente una elaboración particular, «como un velo que se interpone entre las cosas y n osotros y q 11c 11111.
una creación singular, irrepetible, de alguien que así se expresó, pero las disfrazan tanto mejor cuanto creemos que son más transp:u cnt~~ "­
serían también una reun ión d e creencias populares, tomadas en prés- Tanto es así que, como el propio Durkheim sefi ala exprcsamcnl c, lm
tamo y fertilizadas con la lectura y con la alta cultura. En principio, p rejuicios dei sentido común son los ido/a d e Bacon, conviccionc\ 1.11
no p arece que un caso com o el de M enocchio, interesante pero en vez eficaces en los usos comentes d e la vida, pero p erturbador." P·"·'
ocasiones abstruso o delirante, sea suficiente razón para explicar la for- el conocimiento. Estas ideas han tenido una gran fortuna cn la Jlt .ln·
tuna que el libro ha tenido. Ahora bien, más aliá de la literalidad de cia acad émica dei siglo XX, ai menos en aquella tradició n fi·ancesa w
sus ideas, en este esqueleto primario, en este resumen que compendia ciológica y antropológica que se consuma con cl estructumlisn• o, 1'011
la investigación, estarían concentrados, se condensarían y se cruza- los estructuralismos. A princípios de siglo, Simiand las hada SIIY·"·
rían, la mayor parte de los elementos historiográficos de una época, Muchos anos después, en época reciente, cuando Pierre Bou~tlieu y
elementos que quizá avalarían su éxito. Examinémoslos. otros colegas debían d ar comienzo a un manual de sociologl.t, .1 1111
En buena medida, la historiografia dei siglo XX, al menos la fran- manual que era nuevamente una antologia de textos, en este l•INII \11
cesa y, por extensión, la continental, se erigió contra el <<ídolo indi- bre e1 oficio de sociólogo, el autor dei que hacían partir los Jl iiii H'IIl~
vidual», por decido con palabras d e François Simiand. Definir algo principias era Durkheim y, en particular, reproducían aqucllus pn ~n
como idolátrico entrafia ya un juicio de valor -inextirpable de la ca- jes en los que se pronunciaba contra las certidumbres del sculido 111
lificación que se p ropone- y, en este caso, alude a una convicción mún, contra los ído los dei conocimiento. La clave de la crltic.1 d111l1
errónea, a un sesgo perturbado r, a una creencia extraviada. El origen heimiana era la denuncia de lo evidente, lo evidente concebido c 1111111
remoto que cabe atribuir a lo idolátrico como denuesto es obviamente la apariencia de las cosas, la superficie irrelevante y engafios.t.
religioso, bíblico, pero, para lo que aquí nos interesa, cs más reciente François Simiand publicaba en 1903 «M éthode historiquc cl s1 1r 11
y secular. Contra los extravios d ei conocimiento se pronunciá Fran- ce sociale» en la Revru de synthese historique. Muchos aiios dc~pué~. t'll
cis Bacon en su Novum Organon al denunciar los prejuicios y los pa- 1960, Annales lo reproducía «surtout à l'intention des jeun c~ 111 ~111
. ralogismos dei saber y ai calificarlos de itlola. La noción contemporá- riens, pour leur permettre de mesurer le chemin parcouru en 1111 th•ult
nea de ideología es en parte d eudora de aquel con cepto de.rogatorio siecle, et de 1)1ieux comprendre ce dialogue d e I'Histoire et dcs Sd1•11
· y lo es en la medida en que hay una acepción de lo ideológico que cies sociales, qui reste le but et la raison d'être de notre Revuc••. l.m
alude ai falso p ensamiento, al error doctrinal, a la representación equi- contextos habían variado y la impugnación de Simiand tenla cre~:l t
vocada. Cuando Kurt Lenk, por ejemplo, debía dar inicio a su cono- vamen te un público bien diverso. En el p rimer caso, «Méthodc lm

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torique» era un artículo de provocación, era un reto lanzado cc:mtra
los historiadores, en clara polémica con un célebre texto de Setgno- destacarse. El primero es el ataque antihumanista, dirigido contra Sar·
bos. Frente a las certidumbres de la historia positivista, fre nte a las tre y sobre todo contra las «Cuestiones de método» y contra su pro-
certidumbres de la escuela metódica, Simiand arremete contra aqué- longación editorial: la Crftica de la razón dialéctica. El segundo es la
llos denunciando, en el sentido de Bacon, los ido/a de la tribu de los conversión de la historia como investigación de lo inconsciente, de
historiadores. Los ídolos ..de la tribu, a juicio de Bacon, eran aquellos lo colectivo, de las persistencias y de lo que transciende la acción.
que rcsultaban de la aprehensión errónea de los sentidos, aquellos que Sartre había sido objeto de una debelación crítica por parte de H ei:
eran resultado de un entendimiento sesgado como consecuencia de la degger, quien en su Carta sobre el humanismo e inspirándose en las en-
imagen deformada que dev?lvería el es~ej_o. human_o. Cuando Simi~d senanzas n ietzscheanas denunciaba la índole metafísica que la idea de
emplea esta metáfora identtfica tres preJUlCl~S habttuales entre lo~ hts- sujeto había tenido en la modernidad. La ficción dei sujeto coheren-
toriadores. De éstos, aquel que ahora nos mteresa subrayar es JUSta- te, continuo, autopoiético, le era reprochada a Sartre, y sobre todo ai
mente el ídolo individual. , Sartre de El existencialismo es 1m humanismo. La vuelta de Sartre a estos
El ídolo individual sería el resultado de «l'habitude invétérée de argumentos se produjo a finales de los anos 50, en una época en la
concevoir l'histoire comme une histoire des individus et non comme que las ciencias humanas conspiraban contra la evidencia de aquel su-
une é tu de des faits, habitude qui entrame encare communément à or- jeto coherente y continuo, en una época en la que el psicoanálisis y
donner les recherches et les travaux autour d'un homme, et non pas la antropología mostraban los límites, la alteridad y la finítud de ese
autour d'une institution, d'un phénomene social, d'une relation à éta- sujeto. Esto provocó una fortísima andanada por P.arte de Lévi-Strauss,
blir». La histeria, pues, se hallaria en una encrucijada. A falta de abun- así como una crítica más moderada por parte de· Braudel. En ambos
dantes investigadores que se ocupen de una cosa y de la otra, ~e los casos, se hiz.o profesión de fe antihumanista, por lo q ue de metafísi-
hombres y de las instituciones, de los indivíduos y de las relactones, co tenía el humanismo, y se criticaba el postulado antropocêntrico
Simiand manifiesta la necesidad de optar por uno u otro camino y, que justamente le servía de base. En ese sentido, la denuncia que Lévi·
a la postre, de sacrific~r lo i?dividual_ el?- benefi~io de 1?. co_Iect_ivo: Strauss hiciera en el último capítulo de El pensamiento salvaje de la
«mais pourquoi ne pas mterdue, en pn_nctpe, ces etudes d tnStltu,twns concep ción de la historia de Sartre era una prolongación dei argu-
faites à l'occasion d'un homme secondatre et n e pas demander l'etude mento que ya esbozara en la Antropología estmctural. Y (cuál era este
des institutions elles-mêmes?». En síntesis, el argumento de Simiand argumento? A juicio de Lévi-Strauss, tradicionalmente historia y et-
se basa en tres supuestos: la impertinencia de la histeria individual, nologia se habrían distinguido, se habrían separado, por el relieve
la irrelevancia de una historia basada en personajes seetmdarios y, fi- dado a la acción humana. La hístoria habría sido el conocímiento de
nalmente, la improcedencia de una historia de los fenómenos colec- lo consciente, el estudio de lo q ue la voluntad humana deja como
tivos dependiente de aquéllos. huella, e1 relato de los cambias visibles, perceptibles para los con·
En 1960 cuando Annales vuelve a publicar el texto de Simiand, temporáneos y sus sucesores; la etnología, por el contrario, la etno·
el artículo ;a no tiene el mismo efecto, ya no es un manifiesto, un logía estructural, estudiaría lo inconsciente, aquello que transciende la
reto o una provocación contra la acienti~cidad de la hi_s!oria. Es_ta voluntad humana y que ni siquiera deja huella evidente, aquello que
acientificidad se habría ido superando graClas a la aportac10n annahs- persiste, aquello que opone resistencia a1 cambio. Desde esta pers-
ta. Ésta habría consistido en una aproximación entre la l~istoria y las pectiva, la acción h umana resulta irrelevante por poco explicativa y
ciencias sociales y, por tanto, entre sus respectivo_s mé~od~s, dan~o ocultada más que mostraría la estructura profunda que la gobíerna,
como resultado un análisis interdisciplinario en las mve~t1gac10nes hJs- las regias y códigos cuya ignorancia nos hace creer en la libertad. Fe-
tóricas. Habría consistido también en la superación dei ídolo indivi- lizmente, concluía Lévi-Strauss, la nueva historia annalista, y en par-
dual, hecho que probaría cuánto se había avanzado e~ medio si~l o. ticular la encarnada en la obra de Braudel, superaba esa limitación ori-
En efecto cuando en 1960 se afirma algo así, se defendta en una epo- ginal, ese vicio humanista que hada partir la explicación histórica dei
ca en el que las ciencias sociales francesas experimentaban la primera postulado antropocéntrico, fome ntando en la disciplina las investiga-
sacud ida dei estructuralismo. En 1958 se había publicado la Antropo- ciones tendencialmente estructurales.
logfa estructural, de Claude Lévi-Strauss, y el ~élebre artícu_lo de Bra~­ En este contexto, pues, reproducir el artículo de Simiand, repro-
del sobre Ia larga duración. En 1960 aparecta E/ pensamtento salva;e, ducirlo en la revista Annales y hacerlo en la sección «débats et com·
también de Lévi-Strauss. De esas intervenciones, dos hechos merecen bats>•, en la sección de las controversias disciplinarias, era todo un sín·
toma. Era un indicio dei camino ya recorrido, no dei camino que
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había que emprender. En efecto, se ponía en vecindad la crítica ai de Mauss y particularmente su Ensayo sobre los doms. (Por qué razón?
ídolo individual de la historia positivista con las prédicas antihuma- Principalmente por d os: por la noción misma de hecho social total y
nistas que menudeaban en las p ublicaciones de los anos 70. C uando, por el sentido d e obligatoriedad q ue cabe atribuir a la institución del
como buen durkheimiano, Simiand prescindía dei individuo, lo hacía regalo, hallazgos que lo emparentan incluso con Freu d y que, en de-
oponiéndolo a los hedfos sociales. Hablar de Jaits era aceptar las ca- finitiva, aproximao la etnología ai psicoanálisis. Pcro, además, esc es-
racterísticas que Durkheim atribuyera a los hechos en su obra meto- tructuralismo incipiente tien e tal ca'fácter por integrar la climensi6JI
dológica. Para éste, los hechos (sociológicos) no se imponían ai sen- comunicativa en el dato inconsciente. Finalmente, su debelación dd
tido común, no eran una evidencia por sí mismos, sino q ue exigían postulado antropocéntrico, de acuerdo con la ensefianza durkheimi.l·
un esfuerzo analítico, d e distancia y de abstracción. De este modo, na contenida en Las regias de! método sociológico, lo hace e1 precedente
sólo se concebiría como hecho aquel q ue rc;_uniera la doble condición más inmediato dei quehacer antihumanista al que concurrirían b s
constitutiva de la exterioridad y la coerció n:: es decir, aquel que re- ciencias sociales contemporáneas, quehacer expresamente enunciado
basara la esfera estrictamente individual, la subjetividad dei individuo, en 1960, en El pensamiento salvaje. AI fin y a la postre, aquellos que
aquel que pudiera enunciarse para d iferentes in divíduos; y aquel que regalan o reciben, aquellos que pareceo protagonizar el don, dcsem·
lo restringiera, lo limitara y, por tanto, aquel que fuera resistente a su penan verdaderamente u n papel irrelevante, secundaria, siendo sólo
voluntad. una p arte dependiente de un sistema total y obligatorio.
La consecuencia inmediata de este punto de partida era la desper- Avancemos un p oco en e! tiempo. En 1966 aparecen dos o bras
sonalización de los fenómenos sociales y tendencialmente la destem- históricas muy distantes entre sí. Por un lado, I benandanti, de Carlo
poralización de esos mismos h echos. Uno de los ejemplos más so- Ginzburg, y, por otro, la segunda edición dei Mediterráneo, ele Fernand
bresalie ntes que ilustrao su tes is es el dei suicídio. Durkh eim se Braudel. En su conocida Histoire du structuralisme, François D osse ha-
desinteresa por completo de las razones individuales que pueden con- bla de esc afio coÍno «l'année lumiere>•, como <<l'année structurale», c1
ducir a un sujeto a quitarse la vida, esto es, no son científicamente afio en el que ·aparece e! más sorprendente best se/ler intelectual fran-
relevantes los m otivos q ue pretexta o aduce . Por con tra, la regulari- cés {e indusq continental): Las palabras y las cosas, de Michel Foucault.
dad extraindividu al, la serialidad apreciable en las m agn itudes estad ís- Una coincid en cia semejante no es meramente casual y, en todo caso,
ticas, es p ara él revelado ra de la estructura social y, en fin, d e lo que es reveladora de las modas y los gustos que se daban en la cultura
mancomuna a un sujeto con otros de su propio contexto o época. contemporánea. Como se sabe, e! libro de Foucault empren día lo que
Este tipo de solución subvertía, pues, e! postulado antropocéntrico de él mismo llamaba una arqueología de las ciencias humanas, un estu-
las ciencias sociales y h umanas. En efecto, a partir d e este criterio po- dio histórico en el que se probaba la racionalización y la exclusión
drían estudiarse los h echos sin tener que remitidos a su fundamento de objetos realizados en el seno de determinadas disciplinas. En par-
individual, y entre ellos el más relevante sería el encarnado por las ticular, aquello que se m ostraba, con series temporales diversas, era e!
institucio nes. En este sentido, las instituciones no serían la simple reu- precedente descartado, n egado, q ue estaba en la base de una depura·
nió n o agregación de los indivíduos que las constituyen, sino que ten- ción disciplinaria. A la manera de Nietzsche, se trataba de negar co-
drían una entidad ontológica superior o trascendente a sus miembros. heren cia y continuiclad a unos saberes concebidos a partir ele una ra-
Además, esas institucio n es ejercerían u n control sobre aquéllos, regu- zón ulterior, unos saberes concebidos como constitutivos del sujeto.
lando sus acciones y codificando sus actos. Es célebre la aseveración final del volumen, una aseveración p ronun·
M ás aliá de Durkheim , más aliá de su ejemp lo y de sus ideas, h ay ciada contra la ingenuidad epistemológica dei con ocimiento contem·
un efecto durkheimiano en las ciencias sociales francesas, un efecto poráneo, contra la supuesta evidencia dei hombre. Para Foucault, esa
que uniría a aquél con Lévi-Strauss, a pesar de las protestas antidur- evidencia, esa incontrovertible evidencia, no era m ás que un a priori
keimianas que este último pronunciara para marcar una distancia. Ese mistificador y e! requisito constitu tivo de las ciencias que de él depen-
efecto se halla evidentemente en la figura y en la obra d e Mareei dían. El ho mbre, concluía.• sólo es una invención reciente y, por eso
Mauss, un autor reverenciado por el etnólogo y a su vez colaborador mismo, p uede estar próxima su desaparición. Nuevamente, y por otras
y continuador d ei sociólogo. De hecho, y como es suficientemente vias, reaparecia la crítica heicleggeriana al sujeto y, po r extensión, la
conocido, la primera exposición sistem ática dei método estructural la critica nietzscheana posmetaflsica. Nuevamente, y por otras vías, rea-
h ace Lévi-Strauss en la introducción que escribiera para la antología parecia el antihumanismo estructuralista y antisartreano.
de Mauss publicada en 1950. Allí, C laude Lévi-Strauss celebra la obra Dosse subraya esta oleada estructuralista e incluye la reedición d e

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concluye de forma rotunda: <<... cuando pienso en el hombre indivi·
la tesis de Braudel sobre el Mediterráneo, recordando además el apre- dual, siempre tiendo a imaginármelo prisionero de un destino sobre
cio de este historiador por la larga duración (definida por é! mismo el que apenas puede ejercer algún influjo, encerrado en un paisaje que
en 1958 en polémica con Sartre), por las permanencias, por las resis- se extiende ante y detrás de él en esas perspectivas infinitas que he-
tencias, por el lenguaje sedicentemente estructural y, en fin, por esa mos llamado de la larga duración».
histeria casi inmóvil de la que él se encargó. En efecto, el historiador Si se pronuncia así, si descree de Ja libertad como problema pro·
más representativo de aquella generación de los Annales cierra la ci- piamente histórico, es por una inclinación personal. <<Yo -dice- soy
tada obra con un texto redactado expresamente para esa segunda edi- estmcturalisttl por temperamento». Sin embargo, ahora, cuando e1 lec-
ción. En esa conclusión confies a, en primer lugar, haberse ocupado tor cree haber descubierto la razón de ese lenguaje, cuando el histo-
especialmente de «las regularidades de la histeria» que ha tomado por riador parece haberse pronunciado abiertamente, es descartada una ela·
objeto, regularidades que, para él, son la otra forma de denominar las ve de lectura convencionalmente estructuralista. <<Pero el estmcturalismo
«localizaciones, permanencias, inmovilidades, ''te peticiones». Páginas de un historiador -concluye- no tiene nada que ver con la pro·
dcspués, y tras haber subrayado las graves cuestiones de estructura a blemática que preocupa, bajo el m ismo nombre, a las otras ciencias
las que ha hecho frente, afiade: <<comparado con estes problemas, el del hombre», problemática que se manifestada en <<la abstracción ma-
papel de los acontecimientos y de los individuas palidece», categorías temática de relaciones que se expresan en funciones». Esa abstracción
históricas por las que, desde antiguo, no siente aprecio alguno y vo· en modelos, de los que habría ejemplo en la obra de Lévi-Strauss, y
cablos, en fin, definidos a la manera crítica de Simiand, como admi- de la que ahora se distancia Braudel, no era cnjuiciada igual unos anos
te expresamente. antes: en <<La larga duración» mostraba su simpatía por todo esfuer·
A partir de ese pronunciamiento, el historiador francés se ve obli- zo de modelización que se encaminara a pensar lo irrepetible en tér-
gado a enfrentarse a un problema fastidioso, el problema de! indivi- minos de regularidad, e incluso celebraba la matematización de regias
duo cn la histeria. Dos actitudes adapta para tratar de salir airoso. Por y de relaciones que emprendía el etnólogo. Más aún, lejos de censu·
un lado, recurre, como es costumbre en su discurso, a plantear la cues- rar la elaboración de modelos en Marx o, mejor, lejos ele conde·
tión y su resolución en términos de metáfora, que es la manera más nar su uso, Braudel subrayaba el genio de Marx, su capacidad para
económica, menos costosa, de arriesgar una explicación. Es reiterativa, construidos, aunque hubiera que remitirlos ai tiempo histórico, res-
por ejemplo, la imagen de! acontecimiento como efímero polvo, como tándoles así todo el automatismo que sus usuarios les habrían su-
islote en media de! océano, como resto flotante o como espuma u puesto.
oleaje. No menos Uamativo es el recurso musical ai que alude para Este punto es justamente el más polémico de la intervención brau-
describir la acción humana. «Dicho con otras palabras -aiiade-: la deliana, tanto en la segunda edición de su tesis como en el artículo
histeria es el pentagrama en el que se inscriben estas notas indivi· de 1958: es éste el punto de diatriba con Lévi-Strauss. Si la histeria
duales.>> Por otro, y sabedor de que la metáfora no liquida el proble- devenía también disciplina de lo inconsciente, como subrayaba el et·
ma, sabedor de que ese lenguaje connotativo e impreciso no es exac- nólogo, la diacronía constituía una perspectiva irrelevante para una
tamente una explicación, se desentiende de la cuestión al considerado ciencia de lo inconsciente. Así se había pronunciado, por ejemplo, cn
como un asunto impropiamente histórico: <<debo confesar que, no sien- El pensamiento salvaje y lo que era una censura a la perspectiva sartrea·
do filósofo, me resisto a discutir sobre esas cuestiones concernientes na parecía acabar en una derogación de la histeria y de la perspecti-
a la importancia de los acontecimientos y la libertad de! hombre». In- va diacrónica. Es por eso por lo que Braudel se pronuncia contra el
satisfecho todavía con ese descarte, trata de enunciar el problema por range exclusivo dei enfoque síncrónico que tan acremente predica
la vía empírica. No habría así libertad sin condiciones, sino que lo el Lévi-Strauss de 1960. Frente a la deshistorización que implica la
que el historiador constata es <<la estrechez de los límites de la acción», abstracción matemática, y que Braudel ve como riesgo y como meta
constatación que no equivaldría a <<negar el papel de! individuo en la imposible de compartir con los estructuralistas, el historiador francés
histeria». De hecho, ese papel entrafia una elección, una elección res- parece regresar a un objeto extrafio para estes últimos: <<las auténticas
tringida, por ejemplo, a «dos o tres posibilidades», posibilidades que fuentes de la vida en lo que ella tiene de más concreto, cotidiano, in-
están condenadas de antemano ai fracaso si se emprenden <<a contra- destructible, y de más anónimamente humano». Una afrrmación así,
corriente de la dirección que en un momento dado Ueva la histeria». una aseveración de estas características, es ciertamente ambígua y el
AI final, y después de lo que son evidentes tanteos, después de lo que lector no sabe a qué alude. (Cuál es ese objeto definido así? Si las re·
son enunciados ambíguos referidos a la libertad y ai determinismo,
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!aciones sometidas a la matematización, a la que de m anera implíci·
ta se presenta como estéril abstracción, nos alejan de la vida, (cuál es Annales. Más aún, Raffaele Romanelli, miembro dei consejo de re·
ese objeto otra vez designado a partir d e una metáfora en este caso dacción de la revista italiana y uno de sus integrantes más antiguos,
positiva que se refiere a la irrigación, ai cultivo y, finalmente, a esa nos relataba ese clima hostil en unos términos muy duros; nos des-
misma vida? cribía, en efecto, e! ambiente en e! que nació aquella empresa y sn·
'1 La vida es irrepetible. y sobre todo se caracteriza por su singulari· bre todo nos confesaba el rechazo que el ejemplo francés aún pm·
, / dad y su excepción: todas las vidas son singulares en el sentido de ser vocaba en ciertos ámbitos acadêmicos, «con aquellos catedráticos dt·
t_,\ únicas y son excepcionales en el sentido de ser ajenas a la regia, de histeria -aiíade con escândalo refiriéndose a la Universidad de Ron1.1
} no poderse definir a partir de la regia. De lo singular y de lo excep· que todavía se permitían mofarse de los Annales, cuarenta anos d t'N
· cional se ocuparía, decía Braudel en una página anterior y en la tra· pués de su fundación».
ducción castellana, <<la microhistoria>>. Pero esas condiciones serían
p ropias de los acontecimientos, esto es, prbpias de! ramo más des- Permítanme que les relate una anécdota -prosigue . Rcturltln
preciado de lo histórico, e! domínio en el qüe se ejercería la acción que, cuando yo era un joven profesor ayudante en 1.1 UIIIVC:t,td.ul
de los indivíduos: justamente por eso mismo, la ocupación «m icro· de Roma, me d irigí ai director de mi departamento p.tr.l ~ol it tt .u l r
histórica>> no cobraría una dimensión ciertamente relevante. Braudel que nuestra biblioteca se suscribiese a Annaüs. Éstc, que et.t 1111 h i~
no cambió e! rumbo de sus investigaciones: en el Mediterráneo y des· toriador bastante conocido, denegó tal petición argumcnt.tndo qtll'
pués, seguiria pronunciándose en términos ambíguos acerca d e la li- dicha publicación no era una revista de historia, sino d e gct11\t.tll.t,
bertad y dei individuo, mostrando la incom odidad que estas concep· de economia, etc. Esto succdía en 1966. Más tarde sobrcvino cl llll.
tos le provocaban. Y, cuatro aiios d esp ués, en 1972, salía a la luz el primcr vohHIIcll
de la Storia d'ltalia, de Einaudi, que llevaba por título · f c:trnltcri
o riginali» y que contenía trabajos d e geógrafos, de estudiosos dcl
3. Recordemos nuevamente que en e! mismo afio en que se pu· suelo, de urbanistas, de historiadores económicos, de juristas, etc.
blicaba la segunda edición dei Meditemí.neo, aparecía I benandanti. iEs La obra registró un gran éxito comercial. De este modo, una his·
relevante esta coincidencia? Como se ha constatado una y o tra vez, toriografia •estructural» que rompía con la tradición •événementie·
la influencia de los Annales es general en e! continente y, en particu· lle» de la historia, tan marcadamente ideológica, alcanzaba la ah:t
lar, es muy marcada en Italia. Un ejemplo que puede tomarse justa· divulgación.
mente como indicio de ese influjo es el caso de la revista histórica
italiana más renovadora de las últimas décadas. Quademi Storici apa· Carlo Ginzburg no fue ajeno a estas hechos y a esta influencia.
recía en 1966 como una publicación regional y comenzaba su anda- Aun cuando se incorporara tardíamente ai comité d e redacció n d e lnN
dura incluyendo la traducción de «La larga duración>•, d e Braudel. Más Qjladerni (1978), lo cierto es q ue su propia obra y su papel clen lr~ de
aún, por su importancia, por su orientación y por su inicial fidelidad Einaudi estuvieron en sintonía con esa renovación. De entre l::ts dtvct
a la revista francesa, esa publicación ha sido concebida como los An- sas pruebas que cabe mencionar está el aprecio antiguo que sinticnt
nales italianos. Con ello se alude principalmente a la tarea de pro· por Marc Bloch y que él mismo ha admitido cuando recon~truyc. su
moción de una historiografía abierta al debate histórico y a las cien· itinerario intelectual. De eso, en efecto, hay además tres tcs ttm o 11w~.
cias sociales. En efecto, como puede leerse en el an uncio de la uno de 1965 y otros dos fechados én 1973. El primero de cllos ,., d
publicación, aparecido en diciembre de 1965 y reproducido por Al· largo artículo que Ginzburg publicara en Studi Medievali a prop6:.ttn
berto Caracciolo, su director-fundador, «il contatto stretto, l'incontro d e la edición de los Me1anges Historiques de Bloch. El segundo, y .t\111
continuo con altre discipline -siano economia o diritto, sociologia más importan te, es e! reconocimiento intelectual que le m os.t~.t r.t rx
o antropologia, demografia o geografia o altro ancora- sono dichia- plícitamente, en concreto a favor de una obra que Juzga «dectstv.t• t' ll
ratamente perseguiti». Y, en ese sentido, esos primeros Quaderni se su formac ión, Los reyes taumaturgos, cuyo prólogo él redactara p:u.t l.t
veían como una publicación que difundía y ensanchaba la renovación versión italiana. El tercero lo hallamos en la traducción que hicict.t
annalista para fertilizar una historia local que cambiaba. Así se ex- de otra de las obras·clave de Bloch, Los caracteres originales de lll IJi.rtn
presaba, por ejemplo, el propio Caraccio lo, para q uien aceptar el de- ria ruralfrancesa. Este titulo, como nos recordaba Raffae le Romancll i,
safio de la interdisciplinariedad parecía entonces un reto directamen· sería parafraseado en el primer volumen de la Storia d'ltalia (1970),
te planteado a la histeria acadêmica, hecho gracias ai amparo de los volumen que contaba, además, con un largo texto de Braudel que fi
guraba como pórtico.
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es ambivalente. Por un lado, descree de uno de los grandes avances


Antes de que e1 propio Ginzburg contribuyera a difundir a Bloch de la historiografia annalista, la que se asocia inmediatamente con la
en Italia, con su prólogo y su traducción, la presencia de! historiador historia de las mentalidades. Por otro, parece excusarse por la obser-
francês ya era evidendente en I benandanti. En dicha obra, ocupada vación de lo individual, por el estudio del comportamien to privado c
de analizar, segím reza el subtítulo, la «S tregoneria e culti agrari tra inconsciente, alertando ai lector de los p roblemas en los que puede
Cinquccento e Seicento>>, 'Se citaba a Bloch, en concreto el volumen incurrir ese tipo de investigación.
de los reyes taumaturgos, pero no a Febvre o a Braudel. Aquella in- Cuando, en 1972, afiade el «post-scriptum» se sentirá incômodo
vestigación temprana había sido o bjeto de una lectura por parte de con sus propias palabras, hasta el punto' de que aquello que más des-
Delio Cantimori y ese dato es suficientemente revelador por la hue- contento le deja no son las insuficiencias de la investigación, de su
lla annalista que este lector aventajado imprime en aquella obra. A Can- primera gran investigación, sino <<il primo paragrafo della prefazione».
timori, Ginzburg lo ha reconocido como uno de sus maestros, y en Es decir, estima ingenua la contraposición que estableda entre men-
efecto así puede comprobarse en. sus primeras\ :>bras, particularmente talidad colectiva y c.omportamientos individuales y admite que «a suo
en I benandanti, ll nicodemismo e I costituti di Pietro Manelfi. Además, los modo>> I benandanti era también un estudio sobre la mentalidad co-
hi~to~iógrafos han sefialado que Cantimori fue uno de los pocos y lectiva, esto es, sobre formas de concebir y de desc.ribir el mundo que
~rtnCipales receptores de Annales en la Italia de los anos 50, en par- compartían indivíduos diferentes. Si eso es así, (por qué rechazaba el
ticular de los Annales representados po r Febvre. Con éste justamente uso de ese término? Más aún, (por qué lo rechazaba si era evidente
compartía el interés por el tema de la herejía en el siglo XVI. D e he- para él mismo la deuda contraída con Febvre y con la corriente que
cho, en última instancia, en e1 <<post-scriptum>> de 1972 que incorpo- éste auspició e inaugurá? La solució n que él mismo se daba en 1972
rara a I bmandanti, Ginzburg acabará reconociendo la deuda contraí- no va a ser muy diferente de la que después defenderá en E! queso: a
da con Febvre, pero sólo circunscrita a «il filone di ricerche da lui fu erza de insistir en lo común y en lo homogêneo, tomamos lo uno
auspicato, e per certi versi inaugurato». (Cuál era esa corriente desa- y lo otro como el punto de partida, como la evidencia extraindividual
rrollada bajo el amparo dei historiador francés? Como resulta evidente, incontrovertible, y corremos, ahora sí, el riesgo de olvidar las diver-
Gin zburg se refiere a la histeria de las mentalidades, un domínio his· gencias y los contrastes que se dan entre las mentalidades de los di-
toriográfico en el que Febvre destaca como uno de sus impulsores. ferentes grupos sociales. La referencia ai pintoresquismo, que seria el
~:~ra b~e?, la cita. revela no sólo una deuda, sino también una po· peligro denunciado o conjurado temerosamente, es liquidada. M ás
stcto n cnttca que t1ene que ver con lo colectivo y lo individual, o aJ aím, hay en ese «post-scriptum» un m ayor atrevimiento y, además, un
menos con lo que los historiadores dei momento enténdían por tal. anuncio que presagia el estudio sobre Menocchio, un anuncio en el
En ese nuevo «post-scriptum», aquello que subrayaba Ginzburg era el que promete volver para ocuparse de diversos aspectos de la cultura
concepto de individualidad y las afirmaciones que él mismo había he- popular y para afrontar esas m ismas cuestiones que ahora se planteaba.
cho a este propósito en I benandanti o, mejor, en el prefacio original, En efecto, uno de los objetos de discusión que aparece explícita-
afirmaciones que ahora le disgustaban especialmente. mente en el prefacio de El queso es la crítica a la histoire des mentalités.
En aquel p refacio, Ginzburg evitaba servirse de conceptos tales Ginzburg tuvo una relación evidente con esta corriente, pero, a la vez,
co~~ I?entalidad colectiva o psicologia colectiva. ( Por qué razón? A se distancia inmediatamente tomando de nuevo el mejor adversario
su JUIC!O, esas voces eran vagas y genéricas, insuficientemente expli- posible, Lucicn Febvre. mo qué consistían los cargos que ahora !e
cativas, y eso mismo - anadimos nosotros- le hacía distanciarse de imputaba? Ginzburg se extiende en algunos de los argumentos ya tra-
la historia de las mentalidades. Era éste un juicio que reiteraba los ar- tados en I benandanti o en Studi M edievali y en particular le incomo-
gumentos ya expuestos en 1965 en Studi Medievali. Marcar esa dis- dao dos de los rasgos que caracterizarían la noción de mentalidad.
tancia, apostillaba, no se hacía sin riesgo, el riesgo de demorarse en Por un lado, m entalidad siempre alude ai componente colectivo
lo individual, el riesgo de detenerse en los comportamientos indivi- de una sociedad o de una época, es decir, a Io que aúna a un indi-
duales, o, más atm, e1 peligro de «cadere in un eccesso di pittoresco». viduo con su tiempo y con sus contemporáneos. Ese rasgo le otorga
El pintoresquismo era el peligro de lo individual, cs decir, era la rare- una connotación interclasista imprecisa que desvirtúa los atributos di-
za o la cxtravagancia dificilmente asimilables a los comportamientos ferenciales ai poner el acento en lo genérico y en lo universal. Fren·
colectivos y, por t:1nto, el objeto llamativo, expresivci, local e irreduc- te a ello, prefiere utilizar el concepto de cultura popular porque le
tible, el tema irrelevante de escasos peso y hondura en la investiga- permite establecer m ejor los límites sociales en los que insertar el caso
ción. Como se pucde o bservar, la posició n que manifiesta Ginzburg
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o bjeto de estudio. Aunque Ginzburg no lo seiiala, hay que in dicar mentos que van más aliá ele la lógica y que, por tanto, no son fruto
que el concepto de mentalidad, dei que pronto se desprendió la psi· o consccuencia ele la intervención racional y consciente de! individuo.
cología, ha tenido un uso problemático. Su elaboración cabe dataria Cada época dejaría en cada uno de sus miembros un legado de cos·
a princípios de nuestro siglo y tuvo un origen francés. Bajo influencia tumbres y tradiciones ai que estarían sujetos, dcl que no podrían ele~·
de Durkheim, responsable de nocio nes como las de conciencia colec· prenderse y q ue sería lo que les caracterizaría intimamente. Son éso~
tiva, representaciones coleçtivas, etcétera, una generación de sociólo· «elementos inertes, oscuros, inconscientes de una determinada visión
gos franceses propuso otros conceptos próximos, claramente deudores dei mundo». Este aspecto extraintencional, que es evidente que se d ••
de las anteriores: entre ellos, el de m entalidad fue el más difundido. en la vida psíquica de los indivíduos y en· la vida colectiva de UJ I.J 'o
Lévy·Bruhl y Halbawchs emplearon este término para designar la for· ciedad, le resulta igualmente inaceptable si se convierte en el dato cc•n
ma peculiar de pensar de los prim itivos o las concepciones dei mun· trai de la mentalidad. N o es que Ginzburg niegue la existencia de l.""
do que afectan a una colectividad. Es decir, éstos y otros autores pu· elementos, sino que el énfasis dado a los mismos, tal y como l ut~ ·c· n
sieron el acento en el aspecto colectivo, en la -huella que la sociedad los historiadores de las mentalidades, desvirtuaria la intervcnción .te
deja en los indivíduos que la componen. Aunque sus ideas no son tiva, racional y consciente que Menocchio parece tener en h cl.1ho
siempre coincidentes con las de Durkheim, es a este pensador a quien ración de su cosmogonía.
debemos la caracterización de los hechos sociales a partir de Ia coer· Sin em bargo, en cierto modo, la posición de Ginzburg sobre la
ción q ue Ia sociedad ejerce sobre los individuas y a partir de la exte· histeria de las mentalidades no eleja de ser ambivalente y la mejor
rioridad de sus actos. La sociedad no depende ni de Ia voluntad ni prueba que tenemos de ello es el prólogo que escribiera para la cdi·
de la subjetividad de sus miembros y, además, ejerce sobre ·ellos un ción italiana de Los reyes taumaturgos, de Marc Bloch. En ese texto,
freno y un control dei que no pueden desprenderse sin penalización. como en algún otro anterior, profesa toda su admiración por cl his-
Lucien Febvre y otros historiadores de los Annales incorporaron toriador francês, reconociéndole como un referente básico de la rc·
esta noción y sobre todo la componente colectiva que la caracteriza. novación historiográfica contemporánea. A su juicio, Bloch reúne la
Con ello pretendían resolver la tensión entre lo individual y lo co· m ejor lección erudita que recibiera de Seigno bos y el m ejor ejemplo
lectivo que afecta a la biografia y a la historia. El descubrimiento de de cientificidad heredado de Durkheim. En particular, un aspecto que
las constricciones que limitan hasta el extremo el supuesto de la li· subraya en esta obra es la expresión clave de «representaciones colccti·
bertad de elección se tomaron en la tradición de los A nnales como vas». En efecto, Bloch se ocuparia de estudiar la creencia en el poder
un avance cognoscitivo, como un avance que venía a superar la in· taumatúrgico de los reyes franceses e ingleses así como su permancn-
genuidad antropocéntrica que ya denunciaran Durkheim o su discí· cia y sus consecuencias. Ginzburg reconoce la estirpe durld1eimiana
pulo Simiand. Esta es la razón por la que Carlo Ginzburg se opone de aquel concepto y valora positivamente su empleo, en tanto que
fron talmente a este concepto y al modelo analítico del que depende. permite a Bloch describir unas emociones colectivas y unas creen c i.1~
Si Febvre pretendia explicar e! siglo XVI a partir de Rabelais, Ginzburg irracionales q ue, inmunes a la prueba, habrían perdurado. El Bloch
no tiene por propósito iluminar esa ép oca a partir de Menocchio. Lo que habla de representaciones colectivas sería el universitario de Es
q ue le reprocha es, pues, convertirlo en epítome de su sociedad como trasburgo que compartiria con Febvre, Blondel y Halbwachs la in
si aquél condensara los rasgos generales de una época, de un contex· quietud m etodológica que les despertara Durkheim. (Por q ué es am-
to próximo, por encima de las diferencias de clase o de las divergen· bivalente lo que Ginzburg nos dice aquí? En principio, lo que nos
cias infinitas que se dan entre indivíduos irrepetibles. En ese sentido, llama la atención en esta obra de Bloch es que no hay alusión cxpll
lo que Ginzburg se propone no es tanto fundamen tar por qué esos cita a Durkheim, cosa que no ocurre en su lntroducción a la IJistmia,
indivíduos son irrepetibles cuanto ponerlos en relación con contextos donde habla con gran ad miración dei sociólogo, pero para seiial:u que
que los trascienden y que no son evidentes. Por eso, la propuesta de su posición científica -basada en la idea de ley y de repetición- C\
Febvre le parece equivocada para enfrentarse a la tarea de desentraiiar taría ya entonces superada. Algo similar había destacado el propin
las confesiones dei célebre molinero friulano. Ginzburg en su reseiia de 1965. Sin embargo, que no lo cite no sig
Por otro lado, el segundo rasgo central que Ginzburg deplora en nifica que no lo utilice. El uso que le da es variado.
el empleo de la voz mentalidad es el de la irradonalidad. En efecto, El primero, y más evidente, es el estudio de una institución, cslo
a juicio de este autor, la mentalidad alude a «las supervivencias, los es, la conversión de un hecho social en institución, concebida en eslc
arcaísmos, la afectividad, lo irracional», esto es, al conjunto de ele· caso como un dato extraindividual y coercitivo. Además, nos habla,

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en efecto, de representaciones colectivas, vocablo 9~1e proced_e direc·
tamente de Durkheim, aunque. en Bloch esta expres10n·clave v1ene co· Durkheim no le interesaría y ai que Bloch, como historiador, no re·
múnmente asociada a la de conciencia colectiva, y este término es ver· nuncia: la vuelta ai contexto de lo particular, ese contexto que per·
daderamente incômodo para Ginzburg. Mientras representación alude mite ver las causas o las razones de surgimiento dei caso. Es como si
en Durkheim a una cristalizacíón parcial, en diferentes grupos sacia· ai Durkheim de! suicídio se le pidiera un regreso al contexto de los
les, de creencias y de COIJCepciones, conciencia, por el contrario, des· suicidas para entender las razones personales de las que el sociólogo
cribe genéricamente el conjunto de sen timientos y de certidumbres hizo abstracción. <Es eso m ismo lo q~e hace Ginzburg? (De qué
comunes ai término medio de una sociedad dada. M ientras el prime- modo concibe el contexto?
ro permite discriminar, el segundo, por contra, convierte en homogé-
neos los resultados de esa cristalización. Como indica Steven Lukes, 4. En principio, la ingenuidad que el historiador italiano lamen-
el propio Durld1eim prefirió finalmente acogerse ai término de repre· taba en su primer planteamiento metodológico parece haber sido su·
sentaciones colectivas en vez de aludir a ese magma impreciso que perada cuando afronta el caso de Menocchio. La primera_ versi? n de
sería la conciencia media de una sociedad dada~ Pera el sociólogo fran· El queso data, como sabemos, dei otoiio de 1973, es ?ecir,. es. mme·
cés tenía otra razón para hacerlo: la conciencia colectiva sería carac· diatamente posterior al «post·scriptum» de I benandanll y comc1de en
tcrística y dominante en las sociedades de solidaridad mecánica, mien- ei tiempo con su introducción a Los reyes taumaturgos. Con toda pro·
tras que su incidencia decrecería con la evolución histórica. Si Bloch babilidad esos textos se beneficiao dei ambiente político, cultural e
hubiera hablado de la sociedad contemporânea, la noción de concien- historio~áfico posterior ai 68. En este contexto, el replanteamiento
cia colectiva le habría sido poco operativa. Sin embargo, ai centrarse dei humanismo y la prcgunta acerca dei sujeto y de los límites de la
en los tiempos medievales, en la época de sociabilidad preliminar, acción, así como sobre las implicaciones mo rales de nuestras decisio·
como diría Comte, ei concepto no p uede ser abandonado inmediata· nes, están e n el centro de! debate. Por otro lado, la Europa de aque·
mente, y por eso va asociado ai de representación colect_iva. Es deci:, llas fechas registra distintas controversias a propósito de la izquierda,
si los ritos de curación form an parte de esas representac10nes colectl· dei papel de las clases populares y de su resistencia frente ai Es~ado.
vas, a su vez éstas integran ese todo coherente y funcional que es la La obra de Carlo Ginzburg tiene su contexto p olítico en ese amb1ente
conciencia colectiva. convulso y, además, participa de las polémicas historiográficas que se
Ésta podría ser la razón por la que Ginzburg obvia es_a dua~ida? estaban produciendo en el âmbito francés y anglosajón. Uno de los
ai introducir la o bra de Bloch, seguramente porque se stente mco· aspectos de ese debate era el de la cultura popular y otro de los asun·
modo con una noción tan vaga como ésa. Por eso mismo llama la tos más controvertidos era el de los actores sociales. Después de una
atención que, cuando en esos a1ios critica el concepto asociado de década continental de léxico estructuralista, de antihumanismo y de
mentalidad colectiva, centre su diatriba en Febvre y eluda cualquier antihistoricismo, el 68 abría una reflexión colectiva que trascendía los
referencia a Bloch-Durkheim. De hecho, a pesar de todo, lo q ue m ás límites culturales de los an os 70.
valora en Los reyes taumaturgos es precisamente la inserción de lo in- En efecto, la demanda política más relevante q ue se planteó a par-
dividual en lo colectivo, en ese plano profundo, espontâneo, incons- tir de las revueltas estudiantiles fue la referida al sujeto. Histó rica-
ciente de las representaciones colectivas. Para subrayar todo eso, Ginz- mente hablar de sujeto había sido una licencia dei humanismo y, so-
burg apela a Lévi·Strauss y, en particular, al célebre primer capítulo bre todo, a juicio de H eidegger, un exceso de la metafisica humanista.
de su Antropologia estructural, aquel justamente en donde ~e in dic~ba El sujeto era colectivo, coherente, trazaba su propio itinerario histó·
cómo la historiografia reciente se había decantado por lo mconscten· rico y era trascendente. El antihumanismo heideggeriano y estructu·
te, lo estructural y las permanencias. Así pues, la pregunta es eviden· ralista había abatido la ficción de ese sujeto, con el propósito de des·
te: (cómo soluciona Ginzburg esa inserción de lo individual en lo co· centrar y de eliminar esa pretensión metaflsica. Ahora bien,. el sujeto
lectivo sin recaer en las insuficiencias que él haHaba en Febvre? Todo dei que comienza a hablarse a partir de! 68 n o es esa enttdad abs·
parece indicar que la vía escogida es sen:ejan t~ ,a la de Bloch. Hay_ un tracta y garante de la histeria. A partir de aquellos afio~ aparecen en
primer paso que pe rmit~, en efecto, _la msercton de ?~ caso part1: u· escena diferentes grupos sociales con demandas alternativas y contra·
lar en un fenômeno mas general. <<<N o es en defin1t1va -apostdla dictorias: las mujeres, las minorías sexuales y raciales, los marginales,
Bloch siguiendo a Durkheim, en Los rryes taumaturgos- el principio etcétera. Es decir, emergen grupos que no habían tenido relevancia o
de toda "explicación" científica?» Sin embargo, hay otro paso que a presencia en las definiciones históricas de aquel sujeto dei viej? hu·
manismo. Además, esa presencia ponía cn crisis las regias dei Juego
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lógicos, ctcétcra), fcn6 menos que inducían a poner en discusi6ll ob
aceptadas comúnmente para definir las relaciones sociales y llevaba jetivos estratégicos que se daban por descontados desde hacla muclw
hasta el límite las reivindicaciones utópicas. tiempo y cuyo replan teamien to suponía volver a analizar las regl.1\ tlrl
Si la cultura, la moralidad y, en fin, la civilización occidentales se juego. Por otro, anotaban la aparición de nuevos objetos hislÓt iem,
vieron sacudidas por tales impugnaciones, la sociedad y la economía nuevos temas como e! de la vida privada, lo p ersonal, lo vivido, 111
no quedaron ajenas a esa. convulsión. Como. es común admitir, la gue· cétera, es decir, esos cambias ponían de relieve e! descubrilnit•lllo ~ ~
rra de! Yom Kippur originó una gravísima crisis energética. M ás allá descubrimiento de n uevos actores sociales.
de las dificultades coyunturales, esa crisis obligó a replantear el mo· Estos fenómenos históricos constituyen el referente cnutcxt Ih li .1
delo de crecimiento económico occidental, hasta el punto de que fue partir dei cual puede entenderse E! queso. En e~t.l obra, su .1111 w I"'
discutido ei industrialismo que lo había caracterizado. Ahora bien, este rece h aber abandonado efectivamente la «Íngenuidad» que él tni ~ tno
último no era un rasgo exclusivo dei capitalismo, sino, más en gene· observaba en su planteamiento origin al de I benandanti apost.tndu .tl1o
ral, el horizonte y la elección dei desarrollo para cualquier tipo de so· ra y sin arnbages por lo que p arece ser una historia individual. Eu c\c
ciedad. La consecuencia inmediata de ese desconcierto fue la contra· sentido, lejos de abord ar otro estudio más de esa rnisma histo11.1 sn
vcrsia a propósito de la noción misma de progreso . Si se discutía sobre cial, de esá investigación comúnmente serial y cuanlitalivn, intpnlsn·
tal meta, el debate afectaba a Oriente y a Occidente y, por tan to, obli· ba un cambio de perspectiva. En efecto, e! autor n os proponln y nns
gaba a replantear las descripciones históricas y los itinerarios seguidos sorprendía con otra manera d iferente de ernprender el análisis dcl tiiÍ\
por los first y los late comers. ' mo objeto que p arecía distanciarse de algunos de los hallazgos y cun
Un tercer proceso histórico a tener en cuenta para apreciar la pro· quistas de las últimas décadas. Sostenía, en suma, la posibilidnd y !.1
fundidad de aquellos cambias es el d e la descolonizació n. Es eviden· pertinencia de una historia social individual. andividual ? <N o sigu i·
te que la liquidación de los imperios coloniales empieza con anterio· ficaba esto según el riesgo que el propio Ginzburg contemplaba un.1
ridad a los anos 60 y se prolonga a lo largo de varias décadas. Más vuelta a «la vilipendiada histoire roénmuntielle»? <No significaba csto,
aliá de los camb ias que se producen en el mapa p olítico durante aque· en definitiva, exhurnar uno d e los ídolos que había co ndenado Si
llos anos, el elemento capital de esa transformación es ei impacto que miand mucho tiempo atrás? <No significaba esto volver ai estuclio de
produce en la percepción que unos y otros van a tener de su relación. las individualidades que practicara Ranke?
Por un lado, el sentimiento de pérdida que van a experimentar las an· La historia individual tenía, a juicio d e Ginzburg, dos salidas. Pm
tiguas potencias colon iales, lo cual supondrá el cuestionamiento de! ' un lado, la biografia, entend id a en este caso como aquello que lt ,lll\
papel anteriormente ejercido e incluso una sensación de crisis de iden· I ciende ai propió individuo y que lo relacio na con su época, l.t lun
tidad y de legitimidad. Por otro, la constante aparición d e nuevos Es· grafía como estudio contextual que p ermite describir a pnrtit tlt• 1111
tados llevó aparejada una construcción·reconstruccíón cultural y, por microcosmo a un grupo social más amplio. Por otro, la histuu.t 111
extensión, una multiplicació n de centros y de lógicas históricas dife· d ividual como la exhumación de sujetos irreductibles, incomp.lt.tblt·'·
rentes. Es decir, la descolonización va acompanada en las antiguas me· poco representativos. En la prirnera opción, esa reconstruccÍÓtl luo
trópolis d e una denuncia de! etnocentrismo, de! curocentrismo y, a la gráfica no está muy lejos de los modos y maneras practicados ptll l11
vez, de una impugnación frecuentemente radical de! papel que se h a· historia de las mentalidades. Es por eso por lo que, y ahora sl, Cl111l
bía ejercido. b urg se refiere expresamente a Febvre y en particular a su estudio u
D e hecho, el propio Ginzburg era consciente de ese trasfondo y bre Rabelais. E! juicio que !e dedica es tajante: aunquc calilic.1 la 111
sobre é! se pronunciá explícitamente. En 1979 publicaba junto con vestigación de «fascinante», y de hecho es un clásico act!plndn I"''
Carla Poni un breve artículo en la revista Quaderni Storici que repro· todos, la critica por tener plantearnientos <<equivocados». l!.s dt•t l1,
ducía una comunicación presentada al coloquio «Los Amudes y la his- Febvre errada ai intentar recrear u na sociedad a p artir de un itulivi
toriografia italiana», celebrado en Roma en ese mismo ano. En dicho duo, ai tratar de reconstruir «las coordenadas rnentales de tod.1 111111
texto, los autores senalaban los cambias producidos en la investiga· época», de los «hornbres dei siglo XVI» a partir de una trayectori,1 in
ción histórica y los remitían no sólo a factores internos de la propia dividual como si ésta condensara los caracteres de la sociedacl t'mlH't'
disciplina, sino también a otros d e índole extrahistoriográfica. Se alu- sa dei período. Una de las razones de esta crítica estada en cl intct
día explícitamente a las duelas de carácter radical aparecidas en los clasismo de su enfoque, esto es, en la atribución de unos mismo~
anos 70, como consecuencia de u n doble proceso. Por un lado, se rasgos a indivíduos y sectores socialmente rnuy d iferentes. Pero In 0 11 .1
mencionaban fe nómenos históricos concretos (guerras, d esastres eco·
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razón, y ahora más importante, radicada en desarrollar la investiga· siguiendo a Lawrence Stone y en alguna medida a E. P. Thompson,
ción a partir de una idea trivial: la ,de_ que todo individ~o e~ ~ijo _d~ las vías de una prosopografia popular. Para debatidas, los autores uti·
su propio tiempo. Más aún, el autentico reto de una h1stona md1Vl· lizaban una expresión paradój ica, un oxímoron: <<lo excepcional nor-
dual no sería tanto encontrar lo que tiene de común y de reiterado mal». La expresión se debía a otro historiador italiano, a Edoardo
el sujeto con su época cuanto averiguar la especificidad que lo dis· Grendi, quien la había acufi.ado para otros fines, particularmente para
tingue de su inmediato contexto social y que no lo hace evidente. describir aquel tipo de fuente o de documento poco frecuente, pero
La segunda de las opciones que planteaba Ginzburg, la de la ex· revelador. Poni y Ginzburg !e daban una acepción diferente y la rec
humación de individues irreductibles, es justamente la vía que elige mitían a ciertos personajes históricos. Para ello citaban un pasaje de
en El queso. Veámosla. Si tomamos la idea de forma literal, la con· Stone a propósito de los grupos subalternos cap.1ces de rebelarse con-
cepción de Ginzburg no sería menos trivial que la de Febvre. El in· tra las ideas, las creencias o los comportamientos de la mayoría. Es·
dividuo; que efectivamente no es un objeto de., poca monta, es siem· tos grupos habrían sido minoritarios, más aún, excepcionales, justa·
pre irreductible, es singular y, desde determirt.ado punto de vista, mente por poner en crisis certidumbres admitidas. D e ese contraste
incomparable. Todos tendríamos ingredientes que nos harían incon· queda vestígio y esa huella documental es la que permite la proso·
mensurables, marcándonos en 1mestra propia especificidad. Entonces, pografía popular de las minorías rebeldes.
(a qué indivíduos irreductibles se refiere Ginzburg? Si Menocchio no Ahora bien, Ginzburg y Poni van más aliá, tratando de sobrepasar
cs típico, si no es estadísticamente representativo, eso quiere decir que e! límite de lo minoritario para mostramos la frecuencia de este tipo
ticne algunos atributos que le dotao de un carácter especial. Ahora de comportamientos. Los archivos judiciales, anaden, estarían pobla·
bien, ese carácter especial lo tendrían todos los indivíduos por su mis· dos por numerosos indivíduos y contemplarían delitos muy variados.
ma condición. (Cómo salir, pues, dei atolladero? La razón no estriba Lejos de ser, pues, hechos o personajes excepcionales, ambos confi-
tanto en Menocchio, en un individuo irreductible, cuanto en un con· gurao un conjunto de <<transgresiones» que serían, <<en las sociedades
junto de actidentes encadenados: hay una fi.tente que conserva su hue· preindustriales, la norn1a (de hecho, aunque no de derecho)». La pre-
lia, ésta se elaboró porque intervino la Inquisición, el Santo Oficio gunta es inmediata: el caso de Menocchio, {a qué responde?, <a las
instruyó una causa porque tuvo conocimiento de sus ideas, y éstas se minorías descritas por Stone o a las mayorías delictivas a las que alu·
difundieron porque algunos de sus vecinos y contemporáneos se fi.te· den Poni y Ginzburg? De entrada, e1 ejemplo dei molinero es excep·
ron de la lengua. Como concluía Ginzburg, «sabemos muchas cosas cional en e! primer sentido, es decir, pone en guardia a las institu·
de Menocchio (...), de tantos otros como él, que vivieron y murieron ciones porque sus ideas desmienten las creencias más cornunes. Ahora
sin dejar huellas (...), no sabemos nada>>. Es decir, el propio histeria· bien, en El queso, Ginzburg nos advertia de la pertenencia de Me-
dor es consciente de que la rareza de Menocchio pudo muy bien ser nocchio a una cultura y a una clase con la que mantenía unos víncu-
compartida y no ser por tanto tal rareza, y en tal caso esa condición los estrechos y una comunicación de ideas. Eso quiere decir que su
excepcional sería algo propio de cualquier individuo, a poco que ave· excepcionalidad seria menor de lo que nuestro sentido común admi·
riguáramos quién era y cómo pensaba. · · tiría y que, por ta'nto, su comportamiento herético condensada cier·
En efecto, el ejemplo de Menocchio ilustra el problema de la re· tas creencias compartidas.
presentatividad y de la excepcionalidad. En el prefacio de El queso, el Esta tesis, que se reitera una y otra vez en El queso, no es un ha·
molinero es calificado de caso límite, dotado de una singularidad nada llazgo exclusivo de Ginzburg, sino que, por el contrario, la podemos
típica, es decir, nada representativa de lo <<medio» o de lo <<estadísti· ver reflejada en autores que le son contemporáneos y con los que se
camente más frecuente>>. Ese caso extremo sería revelador en un do· relaciona o polemiza, particularmente Thompson y Foucault. Desde
ble sentido. En negativo, porque describiría cómo la excepcionalidad posiciones distintas, ambos describían un Antiguo Régimen en el que
de Menocchio atenta contra lo normal b lo habitual. En positivo, por· muy frecuentemente las clases populares expresaban sus conductas por
que incluso en ese caso límite hay huella de su tiempo: <<de la cultu· medio dei delito. El marxismo inglés subrayó, en efecto, esta vertiente
ra de su época y de su propia clase nadie escapa, sino para entrar en vinculando delito, rebeldía y cultura popular en los albores del capi·
el delírio y en la falta de comunicación». Esa descripción se retoma talismo: se trataba en general de un tipo de resistencia, muchas veces
anos después calificándola en unos términos diferentes, eficaces y po· soterrada pero extendida, que entronca con las expectativas colectivas,
lémicos. En el artículo que Ginzburg publicara junto con Carlo Poni con la costumbre, y que, como ya había analizado el propio Marx,
en 1979, se planteaban las posibilidades de una histeria cualitativa y, no necesariamente es percibida por sus protagonistas como delictiva.

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Por su parte, Foucault hablaba de ilegalismos a la hora de describir plantearse desde una metarreflexión que pusiera de relíeve las con·
las abundantes infracciones que cometían los sectores populares y que venciones dei género y las posibilidades de reconstrucción de la ver·
vulneraban un sistema punitivo atroz y poco eficaz. En consecuencia, dad. Entre los diversos tipos que mencionaba, Levi hablaba en un de
aquel que es encausado o condenado por las instituciones no es exac· terminado momento de <<la biographie et les cas limites». Si hnb(il
tamente e1 delincuente qlJe en el sigla XJX se creará como figura pe· aceptado que la reconstrucción biográfica permite aclarar contexto' y
nal, sino que es (o al menos es tenido por o percibido como) uno de trazar la relación entre el individuo y su entorno, los casos limite ~r
los nuestros, alguien que pertenece a una comunidad y expresa sus as· rían aquellos que ponen en crisis esá vecindad. Como ejemplo No
piraciones. Dicho en otros términos, la represión judicial y policial bresaliente de este asunto, Levi sugería la «biographie de Mcnocchio .. ,
contemporánea logra estigmatizar ai delincuente como figura margi· aiiadiendo que la vida dei molinero sería «un cas extrême, cn .nu 1111
na! que se apartada de la sociedad. De hecho, cuando Ginzburg y cas modal». Para reforzar su argumento, el propio historiadm 1 it.llnt
Poni hablaban de esos delitos frecuentísimos que serían la norma más las palabras con las que Ginzburg aludía a la representativitl.1tl tlr l
que la excepción en la sociedad preindustrial, se cuidaban mucho de caso límite, representatividad que no sería la estadísticamentc 111.\~ l~t·
incluir los procesos judiciales de! siglo XIX, justamente porque aquel cuente. Para Levi, con casos así, <<le contexte n'est pas perçu dau~o m11
delincuente ahora sí es percibido como Ia excepción más que como intégrité et dans son exhaustivité statiques, mais à travers sc:s nurge\•,
la norma. AI describir, pues, los casos límite, la idea misma de frontcm , de 111111
Ese asunto, la excepción y la norma, o mejor, la posibilidad de ca· ginalidad, obliga a precisar cuál sería el campo social cn el que se im
lificar a Menocchio como un personaje excepcional normal, es reto· criben. En ese sentido, al igual que la novela dei sigla XX ha ido nb.m·
macio anos después. En 1989, y en el número que A nnales organiza· danando al personaje dei naturalismo, al personaje evidcutc c:n ~\1
ra sobre e1 tournant critique de la historia, uno de los trabajos que se propio contexto, para adoptar ·protagonistas contradictorios, incClhc
incluían era el que Giovanni Levi dedicara a «Les usages de Ia bio· rentes e imprevisibles, también la disciplina histórica registrnrln cn m
graphie>>. La reflexión que emprendía este historiador italiano tenía bios similares. Menocchio sería un ejemplo, pero el caso m~s cxlrc
por objeto relacionar un género clásico, la biografia, con los hallaz· mo seda el de Pierre Riviere, el parricida tratado por Foucault. En
gos y las incertidumbres con que se topaba la disciplina. La biografia estas formas biográficas la pregunta acerca de la libertacl individunl, la
había sido una forma de reconstrucción histórica tradicional basada racionalidad limitada y las elecciones que realizan los suj etos ndquic
en la separación entre objeto y sujeto, así como en la convicción de ren una dimensión radical justamente por no ser evidentes.
que era posible restituir un pasado individual a partir de fuentes di- El argumento de Levi, es decir, la inclusión de El queso como bio
versas. La identificación entre hístoria y biografía había sido así un grafía, puede aceptarse en la medida en que el libro tiene por t)bjl'to
hábito característico al menos desde épocas remotas. Por alguna razón una vida individual. Ahora bien, ese mismo argumento no no~ 111
o razones, aõadía Levi, la biografia se encontrada en el centro de las forma sobre los objetivos que Ginzburg se propuso. En ningún htK•"
preocupaciones de los historiadores y les obligaría a renovar su uti· podemos leer que el estudio dei molinero sea una biografl.1, qut' ri
llaje analítico, sus instrumentos de explicación, así como los procedi· tema que le ocupa sea la reconstrucción de su vida. Carlo Ginzb111~1
mientos de comprensión. El tournant critique de la historia sería sobre nos restituye pasajes de esa vida, personajes con los que trat6, pobh1
todo el de su relación con las ciencias sociales. Pues bien, uno de los ciones p or las que anduvo e incluso sus rasgos físicos, su mismo 1.'11
descubrimientos recientes y uno de los avances más notables que esas vejecimiento. Sin embargo, e! orden que e! historiador conficrc .1 In
disciplinas habrían registrado en nuestro síglo sería el dei análisís de dos estos elementos no es exactamente el dei proceso cronoi6KÍI'o
la acción. natural. <Invalidaria ese cargo la posibilidad de concebir E/ qutso cu11111
Acción individual y colectiva, capacidad y límites de la racionali- una biografia? Como sabemos a partir de la narratología, fábuln y 1111
dad humana, restricciones de! contexto, regias y prácticas, etcétera, se· ma no tienen por qué sei coincidentes y, por tanto, el orden natu~otl
rían así algunos de los elementos básicos dei tratamiento dado a este y n arrado tampoco. Ése no seria, pues, el problema. (Lo serln c:l 1.'\
tema por parte de las ciencias sociales. La hístoria podrfa replantear caso caudal de información que se nos ofrece sobre Menocchio? H1
estas cuestiones remitiéndolas a uno de sus géneros tradicionales, la género biográfico que se practica en el sigla XX se aleja cada vez fl lí~~
biografía. Ahora bien, ese género no podría ser abordado desde la in· de la omnisciencia, una omnisciencia simulada tiempo atrás en la que
genuidad metodológica o desde la omnisciencia característica que los e! biógrafo hacía creer a sus lectores que lo sabla todo o casi todo dcl
historiadores mostraron en el pasado. Por contra, la biografia debería personaje. AI igual que los protagonistas de las narraciones de nues·

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tro sigla ya no son ese personaje dei naturalismo ai que antes alu- los que tropieza y los recorridos hipoteticos que propone. Este suje-
díamos, tampoco los biógrafos de nuestro tiempo son ese narrador sa- to de la enunciación no es e! historiadror omnisciente que se cancela
belotodo que esconde su ignorancia. y que muestra la totalidad histórica, sinro que es un relator que parece
De hecho, el propio Ginzburg es consciente de estas cambias en hacer explícitos sus recursos y sus lirni1taciones y que, por tanto, es-
e1 gênero biográfico y narrativo. En efecto, cuando en los anos 90 se tablece un diálogo, aunque sea formal y retórico, con Menocchio, con
le pidiera una reflexión sÔb~e su iti.nerario intelectual, reflexió~ q~e los que lo encausaron, con sus contemporâneos y, finalmente, con el
publicó con el título de «M1crostona: due o tre cose che so ch le1», lector posible. Eso quiere decir que el Jpersonaje que es objeto de re- ·
hablaba de El queso como un ensayo de experimentación narrativa. Se- construcción nunca queda aclarado, siiempre es un Menocchio po-
gún seiíalaba, aquella investigación no era sólo «la reconstrucción de tencial cuyas cualidades o atributos som pensados a partir de ese diá-
una vivencia individual», sino que era una investigación sobre las po- logo y a partir, en fm, de las soluciones tentativas que el biógrafo nos
sibilidades del <<relato», dei relato histórico que se distancia dei mo- daría.
delo naturalista. A este propósito, y como ejemplo contrario a aquel Ahora bien, (en qué tipo de infornnaciones basa esa reconstruc-
naturalismo, Ginzburg citaba expresamente a Mareei Proust, a Virgí- ción? El reparo rnayor para aceptar E! !queso como perteneciente a la
nia Woolf y a Robert Musil. <Qué tenían de común estas tres auto- biografia sería e! de que todos los avat;ares del personaje, característi·
res? Los tres novelistas fueron narradores dei yo y, por tanto, ensan- cos de este gênero, se ponen de relieve :sólo porque iluminao las con-
charon el relato como introspección acerca de la rnernoria y de la fesiones hechas ante el inquisidor y po1rque nos inforrnan a propósi-
subjclividad. Los personajes de estas escritores se presentan corno su- to de una cosmogonía. Tanto las actas inquisitoriales, que recogen la
jct:os fragmentados, inestables, incoherentes y, adernás, quien narra, voz dei personaje, como el historiad01r, que lo recupera, retendrían
csto es, e! yo que los expresa y que los identifica, lo hace ernpleando sólo aquellos datas que hacen de Mentocchio un caso. Ya el propio
unos recursos que rornpen el relato lineal y que muestran sus propias Ginzburg era consciente en un artículo temprano, fechado en 1961 y
contradicciones. Como vimos, ese experimentalisrno vanguardista tuvo reproducido después en Mitos, emblemtur, indícios, de las cautelas a se-
en Ginzburg otro referente más próximo en el tiempo, Raymond Qye- guir ante la técnica judicial o inquisitorüal dei interrogatorio. Los efec-
neau, en particular sus Ejercicios de estilo. A la manera de Qyeneau y tos de la tortura condicionan el tipo dle respuesta, pera incluso ésta
a la de la gran n ovela dei novecientos, Ginzburg se proponía hacer se ve determinada 'por las preguntas y por la orientación que el tri-
explícitos los recursos narrativos y, por tanto, introducir una vertien- bunal !e da a la causa. Dicho en otros términos, sólo tiene respuesta
te metadiscursiva en la propia investigación. Como él mismo seõalaba aquello que es pieguntado. En ese sentido, en algún pasaje de su obra,
y ya hemos advertido, «los obstáculos que se interponían a la inves- en La verdad y las formas jurfdicas, Miclhei Foucault se extendía tam-
tigación eran elementos constitutivos de la docurnentación, y por ello bién sobre este asunto. En efecto, segúln indicaba, la instituci6n dei
mismo debían formar parte dei relato». examen como forma de interrogación contemporânea hundiría sus
lQ!-1é consecuencias cabe extraer de esas observaciones? Si nos to- raíces en la pesquisa inquisitorial: esa !Pesquisa solía reunir una gran
mamos El queso como una biografia, en los términos de Levi, o corno cantidad de datas sobre el individuo qme era objeto de averiguación.
la reconstrucción de u na vivencia individual, habría que dejar cons- Ahora bien, esa información estaba ses~ada porque sólo recogía aquel
tancia de cuál era la narración dei yo. Menocchio hablaría en prime- caudal de datos que confirmaban ai pcersonaje como un caso. Carlo
ra persona gracias a que los documentos inquisitoriales registran su Ginzburg se defendía implícitamente de este tipo de reparos mos-
palabra. Ahora bien, ese molinero no siempre se expresa de forma co- trando la singularidad de Menocchio, ·esta es, argumentando que el
herente e incurre en contradicciones que unas veces se deben a la pre- molinero era tan temerario como para :agrandar sus respuestas, multi-
sión dei inquisidor y otras a la propia ebullición de su cerebro, según plicar las referencias, contradecirse conttinuarnente. y retar una y otra
nos advierte Ginzburg. Por tanto, el yo dei personaje no es claro ni vez ai propio tribunal, que se veía así lllevado a inquirir por aspectos
evidente, sino que exige un esfuerzo hermenêutica que aclare sus pa- no previstos. Esta libertad enunciativat dei molinero haría que Me-
labras, el sentido que les da y los cambias que introduce. En esa ta- nocchio no fuera un caso, es decir, que sus palabras no pudieron ajus-
rea hay, pues, un narrador, que organiza el relato y sugiere soluciones, tarse al corsé habitual del Santo Oficüo. Esta temeridad le costó la
que se expresaría también en primera persona, aunque púdicamente vida, pero, a juicio dei historiador, penmitió que los vestígios conser-
suele ser en prirnera persona dei plural, para manifestar sus incerti- vados no fueran rutinarios o escasamemte informativos.
dumbres y las dei molinero, lo que ignora de éste, los obstáculos con Ahora bien, que el Menocchio emcausado sea algo más que un

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tro siglo ya no son ese personaje dei naturalismo al que antes alu- los que tropieza y los recorridos hipotéticos que propone. Este suje-
díamos, tampoco los biógrafos de nuestro tiempo son ese narrador sa- to de la enunciación no es el historiador omnisciente que se cancela
belotodo que esconde su ignorancia. y que muestra la totalidad histórica, sino que es un relator que parece
De hecho, el propio Ginzburg es consciente de estos cambios en hacer explícitos sus recursos y sus limitaciones y que, por tanto, es-
el género biográfico y narrativo. En efecto, cuando en los anos 90 se tablece un diálogo, aunque sea formal y retórico, con Menocchio, con
le pidiera una reflexión sÔb~e su it~nerario intelectual, reflexió~ q?e los que lo encausaron, con sus contemporáneos y, finalmente, con el
publicá con el título de «Mtcrostona: due o tre cose che so dt lei», lector posible. Eso quiere decir que el personaje que es objeto de re-
hablaba de El queso como un ensayo de experimentación narrativa. Se- construcción nunca queda aclarado, siempre es un Menocchio po-
gún seõalaba, aquella investigación no era sólo <<la reconstrucción de tencial cuyas cualidades o atributos son pensados a partir de ese diá-
una vivencia individual••, sino que era una investigación sobre las po- logo y a partir, en fin, de las soluciones tentativas que e1 biógrafo nos
sibilidades dei «relato», dei relato histórico que se distancia dei mo- daría.
delo naturalista. A este propósito, y como ejemplo contrario a aquel Ahora bien, (en qué tipo de informaciones basa esa reconstruc-
naluralismo, Ginzburg citaba expresamente a Mareei Proust, a Virgí- ción? El reparo mayor para aceptar El queso como perteneciente a la
nia Woolf y a Robert Musil. <Qué tenían de común estes tres auto- biografia sería el de que todos los avatares de! personaje, característi-
res? Los tres novelistas fueron narradores dei yo y, por tanto, ensan- cos de este género, se ponen de relieve sólo porque iluminan las con-
charon el relato como introspección acerca de la memoria y de la fesiones hechas ante e! inquisidor y porque nos informan a propósi-
subjclividad. Los personajes de estos escritores se presentan como su- to de una cosmogonía. Tanto las actas inquisitoriales, que recogen la
jc.:tos fragmentados, inestables, incoherentes y, además, quien narra, voz de! personaje, como e! historiador, que lo recupera, retendrían
csto es, ei yo que los expresa y que los identifica, lo hace empleando sólo aquellos dates que hacen de Menocchio un caso. Ya el propio
unos recursos que rompen el relato lineal y que muestran sus propias Ginzburg era consciente en un artículo temprano, fechado en 1961 y
contmdicciones. Como vimos, ese experimentalismo vanguardista tuvo reproducido después en Mitos, emblemas, indicios, de las cautelas a se-
cn Ginzburg otro referente más próximo en el tiempo, Raymond Qye- guir ante la técnica judicial o inquisitorial dei interrogatorio. Los efec-
neau, en particular sus Ejercicios de estilo. A la manera de Qyeneau y tos de la tortura condicionao el tipo de respuesta, pero incluso ésta
a la de la gran novela dei novecientos, Ginzburg se proponía hacer se ve determinada 'por las preguntas y por la orientación que el tri-
explícitos los recursos narrativos y, por tanto, introducir una vertien- bunal le da a la causa. Dicho en otros términos, sólo tiene respuesta
te metadiscursiva en la propia investigación. Como él mismo senalaba aquello que es preguntado. En ese sentido, en algún pasaje de su obra,
y ya hemos advertido, <<los obstáculos que se interponían a la inves- en La verdad y las formas jurfdicas, Michel Foucault se extendía tam-
tigación eran elementos constitutivos de la documentación, y por ello bién sobre este asunto. En efecto, según indicaba, la instituci6n de!
mismo debían formar parte dei relato». examen como forma de interrogación contemporánea hundiría sus
( Qué consecuencias cabe extraer de esas observaciones? Si nos to- raíces en la pesquisa inquisitorial: esa pesquisa solía reunir una gran
mamos El queso como una biografia, en los términos de Levi, o como cantidad de dates sobre el individuo que era objeto de averiguación.
la reconstrucción de una vivencia individual, habría que dejar cons- Ahora bien, esa información estaba sesgada porque sólo recogía aquel
tancia de cuál era la narración dei yo. Menocchio hablaría en prime- caudal de datos que confirmaban al personaje como un caso. Carlo
ra persona gracias a que los documentos inquisitoriales registran su Ginzburg se defendía implícitamente de este tipo de reparos mos-
palabra. Ahora bien, ese molinero no siempre se expresa de forma co- trando la singularidad de Menocchio, esto es, argumentando que el
herente e incurre en contradicciones que unas veces se deben a la pre· molinero era tan temerario como para agrandar sus respuestas, multi-
sión dei inquisidor y otras a la propia ebullición de su cerebro, según plicar las referencias, contradecirse continuamente. y retar una y otra
nos advierte Ginzburg. Por tanto, e! yo dei personaje no es claro ni vez al propio tribunal, que se veía así llevado a inquirir por aspectos
evidente, sino que exige un esfuerzo herrnenéutico que aclare sus pa- no previstos. Esta libertad enunciativa dei molinero haría que Me-
labras, e! sentido que les da y los cambies que introduce. En esa ta- nocchio no fuera un caso, es decir, que sus palabras no pudieron ajus·
rea hay, pues, un narrador, que organiza e! relato y sugiere soluciones, tarse al corsé habitual dei Santo Oficio. Esta temeridad le costó la
que se expresaría también en primera persona, au~que púdic~ment~ vida, pero, a juicio de! historiador, permitió que los vestigios conser-
suele ser en primera persona dei plural, para mamfestar sus mcertl- vados no fueran rutinarios o escasamente informativos.
dumbres y las dei molinero, lo que ignora de éste, los obstáculos con Ahora bien, que e! Menocchio encausado sea algo más que un

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caso rutinario no impide que sus datos se empleen instrumentalmen-
te. Por parte qe la Inquisición, el discurso asilvestrado de! molinero dente convergencia con la alta cultura de la época. Es en este senti-
confirma a la postre su culpabilidad. Por parte de! historiador el do en el que también es ~epresentativo: muestra las relaciones que se
ejemplo de Menocchio es una muestra de algo que lo trasciende. Esto dan entre la alta y la baJa cultura. Esa reiación le interesa especial·
es, sus ~vatares personales, su vida irrepetible, aquello que lo hace úni- me,n_t~ ai autor porque, desde su perspectiva, habría sido objeto de un
co y dtferente ceden en"beneficio de interpretaciones más generales analtsts erróneo que partía de) supuesto de la total separación entre
que lo emparentan con su tiempo y con su cultura. Como veíamos ambas esferas. Por eso, anadía Ginzburg, había investigaciones (Mnn•
antes y el_ propio Gi~zburg se encarga~a de recordado, nadie .escapa drou, Bolleme, etcétera) que estudiabari equivocadamente los prod111
a su propta cultura st no es para hunduse en el delírio y en la inco- tos elaborados por la clase dominante para consumo de las cln~c~ po
municación. E! ejemplo dei molinero permitida hablar de esa cultura pulares como st fueran verdaderamente cultura popular o como si c1u~
a la que é! pertenece, pero, más aún, sería es~ cultura soterrada la que productos fueran consumidos y adaptados de acuerdo con 1 .1~ im
finalmente se convertida en objeto de conoci~iento. Esto es, esa his- truc~io~es de quienes los elaboraron. Frente a esos usos, cl histuli 1
toria de la cultura popular que anunciaba en la edición de 1972 de dor ttalta~o recordará la fertilidad dei ejemplo de Bajtin y, cn c:o11
I benandanti, esa historia individual que se proponía en E! qlieso, se ereto, su l~bro· sobre Rabelais y la cultura popular de la época, un libm
consumaba como una investigación implícitamente colectiva. En efec- qu,e permtt~ const~ir una hipótesis que a Ginzburg le parece mucho
~o, _n? habría aquella «ingenua contraposición» entre lo colectivo y lo mas a~ractt;a: «dtcotomía cultural, pero también circularidad, in·
mdiVIdual con la que se habría confundido e! propio Ginzburg en su fluencta rectproca (...) entre cultura subalterna y cultura hegemónicn...
obra temprana: si lo individual tiene interés es porque condensa con-
tradictoria~ente los rasgos de una colectividad, rasgos que, no obs- S. Convc;ndría detenerse en este autor para entender mcjor l.n
tante, no stempre proceden de su entorno más cercano. Por tanto, a apuesta de Gmzburg. Ante todo, y según confiesa en E/ rjlleso, cono
Menocchio se le toma instrumentalmente, en la medida en que su ce esta obra de Bajtin a través de la traducción francesa. En efc cto In
vida yermite decir cosas sobre la cultura popular y sobre una con· difusión europea de este autor y de sus libras llega por via fmn cÓfo-
cepctón dei mundo cuyas fuentes y orígenes son e.xtraindividuales e na y, en particular, gracias a la labor divulgadora de Tzvetan Todo
inclus_o muy _lejanos._ El contexto sociopolítico dei Friuli de) siglo XVI, rov y Julia Kristeva, es decir, llega a través de la obra de dos cslu·
reductdo cast exclusivamente al capítulo séptirno, era poco relevante diosos búl~aros afincados en Paris en los anos 60. (Q\.té cs lo que:
en relación con ei caso de herejía. Por ello, su supresión no habría al- hace_ ~tracttvo ~ un autor tan lejano? (Q\.té es lo que hacc que su te
terado de forma significativa el resultado de la investigación. El con- cepc10n haya stdo tan afortunada? Cuando T odorov y Kristeva lo d11n
texto estrictamente individual, es decir, lo que hace irrepetible a Me- a conocer en Europa, Occidente está en esa fase crítica de aut nim
nocchio como individuo, pierde peso e importancia frente a lo que pu~nación, que sigue ai proceso descolonizador y a las ~onvul~iour~
1~ trasci7nde. Que Menocchio tr~~sitara de Montereale a otra pobla- s~ctales de! 6~. E~ esos anos, pues, uno de los problemas ttuc drN
ctón vecma o que sus afectos familiares cambiaran a lo largo dei tiem- pterta mayor mqutetud es el de! problema de la identidad cl de In
po, así como otros elementos que configurao su biografia, no cobran definici~n de ~us límites. Bajtin, _Todorov, Kristeva y también Ali Mil~
una dime~si?n determin~nte para aclarar e! origen de su cosmogonía to Po~~10, el mtroductor dei pnmero en Italia, pueden verse conto
y la pecultandad de sus tdeas. De hecho, sólo su condición de moli- los teoncos y defensores de la idea de alteridad. Puestos a dcfi11it l11
nero es destacada reiteradamente por Ginzburg para aclarar parte de identidad, los occidentales descubren que el otro no está fuc: t.l de·
los argumentos que ofrece. M_ás aliá de eso, la vida de Menocchio que nosotros, sino que ei extraiio es una parte de nosotros mismm. l'n c
conocemos es la que se refleJa en ambos procesos inquisitoriales. tanto, el diálogo cultural y la pluralidad de voces están en nu e~tc u uc
Por tanto, un caso llmite como el que se propone sería, a pesar terior. Bajtin era e! referente de los estudios literarios que m:h .ulr
de todo, representativo de una determinada cultura, de aquello que cuadamente podia servir para esta refle.xión y Freud era el intcrlo1 11
mancomuna a Menocchio con sus vecinos, sus iguales e incluso con tor temprano que permitía también pensar esa alteridad . Uu c:Nc'
un mundo rural más amplio, distante. Por un lado, sus confesiones sentido, ~enocchio es un medium porque a través de él se exprcsnu
muestran unos razonamientos irreductibles a esquemas inmediata- una pluraltdad de voces que ni siquiera él mismo conoce o domino
mente conocidos, esquemas que entroncan con una tradición oral y, por tanto, lleva incorporada esa alteridad.
'I

secular. A su vez, las ideas de Menocchio manifiestan una sorpren- . As! pue_s, ei conocimiento de Bajtin lo es por medio de los cstu•
dtos ltteranos que Todorov y Kristeva desarrollan en sintonia con cl

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estructuralismo francês. lCuáles son los aspectos concretos de la in· samente, la cultura popular descrita por Bajtin se basa en ese hallaz-
vestigación de Bajtin que se difunden? La principal aportación de este go que era el dialogismo, esta es, no hay voz que pueda manifestar
autor, procedente dei formalismo ruso, es la del dialogismo. Estu· unívocamente e1 mundo, que pueda darle un orden universalmente
diando en concreto la obra de Dostoievski, este analista subrayaba el aceptado ni conferirle un sentido incontrovertible. Cuando las ideas
polifonismo narrativo, es decir, la pluralidad de voces que compiten de Menocchio aparecen como una defensa· de la tolerancia, Ginzburg
en su obra para hacerse e;cuchar, para imponer una versión de las co· está recuperando una idea bajtiniana: la de la dificultad de implantar
sas. Este descubrimiento trasciende la obra dei novelista ruso y defi- una conciencia sobre la realidad, la de ·la inutilidad del dogma y so'
ne la dirección seguida por la narrativa contemporánea, en la que ese bre todo la de su problemática eficacia. Más en concreto, la cosmo·
polifonismo se expresa por media de perspectivas encon tradas -e) lla- gonía dei molinero manifiesta la diversidad de interpretaciones posi-
mado perspectivismo-, por medio de puntos de vista diferentes. El bles sobre el mundo, .sobre el dogma que lo ahorrna y sobre los textos
hallazgo estriba principalmente en que las voces contrapuestas repre· que lo designan.
sentao conciencias en conflicto y, por tanto, aluden a la dificultad de Aunque el aprecio por la obra de Bajtin se mantendrá, la opinión
definir el mundo de manera unívoca. La otra aportación bajtiniana, de Ginzburg cambiará en alguna medida poco tiempo después. En El
en conexión con lo anterior, es la que se materializa en su obra so- queso, la obra dedicada a Rabelais se adapta como un referente posi-
bre Rabelais. lEn qué consistiria? Más aliá de la investigación histó- tivo e incluso como una meta cognoscitiva al proporcionar una pau-
rica Y. !iteraria que está en su base, el aspecto más relevante de esa ta con la que interpretar la supuesta rareza de Menocchio. A finales
monografia es e1 estudio de la cultura popular y, en particular, de de los anos 70, en cambio, el trato de Ginzburg con Bajtin ya no es
aquellas de sus manifestaciones que tienen un carácter disolvente: la exactamente el mismo. En 1979, y con motivo de la traducción ita-
risa, la fiesta y el carnaval. Esas expresiones, aun siendo excepciona· liana de una obra de Peter Burke, Ginzburg se extendía en su intro-
les, aun siendo restringidas, ponen en crisis la seriedad enfática del ducción sobre el concepto de cultura popular. Conviene reparar en
poder y burlan las coerciones que las instituciones imponen a las ela· esas palabras porque ilustran retrospectivamente aquello que hiciera
ses populares y ai caudal de vida que las atraviesa: así, la risa seda en E! queso, porque permiten aclarar sus referentes, incluyendo a Baj-
vida y expansión e impugnada las restricciones de ese mismo poder. tin, porque replantean la relación entre lo individual y lo colectivo
Estas manifestaciones muestran la posibilidad de una rebelión sote- que había sido el objeto de aquella obra y porque, a la postre, per·
rrada, común y compartida, más habitual en esa cultura popular que miten volver explicitamente sobre las fuentes, su uso y los criterios de
el enfrentamiento abierto o la hostilidad política manifiesta. verificación.
En El queso, Ginzburg subraya la obra dedicada a Rabeiais porque En primer lugar, en aquellas páginas destacaba la investigación del
permite pensar la cultura popu lar en unos términos que superan y historiador britânico, su calidad y sobre todo las nuevas perspectivas
trascienden la imagen estática y sumisa de las clases populares. Es de- que introducía en ese tema. Además, subrayaba la influencia de Baj-
cir, Rabelais, un autor de la alta cultura, expresa y condensa aspira- tin en el análisis comparado de la cultura popular moderna empren·
ciones de esas clases que no tienen formulación política, pera que sí dido por Burke. En particular, resaltaba el esquema dicotómico Car-
que tienen efectos disolventes por media de la burla o dei descrei- naval/Cuaresma como forma de iluminar la oposición alto/bajo y
miento. El mundo puesto dei revés, la exaltación de lo bajo, de la fer· tornaba la imagen recurrente del mundo dei revés como motivo do-
tilidad, de la materialidad, de la putrefaç:ción, serían tópicos seculares minante de la cultura popular. Los referentes de Burke eran numero-
de las culturas meridionales que encontrarían su expresión singular sos (la escuela de Warburg, Lévi-Strauss, etcétera), pera su interlocu-
también en la cosmog.onía dei molinero. Es por eso por lo que la sin- tor inmediato era Bajtin. Ahora bien, el ejemplo dei investigador ruso
gularidad de Menocchio no es tan extravagante, no es tan excepcio- era problemático, dado que se trataba de un análisis excepcional, que
nal o, finalmente, no es tan delirante como los inquisidores pudieron no podía repetirse. El riesgo en el que podía incurrirse era, afiadía
creer en principio. Por ello ese ejemplo tiene un uso instrumental en Ginzburg, tomar las tesis bajtinianas como si éstas fueran conclusio-
la obra de Ginzburg: a través de su cosmogonía, el historiador no nos nes en vez de hipótesis geniales. Dicho en otros términos, ei peiigro
habla verdaderamente de un individuo, sino que nos describe una cul- era convertir su esquema en un marco en el que incluir las restantes
tura popular materialista que ha encontrado acomodo en ei cerebro investigaciones corno si éstas fueran dependientes de las categorias de
de un molinero friulano. Menocchío ~ería, pues, una especíe de me- las que él partía. En concreto, ei relieve que Bajtin otorga a la cultu-
dimn. Por otra parte, aunque el historiador italiano no lo diga expre- ra de lo bajo no agota las múltiples, las diversas manifestaciones de

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las clases subalternas. Los nuevos estudios no debían reemplazar el Gt.IIUS<.I se prcocup.tba por describir el proceso histórico como un de-
iaealismo anacrónico de una arcadia popular por «un'arcadia di seg- vcnir en el que conflulan circunstancias objetivas y condiciones sub-
no rovesciato, popolata da villani puzzolenti anziché da pastorelle pro- jetivas, como un itincrario en e! que intervenían centralmente la vo·
fumate» . Esa cautela incidía, pues, en la extrema variedad de expre- luntad de las mayorías y, por tanto, la anuencia que éstas pudieran
siones culturales que las clases subalternas habrían tenido en la época prestar a los cambias. La tutela a ejercer por parte de los revolucio-
moderna, variedad que no pasaba exclusivamente por el carnaval, la narias estaría, pues, condenada ai fracaso si no contaba con ese res-
burla, la fiesta o la risa. paldo. Las ideas de Gramsci a este ~especto suponían una variación,
La introducción de Ginzburg al texto de Burke es significativa, una desviación relativa, de la fuente leninista de la que partían y, más
pues, porque aclara las líneas maestras de aquella investigación. Pero aún, suponían un desmentido implícito de la degeneración burocráti-
aún es más importante porque ilustra la posición que adapta en aque- ca estalinista. En cambio, desde el punto de vista cultural, las conse-
llas fechas. Esto es, en esas páginas habla Í!pplícitamente de sí mis- cuencias de su obra eran incluso más interesantes.
mo, de los interlocutores que utiliza para aclarar el concepto de cul- En algún pasaje de los .Q]tademi, Gramsci subrayaba la importan-
tura popular y de los ejemplos a descartar. En ese sen tido, Ginzburg cia del sentido común como forma de comprensión del mundo de
considera muy relevante que Burke cite como primer referente de su las clases populares y resaltaba además el carácter crucial que adqui-
investigación a Gramsci. Ese dato objetivo describe ai historiador bri- ría como objeto de conocimiento. Si nos ateníamos a las distinciones
tânico, pero sobre todo esa referencia revierte sobre la obra dei pro- clásicas y aristocratizantes entre alta y baja cultura, esta última sería
pio Ginzburg. En efecto, podrfamos hacer una lectura retrospectiva de irrelevante como de tema de análisis porque sus manifestaciones no
El queso a partir de esa alusión circunstancial. Si repasamos con deta- alcanzarían la excelencia. Fundada sobre el sentido común, la baja cul-
lle su ·prefacio observaremos de inmediato que el léxico tiene reso- tura sólo sería un conjunto de evidencias prácticas, de recetas archi-
nancias gramscianas: hablar reiteradamente de clases subalternas, do- sabidas, de costumbres, de certezas tradicionales, etcétera. Pero lejos
minación, hegemonía, cultura subalterna, cultura hegemónica, etcétera, de ser un objeto despreciable, Gramsci lo destacaba tanto por su com-
implica asumir voces con significados precisos, con connotaciones evi- p onente pragmática cuanto por ser una forma de ordenar el mundo
dentes y con una clara filiación. De hecho, en ningún momento se al describirlo. Planteado así, dicho objeto n o tiene funciones sensi-
detiene a definir qué entiende por cada uno de esos términos, y no blemente diferentes de las que cumple la alta cultura. Ahora bien, ese
se demora porque pertenecen a una tradición común de la historio- hallazgo no le impide reconocer en ella los elementos atávicos, de re-
grafia italiana, al menos aquella que es de origen marxista. sistencia al cambio y, en definitiva, los prejuicios, estereotipas y su-
La figura y la obra de Antonio Gramsci tienen múltiples matices persticiones que la conformao. Es decir, la cultura popular sería am-
y, en particular, los Quademi de! carcere, editados por Einaudi, habían bivalente y contradictoria, una condición en la que lo religioso serífl
sido centrales en la constitución de Ia cultura de izquierdas de la !ta- uno de sus elementos centrales.
lia de posguerra. Como apuntamos, su descubrimiento y su lectura Cuando Carla Ginzburg hablaba de Gramsci en la introducción ai
fueron una defensa contra el estalinismo más reduccionista y, por tan- libra de Burke lo hacía a propósito de la cultura popular, pero lo ha-
to, abrieron vías para una reinterpretación histórica de la Italia con· cía también para subrayar la recepción especial que ese tema tenía en
temporánea y del papel desempenado por las clases populares. Sus re· Italia. Se referfa, claro está, a la Italia de Gramsci y se refería igual-
ferencias al Risorgimento permitían pensar mejor lo sucedido tras la mente a la Italia del Mezzogiorno, esta es, subalternidad y diferencia
unificación y, en concreto, las dificultades de modemización experi- eran dos elementos contemporâneos y característicos de aquel país que
mentadas. Este Gramsci serfa el canónico para la historiografia de iz- lo hacían muy sensible a esta renovación historiográfica. Además, re-
quierdas, en particular aquella que auspiciara el Partido Comunista conocía que en buena medida esa renovación había recibido el esti-
Italiano. Sin embargo, habría otro Gramsci menos circunstancial, más mulo de las investigaciones antropológicas que, dentro o fuera de ln
teórico, aquel que reflexionara sobre la cultura popular. A éste le de- disciplina, se habían desarrollado. En efecto, cuando en 1981 publica
berfamos categorías centrales, después muy reiteradas, como las de ela· en The ]o urna! of Interdisciplinary History un breve comentaria sobre la
ses subalternas, consenso, hegemonía, dominación, dirección intelec· relación entre la antropologia y la historia, se detiene en estas hechos.
tua! y moral, etcétcra. La riqueza de estas conceptos permitía superar Entre otras cosas, destaca el fenómeno de la distancia, tema que re-
esquemas dicotómicos y reduccionismos economicistas, lo cual expli- tomará afias después en Occhiacci di /egno, el fenóm eno de la diferen-
caría también su expansión como léxico de una izquierda renovada. cia como objeto de análisis etnológico, y el de la coherencia social

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que definiría todos los productos culturales de una éJ?oca_ dada. Éstas presiva o económica, los controles sociales se habrían ejercido a par·
serían enseftanzas a tener en cuenta por parte de los htstonadores; más tir de formas de consenso cognoscitivas, aquellas que muestran como
aún, de hecho son ya, concluye Ginzburg, dos datos constatables en evidente el mundo y que hacen de las relaciones que lo constituyen
el tratamiento que la histeria da a las sociedades dei pasado. En ese manifestaciones «tan fijas e inmutables como la bóveda celeste», se·
sentido, comportamientos y creencias tradicionales, característicos de gún concluye. Es por eso por lo que es dirimente y urgente estudiar
la cultura popular o incluso, aiíade, casos marginales ya no pueden el sentido común como forma de representación dei statu quo al ser
contemplarse como objetos despreciables. Lejos de ser hechos sin sen· el codificador de evidencias que se transmiten median te el folklore,
tido o irrelevantes, son ya analizados como experiencias humanas vá· mediante la cultura popular.
lidas y significativas. De los antropólogos, pues, se tomaría ei estímulo Así pues, cuando Ginzburg decide aclarar en El queso los usos ac·
de explicar la diferencia evitando sentidos unilineales y reduccionis· tuales de la voz clases subalternas remite también a Gramsci, pero a
tas. De nuevo, ese comentaria, además de destacar la relación que él continuación reenvía ai lector a Hobsbawm. Asimismo, cuando ha de
percibe entre las dos disciplinas, describe su prbpia investigación, un proponer algún ejemplo de investigación sobre la cultura popular que
objeto tratado anos atrás partiendo de esos presupuestos. haya resuelto de forma feliz sus objetivos sefíala, entre otros, nue·
Si de antropología hablamos, si tratamos de cultura popular y de vamente a Hobsbawm y a E. P. Thompson. Este aspecto es particu·
diferencia contempladas etnológícamente, tal y como advierte Ginz· larmente relevante para él porque otra de las facetas de Menocchio es
burg, en ese caso ei estímulo británico es el primordial. De hecho, las el de su inclusión en las clases subalternas. Para cuando Ginzburg es·
investigaciones de la antropología anglosajona tenían como uno de cribe El queso, es evidente que el marxismo británico había renovado
sus objetos centrales el del folklore, asunto que, como tal, también este ámbito de investigación. Es común admitir la contribución de
había preocupado a Gramsci. De este modo, antropologia, folklore y Hobsbawm y Thompson en la constitución de la histeria popular y
gramscismo dejan cierta huella en un referente historiográfico al que de ella se hace eco el propio Ginzburg en el prefacio. Esa aportación,
ei propio Ginzburg alude: el de los historiadores marxistas brítánicos. que tiene múltiples vertientes y que ha originado una amplia contro·
En concreto, E. P. Thompson relaciona estos elementos explícitamen· versia, proponía como objeto restituir la voz del pueblo recuperando
te no sólo en su propia obra de investigación, sino también en tex· de sus protagonistas el testimonio de sus vivendas y de sus acciones.
tos menores, circunstanciales, pero muy relevantes para entender su Para tal fin, la histeria desde abajo adoptaba una perspectiva empáti·
posición. Cuando habla en «Folklore, antropologia e histeria social>• ca para· reconstruir la formación de las clases y el germen de su con·
de esta disciplina, no se adhiere a la etnologia creadora de modelos ciencia. Las clases ya no eran entidades objetivas constituídas por su
o exportadora de conceptos, sino que dice sentírse próximo a su en· posición estmctural, sino que se formaban en la acción y en la expe-
foque, a su perspectiva. Lo que le agrada, pues, de esta disciplina es riencia de cada uno de sus integrantes y de las relaciones que entre
el fenômeno dei extrafiamiento, esto es, la capacidad de sorpresa que sí establecían. De hecho, la alusión concreta que Ginzburg hace de
manifiestan los antropólogos ante hechos que les son ajenos, que per· Thompson lo es en términos de la cultura popular, alusión que ave·
tenecen a otra cultura y que deben explicar sin violentarias. Más aún, cinda ai historiador británico con Natalie Z. Davis y que el mismo
«para nosotros -aiíadía refiriéndose a sí mismo y a Natalie Zemon Thompson reconocía en aquellas fechas, en 1976. A su vez, esta in-
Davis-, el estímulo antropológico no surte su efecto en la constmc· vestigadora prolongada y corregiría la monografia antigua pero «vigo·
ción de modelos, sino en la localización de nuevos problemas, en la rosa>> de Bajtin . mn qué sentido? En el de ampliar la esfera de la cul·
percepción de problemas antiguos con ojos nuevos, en el énfasis so· tura popular más aliá de la referencia baj tiniana a lo bajo, a lo carnal,
bre normas o sistema de valores y rituales (...) y en las expresiones a lo material, justamente la cautela que reiterará Ginzburg en la in·
simbólicas de la autoridad, el control y la hegemonía». Este último troducción ai volumen de Peter Burke anteriormente citado.
problema, el de la hegemonía, no es citado a título de ejemplo, sino Es decir, más aliá de sus resultados, más aliá de la aceptación de
que, por el contrario, es central en una historiografia de filiación mar· sus conclusiones, Davis y Thompson son para Ginzburg ejemplos po·
xista de la que él se reconoce próximo. En efecto, huyendo del eco· sitivos de cómo hacer una buena histeria de la cultura popular que
nomicismo y dei reduccionismo, Thompson manifiesta su simpatía no se arredra ante las dificultades de las fuentes y que, sobre todo, se
por este concepto gramsciano, justamente porque permite explicar me· propone recuperar el testimonio oculto o escaso de las clases suba!·
jor las formas de dominación y de control dadas en las sociedades ternas. En principio, pues, la investigación de Ginzburg parece adhe·
históricas. Lejos, pues, de una dominación estrictamente militar, re· rirse al mismo plan que Thompson proclamara al inicio de La fonna-

•I 110 111
ción de la clase obrera. Como se recordará, e! historiador británico se dividual con las coerciones y las determinaciones dei contexto no es
proponía «rescatar al humilde tejedor de medias y calcetines, ai jorna- extrafio. Para aquellas fechas, el problema de la estructura y la acción
lero luddita, al obrero de los más antiguos telares, a1 artesano utopis- era central en las ciencias sociales. De hecho, con esos conceptos ~ n·
ta...» , y Ginzburg hace lo propio con un molinero friulano. Más aúri, tinómicos se recogían diversas tradiciones que habrían polemizad o :1
la siguiente referencia ai iqvestigador inglés lo es para utilizarlo como lo largo dei tiempo tanto en lo que se refiere ai objeto como ai mé·
crítico de la serialidad estadística, como crítico «dei grosero impresio- todo que lo trataría. Ese intento de ~acer coherente lo individunl y
nismo de la computadora» y por consiguiente para reivindicar una his- lo colectivo era, como vimos, uno de sus temas dominante~; yn c 11
teria cualitativa basada en los indivíduos. Finalmente, la última alu- I bemmdanti. Ahora, en El queso lo plantea de nuevo sin resolvcrl o t•nn
sión a Thompson subraya otro aspecto que parece contradictorio con una declaración explícita. Es decir, no manifiesta cuál seria su pusi
los anteriores y que pone de relieve la permanencia de modelos cul- ción en ei ámbito de la teoría social, cuál sería su concepto de .1cdón
turales preindustriales en el seno de la clase ob.rera dei siglo XJX. o de estructura. Podem os conjeturar que ese silencio, o ai mcnm l11
Si de lo que se trataba era de rescatar la voz dei molinero friula- ausencia de una declaración explícita en tal sentido, se deba a LI fm
no como agente que emprendió acciones, que tomó decisiones y que ma y manera que tiene Ginzburg de abordar la investigación hi ~ t 6 11
concibió el mundo de acuerdo con su experiencia y su libertad de ca. En los aiíos 70, la historiografia se vio infutrada p or to do tipo de
pensamiento, la referenda a esos modelos parece desmentido. De he- contagies teóricos, por todo tipo de tradiciones externas. lnvoc.l!ldo
cho, este asunto refleja en el libro de Ginzburg una tensión en la me- la interdisciplinariedad, muchos historiadores dei momento se pm lc
dida en que, por un lado y como hemos visto, parece adherirse a una saban seguidores de una u otra corriente, de una u Olr:'l discipli1111 , y
histeria de lo individual, incluso de! caso límite, por lo que tiene de sus posiciones o presupuestos explícitos les llevaban a llHIII(Cllel 1'1111•
irrepetible, de singular y autopoiético. Pero, por otro, Menocchio es troversias más o menos acaloradas. Ginzburg no sigue este último 1 ~~
definido a partir de una lengua y de una cultura que son las de su mino, y parece haber aprendido muy bien la lección de l o~ lund11
época. Es decir, más allá de su condición de irreductible, más aliá de dores de los Annales, en particular de Bloch, quico lcjos de .1do pt.u
su singularidad de individuo, el molinero hace uso de una lengua y tradiciones externas subraya la peculiaridad dei oficio de histo1iudm :
se incluye dentro de una cultura que son los límites de su propio se trataria de resolver problemas concretos explicándo los con ull,l\ hr
mundo, la forma que tiene de designarlo y de pensarse. {Significa esto rramientas teóricas que parecen ser resultado de la propia invcsiiJI·'
la reaparición de un estructuralismo de! que no se habría distancia- ción. Así pues, las posiciones de Bloch y la de Ginzburg sc1l.lll poc 11
do? <En qué medida el relieve dado ai individuo, a ese individuo, se <<modernas», pero ai menos en este sentido no se diferenciad.1n de· lt
hace compatible con el peso de las estructuras objetivantes? Estos dos reivindicación hecha por Thompson frente ai teoricismo. En c·fc·c 111,
elementos, el lenguaje y la cultura, según Icemos en el prefacio, ofre- uno de los textos que Ginzburg !e cita es aquel en e! que dd cuthr ht
cen <<ai individuo un horizonte de posibilidades latentes, una jaula fle- la peculiaridad de la histeria. Como se puede leer en uno de luh tc·x
xible e invisible para ejercer den tro de ella la propia libertad condi· tos recogidos en Società patrizia, cultura plebea, Thompson o po nfa .1 lu
cionada>>. La frase es lo suficientc~ente ambígua para que en ella infiltración teórica, a la interdisciplinariedad entendida como p1 ~~1 .1
puedan reconocerse tradiciones diferentes: en un caso, aquellos que mo, el contexto histórico. El contexto era el conjunto de significadm,
se reconozcan seguidores de! individualismo metodológico apreciarán la red o cadena de significados en la que incluir el dato concreto, d r~
la explicación dei todo a partir de sus microfundamentos, a partir de tado a su vez de su propio significado. Frente al mimetismo de c:ic1
su única entidad observable, el individuo; en otro, aquellos que se ad- tos historiadores, incorporando conceptos sociológicos, antro po l611i
mitan deudores dei estructuralismo, o al menos lejanamente inspira- cos, etcétera, Thompson procuraba dotados de historicidad. Es dn 11 ,
dos en Durkheim, reconocerán las estructuras objetivarites que ejercen ei problema real dei historiador no es ei concepto teórico que dd w
control sobre los indivíduos. Para unos, el Menocchio presentado es importar, sino la resolución de su propia práctica investigadora: c6mo
aquel que lee libérrimamente, que es c·apaz de subvertir las expectati- explicar un hecho concreto dentro dei conjunto de hechos dei tjtlt'
vas, de ser contrario a su tiempo y de au parse por encima de su me- forma parte, a los que cabe conferir un significado. Carlo Ginzbnrg
dio. Para otros, el Menocchio descrito es principalmente portador de no haría algo sustancialmcntc diferente. Por tanto, es lógica la ambi·
tradiciones que le sobrepasan, de culturas antiguas que le llegan, que güedad, el eclecticismo o la relativa indeterminación teórica que se h:
ni siquiera conoce, y que conforman, a la postre, su clave de lectura. podría imputar.
El hecho de que Ginzburg trate de compatibilizar la elección in- En suma, pues, los ejemplos que aporta para ilustrar la resolución

112 113
de problemas no son préstamos teóricos, sino, como venimos viendo, locutores a autores alejados entre sí. Esa forma de leer puede inter-
aquellas prácticas que, a su juicio, han explicado satisfactoriamente el pretarse como una violación de los códigos de lectura o como el ejer-
caso que se investiga. Por eso, cuando se plantea su principal proble- cicio de una libertad interpretativa. En cualquiera de los casos, y esto
ma, ese asunto dominante en su investigación, que no es otro que el es objeto de análisis y reflexión por su parte, leer así nos devuelve
de lo individual y lo colectivo, buscará referentes que le sean próxi- nuevamente a la relación entre lo individual y lo colectivo, entre la
mos. Por ejemplo, tomemos de nuevo la introducción que le hiciera regia y su actualización, entre el código y su ejecución. Por tanto,
a Peter Burke poco tiempo después de El queso. En ella advertiremos lMenocchio leía correctamente o lo háda de forma aberrante?
que uno de los elementos que más le agradan es la resolución con-
creta que el historiador britânico le da .a la relación entre lo indivi- 6. Pese a lo que pueda parecer, leer no es una actividad eviden-
dual y lo colectivo, entre las variantes locales y el fondo común que te. Quienes se han ocupado de analizar históricamente esa práctica
las posibilita, entre los mensajes singulares y los códigos que con- han subrayado los cambios que se habrían experimentado a lo largo
sienten su articulación. Aunque parezca estar formulado en términos del tiempo en la relación que el lector tendría con ese objeto mate-
de oposición, lo cierto es que esos elementos no se plantean de ma- rial que es el libro. Pero hay más; se ha puesto también de relieve el
nera contraclictoria, sino 'c omplementaria. Expresándose así, aquello tipo de intervención que aquél tendría ante esc libro como objeto ce·
que.: Ginzburg subraya es que el hecho individual es siempre una ac- rrado, como objeto clausurado. Dicho en otros términos, un texto es
tu:tlización, una ejecución de unas regias que lo trascienden y que algo concluído, inmodificable, frente ai que su destinatario se resigna.
abn.:n un campo de posibilidades. En este caso, código o regias no En efecto, los libros incorporan sus propias instrucciones de lectura,
dt:bcn entenderse como un conjunto de coerciones que determinan la sus propias regias de descodificación y, por tanto, le exigen ai lector
rcspuesla individual, sino que deben tenerse como el marco que per- que se atenga a ellas, convirtiéndolo de hecho en lo que Umberto
mite expresar esos mensajes. Si se habla, pues, de códigos y de men- Eco llamaba el lector modelo. Sin embargo, lejos de suceder siempre
sajcs se está hablando de comunicación y por tanto se está hablando tal cosa, hay lecturas asilvestradas, aberrantes, que vulneran el sentido
de cómo la información circula, se adapta, se acepta o es rechazada de lo dicho, las intenciones dei autor o de la obra. Tradicionalmente
en cada uno de los contextos. Refiriéndo.se a esto, Ginzburg había alu- se pensó que esto podía estar causado por el error, la mala interpre-
dido a! caso de Menocchio como un ' caso efectivamente singular tación de esas instrucciones, la incapacidad o la falta de cu1tura dei
- en el límite, todos los casos lo serían-, pero vinculado a un con- lector. No obstante, su intervención, las modificaciones q ue imprime
texto que le da forma y recursos simbólicos. Por eso precisamente es en el sentido dei libro o los significados que violenta, no se debe sólo
por lo que el ejemplo del molinero no puede aclararse, por muy ex- a las limitaciones descritas, sino que puede obedecer muy bien a la
travagante que parezca, a partir de! delírio o de la incomunicación. fertilización que se da entre la imaginación de esc lector y la letra
U n individuo como Menocchio traba relación con su propio mun- impresa.
do a partir de las interacciones cotidianas, dei mismo modo que ha- Cuando aparece El queso, el tema de la lectura había cobrado una
ría cualquiera de sus contemporâneos. Vive en una pequena comuni- gran relevancia en las ciencias humanas. En efecto, en aquellas fechas,
dad, está casado, tiene hijos, frecuen ta a sus amigos, ejerce su oficio diversas disciplinas y diferentes tradiciones subrayaban el hecho de
y transita por las localidades cercanas. D e entrada, pues, ésa es su re- leer como un dato a incorporar a la hístoria cultural. Entre otras, la
lación con el contexto más próximo y que hace de él uno de tantos. semiótica italiana, la hermenéutica alemana o la teoría !iteraria de
Sin embargo, además de esa vida ordinaria, Menocchio ensancha su la recepción hicieron hincapié en la figura dei lector concibiéndolo
mundo de una manera potencial fertilizando su imaginación con los como aquel que actualizaba las instrucciones contenidas en ellibro,
libros, dialogando con los muertos y aventurándose por tierras extra· instmcciones ejecutadas a partir de una cierta libertad de significado
fias . Esta circunstancia llama la atención de Ginzburg y comprueba o a partir de la tradición. Conceptos tales como los de obra abierta,
que no es sólo el molinero quien lee y, por tanto, quien tiene acce- historia efectual, horizonte de expectativas, comunidad de sentido u
so a la cultura escrita. Ésta, la letra impresa, transmite unos saberes otros, que no son necesariamente compatibles entre sí, confluían sin
ya codificados, unos mensajes concluídos que en principio no pueden embargo en la relevancia dada ai fenómeno de la lectura. Este hecho,
alterarse. Sin embargo, como subraya una y otra vez el historiador ita· la incorporación dei lector como figura relevante, era reciente y per-
liano, el molinero leía vulnerando el sentido evidente de los textos, mitía distanciarse de las controversias acerca de la preeminencia del
haciendo coherentes lecturas contradictorias y convirtiendo en inter- autor o de 'la obra, dei dato extra textual o del contenido textual. En

114 115
cualquier caso, dentro de esa variedad de corrientes y disciplinas no ciones están impresas en la letra misma, es decir, transmiten cuál cs
hubo coincidencia y el objeto de debate fue justamente el dei grado e! código a aplicar para averiguar y saber a qué gênero pertenece el
de libertad de que gozaba el lector a la hora de descodificar la pala- libro, el grado de verdad que se le puede atribuir o la fantasía que lo
bra impresa. caracteriza. A pesar de esas regias e incluso a pesar de su comprensi6n
El queso, publicado en 1976, ejemplificaba en esa fecha un tema adecuada, los lectores pueden, en efecto, no seguirias y, por consi·
que era transversal, transdisciplinario y relativamente nuevo en e! âm- guiente, convertir el libro en algo bien diferente de lo que pretendic
bito historiográfico, el de la lectura. La historia de las mentalidades o ra el autor o de lo que indique maniftestamente la obra. En cualquicr
la historia cultural practicada hasta entonces había tratado este obje- caso, se haga una descodificación acorde con las instrucciones o uu.1
to desde la perspectiva dei libro o dei autor, planteândose la creación lectura aberrante, se haga desde ellibre albedrío individual o desde l.a
o difusión de las ideas, así como la representacíón de una época o de comunidad lectora a la que uno pertenezca, lo cierto es que esc tciC
un sector social. Este reduccíonismo es precisamente aquello que to da una información que se aloja en el cerebro y que puedc nll c1.11
Gínzburg rechaza como punto de partida pàr;!i analizar ai lector Me- los datos previamente depositados. Pero quizá suceda lo contrario, c~l u
nocchio. En primer lugar, e! historiador italiano n o analiza autores y es, nuestra forma de ver el mundo, el modelo perceptivo con cl que
obras, sino que los tiene en cuenta sólo en la medida en que afectan contemplamos la realidad, puede seleccionar aquella parte de In in•
a un acto de lectura; y, en segundo lugar, quien lo emprende, el mo- formación que concuerda con la imagen estable que tenemos cn IIII C/1
linero, lejos de ser epítome de su tiempo, es un caso Hmite, parece tra mente. (~é sucedería en el caso de Menocchio?
ser un lector excepcional y extravagante. Ahora bien, esa condición Cuando lee, el molinero no se atiene necesariamente ai sentido dr
no es tanto la dei acto de leer. En efecto, Menocchio compartía esta los textos, a las instrucciones que las páginas contienen, sino que iu
afición con otros de sus contemporâneos, hasta el punto de poder ha- corpora siempre algo de sí mismo, modificando los contenidos y .td.tp
blarse de una comunidad de lectores. Ginzburg habla de una red de tándolos o incluso forzândolos a su horizonte de expectativas. Un••
lectura, dándole a esta expresión la connotación gráfica que incorpora, lectura de este tipo es, de entrada, aberrante o, si se quiere, unn ltt
es decir, la de una interconexión de relaciones, la de una combina· tura que violenta los textos ai afiadirles algo que no tienen m.ulili c~
ción entre partes. Sería una red porque por ella circularía un conjun- tamente, algo no previsto, en ocasiones incluso marginal. En los 1 ~ 1
to de libros. Pero (de qué libros se trataba? Como subraya inmedia- minos de Eco, diríamos que el molinero no interpreta los textos, ~inu
tamente el propío historiador, esos volúmenes eran relatos o extractos que hace uso de ellos. Esta_ particula~idad (~e da _excl_usivame t~l c o.11
bíblicos, libros de viajes, crônicas, etcétera. La lista de esos libros, vul- Menocchio? Para cuando Gmzburg htzo su mvestlgact6n, la h1Nio1111
gares y heterogêneos, no aclara el caso estudiado. Por tanto, su ex- de la lectura como tal no había tenido los desarrollos que pudithlll
cepción radica en cómo lee. Esto es, la pregunta que se plantea ya no aclarar esta pregunta. La historia de los libros y de su difusi6n c:1.1 t,,
es la de la obra o su autor, sino la de la pragmática dei lector. Una forma habitual que adoptaban las investigaciones _que se _ ampuwiHtll
cuestión de esta índole da forma a un nuevo modo de hacer histeria bajo la histoire des mmtalités. Sin embargo, el estudto de Gmzbtu g 111
de los libros, convertida ahora en histeria de la lectura. Robert Darn· cidía sobre la práctica de lectura y por tanto sobre la apropiaciôu r
ton, como vimos al tratar la obra editada por Peter Burke, hace par· actualización de los contenidos, conjeturando que el caso dcl 111nl1
tir la nueva historia de la lectura precisamente dei ejemplo de Me· nero no era el único en una red d~ lectores más extensa. Esos lct'lll
nocchio, presentando El queso como el referente principal y como e! res incorporarían significados y valores comunes a unos textos ccu.1
precedente de lo que él mismo abordara anos después en La gran ma- dos y cuya letra impresa dictaría una semântica diferente. Ahora birn,
tanza de gatos. sobre otras lecturas, sobre otras formas de pragmática, Ginzburg snhl.1
Como ya dijimos, la pragmática de Menocchio se caracteriza, al bien poca cosa, justamente porque no había investigaciones cqu ~p11
menos desde la perspectiva que Ginzburg ofrece de entrada, por una rables a la suya ni una base documental abundante. En fecha rectcn
libérrima descodificación. Descodificar es encontrar las ínstrucciones te, Roger Chartier y otros historiadores han hecho un diagnóstico dcl
que debería seguir el lector para atenerse a aquello que dieta la letra estado de la lectura en el pasado europeo. Entre otras cosas, deslnca•
,f
I
impresa. Se parte dei supuesto de que hay un significado que apresar ban los avances historiográficos que habrían tenido lugar en las últi·
y que este acto se resuelve o es fallido. Los lectores pueden entender mas décadas, así como las influencias teóricas que, procedentes de l o~
estas instrucciones y seguirias; entenderias y no seguirias; o, final· estudios literarios, habrían afectado a la investigación histórica. Por un
mente, no entenderias y por tanto no poderias seguir. Esas instruc· lado, se subrayaba la diversidad de prácticas y de relación corpornl

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con los libros, como por ejemplo el cambio de la lectura en voz alta Por otra parte, y en el ámbito estrictamente italiano, el problema
a la silenciosa. Por otro, se reconocían las deudas contraídas por la de los efectos y de la recepción de los productos culturales era tam·
historiografia con la escuela de Costanza o con la hermenéutica de bién un tema relevante. Croce, Gentile y Gramsci, entre otros autores
Rícoeur. Pero, más aliá de esto, la contribución concreta de Chartier italianos, constituyen una tradición contradictoria de pensadores que
ponía el acento en un asP.ecto reciente e importantísimo de estas in· se ocuparon de la estética y de la cultura como fenómenos socia·
vestigaciones: las lecturas y los lectores <<populares•> de la época mo· les. De ese fondo no congruente arranca una reflexión contempo·
derna. Es decir, gracias a determinado tipo de documentación, podían ránea que encontrará en Umberto Eco su m áxima expresión. En·
probarse las formas de actualización pragmática que los lectores po· tre 1962, afio en que aparecía Obra abierta, y 1979, fecha en la que se
pulares habrían tenido ante los libros. El análisis de Chartier, que re· editaba Lector in fabula, este autor se había ocupado dei arte y de su
toma una interpretación característica ya avanzada en alguna de sus difusión social. En ese lapso y a través de diversas obras, aquello que
obras anteriores, indicaba dos cosas. En primer lugar, la circulacíón Eco había abordado era el estudio de los productos culturales, inclu-
de los mismos libras para sectores sociales diferentes. Con ello se po· yendo aquellos cuyo uso masivo caracterizaba a la contemporaneidad.
nía de relieve que las clases populares tenían ai alcance volúmenes La novedad principal era la de ampliar el objeto de conocimiento e
que <<no les estaban especialmente destinados>>. En segundo término, incluir la haja cultura, la cultura masiva, el kitsch, los cómics, etcéte·
la readaptación de esos textos ai universo cultural de cada grupo y al ra, como mensajes que se atendrían a las mismas regias del arte y de
horizonte de expectativas que lo definida. Nuevamente, como en el su comunicación. Con ello, Umberto Eco no recaía en la irrelevancia
caso de Darnton, el primer ejemplo que proponía para ilustrar ambos o en la indiferencia, esto es, no igualaba esos productos de alta o baja
hechos era justamente el de Menocchio, citando pues el volumen de cultura, sino que obligaba a precisar y a distinguir los fines para los
Ginzburg y subrayando la particularidad lectora dei molinero. que fueron concebidos y los usos que tuvieron. Ahora bien, ese as·
Ahora bien , la relevancia de esta propuesta de Ginzburg no se en· pecto no es el que más nos interesa aquí. Lo verdaderamente impor·
tiende sólo desde el ámbito de la historia de la lectura. Una contex· tante fue su aportación al análisis de la recepción y a sus límites. Ya
tualización de su investigación requiere aludir ai trasfondo cultural en en 1962 anunciaba una historia de la cultura que atendiera en primer
o
el que se inserta su obra. En ese sentido hay al menos dos aspectos lugar a <<las declaraciones expresas de los artistas••, pero en segundo lu·
que conviene recordar. Por una parte, la vinculación desde 1964 con gar proponía un estudio de <<las estructuras de la obra, de modo que
el Warburg Institute y con su director, E. H. Gombrich. Esta influen· por la manera como está hecha la obra pueda deducirse cómo quería
cia es notable en Ginzburg en distintos niveles de su o bra, de entre hacerse». Más aliá de la impronta estructural que estas palabras en·
los cuales nos interesa destacar ahora el análisis de Gombrich sobre cierran, pensaba una doble orientación que guiara el análisis de los
la relación entre el arte y la comunicación. En Arte e Ilusión, aquel au- textos. Por un lado, habría que revelar las regias y las instrucciones
tor se planteaba entre otras cosas el fenómeno de la recepción y, en inscritas en la obra, aquellas que dictaban una descodificación y no;
particular, e! juego recíproco que se da entre expectativa y observa· otra. Por otro, habría que mostrar de qué modo el propio texto obli-.
ción. Planteada así, la invcstigación acerca dei arte apuntaba a una his· gaba a cooperar al lector, de qué modo le obligaba a una interven·
toria que resolviera los enigmas sobre los productos culturales y su ción interpretativa.
apropiación. Según indicaba Ginzburg en un artículo que !e dedicara Aunque la obra de Eco ha variado de objetos y de perspectivas,
y que fue recogido en Mitos, la fértil idea de Gombrich dei arte como lo cierto es que un concepto clave de su formulación es el del <<ele-
comunicación exigía la colaboración de la historia y por tanto la re· mento no dicho••, concepto que era contemporâneo a otro parejo de-
lación con un contexto más amplio. En ese trabajo, e! historiador ita· bido a Wolfgang Iser: el de <<espacio vacío>>. Todas las obras !iterarias,
liano valoraba positivamente su contribución ajustando cuentas con pero por extensión todo texto, tendrían lugares de indeterminación
los aspectos menos felices o no desarrollados por aquél. Ahora bien, que exigirían la intervención activa del lector o dei receptor para po·,
más aliá de los reproches concretos que le hiciera, lo cierto es que !e der ejecutarlas. Con esta idea, la semiótica italiana pondría el acento
reconocía como ejemplo y modelo de una historia cultural que tras· en los efectos de los productos culturales y esa posición sería además
cendía los límites disciplinarios de la historia del arte, una historia cul- contemporânea ai desarrollo de la escuela de Costanza. Si en el pri·
tural en donde los fenómenos de la percepción y de la observación mer caso, la tradición es la de la semiótica, en el segundo es la de la
obligan a salir de la obra artística para verificar los efectos que ésta hermenéutica y la de la fenomenologia. Así pues, cuando Carlo Ginz·
tiene sobre e! espectador. burg elaboraba su investigación, estos desarrollos teóricos se difimdían
li
118 119

li
que impugnara esa evidencia, fuera u~ referente .a! menos para Eco Y
en ei continente europeo y además no estaban lejos de la corriente Calvino, como tampoco lo es que Gmzburg qwst~ra m?str~~· ai me
americana conocida con el nombre de la Reader-Response Theory. En nos retóricamente, las propias dificultades de la mvesttgacton o los
suma, pues, Ginzburg situaba su posición en términos coincidentes obstáculos con los que como autor se trop~zaba. El se~ndo elemenlll
con los de Umberto Eco, seõalando explícitamente en una nota de El que compartían esas obras era el protagomsmo concedtdo ai lcclor Y
queso la importancia de esse último en lo referente ai problema de la a la lectura. En la novela de Eco, la intriga detectivesca se ce.nt t •' r tt
recepción. un libra desaparecido que ha sido burtado justamente par:.t uuprdu
Ahora bien, más aliá de la cita textual, la relación entre Eco y su lectura: leer, o ai menos leer esas páginas, constituye lltl pr iiH"'
Ginzburg es mayor. Ambos forman parte de esa generación de italia· para el orden establecido o así lo ve quien es ~i~go y a la vc'l lm ' "In
nos nacidos en los anos 30 que crecieron y se educaron en la cultu· un gran lector, Jorge de Burgos, tr~sunto ficttcto d_e aqucl ot t 11 W•"'
ra dei antifascismo y bajo la reconstrucción política democristiana. lector e invidente que fue Jorge Luts Borges. Un mtsmo toll~l p 111 1n h
Uno y otro coincidieron varias aiíos en la ut:tiversidad de Bolonia co, o si se quiere una ironía sobre la lectura, .~allam?s ~amlH~II 1•11 r I
como docentes. Ambos pertenecían a la vanguardia cultural de la Ita· relato de Calvino. En este caso, el autor empmco comctdc.: cou r•l llil
lia de los 60, la de aquellos creadores, teóricos o investigadores que rrador, es decir, un relator llamado Calvino se dirige exprcs.u ~H· nl r ·'
habían llegado a la madurez coincidiendo con las convulsiones so· un lector que está dentro del propio texto, esto es, un lector tn1pl!11
ciales de aquei momento. D e hecho, aquélla fue una época especial· to en e1 que se reconocería el explícito o empírico ..La novcl.l P •lll' l l
mente conflictiva, agravada en su fase final por los atentados y por tener dificultades para desarrollarse, para segutr un htlo coudut•toa 111
las amenazas de golpe de Estado, una época, en fin, a la que se cali· herente y su narrador manifiesta explícitamente una y otr.1 .vc:,'l lur• dt
ficó como la de los anni di piombo. Aquél fue un período de izquier· ficultades de enunciación y de atribución semánticn, COIWIIIIr ndn ht
dismo convulso, en ei que los in telectuales se involucraban o teori· obra en un centón, como también lo era El nombrc _de lrt ro.f/1:. Pot 1'tl
zaban sobre las clases populares, sobre sus formas de lucha o sobre timo, y como hemos visto, una de las claves del h~ro de: C r111 th1~ 1 p.
las manifestaciones culturales· que las caracterizaban. Eran los anos de es precisamente la condición_ de lector. de Menocchro y l.1 d tVt' til
Lotta Continua, de Autonomia Operaia, los anos de la guerrilla urbana terpretativa que como tal aphca a los hbros que caen c.: n su~ ntot.nm .
y de la guerrilla semiológica, en palabras de Eco. Sin embargo, para Esa clave interpretativa es sobre todo la_ de. un rellcno, cs de: c 11 , I' I
lo que aquí nos interesa, la década de los 70 fue también la dei prata· molinero lee los textos a través de sus proptas 1deas, rendapt.tndo h1 Ir
gonismo dei lector. Esta figura, la dei lector, había sido tradicionalmen· teralidad de la palabra escrita a un léxico asilvestrado y supuc:~ t .un !'ll
te ignorada por los estudios culturales en taqto se le negaba capaci· te incongruente. Esa labor de r~lleno se d~ por dos razonc:s. I .1 111 I
dad para modificar la materialidad de los productos elaborados por mera, por la libertad que el propto ~enocchto _se concede. l..t '~'11"'" '''•
autores sobre los que no tendría tutela. Ahora bien, la irrupción dei por los <<espacios vacíos>> que contten~n los hbr?s a los qur ·'' ,t r•dr
lector en la obra era una forma de democratización, una forma de Por un lado, pues, el molmero sobremt~rpretana (usada) c:X.IH' r.ul•1
universalización de esos mismos productos y por tanto un media de mente los textos, en el sentido que le dtera Umberto I!cu :' ""·' '
relativizar el autoritarismo o la autoridad de los escritores. Hablar dei presión, yendo_ más aliá de l.as. instrucciones de lectura. cxpllctlu~ o 1111
lector obligaba a confrontar las instrucciones autoriales con lo que era plícitas contemdas en sus pagmas. Por otro, Menocch10 dcswdtf ll ,u l.t
la descodificación p opular. razonablemente esas obras en tanto · que todo libra cx~girln l.t 11 111111
En este sentido, no es mera coincidencia que tres obras clave de ración interpretativa dellector. En ese c~so, un texto vt~tu.tl, o 1111' 1111,
aquel p eríodo tuvieran por hilo conductor la lectura. En 1976 apare· un mero artefacto material, queda actualtzado. Ahora btct~, l.t llbl'l!llll
ce El queso, pero tres aíi.os después el mismo editor, Einaudi, publi· interpretativa y el relleno de los ~spacios. vacíos no se cu·cnn~a t 1\111 11
caba un gran libra de !talo Calvino de título enigmático, Si una no- sólo al molinero, puesto que el Inlsmo Gmzburg ad~pta com,<,> lt'< 1111
che de invierno un viajero. A las pocas semanas de aparecer este último, una posición semejante. Por consiguiente, e! personaJe que (,tnz1Htt14
Umberto Eco presentaba El nombre de la rosa. Estas tres libras com· construye a partir de la lectura de un docume~to es, por un llld,u, 1111
parten varias cosas. De entre ellas, la primera podría ser la de la des· humilde friulano dei sigla XVI. Ésa sería la pnmera ~ons~cuc:ntlll du
confianza en la omnisciencia dei narrador y dei autor empírico, una cumental incontrovertible. Ahora bien, po~ otro, el htst?nndor vn. 111·\~
lección tomada en préstamo dei estructuralismo o al menos de aquel aliá y nos ofrece una imagen de Menocchto m~cho mas comp_lc:jll. St
estructuralismo que discutía la noción de autor o que incluso habla- se hablaba de la centralidad dei lector, de su smtonía o su astnttm ht
ba de su muerte. Así, no es extrano que Roland Barthes, el Barthes
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con una tradición, de su pertenencia a una comunidad de destinata· ca que daría sentido a la histeria dei molinero y, en general, a todas
rios y de su libertad interpretativa, Menocchio encarnaria todo ello. Se sus investigaciones: la perspectiva de la víctima, aspecto éste que John
le tomaria, en efecto, como ejemplo de esa práctica. Lee en pleno si· Elliott resefló tempranamente en tono crítico. lCómo se adapta este
glo XVI, lee libérrimamente, tiene ideas modernas (racionalismo, ateís· punto de vista? Puede haber dos formas: o porque uno es o se per· ·
mo, tolerancia) y además pertenece a las clases populares. cibe como víctima, o porque practica la empatía. En efecto, leyendo
" El qtuso se tiene frecuentemente la impresión de que el autor, el re·
7. Giovanni Levi sefialó en cierta ocasión, en «I pericoli dei lator, nos hace vivir lo que a Menocchio le sucede, nos hace com·
geertzismo», que la obra de Robert Damton La gran matanza de gatos partir los sentimientos que aquél experimenta. Para ello, unas veces
estaba escrito de un modo meteorológico. (Meteorológico? En reali· nos cuenta y otras nos muestra, unas veces nos presenta lo que ocu·
dad, esta calificación queria poner de relieve que el autor había in- rre y otras nos narra lo que el molinero sentía. Pero si Ginzburg pue·
tentado escribir un libra de éxito de una man~ra consciente, delibe· de ejercer esa forma de empatía es, en parte, porque él mismo se vive
rada, y que para ello había estado atento al clima cultural dei momento. como víctima. A esta certidumbre, según sus propias palabras, sólo
Con cllo, Darnton le daría allector, a un lector sensible, aquello que llegó anos después, a pesar de lo que pudiera parecer. Así lo ponía
cspcraba. La conclusión era evidente: el resultado habría sido una in- de manifiesto, en 1979, en la entrevista que se incluyera como pró·
vcst·igación poco innovadora, excesivamente complaciente con las mo· logo a la edición francesa de I benandanti, reproducida por la revista
dns de entonces. L'Avenç en 1981. Más adelante, con motivo de la traducción japone·
l Podría clecirse algo parecido de E! queso? Al margen de que este· sa de Historia noctuma, Ginzburg impartió una conferencia con el tí·
III OS o no de acuerdo con e1 juicio de Levi, podríamos decir efecti· tulo de «Witches and Shamans» en la que volvfa sobre esos referen·
vn mente que hay algo también ambiental en el libra de Ginzburg. tes y daba pistas acerca de sí mismo y de sus objetos de investigación.
<Ambiental? Para cuando este historiador publicá esa obra problemas Sus temas, indivíduos o grupos perseguidos, no eran meras elecciones
tnles como el sujeto, las clases populares o la lectura como proceso acadêmicas; eran, por el contrario, fruto de una decisión verdadera·
crcalivo estaban en el ambiente. Un ejemplo que da información ex- mente novedosa para la época y, aõadiríamos, resultado de un do~or
hnustiva ele esto mismo es el artículo que, como radiografia, publicá antiguo y personal. En efecto, en primer lugar, el ~s tudio de la re·
Arna ldo Momigliano en 1977. Evaluando las líneas generales de la presión, de la persecución, era ya habitual, pero lo corriente era que
historiografia del período 1961·1976, este historiador subrayaba una se centrara en los mecanismos de exclusión. Esto es lo que, por ejem·
serie de características generales que coincidían con algunos de los ras· plo, Ginzburg criticaba en Foucault. En El queso seflalaba que en la
gos básicos presentes en El queso: clases subalternas, cultura popular, Historia de la locura en la época clásica había una ausencia evidente:
folklore, tradiciones orales, antropologia, etcétera. Así, podríamos de- la de los locas, algo que no se debía sólo a una dificultad documen·
cir, a la manera de Levi, que Ginzburg se sentó en el escritorio con tal, sino a un determinado presupuesto. Su objetivo, por con tra, era
sus sen tidos orientados hacia el nuevo clima cultural iniciado en el 68. rescatar de la sombra a las víctimas. Ahora bico, en segundo lugar, si
Ahora bien, su virtud consistió en percibir tempranamente el cambio este tema no fue una mera elección acadêmica era porque él mismo
que se avecinaba, recogiendo preocupaciones que por lo general ni si· había sido una víctima. Y n o sólo por su condición de judío, no sólo
quiera habían llegado a la disciplina histórica o reuniendo temas que por formar parte de una comunidad que había padecido el holocaus-
hasta ese momento no se habían puesto en relación: individuo, cu!· to, sino también porque su família había sufrido directamente la per-
tura, lectura, clases populares. Como apostillaba Levi en el caso de secución política.
Darnton, estos ingredientes podrían justificar una receta de éxito. Sin Como se sabe, Leone Ginzburg, su padre, fue encarcelado en la
embargo, esta explicación, de ser cierta, continúa siendo muy insatis· década de los 30 por sus actividades antifascistas en la célebre prisión
factoria, porque da idea de una artificialidad deliberada en la prepa- de Civitavecchia, cárcel a la que el historiador dedicaria algunas pá-
ración y porque, de ser así, la época habría atrapado a El queso, de ginas muchos anos después. Más tarde, en 1940, la fam ília Ginzburg,
modo que su éxito hubiera quedado circunscrito a su contexto tem· la que Leone formara con Natalia Levi, fue deportada a una pequena
poral. Así pues, en realidad, en esa obra hay algo más, algo sobre lo localidad de los Abruzos. Finalmente, Leone iría a Roma y allí reto·
que Ginzburg no reflexíonará hasta anos después. maría su actividad clandestina de lucha contra el régimen, hasta que
La mezcla de esos ingredientes quedó bien trabada gracias a un poco después, en 1944, es detenido de nuevo, falleciendo en la cár·
condimento adicional. Carlo Ginzburg adoptaría una perspectiva éti· cel de Regina Coeli, controlada por los nazis. Así pues, estas avatares

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familiares permiten comprender hasta qué punto y de qué modo Car- la cultura popular como tema académico en Italia, ai menos así se ex·
la Ginzburg adapta la perspectiva de la víctima, hasta qué punto se presa en la introducción que hiciera en 1980 al libro de Peter Burke.
identific~ con los individuas que estudia. Y ello a pesar de que, como Ahora bien, {cómo logró Levi conciliar esa narración dei yo con un
hemos vtsto, tardara algunos anos en reconocer esa evidente conexión, documento antropológico? Como sabemos desde Proust, el yo que
una tardanza que é! atribuye, utilizando a Freud, a los efectos de lo narra sólo toma en cuenta e1 mundo exterior en tanto le provoca al·
reprimido. Es decir, hech.os traumáticos de la infancia pueden tener guna conmoción interna, en tanto el azar externo le activa una me:
dos tipos de efectos. Los primeros reaniman una y otra vez el trau· moria involuntaria. En cambio, el yo dei narrador en la obra de Levt
ma, la vivencia temprana, e! dolor precoz: a éstos Freud los identifi- aspira a salir fuera de sí, a captar ese objeto extrafio que le opone re·
ca con los conceptos de fijación y de impulso de repetición. Los se- sistencia, ese mundo campesino distinto y distante dei de la cultura
gundos, por contra, son reacciones defensivas que se expresan en la urbana de la que él procede, una cultura ,septentrional e intelectual.
evitación de! dolor, en inhibiciones de aquellos hechos y de su re- Desde este punto de vista, (qué signifisa Eboli? . .
cuerdo. No queremos decir con esta que Ginzburg soslaye la viven· Como advertia Gabriella Gribaudi, Eboli simboliza para los ttalta·
cia dei confinamiento o la de la muerte de! padre; lo que queremos nos el Mezzogiomo atrasado, el agrarismo atávico y el tradicionalismo
decir, siguiendo su propia confesión, es que quizá con sus objetos de primitivo. Sin embargo, como inmediatamente apost~llaba, hay un cier·
conocimiento, con sus víctimas y perseguidos, se produzca una com· to y evidente desenfoque en este símbolo, porque Eboli es aún la ci·
pensación diferida de ese dolor temprano. vilización dei norte, la última ciudad a la que aún llegó Cristo, el lu·
Ahora bien, sí que existe un aspecto de aquella época que Ginz· · gar a partir del cual comienza el sur profundo, e1 lugar en donde no
burg siempre ha mantenido vivo, una influencia que siempre ha se· estuvo ni anduvo el confinado. En ese sentido, lo que Ginzburg dit:c
iialado como det~rminante por diversos motivos: Cada Levi y, más haber aprendido de este relato es sobre todo la actitud de simpalln mo
en concreto, su ltbro Cristo se par6 en Éboli. Como se sabe, esta no· ral e intelectual bacia los valores propios de la sociedacl compcsin.1,
vela es uno de los textos clave de la ltalia de posguerra, e! primer gran algo que también estaba presente en la experiencia de ~u padre: g~ dt•
éxito de ventas de Einaudi tras la contienda, incluso un texto escolar cir, que no sólo es posible sino que es deseable combmar la d1s l.l~l l lll
con el que los bachilleres accedían a la cultura !iteraria. De hecho el intelectual y la participación emocional. Levi nunca asume una aclll\ld
propio Ginzburg reconoce en «Witches and Shamans» haberlo leÍdo de superioridad, nunca habla desde una condición de arrogancin intc
en su adolescencia y reconoce igualmente la profunda impresión que lectual, sino que se toma en seria incluso lo más extrafio e incom·
!e ~ausó. En ese sentido, hay q ue tener en cuenta que Carla Levi fue prensible de esa otra cultura. En definitiva, lo que Ginzburg aprende
amtgo de su padre, que participá también en la lucha antifascista en de Cristo se par6 en Éboli es la empatia propia de lo que los antrop6·
Turín y que fue asimismo objeto de confinamiento a causa de esas logos denominan la observación participante, una experiencia que él
actividades, paralelismos que el propio Ginzburg aduce para explicar mismo tuvo que pasar cuando su família fue confinada en los Abm·
el impacto que la obra le produjo. zos. Hasta tal punto fue así, hasta tal punto se ejerció la empada en
(~é clase de libra es éste? (Novela propiamente dicha, crónica, el relato de Levi, que sus campesinos lo ven como ellos mismos se
autobwgrafia, memorias o documento antropológico? En realidad, lo

l'
ven: «también tú, pues, estás sometido al destino. También tú te ha·
es todo a la vez. En primer lugar, está concebido como un relato lias aquí a causa del poder de una mala voluntad, por un influjo m::~l­
como la narración de un confinado en un pueblecito de Lucania, qu~ vado, traído hasta aquí por una obra de magia hostil. También tú eres
cuenta los hechos que le acontecieron y los personajes con los que se un hombre; también tú eres uno de los nuestros••. Si fanta seáramos
relacio~ó. A la manera de Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, la obra con una escena imposible, si Menocchio hubiera sido contemporáneo
de Levt se concibe como una novela verdadera, como una novela he· de Ginzburg y lo hubiera conocido, quizá le habría podido decir las
cha sólo de materiales referenciales, reales, que sigue además un or· mismas palabras. Porque, en efecto, lo que Ginzburg pretende hacer
den cronológico natural. Es, pues, una narración dei yo, una de las en El queso es compaginar la distancia intelectual, el respeto por una
tantas que el siglo XX nos ha dado en las que el sujeto de la enun- cultura diferente, con la participación emocional. ms la forma de ha·
ciación se expresa a sí mismo tomando como estímulo las sensacio· cer coherente ambas cosas lo que explica su éxito? Si es así, si su éxi·
nes que e! mundo externo le provoca. Sin embargo, es también un to no tiene que ver sólo con la época, con los nuevos objetos. histo·
do~umento antropol?gico. De hecho, Carla Ginzburg entiende que riográficos, chocamos nuevamente con los muros de este labennt? y
Cmto se par6 en Ebo!t es un antecedente que facilitá la recepción de entonces, como le sucedía a Ginzburg, volvemos ai punto de partida.

124 125
. ..
'

5
{Di os está en lo particular?
-Dígame, por amor de Dios - cxclamé- , con
ayuda de qué método, si cs que hay algu no, ha sido
usted capaz de sondear mi alma cn esta cucstión.

EDGAR A. POE

Claro que hay momentos en nuestro trabajo -us-


ted también los habrá tenido, Müller- en que uno
está tentado de pensar que sólo lo que escapa a nues-
tro registro es importante, que sólo lo que pasa sin de-
jar trazas existe verdaderamente, mientras que todo lo
que nuestros ficheros conservan es la parte muerta, las
rebabas, la escoria_

! TALO CALVINO

1. En las pagmas precedentes hemos abordado las instrucciones


de lectura, los contenidos manifiestos y el contexto historiográfico de
tma obra. Son sólo explicaciones tentativas, insatisfactorias, puesto que
no rinden cuenta suficiente del éxito de Ginzburg. Proponemos aho-
ra -tal vez con la esperanza de llegar a una solución más aceptable-
analizar las estrategias y las argumentaciones que el historiador sigue
para presentar ai personaje y para darle un determinado sentido. La
labor más visible del investigador es restituímos las palabras de Me·
nocchio, lo dicho explícitamente, las metáforas de las que se sirvi6 y
las controversias que mantuvo con sus acusadores. Ahora bien, hay

127
otra tarea menos evidente, quizá la más importante, que consiste en sus colegas. Sin embargo, acabó víviendo desterrado dei mar, ~orno
ordenar y administrar la información, dándole un significado, y a&on· corredor de agencias proveedoras de barcos y, sobre todo, ca~b1ando
tar los vacíos documentales con conexiones razonables, plausibles o continuamente de residencia, de puerto en puerto. Es prcCisa~entc
verosímiles. Si es así, la clave de su relato radicaría en una tensión esta último lo que inquieta al lector y lo que le guía para avenguar
permanente entre lo dicho y lo no dicho, lo que se sabe y lo que no las razones ocultas de ese comportamiento errático. ~arlo~ revela
se sabe) El biógrafo tradicional adoptaba la forma de un narrador om· pronto cuál es e1 hecho que causa eso~ c~mbios, pero 111~1edt~t~men•
nisciente que hacía valer su información, toda su información. Por su te advierte la limitación de ese conocumento y las prop1as umeblns
parte, Ginzburg también advierte ai lector acerca de lo que ha averi· que lo acompaõan. Lo que _imp~rta no es el hec~o, no es eso lo que
guado, pera, frente a la arrogancia realista dei viejo biógrafo, se de· deja inconsolable a Lord )1m, smo lo que en el pr~voca. Hay UIU
tiene continuamente en todo aquello que ignora y sobre lo que, a su zona oscura: «como el otro hemisferio de la !una, extste en nosotros
vez, debe pronunciarse para presentar lógica y contextualmente a su oculto en perpetuas sombras», algo que nos inquieta, algo que ~esco
personaje. (Es el suyo un gesto de humildad? <Es la suya la acepta· nocemos, algo imposible de revelar. Toda la obra re~ume la dtficul ·
ción poskantiana de los límites dei conocimiento? <O es, por contra, tad y la incapacidad dei conocimiento, porque de qUien se h~bla no
un gesto retórico de indudables rendimientos estéticos, dramáticos, na· es de un ser extraõo, sino de «uno de los nuestros», de al&Uien que
rrativos? participa del concepto de humanida~ y que sería tan excepciOnal, tan
Para poder explicar mejor los procedimientos que el historiador ita· heroico o tan cobarde como cualqUicra de nosotros.
liano sigue, podemos valemos de dos referencias !iterarias, una alusi· En los dos ejem~los anterio~es, a9uel~? que se p~eba es, por u~
va al biógrafo y la otra ai personaje, referencias que Ginzburg no uti· lado, la dificultad mtsma de la mvesttgac!On, de la b10grafia, de la re
liza pero que son muy conocidas. En el primer caso, podemos tomar construcción de experiencias y vivencias que no nos pertenecen. ~or
como ejemplo la obra Doktor Faustus, de Thomas Mann; en el se· otro, se muestra también el espacio vacío que _env~elve a cualqtuer
gundo, Lord fim, la célebre novela de Conrad. En el libra de Mann, personaje, aquello que él mismo _ignora, e~e hem1sfeno escuro del 9ue
el narrador es un tal Serenus Zeitblom; en el de Conrad, el principal todos participaríamos y que deJa perplcJO al nar~ador. Esta tenst6n
es el capitán Marlow. Zeitblom escribe la biografía de un gran hom· está presente de manera explícita en la obra de Gmzbu~g. De heoh~,
bre, de un genio musical del sigla XX que llevó una vida torturada, más allá de las referencias historiográficas con las que el C?!1textuail·
llena de pasajes escuros. Si el biógrafo se atreve a emprender tal ha· za su libra hay dos citas !iterarias que resumen esa tens10n Y que
zaõa es por la . amistad que le unió con aquél y por dejar memoria anuncian I; estrategia retórica que seguirá. . .,
frente al olvido, justamente en un momento en el que la Alemania La primera de ellas, según el orden de apanCJ<;>n, se recoge ai fin?l
dei período experimenta el azote del nazismo. Resulta extraordinaria· dei prefacio y correspo~de a la _t;rc~ra, de las Te~ r! de .(il~sofl_a de la lm
mente interesante para ei lector lo que Zeitblom nos dice dei músi· toria de Walter Benjamm, tambten JUdio y tambten vtct1ma. «nad~ de:
co, pero sobre todo es muy revelador lo que dice de sí mismo. En lo que se verifica se pierde para la histeria», mas «sólo la humantdad
principio, la obra es referencial, pera el narrador aparece continua· redenta toca plenamente su pasado~. En _esta cita ~ay ~na esperanz:t
mente como objeto de! texto: nos habla de sus condiciones de escri· en la capacidad reveladora y emanctpat~~ta. de la htstona Y. d_el co no·
tura, de su contexto político, de sus esperanzas, de sus frustraciones cimiento. A pesar de todo, lo que sucedio stempre deJa vestlgto y_pcr·
y de su ignorancia. El biógrafo se disculpa &ecuentemente por no es· mite su reconstrucción, lo que es una forma de tesoro o ?e I?atnmo·
tar a la altura de su amigo y por lo que desconoce de su vida. En nio para las generaciones venideras. Sin embargo,. en Ben)amm, pero
esos momentos, Zeitblom propone conjeturas e introduce relatos hi· también en Ginzburg, el pasado no es el dato evtdente ~n el que !e
patéticos que completen razonablemente lo que ignora. pueden reconocer los contemporáneos,_ ~ino qu~ es ~I objeto e:ctra~o
En la novela de Conrad, el narrador también hace incursiones au· que deja huella y que exige su revelac10n. El htstonador, el lustonn·
torreferenciales, tan1bién contrasta su vida con la de su amigo. El per· dor materialista de las Tesis, vuelve a esc pasado y descubre los_ mo·
sonaje, como se recordará, era un marino que &ecuentaba los mares mentos de esperanza que se contienen en la derrota. Menocchto es
de) sur y que se dedicaba al comercio. Para desempefiar tal actividad, un derrotado, pero es la suya una aventur~ que ha ll~gado hasta no·
se había preparado adecuadamente, había hecho prácticas y había ali· sotros y que se opone ai «tiempo homoge?eo y vacto» que d~nun·
I mentado su fantasía con las regiones que podría visitar. Era un hom· ciam Benjamin en el historicismo. Menocchto hace saltar el contznmtm
li de la historia y su rememoración por Ginzburg forma parte dei rela·
bre digno, profesional y, en fin, un navegante muy apreciado entre

128 129
de luz que acaba en la noche y el tránsito humano sería el ~prendi­
to de la redenció n de la humanidad, de su liberac_ión. El mesianis~o zaje de un camino oscuro por el que deberíamos avanzar a ttentas y
de Benjamin, que se consuma en las Tesis, ~?nstttu_ye una, denuncta cuyo límite frnal sólo seria la ~uerte. A partir de esta clave, el re~~to
dei fascismo, pero también de la acomodacwn soctaldemocrata, dei se dispone como un compendio de esperanzas y de su frustracwn,
progreso explotador y de la destr_ucción de la naturaleza. Justamente como una narración de la mediocridad, de la degradación, de la roi-
por eso, fue un autor IJlUY aprect~do en el 68, en el contexto ct;tltu- seria, pero también de la exaltación, como UI?- ~~lato antiburgués y
ral de aquellos anos, y por ello mtsmo fue_ adopta~o como un eJ ~~­ como una crítica antimoderna hecha ~esde el nthtltsmo, desde el m~­
plo de intelectual disidente. Además, su dtscurso smcopado, afonstt- ditismo. El Viaje es la historia del aprendizaje vital de Ferdinand Bar-
co lleno de metáforas, incluso escatológico, traduce en forma ?e damu, contada por él mismo, quince anos después de que d~era co-
le~guaje su posición extemporánea, excêntrica. Así pues, esos dos m- mienzo. Por tanto la novela está concebida como una autobtografia
gredientes, su crítica ra~ical y la ló&ica con la que la _expresa, no son que empieza con ~l alistamiento voluntario de Bardamu en el ejérci-
extrafios a Ginzburg e mcluso, hactendo u~ anacromsmo, a Menoc- to francês para combatir contra los alemanes en la Gran Guerra. En
chio. Por eso mismo, aquella cita cierra la última calificación que el filas descubre la irracionalidad y la sordidez bélicas tratando de so-
historiador le da ai molinero en el prefacio. Por sus ideas de cambio brevivir con una notable dosis de cinismo. Entre las cosas que le ocu-
y de tolerancia, «es nuestro precursoP>, dice Ginzburg, es uno de_ los rren está su conocirniento de Lola de América, una joven cooperao-
nuestros: reconocemos en él un patrimonio de la cultura progreststa, te con las fuerzas franc esas. En determinado momento, Ferdinand
un precedente de la ilustración, del ateísmo y de la idea misma de tuvo que ser conducido a un sanatorio-prisión dado ~u estado de. atu_r-
humanidad y de universalidad. . . . . . dimiento y de insania febril. Nuevamente, la sordtdez y la mtsena
Ahora bien, si llevamos hasta el final esa tdea, tdea ongmanamente acompaflan su convalecencia, y só lo las visi_tas_de Lo la y. de s':-1 madre
bíblica Menocchio seria uno de los nuestros no sólo por lo que de alivian su rutina. Es allí, en aquel establectmtento hospttalano, don-
él sab:mos sino por lo que desconocemos, como diria_ ,co_nrad, _esto de conocería a otro alistado voluntario, un cabo que había sido pro-
es, todos compartimos algo oscuro, inefable, de revelac10n unpostble. fesor en un liceo y que :hora se revelaba como u~ ladrón, como_ un
En el caso del molinero, lo oscuro es doble. Por un lado, esa parte alucinado cleptómano. Ese es el contexto de la ctta de Carlo Gmz-
tenebrosa de la que todos participaríamos. Por otro,_ el mu~do en el burg. En efecto, a pesar de ser vecinos de: cama, a pesar de most~ar~e
que vivió, restituible sólo en parte, «un mund~ -~nade Gmzbu~g~ una cierta simpatía mutua y de hablar abtertamente, el cabo contrnua
oscuro, opaco, y ai que sólo con un ge~to arb_ttrano podemo_s astmt- siendo un enigma para Bardamu. De hecho, e! narrador se pregunta
lar a nuestra pro pia historia». Esa parte_ rnde~Ctfrable, ese «r~stduo . de si este personaje está loco o, por el c~ntrario, muestr~ una luc~dez es-
indescifrabilidad>•, reta directamente al mvesttgador y le obhga a eJer- pecial. La proximidad y la _c~nvers~ctón no le permtten avenguarl~,
citarse en un conocimiento qué sabe limitado, pero no imposible. Esa dcjando sin aclarar la condtctón mtsma dei anttguo profesor. <<Dect-
ambivalencia, lo que se sabe y lo que no se sabe, lo que podemo_s diclamente, lo más interesante pasa siempre en la sombra. Nada se
conocer y lo que no es restituible, encuentra su contrapunto en la st- sabe de la verdadera historia de los hombres.>>
guiente cita !iteraria de Elqueso. En esta ocasión,_ como ?~mos ade- El significado de esa cita puede variar si la insertamos en su ~on­
lantado, Ginzburg encabeza la obra con un ~asaJe de Ceh_ne v~rda­ texto o si, por el contrario, la leemos tal y como l_a presenta Gmz-
deramente inquietante. En primer lugar, lo sena por el senttdo hteral burg, con la única referencia de su ·au_tor. En e_J pnmer cas<;>, ~a ex-
de la cita («tout ce qui est intéressant se passe dans l 'om~re. On ne presión dei narrador parece revelar la tmpotencta dei conocurue~to,
sait rien de la véritable histoire des hommes»), en la medtda en que es decir ni la vecindad ni la información nos dan la parte más mte-
acentúa esa parte oscura o de sombra que es la historia humana. De resante; verdadera de los indivíduos y de su historia. Por tanto, la ig-
hecho de acuerdo con esa referencia, la verdad histórica parece estar norancia es la consecuencia inevitable. En el segundo caso, esto es,
descar~ada como meta alcanzable. En segundo lugar, sería una alusión tomando aisladamente la cita, el lector empírico puede suponer que
inquietante por el autor escogido, un autor que, como vimos, tuvo el texto que viene a continuación no es una confirmación de esa ig-
una evidente y ostentosa inclinación_ antisemita. , . norancia, sino un intento de superaria: admitiria que, en. efec,to, I~
En el Viaje al fin de la noche, la tdea de _la noche y de su lt?l.lte más interesante pasa siempre en la sombra, que hay que tr mas alia
(fondo o fin, según sus traducciones) const1tuye la ~lave metafonca de la superficie visible de las cosas, para poder dar con la verdadera
que Céline emplea para describir el tránsito de la vtda a la muerte. historia de los hombres. La historia de Menocchio, desde este punto
En efecto, la vida descrita en la novela sería algo así como un retazo

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de vista, formaría parte de ese conjunto ignorado, escuro, ensombreci· intromisión autoria! que muestra (lo que se supone que es) el proce·
do, de la actividad humana y más en concreto de esc conjunto de in· so de investigación, las hipótesis que se sostienen o las que se eles·
..A.~~~~~-a.~~ de! que nada se a~ y que Ginzburg trata de ilu· cartan. Planteado así, lo constatable o lo supuesto van abultanelo la ~
mmar. Planteaâo as1, su SI · o sena coherente con otra cita, la páginas dei libro dejando huella de la intuición y de la cultura ele! in
que sirve de apertura dei volumen, aquella en la que el lector obrero vestigador. De ese modo, observador y observado acaban siendo inl'x
de Brecht se preguntaba quíén había construido «Tebas de las siete tricables y adquieren ambos una condición protagonista. Este hc<'ho,
puertas», en tanto que, como concluía Ginzburg, «las fuentes nada lejos de ser circunstancial, es central en el volumen y concreta 1111 p1o
nos dícen de aquellos albaiiiles anônimos», aun cuando la pregunta blema básico de nuestro tiempo: la presencia dei observador cn lo oh
conserve <<toda su carga». En ese caso aparece como idea clave la dei servado. Después de décadas de positivismo, después de las '11111 111
anonimato, o mejor, la de la lucha contra el anonimato. Eso mismo versias neokantianas y hermenéuticas contra ei positivismo, la\ t lt' IH 111~
es lo que expresa la cita que cierra el prefacio, aquélla de Walter Ben· sociales contemporáneas han situado este asunto en el ccnt iU de· " '
jamin en la que se nos advierte que «nada~. de lo que se verifica se debate. El libro de Ginzburg asumc, pues, esa constatación pospnHt
pierde para la histeria». tivista.
Esa constante, que puede apreciarse en esta obra y en otros textos
de Ginzburg, podia haber tenido también su referenda literal en Cé· 2. Carlo Ginzburg adepta una clave estratégica, que rcitcr.1 < m11o
line. Pocos párrafos después de las frases escogidas, Bardamu nos pro· un latiguillo, para dar cuenta de la cosmogonía de! molincw l11ul.t
porciona una idea similar que, en este caso, seda igualmente cohe· no. Ésta consiste en hacer explícita la continua insatisf.1 cciôn q1w e•l
rente con el fragmento de Brecht. En un diálogo entrecortado entre investigador tendría por las soluciones o interpretacionc.:s q11c.: v.1 11 .111 ~
Lola y Ferdinand, este último rechaza completamente la guerra aun mitiendo. El libro ofrece sucesivas hipótesis que sólo son .tdn111ieht11
cuando se le tenga por loco o por cobarde. Su falta de patriotismo parcialmente, dado que no muestran dei todo ni agolan la lc'IHII .1 y
desconcierta a LoJa y le provoca disgusto. La réplica de Ferdinand se los comportamientos de Menocchio. Esa manera de const11111 e•l tn
basa en una lógica aplastante: la guerra sólo es muerte y principal· to se advierte con claridad a Ja hora de abordar las co nrc.:~ ÍOIIl'\ y t•l
mente muerte de los anônimos, de los muchos soldados que no so· discurso dei molinero. Ginzburg procede prescnlando una scttt• d1•
breviven y de los que nadie se acuerda. «He acuerdas, Lola, por ejem· contextos posibles que le permitan desentraiiar cl mistcrio y In 1 1111
pio, de un solo nombre de los soldados que murieron en la guerra dición excepcional de las palabras de Menocchio. El libro cumit·tttol
de los Cien Aiios? ... (Has tratado de conocer a uno solo de esos mostrándonos a un personaje extraordinario para su época y P·"·' \11\
nombres? {A que no? {Nunca has indagado? Te resultan tan anóni· contemporáneos, es decir, los testimonios reunidos por los IIHIII I\I!ln
mos, indiferentes y más desconocidos que el último átomo de este pi· res prueban ese rasgo y la extravagancia de sus ideas. Esn conNI.It.H 11111
sapapeles que tenemos frente a nosotros, que tu caca matinal...» sirve no sólo para justificar la tarea que ha de acomctc.: r c.:l iH vr ~ tl )lll
Carlo Ginzburg ha tratado de conocer a uno solo de esos nom· dor, sino que permite también que el lector se vea sorprcndido ptu
bres y ese personaje ha dejado de ser anônimo, indiferente, desconoci· Menocchio e involucrado en la resolucíón dei caso. Esto c~. t·l h•e 1111
do y a través de él ha querido recuperar parcialmente a otros muchos se pregunta cómo el molinero ha llegado a elaborar cse di~t 111 m y
que compartieron algo con el molinero. Sin embargo, e1 conoci· cómo Ginzburg reconstruye ese camino.
miento, es decir, e! proceso de información y de investigación no da La extravagancia de! mundo recreado por Menocchio cs 11111 111•11
por completam ente explicada la cosa, no la liquida; queda pues nue· cada que e! propio Ginzburg ha de contemplar de entrada la ponihi
vamente una zona de sombra. Por tanto, (cómo administra Ginzburg lidad de bailamos ante un caso de insania. De hccho, los mi:mtm 111
la información, cómo suple los vacíos o lo n o dicho? Responder a quisidores pensaron en principio cerrar el proceso entendienclo qw· \r
esta demanda es sobre todo dar cuenta de una organización retórica trataba de un «amasijo de extravagancias impías pero inocu.ts". Sut
dei propio relato en la que el historiador juega reiteradamente con lo embargo, es evidente que no fue así y que, como anade el ltislotllt
que sabe y lo que desconoce, con la posibilidad de averiguar y la im· dor, la Contrarreforma era muy cuidadosa en e! ejercicio de la n:pt <'
posibilidad de restituir la totalidad. El resultado es doble. Por un lado, sión y en la localización de la herejía. Sin embargo, el argumento de·
un Menocchio posible, es decir, un personaje tanteado sobre el que la locura, que Ginzburg no descarta, es insatisfactorio, porque c.:l PC)
se ensayan respuestas, informaciones que den cuenta de su itinerario, sible delírio que su cosmogonía revela se ve inmediatamentc de'
de sus cambies, de sus incoherencias, etcétera. Por otro, una continua mentido. Una vez que los inquisidores renuncian a esa fácil explic.1

132 133
ción e inician el proceso, las confesiones de Domenico Scandella con- De hecho eJ inicio del siguiente capítulo parece revelar la difícil
firmao que no se trata de un person~j~ evidente, porque. enhebra un relación de e~e contexto con el objeto real dei libro: «un molinero
discurso que más allá de sus excentricidades y de sus arnesgadas me- como Menocchio, (qué podía saber de este intríngulis de contradic-
táforas, tiene' su propia coherencia. (Q_yé sería un personaje evidente? ciones políticas, sociales y econômicas?, (qué idea se hacía. de! ~ran
Sin duda, aquel que es previsib.le, bien por lo q~e afirma o bie~ po.r juego de fuerzas que silenciosamente cond icion~ban su. extst~nct~?•>
las contradicciones en •!as que mcurre. En cambw, lo que los mqUI- Ginzburg parece responderse de una manera rudtmentana y stmph~­
sidores (y el lector) perciben es la complejidad creciente de sus afir- cacla, justamente la misma q':e él atrib4ye a la .idea que, ~enocch10
maciones, y no porque utilice conceptos abstractos, sino porque sus se hacía dei contexto. Es dectr, el confltcto soctal y poltttco que sa-
declaraciones tienen múltiples referencias que, además, se presentan cude el Friuli en el siglo XVI adquiere una imagen esquemática en el
revestidas de metáforas y analogías. Asimismo, la propia estrategia de molinero en virtud de la cual el mundo, su propio mundo (esto es,
presentación que Ginzburg emplea acentú,a esa impresió~. Si se nos Mon tereale y su contorno), se dividiría jerárquicamente en lo alto y
permite, podríamos decir que Menocchio ~s un personaJ~ redondo, en lo bajo, en los hombres superiores Y. en los hoJ?bres P?bres. ~~­
en el sentido de E. M. Forster. Los personaJeS planos, segun el nove- ·ra bien a lo largo del volumen, ese rrusmo confltcto soctal y polttt-
lista inglés, se caracterizao por ser previsibles, esto es, su mundo pue- co no parece afectar concretamente a .las descrip~i<?nes que el propio
de resumirse en una sola frase. Por contra, los redondos son aquellos Ginzburg proporciona sobre Menocchw y sus act!Vldades. A lo sum~,
que tienen la capacidad para sorprendernos verosímilmente en el cur- e! Friuli se presenta como una referencia geográfica que el autor uti-
so ele la narración. Así, Menocchio es a la vez sorprendente y vero.- liza para marcar la lejanía o proximidad con otras zonas dentro del
símil, tanto por sus propias palabras, re~ogi~as en las actas inquisito- ámbito de los intercambios culturales. «En el momento en que se per-
riales, como po! el trato que 1~ da el histonador. P_or t~to, dad~ !a filaba la decadencia de Venecia -concluía el capítulo séptimo- , la
riqueza de sus Ideas y l~s mat1ces d~ .s~ cosmogon~a, solo la penc1a economía friulana aparece ya en un estado avanzado de disgregación.»
y la capacidad dei investtgador permittran reconstrUiria. . Esa constatación, que cierra la descripción contextual, (es o no es
Descartada la locura, en la que podían coincidir inicialmente in- relevante?, (orienta la investigación en la dirección de una historia so-
quisidores, con temporâneos, h istoriador y lector.es, pero no el estupor cial tradicional? Nada de ello: Ginzburg omite a partir de ese mo-
qúe provocan sus ideas, Ginzburg seõala inmedtatamente la tarea a la mento cualquier referencia concreta que tenga relación estrecha con
que se enfrenta: <<Vamos a tratar de comprender de qué manera este ese dato. Por tanto, la simple elisión de! capítulo séptimo posible-
molinero friulano había podido expresar tales ideas». Por tanto, es un mente no afectaría a la lectura global ni perturbada la comprensión
doble ejercicio que combina la comprensión del personaje -es decir, de su significado. De hecho, dada su irrelevancia, la pregunta qu~ se
la interpretación empática de sus concepciones o, dicho eh otros ~ér­ plantea en los otros capítulos es buscar el contexto cultural-reltgwso
minos, el sentido que aquél le dio a sus palabras- y la presentactón extralocal. Si esto es así, cabe demandarse por la razón que le ha lle-
extrasubjetiva de sus fuentes y de los referentes en los que se basa vado a incluir un apartado tan breve q~e, a_demás, no. par~ce ~ener
-esto es el contexto que trasciende ai actor y que puede ser opaco consecuencias para el resto de la obra. Mas aun, el propto lustor~ador
a su propia percepción. Así, la primera tentativa q~e Ginzburg mues- admite después de ese pasaje que «tod? ell? nos oblt~a a parttr de
tra es la del contexto sociopolítico del Friuli de! stglo XVI, aun cuan- cero, procediendo cautarnente por aproxt~acwnes suc7s1vas». En con-
do él explícitamente no lo afirme como tal. Este análisis históri~o se secuencia, aquello que parecía ser una. pnmera .tentattva es absol~~­
caracteriza tanto por su brevedad como por ser el suyo un tratamiento mente insuficiente en lo que es el objeto del ltbro: las escasas pagt-
convencional, poco novedoso en rela~ión con la origina~idad qu~ ,el nas dedicadas a la política veneciana o a los avatares de la nobleza
propio autor le va a dar a1 resto del ltbro. De hecho, la mform~c10n friulana no contribuyen a iluminar las fuentes culturales y la cosmo-
allí contenida no va tener prácticamente relación con las confeswnes gonía de Menocchio: sólo permitida~ comprende! par~ialmente por
de Menocchio y el análisis que de ellas realiza más adelante. Más aún, qué el molinero niega con vehemencta las Jerarqmas extstentes y, so-
las observaciones hechas sobre la economía friulana y sobre la políti- bre todo, las religiosas. Una observación como la que nosotros hac~­
ca de alianzas que se da en la segunda mitad de! sigla XVI no van a mos adquiere, en el caso de Perry Anderson, un tono ft~erteme~te cn-
aõadir detalles significativos que permitan contextualizar mejor la cos- tico. Para éste, la expulsión de! contexto sería una elecctón deltberada
mogonía religiosa del molinero y las fuentes culturales en las que se que tendría como objeto mantener la fuerza dramática ai_ relato.
fundamenta. A continuación, la tarea que nos propone es desentra11ar ese con-

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r texto cultural y religioso extralocal, y Ginzburg lo hace, como él mis- definía como "opiniones fantásticas"». Es decir, los libras y la red de
mo admite, a través de aproximaciones sucesivas. Es decir, se centra lectores que los difunde no conducen necesariamente a formar esas
inicialmente en lo que podría parecer más evidente: la posible perte- opiniones y, además, esos mismos juicios parecen escasamente repre·
nencia de Menocchio a alguno de los grupos disidentes que se habían sentativos de lo que sus paisanos, letrados o no, defendían o soste·
desarrollado en la épo~a y que tenían presencia en aquel árnbito, en nian. En consecuencia, la condición excepcional de Menocchio se rc·
concreto los anabaptistas y los luteranos. Sin embargo, una rápida afirma y resiste cualquier fácil interpretación, de modo que estamos
comprobación de las ideas dei molinero y las tesis de la Reforma que nuevamente tentados de atribuir las ideas dei molinero a la extravn
eran objeto de discusión en Italia le permiten marcar diferencias y, gancia social y cultural de un individuo que, sabiendo leer, no com·
por tanto, !e dejan nuevamente insatisfecho: Ginzburg aparta una in- parte sus opiniones con los otros lectores que le son próximos.
terpretación verosímil, posible e incluso probable, pero la descarta des- «A fuerza de chocar con los muros de este laberinto, volvemos ai
pués de refutaria convenientemente. A la postre, eran dos mundos dis- punto de partida.•• Carlo Ginzburg encuentra una solución aceptablc
tintos: el campo, en el que vivia Menocch!o, y la ciudad, en la que a la contradicción entre mundo campesino y cultura escrita. Para cvi·
se difundían las ideas reformadoras. Más aún, a pesar de que el mo- tar el determinismo, para evitar una conexión mecânica entre libros c
linero friulano era uno de los disidentes, su condición excepcional ideas, una difusión unidireccional de la alta cultura hacia los estratos
queda nuevamente puesta de manifiesto. En ese caso, si el molinero más bajos de la sociedad, el historiador rescata la propia reivindica·
no era anabaptista ni ~uterano, (de dónde procedia su inquietud reli- ción dei molinero, su raciocínio. Es decir, es el «cerebro» de Menoc·
giosa? Ginzburg ha arriesgado páginas en contrastar esas confesiones chio, según su confesión, el que da vida a lo que lee, el que reorde·
con la cosmogonía de Menocchio y concluye negando una filiación na las ideas que recibe. Como anade Ginzburg, «cualquier intento de
entre ambas. Lo que ha hecho, pues, es plantearse un reto cuya so- considerar estas libras como "fuentes", en e! sentido mecânico dei tér·
lución provisional se descarta otra vez por inaceptable. Con ello, el mino, se derrumba ante la agresiva originalidad de la lectura que de
lector asiste o cree asistir o ei historiador le hace creer que asiste al ellos hace Menocchio. Por lo tanto, más importante que el texto es
proceso mismo dei descubrimiento, y admite la insatisfacción de esa la clave de lectura». El resto de la investigación, primero analizando
hipótesis. los libros y luego la cosmogonía, es precisamente un estudio de csa
El siguiente paso que Ginzburg nos propone en ese camino es ei clave de lectura, dei modo particular en que el molinero leía, de la
de los libros. A pesar de que sustrae a Menocchio de la filiación ana- manera especial en que Domenico Scandella atribuía significado a
baptista y luterana para insertarlo mejor <<en una corriente autónoma la literalidad de lo que le llegaba. El proceso de iluminación seguido
de radicalismo campesino», contemporânea de la Reforma, parece des- por Ginzburg es lento, moroso, detallado, buscando soluciones vero·
cartar de momento dicha vía inclinándose por la lectura como fuen- símiles, en ocasiones audaces, sobre las ideas clave que el historiador
te de su cosmogonía. En ese sentido, Ginzburg reconstruye la lista de revela y que son el materialismo, la unidad racional dei género hu
libras que el molinero habría leído. Para ello se sirve de las actas de! mano y la tolerancia moral basada en la diversidad cultural. Traduci
primer proceso y del registro que se realizara en casa de Menocchio. da la cosmogonía de Menocchio -el queso, los gusanos, etcétera-
Q!le un molinero accediera a títulos religiosos variados, crónicas, li- a estos referentes, la extravagancia queda en parte aclarada y parece
bras de viajes e incluso al Decamerón, llama la atención de! historia- más bien revelar la densidad metafórica y analógica que envuelvc sus
dor por varias razones. La primera proviene de la extraneza que cau- confesiones.
sa esa difusión cultural en un ámbito campesino; la segunda, que Ahora bien, lejos de constituir una cosmovisión exclusiva de aqucl
refuerza la anterior, dei hecho de que Menocchio accediera a esos tex- molinero, lo que Ginzburg se propone también es mostrar el pan:n
tos a través de una red de lectores que se prestarían unos a otros los tesco que estas ideas y sus metáforas tienen con el mundo campcsi
ejemplares disponibles. Pues bien, lejos de quedarse satisfecho por el no. Es decir, las imágenes de las que se sirve son cotidianas y procc·
descubrimiento, e! investigador expresa otra vez sus reparos. den de las vivencias y de la cultura material dei pueblo trabajador.
<<De nuevo tenemos la impresión de hallamos ante un callejón sin Pero, más importante aún, las tesis que revisten, y que son ideas que
salida.» (Por qué razón? Porque ei radicalismo campesino ai que alu· vemos en la alta cultura - Montaigne, Bruno, etcétera-, son también
día parece hallarse en abierta contradicción con la lista de lecturas propias dei campesinado rebelde, irredento y descreído. Este campe·
<<bastante corrientes, que no nos sirven para esclarecer de qué mane· sinado no es «la multitud anônima» de la que Menocchio se diferen·
ra Menocchio había llegado a formular lo que uno de sus paisanos cia, sino que e~ representante de una cultura extensa, subterránea, que

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encuentra sus vías de expresión en personajes raros, irrepetibles, le· radica en estudiar una institución, la monarquia, a través de hechos
trados, personajes que gracias . a todos esos rasgos han emer.gido a la de mentalidad, esta es, yendo más aliá de una historia estrictamente
superficie y han quedado reg1strados en las fuentes, es. d e~1r, en los política. Pero radica también en la falta frecuente de f~entes. y en los
vestígios de la derrota de los que hablaba W alter Ber:Jamm. E•: ese vacíos informativos que siguen a las preguntas que el mvesttg.ador se
sentido, Ginzburg encuentra muy revelador que los eJemplos d1spo· plantea. Reparemos en este último punto. J:I~Y a lo largo ~~I bbro un
nibles sobre otros disidentes procesados confirmen su hipótesis. En uso reiterado dei interrogante, un uso estrategiCo y compos1t1vo. Bloch
efecto, nos presenta el caso de un molinero que, habiendo vivido a los m ultiplica con objetivos variados: 'proporci<?n ~ i~formac~ón, con-
«centenares de kilómetros•• de Montereale y sin haber trabado relación tar una historia documentada, responder con htpotests, solucionar ve-
con Menocchio, hablaba «el mismo lenguaje, (...) la misma cultura>> rosímilmente enigmas y, en fin, reforzar evidencias con preguntas re·
que e! protagonista de El queso. Esa conclusión le sirve precisamente tóricas. De este modo, el historiador francés transmite ai lector las
para confirmar la extensión de esa cultura ~ubterrá nea y para confron· dific ultades de la investigación. Así, las mejores preguntas que él l1ace
tarla con Ia alta cultura, hallando en ésta tt'!'s is muy parecidas - sobre son precisamente aquellas para .l~s q~e n~ tiene respuesta, aquellas
la tolerancia, etcétera- y, por tanto, corroborando la circularidad, que para las que no hay documentac10n d1spomble, a pesar de .la gr~n v~­
no la unidireccionalidad, de las ideas. riedad de fuentes que reunió_ Con ello, muestra su capac1dad mqm-
Es en ese punto en e1 que el historiador se da por razonablemen· sitiva, su riqueza cultural y su ingenio. En efect~, como ~~cía Febvre
te satisfecho, después de haber descartado una y otra vez las s~lu ci o· de él e! historiador intenta llenar los vacíos de mformac10n y Bloch
nes que estra tégicamente había ido adaptando y presentando, sm que lo ha~e muy frecuentemente recurriendo a hipótesis, contenidas en las
ninguna de ellas fuera aceptada. Así pues, la lectura detallada de este preguntas sin respuesta, y a conjeturas razonables d~sarrolladas a p~r­
libro lo que revela es el intento de mostrarle al lector los resultados tir de una mínima información o sospecha, o a partlr de las analog1as
de la investigación de acuerdo con las etap as dei descubrimiento. Con que le proporciona la historia comparada. Cuando ~loch se la,s inge:
ello la escritura es sobre todo la forma de desvelar la información de n ia en el sentido de Febvre, hace lo que m uchos anos despues hara
ma~era que su dosificación la haga verosímil, además de verdadera. el ~ropio Ginzburg: no darse inmediatamente por satisfecho, adm itir
D icho en otros términ os, Ginzburg es respetuoso con la verdad, o al la dificultad dei tema y volver a empezar con una nueva pregunta.
menos ése es el criterio deontológico que asume, p era sabe que su
aceptación depende de la forma de suministrar los datas, dei orden 3. Así pues, la clave expositiva dei tex~o de. Ginzburg .se basa en
de su exposición y dei interés con que se mantenga ai lector. Por todo una retórica de la insatisfacción, en una extgencla no sufi~1entemente
ello, esta investigación es un ejercicio de persuasión, teniendo en cuen· colmada a la hora de interpretar hechos documentados o a lagunas
ta además el caso extraiío ai que se enfrentaba, la escasez de fuentes de las fuentes. Con ello, el lector acompaftaría a un investigador r!-
con las que contaba y la dificultad de argumentar cualquiera de las guroso que no se complace co~ con exiones rutinarias, perezosas o. ev~­
hipótesis que proponía. Así, lo que Ginzburg hace como historiador es dentes, sino que ensaya soluc10nes audaces para un tema y un mdt-
algo muy semcjante a lo que Lucien Febvre proponía ai fm al de sus viduo excepcionales. En ~se recorri~o, el re~ur~o d~l q~e ~e vale Carlo
Combates por la historia cuando reseiiaba e1 célebre «librito» introduc· Ginzburg es e! de la conJetura. Segun los. d1ccw n_anos 1t~hanos d.e uso
torio a la discip lina de Marc Bloch. «Ser historiador - decía Febvre- corriente, como por ejemplo el Garzantl. o el Zmga~e!l~, la conJetura
es no resign arse nunca. Intentado todo, intentar llenar los vacíos de tiene una etimología indudablemente latma que remltm a ai verbo co-
información. Ingeniárselas, es la palabra exacta. Equivocarse o, mejor, nicere, cuyo significado ~ería poner s.obre, introducir! ~nterpretar. ~~ . ~ér­
lanzarse veinte veces por u n camino lleno de promesas - y darse mino tendría dos acepc10nes. En pnmer l.ugar! alu_diri~ ~ toda ~pu~ 1~n,
cuenta después de que no conduce adonde debía con ducir- . No im· conclusión o hipótesis basadas en apanenc1as, mtmc10~es, md1c10.s
porta, se vuelve a empezar. Vuelve a cogerse ~on paciencia I ~ made· probables o deducciones personales. D e ~ tro de esta P!' ?:era defim-
ja de los cabos de hilos rotos, enmaraftados, d1spersos.» Efecttvamen· ción, el Garzanti, por ejemplo, anade la tdea de supos1C1on :_ ~na s~·
te, la forma de operar de Ginzburg se asemeja a la de Bloc~. posición sería uria conjetura. En s.e~undo lugar, la ,otra acep c1~ ~ · mas
Tomemos, por ejemplo, su obra mayor, aquella que mereciera el especializada, pertenecería ai domm10 de la filologta y se re_fenna a la
elogio y el prefacio de Ginzburg: Los reyes taumaturgos. El tema abor· actividad de colmar la laguna de un texto o de reconstrmr un frag·
dado es ciertamen te complejo, porque lo que trata es la capacidad tau· mento daõado o sin sentido plausible.
matúrgica atribuída a los monarcas fran ceses e ingleses. La dificultad La utilización de la conjetura es recurrente en E! queso, tanto de

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forma explícita como implícita, esto es, en la medida en que unas ve· son insuficientes, sin que existan todavía alternativas que permitan ese
ces e1 propio autor lo hace constar y otras la emplea sin decido ex· tipo de demostración. Y ello se debe a la falta de informaciones o a
presamente. Tal vez ese recurso, sumado a los otros atractivos sefia· que tratamos con objetos de investigación nuevos para los que no se
lados, nos ayudaría a explicar mejor e! éxito de la obra. (Por qué dispone de un utillaje elaborado. Así ocurrió con la flsica atómica,
razón? Porque lejos de. atenerse siempre a los datos fehacientemente nos dice Ginzburg, y con más razón ahora cuando nos ocupamos de
documentados, la investigación es a menudo una conexión probable las culturas orales dei pasado. (Q!té es lo que haría, pues, Ginzburg?
o simplemente posible de esos datos. Carlo Ginzburg se lamenta en Mostrada, haría también visibles objetos o hechos que no lo son
el prefacio de la escasez de huellas dejadas por las clases populares. -demostraría en el sentido antiguo- aspirando a aportar pruebas su·
Si, además, estas huellas se reúnen en documentos tan sesgados como ficientes, pero sabiendo que nunca podrá presentarlas todas, que nun·
son las actas inquisitoriales, la tarea de reconstrucción es aún más cos· ca podrá demostrarlas totalmente en el sentido jurídico.
tosa y laboriosa, y por tanto las interpretaciones serán más tentativas, El resultado es un libro uno de cuyos atractivos es la recomposi·
menos seguras. D e entrada, la información que contienen es dudosa, ción dei universo mental de Menocchio y dei mundo cultural que lc
r lo es, como decíamos anteriormente, por la lógica de coerción y ei rodea a partir de una información escasa y sesgada, ofreciendo, adc-
mstrumento de tortura en que se basan. Además, por los personajes más, los descartes o las interpretaciones insatisfactorias. Es decir, una
de los que trata, en este caso un molinero, alguien perteneciente a las de sus virtudes radica en la forma que tiene de mostrar lo evidente,
clases populares, no siempre es posible tener acceso a otras fuentes ai· lo documentado, y, a su vez, en la forma que tiene de presentar co·
ternativas que proporcionen noticias de contraste. Por eso mismo, nexiones que no son inmediatamente visibles.
pues, es determinante el protagonismo de! investigador en las inter· Llegados a este punto, no obstante, y antes de evaluar el modo y
pretaciones que ofrezca para dar sentido a lo sabido o para proponer el cómo del historiador, una cuestión preliminar es la de la naturale·
soluciones probables o posibles. Pero, por otro lado, cobran también za de la fuente, es decir, Ia de cómo emplear una fuente única en la
relevancia los obstáculos que ha debido afrontar y que se incluyen que la representación de lo real es, en principio, tan dudosa. Como
como parte sustancial del relato, obstáculos que se saJvan con conje- vimos a partir de Foucault, el modelo inquisitorial se basa en el exa-
turas más o menos atrevidas. men, en la averiguación de lo que hace diferente al encausado. Esa
En ese sentido, debemos tener en cuenta que a lo que aspira Ginz- forma de indagación se extiende a numerosas disciplinas a lo largo de
~urg, y en esto su tarea sería semejante a la de cualquier otro histo· la edad moderna y contemporánea, pero tiene su origen precisamen·
nador, es a m ostrar y a demostrar. Lo primero sería hacer visibles los te en la forma de operar del Santo Oficio. Ese procedimiento con·
hechos que efectivamente se han dado presentándolos en su orden vierte lo que trata no en objeto por sí mismo, sino que lo que incluyc
natural; lo segundo sería probar la verdad de lo que se expone y, por confirma teleológicamente aquello que en principio quería prob:m.c.
tanto, lo incontrovertible de los resultados. Lo que se le pide a un En el caso de Menocchio, y a falta de m ayores pormenores dot:u
historiador es lo mismo que se le demandada a un detective. Pero mentales, lo que quiere probarse es su condición de hereje y, por t.H l
üodo lo que dice un investigador es incontrovertible? Evidentemen· · to, lo que comprende es sólo aquello que conduce a confirmaria. De
te no, por cuanto no puede restituir por completo todos los hechos este modo, en la documentación inquisitorial, Menocchio deja de ser
acaecidos, dado que las huellas que le llegan sólo son vestígios par- un objeto por sí mismo y el protagonismo lo adquieren sus ideas, o
ciales de esos hechos. Ginzburg es consciente de todo ello y ha re· mejor, aquella parte de sus confesiones que han sido guiadas para dcs
flexionado sobre el particular de una manera explícita al menos en cubrir su crimen herético. Esa seria limitación parece invalidar, de en·
dos ocasiones: en <<Mostrare e dimostrare>> (1982) y en <<Montrer et ci- trada, el uso de este tipo de fuente y, más aún, cuando este doeu·
ter» (1989). En ambos casos, la palabra clave y más controvertida es mento es la falsilla principal de que se dispone para describir una vidn.
demostrar, porque significa dos cosas distintas según apelemos a ella Sin embargo, Ginzburg responde convincentemente a este cargo pnr~
desde la retórica clásica o desde el ámbito jurídico. En el primer caso, oponerse al silencio. Precisamente le reprochaba a Foucault la paráh·
dice Ginzburg, demonstratio es un acto cuasi mágico en virtud dei cual sis en la que podía incurrir el investigador a la hora de atender a. este
el orador hace visibles objetos inexistentes, gracias a la retórica de sus tipo de testimonios. Más aún, cn El queso era plenamente consc1en tc
palabras. En el segundo, demostrar es efectivamente probar, esto es, de la necesidad de restituir esa parte semidestruida, oscura, opaca, de
aportar la prueba que haga incontrovertible el enunciado. Pero, claro, las clases populares, a pesar de los sesgos o de las carencias doeu·
hay ciertos ámbitos en los que los criterios de prueba tradicionales mentales.

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individuo, en las concepciones que alumbró o, en defi~itiva, en e! iti-
Aiios después, y atendiendo a diversas críticas, volvió sobre este nerario biográfico que vivió, ese documento es excepciOnalmente re-
asunto y se lo planteó en lo que justamente tenía de caso límite. Nos velador de lo que las fuentes esconden. . .
referimos al documento único que informa de un hecho sin posibili- Ya que se trata, pues, de una depuración mu.y pre~tsa, Gmzbur~
dad de contrastado con otros. Frente a lo que haría un juez, es de- opta por utilizar la conjetura. El autor no nos advterte stempre de que
cir, frente a la conocidJl máxima dei testis unus, testis nullus, el histo- modo va a emplearla, pero el lector puede averiguado a partir. de los
riador n o puede prescindir de la fuente única. Un solo testimonio, usos constatables y explícitos que bay ~n el texto. En ese sentido, s~
una prueba circunstancial, no demuestra, n o puede servir para con- apreciao al menos tres maneras diferentes de servirse de ell~. Po.r un
denar o para imputar la culpabilidad. En cambio, el historiador acep- lado, tendríamos las conjeturas fundadas; por otro, las q.ue el mtsmo
ta las pruebas contextuales y debe atender a fuentes excepcionales aun- califica de <<audaces»; y, finalmente, aquellas que en realtdad ei autor
que éstas despierten dudas razonables o proporcionen informaciones presenta como meras suposiciones. Las primeras suelen ser las que dan
sospechosas. Aquello que deberá hacer es bus.car los referentes de esos cuenta de las ideas, de las fuentes y de los referentes c~lturales de. Me-
documentos con e! propósito de averiguar su'· modo de producción y, nocchio, esto es, las concepciones que elaboró a pa~t1r ?e los ltbros
por tanto, con e! propósito de establecer su verdad. E! documento in- que se sabe que leyó o de las personas q~e frecue~to. ~~ tuvo esta o
quisitorial, pues, aun deformando la vida dei personaje, aun elimi- aquella idea y, además, leyó este o aquel ltbro, el htstonador nos pro-
nando pasajes de su biografía, debe rescatarse porque no hay nada me- pane una conexión razonable entre ambos hechos documentados,
jor, porque no hay testimonio alternativo para restituir a indivíduos siempre que, a su juicio, haya. alguna rel.ación p l~usib le.. En este se!l-
como Menocchio. tido, hay gradaciones en las mterpretac10nes satlsfactonas, es dectr,
Por lo común, los documentos, y más aún los escritos, están re- hay algunas más convincentes que otras. P~ra ell,o. vamos a proponer
dactados desde un punto de vista, esto es, están compuestos desde algunos ejemplos escogidos sin ~111 orden ststemat~co, puesto que no
una perspectiva que es, a la vez, conciencia y voz, desde una coinci- tienen por fin aclarar ei contemdo de El queso, smo que pretende~
dencia, pues, de todas estas instancias. (Cuál es la particularidad de ilustrar los usos de la conjetura. Así, dentro de las lecturas dei moh-
la documentación inquisitorial? Para explicaria, Ginzburg remitirá en nero habría dos casos extremos. Por una parte, el libro d~ John Man-
un trabajo posterior a El queso, en <<L'inquisitore come antropologo», deville, que es un texto efectivamente leído por Me nocc~10 (o, ai me-
a la teoría dialógica de Bajtin. Los textos inquisitoriales no expresan nos, así lo declaró en el primer proceso) y que adqUiere un peso
sólo la voz dei inquisidor, no describen el mundo sólo a partir de su importante en la presentación de su cosmogonía. Por otra, ,un caso
conciencia, sino que registran también e! punto de vista y las palabras bien distinto es el dei Corán. <Confiesa alguna vez haberlo letdo? No.
dei encausado. Como nos recordaba además Andrea dei Col, registrar Entonces, (a qué se debe la alusión hecha por Ginzburg? En el pro-
palabra por palabra es la regia básica de los escribanos que asisten a ceso uno de los testigos citá que el molinero había alabado un ltbro
cada una de las sesiones dei proceso. Es decir, h ay literalidad en la que '«tal vez» fuese el Corán. A partir de ahí, Ginzburg emprend~ u.na
expresión y, por tanto, las actas reproducen en estilo directo las con- narración hipotética, «sin pruebas», que condu~e a extraer el stgmfi-
fesiones dei procesado. Es evidente que esa polifonía textual tiene sus cado que esta posible lectura podría haber temdo o a establecer, al-
límites, tanto en lo que se refiere a la literalidad como en lo que con- guna reiación con las ideas dei molinero .. Así, el h ecl~o ~e que ~ste
. cierne al propio sesgo que imprime lo pregun tado. Dicho en otros tér- aludiera en el segundo proceso a determmadas expenen~tas de t1po
minos, e! historiador no es exactamente e! antropólogo que entrevis- místico se debería a que <<quizás había hecho mella en e! la lectura
ta a un informante, sino el investigador que recibe un documento dei famoso Corán». .
originariamente oral de cuya transcripción no es responsable y en cuya Esas últimas conjeturas están, pues, más o meno.s fundadas. Sm
elaboración no intervino. Asimismo, volviendo a Andrea dei Col, mu- embargo, hay otras que él mismo califica como <<solu~tOne~ puram~nte
chos de esos textos no son registro instantáneo de la sesión, sino que conjeturales», <<audaces». En este apartado h~bría que mclUtr, por eJem-
son copias posteriores que reproducen lo que se tomó literalmente. plo, la hipotética lectura d~ I~ obra de Mtguel Servet q~e, por otra
Sin embargo, y más aliá de estos límites, e1 dialogismo bajtiniano que parte, explicaría las contradtcctones entre algunas de~larac10ne~ de sus
Ginzburg subraya nos permite devolver la voz a quien no dejó hue- vecinos y lo que ei molinero relató en e~ proc~so. Gmzburg solo pue-
lla y obliga ai historiador a una precisa depuración que reconstruya de argumentar que los escritos de est~ aut~r ctrcularon profusament~
el modo de producción dei texto y los límites dei contexto. En cual- en la Italia de! siglo XVI y que no es «tlusono» reconocer un <<eco, cas1
quier caso, si ele lo que se trata es de indagar en las acciones de un
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inaudíble, por débil y deformado que sea•• en Menocchío. Ahora bien, Giordano Bruno no sabemos nada, nada nos dice Ginzburg de la po·
ello no le impide deaicar un breve capítulo a su obra principal, De sible conexión que pudiera establecerse entre éste y e! molinero, y
Trinitatis erroribus, y ai argumento central que contiene: la «reivindi- sólo su condena por el Papa les une como víctimas de la reacción tri·
cación de la plena humanidad de Cristo; una humanidad deificada a dentina. En cambio, de Montaigne, el historiador nos dice algo m:ís.
través del Espíritu Santo». Algo similar ocurre con la interpretación Su figura aparece en dos ocasiones para subrayar una idea moderna
que nos da dei origen de la distinción ofrecida por el molinero entre que el pensador y el molinero expresarían a la vez ai reflexionar so·
alma inmortal y espíritu inmortal. En este caso, el recorrido uniría a bre un mismo hecho: los relatos sobre el Nuevo Mundo habrfan sus·
los catedráticos de la Universidad de Padua con el molinero, cone- citado en ellos unas mismas preguntas, las que hacen referencia n !.1
xíón «bastante singular, pero históricamente plausible>>. En realidad, e! diversidad de las creencias y de los comportamientos. La «conmoción
único eslabón de esa cadena de influencias habría que hallarlo en un relativista>> sería semejante en ambos y sobre todo la conclusión que
párroco que Menocchio había tenido co~o amigo en su infancia. cxtraerían: la tolerancia moral y cultural. Con ello, y dados los pare
Aquél sí habría estado en contacto con los textos provenientes de la ciclos de fam ília que pueden encontrarse, la figura de Menocchio :.c
citada Universidad y a través de él habrían· Uegado a este último. agiganta ai asociarse con Montaigne y con Bruno, a pesar de que
Con frecuencia se le ha discutido a Ginzburg la pertinencia de esas aquél era sólo <<un molinero autodidacta», un aldeano que «no sabl11
conjeturas y de otras similares que pondrían en relación a Menocchio griego ni latín••. Es decir, ni los conoció ni los había leíclo, pero com·
con personajes, ideas y ambientes para los que no habría prueba do- partía algo con ellos, algo que estaba en un mundo cultural común
cumental firme que permitiera sostenerlas. Ahora bien, a1 final, lo que y que era el de los albores de la modernidad.
importa no es tanto la solidez de esas conexíones, cuanto el esfuerzo AI margen de estos dos usos de la conjetura y de las conexiont'N
de reconstrucción emprendido. Es decir, la tarea que el historiador lle- que nos propone, Ginzburg completa sus procedimientos narmtivm
vó a cabo consistió, en primer lugar, en rastrear el conjunto de refe- con interpretaciones no ya audaces o minimamente docum e nt.1d.1 ~,
rencias culturales que circulaban en la ltalia dei momento para, en se- sino con elaboraciones imaginarias con las que, por ejemplo, fillli.INt',l
gundo lugar, seleccionar aquellas que puedan estar en sintonía con el a propósito de M enocchio y de sus estados de ánimo. Como niii C,\
relato del molinero y, finalmente, hallar un posible nexo entre unas decíamos, las conjeturas más sólidas son las que se refieren a la cul
y otro. La labor es muy compleja, en la medida en que, lejos de ser tura dei molinero. En cambio, las suposiciones o las atribucioncs m.h
una narración coherente, transitiva y denotativa, las declaraciones de atrevidas son las que describirían momentos concretos de los dos pro
Menocchio son contradictorias, connotativas y fuertemente metafóri- cesos. Es decir, el investigador no sabe, a partir de la palabra tr:111s
cas. Con ello se vale de los instrumentos que le son próximos, esto crita, qué experimentaba el encausado, pero una cierta familiariclad y
es, de las metáforas orgánicas que son características dei medio aldea- una empatia creciente !e permiten aventurar lo que debió de ocurru
no en el que creció, pero también las emplea como mecanismo de y sentir. De este modo, nos hace visibles cosas que no puecle ver. 1\~
defensa, como escudo o protección frente a la interrogación enfática habitual, por ejemplo, que Ginzburg explique los silencies de Me
dei inquisidor. El resultado de esa reconstrucción podría describirse a nocchio atribuyéndolos al cansancio, ai miedo o a la incertidumbrc;
partir de la imagen gráfica dei calidoscopio, es decir, en el siglo XVI en ocasiones incluso nos dice que <<se sintió probablemcnte asaltndu
hay un caudal limitado de ideas modernas (pluralidad cultural y mo- por una duda». En efecto, suele advertir al lector de tales suposicio
ral, unidad fundamental dei género humano, tolerancia, materialismo, nes a partir de adverbios que expresan una conjetura que no se puc
etcétera) que tienen una enunciación diferente de acuerdo con quien de probar y que viene precedida por los «probablemente», «tal vez" n
las elaboró. (Q!.ié es lo que se infiere de esa certidumbre? Q!.ie unas «quizás». Lo mismo ocurre con los inquisidores, a los que piensa abu
concepciones similares pueclan compartirse no ya dentro de un de- rridos o disgustados después de indicar al lector que se trata de 111111
terminado sector social, sino entre la alta y la baja cultura. Por eso, descripción imaginaria. .
Menocchio acaba compartiendo protagonismo con Montaigne o, fi- Decía Ginzburg, en «L'inquisitore come antropologo», que el gr.111
nalmente, con Giordano Bruno sin que por ello sea necesaria ningu- valor etnográfico de las actas del Santo Oficio no radica sólo cn lns
na conexión documental. palabras registradas, sino tarnbién en los gestos, silencias y el conjunt o
Por otra parte, esta vinculación cumple además una función retó- de reacciones casi imperceptibles que incluyen. É! lo atribuye ai ceio
rica que refuerza el efecto de convicción y de persuasión, sobre todo inquisitorial y a la puntillosa minuciosidad de los escribanos, y de esc
en lo que hace referencia a la figura de Montaigne. De las ideas de modo es posible que el investigador aluda a estados de ánimo y a zo·

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r

zebras espirituales de los presentes. Eso le permitiria describir el mun-


do interior y las reacciones psicológicas de los personajes como algo recía designar el objeto o incluso oscurecía la inmediata evidencia de
~ás que una mera fantasí~~ por cuant? se apoyaría en esos registros. su sentido. <Cuál era justamente ese objeto y cuál su tratamiento? Fren-
Sm embargo, a_un c_oncedtendole a Gm~burg esto, habría que obje· te a El queso, ese nuevo texto no era una investigación de archivo, no
tarle que esos stlenc10s, esos gestos, un stmple resuello, no tienen ne- había fuentes documentales habituales: había, sí, un despliegue erudi-
cesariamente un signifidldo unívoco, son actos humanos dotados de to y secular de libros y más libras alusivos a temas diversos y a auto-
ambigüedad, actos ?e significado cuyo sentido es interpretado por un res distantes. Más aún, lejos de repro~ucir los asuntos por los que
observador presencial y retomado por el historiador. Por tanto son Ginzburg ya era conocido 0a bmjería, la cultura popular, etcétera), ese
conjeturas, ~on interpretaci?nes que tienen un fondo imagi~ario, artículo se aventuraba en un tema fo rmalmente nuevo: el <<paradigma
son elab?~ac10nes de un escnbano y de un historiador que se fian de indiciaria». Para un historiador convencional, aquello debía de resultar
I~ expreswn aparente de unos gestos o de u~os silencies. Por -eso pre- extrafio e incluso la expresión misma que figuraba en el título no acla-
Cisamente es por lo que, mostrando grau cat\tela, Ginzburg los intro- raba el enigma de su objeto y de su tratamiento. mra una investiga-
duce con aquellos adverbios. (Qié papel cumplen, pues, situaciones ción propiamente dicha o un ensayo en el sentido extracientífico dei
como las descritas cuando las palabras dei documento no avalan la término? Intentemos aclarar todos estos interrogantes.
~c~tcz;J ele lo ~icl~o o. ~ua~clo, en todo caso, son la percepción sub· Como hemos visto, en E! queso había hecho un uso constante ele
JCltva dei notano mqutsttonal? Provocar un efecto estético, rellenar un las conjeturas sobre la base de pruebas documentales escasas, unas
V;JCÍO documental e involucrar empáticamente al lector en e! relato de conjeturas que eran una forma de dar significado a los vacíos con los
los hechos. que tropezaba en las actas inquisitoriales; ahora, en este nuevo texto,
De lo que hemos visto se infiere, pues, que las dos primeras for- emprendía una reflexión teórica sobre esa forma de conocimiento,
~as que Ginzburg tiene de conjeturar son aquellas que nos ofrecen dándole una orientación paradójicamente historiográfica. El ensayo lle-
111terpretaciones a partir de indícios. En cam bio, la última acaba sien- vaba por título «Spie. Radici di un paradigma indiziario>> y el volu·
do un recurso retóri~~·, sin suficientes vestígios documentales que la men en el que se incluía era Crisi de/la ragione, editado por Aldo Gar·
respalden, una suposicton de la que en el mejor de los casos se puede gani en los Einaudi Paperbacks, es decir, en la misma colección en la
afirmar su probabilidacl o su posibilidad. Este tercer modo de elabo- que había aparecido E! queso. E! ensayo era una versión ampliada de
ración conjetura! recuerda sobremanera lo que Benedetto Croce lla- otro aparecido un afio antes en la Rivista di Storia Contemporanea, aun-
mara la «imaginación combinatoria», un tipo de procedimiento utili- que también se habían difundido extractos en otras publicaciones no
zado para ~o~mar las lagunas que quedan en las imágenes ofrecidas especializadas (Ombre Rosse, ll Manifesto o L 'Espresso). Aquella versión,
p~r las notictas documentadas y apuradas criticamen te; un procedi- que anunciaba provisional, volvería a aparecer ai menos en otras dos
mten_to,_ <0adía Croce, ~ura función es persuasiva y que se guía por ocasiones. La primera en otro volumen colectivo, coordinado en esta
el pn ncipiO de lo verostmtl o lo probable. Pues bien cada una de es- ocasión por Umberto Eco y Thomas A. Sebeok y editado en 1983 en
tas fórmulas, que_ por otra parte se presentan a me~udo engarzadas, inglés y en italiano. Por un lado, en la Indiana U niversity Press y, por
no~, conduce haci~ otro aspecto: el conocimien to indiciaria y su re- otro, en la traducción en Bompiani con el título de // sepzo dei tre.
laCJon con la conJetura o, por expresarlo de un modo diferente con Holmes, Dupin, Peirce. No obstante, estas dos textos no eran equiva·
las hipótesis. ' lentes, puesto que en la versión italiana Ginzburg reproducía el texto
de 1979, mientras que para la inglesa lo había revisado y adaptado.
4_. En 197~, Carla <?inzburg publicaba un texto como capítulo de Finalmente, en 1986, Einaudi volvía a publicar el citado artículo, pero
un libra colecttvo que 1ba a tener una gran repercusión. Era éste un ahora dentro de una recopilación de trabajos del historiador italiano,
a_rtículo en cuyo pórtico se reproducía una cita, «Dios está en lo par- bajo el título de Miti Emblemi Spie. Morfologia e Storia.
ttcular>•, atribuída simultáneamente a Gustave Flaubert y a Aby War- E! ensayo de Ginzburg (<<Indícios. Raíces de un paradigma indi·
burg. Era éste un lema para un ensayo cuyo significado preciso, o al ciario••) y los volúmenes en los que se incluyó han tenido un éxito
menos aquel que el historiador quería darle, no se entendía hasta el editorial evidente. Por ejemplo, en el caso de sus traducciones castella-
fi~al, ~~sta su c~nclusión. Precisamente su misma simplicidad lo hacía nas, cada uno de esos textos ha tenido su equivalente correspondien-
~mgmattc?, ambtguo, como también lo era, por ejemplo, el breve pasa- te. La revista El Viejo Topo publicó una versión abreviada en 1982; Si·
Je de Célme que servía de frontispício a El queso. De entrada, no pa- glo XXI de México editó Crisis de la razón en 1983; en Lumen apareció
E! signo de los tres, en 1989; y fmalmente, en ese mismo afio, Gedisa
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l

publicá Mitos, emblemas, indícios. Además de todo ello, y como prue· En primer lugar, <<Indícios» era un texto de un historiador moder-
ba palpable de ese éxito al que aludíamos, Taurus de México retomá nista que se recogía en una revista de histeria contemporánea: tanto
la versión del ensayo de Ginzburg aparecido en Siglo XXI para in· por su objeto, el estudio de un modelo epistemológico (paradigm:.)
cluirlo en 1995 en un volumen muy peculiar: Discusión sobre la hislfr surgido a finales dei siglo XIX, como por ser una reflexión acerca dcl
ria. Este último libro .tenía una triple autoría. Carlo Ginzburg como conocimiento histórico, no resulta extrafio que dicho ensayo se pu
referente principal y el intercambio epistolar mantenido entre Adolfo blicara de esta forma. Podía interesar particularmente a los contem
Gilly y el subcomandante Marcos a propósito dei ensayo de aquél. poraneístas, puesto que, al fin y ar cabo, aludía a una forma de iu
Lo primero que llama la atención dei volumen son los coautores. Sin vestigación desarrollada en la contemporaneidad a partir de u n o~
embargo, esa misma sorpresa se desvanece al comprobar que es un referentes intelectuales recientes. Por otra parte, que apareciera cn c:s.t
texto manufacturado con una cierta impostura, un artificio elaborado revista !e otorgaba un cariz muy marcado. La Rivista di Storirt Cotl
para aprovechar la celebridad dei alzamientp zapatista. En realidad, se temporanea había nacido en 1972 en el ámbito de la nueva izquicrtLI
trata de una breve carta dirigida por el subcomandante Marcos al his· y, en particular, bajo el impulso dei <<Istituto di Storia» de In Univc:•
toriador Adolfo Gilly, simpatizante· también de esa causa. La excusa sidad de Turín, la ciudad en la que Ginzburg había nacido y cu l.t
que justifica la publicación es ei texto de Ginzburg, remitido al in- que su família había destacado precisamente dentro de esos d rcul u~
surgente, contestado por éste y apostillado extensamente por el pro· intelectuales. Dicha publicación fue verdaderamente renovadora en cl
pio Gilly. Como el posible libro era de escasa extensión, se completá ámbito académico italiano, adaptando decisivas estrategias de edici611.
con la transcripción de «Indícios». Los comentarios dei subcoman· Por ejemplo, como subrayaba Marco Palia, fue una de las primeras rc·
dante son perfectamente olvidables en sí mismos y para lo que aquí vistas que organizá temáticamente las resefias, dándole a los números
nos interesa. Los dei historiador mexicano son innecesariamente eru· un sentido coherente que le permitía superar la condición de mero
ditos a propósito de Ia historia, de la historia popular y de sus refe- contenedor, acogiendo recensiones de volúmenes extranjeros y mos·
rentes, en particular E. P. Thompson y Carlo Ginzburg. Por lo que a trando con ello una clara sensibilidad universalista. Asimismo, la oricn·
este último se refiere, nada hay que indique colaboración alguna con tación dada a la publicación no fue solamente historiográfica, sino
esta nueva edición de uno de sus textos, puesto que la reproducción que, en sus páginas, tuvieron cabida tribunas de opinión políticas, pe·
de <<Indícios•• se hace con la autorización dei editor italiano (Einaudi) dagógicas y didácticas. Además, como nos recordaba Fulvio de Gior-
y dei mexicano (Siglo XXI). Ahora bien, la inclusión es prueba sufi· gi, dicha revista apareció en un momento en e! que se iniciaba la re-
ciente de su extraordinaria y diversa popularidad. novación de la izquierda o, más concretamente, en el que comenzabJ
Más aliá dei ejemplo concreto de sus diferentes traducciones, nos un replanteamiento dei pensamiento histórico por parte de la i1.
interesa volver, sin embargo, a la edición original italiana. Ante todo, quierda extraparlamentaria. Se trataba de superar el esquematismo hi ~
conviene destacar la disparidad de sus reimpresiones, es decir, el mis- toriográfico propio dei marxismo dominante interrogándose sobre cl
mo artículo, con algunas modificaciones, apareció incluído en publi- poder, sobre la ensefianza y sobre las fuentes históricas. Entre quic
caciones diversas, con lo que las instrucciones de lectura posibles se nes constituyeron esta empresa intelectual destacaron Guido Qlazza,
multiplicaban. Como ya vimos con Genette, un texto va arropado por Valerio Castronovo, Nicola Tranfaglia o Gianni Sofri. Todo esto ex·
diferentes paratextos internos o externos que son los que guían Ia re· plica el buen acomodo que un ensayo co~o éste tuvo en dicha re·
cepción. Además distinguía entre peritextos y epitextos. Detengámo- vista, puesto que su contenido se ajustaba a Ia renovación que se aus·
nos en los primeros, justamente aquellos que son internos por formar piciaba y su propia trayectoria personal se adaptaba a esos círculos
parte de ese artefacto material que es el libro. En ese sentido habla- políticos.
mos de peritextos al designar, entre otros, recursos tales como el tí· A este respecto no deja de ser significativo que las revistas que tra-
tulo o el prólogo. Más aún, tratándose de libros colectivos, por ejem· dujeron esa reflexión de Carlo Ginzburg fueran también publicacio-
plo, peritextos pueden ser los restantes artículos o capítulos que nes renovadoras, críticas o radicales. En castellano, como hemos vis-
acompafian y que son responsabilidad de otros. Aquellos con quienes to, apareció en El Viejo Topo, una empresa intelectual característica dei
consentimos vivir, aquellos que aceptamos como vecinos, no son me· posfranquismo. Editada en Barcelona, tenía una impronta asilvestrad:.
ramente una circunstancia azarosa: dicen algo de nosotros, de nues- que la hacía diferente de otras que le eran coetáneas. Apostaba por
tra calidad, de nuestra extracción. Si volvemos a Ginzburg, esa verdad una renovación dei disefio gráfico, estaba abierta sin ninguna voca·
de Perogrullo cobra un significado revelador. ción académica a todas las disciplinas y daba cabida al conjunto de

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I~ izquierda que se multiplicaba a finales de los 70. Se nutria de ar- aparecidas en L 'Espresso, A!fabela o Aut Aut e incluso es comentado
ticulas esp~fioles, pero en sus páginas se sucedían uno tras otro ensa- por !talo Calvino en La Repubblica. Este narrador no hace una recen-
yos tra~uctdos de los grandes .~aestros pensadores de aquel momen- sión de Crisi, sino de «Indícios», destacando principalmente tres co-
to~ parttcularmente ~e los panstenses. Aunque tenía una orientación sas. Por un lado, la riqueza de ideas que contiene; por otro, la in-
evtdente~~nte _m~oosta, que su propio título recordaba, lo cierto es tención explícita de describir y asumir un paradigma epistemológico
que admltta filtacwnes muy diversas e incluso contradictorias subra- contrario a la ciencia galileana; y finalmente, el modelo narrativo que
yando con ello la h eterodoxia que la caracterizaba. ' predica a partir de los indícios. Por otra parte, Crisi tiene una im-
En inglés, el artículo _se dio ~ conocer en las páginas dei History portancia capital en el pensamiento ·italiano reciente y su incidencia
'Vf!~rkshop ]ournaf. Esta revt;t~, segun nos recuerda Timothy Mason, na- va más allá dei ámbito historiográfico. D e hecho, el libro puede to-
cro en 1976 con el proposrto de trascender el medio académico in- marse como una condensación, como un compendio de las transfor-
c<;>q~o~ando la izquierda radical a la tarea de renovar el pensamiento maciones políticas e intelectuales que ltalia experimentaba a finales de
htst_onco .. Po~ ello, sub:ayaba la índole experimental y provisional de los 70, pero también como un indicio local de la crisis de los paradig-
las t,nvesugacwnes que m~luía ~s.í como">la discusión colectiva a la que mas fuertes en las ciencias sociales contemporáneas. El primer elemen-
d~~tan dar lugar. Esta onentacwn le permitia superar los moldes tra- to que destaca en ese texto es su carácter interdisciplinario, o mejor,
dtcwnales ~anto de la izquierda, en g_eneral, como de la historiogra- su voluntad transdisciplinaria. Por un lado, cada capítulo es responsa-
fia, en p~rttcular. Por un lado, se conJuraba el antiintelectualismo de bilidad de profesionales procedentes de diversas disciplinas y, por tan-
los labonstas y ~e los sindi~~tos br~tá~icos. Por otro, la experiencia to, ai lector se le obliga a sondearlas a partir de una competencia espe-
de los workshops tba a per.mtttr multtphcar las perspectivas históricas, cífica. Pero, por otro, tanto en la introducción como en el sesgo que
dando ~oz a lo~ prot_ago~tstas de las ~uchas populares. Esta polifonia tiene cada apartado, se ·aprecia la decisión de responder colectivamente
conducta. a_demas a drver~tficar los esttlos de la escritura histórica que a unos síntomas que se comparten, a unos trastornos que agitan a cada
en sus pagmas se conteman. . una de las ciencias y, en fm, a unas renuncias comunes pero positivas.
Fin_a_Jmente, un último ejemplo que podemos proponer es ei de Así, los ensayos que se recogen están concebidos como una serie
la ve_mo~. francesa de est~. ensayo de Carlo Ginzburg. En este caso, la de contribuciones y de intervenciones que se amparaban bajo un pro-
pubhcacron que lo acogto fue Le Dlbat. Como se sabe la edita Ga- yecto de trabajo definido en 1976. Ese proyecto tenía como objeto la
j
llimar~ bai<;>, la _dirección de Pierre Nora y es un núcle~ de reflexión discusión de la crisis de la racionalidad y buscaba insertarse no sólo
y de ~;scuswn, m_telect~tal. Así como Annales tenía una evidente con- en los debates indígenas, sino también en las controversias que sobre l
not~~ton academtca e m~luso escolástica, Le Dlbat nada con la pre- este asunto se desarrollaban en los afies 70 en diversos países. En efec-
I
tenswn de provocar, de mcomodar, y para ello reunia a los intelec- to, ei prefacio de Aldo Gargani está redactado en primera persona dei
tuales más inquietos de la Fr~ncia de los 80. Además, la figura de plural, fórmula que se repite retórica y enfáticamente para afirmar I
Nora le otorgaba un doble canz. Por un lado, la convertía claramen- aquellas certezas. D e hecho, por el tono y po'r los contenidos, esa in- I
te en una revista interdisciplinaria con un sesgo contemporaneísta muy troducción adepta la forma de un manifiesto. <Y qué declaran? Par-
marcado. Por otro, esa meta transgresora, a la francesa, estaba encau- tiendo de los cambios experimentados por las ciencias naturales en el
za~a en la práctica den~o de los márgenes de una gran editorial, la siglo XX, Gargani subraya la impracticabilidad de una razón fuerte
mts:na em.I?resa que habta tutelado en parte la nouveffe historie y que como base y fundamento de las ciencias sociales. Esa razón fuerte ha-
habta pubhcado a los grandes ensayistas dei momento. bría subordinado por principio lo singular a lo general, la variedad a
L~ primera v~rsión ~e «Indícios», la que se publicó en la Rivis- la homogeneidad, lo individual a un orden explicativo central, exclu-
ta, dtctab~ unas mstruccwnes. de _l~ctur~ q~e venían dadas tanto por sivo, invariante, codificado y preconstituido, a unos esquemas racio-
su contemdo como por su ubtcacwn edttonal: se caracterizaba por su nales abstractos, rígidos y ontológicamente dados por evidentes. En
v<;>lu_n~ad de combate, por la pretensión de renovar el conocimiento este sentido, y por la afinidad de las contribuciones, el coordinador
htstonco y de ofrecer un modelo alternativo, en clara coincidencia subrayaba la responsabilidad dei marxismo y de sus prácticas de tipo
c_~n _la agitació:"- intelectual que inspiraba a aquella publicación pe- ceremonial, denunciando aquella imagen preconstituida dei proceso
nodtc~..Ese canz. no se pierde cuando el ensayo se amplia y se reedíta histórico en virtud de la cual los hechos se disponen como confir-
en. CrlSl deffa ragzone. De hecho, es en ese momento cuando la cele- mación de lo que ya se sabe. Más aún, esos esquemas abstractos se
bndad de este texto de Ginzburg se acrecienta, con diversas resefias habrían definido fuera de la referencia concreta a la vida de los seres

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humanos~ de sus !lecesidades y de s~s modos de pensar y juzgar. Si El subtítulo del libro coordinado por Eco y Sebeok nos dice ade·
los cambtos acaectdos en esta centuna en el ámbito de la flsica han más quiénes son esos tres: Holmes, Dupin y _Peirce, esto es! el detcc·
permitido subrayar la relación dei observador con lo observado (cómo tive de Doyle, el de Poe y el gran pragmattsta norteamencano rcs·
es posible que las ciencias sociales se empefien en adherirse a 'un mo· ponsable de una importante obra lógico·s~miótica. Tal ~ez s_orprenda
delo de r~~ionalidad de origen newtoniano? Partiendo, pues, de dicha la vecindad de esos nombres, pero las dtferentes contnbuctones dd
constatacwn, ;ada uno de los _auto~es _in~entaba d~finir los usos posi· volumen prueban la pertinencia de esa filiación. Entre ella~, aden~:ís,
bles de la razon en ~u respecttva dtsctplma despues de esos cambios la que corresponde a Carlo Ginzburg· adquiere una relevancta pa~t~cu
que afectaban ai conJunto de los saberes. Por tanto la radicalidad del lar. Así, cuando los editores explican la filosofia de 1~ compostct6n
artículo de . Ginz~urg co~ r~ una nueva dimensión que es Ia de ensa- del libro advierten que el interés por el modelo de~ecttvesco fuc nlgo
yar una sahda eptstemologtca nueva a las formas tradicionales de ha- no programado, derivado, eso sí, d~ I~ obr~ de Petrce. En este c.1so,
cer his~oria en ese conte~to crítico. pe ~echo, ese ensayar afecta a Ia ese interés era resultado de una comctdencta, casual o no tanto, de
gen~rahdad de lo_s tra~aJOS que le stguen;. en los sucesivos capítulos, diversos autores - dos semióticos, un sociólogo, un lógico Y un his·
escntos desde la_ t~ certt d~~bre y recogiendo materiales diversos pro· toriador en este caso Ginzburg- que se preocupaban por algo apa·
cedentes de tradtctones dtstmtas, frecuentemente contradictorios. renteme~te irrelevante, la investigación policial. Ahora bien, más alln
Il segno _dei tre, C?bra también colectiva en la que vuelve a publicar· de las referencias y la provocación literari~s! lo que m~ncon~unaba a
se e! trabaJO de Gmzburg, es de una índole bien distinta a la de Ias todos los trabajos era la pregunta a propostto de la htpóteStS, la ex·
dos ediciones anteriores. De entrada, es una publicación académica plicación y las diferentes formas de inferencia que Peir~e había cstn·
originariamente aparecida en una de las editoriales universitarias má~ blecido y distinguido. En ese contexto, el ensayo de Gmzburg dcbe
prestigiosas, la Indiana University Press. Como decíamos Ia versión verse desde una doble perspectiva. Por un _l,ado, representa _una de las
italiana es simult~e~, pero e~ es_te caso lo es en una em~resa priva- reflexiones más tempranas sobre esta cuestton. Por otro, se mcluye ~o
d~, la casa. Bomptam. Esta edltonal, que es la que habitualmente pu· sólo por abordar el análisis de Holmes, sino porque trata de los m•s·
bhca los ltbros de Umberto Eco, ~a. un sello diferente al volumen y mos problemas que Eco o Sebeok se pla~t~an. Eso qu}ere decir,yues,
lo enc~adra clar~ente e:' el domtmo de la semiótica. En principio, que las instrucciones ~e _l~ctura de «ln~tctoS>> ~on _mas c_om~leJaS de
pues, esas son las mstruccwnes de lectura que se adhieren al texto ori· lo que podría parecer mtctalmente (ltaha, la _lustona_, la tzqme~da! In
ginal. Sin embargo, e! propio título le aiíade una connotación más crisis de la razón) y que han de contener la referencta a la semt~lt ca,
que alude a Conan Doyle. Como se sabe, el creador de Sherlock Hol- una disciplina que se pretendía y se concebía como transversal. St tr,t
mes es responsable de una célebre novela titulada E/ signo de los cua- taba de los signos y de la comunicación, estos elementos estaban ptc
tro. En esta ~~rración, ~1 margen de la trama argumentai y por tanto sentes en todo producto social o cultural dei que se ocuparían, pcu
de la revelacwn detecttvesca, lo verdaderamente sobresaliente es su ejemplo, sociólogos, antropólogos o .~storiadores.
primer capítulo. Allí, Watson nos describe el método de investigación La última edición italiana de «Indtctos>> de la que tenemos con~1.111
de Holmes y reit~ra, pues, en este segundo relato lo que ya sabían los cia es Ia que forma parte dei volumen Miti Emblemi Spie. En pr~ncipio,
lectores de Estudzo en escarlata. En uno y en otro, el célebre detective e1 libro es, por fin, una recopilación de ensayos d~ Carlo Gm~bUtg
confiesa de qué modo da con el criminal, y éste no es otro que el de y, por tanto, no hay una obra colecti~a que transmtta connotactoncs
la conexi?? de huellas. La huella es siempre un signo, esto es, una re· diferentes a su trabajo. Los textos reuntdos abarca!l desde 1961 a_ 19H~
presen~ac10n de algo que no es~á, un vestígio de algo oculto o des· y se caracterizan, de entrada, por su ~tr;ma vanedad, por la dtvcrsa
aparectdo. A esto, a estas conexwnes, Holmes Ias llama erróneamen· dad de los objetos tratados (de la bruJena a Freud, pasando p~r «In·
te ded_ucción. Lo imp_ort_a,nte no es ahora la designación, sino en dicios>>, el nazismo o la pintura dei 500, entre otr?s). El prefacto que
cualquter caso la descnpc10n del procedimiento, que no es otro que él redacta es así una justificación de la coherencta que pueda dars;
e! de las hipótesis como formas de probar el saber o de aventurar so- entre ellos. Dos son en este sentido los recursos que emplea. En pn·
!uciones: En este senti~~· es toda ':lna declarac~ón irónica, propiamente mer lugar, el itinerario personal que les ~aría continuidad; en scgun·
msostemble, la afumacton holmestana, contemda en E/ signo de los cua- do término, un subtítulo que ejerza de lulo cond_uctor. En est: repa·
tro, _segú? la ~ual el d~tective no hace conjeturas. Lo importante no so autobiográfico utiliza la racionalidad retrospectiva en el ,senado ~lc
es st el mvesttgador acterta o no con esa confesión, sino la centrali- atribuir continuidad y relación a hechos dei pasado que sol? ad_quac·
dad que él mismo le da a la inferencia conjetural. ren significado a posteriori. El Carlo Ginzburg maduro, el lustonadoa

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de cu a~enta y siete a~os, selecciona momentos de su vida y lecturas A esto, sin más, cabe calificarlo de razón ulterior, una razón que or-
q~e senan contemporanc:os o precedentes de los artículos recopilados. dena y da sentido.
Sm establecer una relactón de causa·efecto, e! lector va conectando ~ No será acaso que la morfología y Vladimir Propp, su máximo
~no~ y otros a par~i; de esa_ his~oria de vida que él nos propone. representante, cobran protagonismo en los anos 80 y que por ello apa·
~Cuanto hay de tluswn autobtografica en este procedimiento? No nos recen en el prefacio de Mitos como determinantes de toda su obra?
mt~resa ah_o,ra averig?âr la relació~ y su verdad, sino la perspectiva y Si hacemos un simple repaso onomástico de los referentes intelectua-
la mstrucc1on que dtcta para rc:ubtcar trabajos originariamente publi· les que Ginzburg manifiesta en sus di:versos trabajos hasta 1986, se
ca~os en otros lugares. ~hora ~1en, lo relevante es que «Indicias», des- puede observar que la única aparición significativa de Propp en sus
pues de haber comparttdo vecmdad editorial con autores muy diver- obras clave de ese período es la contenida en la nota ochenta y siete
sos y ?e haber sido traducido a diferentes lenguas, es ahora el núcleo de «Indícios». ~Qué nos dice? Cita ai formalista ruso de manera eru·
a parttr de! cual se organiza retrospectivamente toda su obra. D e nue- dita, esto es, como el estudioso de los cuentos de hadas, que en cier·
vo, pues, las instruccio~es de lectura se modificao, o mejor, se afia- to modo deberían tomarse como precedente de las novelas decimo·
de~ otras a las ya conoctdas. Ahora es un historiador de éxito, un his· nónicas. Si los relatos populares proporcionao una explicación dei
tonador que h_a alcanzado celebridad con El queso y con «Indicias» mundo, la burguesía del 800 emplearía las novelas en un sentido si·
cl que se convterte en el reclamo principal dei libra: ya no hay crisi~ milar. La obra aludida es la que lleva por título Las raíces bist6ricas del
~c. la mzón expresam~nte aludi1a_,, ni s~ ~os .indica el clima político atento, un libro publicado originalmente en 1946 y traducido en Ei·
c mtel~ct~al de su p~tmera apancwn, nt stqUtera se hace referencia a naudi tres anos después. La temprana versión italiana de este volumen
la. sem.•ó.t t~a. En realtdad, ,es e! subtí~ulo e! que ~irve de nueva guía puede interpretarse como ejemplo de la política editorial de esta casa,
~c lectu ta. aunque est~ _eptgrafe «refleJa ,P~eocupacwnes recientes, que siempre sensible a los grandes clásicos eslavos. De hecho, un autor·
cncar? _en forma expltctta en los dos ulttmos ensayos» (dedicados a símbolo de Einaudi, en el sentido en que el propio editor le daba a
Dumezt! y Fr~ud), «la relación entre "morfología" e "histeria" me pa- esta expresión, sería e! principal difusor dei formalista ruso y de su
r)cce hoy el _htlo condu~tor (por lo menos en parte) de toda la serie. obra. Nos referimos, por supuesto, a Italo Calvino, ai Calvino que
I ero es p~stble qu: qUten los lea encuentre que estas escritos, de te- podemos leer ahora en De Fábula. Fue él quien publicá inmediata-
mas tan dtspares, ttenen muy poco en común». . men te una resefia en L 'Unità y quien, más adelante, seguíría aprove·
Estas afirmaciones son de entrada contradictorias, porque dicen a chando las ensefianzas de Propp para establecer la codíficación de los
~~. vez cosas opuestas y de este modo quedan todas ellas en la ambi- cuentos populares italianos. Ahora bien, aquel libra no es el princi·
guedad. ~or u~ lad_o, el hilo conductor sería e! de la relación entre pai dentro de la producción de Propp. De hecho, la celebrídad de este
morfologta e htstona, un tema que si bien reconoce reciente atrave· autor se debe a otro muy anterior, de 1928, titulado Morfología de!
saría toda la obra r~uni~a, ob,ra que abarca una cronología muy dila- cuento. Las versiones de este trabajo fueron muy tardias: en inglés
tada. Por otro, admtte _stmultaneamente la incoherencia que e1 lector en 1958, en italiano en 1966, en francés en 1970 y en castellano en 1972.
pueda halla: en el COnJunto, dada la disparidad de materias tratadas. La centralidad que adquiere a partir de los anos 70 hay que atribuir·
E~tonces, <eon qué nos quedamos? Es probable que nuevamente la en buena parte a la lectura que realízó Lévi·Strauss en un artículo
~mzburg afirme una cosa y la contraria porque sea consciente de la fechado en 1960 y posteriormente recogido en la traducción italiana.
dtficultad de ~rmon!zar esos objetos abordados. Es probable también Por tanto, si ésta es la. gran aportaci6n de Propp, ~qué es lo que de
que haga mamfestacwnes tan contradictorias porque sea consciente de él se difunde? Lo que más llamó la atención dei volumen fue que po·
que .el autor y sus in tenciones no agotan las de la obra o incluso los día tomarse como e! precedente del estructuralismo y también como
stgmficados que le atrib~yen lo,s lectores. Esa ambigüedad reproduce uno de los fundamentos remotos de la semiótica. Propp estudiaba las
de otro m~do los ~spa~t?s vacws Y, los tratos que él tiene con esos funciones actanciales, hasta un total de treinta y una, que se reitera·
luga~es de mdetermmacwn. Pera mas aún, es probable que esas afir· rían en los cuentos populares al margen de las variacíones de la fá-
~acwnes opuestas re~ejen el iti~erario no programado y la biografia bula o de la trama. Por debajo de la variación, todas las culturas y la
tnestable que caractenzan una vtda. Por eso, si admitimos como cier· codificación narrativa que las caracteriza repetirían unos mísmos per·
ta l_a clave ~e l~ctur~ que repres~nta la relación entre morfología e his- sonajes·función con mora!ejas similares, es decir, con descripciones·
tona, eso stgmficana que el Gmzburg de 1961 manifiesta implícita- construcciones mora!es dei mundo semejantes.
mente algo que se hará explícito mucho tiempo después, en 1986. Carla Gínzburg no emplea explícítamente a Propp en la investi·

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gación contenida en I benandanti o en El queso, aunque en ambas el estarían insertas todas las potencialidades futuras dei reino vegetal. Por
tema y el tratamiento consentían ese uso. Además, como hemos vis- extensión, la morfología dei cuento se ocuparía de su estructura y de
to, uno de sus referentes expresos es Bajtin, un autor contemporáneo las funciones de cada uno de sus componentes, tomándolos también
y cercano a Propp, así como uno de los pensadores clave que inter- como elementos desmembrables y susceptibles de comparacíón.
vienen en las polémicas formalistas de los anos 20. Por tanto, si la Lo significativo de esta perspectiva es que, por encima de la va·
alusión en «Indicio~·· es circunstancial y no se corresponde con el peso riación, hay un esquema que puede hallarse en los distintos cuentos.
que tiene en la introducción de Mitos, podríamos conjeturar que la Por analogía, en los estudios culturales· podríamos hallar una extrema
importancia dei formalismo en Ginzburg es un hecho que se consu· variedad de significantes, de formas vacías, que se rellenarían con sig·
maría definitivamente a partir de otro de sus libras, Historia noclttrna, nificados reiterados. A esta conclusión pudo llegar Lévi-Strauss muy
editado en 1989. Dado que la aparición de Mitos es contemporánea tempranamente, pero antes incluso lo hizo Propp. Carlo Ginzburg lo
al proceso mismo de investigación que, precede a Historia, eso expli- asume en Historia nocturna y desde entonces ha mantenido esa preo·
II cada que el interés por la rnorfología que en aquei momento preo·
cupaba a Ginzburg se trasvasara a la citada introducción. Eso no sig·
cupación. Ahora bien, más aliá de la expresíón, más aliá de que apn·
rezca o no explícítamente la voz morfología, podemos aceptarlc ai
nifica que, con anterioridad, no hubiera estado interesado por este propio Gínzburg la voluntad de retrotraer esa inclinación a toda su

I enfoque, que se podría rastrear tarnbién tanto en Bloch corno en Du-


mézil, dos autores muy conocidos para él. Una de sus declaraciones
más explícitas en este sentido es la que tiene que ver con la perspec·
obra. En ese caso, pues, sí que sería apreciable en sus primeros libros.
De hecho, la expresión cultural analizada en I benandanti y las metá·
foras orgánicas de Menocchio pueden ser leídas como formas secttla·
tiva analítica adaptada en Pesqttisa sobre Piero, publicado en 1981. Un res que son rellenadas con unos significados que las trascienden.
afio después, y en respuesta a sus críticos, Carlo Ginzburg escribió un Ahora bien, más allá de la dilucidación dei significado de ese bi-
texto titulado «Mostrare e dímostrare» en ei que se interrogaba por la nomio morfología e historia, lo que nos interesa es entrar en los con-
posíble coherencia que hubíera entre enfoque morfológico (sincróni- tenidos de «Indícios», teniendo en cuenta además que constituye un
co) y análisis histórico (diacrônico). La pregunta se la hacía en rela- desarrollo dei conocimiento conjetura!. Como se recordará, hablába-
cíón con la historia dei arte y, en particular, en relación con ei más mos de un primer uso de la conjetura en Ginzburg consistente en la
importante especialista en Píero della Francesca: Roberto Longhi. En interpretación basada en indícios. Ahora, en «Indícios», nuestro autor
ese texto, Ginzburg ya presenta un esbozo de la congruencia que deba emprende su fundamentación teórica reconstruyendo la historia de lo
darse entre los estudios formalistas y ei respeto por la cronología, ad- que denomina e! paradigma indiciaria. Lo primero en lo que debe-
mitiendo igualmente que, ante determinados objetos, la perspectiva mos reparar es en la expresión «paradigma». Como él mismo admite,
morfológica da resultados innovadores, aunque de más diflcil demos- se sirve de esta voz tomándola en préstamo de Kuhn, pero sólo de
tracíón. En ese contexto cita expresamente a Ludwig Wittgenstein y su versión primitiva, de la que se contiene en La estructura de las re-
lo empareja con Propp. voluciones cient(ficas. Este término ha sido extraordinariamente polémi-
(. Qyé debemos entender por morfología? Esta voz no es de uso co· co no sólo por la descrípción histórica de la ciencia que supone, sino
rriente entre historiadores y su difusión es bien reciente. Tradicional- también por su aplicación indiscriminada al conjunto de las discípli·
mente, se ha empleado la expresión en el ámbito de la gramática para nas. Kuhn se mostró muy pronto reacio ai uso impresionista de este
indicar el estudío de las formas o partes dei discurso. Hoy en día, la concepto, es decir, su intención era la de describir las ciencias de la
lingüística moderna entiende por este término la descripción de las re- naturaleza y por tanto le disgustaba especialmente que se utilizara fue-
gias combinatorias que conciernen a las palabras. Sin duda, no son és· ra de ese contexto. Por eso mismo, Ginzburg nos indica en la primera
tos los usos que le da Ginzburg a la voz, sino que la adopta a partir nota de su trabajo que renuncia a las precisiones y distinciones que
de los estudios narratológicos cuyo precedente sería Propp. Este últi· el propio Kuhn introdujo posteriormente. En ellas este último insis·
mo hablaba de estudios morfológicos por analogía con la botánica, to· te en el carácter de dogma que tiene el paradigma, puesto que orde-
mando como referente los tempranos estudios de Goethe. La morfo- na lo posible, lo aceptable y lo deseable en la investigación cientffi-
logía botáníca analizaría las partes constitutivas de las plantas como ca, pero además subraya la exclusividad y fortaleza de los paradigmas
elementos desrnembrables, de modo que podrían compararse con otras y por tanto el domínio sucesivo, que no simultáneo, que tendrían.
con el fin de observar los parecidos de família e incluso con el fm de Bajo este esquema sólo cabe incluir cierto tipo de disciplinas que,
representarse, simbólicamente ai menos, una planta originaria en la que como la flsica, organiza todo su campo bajo un mísmo modelo. Por

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el .contrario! la hist~ria, 1~, sociolo~ía, etcétera, no siguen esa pauta y
baJO una mt~ma destgnacJO~ convtven modos diferentes de investigar vo ciertos detalles menores, supuestamente irrelevantes, arrojarían luz
Y de conc7bu e! mundo .. ~~ una de las características de los paradig- sobre la constitución psíquica de los pacientes. Dos serían los víncu·
mas es su mconmensurabt!tdad, tal atributo lleva a la revolución cien- los a establecer entre todos ellos. Por un lado, la medicina, puesto
tífica, est<? es, a periodos de ciencia normal y de ciencia revolucionaria. que Freud era médico, Doyle había ejercido también esa profesióo y
En. ~ambt~, en las .Jmmanidades, por ejemplo, se da Ia inconmensu- Morelli se había licenciado en la misma disciplina. Por otro, la téc-
rabt!tdad stmultánea como un dato básico que no se supera como un nica que empleaban, la de los vestígios, esto es, los signos pictóricos,
ra~gq estructural de su constitución histórica. En estas úlclmas disci- los indícios y los síntomas, respectivamente. En efecto, esa técnica se·
P!mas, pues? no s~ría yertinente la descripción diacrónica (prepara- ría propia de la medicina, o ai menos de una cierta parte de ella, y
~tgma-paradt~ma·;tencta normal-revolución científica·ciencia normal), se la designaria con el nombre de semiología, es decir, lo que en otros
smo. que s~na mas adecuado subrayar la naturaleza sincrónica de su términos se ha venido llamando sintomatología, el fundamento dei
f:mct?namtento,. su s~tuación de permaJ;lente revolución. Habría así diagnóstico. Éste, a su vez, describe la enfermedad a partir de unas
ctenci~s .revoluctonanas y otras que, p or el contrario, acumularían bases empíricamente constatables o. documentadas. Lo mismo harían,
con~ctm~ento ~ mantendrian a sus clásicos. Además, los debates en pues, e! crítico de arte, el detectíve y e! psicoanalista.
las ctenctas. soctales no son só lo sobre interpretaciones correctas 0 in- Como podrá apreciarse, cuando Ginzburg destaca a estos perso·
c.orrectas, smo que son ad.emás controversias sobre los datos prima- najes y su respectiva competencia, una de las cosas que está hacien·
~tos, sobr: los he.chos mtsmos, que se incorporao a las distintas do es buscarse precursores, remontarse ert el tiempo para comprobar
mterpretacJO~es. St los datos fi.teran los mismos, pero las explicacio- que su forma de conocimiento tiene antepasados, y que además son
nes fueran dtferentes, bastada con emprender verificaciones esme- ilustres. Como se recordará, uno de los usos de la conjetura en El que-
radas. so era aquel que proponía interpretaciones a partir de pruebas o de
El ~aradigma dei que n~s habla ,c.arlo Ginzburg es, pues, otra cosa, documentos contrastables. Sería conjetura en tanto que el autor se
en realtdad un m~delo eptstemologtco. Ahora bien, no un modelo aventuraria coo interpretaciones que no están en la fuen te, pero que
realmente ~uevo, smo uno que habría surgido ••silenciosamente» a fi- no son mera fantasía o elaboración imaginaria. Dicho en otros tér-
nales dei stglo XIX y que él recupera ahora para la histeria. Más aún, minos, conjetura aquí sería una afirmación razonable hecha sobre un
no es un modelo que se oponga alternativamente a otro dominante acto o una lectma de Menocchio que se fundamentaría en pistas, esto
a ~a manera de Ku.hn, sino u?. paradigma coetâneo al que no se ha: es, en huellas apreciables en el documento. Justamente por eso, esta
bna prest~~~ sufictente atenc10n y alternativo sólo en la m edida en tarea particular dei historiador sería análoga a la de Morelli, Holmes
q.ue permttm~ explora~ el pasado de otro modo. Por tanto, su inten- o Freud. Ahora bien, <<durante milenios, e! hombre fue cazador»,
ctón cs reflex10nar t~ónca~ente sobre esa form a de conocimiento que como nos advierte Ginzburg al inicio de la segunda parte de «Indí-
hasta cnto11:ces habna tentdo un uso esencialmente práctico. Desde su cios>>. En consecuencia, esa forma de saber sintomatológico no es ex·
pu.nto de. vtsta, tr.es gr~des pers.onajes podrían tomarse como ejes de clusiva de los médicos, sino que habría caracterizado cierta práctica
esc p~radtgma: Gt~:>v~nru Morellt, Sherlock Holmes y Sigmund Freud. de los humanos desde la prehistoria. En efecto, para él, ese modo de
El pnmero, espectaltsta en arte, establecía autorias disputadas en los cooocimiento podría remontarse ai primer hombre que ejerció de ca·
~uadros a partu de detalles ,menores, a pa~tir de aspectos marginales, zador. En ese caso, escudriiiar e! rastro de una presa seria tal vez e!
Justa~ente aquellos que sohan pasar mas madvertidos a imitadores 0 gesto más antiguo de nuestra histeria intelectual. Dicho en otros tér-
a f.1lst~cador7s. Po~ su _Parte, el detective creado por Conan Doyle em- minos, e! cazador fue el primero que practicó el paradigma indicia-
prendta sus mvesttgacwnes basándose en detalles también menores rio, e! primero de una larga lista cuya secuencia podría reconstruirse
mterpretand? .a~pectos olvidados o huellas dejadas por el delincuent~ hasta llegar a la contemporaneidad.
qu~ le pe~mttman esclarecer la trama criminal. Finalmente, Freud es- Pues bien, eso es lo que hace Carlo Ginzburg en las páginas de
ta~ta relac10nado con. esta for~a ~e conocimiento por dos razones: en ese ensayo. Así compendia en unos pocos párrafos una pléyade de au-
pnmer lugar, por. ~a mfluencta mtsma que Morelli pudo llegar a ejer- tores que, procedentes de las más diversas disciplinas y competencias,
cer e?. s.u formac10n y de la que se valdría, por ejemplo, en su psi- pueden tomarse como ejemplos de una genealogía histórica dei pa·
c?a~ahsts dei ar;e; en seguod? término, y ~1ás importante, porque su radigma indiciaria. Este paradigma triunfada principalmente a partir
tecmca se basana en unos mtsmos procedtmientos, es decir, de nue- dei 800 porque determinado tipo de ciencias extenderíao el conoci-
miento sintomatológico para la revelación de sus objetos y por la crisis
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misma dei pensamiento sistemático o aJ menos de su más alta for· peco cuya consumación genealógica es él mismo. Si en el prefacio a
mulación (el hegelianismo). Resulta verdaderamente llamativo el elen· Mitos se disculpaba por los párrafos parcial y expresamente autobio·
c? de n?~~res que Ginzb~rg ~os propone. Esa selección podría muy gráficos, en los que consignaba de forma selectiva su itinerario de Ice·
bten enJutctarse como arbttrana y de hecho podría discutirse Ia in· turas, podemos decir que <<Indícios» es otra forma de autobiogrnflr~,
c!usió~ de algu~os de ellos, dado que el historiador los hace copartí· otra manera de dar coherencia y continuidad a una trayectoria que,
ctpes mvoluntanoS' de algo que a él le preocupa pero que no fue cen· como en todos los humanos, es inestable y cambiante. Esta búsqued.t
tral pa~a sus precursor~s. Habrí~ ,incluso un ejemplo extremo, próximo de parentescos es algo que, como hemos visto, también había pt.ltlt
en el ttempo, que s~na la alus10n a Proust y a su obra principal (En cado en relación con Menocchio y sus libras, una búsqueda morfoló
bus,ca de! llempo perdr,do) que,. a su juicio, es «fácil» demostrar que es· cico·histórica que ve parecidos de família y que conjetura a propô~•
tana . con~trmda segun un «nguroso» paradigma indiciai. No se trata to de su genealogía. Justamente algunas de las conjeturas mós :1\ldm t'll
de dtscuttrle e~~ parentesco, sino de e{(igirle que se explique, que de· (para algunos, arbitrarias) que apareceo en El queso son de c.:sltt lndn
~uestre la fac t_lt?ad de esa conexión. Sin embargo, en todas las ver· le, esto es, son relecturas de referentes culturales muy distant es c ttll l'
stones de «Indtctos» el .lector ve. d~fraudadas esas expectativas puesto sí y que el historiador relaciona coherentemente subvirtiendo la~ b.1
que la n~ta corresp~ndtente se ltm.. ~a a anu~~iar que <<sobre este pun· creras sociales y contextuales más próximas. Si Borges conecta a K.d
to volvere con amphtud en la verston defmtbva dei presente trabajo». ka con Han Yu, Ginzburg comunica a Menocchio con el Corán o t:an
Como sabemos, esa voluntad no se ha materializado. los vedas. O sea, el historiador percibe esas filiaciones, esas reverbe
AI margen de esa anécdota,. .lo llamativo ~o sería tanto que lo de· raciones que a modo de ondas expansivas llegan a lugares muy nlejn·
mostrara o no cuanto la «factltdad» de esa mclusión, que se refiere dos dei centro de! que partieron. Más aún, hay reverberaciones con-
nada ~enos, que a «la más grande novela de nuestros tiempos». Tal tinuas sin que pueda detectarse el centro originaria.
v_ez, mas alia. de que ese elenco de nombres esté o no plenamente jus· Ahora bien, en la medida en que el paradigma indiciaria designa·
nficado, lo cterto es que los autores aludidos le describen sobre todo do por Ginzburg está representado por mundos tan diversos y alcj.1
a ~í mis~.o y, en segun do lugar, a quienes toma por sus precursores dos, desde el cazador prehistórico hasta Mareei, Proust, la conclusi6n
mas dect~tvos. En uno de los ensayos incluídos en Otras inquisiciones, es que adolece de un estatuto científico fuerte. Esta es una afirmaci6n
Jorge Luts Borges hablaba de <<Kafka y sus precursores>>, Con ironía que, además de previsible, él mismo asume y considera deseablc. Su
desen':'uelta, el .narrador argentino proponía varias referencias de en- empresa consumaría así la tarea pospositivista o antipositivista que dcs
tra?a mcompattbles (Zenon, H~n Yu, Kier~egaard, Robert Browning, de hace unas décadas definiría a una parte de las ciencias humatt:H•.
!I Leon Bl,oy y lo.rd Dunsany). «St no me equtvoco - dice Borges-, las No sería posible ya seguir contemplándose en el espejo de las cicn
het~rogeneas ptezas que he enumerado se pareceo a Kafka; si no me cias naturales y por tanto el dilema de aquellas disciplinas seria cl dr
equtvoco, no todas se pareceo entre sí. Este último hecho es el más asumir un «estatuto científico débil». En esc contexto, su modelo 111
significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kaf· diciario hará uso de un «rigor elástico», de un conocimiento en cl qut·
ka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito no la desempenao un papel fundamental <<elementos imponderables: olr.tlo,
percibiríamos; vale decir, no existiria (...). En el vocabulario crí;ico la golpe de vista, intuición~>. En efecto, la intuición, que parece un rt•
palabra precursor es i!1dispensable, pero habría que tratar de purifi~ar· curso muy polêmico, no lo sería tanto en la medida en que no aln
la de tod~ connotactón de polêmica o de rivalidad. El hecho es que de só lo a una facultad natural que se ejercita sin mediación lógicll,
cada escntor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra con· sino que se refiere también a un procedimiento presente, por ejcut
cepción dei pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correla- pio, en las ciencias físicas. Los seres humanos conectao dos h ec h o~
ción -concluye- nada importa la identidad o la pluralidad de los alejados entre sí cuando ven entre ambos algún parentesco razon.tblr
hombres.» Ésa sería, pues, la virtud, pero también el riesgo dei pro· o justificable. Así, la voz intuición procede dei latín tardío y signilt
cedimiento de Ginzburg. ' ca imagen reflejada, es decir, un observador puede apreciar una rcl,t• {
. , Gracias .a sus dotes intelectuales y a su erudición, pero gracias tam- ción que no resulta evidente para la generalidad, pero sí para quicn)
bt~n a la ltbertad que se concede más aliá de las rutinas de Ia disci· sabe percibir las conexiones. En E! queso, esas conexiones resultan 11\~ N
plma, el historia~or italiano convierte ep. interlocutores a autores que o menos aceptables, más o menos falseables, pero sobre todo expre
no lo son. ~demas, est~blece entre ellos un parentesco que tiene como san a quien las formula, es decir, están en la cabeza de Ginzburg, que
consecuencta el cambto de nuestra percepción de esos precursores, demuestra posecr los dos requisitos básicos dei investigador: conoci

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miento de los hechos, esta es, erudición , y saber buscar más aliá de
las regias preexistentes. Para cuando Ginzburg afirma todo esto, las tropólogo expresara ya a mediados de los 50. Como se recordará, el
ciencias físicas habían aceptado ya la parte que en sus descubrimien- etnólogo aludía en algún pasaje a aquellos que podían tomarse como
tos correspondía al azar, ai golpe de fortuna o a la propia intuición. sus referentes intelectuales. Pues bien, indicaba que Marx, Freud y la
Ahora bien, esa ventaja no sólo es propia de! saber científico, sino geología le habían interesado por las mismas razones. Ni el marxismo
que, por el contrario, es un atributo humano, sin barrera alguna, que político, ni el psicoanálisis, ni el estudio de la estructura terrestre:
incluso vincula ai hombre con las otras especies animales, ai cazador aquello que, por contra, le atraía de estos referentes era el análisis de
con su presa. la profundidad a partir de la huellà emergente. Expresado de otro
Admitamos que esa conclusión es, cuando menos, sorprendente: modo, Marx daría con la estructura profunda de la sociedad, Freud
poner en relación al hombre con las bestias es hacer depender en este se aventuraria en el trasfondo psíquico vedado y los geólogos, en fin,
punto a ambos de la intuición, lo cual no es admisible. Porque lo que no se conformarían con la capa más superficial, sino que horadarían
en uno es intuición en o tro es instinto:'Justamente esta obviedad es el humus para adentrarse en los sedimentos más antiguos. Como pue-
lo que no nos dice Ginzburg, salvo que haga uso de esa licencia tan de verse, se trata de un uso metafórico de aquellos a quienes pode-
característica dei género policial que califica de sabueso al detective. mos tomar como los precursores dei antropólogo. Si antes decíamos
En todo caso, resulta contradictorio con el énfasis puesto en que la que Ginzburg, a la manera de Borges con Kafka, se inventaba sus pro-
intuición no significa abandonarse a los diversos irracionalismos que pios precursores, algo similar podríamos decir de Lévi-Strauss. Ade-
nos aquejan desde el pasado siglo. Así pues, esa aseveración contra- más, el ejemplo dei etnólogo no es improcedente, es clecir, no pro·
dictoria repite uno de los recursos básicos que podemos hallar en <<In- ponemos como a interlocutores a dos autores distanciados. Antes ai
dícios», pero también en otras de sus obras: la ambigüedad o, como contrario, la obra posterior ele Ginzburg confirma el interés creciente
él mismo admite, Ia u tilización de Ia figura retórica de! oxímoron. De que el antropólogo !e suscita.
hecho, el empleo de términos taies como rigor elástico y paradigma De entrada, que Dias esté en lo particular no excluye el panteís-
indiciaria responde a ese criterio. Las voces elástico o indiciaria alu- mo, es decir, si en cada uno de los detalles de la vida se advierte esa
den directamente a una forma de conocimiento débil, a formas del presencia, eso significa que a través de una huella menor es posible
saber «mudas», cuyas regias no pueden ser formalizadas porque son apreciaria_ Las huellas son esos indícios que, como los signos, repre-
una práctica. En cambio, van asociadas a expresiones fue rtes como ri- sentao algo que no está, algo oculto, representan algo más amplio que
gor y paradigma. La primera, como advierten los diccionarios, se em- se extiende por debajo de lo evidente. Esta idea acerca claramente a
plea con un enlace frecuente: rigor científico. La segunda pertenece Ginzburg con Lévi-Strauss, ai Ginzburg de <<Indícios•• con el estructu-
a! léxico particular de Kuhn quien, como hemos visto, le da una acep- ralismo de Lévi-Strauss. ~e lo indiciaria haga alusión a lo marginal
ción fuerte, particularmente exclusiva de las ciencias naturales. Dicho no excluye que a través justamente de esos márgenes pueda llegarse a
en otros términos, esa ambigüedad le permite, por un lado, rechazar algo que lo contiene y sobrepasa. Precisamente eso es lo que el h is-
las pretensiones de un conocimiento sistemático y, por otro, reclamar toriador italiano intentá llevar a cabo en El queso. Precisamente por
la idea de totalidad. eso la pregunta acerca de la representatividad de Menocchio no es tan
En un nuevo ejercicio de ambigüedad, o al menos contradictorio dirimente para Ginzburg como lo es para otros investigadores. No
con lo que el lector ha podido percibir hasta ese momento, Ginzburg debe sorprender e! sesgo es/ructuralista que ahora otorgamos a Ginz-
concluye «Indícios•• admitiendo que es esa misma idea de totalidad el burg, a «Indicias» y a El queso, un sesgo al que ya hemos aludido con
fundamento dei paradigma indiciaria. Los indícios son algo así como anterioridad. Ahora bien, de ser cierta esa calificación, no se limitaríâ
zonas privilegiadas que permiten descifrar una realidad que es impe- a lo ya dicho, sino que se veria confirmada por su obra posterior y,
netrable, y lo seria por constituirse a partir de un nexo profundo que en fin, por las invocaciones a la morfología que desde entonces han
en principio no es inmediatamente perceptible. Pues bien, esa pro- sido constantes. No queremos decir con esto que estructuralismo y
fundidad sobre la que emergen los fenómenos superficiales es justa- morfologia sean la misma cosa, pera resulta evidente que, al menos
mente aquello que le interesa, a la manera en que Freud tomaba los en los aõos 70, Propp y Lévi-Strauss devienen interlocutores compar-
síntomas como expresión deformada o censurada de las pulsiones pro- tiendo, a pesar de sus distancias, ciertos puntos de vista.
fundas dei inconsciente. Una idea muy semejante puede hallarse tam- Así, no resulta extraõo que Ginzburg declare en Historia nocturna
bién en Lévi-Strauss, ai menos en Tristes Trópicos, una idea que el an- que <<las convergencias entre el programa de investigación diseõado
por Lévi-Strauss y el libro que he escrito me parecen bastante nota-

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bles». De hecho, esta obra podría tomarse como una respuesta posi- liar de aquélla. Por tanto, es preferible la descripción, una descripción
ble de un historiador ai reto lanzado por aquél. Ahora bien, (cuál era en la que sus elementos deberán ponerse en relación con otros ele·
el reto y cuál la respuesta? Como se recordará, Lévi-Strauss atribuía a mentes de otras prácticas. Esa relación, además, podrá ser histórico·
la antropología el estudio dei inconsciente y reducía la histeria, al me· evolutiva o formal-morfológ.ica. El filósofo defiende la superioridad de
nos a aquella que era su práctica tradicional, ai relato de lo consciente. esta última perspectiva y subraya que la mirada morfológica busca y
Mientras la primera A trascendía lo superficial, lo epidérmico y por tan· encuentra cadenas intermedias, semejanzas, parecidos de família entre
to iba a la estructura profunda de las cosas, la segunda se limitaba a dos objetos concebidos como formàs, entre, por ejemplo, una elipse
la acción humana, a lo intencional y a lo que, en fin, era resultado y un círculo. Ginzburg rechaza la incompatibilidad de lo evo.lutivo y
de la voluntad. Así se expresaba en el célebre primer capítulo de la lo formal, postulando por su parte la inversión de la tesis dei fil óso
Antropología estructura4 pero también allí anunciaba una derivación po· fo. Es decir, se trataría de mostrar la evolución, o mejor, la géncsi\
sitiva de la disciplina histórica que confirmaría aiios después en otro escura que hay entre dos formas visibles, inmediatamente pcrcepti
texto famoso (<<Histoire et ethnologie»). '·EI reto de los historiadores bles, gracias a esos parecidos de família.
era orientarse hacia el estudio de esa estructura profunda y por tanto Partiendo, pues, de un acontecimiento concreto, pongam o~ un
de aquello que era inmune ai cambio y a la acción humana. Los pro· aquelarre, las afinidades que Ginzburg descubre le lle~an a un mcc·
duetos culturales estudiados por Ginzburg en Historia nocturna reba· sante vaivén espacial, temporal y narrativo que le permtte mostrar un
san las fronteras espaciales y temporales con las que tradicionalmen- origen remoto para hechos muy distantes. Si lo que ha analizado es
te los historiadores acotan sus objetos. Dicho en otros términos, el un conjunto de relatos de índole mítica que explican el mundo, el re·
contexto que e! investigador italiano nos propone es la humanidad en sultado al que llega después de ese constante vaivén es el habcr des·
su conjunto y el lapso ai que alude es la histeria toda. cubierto <<la matriz de todos los relatos posibles••, tal vez la planta ori-
En efecto, «el bloque central de! libra (...) ignora a propósito su- . ginaria de Goethe. Esa aspiración y el apoyo metodológico en cl que
cesiones cronológicas y contigüidades espaciales, en el intento de re- se basa son los aspectos que, por ejemplo, más le ha reprochado Perry
construir por vía de afinidad algunas configuraciones míticas y ritua- Anderson. Ahora bien, la afirmación de Ginzburg, la de encontrar la
les, documentadas a lo largo de milenios y en ocasiones a miJes y génesis histórica de las formas, ha de entenderse no sólo en relación
miJes de lcilómetros de distancia». Ésta es la respuesta que Ginzburg con lo desarrollado por Propp o Wittgenstein, sino también con lo
da a aquel reto, una respuesta que es evidentemente extrahistórica o que hiciera Dumézil y con lo dicho en reiteradas ocasiones por ltalo
I.
I ahistórica, o ai menos una respuesta que subvierte las convenciones Calvino, un narrador que ejerció una influencia evidente en Ginzbur11
! espacio-temporales de que se sirven los historiadores, optando por un y un narrador, en fin, fuertemente imbuído por las ideas de Lév1
enfoque deudor de Propp o, más en general, de la morfología. Sin Strauss y de Propp.
embargo, hay una parte en esta obra que, lejos de ser extrahistórica, (Cuáles son las ideas que defendiera Calvino a propósito dcl ç u c tl
es propiamente genética, haciendo pues coherente - según su propia to? Según leemos en D~ fábula, volumen que recopila todas sus 111
declaración- morfología e histeria. (Cómo lo logra? En esa preten· tervenciones sobre este asunto, para poder utilizar los relatos popul.1
sión, que también podríamos apreciar en la obra de Dumézil, cobra res como documento histórico habría que reducirlos «a su csqudctn
especial relevancia la lectura crítica que Ginzburg hace de Wittgen- invariable» con el fin de poner en evidencia sus distintas variablcs ncn
stein, un autor que no sólo es importante en la elaboración de Histo- gráficas e históricas, Además, se tratada de <<establecer de modo 1i·
ria nocturna, sino que también lo es para el conjunto de su obra. En guroso la función narrativa, el lugar que pasan a ocupar en este c\
las Observacioms a «La Rama Dorada» de Prazer, este filósofo reprocha- quema las situaciones concretas de lo vivido social••. Con ello, poclrl.1
ba ai antropólogo británico al menos tres cargos. El primero de ellos, documentarse justamente esa matriz originaria de la que habluh11
tomar la magia de los primitivos como un errar intelectivo; el se- Ginzburg, porque, como aiiade Calvino, «en toda histeria que tCIIH•'
gundo, explicar las prácticas rituales como si la explicación fuera su- un sentido se puede reconocer la primera histeria nunca contada y l11
perior a la descripción; el último, defender la superioridad de la hi- última». Ahora bien, si encontramos la primera y la última, cl cem•
pótesis evolutiva para caracterizar las culturas salvajes. Frente a eso, texto histórico parece secundaria con respecto a esa matriz, lo cual
Wittgenstein defendía interpretar la magia como expresión de una im· introduce un elemento inquietante dei que el propio Calvino cs com
presión; la impresión no puede explicarse, pues en tal caso se deva- ciente: <<(cómo rellenar el lapso que se abre entre las manifestacioncN
lúa, ai no impresionar, con lo que perdemos lo verdaderamente pecu- actuales de la tradición y los contextos culturales que en el caso de

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líticas.» Es decir, lo local, la variedad o lo individual, son las formas
Europa nos remiten incluso al paleolítico?». Más aún, ltalo Calvino de expresión de relatos generales que trascienden _los c~mte~tos.
se lamenta dei peligro en e! que se incurre con esta opción analítica, Esa idea, ahora ya sin reparos, pero con la mtsma mqutetud a la
interesante pero arriesgada: «la objeción más grave afecta, pues, a la que aludíamos, la reitera de forma explícita en Historia nocturna, sub·
posibilidad de insertar, en una histeria como sucesión lineal de fases rayando el papel que é! mismo ejerce como descubridor de afinida·
culturales distintas, !Jlateriales que atestiguan la permanencia de una des culturales. En este contexto, afinidad indica la semejanza, la cer·
prehistoria conservada hasta hoy en el corazón dei propio mundo "bis· canía o la relación que se establece entre dos cosas diferentes que, 119
tórico"». AI fmal, apostilla el narrador italiano, convendria preguntar· obstante, compartirían algo que las aproxima. En la historia natural,
se cómo seguir haciendo historia de los relatos «sin que la idea mis· la afinidad alude ai parentesco, aunque uno y otro término no son
ma de histeria se ponga en entredicho». Esa misma inquietud persigue equivalentes. Aqui, por contra, la relación que se establece entre esas
a Ginzburg, aunque no a Lévi·Strauss, a Wittgenstein o a Propp. cosas no es tanto un dato previa, objetivo y evidente, sino una cua-
Por tanto, más aliá de las simpatias "O. de las sintonías que Ginz· lidad que se predica por parte de un observador. Esto es, la semejan·
burg manifieste con respecto a estas autores, lo cierto es que hay en za o la cercanía no son hechos obvias, porque si lo fueran pertene·
su obra, en Historitt nocturna y en las anteriores, una tensión entre la cerían ai puro sentido común, al contexto de lo evidente, y se
histeria con sus convenciones, con sus limitaciones, con sus demar· impondrían sin esfuerzo, sino que se trata de <~afin.idades puramente
caciones, y las afinidades que subvierten y traspasan los contextos. En formales». En I benandatzti, en El qrmo y . en Hrstorza nocturna, las re·
este sentido, la idea de afinidad es clave. Desde su temprano estudio !aciones que Ginzburg postula son resultado de un esfuerzo an_alítico
sobre I benandanti, sus obras pueden concebirse como ensayos que po· y, por tanto, distao de ser evidentes, pero son r7sultado ta_mbtén de
nen en relación mitos, creencias y ritos, más aliá de las distancias tem· las conexiones que se hacen en su cerebro a partu de los dtversos re·
porales y espaciales que los separan. Tomemos, por ejemplo, el últi- ferentes culturales que él conoce. ..
mo de los capítulos contenidos en Mitos, aquel que dedicara a Freud. Como puede apreciarse, la investigación en este caso _depende es·
En ese texto, Ginzburg trata sucintamente la interpretación d ada por trechamente dei investigador, dei observador. mn el sentido pensado
éste a uno de sus casos clínicos más célebres, el dei hombre de los por la hermenéutica? Si hemos de creer a Ginzburg, la respuesta se·
lobos. En dicho trabajo, el historiador reconoce la hondura analítica ría negativa. Esto es, la dependencia dei observador no es tanto la de
de Freud, pero para subrayar también e inmediatamente sus carencias. la interpretación o la construcción del sentido que tengan las cosas,
Según Ginzburg, este caso, el de un joven ruso que evocara un sue· cuanto la dei descubrimiento ai que llegaría un sagaz investigador, un
fio infantil con siete lobos blancos amenazantes, no puede interpre· sabueso atento a las conexiones y a las afinidades que escapan a los
tarse sólo ontogenéticamente, como la elaboración inconsciente de la otros. En efecto, lo sustantivo para Ginzburg es concebir e! objeto
escena primaria (el coito de los padres) percibida y perturbadora. El histórico como un enigma, lo cual tiene varias ventajas. En primer lu·
folkore, los mitos populares acerca de lobizones (los neonatos recu· gar, soslaya la supuesta evidencia incontrovertible de las cosas. En se·
biertos aún con el amnios), proporciona pistas culturales que ayudan gundo término, permite mostrar la capacidad analítica y reveladora
a entender los ingredientes de aquel sueõo. De esos ingredientes era dei historiador. Inmediatamente, la imagen que eso nos devuelve es
ignorante Freud, un Freud de adopción vienesa, muy ajeno, muy dis- en principio la del detective, pero no de cualquier detective, sino del
tante de aquellas formas culturales eslavas, bálticas, etcétera, cuyo eco más grande, de aquel que eta uno de sus héroes intelectuales, de S~er·
percibimos en e! relato de los lobos. Es por eso por lo que, ai final lock Holmes. La metáfora dei detective no es improcedente en Gmz·
de su texto, y «simplificando brutalmente cl problema», Ginzburg se burg, tanto por su uso explícito cuanto por lo que el proi:'io histo·
pregunta si somos nosotros quienes pensamos los mitos o son los mi· riador hace. (Q!.Jé hacía en El queso? Se planteaba un emgm~, un
tos quienes nos piensan a nosotros. Su respuesta, la respuesta de 1986, intrincado enigma, proponiendo soluciones razonables o plaustbles.
es aún tentativa, pero se aproxima a la solución dada por Lévi-Strauss. Algo parecido puede decirse de /ndagine su Piero,. feliz y pertinente·
Aunque debamos aceptar <<la diferencia entre variantes individuales dei mente traducido como Pesquisa sobre Piero, exprestón que le da una
mito>>, aunque debamos tomar en cuenta <<los contextos individuales••, acepción detectivesca a la obra. Más aún, e! enigma de esta ú!~ima es
lo local no agota su signiftcado. <<Contra la imagen hipertrófica (y en descrito nuevamente en términos metafóricos, pera ahora uttltzando
definitiva solipsista) dei yo interpretador, hoy de moda -concluye además otra imagen, la de! escalador que debe enfrentarse con una
Ginzburg-, la fórmu la "los mitos nos piensan a nosotros" subraya pared vertical apoyándose en pocos clavas. Es decir, una y otra vez,
provocativamentc la indefinida proximidad de nuestras categorías ana·

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Ginzburg presenta sus investigaciones como problemas de dificil re·
solución, como incógnitas a revelar basándose en escasas fuentes, en dor, publicado en 1991. En este caso, como ya hemos adelantado, la
huellas marginales. De ese modo, la investigación se convierte en un investigación no la emprende un detective, sino un juez instructor que
reto que pone a prueba la pertinencia dei interrogante y la calidad de debe incoar un proceso para aclarar un crimen. Pues bien, míentras
las conexiones y afinidades que e! observador percibe. Y esto es pre· que aquél no puede basarse exclusivamente en «pruebas circunstancia-
cisamente lo que a .él le interesa. Uno de sus textos en donde con les» para inculpar a alguien, el historiador en cambio puede construir
mayor claridad puede observarse esa p reocupación es e! que !leva por su relato y ofrecer interpretaciones plausibles aunque sólo disponga
título Ritratto de! bu.ffone Gonella, aparecido en 1996. En este caso, que de «pruebas contextuales». Esa dificultad y la ardua reconstrucción de
en principio aborda un problema convencional de la histeria y de la la verdad no se refieren exclusivamente, pues, a aquellos objetos que,
crítica dei arte, lo que Ginzburg reafirma es la calidad de las cone· como la cultura popular o las dases subalternas, dejan escasas huellas
~ones, la cadena intermedia que el investigador debe proponer. Y este documentales, sino que plantean un problema más general como t:s
eJemplo le resulta precioso porque la athbución de esta obra a Jean e! de los límites dei conocimiento histórico.
Fouquet fue realizada gracias a la brillante íntuición de un crítico que, En conclusión, el historiador se enfrenta a una realídad dei pasa·
no obstante, descuidá los pasos intermedios. Por eso él, aun acep· do que, por principio, es inaprensible, esto es, es irreproducible, irre·
tando el punto de partida y la conclusión a la que aquél llegó, no se producible en el sentido en que lo fue también para el detective. El
resignará y reconstruirá e! itinerario de modo distinto. objeto de conocimiento o el crimen pueden ser investigados sólo por·
Por otra parte, como esos enigmas con los que se tropieza han de· que han quedado vestígios, siempre parciales y que, en ningún caso,
jado escasos vestígios, y por eso mismo lo son, este historiador reite· sou calco o mera reproducción de lo ocurrido. En ese caso, como un
ra continuamente la dificultad a la que se enfrenta. De hecho, es ésta sagaz y experto sabueso, e! investigador pane en relación esas huellas
una advertencia que puede rastrearse en todas sus obras, al margen de inconexas y que son susceptibles de interpretarse de diverso modo.
cuáles sean los objetos respectivos. Ahora bien, en El queso, en I be- Así, la interpretación que se propone no es una construcción de] sen·
nandanti y en Historia noctuma, por citar tres de sus obras más cono· tido que exista sólo en la mente dei observador: Sherlock H olmes no
cidas, las dificultades a las que alude o los obstáculos que menciona sólo nos propone conexiones a partir de una adecuada interpretación
dependeu dei asunto que trata, el de la cultura popular, un objeto de de los datos, sino que nos propone la interpretación. Para el detecti·
investigación cuya reconstrucción es ardua por la escasez de fuentes ve, la guía de su investigación es algo bien concreto y sencillo: im·
con que contamos. El detective, esto es, Sherlock H olmes, a través de putar la autoría de un delito o bien, si ya conocemos ai ?elincue.nte,
un proceso inferencial descubre ai criminal, después de haber rela- reconstruir el itinerario que prueba su crimen. En cambto, el htsto·
cionado adecuadamente las huellas. El lector de Conan D oyle sabe, riador, que dice basarse en un proceso analítico semejante, lleva a
cuando acaba la obra, que no hay solución alternativa y nosotros, cabo otras tareas que no son exactamente coincidentes.
como el propio Watson, quedamos estupefactos ante la brillante maes· En primer lugar, es cierto que ese historiador no nos proporciona
tría analítica de Holmes. Más aún, Scotland Yard no tiene nada que un significado que sólo ocurra en su cerebro, sino que se basa en da·
oponer a la interpretación final que e! médico nos ha relatado. <Es tos externos documentados cuya conexión nos ayudará a entender el
eso lo que sucede con las conjeturas históricas de Ginzburg? Como enigma que trata de aclarar. En ese sentido, su labor sería equivalen·
sabemos, el historiador nos advierte siempre de una dificultad insu· te a la dei detective. Sin embargo, y en segundo término, los objetos
perable. Ahora bien, como el detective, está obligado a dar una solu- que trata de averiguar, lejos de ser concretos o sencillos, son crecien·
ción. Las soluciones que nos propone Ginzburg no son incontrover· temente generales, complejos, hasta el punto de implicar la humani·
tibles, no podrían serlo porque e! historiador no es tan ingenuo como dad en su conjunto. Piénsese, en efecto, en que aquello sobre lo que
para suponer que cuente con todos los datas para que la suya sea la conjetura Ginzburg es, en un caso, las fuentes locales y extralocales
versión incontrovertible que resuelva e! enigma planteado. De hecho, que convergen en la cosmogonía de Menocchio y, en el otro, las tra·
él es consciente dei hiato que existe entre el investigador policial y el · diciones milenarias que, con diversa geografia, llegan hasta el aque·
histórico porque, más allá de analogías, hay un momento en la ave- larre. En ambos ejemplos, pues, la cultura popular es el enigma a re·
riguación de la verdad en que se separan. En efecto, afi.os después de solver, algo mucho más evanescente e indeterminado que cualquier
haber publicado El queso o «Indícios», Ginzburg volverá sobre este delito a aclarar. Eso hace justamente que la interpretación incontro·
asunto en diversos trabajos, y particularmente en E! juez y el historia- vcrtiblc de H olmes no pueda hallarse jamás en Ginzburg. El detecti·
ve se aticnt: a las pocas huellas que, como signos, revelan algo que
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'T

sería después El signo de los tres. Como se recordará, aquellos tres eran
está oculto; cn cambio, Ginzburg, que dice basarse también en esas los detectives de Poe y de Doyle acompaiiados de un tercero, Char-
escasas hucllas que han persistido, va mucho más allá de Menocchio les S. Peirce. No nos vamos a detener en argumentar la importancia
y alude ai trasfondo cultural y universal que de manera inintencional que e! norteamericano tiene en la filosofia contemporánea, pera el lec-
llegaría hasta cl molinero. Esto mismo, en El queso, era un objeto apa- tor no puede olvidar que su hallazgo, el de la abducción, complica y
rentemente delimitado, pera en Historia nocturna es claramente mani- mejora la tipología tradicional de los procesos de inferencia: la de-
fiesto. <C&é historiador puede verdaderamente conocer todo ese conjun- ducción y la inducción. ·
to de tradiciones milenarias que guardan afinidad entre sí superando En la inferencia abductiva, que es una forma especial o diferente
las barreras espacio-temporales? La respuesta de Ginzburg es a la vez de inducción, contamos con un resultado evidente. Pues bien, si se tra·
lógica y defensiva, reproduciendo de otro modo la cautela con la que ta de explicaria, la abducción es aquel proceso en virtud dei cual ese
. nos advierte a propósito de .sus dificultades: «Recuerdo haber experi- resultado es el caso de una regia que se descubre. En efecto, la ab-
mentado - dice Ginzburg en Historia noà!.trna- , ai reflexionar sobre ducción obliga ai investigador a partir de los h echos, sin que dispon·
las perspectivas de investigación que implicaba, una sensación vaga· ga a la vez de una teoría previa que los explique, pera al tiempo ne·
mente parecida ai vértigo. Me preguntaba ingenuamente si algún día cesitándola como paso fmal. Por contra, la inducción implica comenzar
llegaría a tener la competencia necesaria para afrontar un tema tan desde una hipótesis adecuada sin que simultáneamente se tenga un he-
vasto y complejo. Hoy sé que nunca la tendré. Pero los documentos cho particular que la sustente, con lo que e! investigador deberá com-
de Friuli que el caso me había hecho encontrar planteaban preguntas pletar su trabajo con aquel dato o datas de los que inicialmente care·
que exigían una respuesta, aunque fuese inadecuada y provisional.» ce. Eso quiere decir, pues, que mientras la primera concluye con una
Más aliá de ese objeto general que razonablemente le produce vér- regia, la segunda acaba dando con los hechos. Así pues, podemos con·
tigo, y sobre el que no nos pronunciamos pcirque tiene que ver con cluir con Peirce que «la deducción prueba que algo tiene que ser; la in·
los contenidos estrictos de su investigación, lo verdaderamente im· ducción muestra que algo es actualmmte operativo; la abducción su·
portante para lo que nos ocupa es el proceso analítico que lo prece· giere que algo pttede ser». Si volvemos a El queso, el lector comprueha
de. En ese sentido, lo que debemos retener es el paradigma indicia· inmediatamente que esta última forma de inferencia, la abducción, es
rio y, además de sus precedentes, la importancia dada al indicio y el e! modo de operar y de presentar los datas que tiene Ginzburg. E1 his·
valor otorgãdo a la conjetura. Uno y otra son los que le permiten mo- toriador cuenta con unos hechos incontrovertibles y con un resultado
verse por ese laberinto de las tradiciones populares. A esa forma de evidente. Pues bien, de lo que se trata es de conectarias, esto es, de
operar y de investigar, esto es, a las conexiones basadas en conjetu· convertidos en casos de algo mucho más general, llámese regia o teo-
ras, Charles S. Peirce la denominá abducción. ms pertinente designar ría. Y esta rnismo es independiente, como decía Umberto Eco en la
con este término el uso de la conjetura en Ginzburg? Lo primero que discusión arriba citada, de si aqueUo que explicamos es el comporta·
hay que seiialar es que en «Indícios» no otorga protagonismo alguno miento, el desarrollo o el funcionamiento de «un assassínio, una ma·
al filósofo pragmatista norteamerícano, y la única alusión es la que lattia o il meccanismo deUe orbite planetarie» o la difusión de la cul-
hay en una nota en la que, de manera exclusivamente erudita, nos ha- tura popular, porque, como concluía el semiótico, «dai punto di vista
bla de aquella inferencia que Peirce denominaba abductiva con e! fin dei meccanismi abduttivi non fa nessuna differenza».
de distinguiria de la inducción simple. Ahora bien, el escaso relieve Por otra parte, como además son .sucesivas las interpretaciones que
que le otorga parece contradecirse tanto con la importancia estricta se proponen y que se rechazan, el lector asiste o cree asist~ al pro·
que este autor tiene dentro de la lógica contemporánea como con la ceso mismo de la inferencia y a los descartes que pareceo madecua·
inclusión posterior de <<Indicias» en aquel libro titulado El signo de los dos. De una manera similar, Watson nos narra a posteriori el proceso
tres. De hecho, en la discusión pública que se desarrolló en Milán tortuoso, dificultoso, con que Holmes reconstruye la verdad, es decir,
el 14 de marzo de 1980 sobre «Indicias», en la que intervinieron nu· los avatares detectivescos, los &acasos y los triunfos que preceden al
merosos historiadores e intelectuales y que se puede seguir en la re· gran descubrimiento. Con ello, Conan Doyle logra interesarnos no
vista Q;eaderni di Storitl, Umberto Eco se dirigió a Ginzburg subra· sólo en el itinerario efectivo de esa verdad, sino que también nos in·
yando e! fenômeno de la abducción como el modelo epistemológico volucra en el proceso mismo de investigación, en las vías muertas, en
en el que insertar lo dicho por aquél en «Indicias». En esa interven· las equivocaciones, en los hallazgos. La trama se sustenta, pues, en I

ción oral, Eco ya anunciaba el volumen dedicado a Peirce, declarao· esos elementos y de ellos depende la evolución de la intriga y por
do que le había pedid o esc ensayo para incluiria en un volumen que
I
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tanto la atracción que, suscite e~ el lector: , Ginzburg involucra igual- caso. Como el objeto de conocimiento (el nombre Moisés, de origen
m ent~. a su lector no solo en la ~terpretac10n final que propone, sino egípcio) se funda en una documentación escasa y poco fiable, y como
tambten en cada una de las soluctones parciales e insatisfactorias que quiere evitar la ficción pura, la tentació~ más inmediata seria 1~ de
al modo detectivesco, forman parte de su relato. ' abandonar tal empresa. Sin embargo, leJOS de aceptar ese destmo,
Freud propone tomar cada una de las posibilidades de los textos corno
5. Esta forma de operar no es exclusiva de Ginzburg. La pode· pistas, como indicias, rellenando el vacío entre un fragmento y .otro
mos hall_ar, pongamos por caso, en Sígmund Freud, autor que como de acuerdo con el principio de la menor resistencia, de acuerdo cou
h.emos vtsto es ~~o de su~ ~eferentes ~mdamentales. Si tomamos, por el principio de la mayor probabilidad. Al final, la novela históric~ que
eJemplo, el Moz~es y la relzgz1n mo~otmta, observaremos que su modo nos da no es tanto una ficción que vulnere lo real, cuanto un Jucgo
de argumentar ~Iene anal~gtas evtdentes con lo que hace Gínzburg. de probabilidades que aspira a ser razonablemente verosírnil. En pa·
Se trata de anahzar un obJeto para el q~e prácticamente no se cuen· !abras de Wittgenstein, a pesar de la cientificidad que invoque Freud,
~a ~on pruebas documental~s! un objeto 't-e! dei origen de la religíón lo más cautivador e interesante de su obra es la explicación estética :1
JUdta y el dei papel de M otses- dei que sólo se conoce el final. Por la que llega. Esto es, hay acuerdo con el destinatario y se le_ persua·
tanto, la calidad de la argumentación estriba en las interpretaciones de con los juegos de lenguaje a través de los cuales se descnben los
más o menos coherentes y convincentes. que el autor aporte, aunque casos. Más recientemente, Donald Spence ha incidido en este aspec·
se ca~e~ca ?e pruebas: Ante esta perspectiva, Freud ofrece un conjunto to: las interpretaciones de Freud, en el Moisés y en su terapia, auoquc
de htpotests. que o bten so? a~ternatívas o bien son sucesivas y con· se funden en la verdad histórica, en la idea reguladora de verclad, sou
gru~nt:s. Dtcho en otros termmos, su forma de argumentación sería sobre todo verdades narrativas, esto es, verdades que proceden de In
la stgut~~~e: los hechos extrafios que formao parte de la historia de coherencia global y congruente de los atisbos. Algo similar, y en otm
esta rehg10n no pueden compren?erse con hipótesis convencionales, contexto decía Paul Veyne a propósito de la trama histórica, que nu
p~r t~nto nos extgen adaptar conJeturas audaces; exploramos esas hi· es sino di modo que los historiadores tienen de organizar e! relato a
potests y descartamos la mayor parte de ellas por insatisfactorias, acep- partir de informaciones inconexas. .
tand_o sólo aquellas que son más coherentes y que nos abren pers· En cualquier caso, Ginzburg no escribe novelas. Aunque es cterto
pecttvas nuevas. En el decu_rso de esa argumentación, las pruebas no que sus conjeturas tienen una parte audaz e i~cluso. indocurnentacln,
~enudean, ~ero la ob_ra ha _tdo avanzando sobre bases conjeturales Ió- dudosa pero atractiva, su obra no es uh mero JUego mtelectual, como
gtcas. La cahdad dei mvesttgador, esto ~s, la convicción que se pue- tampoco lo es en el fondo el Moisés de Freud. Si sólo fuera esta, cl
da desprender de la obra de Freud, denva en parte de su resistencia historiador no sería tal, sino más bien un prestidigitador o un n~rra
a a~eptar sin más Ia hipótesis que se propone. Eso da ai Iibro una re- dor de ficciones, un relator efectista. Si sólo fuera esto, e! artificw y
tónca de la ins~ti~fac_ción permanente y así, llegados al final y acep· la impostura se harían evidentes, con lo que los reproches no lo se·
tadas algunas htp~tests, el lec_t?r convendrá con el autor en que sólo rían únicamente a partes, conjeturas más o menos convincentes o do
de ese modo podta dar soluc10n a lo que parecía no tenerla, precisa· cumentadas, sino que afectarían a la obra en su conjunto. De ser as!,
me~te porque no contaba con documentación. Éste es, sin embargo, el cargo que podría imputársele sería el de escribir n ovelas históricns,
el eJemplo extremo, incluso el más extremo en la obra de Freud. De en e! sentido estricto de la ficción. La diferencia entre un6 y otro es
hecho, Mic~ael de Certeau, apoyándose en el propio autor, no du- triba en que las pruebas documentales de_ Freud eran escasí~imas y sus
daba en cahficar este texto de novela psicoanalítica. interpretaciones ciertamente audaces, mtentras que en Gmzburg bs
. No obstante, Freud ya había asumido esta objeción en el momento fuentes en las que se basa le permiten sostener la mayor parte de sus
mts~?. de redactar la versión original dei Moisés. En el prólogo que conjeturas. La diferencia, pues, es que Ginzbu ~g es un historiad?r y,
es7nb1o en 1934, finalmente descartado, calificaba ciertos textos de hí· como tal, con quien !e podríamos comparar meJor es con su adrntrado
bndos, una mezcla entre escritura histórica y ficción, de cuya unión Marc Bloch. Como hemos visto a propósito de Los reyes taumaturgos,
nacería una «novela h~stórica». Sería, histórica porque trataría objetos también éste se muestra audaz en sus interpretaciones, rellenando va·
r~ales,_ hechos a:~ntectdos, pero sen~ novela porque, como creación dos con hipótesis verosímiles, y las envuelve con una copiosísima eru·
It_t;rana,, perseguma afectar _Ias et?OClOnes. Ast pues, fidelidad y crea· dición que da fuerza y efecto de verdad ai texto resultante. Ah_ora
cton senan los dos rasgos m extncables de la novela histórica. Ahora bien, hay en Ginzburg otra parte mucho más dudosa, pero creattva,
bien, Freud indica que ese género híbrido tiene otra definición en su que son lo que llamábamos elaboraciones imaginarias. lndudablemen·

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':1' r

te,. és tas no ocupat~ el ~rueso d,e _la obra, pero están estratégicamente
ubtcadas para dar enfasts dramattco a la n arración. Es decir, estamos sentido es h umana, artificial y no está dada en la evidencia incon-
ante detalles menores de la investigación que cobran gran relieve des- trovertible de Ias cosas. Todo aquello que tiene un significado es, en
?e el_ pu~~o de vista retórico y que son los que tienen que ver con la efecto, subjetivo, ambíguo. Es decir, el caso de Menocchio es subje-
tmagmacwn y con la subjetividad del creador. tivo en este sentido: el documento sobre el que trabaja Gin zburg es
En «La memoria dei mundo», un irónico cuento de Italo Calvino inerte y sólo porque hay un observador que hace coherentes las in-
publicado en 1968 e incluído después en un volumen titulado en cas- formacion es es por lo que su vida o su cosmogonía tienen significa·
tellano La gran bonanza de las Antil/as, uno de los personajes que com· do para nosotros. Así pues, por un lado, la subjetividad en El queso
pare~en se expresa en los siguientes términos: ••Una masa de infor· está en ese orden general, en ese orden narrativo, en el que se inclu-
macton~s fríam ente objetivas, incontrovertibles, correria el riesgo de ye además lo que es pertinente para la interpretación final, pero tam-
proporciOnar una imagen alejada de la verdad, de falsear lo más es- bién lo que el propio narrador ha descartado después de haber pro-
pecífico de cada· situación. (...) Debemos t'e!ler en cuenta esta: es ta· bado la eficacia de otras posibles interpretaciones. Por otro lado, en
rea dei director mar~ar el conjunto de datas recogidos y selecciona· dicha obra h ay otra forma de subjetividad, otra impronta subjetiva
do~ por nuestr~s oficmas con esa leva impronta subjetiva, ese elemento como diría el personaje de Calvino, aparentemente más arriesgada,
opmable, de nesg_o qu: n:cesitan ~ara ser verdaderos.•• Con estas pa· que acaba siendo uno de los elementos centrales del relato mismo y
!~bras, el perso~aJe !e md_tca a su mterlocutor la inextirpable subjeti- que se corresponde con aquellas elaboraciones imaginarias de las que
vtdad qu: da vtda al archtvo. La figura dei director a Ia que alude, Ia hablábamos.
que él mtsmo encarna y la que encarnará quien está destinado a su- En principio, esas elaboraciones son también conjeturas, pera con
ced~rle,, se_ ocupa de levantar el centro de documentación más gran- la particularidad de. que su soporte documental es escaso o incluso
de Jamas ~deado, _un centro en el que se recogerá y se ordenará, a muy poco sólido. <Cómo es posible, pues, que un historiador tan ri-
modo de mventano, todo lo sucedido en la historia humana y natu- guroso conjeture de este modo? Son dos las razones que podemos ar·
r~l. Pa~a ello, n?, se hará acopio exclusivo de puros datas fácticos, ob- gumentar. En primer lugar, por el objeto tratado y por la escasez de
vtos, sm~ tambten . de aquella <?tr~ parte más dudosa de lo real y a la documen tos, el investigador parece verse obligado a completar los es-
postre ma~ dependtente dei arbttno personal. Esa subjetividad, ese ele- pacios vacíos a partir de informaciones muy fragmentarias, como tam·
~ento OJ?mable, afiade, es lo que guía y lo que da fuerza a ese re- bién proponía Freud. En El queso, por ejemplo, cuando habla de los
g!str? untvers~I ya que, de otro modo, se convertiría en depósito in- silencias de Menocchio, de sus estados de ánimo, tal vez lo hace le-
stgntficante, merte, mudo. La subjetividad no es, pues, un vicio a yendo no tanto la literalidad del documento cuanto sus interstícios,
superar, no es sólo la. deriva que nos lleva a la mentira. Es, por con - sus silencias. Justamente por eso es por lo que ese tipo de afirmacio-
tra, aquello que p ermtte el acopio significativo el estímulo que tute· nes vau precedidas con los adverbios ya mencionados (probablemen·
la la búsqueda de la verdad. ' te, quizá, etcétera). E! propio Ginzburg, en un artículo de 1994 titu-
Podría pensarse que esa subjetividad no es sólo una ocurrencia de lado «L'occhio dello straniero», sefialaba la diferencia que existe entre
u~ novelista o la boutade fantasiosa de un personaje !iteraria, sino más tratar un tema cuya importancia preexiste ai investigador u otro -~uya
bte~ . el ele~e-?t? humano con el que hay que contar para pensar la relevancia debe ser demostrada. En este segundo caso se hallaría su
actlVIdad lusto~Ica: Cada vez más, las cien cias !e han o torgado una estudio del m olinero y eso le habría obligado a utilizar técnicas de
mayor relevancta JUstamente porque la nueva certidumbre esa certi- presentación, de argumentación y de autolegitimación completamen·
dumbre de nuestro sigla (la presencia del observador en 1~ observa- te distintas. Así, en segundo término, al margen de la escasez docu-
do), hace_ ,dependiente el puro dato fáctico de su selección y de su mental o incluso dei nulo apoyo que la fuente le preste para funda-
presentac10n. En efecto, el observador elige y narra, esta es, escoge mentar sus descripciones, parece que ese tipo de conjetu ra tiene sobre
unos hechos ya d e por sí fragmentarias y los hace coherentes en un todo un efecto estético que busca involucrar empáticamente al lector
relato que les da significado. Ese acto de significado es, por parafrasear en el relato de los hechos, o mejor un efecto de persuasión para un
a Jerome Bruner, una narración, de entre otras posibles, que se pro- objeto de difici1 aceptación en aquel momento.
pane ordenar una parte del mundo. Pera es también el reingreso de Si suprimiéramos esos pasajes meramente descriptivos, que nos ha-
Ia noción de ambigüedad en el análisis de lo humano. Aunque sólo blan dei miedo y la duda de Menocchio, de la sorpresa de los in-
fuera por eso, ese relato ya seria subjetivo, porque esa atribución de quisidores o que reproducen escenas sobre las que Ginzburg fantasea,
el orden narrativo no variaría sustancialmente y sus interpretaciones
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sucesivas tampoco. Como sefíalaba Umberto Eco en su contribución
a El signo de los tres, ai hablar de los tipos de abducción, uno de sus
usos es el que podemos denominar el de las abducciones creativas. El
ejemplo que nos propone para ilustrarias es, por supuesto, el de Hol-
mes, y en particular cuando el detective, sin datos ciertos y sin bases
documentales sólidas: acierta con e! curso natural de los hechos. En
esas situaciones, Holmes ha reconstruido perfectamente pensamientos
o escenas que en efecto han ocurrido. Ahora bien, como apostilla Eco,
ha inventado. En principio, pues, podríamos decir que la relación que
se da en esos casos entre Ginzburg y Menocchio es similar a la que
Eco establece entre Holmes y W atson. E.n el pasaje que Eco repro·
duce, el detective descubre un pensamient"0 inexpresado del médico
y además acierta. lQ,té operación ha realizado? En primer lugar, Hol-
mes-Ginzburg debe hacerse con un compendio de los pensamientos
6
probables que W atson-Menocchio pueda tener en ese momento. Aho·
ra bien, está obligado a escoger, entre sus diferentes itinerarios men·
AntiWhite
tales, aquel que sea más coherente con la escena. Holmes acierta, y
lo hace porque hay un narrador C:Watson) que se sorprende y verifi- (~é es entonces la verdad? Una bucstc on . nlnVI
ca la conjetura. En cambio, Ginzburg al atribuir creativamente esos miento de metáforas, metonímias, antrop? mtu C1 ~111m,
estados de ánimo o de consciencia a su personaje carece de la con· en resumidas cuentas, una suma de rclncwu c~ h1111 111
traparte que apruebe o certifique su descripción. Holmes inventa una nas que han sido realzadas, extrapoladas y íld OI Ihl t hi A
histeria; Ginzburg también la inventa, pero én e! sentido de que ela- poética y retóricamente y que, después de un p~nlnn
bora de manera imaginaria una situación que pudo probablemente gado uso, un pueblo conside~a ~rmes, c.ln ~ ntt .l~ ~
ocurrir, que es congruente con la escena y que además, como en el vinculantes; las verdades son llustOncs de las ~111r ' '
caso dei detective, también tiene coherencia estética. ha olvidado que lo son .
<Significa esto que nuestro autor sacrifica la verdad documental FRI EDRICII N ll'. t :/..~1.1 11
(la verdad como correspondencia) al efecto estético (la verdad como
coherencia)? lSignifica esto que la invención subvierte la &ontera de
lo real y de lo imaginaria para así damos un relato en el que se mez· ~e el historiador haya perdido ~u inoc:cnr tll , 11" 1
clarían inextricablemente ficción y verdad? (Significa esto que el éxi- se deje tomar como objeto, que él m1smo se t~lliiC' p• u
to dei libro se debe a la fuerza que le dan las elaboraciones imagina- objeto, (quién habrá de lamentarl.o? Se m.mtccur qu r
rias, a su explicación estética, en el sentido de Wittgenstein? En ese si el discurso his~órico no se atuv1cse, por Cllllnlm "'
caso, cabría preguntarse qué papel le corresponde a la verd;1d, qué termediarios se quiera, a lo que, a falta de .11)\U IIII'Jill ,
idea y qué m eta de verdad h ay en esa investigación histórica. Es de- hemos de llarnar lo real, estaríamos sicm.prc ~~~ r i dl~
cir, si la retórica de la insatisfacción, entre otras consecuencias, tiene curso, pero ese discurso dejaría de ser I11Stóru:n.
como efecto otorgar credibilidad ai investigador y si las elaboraciones PIERRE VIDAL·NAQIJI\ 1
imaginarias y las conjeturas más audaces introducen ese elemento sub·
jetivo, <dónde se sitúa lo verosímil y dónde lo verdadero? (Dónde se
sitúa la verdad como correspondencia o la verdad como coherencia?
1 En el prefacio de El queso, Carlo Ginzburg hace pr? fes.i6 n clr
De nuevo, volvemos ai punto de partida y se hace necesaria otra lec·
fe e~ favor de la verdad. Como se recordará, hay un, pasaJe v•b.r:u:t r
tura de la obra de Ginzburg, pero ahora en una clave distinta.
en el que e1 historiador critica las formas contemporaneas de!Ecsccp
ticismo que a su juicio, ejemplifica centralmente Foucault. se: c~
cepticismo {mplicaba una suerte de silencio ~nte una fuente scsgacla,

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rada, de aquel que atribuye a las cualidades estéticas un valor prima·
mendaz, ante una fuente que no permite la restitución dei pasadq, por· rio, concibiendo la vida esencialmente como el culto dei arte o de lo
que el pasado mismo com o idea es irrecup~rabl~. Ginzburg se pro· bello. En consecuencia, si éste es el valor primaria, la verdad queda
nunciaba alli contra lo que llamaba ei neopmontsmo, contra el ura· desplazada, lo cual en ei arte no sería un problema, pera sí que lo se·
cionalismo estetizante y contra un populismo negro y mudo que, ría en una investigación que pretende restituir de algún modo una rea·
invocando la voz de los excluídos, se negaría al análisis y a la inter· Jidad dei pasado. Ahora bien, admitida esa declaración de Ginzburg,
pretación. Frente a ello, oponía ~a búsqueda pa~iente y modesta de I~ lhabría contradicción entre el reproche àl escepticismo esteticista y lo
verdad, sin temor a ser denunciado como ofic1ante de un desprest1· que él hace?
giado positivismo, sin temor a ser acusado de violencia ideológica o Este problema es central no sólo en este historiador, sino más en
racionalista. Esa reconstrucción podría realizarse incluso a partir· de general en los debates contemporâneos sobre la historia, ~I menos des·
testimonios dudosos, puesto que no por ello serían menos significa· de los anos 70 en adeiante. En lo que a El queso conc1erne, nueva·
tivos. El Pierre Riviere de Foucault no sería objeto de interpretación mente podríamos calificar de ambígua su posición. Como hemos vis·
para no violentaria; en cambio, e! Menocchio de Ginzburg si que lo to, hay pasajes que son descripciones más o menos imaginarias cuya
sería, sin ese miedo improductivo ai que conduciría ei silencio de Fou· función en e! relato es también provocar un efecto estético. Sin em·
cault. Esc silencio estaría, en parte, justificado por las críticas recibi· bargo, esos momentos creativos no dominao sobre la obra, en e! sen·
elas de Derrida, críticas dirigidas a su obra temprana, a la Historia de tido de que le den significado a la investigación, sino 9ue son apo·
la locura. En opinión de Ginzburg, habría un primer Foucault intere· yaturas retóricas, licencias que se concede y que le permlten conectar
sante, e! autor de una obra «irritante pera genial» que se ocupada de mejor con su lector. De esc modo, le da vida a una pesquisa y le da
estudiar la locura y las diferentes concepciones históricas de la exclu- humanidad a tinos personaj es que son algo más que inquisidor y en·
sión. Pera, más adelante, y como consecuencia de su nihilismo crecien· causado. Sin embargo, esa ambigüedad es la que, entre otras cosas, ha
te, en parte próximo ai de Derrida, habría derivado hacia esc irracio· facilitado que su obra haya sido objeto de polêmica también en este
nalismo que denuncia y cuyos primeros vestígios podrían encontrarse sentido. Más aún, sorprende que en una obra como ésta, y en especial
en Las paiabras y las cosas y en La arqueología de! saber. Es decir, lo que en un prefacio en ei que hay una declaración de intenciones, su autor
!e atrae de Foucault es su condición de pionero en ei estudio de las nada nos diga sobre la forma en que ha construido su relato y por
clases populares, pera lo que rechaza es el tratamiento, un juicio en tanto sobre las descripciones y las presentaciones de ambientes y per·
suma que seguirá manteniendo a lo largo dei tiempo. Así, en la en· sonajes, y sobre la intriga con la que reviste su escritura. Esc silencio
trevista que concediera a la revista Radical History en 1986, se.õalaba quizá no extraiiaría en una obra convencional, pero en su caso se hace
haber descubierto en la obra de Foucault una parte muy estimulante evidente. De este modo, nos bailamos ante una paradoja historiográ·
y a la vez algo mucho más débil, incluso insostenible y en cualquier fica: por un lado, E! queso ha sido tenido como un ejemplo de inno·
caso menos interesante. Es por eso, pues, por lo que reconocía la am· vación dei relato histórico; por otro, su autor no desvela en absoluto
bivalencia de sus tratos con Foucault, un sentimiento que le llevaba la retórica en la que se basó, los efectos de depuración estética que
a situar en el lado positivo el texto sobre la locura y en el negativo buscó, ni, en fin, la organización o el suministro de su información.
Las palabras y las cosas. Aun así, como ya hemos anticipado, cuando lEs que acaso este problema estaba ausente de las preocupaciones
estudia la locura, e! filósofo francés se ocupa más de! fenómeno de de los historiadores en aquellas fechas? La posición de Ginzburg re·
la exclusión y de sus recursos que de los excluídos. Por este motivo la sulta nuevamente ambígua, porque, por una parte, renueva e1 relato
voz de los marginados está ausente de la obra de Foucault tanto por y por otra, hará manifestación explícita de su reflexión y de su posi·
razones de objeto como por esa imposibilidad de restitución de la que ción muchos anos después. En efecto, sólo en los anos 90 se plantea·
es muestra el Pierre Riviere. Es por eso por lo que, en fin, aquel li· rá abiertamente esta cuestión, ai menos con respecto a E! queso. Y lo
bro era ciertamente genial, pera irritante. hará sobre todo en dos artículos aparecidos en 1994. Por un lado, en
De todos modos, no nos interesan en este momento tanto las re· «L'occhio dello straniero»; por otro, en un artículo de encargo para
· !aciones de Ginzburg con Foucault como los tratos que aquél tuvo y una publicación alemana, en el que se le pedía una reflexión sobre su
tiene con una cierta idea de verdad. En esa alusión aparece un adje- obra, un artículo que lleva por título «Microhistoria: dos o tres cosas
tivo («estetizante») que acompaiia a las formas de escepticismo y que que sé de ella». Las breves referencias a El qtteso se centrao particu·
Ginzburg parece cmplcar para subrayarlas. lQ}lé significa aqui esteti· larmente en ·los problemas de la narración. Como ocurriera en Mitos,
zante? En italiano, cslc Lérmino alude a la actitud, a menudo exage·
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esas alusiones describen una especie de itinerario intelectual contex- burg subrayará la dimensión narrativa y experimental dei volumen? El
tualizando con ello aquel libro dentro de un conjunto de cuestione-s silencio de los 70 y su contraste con la declaración explícita de los 90
presentes en su obra. Así, el relato y, más aún, «la figura dei histo- puede hacernos pensar en una operación de reacomodación de algo
riador-narradoP• eran los asuntos que motivaban su atención y su ex- que no había; puede hacernos pensar que se trata de una reconstruc·
perimentación. Como en <<Indícios», Ginzburg proponía también la ción retrospectiva que intenta adaptar un viejo libro a un asunto nuc
lista de sus predecesores: en este caso, y hablando de narración, no vo, una cuestión que ha devenido central en los últimos tiempos. Nn
eran otros historiadores los que le habrían influído, sino aquellos gran- creemos que sólo sea un mero ejercicio de razón ulterior. Crccmos,
des escritores a los que como Proust, Woolf o Musil les debemos la por el contrario, que es a todas luces evidente la clave narrativa y ex
principal innovación dei género narrativo. A esto mismo ya hicimos perimental (lo confiese o no Ginzburg en los 70) de El queso. Su IN
alusión anteriormente para otros fines. A esta nómina de autores, na- tura contextual y posterior revela esa preocupación y esa estralcgin, l't'
rradores de prestigio y evidentes revolucionarias de la novela con- vela implícitamente la condición de relato que el historiador Ílllpn tu·
temporânea, Ginzburg aõadía el Queneau de los Ejercicios de estilo a su obra. De todos modos, sigue sin aclararse el silencio acc:rcn de
como estímulo adicional. este tema en aquel momento. Convendrá, pues, extenderse en los 11 .1
Las palabras que emplea el propio Ginzburg en «Microhistoria» tos que el historiador italiano tenga con la narración (y, por afl.tdi
con respecto a El queso son bien significativas: existía una «estrategia dura, con las narraciones de ficción), y convendrá observar t:unbiéu
narrativa» y, más aún, tenía una clara <<disponibilidad a la experi- cómo traba relación entre aquélla y la verdad.
mentación». Quizá liame la atención que si esto era tan evidente
como lo declara en los 90, no aparezca explícita o manifiestamente 2. Para cuando Ginzburg publica su obra, en 1976, el dd>nl c so
en los 70. La novela, por ejemplo, grande o pequeõa, no suele estar bre el relato ya había aparecido en la discusión contemporánca dr l o~
precedida por un prólogo dei autor que <<aclare» las intenciones dei historiadores. Nombres tales como los de Paul Veyne, Haydcn Wlu
escritor o los propósitos de la obra. No hay mensaje que se revele ni te o Michael de Certeau habían planteado este problema, d de: l.1 I'\
tampoco es común que el novelista confiese cuáles han sido sus re- critura de la historia, y lo habían hecho poniéndolo en rclnció n '111 1
cursos formales o estilísticos. En principio, en efecto, es una conven- la verdad. Sin embargo, como hemos visto, su única alusi611 t' ll , •• ,,.
ción de los géneros de ficción no aportar dato contextual alguno acer- plano era a Foucault. Ahora bien, el problema de la verdnd tl.ll .ultl
ca de los materiales de los que procede el escrito o acerca de la en este filósofo no ponía el acento en el relato, sino en lns i111plu ,1
anécdota personal o de la historia en la que se funda la trama. Y cuan- ciones de poder de la verdad construída históricamente. lCu.\udu ,,
do se hace, cuando se vulnera deliberadamente esta regia no escrita, planteará Ginzburg de manera manifiesta esa cuestión? Ilabr.\ qur ··~
las consecuencias suelen ser-bastante chistosas o dudosas, hasta el pun- perar hasta los aõos 80, momento a partir dei cual se prom1111111 11' 1
to de que incluso ese peritexto, esc prólogo, puede llegar a tomarse teradamente, en términos críticos. Esos pronunciamientos pmlnu}l,lll
como un falso paratexto, como si fueran unas palabras que integrao algunas de las ideas que vertiera Ginzburg contra Foucault en c:l p• 1
la narración propiamente dicha. En esc caso, de darse tal confusión, facio de El queso. Sin embargo, ya no es el mismo interlocutor cl qu•·
un relato que es de ficción tiende a anular la declaración de verdad es objeto de su crítica. Ahora, por el contrario, el antagonista cs 111111
en la que se basa el peritexto. de esos tres historiadores que desde hacía tiempo venía interrog:\ ncl n~c·
Ahora bien, con El queso, nos las vemos con un libro de historia acerca de la escritura de la historia: Hayden White. No obstante, 111111
y, por tanto, con una obra cuyo registro de verdad es el precepto in- parte de sus ideas con respecto a White no son estrictamentc c>t lfll
controvertible. En ese caso, un prólogo aclaratorio no es improce- nales, puesto que provienen de uno de sus maestros: Arnaldo Mo u11
dente. Más aún, suele ser convención comúnmente aceptada insertar gliano. ( Cuáles son estas ideas?
textos que descifren las claves de la investigación, el contexto de su Momigliano era un historiador que, como él, también proccd{n dl'
producción, el objeto y el propósito que guiaron a su autor. El pre- la comunidad hebrea del norte de Italia. Además, pertenecía a lrl miN
facio de Ginzburg se extiende, como hemos visto, en este sentido. ma generación de la que había formado parte Leone Ginzburg, un ~1
Describe con mucho detalle el ambiente historiográfico y los referen- generación castigada por la guerra, perseguida por las leyes raciales de
tes con los que confrontar el texto, pero lo que no nos dice, sobre lo 1938 y en parte sacrificada en el holocausto. Su formación intelectual
que no se extiende, es sobre el relato, sus condiciones y recursos. reunia la tradición judía confesional y la predisposición laica apreci;l
<Cómo es posible que ocurra esto si, aõos después, el propio Ginz- ble en la colonia hebrea radicada en el Piamonte. Su estancia en ln·

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glaterra, huyendo de la persecución, le permitió entrar en contacto
con los emigrados centroeuropeos, en particular por mediación .-dei Momigliano ampliá estas argumentos en un artículo aparecido ori-
Instituto Warburg, ensanchando con ello sus intereses históricos. De ginalmente en inglês en 1981 y recogido después, en 1984, en su li-
toda su obra, centrada particularmente en la antigüedad grecorroma- bra Sui fondamenti del/a storia antica. En ese ensayo -<<La reto rica de-
na y en la cultura hebraica, aquello que destaca especialmente es su Ha Storia e la storia de la retorica: sui tropi di Hayden White>>- le
predisposición historiográfica. En efecto, de sus libros cobran especial acusa amablemente de haber excluído la invcstigación de la verdad de
relieve los ensayos dedicados a analizar el concepto y la práctica de las tareas de! historiador. Más aún, define la búsqueda de la verdad
historia, en polêmica entre otros con Droysen. Para lo que ahora nos como su tarea fundamental. Por tanto, eliminaria tiene graves conse-
interesa, Momigliano mantuvo en los últimos afios de su vida una po- cuencias. Frente a esto, frente a la verdad, White se limitaría a con-
sición crítica con respecto a Hayden White. cebir a los historiadores como otros tantos narradores, como retóricos
Son varias las referencias que podrían rastrearse en su obra y que que podrían caracterizarse, según los casos, por los distintos modos
aluden al historiador norteamericano. Por ejemplo, en 1974, y recién de discurso empleados. Con ello, la historia no sería sino otra forma
publicado el libro de White Metahistoria, Momigliano lo abordaba en de literatura, donde la realidad, lejos de ser un dato externo, es una
un en~ayo titulado «El historicismo revisitado>>. Este libro de White, construcción dei propio discurso. En este texto y en otros, la clave
apareCLdo un afio antes, tenía por subtítulo La imaginación histórica en dei reproche es, pues, la reducción de la historia a retórica. Como
la Europa de! siglo XIX y, como se sabe, abordaba la poética de la his- buen helenista, Momigliano recupera esa relación de acuerdo con lo
toria, esto es, los recursos retóricos que constjtuyen el discurso histó- dicho en la antigüedad, y comprueba que e1 hallazgo de White es me-
rico. La conclusión más obvia de su análisis consistía en argumentar nos novedoso de lo que parece. En efecto, ya los antiguos apreciaron
que la verdad era una producción del texto y, por tanto, que lo real la parte de retórica que había en la investigación en tanto los hechos
histórico sólo tenía existencia lingüística. Establecido así, ficción y ver- debían presentarse a un auditoria y, por tanto, el historiador necesi-
dad eran ingredientes inextricables en cualquier obra histórica. Sobre taba ser un orador que pudiera seducir y convencer. Ahora bien, como
esta tesis polemizará Momigliano. Así, cuando Momigliano hablaba él mismo concluye, la retórica tenía una consecuencia ambivalente
ele historicismo, lo hacía en principio sin aludir a la corriente filosó- para los primeros historiadores, la consecuencia de la bella mentira,
fica o a la escuela histórica alemanas dei siglo XIX; lo hacía mencio- de la supeditación de los hechos a su presentación formal y a su efecto
nando sin más la historicidad de )a sociedad humana, pero también de convicción. Y esta, como dice Momigliano, amenaza la integridad
de su observador, el historiador. Este partida de los hechos del pasa- moral de esa búsqueda de la verdad que se impone e1 historiador.
do, unos hechos seleccionados, explicados y evaluados de acuerdo con Sin rechazar, pues, la parte de retórica que tenga e1 oficio de his-
criterios o categorías dependientes de! investigador. De este modo, la toriador, Momiglj-ªno la entiende como una reducción intolerable de
disciplina histórica podría caer en un «relativismo» en la medida en una tarea más amplia. Sobre ·este asunto se extendió en un célebre
que la observación se subordinada a los intereses ele! observador. En texto recogido en ~!·L!!Q!:~ .E.e_J2_~-~-Ira .r(o.ria, e. storicismo. Allí subraya
efecto, esta disciplina, lejos de aportar un conocimiento objetivo, en que los historiadores, a la manera de los retóricos, de los sofistas, de
el se_ntido anti_guo que le diera e! positivismo, pone en juego la pers- los oradores, recurren a licencias dei lenguaje y a fórmulas dei dis-
pectlva de! sujeto cognoscente. Este es el punto justamente clave de curso. A su vez, esos mismos historiadores obrarían ai modo de los
la posición de Momigliano: la historia es una disciplina extraordina- médicos, los cuales investigan, observan los síntomas y diagnostican
riamente complicada «por la cambiante experiencia de! agente clasifi- con el propósito de sanar. Es evidente que estas analogías no las in-
cador - el historiador- que está él mismo en la historia». Ahora bien, venta Momigliano, sino que las documenta en ese tiempo grecorro-
la solución correcta para Momigliano no estaría en la respuesta dada mano que tan bien conoce. Pera además le sirven para describir las
por White. {Por qué razón? Porque a su juicio este último hace de- diferentes tareas que la investigación histórica se propondría. Los his-
pender equivocadamente los hechos de las figuras retóricas que los toriadores persiguen la verdad corno los médicos buscan la salud, pero
presentan. «La retórica no plantea cuestiones de verdad, que es lo que el enfermo, además de recobraria, necesita ser convencido y confiar
preocupaba a Ranke y sus sucesores y lo que todavía nos preocupa a en que e1 galeno obra adecuadamente. En ese sentido, la enfermedad
nosotros. Sobre todo -afiade-, la retórica no incluye técnicas para es percibida, pera a la vez es un dato objetivo, que no depende sólo
la investigación de la verdad, que es lo que los historiadores ansían del artificio y de! poder de convicción. En términos análogos, la ver-
inventar.>> dad de los historiadores es también percibida y por tanto depende de
artificios de presentación, pero al igual que aquélla debe tomarse
182
I cault, el principal avalista de una nueva forma de histeria que ven-
como un dato objetivo, que n o se supedita exclusivamente a lo retó- dría a trastocar o a confirmar la subversión de algunas certidumbres
rico y que se resuelve en términos de correspondencia. de la profesión a las que se tenía por indiscutibles desde antiguo. La
Buena parte de estas argumentos, e incluso las analogías que em- quiebra de esas evidencias, o mejor la masiva difusión que n o nece-
pleara Momigliano, pasarán a la obra de Carla Ginzburg. T ambién saria aceptación de la postura defendida por White, es reciente entre
pasará el principal y m ás duradero antagonista con el que enfrentarse los historiadores occidentales, principalmente desde los aiios 80. Eso
a la hora de rebatir la idea de la histeria como retórica: H ayden Whi- mismo justificada que sólo en fecha reciente Ginzburg se hubicra In
te. Qte haya esta afinidad puede obedecer a diversas razones y, en mado en seria la hondura de su repercusión y, por tanto, que se h u
cualquier caso, el propio Ginzburg ha dejado constancia en distintas biera planteado la pertinencia y la urgencia de la crítica. Pero hay m.h.
ocasiones de su admiración por el trabajo de Momigliano. <Qté es lo Sólo en los aiios 80 es cuando se apreciarían verdaderamente las cnu
que le atraía? Según declaraba a la Radical History Review, se sentía secuen cias, como diría Momigliano, de su aproximación a In h is lo
p róximo a la feliz combinación de dos elementos en una misma obra, riografta, u na aproximación que, al eliminar la búsqueda tradiciu u.1l
en la obra de Momigliano: por un lado, una cierta «kind of self-cons- de la verdad, pondría en riesgo el conocimiento y la moralidad. Eo
ciousness>>; por otro, un «real empirical work», esto es, justam ente efecto, sería en esa década, en 1987, el aiio de la muerte de Morus
aquello que puede apreciarse en e! propio trabajo de Ginzburg. De gliano, cuando Hayden White publicaria El contenido de la fonna, y .11ll
todos modos, el debate que él mantendrá con White se tornará mu- se recogería un artículo publicado originalmente en 1982 con d lllu
cho m ás encarnizado de lo que lo había sido en el caso de Momi- lo de «La política de la interpretación histórica», texto que ccnll •ll !.1
gliano. En este sentido, conviene detenerse en la posición de Ginz- buena parte de las críticas de Ginzburg.
burg frente a White por varias razones. En primer lugar, porque aclara,
aunque sea retrospectivamente, ciertas claves de El queso. En segundo 3. Lo primero que hay que tener en cuenta es que, COI1\o clr, la
término, porque manifiesta cuál es su postura explícita sobre la rela- mos, nos hallamos ante una polêmica frustrada. (Frustrado, cn qut ~r 11
ción entre la verdad y la estética y, por tanto, los tratos que puedan tido? En el sentido de que se aborta pronto, frustrada cn In rucdid,, 1' 11
darse entre Ia histeria y Ia retórica. Finalmente, porque rechaza las que uno de los contendientes, Hayden White, parece rcnunc:i111 ,, " ''
consecuencias dei escepticismo epistemológico y dei relativismo mo- pender in extenso a la diatriba de la que supuestamente cs objt·to . I lt•
ral que habría en la perspectiva de White, lo cual pór extensión nos hecho, su último libra, Figura! Realism, que recoge textos de csos .dl m,
permite entender mejor la crítica acerba que Ie hiciera a Foucault. De no contiene alusión alguna a Ginzburg a pesar de que los tcm .1~ ,,h111
todos m odos, nos hallamos ante un debate parcial, incompleto. {Por dados y los enfoques adoptados invitaban a ello. En todo c.1m, r11.1
qué? Porque la polêmica se frustra, al menos en parte, al desenten - controversia ha tenido cierto eco, porque trataba aspectos fund.lllll' lll ,,
derse de la confrontación uno de los contendientes, en concreto Hay- les y discutidos en relación con la histeria. Por eso, no cs cxlt.liin qur
den White. <Qté controversia intelectual es ésta cuya principal ca- otros la hayan continuado, yendo más aliá de lo dicho por Whilt· u
racterística es el inmediato silencio de una de las partes? Qtizá sea por el propio Ginzburg, y que incluso existan balances de In dis<'IINit'lll,
mejor decir que se trata de una controversia historiográfica en la que En una larga y enjundiosa entrevista concedida por Hayclcn W lu
ha sido Carlo Ginzburg quien se ha enfrentado con Hayden White. te en febrero de 1993 a Storia de la Storiografia, éste se reGere de 111 1
Ése y no otro es nuestro interés, es decir, cómo se mide el histo- nera explícita a quien se le enfrenta en la polêmica, es dccir, nl hiN
riador italiano frente a las tesis dei norteamericano. (Es que, acaso, .la toriador italiano, diciendo:
obra de Ginzburg se elaborará desde entonces o se definirá a partir
de lo que sostiene White? No, por supuesto: su·investigación sustan- Ginzburg, for example, hates Metahistory. He thinks I .1 111 .1 f 11 ~
tiva, sus estudios sobre la brujería, sobre la cultura popular o sobre el cist. He is also kind of naive in many respects. Hc thinks tlml '"Y
conception of history is like that of C roce, that is subjc.:ctivist, und
sabbat, son independientes de las indicaciones historiográficas de Hay- that I think you can manipulate the facts for an aesthctic cOc~ l . I
den White. Pero, por alguna razón, una razón de época podríamos think that one can do so, and although Ginzburg thinks you O ll ~\ hl
afiadir, Ginzburg se muestra crecientemente interesado en polemizar not do that, in my view, he himself does it quite often.
con el norteamerican o, al que percibe como epítome de una cierta
manera de hacer y de concebir la disciplina histórica. De hecho, cuan- La alusión, aunque breve, es directa y, por tanto, conviene que su·
do !e acusa prolonga la diatriba contra el escepticismo que ya era ma- brayem os su importancia. Como puede comprobarse fehacientemcn·
nifiesta en el prefacio de E! queso. White sería ahora, después de Fou-
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te, White afirma ser víctima de un violento ataque por parte de Ginz-
burg. En primer lugar, la que es su obra principal, Metahistoria, sería . <~é se extrae d~ esas referencias? Dichas intervenciones perrniten
objeto de devaluación, hasta el punto de ser . un libro literalmente adtvmar un retrato mteiectual de White, retrato en e! que Ginzburg
odioso para el investigador italiano. En segundo lugar, su persona sería conde~saría _aquellos rasgos que considera propios y sobresalientes de
ultrajada por lo que sin duda parece una injuria: si h em os de creerle, la cor~te~te mteiectu~l que convendremos en llamar escepticismo epis-
Ginzburg piensa que White es un fascista, pensamiento que el pri- temol?giCo. Ahora bten, ese retrato no queda impresionado de una vez
mero habría divulgado en sus intervenciones públicas. En tercer tér- para _stempre en una i~sta~tánea ? efinitiva. Parece, por el contrario, ha-
mino, la aportación dei norteamericano tendda poca novedad, en tan- ber stdo trazado tentativa, mtermttente, fragmentaria, reiterativa e indu- ·
to sólo nos las veríamos con un croceano, es decir, con alguien que, so, con~adictoriamente: seda, pues, testirnonio dei propio acer~amien­
a la manera de Benedetto Croce, sostendría una concepción subjeti- to de Gmzburg a White, una aproximación que n o es ni exhaustiva ni
vista de la historia, alguien qu e se permitida y permitid a la manipu- siste~ática . Es decir, h ay exceso y hay defecto, y, por tanto, la exégesis
lación de los hechos con el fm de lograr un efecto estético. requ~ere por nuestra parte un esfuerzo suplementaria, el esfuerzo que dé
<Hemos de creer a White o no? De entrada, no n os indica dónde u~ c!erto orden a l? 9ue, s_in duda, es un desorden argumentai y des-
Ginzburg ha afirmado tales cosas, ni en qué contexto lo habría hecho. cnpttvo, fruto de dtstmtas mtervenciones y de diferentes énfasis. Ten-
Pero, de ser cierto que odia Metahistoria, nos sorprendeda la manifes- dremos White y AntiWhite, pero lo que no podremos hallar en Ginz-
tación de un sentimiento tan fuerte y profundo, de clara animadver- burg es algo así como un AntiWhite perfectamente acabado de un solo
sión, por lo que es, sin más, un texto escrupulosa y meramente aca- trazo y que, a la vez, sea completamente coherente.
dêmico. Mayor sorpresa causada, desde nuestro punto de vista, el Una tentación, por nuestra parte, sería la de dar apariencia de or-
hecho de que Ginzburg tildara o, mejor, denunciara a White como un den a lo que no lo tiene y a lo que nos ha traído tantos quebrade-
fascista latente o manifiesto, cuando por las informaciones disponibles ros de .cabeza. Con ello, podríamos limar salientes, podríamos ainal·
no parece que el norteamericano experimente simpatia política alguna garoar rmág_enes que no siempr~ s~n coincidentes y podríamos solapar
por el totalitarismo derechista o por la violencia ultra. Y qué decir de p~rfiles. destguales. H acer eso_ stgntficaría negar a Ginzburg su propio
White si éste só/o fuera un croceano más bien vulgar, reiterativo, ava- t ~nerarto de lectura, com? st ésta se hubiera hecho de una vez para
lista y legitimador de las manipulaciones históricas. De creer esto así, s t empr~ - , La lectura de Gmzburg es, por el contrario, u!l trabajo en
sin matices, Ginzburg amputada los referentes intelectuales en los que progres10n,. con tanteos, hallazgos y desvíos. Al fin y ai cabo, no es
White se reconoce, que no se reducen a un solo interlocutor. En fin, nue~~o objeto la reconstrucción de la imagen completa, acabada, sis-
si hemos de creer a White en lo que a Ginzburg concierne, alguno de tem~ttca y coherente dei n orteamericano; nos interesa más, por el con-
los dos deforma al adversario hasta hacerlo irreconocible: o bien Whi- trano, proceder a la exhumación de aquellos rasgos que el propio
tc miente, simplifica o mistifica, al sentirse agredido con o sin razón, Gin~burg subraya ~e su referente, aquellos perfiles que aprueba o que
o bien Ginzburg es un tipo de genio destemplado, bronco, tosco, co- le dtsgustan, a parttr de los cuales se mide, se distancia, se irrita o se
lérico, atrabiliario, en suma, alguien que haría públicos sus odios, que enfrenta.
denostaría con ruído y furia, y que atribuiría insidiosamen te a otros ~as alusio~es explícit_as. y sign ificativas que Ginzburg realiza de
lo que él mismo perpetra, esto es, la m anipulación. Whtte se conttenen en dtstmtos textos. Para lo que ahora n os intere-
Son varias las ocasiones en las que ei investigador italiano se ha sa, para la reconstrucción de ese retrato que el historiador italiano em-
referido explícitamente a Hayden White, aunque nunca lo haya con- pr~ nd e, ei n egativo dei suyo propio, serán en principio cuatro los tra-
vertido en el motivo exclusivo o dominante de una intervención es- bajos que tomaremos como objeto de análisis; principalmente porque
crita. Las alusiones ai norteamericano, que no pueden considerarse cada uno de ellos va afíadiendo elementos, rasgos o atributos que
meramente accidentales, marginales o intrascendentes, son, sin em- c_o mpletan la ima_gen de su oponente. Los textos a los que nos refe-
bargo, referencias sacadas a colación como ejemplo de posiciones más nmos han aparectdo entre finales de los afíos 80 y la primera mitad
o menos comunes y difundidas, y ante las que Ginzburg se mide o de los 90. En concreto, las referencias a White se reparten en los ar-
se defme. Es decir, cuando h abla de White lo hace como uno de los tículos «Montrer et citer. La vérité de l'histoire>>, <<Unus teslis. Lo stermi-
casos posibles a destacar a propósito de asuntos más generales que re- nio degli. ebrei e i! ~rincipio di realtà>> y <<Aristotele, la storia, la pro-
basan la biografia dei norteamericano, o, como antes decíamos, como va>>, publicados e! pnmero en Le Dlbat y los dos restantes en Qj1aderni
epítome de una perspectiva historíográfi ca cuya difusión es reciente. Storici, respectivamente. Asimismo incluímos ei volumen titulado E/
juez y el historiador, aparecido en 1991.

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El primero de ellos, que está dedicado a la memoria de Arnaldo ba fehacien te de esta separación es, por ejemplo, la que puede hallarse
Momigliano, se publicó inicialmente en alemán en 1988, y un "'a no en la repercusión que tuvo la polémica seguida entre los filósofos (\na-
después en su versión francesa, la más difundida. E! segundo, cuya líticos desde que en 1942 Hempel publicara «La función de las leyes
dedicatoria se brinda a Primo Levi, es la traducción italiana de una generales en historia». Mientras entre los filósofos profesionales, la
ponencia titulada •1ust One Witness» y presentada a un congreso in- controversia dictó lo relevante, entre los historiadores aquella polémi-
ternacional sobre el holocausto, celebrado en la Universidad de Cali- ca sólo provocá escaso interés. .
fornia-Los Angeles en abril de 1990 y publicado en 1992 con el títu- En una posición ciertamente original, entre filósofos e historiado
lo de Probing the Limits of Representation. Por su parte, el tercero de los res, pareció situarse la obra de Hayden White, al menos desde que cn
artículos mencionados, que encabeza un número monográfico de Q]ta- 1966 diera a la luz su ensayo titulado «The Burden of History», tcx
derni Stcrici (1994) dedicado a ••La prova••, constituye una reelabora- to después incluído en Tropics of Discourse y que el propio autor re
ción con retoques dei argumento desarrollado para una introducción, conoce inevitablemente poshempeliano. De entrada, fue la suya unn
en concreto la que dedicara a La donation de Constantin, de Lorenzo postura a contracorriente y, desde luego, anade Ginzburg, hay que rc
Valia, publicado en París en 1993. Finalm ente, el libra que hemos conocerle haber provocado y estimulado un nuevo debate en m cdio
mencionado lleva por oportuno e informativo subtítulo: Consideracio- de un clima intelectual diferente. {Q!Ié es lo que en sustancia defen·
nes ai margen de! proceso Sofri, en alusión a la figura de Adriano Sofri, día en aquel trabajo primerizo? Ginzburg no parece estar demasiado
«uno de mis amigos más queridos», injustamente inculpado y conde- .preocupado en dar cuenta exhaustiva dei contenido de aquel texto,
nado, según Ginzburg, como inductor de un homicídio político. Los en informamos de los pormenores precisos de cuál sea el desarroJlo
tres primeros trabajos pueden considerarse, de entrada ai menos, como de sus argumentos. Por eso mismo, abrevia sus reflexiones subrayan·
intervenciones de naturaleza historiográfica en tanto su autor nos ha- do lo que, para él, es lo esencial de aquella intervención.
bla de la realidad del pasado, de su expresión en las fuentes y de su En ese sentido, senala, la base que da consistencia a la tesis sos·
conversión en escritura histórica. Por contra, e! volumen m encionado tenida por White es el reconocimiento dei constructivismo en la de·
es un livre de circonstances, un texto nacido como respuesta a un proble- finición epistemológica contemporánea de los saberes. Y anade para
ma judicial, político y, en fm, personal. Conviene, pues, preguntarse explicitado: frente a un positivismo rezagado, frente a postulados posi·
en qué términos alude Carlo Ginzburg a su colega norteamericano. tivistas aún en curso, e! norteamericano ponía de relieve la naturaleza
Tomemos, por ejemplo, «Montrer et citer», del ano 1989. Parte inevitablemente constructivista de la enunciación histórica, en sintonl.t
Ginzburg de una desazón que le es propia y que, según manifiesta, con el constructivismo dei que participarían también los enunciados
es resultado de un divorcio entre disciplinas: aquel que separa habi- artísticos y científicos, tal y como vendría manteniéndose en époc.1
tualmente la reflexión teórica sobre la histeria, por un lado, y la prác- reciente. En suma, el arte, la ciencia y la histeria, más aliá de sus di
tica concreta de la investigación, por otro. La primera tarea es asu- ferencias ostensibles, compartirían la condición de ser manifestacio ncs
mida por los filósofos, algo evidente, por ejemplo, en las páginas de culturales que, se admita o no, acaban configurando su propio objc
revistas como History and Thurry, que no suele reclutar a sus colabo- to a partir del acto de enunciación. Apuntado esto, Ginzburg enmu·
radores de entre los historiadores, al menos en los primeros tiempos dece. Sin embargo, su alusión es insuficiente para entender complc·
de su publicación. Estas últimos, en efecto, apenas se ocuparían de tamente su propio argumento en relación con otros que más tarde
explorar las implicaciones teóricas de su oficio, y, como mucho, pro- defenderá. Por tanto, anadamos información que aclare lo que sostc·
ducirían reflexiones metodológicas ingenuas, confusas o poco intere- nía Ginzburg a propósito de aquel ensayo.
santes a juicio de «un esprit nourri de philosophie», según apostilla- White iniciaba su ensayo mencionando la «táctica» frecu entc y
ba irónicamente Ginzburg. afortunada de la que se servirían los historiadores frente a sus crlti·
Otro aspecto que confirmada ese hiato ai que aludimos es la ma- cos: frente a aquellos que le reprochan a la historia la falta de un sta·
teria acerca de la que se reflexiona: mientras los teóricos se centrao tus de ciencia pura, sus oficiantes responderían aduciendo que es cl
de manera exclusiva en los productos finales, en los productos resul- suyo un conocimiento fundado más sobre la intuición que sobre mé·
tantes, es decir, en los libros, en las monografias publicadas, los his- todos analíticos, y, por tanto, próximo ai arte o, mejor, presentándo·
toriadores que debaten acerca de su disciplina pretendeo sobre todo se como una clase especial de arte; por contra, ante aquellos que lc
hacerlo sobre las condiciones de elaboración de su trabajo, sobre las imputao su incapacidad p ara ahondar en las esferas más recônditas de
implicaciones de la investigación empírica que desarrollan. Una prue- la conciencia humana, a la manera en que lo harían, por ejemplo, los

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time is to reestablish the dignity of historical studies on a basis that
literatos los historiadores se defenderían argumentando la naturaleza will make them consonant with the aims and purposes of the inte-
de semiciencia que la disciplina tendría, estando privados, .pues, dei de- llectual community at large». i.Y cómo se llevaría a cabo esa tarea que,
recho a la manipulación «libre» de los datos históricos: , a juicio de White, le compete ai investigador actual? «The contem-
Además de una táctica defensiva, sostener lo an tenor sena sobre porary historiao - seiiala- has to establish the value of the study of
todo una fo rma de definir epistemológicamente e! saber histórico, eri- the past, not as an end in itself, but as a way of providing perspecti-
gido sobre e! t~rreno neutro de~ ~rte y .de la ci.enc.ia. Si de tá~t~cas ha- ves on the present that contribute to the solution of problems pecu-
blamos, si destgnamos esa eqmdtstancta en termmos n:tetafoncos to- liar to our own time.» Y, en esa labor, su propósito no puede dis-
mados de la guerra, afta de White, es porque hay. una hza, es porq~ e tanciarse de las «techniques of analysis and representatiori» con las
la histeria estaria implicada en una suerte de confhcto. De hecho, eXIs- que «modem science and modem art have offered for understanding
te una opinión difusa según la cual, frente a la mediaci~n afortUI~ada the operations of consciousness and social process».
entre arte y ciencia que la histeria dice o parece asumu, «the htsto- Pero, como anade White, esa tarea implica no sólo aproximarse a
rian is the irredeemable enemy of both», lo que expresado en otros los «latest technical and methodological developments in the social
términos quiere decir que habría una evidente hostilidad hacia la his- sciences», que es lo que, en efecto, ha ocurrido con la renovación his-
te ria. (Cuáles serían las razones de esa crítica más o menos acerba ha- toriográfica; supone también apropiarse o hacer uso de las «modem
cia esta disciplina? . artistic techniques in any significant way», como serían las yuxtaposi-
La primera de ellas tendría. que ver. con I~ prop.la naturaleza de la ciones, las involuciones, las reducciones y las distorsiones, a la ma-
p rofesión histórica. Según sosttene Whtte, «lustory ts perha~s the con- nera de lo emprendido por ) ames, Woolf, Joyce o Faulkner, prácticas
servative discipline par excellence», conservadora en el ~enttdo de asu- que habrían despertado un muy escaso interés entre los historiadores,
mir y defender una voluntaria ingenuidad met~~o~ógtca fre.nt~. ~ lo al menos a la altura del ano 1966. A su juicio, pues, isa es la mane-
que proponían el idealismo filosófico. y e! .P~sttlVlsmo .socwl?gtco. ra actual en que la histeria puede asumirse como combinación entre
Este conservadurismo, en fin, ha temdo dtstmtas mamfe~tacw~es, ciencia y arte: por un lado, haciendo uso de procedimientos científi-
pero, sin duda, una de las más importantes ha sido la reststencta a cos experimentados con éxito y, a la vez, empleando «impressionistic,
cualquier clase de autoanálisis. La segunda de las razones 9u~ funda- expressionistic, surrealistic, and (perhaps) even actionist modes of re-
mentada la crítica de la histeria se apoyaría en un descubnmtento re- presentation for dramatizing the significance of data».
ciente: <<the discovery of the common constructivist cha~acter o~ both (Cuáles son las implicaciones de lo que nos propone White en
artistic and scientific statements». Conviene dar e! sufictente reheve a 1966? O, dicho en otros términos, (qué se deriva del constructivismo
este asunto en tanto que es el argumento básico en el que se detiene in trínseco e inevitable que atribuye a los enunciados histó ricos? La
Ginzburg con el fin de identificar la tesis de White. . · «prudencia» manifestada por e! norteamericano o, mejor, la posición
El constructivismo, senalado por White y recordado por Gm zbur~ moderada por la que parece inclinarse -ciencia y arte- , no son ob-
ai abordar el contenido de «The Burden of Hi sto~>, es un descubn- jeto de especial mención por parte dei historiador italiano, a pesar de
miento reciente. Su impacto no puede ignorarse, entre otras cosas que en algún sentido E! queso, por ejemplo, pueda verse como un hí-
porque pondría seriamente en crisis algunas de !as certidumbres más brido entre ciencia y arte. Ahora bien, si Ginzburg no lo aborda ex-
firmes de la conciencia histórica heredada dei stglo XIX. El construc- plícitamente, no es porque esta discusión sea irrelevante, sino quizá
tivismo, en efecto, subrayaría la dependencia histórica de es~s mis~.as porque para él el significado de dicha idea no está dado de antema-
creencias su accidentalidad, al admitirse al fin al que la propta nocwn no, y puede variar de acuerdo con quien la enuncie. Por tanto, con-
de histeria sería «a product of a specific historical si~ation». ~on ello viene en este caso situaria dentro dei itinerario de White: ai fin y ai
perdería su apreciado status como forma ~e pensam~e nto autonomo Y cabo, se expresa en un ensayo no muy extenso, y menos analítico que
au toconfirmatorio, y, además, aiiade Whtte, haría melevante ese su- tentativa.
puesto terreno neutro en el que los historiadores creerían hallarse. Y Por eso mismo, si Ginzburg no se extiende sobre esta cuestión es,
ello porque no estada nada claro, .ai menos. de entrada, que el arte y en parte, porque a su juicio las consecuencias de lo defendido por
la ciencia fueran dos formas esenczalmente diferentes de comprender el White en 1966 sólo se hacen patentes, sólo adquieren un significado
mundo o que el historiador estuviera especialmente dotado para ejer- biográfico, en la progresión intelectual que e! norteamericano experi-
cer ese papel de mediador que se atribuye desde el 800: . . menta y que, en este caso, le lleva a la publicación de su obra más
De lo anterior se sigue, pues, q ue «lhe bttrden of the bzstorzart m our
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relevante y más atrevida. En efecto, anade el italiano, anos despué_s tuciona1izaci6n, de asentamiento y de desarrollo de la disciplina. M~s
de la publicación de The B~rden o.( History, en 19?~ _en concr7to, Wht- en concreto, estudiará la obra de algunos de los maestros reconocidos
te prolongaría y consumana el g.1ro dado ai a~allSls del obJeto y de de la histeria d ecimonónica (Michelet, Ranke, Tocqueville, Burck·
la disciplina histórica desarrollando su perspectiva resueltamente «an- hardt), así como la producción y las ideas de los principales filósofos
tipositiviste» con la publicación de Metahis_toria. de la histeria, entre ellos Hegel, Marx, Nietzsche y Croce. lEra cl suyo
Sin lugar a dudas, nos recuerda Carla ~mzburg, nos h~lamos ante un planteamiento clásico de historia de las ideas? No exactament r:
el texto capital dei norteamericano, amphamente reconoc1do y _por el más bien se trataba de aplicar una perspectiva formalista sobre aqut•
que merece ser juzgado, más allá de intervenciones breves, cucuns- llos que designaríamos como clásicos y, por tanto, sobre los d i fc~t•n
tanciales o menores que jalonan su biografia y que en todo caso son tes modelos reconocidos de concebir la producción y la escriltu .l lu~
parasitarias de aquel trabajo. lQyé es lo que White sostiene? Lo _que tóricas. Es decir, una aproximación que Ginzburg admite y recono1.t'
se propone es averiguar qué clase de con?cimie~t? p~oduce la ?Isto- relevante cuando se aplica a otros productos culturales: los mitos, lo:.
ria. De entrada, fue éste un saber reconoc1do, pnv1leg~ado, adm1rado, cuentos, etcétera. Ahora bien, en el caso de White, el fin es rcvcl.u
sobre todo en el pasado, sobre todo en el reciente sigla XIX, época de los componentes estructurales que hacen posible cada uno de los rc·
publicación de las grandes obras de la historiografia europe~. Llega- latos de la histeria.
do, sin embargo, un determinado momento, una doble corne~te ?e Admitido esto, aquello que intenta e! nortean1ericano, y por lo que
opinión come~zó a ~ensurar lo~ usos y _la naturale~~ de la h1~t?na. es significativo para el itinerario intelectual que Ginzburg nos propo·
lY ello por que? Segun nos adv1erte Wh_1te, la ,reacc1?n de h_ost!l1dad ne, es la defensa de tres argumentos básicos acerca de la escritura de
frente a la historia se debía a que se le tmputo una mcapac1dad ma- la historia. El primero de ellos haría referencia a la naturaleza inter-
nifiesta para devenir ciencia rigurosa o auténtico _arte, que son,_ en de- na de toda obra histórica. Ésta consistida, según leemos ai inicio dcl
finitiva, los pivotes en torno a los cuales ha guado la prop1a con- libra, en <<una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrn·
ciencia histórica a la hora de definirse epistemológicamente. Recupera, tiva», o, como afiade algunas páginas después, una estructura verbal
pues, con dicho argumento la tesis básica de «The Burden o f History». que <<dice ser un modelo, o imagen, de estructuras y procesos pasa·
Se trata, en efecto, de una rebelión contemporânea contra la pro- dos con e1 fin de explicar lo que.fueron representándolos». En efecto, este
pia historia que ha tenido múltiples derivaciones. En el momento de producto resultante, manifestado en las monografias, combinada «cicr·
escribir Metahistoria, esta corriente hostil se encarnaba en las figuras ta cantidad de "datas", conceptos teóricos para "explicar" esos datas,
de Claude Lévi-Strauss y de Michel Foucault, para quienes la historia y una estructura narrativa para presentarlos corno la representación de
merecería impugnarse por ser una suerte de autoengano. específica- conjuntos de acontecimientos que supuestamente ocurrieron en ticm·
mente occidental, es decir, ideología justificativa que servtría, en pa- pos pasados>>, según leemos a partir de la paráfrasis irônica de Rankc.
labras de White, para <<fundamentar en forma retroactiva la presunta La alusión que Ginzburg hace en <<Montrer>> de este conocido c
superioridad de la sociedad industrial moderna». lSe propone ahon- importante argumento quiere ser fiel, incluso, en lo que a literalidad
dar en ese tratamiento derogatorio dado a la histeria por parte de al- se refiere. De hecho, reproduce la prirnera parte de su enunciado:
gunos de los máximos representantes dei pensamiento fra~cés de los «toute oeuvre historique est>> -y cita al pie de la letra- <<une struc·
anos 70? Aunque su perspectiva no sea completame~te aJena a esos ture verbale sous la forme d'un discours narratif en prose>>. Sin em·
mismos autores, - de hecho, afirma haberse <<beneficiado con la lec- bargo, corno en e! caso de Tbe Burden oJ History, la alusión es in for·
tura de los críticos estructuralistas franceses»- no es ésa la tarea que mativamente breve, y el lector puede quedarse sin averiguar cuál es la
ahora se impone: aquello que puede definirse como la meta de su lar- base irttelectual en la que White se fundamenta o dice fundarse. Ginz·
go ensayo es <<aportar un punto de vista nuevo so~r~ el act':lal, ~e ba- burg no nos dice nada acerca de cuáles sean los interlocutores con los
te acerca de la naturaleza y la función dei conoc1m1ento htstonco>>. que White dialoga o de los que hace partir su análisis para llegar ai
Con ello se podrá averiguar no sólo cuál es la epistemología en la argumento que e! propio historiador italiano evitaba. Pues bien, la
que los historiadores dicen fundament~r su saber, s~~ tam~ién apre- mención que ahora podamos hacer, lejos de impugnar la presentaci6n
ciar la justeza, las razones y la genealog1a de esa rebehon rec1ente con- de Ginzburg, prolonga el hilo conductor dei que tanto e! italiano
tra la histeria. como e! norteamcricano se valen.
A partir, pues, de ese objeto, su análisis se delimita en torno. a 1~ En ese sentido -y reproducimos la cita que Ginzburg hace de
gran producción historiografia dei sigla XIX, momento clave de mstt- White- , concebir la obra histórica corno <<une structure verbale sous

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la forme d'un discourse narratif en prose•• es fruto de una indagación m.ás, el realismo .hi_stórico de esa centuria sería algo así como <<la ma·
intelectual acerca del problema dei realismo. De hecho, afiade ·Whi- t~1 z de ~...) las dtstmtas e~c uelas de pensamiento» a las que converti-
te, éste «es el problema para la historiografia moderna», como también na prectsarnente en <<habttantes de un mismo universo de discurso».
lo es para Ginzburg. Aunque enunciarlo no implica ni plantearlo igual Más aún, «ser "realista" significaba ver las cosas en forma clara como
ni, por supuesto, responder desde posiciones similares. En buena me- realmente eran, y también extraer de esa comprensión clara de' la rea·
dida, éstas dependerán de los referentes de los que se sirven y de lidad las c~nclusi~nes ~pr~piad..a~ para ~ivir una vi?a posible con base
cómo son empleados, pues puede haber coincidencias en los nombres en ellas. Vtstas as1 -anadta Wbtte-, «las afirmac10nes de "realismo'~
y diferencias en sus usos, como de hecho así sucede. esencial _eran a, la vez epistemológicas y éticas». La operación de Hay·
D esde esa perspectiva, White nos habla de sus interlocutores teó- deu W~tte sena, pues, ~n .es.te asunto. hacer depender el realismo que
ricos. En primer lugar, subraya la importancia que para él tuvieron se predtcaba, no dei pnnctp10 de realtdad al que pretenderían ser 6e-
Rcné Wellek, Erich Auerbach, E. H. Gombrich, Northrop Frye y Ken· les nue~tros _colegas ,dei pasad~, sino d; la estru:tura profunda, de la
neth Burke, vale decir, aquellos que se habían planteado centralmen· mod~ ltterana espectfica, que mformana la propta obra histórica.
te cl problema del realismo, y de cuya producción destaca Mimesis. Fmalm~?te, el terce_r argumento evoc_ado por Ginzburg constituye
Lr1 rcpresentación de la rea/idad en la literatura occidental, de Auerbach, y la concluston, la aposttlla de los dos pnmeros, y es con toda seguri-
/ lrtc e ilusión, de Gombrich. En segundo lugar, y aunque sin el relie- d~d el aser~o m ás polémico y, a la vez, el más importante. Segün lo
vc de los anteriores, también afirmaba haberse beneficiado de la lec- dtcho, Whtte subrayaría la condición de sistemas cerrados que ten·
tura dei Michelet de Roland Barthes, de Las palabras y las cosas de Mi- drían las obras de.l?s ~randes histo:iadores mencionados y de aque-
chel Poucault, así como de Lucien Goldmann y de J acques Derrida, llos otros que parttctpanan de ese mtsmo universo de discurso. Como
autores a los que, en 1973, identificaba como el grupo de los «críti· sist~ma~ ,cerr~d~s~ contendrían «modelos de representación o concep·
cos estructuralistas franceses», ocupados, por tanto, de la exhumación tualtzacton htstonca•• cuyo valor no procedería de las teorías aplicadas,
de las estructuras culturales y d e sus componentes. En último y ter- de los «datos» empleados, de las fuentes utilizadas o de la realidad ex·
cer lugar, subraya la influencia de cierta filosofia anglosajona, en con- trat;xtu_al en la que d_icen ~nd arse. Su valor, por contra, dependería
creto aquella que se habóa ocupado del problema de la narración des· «mas bten de la conststencta, la coherencia y la fuerza esclarecedora
de la perspectiva analítica, mencionando a W. B. Gallie, Arthur de sus respectivas visiones del campo histórico». En este sentido, re-
C. D anto y Louis O. Mink, sobre todo por los análisis dei elemento ~u lta curio~o que E! queso, que parece depender de los d atos y de las
«fictício» en el relato histórico. mterpretact.ones de esos datos, nunca haya sido objeto de revisión por
Si White insiste, a partir d e su opción formalista, en la histeria parte de Gmz?urg. ~asa el tiempo, se multiplican las traducciones, se
como estructura verbal, el segundo argumento evocado por Ginzburg sucedeu l~s retmpreswnes, aumentao los conocimientos sobre ese pe·
constituiría el desarrollo consiguiente de aquel punto de partida y ríodo y, sm embargo, El queso se mantiene efectivamente como una
sobre el que una parte de la literatura mencionada ya se había pro· obra cerrada en la. que ni siquiera ~e afia de otro prólogo o un epílo-
nunciado. Nos referimos, claro, a cómo esa estructura verbal, esc dis- go que cm;~extualt~:U:a su elaboractón o que actualizara su posición
curso en prosa, dice representar la realidad extratextual. Según lo re· ante las cnttcas rectbtdas o ante las nuevas informaciones si las hu-
cordado por Ginzburg, aquello que White sostiene es la correlación biera. Desde este punto de vista, y como ya hemos sefialado, Ginz-
que habría existido entre «modes littéraires spéci6ques» y «les oeuvres burg o la concibió o la admitió finalmente como una obra incon-
historiques de Michelet, Ranke, Marx, Tocqueville ou Burckhardt». Es mensurable, en el sen tido empleado por White y que al historiador
decir, aquello que el norteamericano mantendría abiertamente seda la italiano le repugnaría.
dependencia de lo que él denomina la <<imaginación» histórica con En efecto, si ~olvemos a la parte final de Metahistoria, puede leer·
respecto a la propia historia concebida como producto literario, como se que, par~ W~tte, «cada uno .de los grandes historiadores y filóso·
discurso en prosa. fos de la lustona que he estudtado despliega un talento para la na·
Si el realismo novelístico era un producto de los dispositivos in· r:ación histórica o ~na consist.encia de visión que hace de su obra un
ternos de la obra, el realismo que reclamaría la monografia histórica stste?Ia de pensamtento efecttvamente cerrado, que es imposible de
tendría una misma naturaleza. De hecho, como insistentemente nos med~r c?n los. otros que apareceu como sus competidores••; o, dicho
recuerda White a lo largo de M etahistoria, el realismo fue la piedra de en termmos dtferentes, por los distintos modos de la escritura histó-
toque, la palabra de orden, de <<la cultura europea dei siglo XIX». Es rica y por su fuerte coherencia interna, estructural, los textos de los

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grandes historiadores dei siglo XIX no consentirían su respectiva com· la relación entre novela e historia. Parte Ginzburg de la proposición
paración, convirtiéndose, pues, en mutuamente inconmensunrbles. común que viene a sostener el carácter narrativo de la historia, argu·
«Por esto -concluye White- no es posible "refutados", ni "impug· mento insistentemente repetido entre determinados Círculos desde
nar" sus generalizaciones, ni apelando a nuevos datos que puedan apa· hace ya algunos aiios y sobre el que, en principio, no se pronunci.1.
recer en posteriores investigaciones ni mediante la elaboración de una O, dicho en otros términos, se hace manifiesta su mención a pnrt it
nueva teoría para interpretar los conjuntos de acontecimientos que del relativo parentesco o proximidad. que muchos atribuyen hoy cu
constituyen el objeto de su investigación y análisis.» día a la ficción y a la obra histórica en tanto ambos <<géneros» p.tttt
(Por qué decimos que este último argumento es el más importao· ciparían de una misma condición de relato. Defender y fund amcnt .u
te y, a la vez, el más polémico? Lo sostenemos porque, ai cons_iderar dicho aserto, sigue Ginzburg, ha sido tarea prioritaria, entre otro~. dt•l
las obras históricas sólo como estructuras verbales formales, Whtte no norteamericano Hayden White y dei francés Michel de Certcnu, cn
se extiende sobre la relación que pueda darse entre el texto y la rea· concreto a partir de sus respectivas y conocidas obras: Nletnbisto/1,,
lidad externa en la que dicen fundarse los historiadores, sobre el tipo y La escritura de la historia, publicadas originaria y respectivamcnt r
de referencialidad que pueda haber entre el discurso histórico y el pa· en 1973 y 1975.
sado expresado en informaciones documentales, e incluso sobre la re· Centrémonos, por el momento, en el primero. Así, al m enos, nm
ferencialidad misma que caracterice los vestígios con respecto a la so· lo propone Ginzburg porque, aunque se dé entre ambas obras «utu cer-
ciedad que los alumbró. O, dicho en otros términos, por un lado, ta convergenza••, parece excluir a Michel de Certeau por razoncs sobtc
dedica un largo ensayo, un extenso y enjundioso volumen, al análisis las que no se extiende, pero que tienen que ver con la aceptación úl·
de los dispositivos internos de producción de la realidad textual de tima de ese <<principio de realidad>> por parte del investigador francé~.
las diferentes obras históricas. Ahora bien, ese análisis no tiene por Es decir, aunque De Certeau se detenga en los recursos retóricos y dis
meta revelamos la existencia de un criterio ajeno a la estructura ver· cursivos de los historiadores, admitiria que esos recursos se supcditnn
bal en prosa, un criterio extratextual, en fin, que permita su respecti· en última instancia al principio de realidad que guia su investigación.
va evaluación según la calidad de sus teorías explicativas, de la infor· lY como sabría esto Ginzburg, si no parece inferirse de su obra? Segt'tn
mación incorporada, o de la realidad externa de la que dicen hablar. él mismo confiesa, esa aceptación estaria avalada por un testimonio per
Admitido lo anterior, la comparación y la refutación no son, en efec· sonal hecho por De Certeau a Pierre Vidal·Naquet. Pues bien, para so
to, tareas sobre las que White pueda o deba decir algo. Y ésta es una pesar de manera adecuada la empresa intelectual de White, para cap1.11
conclusión cuyas consecuencias y envergadura conviene retener espe· la clave desde la que se mantiene su posición, el historiador Ítilli auu
cialmente, no porque sea importante en el discurso de White - que emprende una aproximación biográfica. Esta aproximación, que cs lllt.l
lo es-, sino porque constituye uno de los momentos capitales de la interpretación âe su trayectoria y, como tal, irremediablemente rccltu
descripción emprendida por Ginzburg y a partir de la cual se medirá cionista, complemebta, afiade, matiza y corrige los datos apuntados <' 11
y con la que se enfrentará. «Montrer>> y su diagnóstico. (Qié incorpora Ginzburg ahora que co111
plete la teoria de White acerca de la obra histórica?
4. Como antes se indicá, el siguiente ensayo en el q ue Ginzburg Aquello que nos propone no es indagar en los fund amenlos tt:<'1
menciona y aborda de manera explícita a White es el que lleva por ricos o asertivos de Metahistoria, descritos en lo esencial en lo dicho
título Unus testis. La alusión al norteamericano que se contiene en ese hasta ahora, sino averiguar y evaluar los referentes en los que h:1 b.t
trabajo es ahora mucho más extensa, mucho más pormenorizada, in· sacio su análisis. O, dicho en otros términos, aquello que nos pmpo
cluso con detalles biográficos. De hecho, buena parte dei artículo ne es observar la posición epistemológica desde la que habla Wltitl..
constituye una interpelación directa a -y un análisis explícito de- identificando para ello los interlocutores de los que se ha servido c11
White. Sin embargo, como suele ocurrir en la mayor parte de sus la elaboración de su edificio teórico. Dicha identificación acaba sic11
obras, su objeto expreso no coincide con la meta implícita que se pro· do algo así como un recorrido stú generis por la biografia intelectu.tl
pone. En este caso, el propósito manifiesto de su texto es la defeosa dei investigador norteamericano. Aunque sólo fuera por eso, m erctc
de lo que llama con evidente expresión freudiana «el principio de rea· ría tomar en consideración este trabajo de Ginzburg, siendo como c.\
lidad». Aunque no es eso lo que ahora nos interesa, sino más bien de el esfuerzo m ás serio (y polémico) de exactitud y de exhaustividad pot
qué manera White acaba retratado. su parte en relación con White.
Las alusiones al norteamericano se hacen explícitas a propósito de Según leemos en Unus /estis, la trayectoria de Hayden White se h.1

196 197
bría definido a partir de cuatro referentes teóricos que serían, ~ la vez, la clave de lectura que el propio Ginzburg nos· propone, al argumen-
cuatro influencias de distinta cronología. Nos habla así, en pnmedu- to dei historiador italiano deben aiiadírsele algunos datos para enten-
gar, del impacto temprano que tuvo en su concepción !a filosofia neo- der mejor la trayectoria de White sugerida en este retrato. En ese sen-
idealista italiana a partir sobre todo de la lectura entusiasta de la obra tido, es imprescindible seiialar cuál era e1 objeto de análisis de aquel
de Benedetto Croce, lectura cuya repercusión iría disminuyendo pau- texto. En aquei volumen se estudiaba el declive dei historicismo ale-
latinamente. Seiiala asimismo el creciente e indesmayable relieve que mán. Sin embargo, dicho asunto no se percibe inmediatamente en su
tendría en su investigación la reflexión de Michel Foucault, c<?nocida título inglés, ya que un neutro History reemplazaba al italiano Stori-
y valorada muy pronto también, ya desde los anos 60. Le atr~buye a cismo, dado que la voz Historicism habría confundido al lector, al de-
Roland Bârthes, en tercer lugar, y a sus obras mayores, una mfluen- cir de White, ai menos después de la «unfortunate» designación de
cia no menos relevante, aunque algo más tardía, en la producción del Popper.
norteamericano. Y, en fin, deja en último lugar el referente implícito No obstante ei objeto enunciado, es decir, más allá de las páginas
más recurrente y a la vez más inquietante de Hayden White: Giovanni que, en efecto, dedicaba Antoni ai historicismo, lo que, a juicio de
Gentile. Veamos en qué medida esto es así. White, hacía interesante el libro eran dos de sus virtudes implícitas.
El primer dato significativo de White, según el itinerario des~rito, En primer lugar, su ilustración y defensa dei pensamiento croceano,
se remonta a 1959, fecha de la publicación de su primer trabaJo ~n «not always familiar to American readers». Y, sobre todo, su perspec·
el domínio historiográfico y, por tanto, anterior a The Burden of Hzs- tiva epistemológica, dado que «perhaps it will serve to help resolve
tory. <En qué consistía aquel temprano ensayo? Eran el prólogo y la that pointless, because misconceived, conflict between "objective" his-
introducción que el norteamericano dedicaba ai libro de Carlo Anto- tory and "relativistic" history», conflicto que «breaks out ever so of-
ni Dallo storicismo alfa sociologia, publicado originariamente en 1940,. y ten in the American historical and philosophical journals and which
cuya versión inglesa se debía a la mediación y ai esfuerzo dei prop10 had its origins in this country in a misreading of Croce's early works».
White. (Q!Iién era aquel autor? Ginzburg es escueto. Convendrá, Veamos estos asuntos con un mayor detalle y evaluemos, ahora sí,
pues, aiiadir da tos que permitan enmarcar in~ormativame~te. ei argu- con Ginzburg la temprana sintonía que sintió el norteamericano con
mento de aquél. Según confesaba Hayden Wlute, su conocimiento de Croce. En primer lugar, el título de su introducción es en sí mismo
Carlo Antoni era resultado dei intercambio cultural del que se había revelador: <<Ün History and Historicisms». Y es éste, porque su propó-
beneficiado gracias a la obtención de una beca Fullbright de amplia- sito es dar fe de la preeminencia otorgada a la historia en el siglo XIX
ción de estudios en Italia. · y dar cuenta de la naturaleza distintiva de los historicismos. Si la his-
Nacido en 1896 y profesor d~ filosofia en distint~s _Iiceos y ~ni­ toria tuvo un relieve tan evidente, dice White, es por la estima que
versidades, Antoni era, sobre todo, un fiel colega y prestigiOso segmdor le dispensaron los representantes dei romanticismo, dei idealismo pos-
de Benedetto Croce, reconocido con distintos galardones, entre ellos kantiano y dei darwinismo. Ese aprecio tuvo, además, su reflejo en el
el «Premio Einaudi» en 1952. Según la opinión que Ginzburg expre- desarrollo de distintas formas de <<historicist attitude>>: en concreto, las
sa en su breve referencia, lo realmente sustantivo de aquellas palabras que, en palabras de White, se expresarían en el <<naturalistic histori-
introductorias y contextualizadoras que White dedicara a la obra de cism>>, que postularía la aplicación de las categorías de la ciencia po-
Antoni es la temprana opción que revelan: su adhesión a la tradició~ sitiva a los fenómenos históricos, disolviendo con ello la historia en
croceana. En efecto, Antoni, que, según se insiste repetida y enfáti- la sociología; las que se manifestarían en el <<metaphysical historicism>>,
camente, era un discípulo de Benedetto Croce, constituía la excusa ~' en virtud dei cual se establecería un criterio de discriminación de lo
mejor, la razón que le permitía ai norteamericano mostrar su pr?XI- real «outside of time>>, en e1 concepto o en la creencia religiosa, de
midad con e1 filósofo neoidealista italiano. Fuera de esto, la alus1ón manera que aquello que cree descubrirse es <<not a process but a plan>>;
de Ginzburg a Antoni ya no se repite: tal_ vez porque, en efecto, _la y, en fin, las que se difimdieron bajo e1 «aesthetic historicism».
propia apoyatura de White en Carlo Antom se nos muestra como s~g­ Conviene detenerse en esta última corriente en tanto es o puede
nificativamente circunstancial, perdíendo reiieve frente al protagoms- ser concebida ahora como el punto de arranque dei narrativismo de
mo que logra el gran ·B enedetto Croce, aquel que con un punt~ de White, inmediatamente matizado, como veremos, por sucesivas apor-
ironía y con otro de constatación llamaba Gramsci ei «papa laico>> taciones. Dice el norteamericano que, frente a los historicismos natu-
de ltalia. ralista y metafisico, que reducen o hacen desaparecer la responsabili-
Sin embargo, si nos aventuramos en e1 itinerario biográfico y en dad oponiéndole tm monismo explicativo, el historicismo estético se

198 199
desarrolló afirmando la libertad humana y la creatividad individual, Ginzburg, advertimos de inmediato el peso que adquiere la. in~oc.t·
esto es, depositando el crédito en la acción humana propi~merrt~ di- ción de Croce, de un joven Benedetto Croce, el de La storza nrlottn
cha. En este caso, la meta de la reflexión no fue la propta reahdad solto il concello generale de!rarte, de 1893. Dicho texto, que nada de.,
histórica, susceptible de ser descrita a partir de categorias científicas o pués de un pasajero coqueteo con el marxismo, se concibe com? «tltl·
invocando un Weltplan preestablecido, según lo seiíalado antes. Al revolutionary essay which ultimately would lead to the declara.tHw. :11
contrario, el objeto será el propio investigador to~ad~, en efect~, the independence of history», después completada con la pubiH'•I<' IIIII
como centro de atención. Eso significaba que la vahdactón de la vt- de la Estética, en 1901. <En qué sentido sería la suya una c:ontlih11
sión verdadera de la historia no dependia tanto dei pasado como dei ción <<revolucionaria»? En el sentido de identificar histori.1 y .111 1· y,
sujeto cognoscente, es decir, del historiador irremediablemente con- por tanto, en el sentido de subrayar la identificación de la ·'.' ti vid,ul
temporáneo, dei historiador habitante dei tiempo pres.ente. . histórica como práctica también artística, como nos recucrcln Gnllhllt H•
En opinión de White, la novedad aport~~ a se llevo demasta~? le- <Cómo llegaba a esa conclusión? La conclusión era un p ,l\11 .11!1
jos, hasta el punto de que los objetos tra~tcLOnales de la reflex10n y lante, era una derivación valiente y significativa que inlcntah:~ .tf1 111t
dei conocimiento, el pensamiento y la accrón h~manas. ;n el p~sado, tar de otro modo la discusión decimonónica acerca de 1,1 n.thn .tlrz.t
acabaron siendo menos relevantes que la propta creaoon ongmal Y epistemológica y metodológica de las ciencias .. Como se s.tl.1e.' .'·1 dl'
creativa dei historiador individual. De hecho, concluye, «the e.ffect of bate se habia centrado sobre todo en Alemanta, en l :~ s p ostbdul .ul l·~
the narrative was considered more important than its truth or falsity», y en los limites de las 'disciplinas .se?icentemente ~~molétic .ts ,. itl1'11
con lo que se llegaba a un «radical relativism, a nihilism», dado que gráficas y, I?or tanto~ e~ I.os r~ndtmtent?s. cog?osctt~vos de l ~1~ 111 ~111
no se distinguia entre el mundo imaginaria, aquel que era creado por dos gen eraltzantes e mdtVlduahzantes. St ctencta ~s s~e mprc 1 11'111 "' dr
la mente del artista, libre de ataduras y omnisciente, y el mu.ndo real, lo universal, obtención de leyes generales expltcattvns, y d 11111· ,.,
aquel que era extrasubjetivo y .extraiío ~.la con~ie~ci~ o al dtctado d~ siempre la manifestación d~ lo irr.eductible~ente individwll, ' 'I''~ ··~
la volición. Admitido lo antenor, admtttdo lo mdtstmto del relato h- la histeria, en ese caso? <<Stnce htstory obv10usly was knmvl<:< •\r o i
terario e histórico, el historiador quedaba irresponsabilizado d e cual- the individual, history -proseguía White- must bc :111 arl», y, 11111111
quier obligación con respecto a la verdad, .dev~~iendo nada más y tal arte relacionado con la intuición y con la imaginaci611. Aluu .,
nada m enos que un servidor de la belleza. (~tene~ fueron los que i
bien, admitimos que lo es, en ese caso será (<a spcci:tl kind oi .11 1•,
defendieron argumentos de este género? Segun Whtte, los r~prese~­ dado que afirmar la intuición o la imag~nación no di ce n.uln .11 ' ' " 11
tantes de este punto de vista <<historici~ta» estéti~o h~brían. srdo Mt- de la relación de lo individual con lo umversal. Por tanto , e11111 11 "'d' '
chelet, Burckhardt y Carlyle, siendo Ntetzsche «tts htgh pnest», pre- así, no se resuelve ni se agota la cuestión planteada, ai 111enu' ''" ' ' •
cisamente -aiiade- p or consumar dicha perspectiva con <<a revolt minos de conocimiento.
against history itself;,, . . . . , Croce prosigue, en este caso en Logica come scieuzn drl rmJrl'lltl /'"'"·
La escisión entre los dtferentes htston ctsmos solo pudo superarse, preguntándose acerca de la historia y su relación con la . Vt:t d11d , ·••
apostilla White, hacia finales de la centuria gracias a la aportación de pecto que no trataria o que no resolvería aquel que dcfcndtl't,l l.t tdt'll
Benedetto Croce. En efecto, fue él quien sintetizá todas esas formas tificación de histeria y arte. Por tanto, al plantearsc el prohle•"•' ''I'"
de actitud historicista, quien depurá, por parafrasear ai propio filóso- temológico de la histeria, Croce a?orda también la r~la ci ó n (jlf<' Jlllf'd••
fo italiano, lo que estaba muerto de lo que estaba vivo, y, en fin, haber entre lo individual y lo umversal. En ese sentido conduy1· 1(111
quien convirtió la distinta verdad que contenían en. u~a «new, .aut~­ la verdad universal y la verdad individual son realmente c l ~ul e lll t!'l 111
nomous and self-justifying form of thought». AI radtcahzar el htston- separables en cada cognición digna de tal nombre: «the unt vc: • ~·•l 11111 ~ 1
I
cismo al ser sensible a las demandas dei arte y de la poesia, y ai plan- be present, incarnate in the individual», aiiade White .. P~r .cllu 1111 ~ 111 11
tearse 'también la cuestión de la verdad, su pensamiento ahondó en sólo habría una clase de juicio : aquel en el que lo mdtv1du.d ·w 111
<<the problem of history conceived as art», en unos términos que no tuye y se subordina al pensamiento bajo conceptos univcrsalc,, I h
eran exactamente coincidentes con los de Nietzsche y Burckhardt. Es gados a este punto, pues, la historia se revela finalmente co mo J, 11 111
ahora, por tanto, cuando cobra relieve el filósofo italiano, y es a?~ra nición de lo individual bajo la expresión de conceptos puros, qu<· ''' "'
precisamente cuando Ginzburg desarrolla su argumento a propostto los que encarnan lo universal. Cuando ocurre así, el mundo d e~' ''
de la relación White-Croce. bierto por la imaginación -operación propia dei arte- puedc st•r <'V.t
Si nos adentramos en las páginas de la introducción, seiiala Carlo luado en términos de verdad o falsedad, de belleza o feald ad, dt· 11 11

200 201
r 1 ..

lidad o inutilidad, conceptos puros que tienen que ver más con _la fi- más o menos rotunda de Croce, y es también e! momento en e! que
losofia que con la ciencia. · · se produce su aportación más abierta y enfáticamen~e antirrealista:
ms este Hayden White e! que ahora conocemos? <Es este H ayden aquella en la que se desinteresa de conciliar arte y ciencia, narración
White fielmente croceano y <<moderado», ajeno ai radicalismo dei «aes- y verdad, a la manera de lo sostenido en 1959 y en 1966.
thetic historicism» de Nietzsche, el que habrá llegado en 1959 a su ma- Podría argumentarse que, al menos, el texto de 1966 («The Bur-
duración intelectual? No, aõade Ginzburg: con e! paso del tiempo y den») formará parte después, en 1978,. de la recopilación Tropics of Dis-
de su propio desarrollo, el norteam ericano se distanciará del neoidea- course, lo que introduce «m oderación» croceana en un libro posterior
lismo de Croce consumando su propia aportación original en el ám- a Metahistoria. Sin embargo, no hay que olvidar dos cosas: en primer
bito historiográfico. Esa distancia voluntariamente marcada por Whi- lugar, que, en todo caso, The Burden of History expresa opiniones o
te se planteará, no porque se le antojara incorrecto o restrictivo el puntos de vista de 1966; y, en segundo lugar, que, según nos recuer·
supuesto croceano de la identificación de la histeria y el arte, sino da Ginzburg en Unus testis, «a partire da Metahistory egli si e interes·
por una razón que llamaremos, con Ginzburg, antirrealista. Esto es, sato sempre meno alia costruzione di una "scienza generale della so·
aquello que apartaba a White de Croce procedía del apego irreducti· cietà", e sempre piu al "lato artístico dell'attività storiografica"». Como
ble que e! propio filósofo italiano atin sentía por la representación aõade ei historiador italiano, esto último se confirmada justamente en
realista dei mundo, entendiendo por tal un concepto del arte domi· Tropics of Discourse. Es en ese volumen en donde e! concepto de <<tró-
nado <<por las premisas dei perspectivismo renacentista, es decir, por pica», heredado dei enfoque de Metahistoria, se elabora en un univer-
cl figuralismo visual>>. Ello le llevaba a despreciar la aprehensión esté· so de discurso poscroceano, en concreto más próximo ai estructura-
tica dei mundo basada en el irracionalismo, por ejemplo, al conside- lismo, como él mismo ya reconocía en su obra de 1973.
rar que «el arte no representativo» era «arte simplemente maio (...), y Según puede leerse en las primeras páginas de la introducción a Tro-
por lo tanto no arte>>. pics of Discourse, aquello que estudia con los procedimientos de la tro·
Sostener lo anterior, leemos en ·algún pasaje de Metahistoria, era pología es «the process by which all discourse constitutes the objects
defender una visión empobrecida dei arte, lo que, a juicio de White, which it pretends only to describe realistically anel to analyze objecti·
afectaba muy negativamente a la propia concepción de la histeria que vely». A1 margen de las implicaciones concretas que esta orientación
ei filósofo italiano mantenía, dada la identificación que hacía . entre tendrá en la propia obra de White, lo que ahora interesa destacar es en
una y otra actividad humana. En términos literales: qué medida la posición que encarna e! análisis tropológico le distan-
ciaba definitivamente de Benedetto Croce. Pues bien, Ginzburg pone de
... aunque Croce estaba en lo correcto en su percepción de que relieve este aspecto, lo subraya, y ello por cuanto le permite entender
el arte es un modo de conocer el mundo, y no una mera reacción por qué White no es un croceano, por qué e! White maduro y original n o
física a él ni una experiencia inmediata de él, su concepción de! se adhiere a la perspectiva epistemológica dei filósofo italiano.
arte como representación literal de lo real aislaba efectivamente ai his· Si se toma radicalmente en serio, y e! argumento lo merece, que
toriador en cuanto artista de los más recientes y cada vez más do· sólo es e! verbo dei historiador e! que constituye lo real, aunque crea
minantes avances hechos en la representación de los diferentes ni- o diga captaria en términos realistas, se niega auténtica posibilidad
veles de conciencia por los simbolistas y posimpresionistas de toda cognoscitiva ai sujeto que se enfrenta a la realidad ontológica exter-
Europa. na. Además, si se aõade inmediatamente que, a decir verdad, no hay
criterio epistemológico que conftrme la calidad dei conocimiento que
Creer en ello, apostillaba el norteamericano, convertia a Croce, al e! sujeto ha creído captar y que, por tanto, nos permita discriminar
filósofo neoidealista, en un involuntario, paradójico y rezagado <<rea· en términos de conocimiento entre unas y otras obras históricas, la
lista». {Realista, en qué sentido? No en su acepción estrictamente ar· conclusión anticroceana es obvia: no hay propiamente aprehensión
tística o ]iteraria, es decir, como corriente decimonónica de la nove- representativa dei mundo, que era, a la postre, lo que a Croce !e in·
la y del relato, sino realista en su sentido cognitivo, aiiade Ginzburg.. teresaba dei arte y, por ende, de la misma histeria. Y ello al m argen,
E! reconocimiento de la admisión irreductible dei realismo epistemo· de momento, dei juicio que a Gin zburg o a nosotros n os pueda me·
lógico en C roce, más aliá de la valoración y de la estim a que el filó- recer la pertinencia o la impertinencia dei argumento y de sus conse·
sofo aún despertara en White, es fundamental. A juicio de Ginzburg, cuenctas.
ése es e! momento en e! que el norteamericano se separa de manera Como apostilla e! historiador italiano, defender lo anterior es asu·

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mir de manera explícita una posición «soggettivista», dado que se ad- logía a las restantes ciencias sociales. Entre otras rasgos, se caracterizá
mite la imposibilidad de ese criterio objetivo que consienta jerarqui- por el énfasis dado al conocimiento dei todo, e~presado en este caso
zar las obras y sus resultados. Pues bien, concluye previsiblemente en el conjunto y en la intersección de las relacwnes profundas y de
Ginzburg, el subjetivismo así expresado es contrario al realismo irre- las combinaciones sistemáticas de las partes que lo integran y a par·
ductible dei que nunca se desprendió Croce, en tanto para él la obra tir de las cuales se define. Esas partes, pues, son irrelevantes fuera de
era, en efecto, una representación, pera una representación de algo ex- su combinatoria, por lo que dejan de ser ~oncebidas como elementos
terno, de algo que no era sólo una producción textual inverificable primeros, observables, irreductibles o aislables.
empíricamente. Por tanto, la distancia con respecto ai filósofo neo- {En qué medida Michel Foucault y Roland Barthes fueron cst1ut.
idealista la marca el propio White en su momento de mayor madu- ruralistas es decir se reconocieron como tales? Responder con put
ración : justo c uando en paralelo comienzan a difundirse posiciones menores' a esta pr~gunta nos alejaría ~e nuestro argumento pr~ucip11l,
antirrealistas por parte de otros intelectuales, también europeos, pero, y no es precisamente eso lo que nos mteresa. Pero para. ?brcvt:H y, .1
ahora sí, contemporáneos de! norteamericano. la vez, para dar cuenta razonable de este aspecto en relac10n c~ n aquc
Tornemos el caso de Francia, que es el que nos propone Carlo llo que nos ocupa, diremos que Foucault y Barthes fueron temdos pot
Ginzburg para identificar a aquellos otros referentes poscroceanos del tales, alcanzando celebridad como conspícuos representantes del pn
itinerario de Hayden White. Concretamente, las figuras que emergen mer estructuralismo en ámbito filosófico y semiótico. Como cs oh
en su biografia intelectual, al decir de! historiador italiano, son Mi· vio, eso no significa que lo fueran stricto sensu, .que admitieran I~ pc.'
chel Foucault y Roland Barthes. (Qué tiene de evidente y qué de ex- tinencia de dicha calificación o que se mantuv1eran en la obcdu.:nr t.l
trafio que sean éstos los pares de White? Y, más aún, (hasta qué pun- estructuralista durante toda su vida intelectual.
to es relevante y honda la influencia que Ginzburg les atribuye? La Sin embargo, su fidelidad o no al estructuralismo o a lo que se di
verdad es que el historiador italiano no se muestra pródigo y, en ese fundió como tal nos interesa menos que la percepción que de Jlou
sentido, no aventura una tesis completa sobre el particular. Q!Iizá por cault y de Barthes tuvieron y tienen Wh.ite y, por endc, Ginzb.ut )l,
la evidencia de la sintonía manifiesta, aunque relativa, que habría en- que es quien nos propone un retrat? particular. Tomemos, t~o r eJclll
tre las posiciones de White, Foucault y Barthes. Intentaremos, como plo, Metahistoria. (Qué hay de explíctto en esta o~ra que efecltv.llm'~llr
antes, completar la descripción que emprende el historiador italiano recoja la influencia de Foucault o de Barthes? St atendemos n la ltl t·
dentro de su propia clave de lectura. . ralidad de! texto, la presencia de ambos autores se manifics t.n .Po•. t·l
White nunca ha ocultado, y eso se hace abiertamente explícito en uso o la lectura que realiza White de dos de sus obras: la cd•ct6n 111
Metahistoria, la simpatía que le despertá la perspectiva estructuralista. glesa de Las palabras y las cosas y la versión original de Mic!Jrlrl.
Es más, a la altura de 1993, en la entrevista que mencionábamos, to- En el primer caso, nos hallamos ante ~n texto doblemcnlc t:.lpt
davía se seguía defmiendo como estructuralista, aunque no ignorara tal: para el propio autor y para el debate mtelectual contem podn.c1n .
los avatares ya antiguos que habían sacudido dicha corriente, las crí- Las palabras y las cosas fue, en efecto, un ensayo que por su profcsmu
ticas de las que ha sido objeto y, en fin, las abdicaciones de aquellos de fe antihumanista alcanzó celebridad y fue empleado como po11 a·
que fueron sus maestros pensadores. lDe qué estructuralismo habla- estandarte del estructuralismo. El objeto explícito de aquel vo lun1ct1
mos? Apelar a dicha etiqueta es ya en sí mismo problemático, en tan- era Uevar a cabo lo que Foucault denominaba la arqueologln d~ l.1s
to la complejidad o la indefinición de aquel movimiento intelectual ciencias humanas es decir, observar cómo y en qué momento h1stó
y también de aquella moda suscitaron todo tipo de controversias, de rico se habían c~nstituido esas disciplinas renunciando a aplic:tr so
adhesiones y de distancias críticas. Con todo, una versión llevadera, bre esa historia una noción de progreso evolutivo como exprcsi6n tlc
operativa e instrumentalmente aceptable para los fines que ahora nos una racionalídad que se iría desenvolviendo. Según revelaba su au lot,
proponemos podrfa discurrir en los siguientes términos. la formación de estas ciencias se habría producido en la eclad con
El estructuralismo fue una corriente dei pensamiento francês que temporánea o, mejor, bajo aquel orden discursivo y cognoscitivo qu<:
sostuvo, frente al humanismo y ai «historicismo», la primada cognos- en terminología foucaultiana cabría calificar como episteme moderna por
citiva de las estructuras inconscientes y extrasubjetivas en el análisis oposici6n a la episteme clásica. .
de la realidad. Desarrollado principalmente en los anos 60, el enfo- Es decir, disciplinas como la lingüística, la economía o la .pst~o·
que estructuralista tuvo su reflejo en la adopción de unos presupues- logía no nacerían autodepurándose de aquellos elementos prectenufi·
tos metodológicos exportados desde la lingüística y desde la antropo- cos que habrían impedido o dificultado su progreso. Nacerían, por

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contr~ •. en oposición ~ an~eriores domínios de lo empírico, como, la por príncipe dei estructuralismo? Michelet fue para Barthes un écri-
~amattca general, Ia htstona natural y el análisis de Ias riquezas, mar- vain y no tanto un écrivant, es decir, jamás escribió acomodándose a
candose entre u~as y ,otras una cesura, una ruptura de episteme, rup- una koi'né normativa. Fue, por contra, un auténtico creador capaz de
tu~a e~ la. que SlJ?Ul~anea,mente ,se crear!a al hombre como objeto y una escritura propia, sobre todo personal, y en la que se encarnada
SUJeto . testS que JUSttficarta el celebre d1ctum fouca ultiano acerca dei con incisiones profundas el yo de! historiador. Gracias a esa cualidad,
ho,mbre co~o creación reciente. Con esta operación, más amplia y desplegaría un arte pulsiona1, viene a decir Barthes, un arte que ín-
m as compleJa en la obra de. ~ou~ault de lo que aquí nos permitimos, troducíría directamente el cuerpo en el lenguaje. Con Michelet, nos
su autor postulaba una noc10n d1screta de la historia intelectual de Ia las veríamos, pues, con un historiador excesivo, dueiío de un signifi-
qu~ se expu~saría a~u~Ilo que ei autor entendía que eran ciertas inge- cante suntuoso y escéptico con la operación reificadora de los hechos
n.mdades epi~temologicas de los historiadores, en concreto la eviden- postulada por el positivismo. No es extraiio, por tanto, que dicha in-
cta de los. obJe~os de conocimiento o, dicho en otros términos, Ia su- clinación le aleje de los historiadores, implicados en la disolución dei
pucsta extstenc1a natural de los objetos. La conclusión contraria iba subjetivismo y en la demarcación rigurosa de los géneros, y que esa
p~cs, en la diiección constitutiva dei objeto de conocimiento en eÍ lectura acabe por aproxímarle a Nietzsche. Admitido lo anterior, y
d}scurso. Pero, a.demás, de ~s~ ,historia intelectual foucaultiana queda- más allá dei empleo literal de aquella obra, la sintonía entre aquel pri-
nan ausentes la t~e~ de tradtcton y de continuidad, la idea de los uni- mer Barthes y White pasa efectivamente por el écrivain Michelet.
versales antr?pologtcos y, entre estas últimos, la idea dei propio hom- Por tanto, yendo más allá de Ia inspección hecha sobre Metahisto-
bre como l11lo conductor y como medida de todas las cosas. ria, convendría preguntarse por la hondura y la cronología precisa de
. ~n ~I segundo de los casos que hemos mencionado siguiendo las esas influencias foucaultianas y barthesianas en White, que es, a la
mdtcaciOnes de Ginzburg cab~ía ?bservar :I papel desempenado por postre, aquello por lo que se preocupa Ginzburg. La lectura de Fou-
~ar~~es, en, c?ncret? en Metahzstona. Pues bten, si nos guiamos por los cault no es sólo la que se hace a un par intelectual, sino que, ade-
~dtctos m~s mmedtatos, no parece que, a la altura de 1973, la influen- más, es objeto d e análisis y de reflexión escrita. Así, los primeros fru-
cia ?art~estana tenga una gran hondura. Es más: repasando las refe- tos datan de los aiíos 70, en concreto y también de 1973, con la
re~ctas hterales 9;t~ se ~ontienen, .no sería desacertado sostener que eJ publicación de «Foucault decoded: notes from underground•>, recogi-
A:IIchelet dei ~e.mtottco solo fue obJeto de una lectura instrumental, jus- do en Tropics of Discourse. Más adelante, en 1979, White volvería so-
tt~ca~a exphcttamente por la reproducción de ciertos pasajes dei gran bre ese argumento en «El discurso de Foucault», editado después en
h1stonador francés que se reunían en la obra de Barthes. De hecho E! contenido de la forma. En cambio, Barthes nunca fue tomado como
s~ eml?leo sólo se aprecia en el capítulo que White dedicara ai pro~ objeto exclusivo de un ensayo o, ai menos, no se recoge ningún tra·
PJO Mtchelet. ~or tanto, de entrada, estaríamos dispuestos a afirmar bajo de estas características en sus dos volúmenes recopilatorios. Es
que la rel~vanc1a que aquel volumen podía tener para e! norteamerica- más: aquello que puede entenderse como la lectura sistemática de
no era ev1denteme~te menor, aunque útil para los fines que se había Barthes es algo más tardía en comparación a la de Foucault, afiade
propuesto. A esa Il!!sma conclusión, es decir, a la escasa impronta que Ginzburg, y se acentúa sobre todo «all'inizío degli anni '80».
tempranamente d~JO Barth~~ en W~ite, llega Ginzburg. Aiíadamos, sin Admitamos con Ginzburg que la lectura profunda de Barthes sea,
emb~rgo, alguna mfo rmac10n ultenor que nos permita ahondar en el en efecto, más tardía que la de Foucault. (Significa eso que hay una
prop10 argumento de! historiador italiano. relevancia desigual de ambos autores en la obra de White? A partir
Como nos recordaba Louis-J ean Calvet, Roland Barthes se había de lo que dice Ginzburg, y tomando como principal criterio la pu·
e~frentado a la lectur~ de Michelet ~n unas c~:>ndiciones muy espe· blicación o no de un ensayo analítico dedicado a uno pero no a otro,
ctales,, en concreto hacta 1?45, es de~1r, con trem ta afias y cuando se debe seiíalarse que hay una disparidad en la influencia, en este caso
r~sent1a de una tuberculosts que le 1mpedía una vida profesional ac- favorable a Foucault, al que, como antes indicábamos, se le dedican
tl~a Y le a~artaba de lo que después sería su dedicación plena a la es- dos ensayos. Y, además, aiíade Ginzburg, de la consulta dei propio
cntura .. Mtchelet fue para él una obsesión y un lenitivo, una huida índice onomástico de alguno de los libras de White, en concreto Tro-
de~ ted10 y ~~a. forma peculiar de autoinspección . Fue, además, un pics of Díscourse, parece inferirse una influencia secundaria.
~bJeto de ~~ahs1s y un referente intelectual que, a pesar de su poste- (Qyé papel cumpliría ese Barthes visto y no visto, ese Barthes pre·
?Or evol,ucto~ o ~ai v;z por ello mismo, jamás abandoná o desdeiíó. sente y no presente? La lectura profunda y sistemática de este autor
<Por que razon? <Q!te encontraba en Míchelet aquel que se !e tuvo vendría a reforzar el despegue poscroceano marcadamente antirrealis-

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ta de White. Es por eso por lo que la lectura tardía dei francês _por Sin embargo, hay un Roland Barthes ocupado ocasionalmente de
parte de White, apostilla Ginzburg, tiene su materialización más· evi· la histeria. Tomándonos en seria el argumento de Ginzburg, la con·
dente en la apropiación de un dictum barthesiano muy con ocido: el clusión es obvia: es ése Barthes el que tiene influencia en White. No~
hecho sólo tiene una existencia lingüística. Si el lector se atiene a lo referimos, claro, al autor de aquellos dos ensayos breves pero impo•
dicho por G inzburg, no sabrá cuál es la procedencia concreta dei aser· tantes titulados «El discurso de la histeria» y <<El efecto de realidacl>•,
to, de qué texto de Barthes se toma. Por contra, el historiador italia· publicados originaria y respectivamente. en 1967 y 1968. Son és tos dm
no se apresura en advertir inm ediatamente en qué obra White lo enar· trabajos sucintos, cuyo principal objeto es el análisis de lo que con t•l
bola como divisa, en qué libra dei norteamericano se consuma su semiótico francês llamaremos la ilusión referencial, es decir, cómo y dt
apropiación: E! contenido de la forma. Si Ginzburg sostiene lo anterior, qué manera la histeria y la novela, Michelet y Flaubert, provm.111 ri
{en qué medida es coherente la atribución que hace de la influencia efecto de lo real en unos discursos narrativos que, antes que oll.t t m.t,
de Barthes en White?, y {en qué medida es cierta la mayor relevan· son eso: palabra. La pregunta que guía la reflexión·provocacu~u dr
cia que concede a Foucault sobre White? A nuestro juicio, sus argu· Barthes es ésta: cómo creen y nos hacen creer historiadorc~ y JHIVt'
mentos podrían defenderse en los siguientes términos. listas que la lengua captura una realidad que es tridimension.tl y dr
Tornemos la tesis principal de Ginzburg: el hecho de dedicar o no ontología diferente.
un ensayo al análisis de uno u otro autor. En el caso de Michel Fou· Pues bien, no hay tal cosa, no hay captura. Ahora si quc cnlcll
cault, la razón para destinarle dos trabajos es, por un lado, la sinto· demos en toda su hondura e! argumento del historiador it rtl in11o .d
nía que siente por los procedimientos empleados, ciertamente; pero, conceder tanta relevancia ai dictum barthesiano más querido p01 Wl11
por o tro y más importante, por abordar aquél temas y asuntos que te: el hecho no tiene nunca una existencia que no scn lingl\lsti< ·'· V
son muy próximos al propio objeto de White: en concreto, lo que ai1adiríamos más: aún se entiende mejor si completamos co11 .tllllllltll<
Foucault proporciona en este âmbito es un análisis histórico debelador frases más la referencia. Para Barth es (para el Whitc m:~d\11'11 y pu%
de lo que podríamos identificar como aprioris, es decir, de aquellos croceano, en definitiva), los hechos sólo tienen una ~.:xi s t ctH i.t ltn
elementos dei conocimiento que se han constituído independiente· güística, en efecto. Pero, como afiade en ((El discurso ele la lt i.\hlltll-,
mente de la experiencia. La conclusión es, con Ginzburg, que la pro· «todo sucede como si esa existencia no fuera más que b "copi.1" P'"''
pia obra foucaultiana trata de demostrar la constitución discursiva de y simple de otra existencia, situada en un campo cxtracsttucltll .tl, l.t
los objetos históricos, argumento muy importante en White. Es decir, "realidad"». Por lo que ya sabemos de White, a partir de 1." I''"P'·"
lo que más aprecia de su aportación es e1 momento constructivista indicaciones de Ginzburg, la proximidad de estos asertos .1 In \11\lt' lll
del saber concebido como un antirrealismo epistemológico. do por el norteamericano es eviden te. No es disparatada, puc\, l.t lt'\1~
Pues bien, si el norteamericano no le dedica ningún ensayo a Bar· de aquél a propósito del refuerzo barthesiano de la etapa pcm ru1 <'.111.1
thes, ello puede obedecer a los objetos de conocimiento habitualmen te En fin, tanto Foucault como Barthes le p ermiten alirm.u \ 11 ptu
diferentes a los que ambos se enfrentan. En este hecho n o se detiene pia inclinación epistemológica. Por eso mismo, y en principio, l.t t n 11
Ginzburg o, al menos, no lo destaca de manera explícita. Foucault pare· clusión a la que llega Ginzburg después de su breve repaso a lm 1r
ce un historiador, emplea fuentes históricas y analiza discursos y prácti· fe rentes descritos es la de qu e con el norteamericano nos h.tll.ullo\
cas que podríamos llamar históricos. Y todo ello según unos procedi· ante un antirrealista, o, mejor, ante alguien que asume una pminb11
mientos de exhumación·construcción del pasado, primero l;t arqueología radical y abiertamente subjetivista, sin que de entrada qucpn .tttihuu
y luego la genealogía, que también le interesan especialmente a Whi· le a esa calificación una acepción derogatoria. Ahora bien, (c6t\tú lkll•'
te. Barthes, por contra, sólo se ocupó una vez de un objeto declara· el norteamericano a dicho enfoque epistemológico? White se CU111h11 <'
damente histórico, Michelet, aunque eso mismo no fuera obstáculo así, afia de el historiador italiano, no sólo ai distanciarse ele C •W 't• y
para que sus ·recursos analíticos y sus orientaciones metodológicas le ai apoyarse más o menos en Foucault y en Barthes. Hay, cu cftTio,
interesaran a White. H ay, pues, una diferencia de grado en Foucault un último referente que es clave en la evolución dei norteamcricauo.
y en Barthes en lo que se refiere a la atención y al interés que le de· La atribución que en este punto sostiene Ginzburg es probnble
dican a la histeria. Asf como hay textos de .autores diversos que lle· mente la más polêmica. Conviene, pues, abordaria con prudent.:i.t y
van por título evidente e instrumental Foucault for Historians, no co· con el mayor esmero. Según el historiador italiano, White da el paso
nocemos nada parecido en el caso de Barthes, es decir, no hay u n definitivo en su trayectoria poscroceana a partir . de un estímulo que.
J?arthes para historiadores. habiendo sido temprano, había permanecido, a la vez, en estado de

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latencia. Por eso mismo, aõade Ginzburg, hasta ahora no se le había ba la forma de escribir la historia, sino, más propiarnente, se excluía o
prestado la necesaria atención. Nos referimos a la obra de Giovanni se proscribía otra forma de hacerl~. Y, llegado a este punto, Whi~e cita,
Gentile y a la influencia que pueda haber tenido en el autor de Me- entre otros, a dos referentes del stglo XVIII, a Burke y a Kant: mt~ntras
tahiston·a. Si hemos dejado este referente para el final dei repaso y aná- lo bello produce sentimientos .de finitud, de encanto y de delette, lo
lisis de Unus testis, es sobre todo por ser la identificación intelectual sublime nos embarga desde lo mconmensurable, desde el terror que se
más discutible, menos evidente y, a la postre, más inquietante de to- expresa en la pasión y en la saturación o en el suspenso del. á~ü~~·
das las propuestas por Ginzburg. Entre los pocos historiadores que fueron ~ebeldes ~ la ~tsctplma
De hecho, el propio historiador italiano es consciente de esta úl- de lo bello, hallamos a Michelet, aiiade Whtte. Un htstonador ~an
timo. Está en la obligación, pues, de argumentar con convicción, con irreductiblemente distinto como Michelet, aquel que fue concebtdo
extensión y, en defmitiva, con un mayor pormenor la cercanía o, me- por Barthes como el príncipe del ~igni~cante excesiv.o y suntuoso, se-
jor aún, la sintonía antigua que White haya podido exp erimentar con ría devaluado «por parte de los htstonadores profesLOnal.es». .Y aque-
respecto a este discutido pensador italiano_ En ese sentido, el lector lla devaluación se debió, entre otras cosas, ai h echo de msptrarse en
renuente opone la evidencia dei silencio a la atribución que Ginzburg aquello que «una estética anterior denominá sublime» y qu~ es la que
postula, es decir, opone la prueba de que White ni habla de, ni es- ha estado <<elogiando implícitamente» a 1? lar~o d.el trabaJO frente a
tudia a Gentile, al m enos en el sentido en que lo hace con otros de la autopercepción disciplinaria de los prop~os l11S~onado.re~. ~u7ron. ;a:
sus referentes intelectuales indiscutibles. Como es lógico, hay que con- rios los pensadores que se mostraron re~c10s a dtcha dtsctplmtzac~on .
tar con esta último para defender con mejores argumentos la tesis pro- entre otros Schiller y Nietzsche, en el stglo XIX, y, ya en nuestra ep~­
puesta. Así, «per quanto ne so - reconoce abiertamente Ginzburg- , ca, lo sublime reaparece <<çn el pensamien~o de filósofo~ ~orno Het-
White non ne ha mai analizzato gli scritti, anzi - afiade de inmedia- degger y Gentile y en las intuiciones de Httler y Muss?lmt».
to- non l'ha mai nominato». · <Permite esa conclusión vincular el nombre de Whtte al de Gen-
En efecto, s! se repasan las obras de White, no hay texto que se de- tile? En opinión de Ginzburg, y a pa.rtir de ~o at;lterior_, l~ afinidad es
dique abiertamente al fllósofo italiano; si, además, confrontamos los ín- indiscutible_ Veamos, sin embargo, con el histonador ttaltano en qué
dices onomásticos, la conclusión es la misma. Sólo una vez, tal y como medid~ son sólidos los cargos que se le podrían imputar ai ar?umen-
subraya Ginzburg, aparece el nombre de Gentile. La alusión se da, por to que sostiene. Si negáramos ~a sintonía en~re White ~ Genttlc s~l~
otra parte, acompaiiada por otras a Heidegger, a Hitler y Mussolini. porque el primero no ha anahzado sus escntos, .de~e namos adm.ttlr
<Resulta sorprendente? <En qué sentido se plantean estas menciones? en descarga de Ginzburg que el caso podría ser stmtlar a lo .ocurndo
El historiador italiano se detiene en el contenido dei trabajo en el que con el trato que dispensara White a Barthes. ~teremos clcctr,. 1:~ f.'l l-
figurao. Ahora bien, conviene afiadir algún dato más que nos permita ta de un estudio concreto de la obra y de las t~eas de Gcnttl.c P.or
entender estas afmidades electivas. «La política de la interpretación his- parte de White es un dato de hecho, una carencta que pucdc ser tu-
tórica» se publicá originariamente en 1982 y se puede seguir en El con- terpretada de diversas maneras, aunque, desde luego, !'lo t~ncmos por
tenido de la forma. Se trata dei ensayo en el que hallamos esa referencia qué tomaria necesaria e inevitablemente como un smóntmo de dc-
y es, entre otras cosas, un estudio acerca de la constitución de la disci- sinterés. En un mismo sentido, podría argumentarse acerca de 1:1 au-
plina histórica, es decir, acerca de las condiciones de formación de la sencia de Gentile de los índices onomásticos de los libras del norte-
historia como saber académico que se pretende riguroso y verdadero. americano. Admitamos, sin embargo, la evidencia de la ausencia. <De
Este proceso de «disciplinización••, prosigue White, entraõó, aparte qué modo podría justificarse ~icha f~~a? ,
de otras cosas, un fenômeno de desublimación, es decir, de expulsión En primer lugar, su ausencta exphctta sena hasta 1982, pues es en-
de la visión sublime de la historia por ser contradictoria y justamente tonces cuando advierte para él y para el lector que debemos <<preca-
indisciplinada. «Dado que la historia - aflade- , ai contrario que la vemos contra un sentimentalismo que nos llevaría a descartar seme-
ficción, supuestamente representa acontecimientos reales y por ello con- jante concepción de la historia••, la que, en origen, iden~ificaba. con
tribuye al conocimiento del mundo real, la imaginación (o "fantasía") la visión de lo sublime, <<simplemente porque se h a asoctado. a tde.o-
es una facultad particularmente necesitada de disciplinización en los logías fasci~tas», según leemos .en , <<La política d7 !~ i~terpretactón hts-
estudios históricos.» Pucs bien, según lo ve White, la solución dada en tórica••. Gentile aparece como Jalon de una tradtc~on u~telectual, la de
este punto a la disciplina de lo histórico fue «la progresiva deposición la adhesión a lo sublime, con la que, al final, se tdenttfic~ de manera
de lo sublime en favor de lo bello». Con ello, no sólo se domestica- explícita. Por tanto, White puede haber adaptado a Genttle como un

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mentor involuntario dei que no tendría por qué ser consciente. En oitiva, en quienes se había reconocido y de los que se había scnlidtl
ese caso, la falta a la que aludimos podría ser interpretada comó in· próximo. La primera evidencia de este supuesto resulta inapchblc:
dicio, como prueba de asimilación productíva que no requiere ser en· Carlo Antoni, aquella buena excusa que White se daba en 1959 pn111
fatizada o mostrada. (No era Borges quien decía que la mejor prue· hablar de Benedetto Croce, aquel fiel croceano al que parasitnriamcnl c
ba de haber asímilado a un autor es habedo olvidado literalmente se adhería para divulgar así la obra y las ideas de un filósofo poco d1
porque ya forma parte de nuestro yo más íntimo, porque nos hemos fundido entre los americanos. .
apropiado de él frente a toda evidencia? Si White conoció a un croceano genéricamente ortodoxo, .utu lr
No sabemos si el autor aceptaría la designación que proponemos, Ginzburg, «la familiarità con !'opera di Gentile puo esscrc lrauqudlu
pero, en cualquier caso, quizá lo que Ginzburg pone en funciona· mente presupposta in uno studioso come White», un auto r qut•, .1 I ~~"
miento para avalar la afinidad que postula es la intertextualidad. Con sar de las disonancias y de las distancias que en el futuro se dnduu ,
ello, no creemos forzar las propias referencias culturales de Ginzburg, habría de marcar a Croce de una manera decisiva. Es mns: c1111 c fslc'
en este caso la obra de Bajtin, autor estimado y conocido por el ita· y Gentile hubo una estrechísima camaradería intelectual dur.ullt· h11N
liano. La heteroglosia, es decir, el cruce de varios lenguajes, la poli· tantes anos, nacida dei hegelianismo, hasta el punto de que cl pwpto
fonía, esto es, las varias voces, los distintos hablantes que se introdu· Croce reconocería repetidamente en Gentile a uno de sus prÍIIttp.llr'
cen en un proceso de enunciación, o, sin más, el dialogismo como estímulos y acicates en la reflexión sobre el arte, la historin y 1.1 filn
operación que siempre implica un interlocutor presente, ausente o fan· sofía. Ahora bien, la época dei fascismo es también la época dl' !.1
taseado, son todos eilos asuntos clave de la tradición analítica de Baj- abierta separación entre uno y otro, separación que no sólo !"lu· p11ll
tin. Para Ginzburg, White habría asimilado hasta tal punto a un au· tica, sino también filosófica. Mientras Croce subraya la hisl 111 iu l111 ~ 111
tor como Gentíle que las resonancías de su obra írían más aliá de las el punto de disolver en ella la filosofía al concebida como •IIIH'Indu
citas explícitas o no que pudieran probar su presencia. En definitiva, logía» de aquélla, Gentile adapta e1 camino opuesto.
lo habría asimilado hasta ei punto de poder olvidado o de no nece· Para éste, la historia, entendida com o res gestae no dcbl.1 ~r 1 1r 111
sitar subrayado en el texto o en los índices onomásticos. da como presupuesto de la historiografia, en el sentido de IJillfllllt 1t
La obra de White sería, en efecto, ei cruce de varios lenguajes, el rum gestarum. Esta es la clave radicalmente subjetivista de l.1 Nt'Jl.ll•l
producto de varias voces o de distintos hablantes que se incorporao ción entre Croce y Gentile, y es, además, la razón últimn cpu: p1uld,,
voluntaria o inopinadamente; la suma, en fin, de diferentes intedo· inspirar la evolución poscroceana de White, apostilla Ginzh1u g. ~ Jitu
cutores presentes, ausentes o fantaseados. Gentile es uno de ellos, y qué y para qué sostenía Gentile esta tesis? Como se sabe, c11 nu w•11 ,
lo es, no tanto porque White apruebe o no el énfasis dado a esa atri- la aportación de Croce y de Gentile se había constitui do 111.111t 1111111
bución, sino porque Ginzburg la percibe, la advierte, la ve, en defi- nadamente como una batalla contra el positivismo. Veamos, puc'\, «' 11
nitiva. Y esto es lo que resulta de mayor interés. Al relacionar a au- qué medida el supuesto de la familiarídad de White con Ct'll llic· r\
tores como los propuestos, el historiador italiano subraya algo que verosímil. Para ello, nos distanciamos momentáneamente de Ci11 ~h111 n
está en su propio interior -lo que no implica que lo apruebe, cla- con el fin de aportar una información que, desde u na perspec1iv.1 «'X
ro-, y gracias a lo cual puede apreciado en otros. Es por eso por lo clusivamente italiana, sería redundante o archisabida, una in!o •m.tci6u
que más adelante hablará de la filosofia de Gentile como una corriente que, ai hablar dei libro de Carlo Antoni, no era imprescindiblc, pr10
invisiblemente presente en nuestro paisaje culturaL Veamos, pues, que ahora es básica.
cómo hace explícita, manifiesta y reconocible lo que, en principio, era Suponer que un croceano enterado debía de conocer y, a la po~ lt l',
la invisibilidad de una influencia. debía conocer la obra de Giovanni Gentile no es un disparate. De l!r
E! norteamericano mostrá desde fecha bien temprana, dice Ginz· cho, como es común admitir, la impronta de Croce y, con él, 1.1 ele·
burg, un interés manifiesto por la tradición filosófica dei neoidealis· Gentile marcan el pensamiento italiano de nuestro siglo. El neoidc.1
mo italiano, tomando, claro, a Benedetto Croce como mentor de esa lismo que Croce elabora y difunde entre dos siglos fue una apncs1.1
primera formación historiográfica. Para quien, al inicio de su carrera, epistemológica contra el positivismo, dominante en la Europa de fiu
contemplaba con abierta simpatía lo croceano, hemos de suponede de siglo y especialmente arraigado, arrogante y tosco en la ltalia de
motivado no sólo por este filósofo, sino también por todo aquei uni· aquellas fechas. Piénsese, por ejemplo, en una de las vertientcs m.h
verso de discurso en ei que el neoidealista había madurado y por llamativas de aquel positivismo finisecular y, sin duda, una de las cou
aquellas figuras intelectuales, por aquellos contemporáneos, en defi- tribuciones <<más originales>> dei pensamiento italiano posterior a 1.1

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unidad: la que inspiró la llamada antropología criminal, alu111brada En este contexto, (qué papel le cupo a la incipiente izquierda ita-
por Cesare Lombroso con la publicación en 1875 de L'uomô de/in- liana? Como senalaba Norberto Bobbio, el primer ataque al positi-
quente y ocupada entonces y después en medir las patologías biológi- vismo se dio en un ambiente fielmente marxista, en concreto en aquel
cas de los desviados y adivinando retrospectivamente la predisposición que encabezaba Antonio Labriola, a su vez uno de los mentores de
ai delito a partir de rasgos craneológicos, microcefalias, circunvalacio- Benedetto Croce. Planteémoslo en otros términos: (cuáles fueron las
nes cerebrales, etcétera. relaciones d e Antonio Labriola y de Antonio Gramsci con Croce y
Fue sorprendente el éxito alcanzado por lo que sin duda eran ex- los suyos? Para empezar - insistimos-, hay que recordar al lector que
cesos positivistas, dado que, como admitia Franco Ferrarotti, Lom- Labriola fue <<maestro>> de Croce, y que la distancia que este último
broso y los suyos no representaban «sino una fase involutiva de tipo iniciará pronto con respecto al mancismo es la distancia intelectual y
más bien groseramentc cientista» en un ambiente, en una atmósfera emocional de Croce con respecto ai primero. De eso, justamente, nos
intelectual de rasgos prefascistas. Es en ese ámbito en el que se di- ha hablado H ayden White en algunas páginas de su Metahistoria. Asi·
funden combinaciones teóricas m ás o menos h eteróclitas, superficia- mismo la aportación de Gramsci toma a Croce y a Gentile como los
les e inconsistentes, es decir, unos sincretismos chocantes e ignaros referentes idealistas a los que considerar y con los que polemizar. Este
que cerraban un siglo de disputa intelectual: el credo positivista fran· es un asunto más conocido para cualquier lector, ai menos para quien
cés entreverado con fidelidades spencerianas, e incluso nutrido por un pudo seguir la difusión de Antonio Gramsci hace ya unos anos. <Qué
marxismo irreconocible, según puede leerse en las páginas inteligentes es lo que identificaba (y censuraba) este pensador en el idealismo que
que Bobbio dedicara al Perfil ideol6gico de! sigla XX en !talia. Como muy !e era contemporáneo?
bien ironizó Antonio Labriola en un ambiente confuso dei que tam· De entrada, el positivismo frente ai que reacciona el neoidealismo
poco pudo zafarse dei todo, aquello que tuvo mayor resonancia fue constituía una vertiente vulgar dei antiguo materialismo mecanicista,
el intento, particularmente atribuible al positivista y socialista Enrico el cual eliminaba la actividad práctica humana. Frente a este mecani-
Ferri, de fund ar una nueva y «santísima trinidad», aquella que tomó cismo redivivo, aquello que afirmaba el idealismo como tesis distin·
por objeto de devoción coincidente a Darwin, a Spencer y a Marx, tiva era el no reconocimiento de un mundo exterior objetivo ajeno a
todos ellos remotamente aunados por «el papado científico de Comte». la conciencia. <Por qué razón? Porque lo real externo se concibe como
Como nos recordaba el propio Ferrarotti, «a partir de los primeros una pura creación dei espíritu, lo que, a su vez, permite reevaluar e!
anos dei siglo actual» comienza a oponerse a tanta banalidad cienti· elemento activo dei sujeto, es decir, la actividad práctica humana.
fista una <<profunda reacción idealista contra la ciencia, espiritualista Como constata Gramsci, en Italia existiría una fuerte corriente idea-
en Francia (sobre todo con Bergson), neohegelianos en ltalia, con Cro· lista de inspiración hegeliana cuyos máximos representantes serían Cro·
ce y Gentile, que tendían a la restauración de la inefable libertad dei ce y Gentile. La principal tarea que Gramsci se impone en los Q;ta-
agente subjetivo». derni de! carcere es justamente tomarse en serio el idealismo, analizarlo,
En este contexto, en efecto, la aportación croceana y gentileana comprobar sus debilidades y separar <<lo que está vivo de lo que está
constituyen una saludable corriente que ha de ventilar y sanear un te- muerto>>. O, dicho en otros términos, aquello que se propone es ela-
rritorio intelectual empobrecido por las trivialidades dei cientifismo borar un AntiCroce bien fundad o y respetuoso con el interlocutor al
más banal. Croce fue durísimo con el positivismo, ai que veía preci- que se toma como referente polémico. Pues bien, más aliá de las crí·
samente como uno de los aportes o de los nutrientes ideológicos y ticas gramscianas a C roce, que son muchas y duras, lo que le reco·
culturales de la Unidad italiana. Deploraba en la vertien te nativa dei noce es haber puesto el acento en el ser humano como único prata·
positivismo aquello que entendia que eran sus rasgos fundam entales, gonista de la histeria, reconocimiento que a Gramsci le sirve para
constitutivos : el m ecanicismo, el eclecticismo metodológico, la dis· depurai las deformaciones más arraigadamente mecanicistas, econo·
crecionalidad o, más aún, la arbitrariedad en la elección de los obje- micistas y, en fin, fàtalistas dei materialismo histórico.
tos de investigación, la falta de una concepción global y totalizante, <O!Ié tiene que ver Gramsci con Gentile y, a la vez, con White?
la confusión política e ideológica, etcétera. Frente a todo ello, prosi· Sin duda, aquello que es su nexo de unión, aquello que da funda·
gue Ferrarotti, <<devaluar en bloque la ciencia, negar directamente el mento a dicho contimmm, es Croce, pero también, iatención!, Marx.
derecho de ciudadanía a la sociología, reducir la misma filosofia a histo- Hay, dice Ginzburg, una lectura de izquierdas de la obra de Gentile,
ria, era fácil>> para un autor tan dotado como Croce y para su «sé- al igual que hubo, en origen, una lectura neoidealista y gentileana de
quito», entre cuyos máximos representantes estaba Gentile. Marx, cuya expresión más evidente fue un volumen titulado La filoso-

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fia di Marx, de 1899, y cuya dedicatoria se brindaba a Benedetto Croce. una tendencia histórica reciente que no es otra que la del escepticis-
En este volumen, «la prassi veniva considerata come un concetto' che mo gnoseológico. Según leemos, Michael de Certeau en Francia y
implicava l'identità tra soggetto e oggetto, in quanto lo Spirito (il sog· Hayden White en Estados Unidos serían los exponentes máximos de
gett~ .trasce1_1dentale) cr~a la realtà. L'affermazione, fatta da Gentile moi· dicha orientación y compartirían una noción de representación :1 !.1
to pm tardt~ sulla stonografia che crea la storia - apostilla Ginzburg hora de describir las fuentes del historiador. De acuerdo con csto, c:l
en Umu testts- non ~ra altro che un corollario di questo principio». documento, lejos de ser el pasado, es sólo una representación a LI ((lll'
A la filosofia genttleana se la denominá actualismo o idealismo ac- acceden y con la que trabajan los historiadores. Dicha represc:nt.lt i<'111
~al, e impl~caba ~l.evar a su~ últimas consecuencias el supuesto idea- estaría construída según un código determinado, que sed a b mn la.t
l~sta de l_a dts_olucwn dei obJeto en el sujeto puro. Se le llame actua- ción, filtro o barrera imposible de franquear, dado que ••alc.lllz.u l.t
hsmo o t,deal~smo gentileano sin más, lo cierto es que el supuesto al realidad histórica (o la realidad) directamente es por dcfini ci6u 1111
que aludta Gmzburg puede ser identificado como una forma extrema posible», como apostilla la paráfrasis de Ginzburg. La pcculim id.td dt·
de subjetivismo, s~bjetivi~mo que, diríamos ahora recuperando el ar- este escepticismo estriba en que la idea de representación lcs sir vc rm
gument~ dei propto Whtte, está en la base de la restauración de la para depurar las vías de acceso a lo real, sino para declarar ..1,, incng
con~e~ctón sublime de la historia, de una historia no domesticada por noscibilidad de la realidad», para declarar, dicho de otro modo , l Jllt'
la dtsctplina de lo sedicentemente profesional. la realidad sólo tiene una existencia lingüística o textual.
So~tener lo anterior, además, es derivar hacia formas más o menos Fuera de esta alusión literal, White pierde protagonismo. A ltor.t
explícttas de escepticismo epistemológico en tanto no habría criterio bien, la propia brevedad es altamente significativa en tanto Ciu1.lnu g
exte_rn~, extrasubje_tivo o extratextual ai que remitir la validez dei co· parece entender que, dadas las referencias, no se requ icrc tl 1.tyc 11 c•~
nocu:11ento obtemdo, tal y como sefiala White. O como apuntaba fuerzo emdito. (Cuál sería, pues, ese significado? La noln hihliow.Ht
Genttle en su momento, no hay historia entendida como res gestae que ca incluída en Eljuez en la que Ginzburg recuerda a Whitc tic·tw '"'"'
deba presuponerse como referente anterior de la historiografia en este doble mención que afiade algo nuevo a lo visto hasta alwr.t : Nl' 11111 .1
cas,o concebida _co~o historia rerum gestarum. Y este argument~ no es· de la rernisión dei autor a otros análisis de la obra de Whit c pnr.t c•vc
tar~a ~n _contradtcc_wn_ con la concepción foucaultiana que defiende Ia tar extenderse así en más pormenores. Por un lado, Ginzbnrg c tl.t c•l
ar~fictaltdad ~~~stttuttva_ de los aprioris históricos. En fin, tampoco es· estudio de Momigliano que se publicara en 1981 y sobre cl que· y.t
tana en opostcton al reheve dado por Barthes a la ilusión referencial nos hemos extendido. Por otro, envía a su propia producci6 11, t' ll c 1111
al efecto de realidad que busca el discurso de la historia. ' ereto a <<MontreP> y a la versión inglesa de Umu testis.
Eso mismo, o algo parecido, es lo que Ginzburg hacc w .uulu, ' 11
5. La defensa de este último punto es el que, a juicio de Ginz· abril de 1994, publica <<Aristotele, la storia, la prova». Es dctir, "'"~''
b_urg, emparenta a H ayden _White con otro autor que es contempo· en parecidos argumentos y en idénticas referencias, ampliando n m r llu
raneo suyo y cuya empresa tiene una dirección similar: Michel de Cer- tesis ya conocidas o modificando ligeramente puntos de vist.t y.t m \
teau. En Unus testis nos habla de él, menciona su reflexión sobre la tenidos. Muy pronto, en la primera página dei artículo y cn In tcrtt·r.t
narraci?n, pero_ inmediatamente lo abandona para centrarse en el nor· nota bibliográfica, nos tropezamos otra vez con Hayden Wlrirc, w 11
teamencano. S~n embargo, en El juez y el historiador, Ginzburg recu· el cual parece medirse nuevamente, ai menos en lo que ai argum~·ntn
pera los paraleltsmos entre ambos autores y, más aliá de cuestiones de básico se refiere. Ahora bien, esta vez la biografia de Whitc dcj.t ,Ir·
detalle, ~os h~ce partícipes de ~n~ mism~ aventura intelectual: aque- ser el pretexto más o menos razonable que justificada un e:ecumo. E•.
lla que tdenttfica con el escept1c1smo eptstemológico en la historio· como si Ginzburg diera, en efecto, por sabido el itinerario dcl ruulc·
g.:afia. Con ello, nuestro autor reitera alguno de sus argumentos ya sa· americano, dado que ellector o e! seguidor dei historiador itali:tno t"•
btdos y los encarna. tarían ya al tanto de la breve incursión biográfica que aquél rc:tli zr'~o
En El juez, las referencias a White no tienen la entidad ni la ex· Por contra, lo que ahora nos propone en unas líneas rotundas, cl:tr.tN
tensión 9ue habían akanzado anteriormente. Es decir, son más cir- y sintéticas es enunciar una tesis c identificar a sus defensores.
cunstanctales y además est~n ~u_bordinadas por entero al argumento En ese sentido, el nombre de Hayden White reaparece como uuu
q~e. desarrolla, las pruebas JUdlClales y la inculpación. La alusión ex· de los portavoces o principales responsables de la difusión dei arg\1•
phc~ta se produce en nota y su fin es de entrada meramente infor· menta que va a sostener. Pera el norteamericano tampoco esta Vt.:'/,
mattvo: aquello que pretende el autor es ejemplificar y personificar aparece sólo. En este caso, el par que Ginzburg le adjudica ya n o c~

216 21 7
Michel de Certeau, el Michel de Certeau de La escritura de la historia, mino, con la verdad. Desde este punto de vista, la alusión a Nietzsche
según pudimos leer en Unus testis o en El juez. Y no lo es a pesar de está en relación con el escepticismo epistemológico y con los riesgos
que el objeto por e! que convoca a White es e! mismo por e! que de concebir la histeria como mera retórica. Ginzburg remite la actua-
mencionaba al historiador francés en sus trabajos anteriores. Es, por lidad de este problema y, por ende, la de este filósofo a los anos 70,
contra, uno de los referentes que Ginzburg le había adjudicado en su justamente cuando Barthes publicara sus textos sobre el discurso de
propio itínerario intelectual, en concreto aquel cuya lectura más se ha- la histeria y sobre el efecto de realidad que provoca. {Dónde está
bía demorado y que, por tanto, más tardíamente había producido sus White o quê papel desempena en esta moda intelectual? Como sue-
rendimientos: nos referimos, claro, a Roland Barthes, al que convier- le ser habitual, al menos en este asunto, Ginzburg nos desconcierta
te en su igual y al que hace copartícipe de una misma operación cog- nuevamente modificando los protagonistas. Guarda silencio sobre el
noscitiva. De todos modos, Ginzburg no ofrece referencia alguna en norteamericano, no lo menciona en absoluto, a pesar de que e1 ob-
relación con Barthes, no cita ninguna de sus obras. jeto implícito siempre es el mismo.
~Cuál sería la tesis que la fundamentada? En sustancia, e! argu- En este prefacio, Ginzburg aborda el problema de la retórica y an-
mento principal sostenido por Hayden White y por Roland Barthes ticipa lo que tratará más ampliamente en «Aristotele». Nos habla de
sería el de la ••riduzione della storiografia alla retorica», como opera- una genealogía, la que relacionaría a Nietzsche con los sofistas, en la
ción antipositivista y finalmente escéptica. ~De dónde procedería esa que el escepticismo liquida la idea de verdad y, por tanto, subordina
tesis o, dicho en otros términos, cuál sería el referente privilegiado de el conocimiento a la retórica. Ahora bien, en ambos textos el argu-
donde arrancada? Qlizá el lector familiarizado con las alusiones de mento central se refiere a las diferentes formas y concepciones sob.re
White hechas por Ginzburg respondería sin dudarlo: Giovanni Gen- la retórica que los clásicos grecorromanos nos han legado. A su jui-
tile. Pues bien, el historiador italiano nos desconcierta nuevamente cio, el referente clásico por excelencia es el de Aristóteles. Como se
con sus atribuciones eruditas y frente a la figura de Gentile, a la que sabe, en la Poética se distingue entre la histeria y la poesía, la prime·
tanto relieve se !e dio en el origen de las concepciones epistemológi- ra ocupada de lo particular y la segunda de lo general. De ahí que
cas de White, nos propone ahora a Nietzsche como precedente más esta última sea para el griego «más filosófica y noble que la histeria».
o menos remoto de los postulados dei norteamericano. ~Cuál es la ra- Sin embargo, Ginzburg no cree que éste sea el pasaje aristotélico más
zón de este cambio? En primer lugar, e1 nombre de Nietzsche puede relevante acerca de este asunto y nos remite a la Retórica. Su inten·
resultar obvio si hablamos de la historia como retórica y, en ese sen- ción es poner de relieve que el núcleo racional de la retórica aristo·
tido, es lógico que en la introducción de su último libro (History, Rhe- télica reside en la noción de prueba y que tal concepción contradice
toric and Prooj) acabe concediendo a este filósofo la relevancia que me· la propugnada por White o Barthes. Por eso se pregunta cómo ha
-rece en una genealogía dei escepticismo. Por tanto, la pregunta en este sido posible que se haya dado una mutación tal de ese concepto clá-
caso debería invertirse y sería, pues, por quê no había aparecido has· sico que ha !levado a contraponer retórica y prueba. En White y en
ta ahora. En segundo lugar, en cambio, quizá resulte de mayor inte- Barthes, la prueba es un recurso de la retórica con el fin de persua·
rés averiguar por quê desaparece Gentile como referente si tanto re· dir; en cambio, según lo que nos dice Ginzburg, la prueba de la re-
lieve se le dio con anterioridad. Probablemente, aunque de manera tórica aristotélica es el instrumento que nos permite acceder a la ver-
explícita Ginzburg no lo senale, la razón haya que atribuiria ahora a! dad. Pues bien, esta nueva concepción se derivaría dei De oratore de
hecho de hacer copartícipes a White y a Barthes: en Unus testis, Ginz· Cicerón. La autoridad dei senador romano habría determinado esta
burg admitía la falta de conocimiento directo de la obra de Gentile versión de la retórica como técnica meramente persuasiva, emotiva,
en el caso de Roland Barthes; por tanto, la figura de Gentile se des· en la que el examen de la prueba ocuparía un lugar muy marginal.
vanece y queda reemplazacla por el referente más obvio y más cono· En cambio, la visión de Ginzburg sería aquella que se condensaría en
ciclo, es decir, por Nietzsche. la tradición que, partiendo de Aristóteles y pasando por Qlintiliano,
En cualquier caso, este filósofo alemán ya había aparecido como desembocaría tempranamente en Valia y, más tarde, en Mabillon. Por
adversario un ai1o antes, en 1993, cuando Ginzburg publicara el pre· contra, si la historia es retórica en el sentido ciceroniano, su propó-
facio a La donation de Constantin, de Lorenzo Valia. Como se sabe, sito, como el de ésta, sería únicamente persuasivo, es decir, tendría
este texto toma por objeto e! problema clásico de la falsificación do· como única meta convencer a un auditorio, a un destínatario. En ese
cumental, y las reflexiones que Ginzburg afiade tienen que ver preci- sentido, la persuasión es fruto de la eficacia lograda por los argu·
samente con la naturaleza de las fuentes, con su uso y, en último tér- mentos empleados y no necesariarnente de la verdad que contengan.

218 219
Después de lo visto, lqué queda de Hayden White? Como hemos titud. En primer lugar, aunque Metabistoria se publica en 1973, su di·
podido apreciar, el retrato que traza Ginzburg, los perfiles que a 'su fusión entre los historiadores es reciente. Así, los pronunciamientos
juicio lo dibujan, es recurrente y evanescente. Por un lado, lo toma de Ginzburg se manifestarán cuando las repercusiones de la obra de
como adversario con el que medirse, pera, a la vez, no nos da de é! White se hagan evidentes dentro de esa comunidad académica. En
una imagen acabada. Además, los rasgos tentativamente elaborados en efecto, cuando la disciplina histórica recoja las discusiones acerca de
dife_rentes textos no son totalmente complementarias ni sucesivos, es la posmodernidad será el momento en el que la presencia de Whit e
dectr, no aiiaden una información que sea siempre coherente con lo domine en los debates históricos. Un solo ejemplo bastará. En cl rc
que ya ha ofrecido. Por último, los nutrientes intelectuales de White ciente TJJe Postmodern History Reader, editado por Keith Jenkins, In ohr .1
sus interlocutores, varían en cada caso, de modo que el énfasis es des: dei historiador norteamericano es el referente dominante, tanto par.1
i~al y lo que en principio era un gran descubrimiento (Croce·Gen· quienes defienden el giro posmoderno de la disciplina como pat'n lw,
tde) cede después en favor de otra tradición (Nietzsche o Cicerón). que lo rechazan. Además, sobre todo en el âmbito anglosajó n, el dl·
En c~~a una de sus contribuciones, el lector cree h allarse ante el paso nominado giro lingüístico ha acentuado esa presencia en la mcurd.r
defint~n~o, ante el rasgo ve~d_a~eramente característico de White y de! en que los problemas de representación han acabado por ser cl .1snn
esceptlctsmo, pera la erudtcton de Ginzburg siempre nos sorprende to básico de la investigación y de los debates.
con nuevos itinerarios y nuevas identificaciones. Así, el retrato siem· Precisamente esto último es lo que más parece molestar a Gim·
pre es provisional y sus perfiles siempre se desvaneceo. burg. A fuerza de conceder tanta importancia a la noció n mibru .t de
Sin embargo, aquello que se mantiene en todos los casos como representación, se devalúa la relación que pueda establcccrsc cn t rc· hr
objeto _implícito es la crítica a un concepto de historia, el de White, realidad externa y el texto. Así lo decía en El juez y lo repite t' ll 111 1
entendtdo como un sistema enunciativo, cerrado y coherente, con dis· capítulo de Occbiacci di kgno, concretamente en el que llcva p()l tltu
positivos diversos a partir de los cuales se crea, se construye, lo que, lo «Rappresentazione. La parola, l'idea, la cosa», texto prcviarnentc· pn
por convención, se admite que es la realidad histórica. lRealidad blicado en 1991 en Annales. De hecho, en este texto nrrcmclr IIIIC'
interna, textual, o externa y, por tanto, extratextual? lVerdad como co· vamente contra «i critici dei positivismo, i postmodernisti sccl t Í1 1, 1
rrespondencia o verdad como coherencia? La realidad externa es in· cultori della metafisica dell'assenza», justamente porque ésto:. \r h.r
cognoscible, dado que no está en acto y sólo alcanza a ser represen· brían apropiado de esta noción subrayando la idea de ouscnci.L 11.11 .1
tada, jamás copiada, como denuncia Ginzburg. Para el norteamericano, ellos, lo representado es una realidad efectivamente ausente, un.1 dt ~
la única entidad ontológicamente observable es interna autorreferen· tancia irrecuperable. Sin embargo, en este uso torcido de l.t itlr.t w
cial, pera, a la vez, gracias a determinados mecanismo~ retóricos es deja fuera la contraparte: la realidad representada está cfccti v.lluc•ull·
decir, persuasivos, se le atribuyen rasgos extratextuales. Por tanto' la evocada, está presente, y es lo que motiva la representaci6 n rni stll,l,
historia es so?re todo escritura. ~ás aún, es un estructura verbal ~ue Ahora bien, como siempre, toda la erudición de la que nuev•lltlt'll h
s~ ~xpresa baJo la forma de un dtscurso narrativo en prosa, no muy Ginzburg se sirve no le conduce a una crítica sistemática, explkit.l y
dtstmto, es cierto, del que caracteriza a la novela, a la ficción. nominal de los argumentos escépticos.
Según Ginzburg, sostener lo anterior es defender una concepción Sin embargo, aunque ésta sea la cuestión ele fondo, la irrit.rr it1lll
epistem~~ógica ~ntirrealista, subjetivista y finalmente escéptica, y tal de Ginzburg contra los escépticos puede también obedecer a otro d (
conc~pc_wn le dtsgusta profundamente. lPor qué? Si repasamos su iti· menta mucho más concreto. El historiador italiano arremete con ri11•r
nerano mtelectual, resulta evidente que Ginzburg, al tiempo que crea za contra White cuando la negación de la realiclad extratextual se por11·
su~ predecesores, también se da sus oponentes. Como hemos visto, el en relación con el holocausto. No se trata de que White adoptt· 1111.1
pn~ero de ellos ~s Foucault, pera también Derrida. Este último apa· postura revisionista, lo cual lo excluiría de la comunidad n o rm.d dl'
recta en el prefacw de E! queso como el representante más radical dei los historiadores. De lo que se trata es de la solución que el nor tr
escepticismo y volverá a reaparecer cuando se le interrogue aiios des· americano da al problema de la verdad. Y esto ocurre en uno dt: l o~
pués, a mediados de los 80, a propósito de la verdad y de la realidad ensayos que se recogen en E! contenido de la forma, aquel que h.1cln
históricas. Ahora bien,. habrá que esperar ai fin de esa década para alusión a la «disciplinización» de la histeria. Allí, White rechazabn h
que encu_entre en White su siguiente adversario. A pesar de ello, como jerarquía de los relatos históricos en función de una realidad extern;r
hemos vtsto, la fuerte andanada que le va a dirigir no se materializa puesto que no habría una verdad como correspondencia, y sólo la ifi
en ningún texto defmitivo. Varias pueden ser las razones de esta ac· cacia de las narraciones, la capacidad persuasiva y fund am entadora de

220 221
la acción pública de cada uno de los discursos, es lo que permitiria cias que separan ai juez y al historiador o. ai derecho y a la hist~ria.
discriminar entre textos o interpretaciones inconmensurables. Es de La principal de ellas es el m odo en que el JUez pue~e conden~: mten·
suponer que un argumento de este género resulte intolerab!e para tras que el historiador puede basarse en pruebas ctrcunstanctales, en
Ginzburg por su propia condición de judio. Recordemos que mcluso el contexto, para proponer interpretaciones que rellenen los vacíos do-
Momigliano, mucho m ás arnable con White e igualmente judio, ya cumentales, el magistrado n ecesita aquellas que demuestren de mane·
había expresado su preocupación por las consecuencias 9ue podrían ra incontrovertible la autoría de un delito o, de lo contrario, atener·
derivarse de la concepción dei norteamericano. Es dectr, la canse· se al principio del in dubio pro reo. En cualquier caso, esa ?istinción
cuencia perniciosa es que ahora la idea de efic~ci~, tan inquieta~~e, entre el juez y el historiador que Ginzburg subraya a partu del uso
se ponga de relieve para poder subray~r. la _supenonda? de la verston de pruebas circunstanciales había sido ya destacada por Marc Bloch.
hebraica dei holocausto frente a la revtstomsta. Es dectr, la verdad de En su Introducción a la historia, este historiador empleaba palabras prác·
csa versión, en palabras de White, «como interpretació~ histórica, está ricamente idénticas a las que mucho después utilizada el historiador
precisamente en su efectividad para justificar una amplta gama de_ po· italiano para fundamentar esa analogía y para acentuar las diferencias.
llticas israelfes actuales». Es por eso por lo que la verdad de, por eJem· Para Ginzburg, los historiadores trabajan con dos formas de argu·
pio, In historia palestina estaría arruinada por la falta de «una respuesta mentación diferentes. Por un lado, aquella q ue concluye con una ver·
políticamente efectiva a las _POlític~s israelíes>~ y por la .~alta de «u~a dad verificada, una verdad en este caso no muy diferente de la con·
idcolpgla similarmente efecttva, umda a una mterpretac10n de su hts· dena documentada por parte de un juez; por otro, aquella que se
loria capaz de dota ria de un sentido». . . establece como posibilidad. O dicho en térmi~~s aristotélicos; p~:>r una
La posición de Ginzburg se va mamfestando a partu de ese texto parte, la prueba necesaria y por otra la probabtltdad, lo verostmtl. Este
y en un tono ciertamente muy crítico, una p<;>sici?n que aclara su no· último aspecto es fundamental en Ginzburg y e!l E!queso. ~as fuen·
ción de realidad y el papel que le cabe al h1stonador como lector e tes históricas tienen lagunas, esos vacíos o espac10s mdetermmados a
intérprete de fuentes. En ese sentido, el h istoriador italiano centra en los que aludíamos parafraseando a Eco, que el historiador rellena con
Metalústoria la principal diatriba porque entiende que esta obra es el condicionales con adverbios como ••quizá» o «probablemente» y que
origen embrionario dei escepticismo reci~nte en la disc~plina h.istóri· no son sino ~onjeturas. La verdad verificada describe, pues, hechos
ca. En ningún momento afirma que Whtte sea un fascista sedtcente comprobados; la verda~ conjeturada, s~ refiere, en ca~bio! a pos!bili-
o vergonzante y si toma el ejemplo dei h<;>!ocausto ~s por9ue ei n or· dades. El juez no trabaJa con estas ulttmas, pero el htstonador SI.
teamericano lo aduce en su argu mentacwn posten or. Fmalmente, Las analogías que ha empleado Ginzburg a lo largo de su tra~ec·
Ginzburg no ignora el papel que desempena el investigador a la hora toria intelectual para describir la disciplin~ históri~a .üuez, ~etect~ve,
de enfrentarse a los documentos, no ignora que éste establece tan to médico, cazador, etcétera) tienen en comun la practxca de mvesttga·
unos hechos como las interpretaciones que les convíenen, las mejores ción y excluyen la parte retórica que inc.oq~oran en tanto relatos. de
interpretacion es. Para argum en tar mejor, ofrece analogías que permi· hechos. Justamente éste es el reproche pnnctpal que le. hace a WhJte.
tan describir la actividad práctica dei historiador. El investigador se Por eso la reconstrucción biográfica emprendtda por Gmzburg, que se
asemeja a un juez que sabe que ciertos hechos han ocurrido más aliá hace tentativamente y afiadiendo referentes diversos, acaba volviendo
de la versión o de la representación que de los mismos queden. En ai punto de partida: la crítica a la reducción de la hist?ria a retórica
una investigación de la verdad (y aquí compartirían tareas el historia· (ciceroniana) y esa reducción que él condena la ve. r_efleJada en maror
dor, el juez y el detective), ei instrumento fundamental es 1~ prueba, o menor medida en los autores de los que se servma H ayden Whtte.
la prueba aristotélica. lEn qué sentido? Según leemos en El;uez, pro· Ahora bien, que se resista a aceptar la historia co.m? retó.rica no. q':l!e·
bar es, <<según determinadas regias, que x ha hecho y» y ~n ese caso re decir aquí que acepte una idea de realidad restlttuble sm medtacton
••x puede designar tanto ai protagonista, aunque sea ax~o~tmo, de un a través de las fuentes . Esto es, sabe que los documentos son repre·
acontecimiento histórico, como al sujeto de un procedtmtento penal; sentaciones y que, por eso mismo, lo externo, lo ~currido, l? desapa·
e y, una acción cualquiera». El juez que interroga y que obtiene de- recido, es por principio irrecuperable,. P.ero no es m.c?~nosctble, por·
claraciones y deposiciones de acusados y testigos se comporta como que esos vestígios, incluso un solo vesttg~o, nos P.ermtttran a la manera
un historiador y sus informantes como documentos que <<no hablan del investigador, a la manera dei detect!Ve, aludtr a ese mundo extra·
por sí solos», por lo que <<es preciso interrogarias planteándol~s pre· textual, a esa presencia que los escépticos nega'rían .. Si aceptamos la
guntas adecuadas» . Ahora bien, más aliá de la analogia, hay dtferen· argumentación y la defensa de Ginzburg podrá aprectarse que lo esen·

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cial de las mismas está ya en Momigliano y de hecho esa constata- ahora nos dice Ginzburg puede ser entendido a su vez como un aná-
ción la asume él mismo cu ando al final de «Aristotele» nos remite a lisis de la obra de N. Z. Davis y como una reflexión indirecta sobre
este historiador. Por tanto, si los argumentos están dados, su tarea ha la suya. En este caso, el h istoriador italiano introduce dos conceptos
sido de m ero complemento, afi.adiendo más analogías, multiplicando clave : el de posibilidad y el de imaginación. El primero se aplica a lo
la erudición y contextualizando el esceptiçismo que combate. que puede ocurrir o haber ocurrido y, por eso mism o, va unido ai se·
gundo, ai de imaginación, que él deslinda claramente dei de invcn•
6. Si esto es así, (qué sentido tendría la reconstrucción biográfi- ción. Y eso a pesar de que esta noción es empleada por Davis, a L1
ca de White que emprende Ginzburg y que nosotros hemos docu- que, en el fondo , Ginzburg disculpa puesto que se tratad a de uu té•
mentado? En principio, no se trata sólo de una investigación erudita mino provocador y poco claro. Así, el concepto .1 ltem ativo que pm
sobre un autor central en la discusión reciente sobre la historia; no pone, el de imaginación, y que describiría mejor el trabajo de L• 1101
se trata sólo de presentar las fuentes y los materiales de la historia en- teamericana, refuerza el protagonismo dei historiador, p ero n o J'tlll lllc
tendida como retórica. Se trata, por el contrario, de mostrar cuál sea invente, sino p orque construye un relato dentro dei abanico de pcm
la posición implícita de Ginzburg ante el problema de la verdad his- bilidades que imagina. De hecho, la invención, tomada así, no sc1l.1
tórica y su relación con la retórica, no sólo p orque sea un problema diferente dei ingenio que produce fan tasías y que deplorabn Poc c11
capital de la historiografía, sino porque además es uno de los ele- Los crfmenes de la Rue M orgue. Por contra, la tarea de! invcstig.ldtll , l.1
mentos fundamentales y no explícitos de E/ queso y una de las razo- de Dupirl y, en fm, la de Holmes es analítica, es irnaginativ:t, rw• e11
nes que justificao su éxito. En ese sentido, y dado que él no parece el «verdadero» sentido que le atribuye el n arrador nortcnmcrirnun c•11
detenerse especialmente en un análisis de cómo ha construido su re- dicha obra. Cierto es que aquella construcción y aquel :~b.1n i cn 1ic·
lato, de cómo ha narrado la historia dei molinero, una vía indirecta nen un límite, cierto es que esa imaginación debe estar cont r nul.1
para esclarecer su posición es nuestra reconstrucción de la dia triba han de remitirse a lo real, que, en este caso, es el dcl conw 1111 11'11111
contra White. Lo sorprendente es que todo el ejercicio erudito no mo- que se tiene dei contexto, d e las circunstancias docum c ntnd.1 ~ q111' 111
difica sustancialmente el punto de partida, esto es, la crítica ya esbo- dearon los hechos para los que no se tienen fuente. De t od o~ 11111dm,
zada por Momigliano. Pero hay más; cada uno de los argumentos que esa argumentación no es suficiente y por eso ha de plantc.ll sr 111111r
apareceo en los trabajos citados, incluyendo analogías e incluso ejem- diata y directamente ei problema de la narración. La rcOcxió 11 que• r 111
plos, estaban ya dados de antemano. En efecto, existe un artículo mar- prende es pro domo sua, es decir, trata sólo aquello que confi1111 11 1111
ginal, aparecido en 1984 con e! significativo y aristotélico título de plícitamente los usos dei relato que él mismo hiciera cn h'/ 1JIIrw I·'
«Prove e possibilità•;, en el que podemos encontrar el conjunto de ele- en ese momento cuando apareceo, entre otros, los no mbrc' de• ll.1y
mentos que uno tras otro se van a ir desplegando desde finales de den White, de Paul Ricoeur, de Lawrence Stone y de Pranço 1 ~ I 1.11
los 80 hasta mediados de los 90. Este artículo es parasitaria de la edi- tog, al que presenta como seguidor de Michel de C erteau. Put'l• ltu•u ,
ción italiana de E/ regmo de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis. En descarta un tratamiento teórico e historiográfico sobre la rcl.lubn ''"
principio, trata de subrayar las características fundamentales de esa in- tre el relato histórico y las otras narraciones y emprendc un bH'V<' 11'
vestigación mostrando lo ·que, a su juicio, es e[ rasgo básico: la con- corrido por la evolución de la novela.
I junción entre el conocimiento basado en pruebas y las reconstruc- (Y qué es lo que descubre? El h al!azgo principal es la m:1lc1i.1 que
I' ciones hechas en forma de posibilidad. M ientras el prirnero describe
la verdad verificada a la que antes aludíamos, la verdad documentada
los novelistas tomaron como objeto de. relato: la vida p rivada, L1' c t11
tumbres, la intimidad, etcétera. En principio, y a partir dd siglo XVII
de los hechos, las segundas se conciben como ensayos contextuales, sobre todo, los novelistas necesitan aproximarse a la «histo•Y" t'clll\1 1
co_m o interpretaciones conjeturales, como esas pruebas circunstanciales fuente de legitim ación para el género literario que cultivan, 1111 Hrllc
en las que no podría basarse el juez para condenar. Mientras el pri- ro todavía socialmente desprestigiado. Por eso, Defoe present a su o lu ,1
mero va en indicativo, esto es, declara e! estado dei mundo y afirma más famosa como <<a just history of facts» sin ninguna aparicnch1 de·
datas, las segundas operan con condicionales y van precedidas de ex- ficción ; por eso, Fielding compara su obra al de un trabajo de .11'<h•
presiones tal es como «quizá», «se puede presumir», etcétera. Es decir, vo, reivindicando la verdad histórica que contiene m ás aliá de l u~ t•lc·
lo mismo que apreciábamos en El queso y algo muy similar a lo que mentos fictícios que se consiente. Más adelante, con e! transcutso dd
hacía y se proponía Freud en el Moisés. tiempo, cuando este género triunfe, el novelista abandona csa po111
Ahora bien, al igual que ocurriera con sus críticas a White, lo que ción de inferioridad y reclama como propio el terreno que los histo

224 225
riadores han clejado inexplorado: el de la vida privada (Balzac, Stend-
hal, Manzoni, T olstoi, etcétera). H a sido necesario un siglo, se na! a White en sí misma, sino lo que representa. Dicho de otro modo es
Ginzburg, para que los historiadores hayan recogido e! desafio lanza- un _adversario cor':lntural a través ~el cual acceder a las fuentes o;igi·
do por los grandes novelistas dei siglo XIX y hayan abordado campos nanas dei esceptlctsmo contemporaneo. En esa reconstrucción genea·
de investigación, antes olvidados, con la ayuda de modelos explicati· lógica que hemos hecho, los pares intelectuales que le descubre son
vos más sutiles y complejos que los tradicionales. Esto es, tal y como variados, pero fmalmente acaba siendo N ietzsche la fuente doctrinal
Ginzburg lo presenta, e! relato aparece como una forma de conoci· incontestable. De hecho, en sus dos úl~imos libras, en Occhiacci di le-
miento, de acceso a la realidad por vías diversas. Sin embargo, hasta gno y en History, Rhetoric and Prõof, su objeto es combatir el escepti·
fecha reciente, esa forma no habría interesado a los historiadores por cismo, pero Hayden White ha perdido totalmente el protagonismo.
cuanto la suponían fel izmente superada con la explicación científica. {Quiénes han ocupado ahora su lugar? En el primero de esos textos,
La consecuencia inmediata a la que llega es la de que no hay discur· su oponente es Paul Feyerabend; en el segundo, Paul de Man. Ambos
so histórico que no sea al tiempo discurso narrativo, pero no en el autores, como es bien sabido, tuvieron una relación expresa o estrecha
sen tido de Stone, no el sentido de que vuelva una historia que cuen· con e! nazismo o e1 antisemitismo. El primero fue oficial dei ejército
ta frente a otra que explica. Ahora bien, esa consecuencia no debe en· dei Reich, el segundo un colaboracionista en las páginas dei periódi-
tenderse a la manera de White, es decir, el error del norteamericano co belga Le Sair, una publicación antisemita. {Les reprocha Ginzburg
consistida en situar la convergencia de esos dos tipos de discursos en ese pasado? Lo que denuncia en su actitud no es e! errar o el desva·
el plano dei arte, cuando en realidad debería haberse planteado en e1 río juveniles, sino la negación, el ocultamiento o la indiferencia ma·
de la ciencia, en el ele la verdad. Es decir, debería haberse planteado, duras. Lo que les recrimina es, además, que esas posiciones se expre·
siguiendo a Momigliano, en el terreno de la discusión sobre proble- sen desde el escepticismo epistemológico. Es decir, si se sostiene que
mas ~oncretos ligados a las fuentes, a las técnicas de investigación, al el pasado es incognoscible, si se sostiene que la verdad y la mentira
trabaJO dei historiador. De lo contrario, la historiografia se configura, son inextricables desde e1 punto de vista histórico, en ese caso la fal-
a juicio de Ginzburg, como un puro y simple documento ideológico. sedad o el ocultamiento de sus vidas acabao intoxicando el escepti-
Para evita r esa deriva, el historiador italiano nos propone distinguir cismo cognitivo o el relativismo epistemológico.
claramente entre ficción e historia, entre narración fantástica y narra· Admitamos con Ginzburg ese argumento, admitamos, pues, con·
ción con pretensiones de verdad. De este modo, la consciencia actual tra White, Feyerabend o Paul de Man, que la narración pueda ser una
de la dimensión narrativa que tiene e! relato histórico no atenúa sus forma de conocimiento de lo real y de lo que es externo. Ahora bien,
posibilidades cognoscitivas sino que las intensifica. Dicho de otra ma· e! relato tiene una dimensión retórica -ciceroniana, nietzscheana o
nera, s~brayar la condición narrativa de la obra histórica no implica estética- sobre la que Ginzburg no se pronuncia abiertamente. De
para Gmzburg hacerla recaer en la ficción, puesto que la narración es ese modo, nos quedamos sin una explicación acerca dei papel que
una forma de conocimiento y no sólo el registro ficticio dei mundo. cumplen los recursos retóricos en la persuasión dei lector y acerca de
Como hemos visto, son estos mismos argumentos los que se re· los recursos creativos que permiten organizar la trama en forma de in·
piten en sus trabajos posteriores, aunque acompanados de una to· triga dosificando datos e informaciones. Y, como hemos visto, ambos
rrencial erudición sobre White, al entender que éste encarna mejor s~n el: men tos fundame ntales en El queso y sobre los que nada nos
que nadie la posición que Ginzburg critica. Ahora bien, lo esencial dtce. Sm embargo, son las elaboraciones imaginarias, pero también las
de esa crítica estaba ya en Momigliano, como é! reconoce reiterada· conjeturas más o menos fundadas, las descripciones verosímiles (esto
mente, y_lo que cambia son las calificaciones. Así, por ejemplo, aliá es, «posibles», en el sentido que !e atribuye a N. Z. Davis) sobre los
donde Gmzburg, en 1984, habla ele documento ideológico o de arte, estados de ánimo de Menocchio o de sus inquisidores, lo que cons·
después hablará de retórica o, mejor, de la intolerable reducción de tituye uno de sus principales atractivos. Más aún, podríamos decir que
la historia a la retórica. Más aún, aliá donde Ginzburg hablaba de re· la organización retórica de la información, el modo en que el histo·
tórica, hablará luego de retórica ciceroniana. De igual modo, e! pro· riador italiano presenta sus datos, es también un hallazgo feliz. Ginz·
tagonismo de White es desigual: unas veces se le tiene por represen· burg narra, es consciente de la importancia dei relato, protesta en fa·
tante máximo dei escepticismo y otras se le toma por uno más de esa vor de la verdad como correspondencia y enmudece sobre aquello que
cohorte de relativistas que el historiador italiano combate. es la dimensión retórica de sus narraciones y sobre las elaboraciones
Efectivamente, lo que le interesa a Ginzburg no es la figura de imaginarias que se consiente. Con ello se blinda, se escuda en la his·
toria como saber y hace depender el relato de esa verdad, con lo que,

226
227
como afiade, cualquier conjetura que realice, dei tipo que sea, está vamente la importancia que Ginzburg le da a la escritura histórica,
dentro de los límites de lo real, dentro de los límites de lo cont~x­ pero también la ambivalencia con la que la trata. Por un lado, pare·
tualmente «posible», puesto que la historiá no es ficción. lY sus usos ce ser muy consciente de sus recursos, pero, por otro, no los bace to·
retóricos (ciceronianos)? (Y sus efectos poéticos? i.Y la imaginación talmente explícitos. Algo similar puede decirse de la crítica que él hacc
histórica? a quienes han defendido la narratividad dei discurso histórico. Es cvi·
Según se defendía White en la entrevista de 1993, Ginzburg pe· dente que él narra, narra con todas sus consecuencias, con el plncc1
caría de la misma falta con la que le censura: manipulada los hechos evidente y antiguo que obtiene quien relata, pero a la vez rechaza 1.111
en favor dei efecto estético. A nuestro juicio, esa conclusión es in· to el modelo analítico de aquellos que intentan explicar las formas dt·
completa en la medida en que le resta peso a la verdad como hori· narración histórica como las consecuencias que se derivan. No cs sóln
zonte último de su investigación, que es, como él reitera, la idea re· que se oponga ai escepticismo; es que, además, desconfia de l.1 110
guladora de su trabaj o. Ahora bien, hemos de conceder frente a vedad de la escritura como hallazgo metodológico. En efecto, anadr
Ginzburg que la verdad no es el único eje de esa operación cognos· Ginzburg, que el historiador escriba no es ningún descubrimicnlo, c
citiva, dado que el efecto estético es uno de los resultantes volunta· incluso es una certidumbre rastreable en obras y en auto res que no
rios o involuntarios de sus textos y de la organización de las informa· se caracterizaron por su vanguardismo. A este propósito, Ginzburg l'ÍL•
ciones. Por otro lado, buena parte de los predecesores que Ginzburg expresamente en Unus testis a E. H. Carr y en particular ~Qjtl tS /11 lm
se dará a la hora de describir su trabajo y el dei historiador-narrador toria?, un célebre ensayo metodológico, que a su entender no c~ p.u
coinciden con la vanguardia novelística del siglo XX y, en general, con ticularmente audaz y que él mismo tradujo al italiano en los uno~ 60.
e! papel otorgado por White a los narradores de ficción. En última La referencia a Carr se aduce con fin es polémicos y, cn cone•c•to,
instancia, quizá podríamos decir que uno de sus hallazgos más celebra· como prueba de la escasa novedad dei hallazgo de Whit c y lk <:c•t
dos, el paradigma indiciaria, está elaborado a partir de un referente es· teau. Sin embargo, si se repasa ese texto de Carr, si relccmoR ~~~ oh' ''·
trictamente !iteraria que condiciona la técnica de investigación de la la afumación de Ginzburg es aventurada, discutible, ·y parece funclu
verdad que incorpora. Esto es, esa técnica es indisociable de una deter· se en un recuerdo creador, el recuerdo de quien fue su tmduclm, 11111
minada forma de presentar el relato: los indícios, la intriga, los descar· chos aiios atrás.
tes, la solución final, etcétera. Si inquietante es aceptar que los datos Carr no aborda expresamente en ningún momento la rdació11 ttllr
puedan subordinarse a una adecuada dramatización para que de ese pueda establecerse entre histeria y narració'n y, cuando habla de 1,, r\
modo alcancen significado en la representación, (qué otra cosa dife· critura histórica, sólo alude ai hecho simple, al .hecho empírico clr qur
rente hacía el propio Ginzburg en El queso al ordenar la información, escritura y lectura de las fuentes son dos procesos simult~ ncm y 1111
su suministro y sus explicaciones? sucesivos. Por otra parte, el volumen se edita originalmente cn in11lr\
En definitiva, si hemos de creer lo que nos dice Giovanni Levi en en 1961 y por la fecha en que se publicá hubiera sido verdadc.: rnJm'tllt-
una entrevista publicada en 1990, Carlo Ginzburg sostendría la nece· extrafio que introdujera este asunto de una manera explícita. No c\,
sidad de escribir historia pensando en tener un millón de lectores, y pues, una carencia de Carr ni de su ensayo, sino que más bicn se co
éstos no se consiguen sin atender a la parte retórica que dramatiza los rresponde ai marco contextual de su época y a las preguntas que los
hechos y que !e da intriga ai relato. Recuperando una antigua tradi- historiadores se planteaban por entonces acerca de su trabajo. Por.t.ul·
ción grecolatina, Ginzburg llamaba a este efecto de cpnvicción enar- to, que Ginzburg compare a Carr con De Certeau, y de forn1 ,1 uult
geia o evidentia in 11arratione. T ai y como se puede leer en «Montrer et recta con White, puede servir instrumentalmente para rcbajar li• 11n
citer••, este recurso se logra al proponerle al lector un relato lleno de vedad que estos últimos representan, pero no aclara la duda que ri
vida, un relato que hace palpable, claro o visible lo que es invisible. mismo introduce. En todo caso, esa ••presunta» novedad sí que scrl.1
Si Menocchio cobra fuerza en el relato es ai margen de que sea ver· tal en el domínio de los historiadores, pero no en e! de los fil6sofl1s
dadero o no lo sea; si cobra fuerza es porque ha sido sometido al pro· de la histeria, puesto que, como el propio Ginzburg admite, Crocc,
ceso de la demonstratio (otro sinónimo de enargeia), aquel que permite pera también Raymond Aron, se habría planteado este problema .11
mostrar con exactitud un objeto inexistente. Frente a Ginzburg, afia· preguntarse por la episte_mología d: la histeria. Si Ginzburg ~uerln cn·
diríamos en todo caso que esa cualidad o esa capacidad convierten al centrar un referente ant1guo, antenor a De Certeau y a Whtte, en esc
molinero en un objeto verosímil, y no necesariamente verdadero. caso debería haber recurrido a Henri·lrenée Marrou, a un historiador
Este elemento y los otros que hemos mencionado prueban nue· coetáneo de Carr. En efecto, en e! último capítulo de El conocimiento

228 229
histórico abordaba de una manera expresa y breve cómo se escribe)a
obra histórica. En ese contexto no es extraiío que alguna de sus fuen·
tes principales fueran precisamente C roce o Aron. Ahora bien, ~por
qué no alude Ginzburg a Marcou? Muy probablemente porque dei
propio Marcou y de Aron arranca una corriente epistemológica asu-
mida por algunos historiadores, encarnada por Paul Veyne, muy pró-
xima a De Certeau, que desmentida radicalmente el argumento de
Ginzburg.
Sin embargo, el inmenso número de lectores que ha conseguido
El queso tampoco puede atribuirse exclusivamente a este factor, tam-
poco puede reducirse ai relato, a la verdad o a la retórica que incor·
pore y sobre la que nos hemos extendido. Esta característica de E! que-
so, así como todas las que hemos ido enumerando anteriormente, 7
formao un conjunto de razones necesarias pero aún insuficientes para
explicar su extraordinario éxito. Falta algo más. Tal vez falte todavía La microhistoria: instrucciones de uso
la identificación de esta obra con alguna corriente historiográfica en
particular. Todos los grandes libras de histeria, aquellos que han ad-
quirido la condición de clásicos y que han sido leídos por varias ge- A menudo he pensado cuán interesante seria un ar-
neraciones, han gozado dei favor dei público gracias a que se les ha tículo periodístico en el que un autor quisiera --es de-
tomado como ejemplos o modelos de escuela. No sólo es que estén cir, pudiera- detallar paso a paso el proceso por el
bien escritos o que aborden objetos nuevos o que propongan enfo- cual una de sus obras alcanzó su culminación. No me
ques diferentes es q ue además plantean las preguntas básicas que a explico por qué dicho artículo nunca fue escrito (...).
otros historiadores próximos también les inquietao, convirtiéndose así La mayoría de los escritores, en especial los poetas,
en referentes de una época. ~O curre esto también con El queso y los prefieren dar a entender que componen por una es-
gusanos? Si es así, la razón ya no sería propiamente textual, ya no de- pecie de sublime frenesi - una intuición extática- y
pendería tampoco de ese artefacto material que es el libro, sino que el temblarían de terror ai permitir que el público echara
éxito obedeceria a circunstancias externas, historiográficas si se quiere. una ojeada detrás de la escena a las complicadas y va-
cilantes tosquedades dei pensamiento.

EDGAR A. POE

1. Anotaba Borges en cierta ocas10n su sorpresa por la escasa


fama de Quevedo, por su escaso predicamento fuera dei mundo de
las letras hispanas. El narrador argentino arriesgaba ai menos una ex-
plicación. Los grandes escritores, los que todos recuerdan, son aque-
llos que han amonedado un símbo.lo. Cervantes tendría su Quijote y
su Sancho; Dante su infierno; Melville su ballena; y, en fin, Shakes-
peare todo su mundo teatral. Ése habría sido el lastre de Quevedo,
concluye Borges, no haber amonedado un símbolo.
Algo similar podría decirse de los grandes historiadores respecto
de las escuelas con las que se identificao. (Es razonable pensar, pues,
que el éxito de El queso se deba en último término a su asimilación
con una determinada corriente histórica? ~Cuál sería ésta? Cuando,

:no 231
por ejemplo, los responsables de la Columbia University debían pre·
sentar al conferenciante de las <<ltalian Academy Lecture Series••.-- No nos refe~i~os a sus ~ni~i~tivas editoriales -pues, al fin y a la pos·
correspondientes al primer trimestre de 1998, sefialaban: «A true in· tre, compart10 desde pnnc1p10s de los 80 la responsabilidad de «Mi-
terdisciplinary intellectual, Ginzburg is among the founders of "mi· crostorie»-; nos referimos, por contra, a la falta de algún ensayo en
crohistory"•• y recordaban que «in 1976, Ginzburg published "The el que aclarara sus contenidos. La historia estructural de Braudel tuvo
Cheese and the Worms", a rigorous and imaginative tour-de-force en el )Vfediterráneo su consumación, y en ••La larga duración» su des·
which placed him in the top rank of European historians». Es decir, cripción .procedimen tal y su manifiesto. ·Otros textos suyos anteriores
para la universidad americana, pero en general para muchos de sus o postenores afiadieron más ahondando su repercusión y multipli
lectores, Ginzburg representa la microhistoria y la obra que le ha co· cando el número de sus seguidores. En Ginzburg no es posiblc lull.u
locado entre los historiadores más celebrados es E! queso, un texto que algo similar. Para empezar, su ••Mediterráneo», E! queso, n o Luvo prn
inevitablemente se identifica con aquella corriente. piamente una segunda edición, como lo fue en ei caso de la obr.1 dr
Probablemente, para un lector actual, esta relación resulte eviden· Braudel, una segunda edición que modificara, completara o nctu.lli
te, ~ándola por descontado. ms que, acaso, puede hablarse de E! que- zara los datas, las explicaciones o los enfoques. En segundo lug.1r, l o~
so sm pensado a la vez como un libra, si no e/libra, de la rnicrohis- libras que publicá m ás tarde no tomaron la etiqueta de microhistori.1
toria? Para los lectores recientes, ai menos para los más informados, com o dato central de su reflexión y, por tanto, sólo impllcitnmcnl c:
este volumen es ejemplo o incluso modelo de lo que contiene esta pudieron concebirse como ilustración de la corriente. Es cl caso, pw
corriente. Sin embargo, lejos de ser éste un hecho tan obvio, hay da- ejemplo, de Pesquisa sobre Piero (della Francesca), libra q ue es d p1•i
tos que conspiran contra esa evidencia. Para empezar, no hay una · mero de «Microstorie» (1981), pera que, a la vez, puede verse con1 n
c~incidencia cronológica entre una cosa y la otra, entre la obra y la la prolongación natural de su vieja inclinación por la historio dcl 111l r
etiqueta con la que se lo reconoce hoy en día. El rótulo, la mi· y por la historia conjetura! que hay ya en E/ queso (197 6) y en (,'uniu
crohistoria, comienza verdaderamente a difundirse a princípios de los 80, di pazienza (1975).
esto es, cuando la editorial Einaudi, como ya vimos, crea una colec· Más aún podria decirse de Mitos, emblemas, indícios (1986), cu dou
ción con el título de «Microstorie». La paradoja es la de que, a pesar de la palabra clave no es microhistoria, sino morfologia. Em és1.1 "'"'
de compartir el mismo editor y de quedar, pues, investido con la cua· voz que, como vimos, daba sentido a su itinerario intelectual y, .ldt·
lidad inespecífica, simbólica, de ese tipo especial de editor, E! queso es más, s.ervía de rótulo a un~ obra que reunía piezas antiguas y llllcV.I•.
anterior a esa colección, la precede verdaderamente, y, más aún, en dei mtsmo autor, de ese autor que publicaba en Einaudi, si, pc:1o ''"
sus páginas no hay alusión explícita a esa expresión. Que no existie· una colección diferente de aquella que con tanto éxito agrup.1h,1 1.1•.
se «Microstorie•• no es obstáculo alguno para poder identificar una monografias sobre la microhistoria. Podría muy bien pensarse que JIU
obra anterior con ese atributo historiográfico, con esa calificación. tamente por ser una reunión de ensayos diversos, por ser u n.1 c~pl·t 1r
Ahora bien, si el volumen a calificar así, si el volumen que se toma de antología de trabajos de Ginzburg, carecía dei perfil adccuado p111.1
como emblema de la microhistoria, no contiene esa expresi~n, en· publicarse en «Microstorie»: al fin y al cabo, no era eso, no em u11.1
tonces la necesidad de esa relación no es tan evidente. En E! queso, monografia. Pero, en ese caso, si aceptamos dicho argumenlo, cl se·
en efecto, no hay identificación microhistórica alguna y se mantienen gundo volumen de la colección sería incongruente. El libro que se
como tales, sin modificación, ei texto y los paratextos del autor (pre· publica con ei número dos es Società patrizia, cultura plebea, de E. P.
facio) y dei editor (contracubierta), a pesar de las numerosas reimpre· Thompson. <Q!lé seria lo incongruente? <EI autor o e1 volumcn? AI
siones (o justamente por eso) y a pesar del transcurso de los afias. margen de que bajo el rótulo de «Microstorie» se publique a Tho m/1
Convendrá despejar esa incógnita, aclarar de qué hablamos cuando son, cosa que ahora no discutimos pera que, en todo caso, h a sit u
hablamos de microhistoria y, por tanto, verificar la inmediata y ne· polémica, lo que seria verdaderamente incoherente, si aceptamos cl nr
cesaria identificación que se da entre Carla Ginzburg, El queso y di- gumento anterior, es la índole de la obra: una reunión de ensayos bre·
cha corriente. ves, e incluso muy breves, dei historiador británico, unos de investi·
lQué nos dice Carla Ginzburg sobre este particular? Hasta 1994, gación y otros de reflexión, algunos incluso concebidos como resefia s
este historiador no fue muy explícito, en ei sentido, al menos, de que a los libras de otros colegas.
no nos había proporcionado un texto analítico, reflexivo o historio· Por tanto, si Mitos se desplaza a otra colección diferente es, en
gráfico en el que se pronunciara extensamente sobre la microhistoria. todo caso, por otras razones editoriales o autoriales, no por e! tipo de
volumen que finalmente sea. Cuando en 1989 se publica Historia noc-
232
233
ricano, George R. Stewart; un historiador mexicano, Luis González, y
turna, ni el objeto ni la colección permiten identificar la investigaçjón Femand Braudel, serían quienes habrían empleado esa palabra en sus
como una monografia microhistórica. Más aún, con ella e1 autor pa· respectivos idiomas y lo habrían hecho aludiendo a objetos diferen·
recía haber abandonado un tratamiento micro con el que los lectores tes. El primero para describir con detalle microscópico una batalla ?e
lo identificaban. Finalmente, cuando a cornienzos de los 90 aparecía la guerra civil americana; e! segundo par~ mostrar l~s tra~:1sformacto·
E! juez y el historiador ni la etiqueta microhistoria servía de r~clamo o nes de una pequena localidad ai sur d~l Rio Gr~nd~, tdenufican~o ,es~
alusión ni tampoco su fondo editorial, «Gli Struzzi:•· ~s dectr, a par· expresión con la histeria local; ei tercero para mdtcar con un smont·
tir de E! queso y de su éxito, cada una de las obras stgutentes de Gmz· mo la histeria episódica, la histeria tradicional (como también pudi-
burg ha tenido acomodo en colecciones diferentes, de manera q~e su mos ver por nuestra parte cuando hablábamos del Mediterr~neo y de
apellido no ha sido encasillado en ninguna de ellas. El nomad_tsmo · su opción antiindividualista). Por tanto, se trata de tres vers10nes to·
de este historiador se ha visto reforzado finalmente por e! camb10 de talmente heterogêneas cuya única relación podría situarse en la aten·
editorial. Con los avatares acaecidos en la propiedad de la empresa, ción por lo pequeno.
Carla Ginzburg ha pasado a publicar con Feltrinelli. Su nueva vi~-· El término italiano (microstoria) no guarda una relación directa con
cu lación ha tenido de entrada dos resultados. Por un lado, la apan· los anteriores. En todo caso, nos dice Ginzburg, podría proceder dei
ción de un nuevo libra suyo (Occhiacci di legrw, 1998), en donde el re· francês (microhístoire), pera no a través de su uso braudeliano, sino
clamo de la microhistoria ha desaparecido por completo: ni en el más bien de la evocación !iteraria que hiciera Raymond Queneau, ei
prefacio ni en los diversos ensayos recogidos hay alusión algurl:a a I~ célebre novelista francês perteneciente ai grupo dei Oulipo y compa-
corricntc con la que se le identifica. Por otro, ese texto se_ ha mcl,u~­ nero de Georges Perec. Además, en italiano esa influencia estaria mar·
do en una nueva sección («Culture») de una de las colecc10nes clast· cada sobre todo por !talo Calvino, miembro de ese grupo y traduc·
cas de este editor («Campi dei sapere»), sección que él mismo dirige. tor ocasional de Qyeneau, y por Primo Levi, en una de cuyas obras
En este caso, ese nuevo fondo tiene por guía la publicación de obras se hace alusión explícita a dicha expresión. Según Ginzburg,-los víncu·
que afronten la diversidad cultural y los conflictos que genera. :\S~, los de Levi y Calvino son evidentes y, por tanto, el lector podría in·
en el extracto editorial que inicia «Culture» se alude a aquellas dtsct· ferir fácilmente las vías de difusión de esa voz en ltalia. Más aún, el
plinas (antropología, derecho y ética) tradicionalmente o~upa~as de historiador Giovanni Levi, <<primo en tercer grado de Primo», habría
plantear y de afrontar los problemas suscitados por la convtvencta cul- sido el origen de dicho trasplante, a través del cual ese término poli-
tural; se alude también a la histeria, la disciplina que puede aportar valente pasaría desde la literatura a la histeria. . . ,
· el conocimiento preciso sobre conflictos antiguos y modernos que se Como en otros momentos y en otras obras, Gmzburg es stmulta·
han dado entre sociedades diversas o dentro de una misma sociedad. neamente prolijo y cicatero. Por un lado, hace uso de su _consabida
Tampoco en este caso hay referencia ~lguna a la micr?historia ni ~,l a erudición; por otro, escatima datas de otra índole que pudteran acla-
renovación que ésta supuso. Y lo mtsmo puede decm_e en relac10n rar el objeto que verdaderamente se propone. En efecto, _en ese reco·
con History, Rhetoric and Proof (1999). Además dei anttesceptlClsmo, rrido filológico, el autor dedica un buen número de págmas _a _doeu·
que es el objeto recurrente de sus últimas publicaciones~ est~ obra se mentar el empleo que ei término habrí_a tenido en ,diferente_s 1~10mas
plantea también de forma explícita el problema de la dtvemdad cul- sin que, a pesar de ello, el lector constga saber cuál es el stgmfi~a?o
tural y elude igualmente la cuestión de la microhistoria. . que ese concepto tiene para ~L q.ue haya ?iferentes u~os, con _dtstm·
Así pues, habrá que datar en 1994 el momento en el que, a pett· tas connotaciones, y que su dtfuston en Italta haya segu1do un s_mu~so
ción de Hans Medick este historiador se decide a pronunctarse sobre itinerario, no aclara sin embargo la vertiente estrictamente htstono·
la relación que habrí~ entre su obra y la microhistoria. Ahora bien, gráfica que cabría esperar de su inspección. Por consiguiente, <qué es
esa reflexión no es más que un ensayo breve, preferentemente auto- lo que nos ofrece? En realidad, Carla Ginzburg empren~e un rei_ato
biográfico y que parece el cierre de esa antigua relación. En ese _texto, autobiográfico en el que, nuevamente, como_ en el prefacto de Mt!?s,
titulado «Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella» -en evtdente vincula sus investigaciones a las lecturas que Jalonaron su maduracton
alusión a la conocida película de Godard- , Ginzburg se empenaba intelectual. Así pues, forzado a pronunciarse sobr~, ei parti~ular y de_s·
en una reconstrucción filológica dei término, rastreando los autores pués de haber trazado los perfiles de su producc10n, la mtcrohtstona
que, a su juicio, lo habían empleado antes de su masiv~ difusión. acaba definida a partir de dos rasgos que son a la vez personales y ge·
A pesar del êxito italiano de la etiqueta, la voz habría tentdo un uso néricos.
previa en inglés, en castellano y en francês. Un estudioso n~rteame-

235
En primer lugar, nos habla dei proceso constructivo de la investi- terizar el yo es menos evidente de lo que él proclama, pues la idcn·
gación. Dicho en otras palabras, los microhistoriadores se caracteriza- tidad que nos da está elaborada de una manera coherente y con unn
rían por hacer de su trabajo un constructivismo consciente, un cons- estabilidad construída. De hecho, esas características le sirven a postr
tructivismo en e1 que no habría nada dado de antemano, en e1 que riori, en los 90, para definir toda su variada obra, incluso aquellos de
no podrían aceptarse ciertas evidencias epistemológicas tradicionales. sus trabajos que tienen un ••carácter decididamente macrohistórico".
Los recursos dei historiador habría que analizarlos conscientemente, En ese caso, los rasgos de la microhistoria, de ser necesarios, scrlnu
mostrando las repercusiones de las elecciones cognoscitivas: qué ob- insuficientes, con lo que quedaría sin' definir la corriente. Por eso 111Í N
jetos deberíamos adaptar, qué categorías emplear, qué tipos de prue- m o, Ginzburg se ve en la necesidad de aiíadir otro elemento qut· puc·
ba utilizar, qué modelos narrativos y estilísticos elegir para transmitir da servir de comodín con el que puedan reconocerse los rcs tnnl cll 1111
los resultados ai lector. En segundo término, la microhistoria se fim- crohistoriadores : el contexto. Según admite, entre todos cllos h.1hd.t
daría en una premisa antiescéptica, compatible con el rasgo anterior una predisposición a insistir en el valor explicativo, significati vo, dc•l
e incluso necesaria: predicar el constructivismo no tiene por qué sig- contexto: si de cosas pequenas nos ocupamos, h emos de hncerlo ulu
nificar la adopción de posiciones escépticas. En los términos de Ginz- cándolas en el tiempo y en el espacio correspondientes. En rc.1lidad ,
burg, el constructivismo es sólo la conscien cia de esos recursos, que la utilización de este término es poco precisa, no se define, proh.1l 1ll'
no son únicos, que no son exclusivos, de modo que los que se esco- mente para que así sirva de abrigo en el que todos puednn gum·rc ,., ~c·
jan y la manera en que se empleen dependen de la meta cognosciti- por igual. Sin embargo, eso refuerza la idea de que tal caractc•t l~ t 11 ,1
va que el investigador se proponga. Eso quiere decir, pues, que no no sería otra cosa que un apéndice afiadido a los dos rasgos IIIIII'N Nt'
hay una realidad que derive de la construcción interna hecha por el fial ados.
sujeto cognoscente, sino que el observador se dota de instrumentos En conclusión, si cualquier lector esperaba encontrar c; J1 1'\1' lriCIII
para representar lo más fielmente posible algo que es externo. Así, la una definición dei término, las expectativas queda n dnr:~ttH' tll l' l1u ~
representación será más o menos afortunada de acuerdo con esa ca- tradas. Si, por el contrario, pensaba hallar un informe C( li C: 1r'illnttc•l,l
pacidad consciente que caracteriza todas las etapas de la investigación. el estado de la cuestión, tampoco verá satisfecha su pt t•t c11111c'u • l.11
Por eso mismo, no hay escepticismo cognoscitivo que Ginzburg o los que sí que encontrará es, pues, una reflexió n pcrsonnl que 111 l.u.1 tr•
microhistoriadores puedan aceptar, y aquí el plural lo pone el propio trospectivamente su trayectoria, sus lecturas y sus cxpcaicllt i.", 111111 11
historiador italiano. Como conclusión, el antiescepticismo es la apues- fl exión que, a la postre, acaba pareciendo una autocd chr.lctc'ut. A111 1
ta cognoscitiva más específica «de la microhistoria italiana». Un argu- esos silencias, la única opción que nos resta es rastrear en su ol11.1 111 •
mento, pues, que ya h emos visto esbozado, p or ejemplo, en «Prove e via a la búsqueda de indícios que nos ayuden a complc.: t.u lu qw ' '"
possibilità», en 1984, sin que la consciencia dei constructivismo o dei tamente él no nos dice. Pues bien, desde sus inícios hnst.t l111• ,u\m
relato histórico como vía cognoscitiva se identificasen necesariamen- 90, y salvo alguna contribución menor, Ginzburg no ticnc 11111~1111 •1
te con la rnicrohistoria. otra que de manera explícita, manifiesta y sistemática nbordc y dc•a,t
ms aceptable ahora una presentación de la microhistoria en estas rrolle el concepto y la práctica de la microhistoria. Ticnc, cso si, tc·x
términos? En realidad, como él mismo admite, es un autorretrato en tos en los que hay alusiones circunstanciales y que podcmns tnlltoll
el que no h ay una identidad estable, una imagen fija, un autorretra- como declaraciones de ese concepto de m icrohistoria que, n juic tu dc•
to en el que sus propios límites !e «han parecido retrospectivamente sus lectores, definiría su obra. A este propósito podemos lu nw1 clm
móviles e inciertos••, justamente porque «el yo es poroso». Es pues ésta ejemplos.
una operación que había practicado también ai trazar tentativamente El primero de ellos data de 1979 y es, pues, un ensayo ptHIt' lll ll
el retrato de Hayden White. En su confesión, hay sin embargo dos a El queso. A dicho texto ya nos h emos referido con antcriorid.tcl (.. H
elementos a destacar. Por un lado, la reducción de una corriente, o nombre y el cómo») y hemos indicado también su doblc :mtn dn : <:.u
mejor, de los perfiles generacionales e historiográficos de una co- lo Ginzburg y Carlo Poni. Se trata de una comunicación prcNcnt.u l,l
rriente, a una trayectoria individual. Por otro, de aceptarse tal opera- a un coloquio romano sobre los Annales y la historiografia it .th.tthl,
ción, esa imagen personal aparece actualizada, en el sentido de que se trata, pues, de un trabajo historiográfico en el que la microhist01 111
los atributos del presente son proyectados hacia atrás con el fin de es sólo un dato más dentro de una evaluación comparativa de l.t 111
subrayar perfiles o rasgos que estaban , en efecto, en el pasado, pero vestigación histórica en ambos pa-íses. De hecho, lejos de exlcndct\c'
cuyo énfasis es actual. De ese modo, esa porosidad que parece carac- en ese análisis comparado y, por tanto, lejos de ser un informe snlu C'

236 2.1'/
el estado de la cuestión, los autores defienden una forma particular
de hacer historia en la que poco o nada parece haber de la herencia un mayor pormenor en los argumentos y algún ejemplo que ilustre
annalista. En primer lugar, constatao el desequilíbrio en favor de Fran· esa práctica, sobre todo si se arguye que su éxito es creciente. El lec·
cia, país con una historiografia más desarrollada, más difundida, en la tor además puede suponer que, por los rasgos mencionados y por la
que los objetos, las fuentes, los métodos y los medios de financiación cronología del texto, ese éxito cabe atribuído a El queso, porque a la
habrían proporcionado mejores resultados. Ahora bien, en Francia, altura de 1979 no hay investigaciones sustantivas que puedan rivali-
pero también en otros países, incluída Italia, la disciplina estada cam· zar con la historia dei molinero, aunque tampoco Menocchio es alu-
biando como consecuencia de fenómenos extrahistoriográficos, de ma· dido. Por otra parte, no hay ningún rastro de aquellas características
nera que, cada vez más, los análisis históricos volverían a fenómenos que, en «Microstoria», el texto de 1994, tomaba como centrales de la
circunscr~tos, a objetos próximo~. En ese contexto, y de repente, los corriente: el constructivismo de la investigación y el antiescepticismo
autores vmculan esos hechos rectentes a un modo particular de hacer cognoscitivo. Parece, pues, que nuestro autor cambiaría los atributos
historia: «no es arriesgado suponer -dicen- que el creciente éxito dei modelo de acuerdo con las preocupaciones del momento, re·
de las reconstrucciones microhistóricas está ligado a las dudas cre· construyendo retrospectivamente su genealogía y sus evidencias. Eso
cientes sobre determinados procesos macrohistóricos>>. Ya vimos en su no quiere decir, de todos modos, que haya graves contradicciones en·
T?omento que fenómenos tales como mayo dei 68 o la crisis energé· tre ambas descripciones, sino que el énfasis dado a cada uno de esos
tlca dei 73 habrfan puesto en entredicho el modelo de sociedad y la rasgos varía pro~ablemente de acuerdo con los humores intelectuales
forma de pensada. Pues bien, en esa crisis emergería con fuerza la mi· dei historiador.' A~.LRJ~s, siguiendo lo dicho en 1979, la microhisto·
crohistoria. El problema, ante tal afirmación, es la ambigüedad que la ria sería una práctica basada en la reducctón ae Ia escala de observa:-
envuelve, puesto que da por supuestos dos hechos no tan evidentes Ci0-ilêõnerfii1ãereé().E:~!iüírlq :v.ividoJ...esto es, con eltinaere~
de entrada, ni para el lector de entonces ni para el actual. Por un lado, construtr esas vt<fã:s"lndi'Y.~duales gue han cjüectã"doregi'Stiãclãsy"'êí~
no se define qué es eso de «reconstrucción microhistórica». Por otro, p..u_eden s~~--~~ili~9}1S'ffieai.9n~.-d..n.ombre de los sujetos que las E!Q"""-
no se proporcionan ejemplos dei éxito que se le atribuye. Sin em· tagonizan. Est<?2. ad_~-~~1 ~~C..I?-~ acompafiado de una admonición final:
bargo, los autores dan por admitida su declaración y pasan a otro ni· ~õ1i1storia no es, n~..l~uedê ser, una mera verificación de regl3:s
vel: la valoración dei nombre como guía o tutela de las investigacio· macro'Ilisfôií.Cãs,-âé 'níõ<Io que....!!_mpoco puede proporcionar exemifa
de lo ya sabiêlõ-ã "Iiiveígenerál;J .
nes cualitativas.
La investigación nominal de la que hablan consiste en la recons· -ru- segundo ejemplo que ~prô'ponemos es el que se contiene en el
trucción de las distintas esferas de vida, de las diferentes acciones hu· debate organizado en marzo de 1980 a propósito de «Indícios. Raíces
manas emprendidas por un individuo en los diversos âmbitos en los de un paradigma indiciaria». En aquella discusión, celebrada a inicia·
que deja huella. De cada uno de nosotros hay constancia en nume· tiva de la revista Qpaderni di Storia en la «Casa della Cultura» de Mi-
rosas registros públicos, desde nuestro nacimiento a nuestra muerte: lán, Carlo Ginzburg alude en la última de sus intervenciones ai tér·
si trabáramos relación entre todos ellos y obtuviéramos unas infor· mino microhistoria, y lo hace de manera breve y clara, aunque en un
maciones complementarias y sucesivas, la vida de los grandes y de los doble sentido. Por una parte, se reafirma en aquel rasgo que ya se·
. pequeii.os personajes podría iluminarse de acuerdo con los vestígios fialara en «EI nombre»: la reducción de la escala. Además, esa decla-
conservados. No hay, pues, una única vía para la histeria social como ración se acompafla de los mismos elementos que ya aparecieran de
defendieran Adeline Daumard o François Furet, que pase ne~esaria· algún modo en 1979. La reducción de la escala supondría la propuesta
~ent~ por ~~ anonimato estadístico. Antes al contrario, es posible una de nuevos temas, la introducción de nuevos métodos y, como aiiadía
htstor~a s~ctal a tra~é~ del 11011_1bre que convierta la investigación en literalmente, la renegociación de las regias del control. Así pues, y
una ctencta de lo vtvtd~. La vtda y el nombre obligan, pues, a ope· como es lógico esperar en un texto tan cercano al anterior, no hay
rar en una «escala reductda», dado que con esa perspectiva será posi- ninguna diferencia con respecto a lo enunciado antes. Ahora bien, la
ble hacer una historia cualitativa de las clases populares. O por de- particularidad de esta declaración se encuentra en otra de sus afirma-
ciclo en los términos de Lawrence Stone, una prosopografla, pero una ciones. Ginzburg confiesa su estupefacción por el hecho de que se
prosopografla desde abajo, análoga a la de E. P. Thompson. vincule el término microhistoria con «Indícios», cuando es evidente,
Los rasgos atribuídos a la microhistoria son escasos y se enuncian y así lo hace constar, que· él no usa ese término en dicho ensayo. Más
brevemente, hasta el punto de que de nuevo el lector echa de menos aún, lo único claro es que esa expresión, que designaría una práctica
de investigación, circulaba profusamente en Italia, pero sin que hu·

238.
.239
biera ejemplos concretos o suficientes que la avalasen . En coqse- lo hecho en El queso y lo dicho a propósito de la m icrohistoria. Aho-
cuencia, advertia Ginzburg, no sabemos aún qué sucederá realm~nte ra bien, en su obra de 1976, el nombre no designa la cosa, simple-
con el modelo. Para ello habrá que esperar a que aparezcan ejemplos mente porque la cosa precede al nombre, simplemente porque aqucl
concretos que ilustren la práctica. En esta intervención pública hay que se tomó como ejemplo sobresaliente de la microhistoria no re
varias elementos a destacar. gistra ni una sola vez esa expresión: hay reducción de escala y hay lns
En prime r lugar, hay que subrayar la disociación que Ginzburg .- ventajas cognoscitivas que Ginzburg le atribuirá posteriormente :1 In
hace entre «Indicias» y la microhistoria, basándose en e! hecho de la perspectiva micro, pera no hay una calificación que consienla la c?
falta de alusiones que habría en su trabajo sobre los indicias. El pa- mún identificación. Si E/ queso ha vendido tanto y ha gozado del (.,
radigma indiciaria, en efecto, no es h allazgo de la microhistoria, sino vor de públicos tan diversos, se debe a las razones que h e mo~ ido
que sería un modelo cognoscitivo previo en el que aquello que se re- enumerando, pera se debe también a la operación retrospcctivn tjlH'
plantea son las regias dei contrai y las formas de inferen cia en las ex- lo toma como ejemplo de una práctica que aún estaba por cl e~.111o
plicaciones científicas. Visto de ese m odo, <<Indícios» n o es, en efec- llarse.
to, ningún manifiesto microhistórico, a pesar de que tantos lectores Esta última interpretación no sería, sin embargo, complt.:lntliCilh'
contemporáneos o posteriores así lo hayan tomado. De hecho, cuan- arbitraria puesto que se vería reforzada por un dato objetivo. Co1110
do Alberto Mario Banti reflexionaba sobre la historia social italiana, ya sabemos, en 1981, y después de unos p reparativos que se rcnH111
ya seiialaba este dato y recordaba la conmoción que «Indicias» había taban a afias atrás, la editorial Einaudi iniciaba una nucvn colcn ic'l 11
provocado entre quienes hablaban de la microhistoria. La negativa de con el rótulo de, «Microstorie••, . ~1 c~idado, ent_re otms, dd P~'~~\'j"
Ginzburg a asimilar sin más «Indícios» a esta corriente emergente le Ginzburg. Más aun, como tamb1en v1mos, el pnmcr volumc11 pu 1l1
otorgaba una ventaja personal basada en la distancia y en la ambi- cada fue precisamente un texto suyo, Pesquisa sobrr Pirro. Sr 11 .11nlu•
güedad. Es por eso por lo que ni siquiera él mismo se identificaba ex- de una nueva investigación en la que la histeria dcl nrlc (1111 .wu1.11
presamente con esa práctica. En todo caso, desmintiendo en parte lo concreto de Piero della Francesca y la repercusión que eslo 111vo t' ll
anterior, es decir, desmintiendo su desvinculación personal o progra- su obra) era abordada desde el modelo conjetura! que él 1111m1n h,a
mática de la corriente, la consideraba positiva y la aguardaba con es- bía teorizado en «Indícios» y, como en El queso, la indngaci6u t'l,l \11
peranza, porque creía que el análisis histórico de procesos microscó- bre todo la revelación de un enigma. Por tanto, su nol'n bre qut'! d11bn,
picos habría de permitir que la historiografia adquiriera una dimensión ahora sí, irremediablemente vinculado a la microhistorin, tanl t> pm t•l
teórica propia, específica, n o subalterna o parasitaria de las otras cien- hecho de ser corresponsable de la colección cuanto por habe1 "do ,.(
cias sociales. Esta propensión, que era un asunto común en el deba- autor dei primero de los volúmenes que se editaron. <Se acl:ll •lhn 1 1111
te de los historiadores de aquel momento a la hora de discutir sobre ello el sentido con el que cabía interpretar la noci6n de lo 1nit 111111 \
la interdisciplinariedad, es un argumento presente en Thompson, en tórico? En Ginzburg, al menos, no, a no ser que hagamos 1111.1 yux
aquel Thompson que rechaza una histeria importadora de métodos, taposición con todos los elementos que han ido aparecicndo y le dt·
suministradora de ejemplos y fertilizada por disciplinas ahistóricas. Fi- mos una coherencia y una continuidad que no tienen. Por l:lnln, 1111
nalmente, el último elemento a destacar en el pronunciamiento de es extraiio que en ese texto de 1994 en el que H ans Medick lc pcdha
Ginzburg es, como en <<El n ombre», su silencio sobre El queso. Si se que se pronunciara retrospectivamente sobre el asunto, el propio '"'
trata de reducir la escala para así hallar nuevos temas, poniendo en toriador italiano se remitiera a un colega suyo, a G i.ovanni l.cvi. V
práctica nuevos métodos centrados en el sujeto, y proporcionando ex- ello por dos razones. La prirnera por ser Levi el importado•· de l.1 1111
plicaciones cualitativas, el ejemplo del molinero se impone, más aún ción en el âmbito histórico: originariamente elaborada o emplc.1tl.• ,.,,
cuando su publicación era muy cercana en el tiempo y su repercusión el domínio literario, la microhistoria adquiría un espacio nuevo H"'
era ya más que notable, con traducciones inmediatas al inglés y al cias a este otro historiador, como honestamente se lo reconoce Sll 11 1111
francés y, posteriormente, a otros idiomas. Esos datas destacados, esos go Carla Ginzburg; la segunda, por ser Levi justamente quien re.di
rasgos mencionados por el propio historiador que avalarían la espe- zara el retrato más acabado de los microhistoriadores, la reflexi6n dr
ranza depositada en la nueva corriente, estarían, sin embargo, en su conjunto que diera orden y congruencia a lo dicho y hecho po r u11 m
propia obra. No se trataria tanto -y en esto Ginzburg tendría ra- y otros. En consecuencia, es allí donde parece que debemos clirit\it
zón- de que «Indícios» fuera leída en clave microhistórica; de lo que nos ahora para averiguar finalm en te lo que Ginzburg no dice.
se tratada es de la identificación razonable que podría hacerse entre

240 241
la forma de presentarlos, en la forma de d_escribirlos y de yuxtap,o-
2. En principio, lo que Levi nos propone no parece demasi~do nerlos. Así, junto a afirmaciones que descnben ras~o~ (la reducc10n
esperanzador. Si Ginzburg subtitulaba su declaración sobre la mi· de la escala, el papel dei indicio o el rechazo dei relatl.Vlsmo) hay otras
crohistoria con el elocuente enunciado de «dos o tres cosas que sé de realmente confusas que no designao atributos específicos (~uál es ese
ella», Giovanni Levi no era mucho más explícito e incluso llegaba a debate sobre la racionalidad, qué papel desempena lo pi!ftlcular que,
mostrarse escéptico sobre la posibilidad de decir algo sistemático so· además, no parece oponerse a lo so~ia~, qué aten~i?,n es ésa, que se
bre esta corriente. En una entrevista publicada en 1990 en la revista presta a la recepción y al relato, c~al es la. defimc10n espec1fica de .
Meridiana, anunciaba el trabajo de síntesis que estaba realizando ~o· contexto). Ellector del ensayo podna muy b1en resolver estas pregun-
bre la microhistoria y lo hacía en unos términos paradójicos: le era tas apelando a los contenidos explícitos que pre_c;de~ a, ~sta presenta-
tan dificil sistematizar sus contenidos y los conceptos clave que la de- ción final, pero eso no excluye que una des~npc10n smtetlca, que con-
finían, que decía estar desesperado, hasta el punto, afiade, de !legar a densa esas características, deba estar enunctada de tal m?do que .sea
evitar la redacción y optar por irse ai cine para no obsesionarse con comprensible en sí misma. Vayamos, pues, a esos contem~~s prev10s.
clicha tarea. Esas palabras no tienen ironía alguna, sino que parecen Para Levi la microhistoria surge en el contexto de la cns1s dei mar-
reflejar el estado de ánimo de quien, habiendo sido uno de los res· xismo y, po; tanto, los que la practican serían unos investiga~ores que
ponsables de «Microstorie••, no encuentra la forma adecuada de con· habrían abandonado modelos conceptuales fuertes, normativos, que
clcnsar los rasgos de aquella corriente. El ensayo resultante, que era serían ajenos a cualquier metafisica categ.ori:U y qu~ se propondrían el
tarnbién un encargo para aquel volurnen editado por Peter Burke ai análisis de objetos concretos. La meta pnn.c1pal_~ena,_ r,ues, la de «bus-
que hicirnos mención ai principio, trataba de describir los avances lo· car una de~cripciÇ>n fl'láS ~ealistaêl~l.. cqinpôrtamt;nto humano»~ ,de ma·
grados en este ámbito poniéndolos en paralelo a aquellos otros con- nera q"ue.. j:mdie.r.il. integrarse la acc1_ón! .el confhcto y la elec,c~o.n que
seguidos en diferentes ramas de la disciplina. El rasgo general que des- se darían· dentro de sistemas ••prescnpttvos>>. Por tanto, sus analts1s con-
tacaba era la ausencia de una ortodoxia de escuela, esto es, no habría cretos tendrían como objetivo evaluar la libertad del sujeto dentro del
entre los microhistoriadores directrices comunes que, como un siste· conjunto de regias que limitao su acción. Pues bi~n, to~o esto remi-
ma coherente de princípios, dictaran lo posible o lo adecuado en las te a esa característica confusamente presentada baJo el rotulo dei de-
investigaciones. Por el contrario, las prácticas serían diversas, las refe- bate sobre la racionalidad. Sin embargo, no hay en el ensayo alusión
rencias teóricas serían múltiples, estarían combinadas de forma ecléc- explícita al concepto de raci?na~idad que se estaría discutiendo, P?r-
tica y, en fin, los trabajos resultantes serían muy variados. A pesar de que de hecho no pre~e~ta mngun .deba~e, el de?ate que afecta a m-
todo, a pesar de esa diversidad, habría algunos elementos comunes dividualistas metodolog1cos, a func10nahstas, etcetera. En otro ?e sus
que permitirían hablar de cierta identidad entre los microhistoriadores. trabajos, aquel que dedicaba a la biografia, era algo más explíc1to so-
A juicio de Levi, las características compartidas por quienes ejer- bre este asunto. Allí justificaba el interés de ese género en .tanto que
cen esta práctica historiográfica serían las siguientes: «la reducción de obliga a los historiadores a plantearse alguna ~e las _cuestton es ccn·
escala, el debate sobre la racionalidad, el pequeno indicio como pa- traJes de las ciencias sociales, entre ellas en que medtda nuestras ac-
radigma cientifico, el papel de lo particular (sin oponerse, sin embar- ciones son o no racionales. De h echo, esa preocupación es un_o de
go, a lo social), la atención a la recepción y ai relato, una definición los hilos conductores de su investigación principal. En efecto, SI nos
específica de contexto y el rechazo dei relativismo». Lo primero que detenemos en su libro más conocido, La herencia inmaterial, podrern?s
llama la atención de esta síntesis es su brevedad y su enunciación, apreciar que, más aliá de la rareza dei pe~sonaj.e tr~~ado .(un ex.or~ts­
algo confusa, sobre todo si tenem os en cuenta que se trata de la· des- ta), la racionalidad es aquell? que guía la mvest1~ac10n. St el objettvo
cripción de una corriente historiográfica, lo cual parece confirmar las es una descripción más reahsta dei comportam1e~to hu~ano en la_s
dificultades que Levi confesara a propósito de la sistema tización de diferentes sociedades históricas, en ese caso la acctón rac10na.l descn-
sus características. Este hecho sorprende aún más cuando el propio ta no puede ser la del tipo ideal supuesto en el_ homo oeconomrcus. Así,
autor invoca al Wittgenstein de Sobre la certeza como instrucción de al tratar el mundo campesino dei sigla XVII, Lev1 se apara, e~tre ot_ro~,
lectura para su texto. Si como sabemos, todo lo que se puede decir en Herbert Simon y en particular en su tesis de la ra~tonahdad ~~~-~­
se puede decir claramente, no parece que Levi consiga esa claridad y tada. Es decir, cuando el investigador toma como objeto de a~allSls
tampoco parece que el Wittgenstein antiescéptico que cita se acomo- un individuo debe tener en cuenta que éste no es entonces m nun-
de a su propio argumento, igualmente antiescéptico. En realidad, más ca alguien q~e agote las informaciones o que esté en capacidad de
q ue en los puntos concretos que se incluyen, el problema se halla en
243
elegir sín íncertidumbre y de jerarquizar ordenadamente sus preferen- cala p ermite captar, concluye Levi, el funcionamiento «reah• de aque·
cias. El escenario de las decisiones es, desde este punto de vista, ·tm !los mecanismos que a nível general quedao sin explicar.
contexto concreto en el que el actor encuentra su esfera de libertad Entre los autores que Levi cita ahora, en los anos 90, para fund n
más. allá de las restricciones y donde la elección es tentativa, aproxi- mentar esa posición, y que podrían ser referentes o interlocutores p(.)
mativa, basada en una experiencia selectiva. Así pues, a pesar de no lémicos de esta p erspectiva, están Frederik Barth y Clifford Gecrt:f..
desarrollar estos aspectos y presentarlos de forma tan sumaria en su Mientras ai primero sólo le dedica una breve alusión para subrnynr su
ensayo sobre la microhistoria, ese rasgo acaba siendo determinante. Y lo condición de pionero en la reflexión ·sobre la escala, ai segundo lt'
sería h asta el punto de que permitiría considerar que la microhistoria presta una mayor atención. Lo que le interesa de este último autor c~
ocupa «una posición muy específica en la denominada nueva histe- un aspecto: la «descripción densa». La así llamada thick desrriptitm pt·r
ria». Pero específica, (en qué sentido? Tampoco en este caso nos lo mitiría vincular la historia (micro) con la antropologia (intcrprct.tl iv.1),
aclara. Por lo demás, que este atributo cobre una importancia capital en la medida en que en ambos casos se reduce la escala de ob~c r v.r
p~ra Levi descri~e más su p ropia posición que la de, por ejemplo, ción y en tanto que los objetos tratados están dotados de signific.rdm
Gmzburg, en quten el debate sobre la racionalidad en esos térm inos simbólicos que habría que averiguar de acuerdo con el contexto cu d
no es algo que esté planteado de manera explícita. que se insertan. Ahora bien , el problema de Geertz y sus scguidurc\
lnme?iatament,e despu_és,. Giovanni Levi remite ai lector a lo que es doble. Por un lado, les reprocha que no atiendan suficientemente
en esenCla parecena const1tu1r el elemento central de esta práctica: «la a la «multiplicidad fragmentada y diferenciada de rcprcscn lncio ncs>•,
reducción de la escala de observación••, lo cual iría unido ai «análisis esto es, los significados simbólicos varían histó rica y socinlur cnl c y,
microscópico•• y al «estudio intensivo dei material documental>>. Este por tanto, no pueden tratarse como abstracciones. Por o tro, lcs iurp11
rasgo, tal y como Levi lo presenta, no implica necesariamente tratar ta una posición relativista o, parafraseando ai propio Gccrtz, \111.1 p uNI
o analizar objetos pequenos, sino que supone adoptar un enfoque ana- ción antiantimlativista. Aunque se extiende algunos pármfos sul11 r ~·~Ir'
lítico que es independiente de las dimensiones de lo que se estudia. asunto, Levi reproduce la tesis que ya defendiera en ••I pedeulr drl
En ese sentido, el microscopio es la metáfora que describe de qué geertzismo>>, un artículo de 1985 en el que denunciaba la .tplic .H 11'111
modo el h istoriador se enfrenta ai objeto. En realidad cuan do un de Geertz en el análisis histórico por parte de Robert Oarnton. 1..1 oi
cientifico aplica una lente en su laboratorio aumenta la ' visión de lo tica fundamental que ahora sostiene es contra el relativismo. A M t Jlll
q~e era imperceptible y, sin embargo, central en la vida orgánica. Del cio, las ciencias sociales habrían tenido en los últimos anos una dct•
mtsmo modo, podría decirse que ei microscopia dei historiador agran- va relativista en virtud de la cual se habría llegado a una dctctmitt.ulu
da objetos que tradicionalmente no habrían sido observados permi- situación: habría pluralidad de interpretaciones y, más aón, una c..li lt
tiendo así una mirada más intensa. Este asunto ya había sido abor- cultad cierta en jerarquizarlas. D e acuerdo con el antropólogo, l eio~>
dado con anterioridad por Levi. En 1981, en un artículo titulado «Un de ser una tara, esta constatación habría permitido la critica o indu
problema di scala••, se preguntaba cómo puede un historiador estudiar so la destrucción dei etnocentrismo, un auténtico avance cultural y
y describir sistemas de grandes dimensiones sin perder por ello de vis- cognitivo. Esta idea es completamente rechazada p or Levi, para lo cunl
ta la situación concreta de la gente real y de su vida; o ai revés, cómo adepta una posición que se asem eja a la que defendiera simultnnca·
~ pueden describ.irse las acciones de una persona sin p erder de vista mente Ginzburg contra White. En re(lli'dad, los dos historiadores ita·
tampoco la realtdad global que las limita. La aproximación micro, afia- lianos compartían la tesis de Momigliano que ya hemos visto con an
de, permite solucionar ambos problemas ai insertar los objetos en su terioridad.
contexto. Si no se afronta el problema de la dimensión oportuna que En suma, Levi nos lleva de la escala ai antirrelativismo de forma
exige el análisis de los fenômenos históricos, podemos caer en una se- descompensada, incluso desmesurada, dedicándole mucho más cspa·
'I rie de mecanicismos explicativos basados además en dos premisas cier- cio a este último asunto. De hecho, como ya ocurriera con uno de
tamente discutibles. Por un lado, aquella según la cual las situaciones los dos rasgos enunciados por Ginzburg, el lector podría concluir que
locales sólo son el reflejo de lo general, un mero ejemplo; por otro, la crítica dei relativismo es para la microhistoria mucho más impor·
I aquella según la cual hay un orden de relevancia que establece dico- tante. Por eso, no debe sorprender el desequilíbrio que hay en el tra·
I tomias tales como ciudad/campo, culto/ignorante, etcétera, dicotomias
en las que el primer término tiene un sentido p ositivo que derivaria
to dispensado a Geertz frente a Barth. En efecto, el primero era en
aquellos anos una de las figuras centrales de las ciencias sociales. Su
dei progreso y de la dirección de la histeria. Así pues, la p equena es- viejo artículo sobre la descripción densa y su ensayo sobre una pelea
!
244 245
I
de gaHos en Bali se había~ ,convertido en dos referentes inexcusables,
sobre todo p~r la repercus10n que estaba teniendo a finales de los .80 cton favorece la individualización de los hechos, evitando así la ge-
la antropologta posmoderna,. aquella corriente que prolongaba y «su- neralización y fa formalización cuantitativa, mostrando pues de qué
peraba·~ al maestro Geertz. Dtcho en otros términos, así como Ia obra modo los sujetos eligen entre los interstícios de los sistemas normati-
de Whlte alca?zab_a verdadera reperc~sjón cuando la posmodernidad vos. Por otro, e! relato permite incorporar el procedimiento mismo de
llega~a a la htstona, cuando las postctones escépticas tenían mayor la investigación, así como sus obstáculos y sus limitaciones docu-
predtcam~nt?•. cuando el formalismo se empleaba para e! estudio de mentales. De ese modo, los microhistoriadores superarían la forma tra-
1~ obra histo~ICa como artefacto literario, algo similar podríamos de- dicional y «autoritaria» dei discurso histórico, forma en la que la rea-
ctr que sucedta con Geertz en el ámbito de la etnología. y para cada lidad se da por evidente y en la que el observador está ausente. A este
un~ de ellos nos ~ncon~~mos justamente con su crítico respectivo, se propósito, Levi cita, por supuesto, a Lawrence Stone, aunque de pa-
destgne como antJ~rela~vtsta o como antiescéptico: Ginzburg y Levi. sada, y sin que los problemas que éste plantea le parezcan los más re-
De hecho, e1 propw Gmzburg ya reconocía en «Microhistoria: dos 0 levantes, dado que no se trata de volver a contar cosas, sino de su-
tres cosas ...>> que, en la última década, ambos habían dedicado parte brayar que la comunicación tiene forma de relato. Ahora bien, la
d: sus esfuerz~s a polemizar !ep~tida_mente con las posiciones relati- comunicación, afiade, no se reduce tampoco a un problema de retó-
VIStas. Ahora bten, ~ nuestro JUtcto, st Levi toma como antagonista a rica, puesto que el relato obliga sobre todo a preguntarse acerca de la
~eer_tz _no es exclusivamente por su celebridad o por su posición an- p rueba y la demostración históricas. Por eso mismo cita también a
lt~nlt, stno porque entre el trabajo de éste y ei suyo 0 el de Ginzburg Momigliano y acaba poniendo como ejemplo de esa práctica el libro
eXJste~ puntos comunes e incluso afinidades. Y unos y otras no se ha- de Ginzburg y de Adriano Prosperi de 1975 titulado Giochi di pazien-
llan solo en e! te~reno de la r~ducción de la escala, porque si así fuera za. El colofón de ese largo párrafo es una ilustración !iteraria, toma-
e~ yeso de ~rednk Barth debtera haber sido mayor en la argumenta- da en este caso de Henry ]ames {En la jaula).
cton de Lev1. En cualquier caso, la pregunta permanece: (es tan evi- ms cierto que la microhistoria ha abordado expresamente el pro-
de_nte ~ tan_ central q~e el anti_rrelativismo sea un rasgo básico de la blema dei relato? Como sabemos a partir de Ginzburg, pero también
mtcrohts~ona? En ~eahdad, la mcomodidad que Levi muestra frente gracias a las aportaciones dei propio Levi, los microhistoriadores han
al geertztsm? provtene. dei peligro de que la investigación histórica tomado consciencia dei relato, peco no pareceo haber hecho un aná-
quede reductda _a una mterpretación de interpretaciones, de! mismo lisis específico de las formas de la narración, a1 menos de las que ellos
m?do que a Gm~burg le m_olestaba especialmente que el conoci- desarrollan. (Cuál es, pues, la explicación que Levi nos ofrece ahora?
mtent? de la, reahda?. s,e tuvte,ra por imposible, dado que Ias repre- La primera de las características que sefialaba, con ser cierta (un rela-
sentactOnes solo remttman a st mismas y a nada externo. D e hech to acaba siendo siempre una historia de una vida o de un suceso), re-
u,no _de los reproc~es de Ginzburg a White, el de tratar la verdad e~ mite sin embargo ai propio Levi. Esto es, si a este historiador le pre-
termmo~ ?e eficacta persuasiva, tiene el mismo sentido que el cargo ocupaba especialmente el problema de la elección racional, será a
que Levt tmput~ _a Geertz. En ese caso, el problema ya no sería tan- través de esas narraciones que podremos averiguar cómo eligen los in-
~~ e} ?e! escepttctsmo, e! de la imposibilidad de conocer la realidad divíduos. Ahora bien, C:de quién es el relato?, (dei historiador o d e las
tstonca, ~u~to la conversió_n de la verdad en un asunto meramen- fuentes en las que se basa? Por lo que parece, la narración incorpora
te hermene~~Ko, en un confhcto de interpretaciones o, en definitiva ai historiador hasta el punto de que el observador aparece en lo ob-
en la asunct~n d; 1~ verdad en términos de pragmática. Ahora bien' servado y, por tanto, hasta el punto de presentarnos su perspectiva o
ese ~asgo_ anttescepttco o antirrelativista no sería privativo de los nii: focalización. Con ello, se supone, ya no tendríamos un discurso en
c;ohtstonad~r,es, ai m enos en eJ mismo sentido en que sí que lo se- donde el emisor se cancelaría haciéndose desaparecer en la omnis-
na la reduccwn de escala.
ciencia. Esta idea se ajusta plenamente a lo dicho por Ginzburg, in-
. EI_,siguiente rasgo que Levi menciona es el problema de la comu- cluso cuando ha de abordar la relación entre verdad y retórica. Como
ntcacwn con e! lector, es decir, el problema de! relato. Siendo como en eJ caso de aquél, asumir que el significado de una obra histórica
parece un aspecto tan relevante, sólo !e dedica un párrafo. Sorpren- no sea una mera cuestión de retórica le permite no extenderse sobre
de, ~n efecto, _que ~e de_tenga tan poco en esa cuestión cuando, según el particular, al m enos no hacerlo sobre los efectos estéticos que se
sostten~, la mtcrohtstona lo ha abordado «específicamente». AI decir provocao, con lo que otra vez nos quedamos sin saber de qué ma·
de Levt, el relato tendría una doble función. Por un lado, Ia narra- nera concreta abordao los microhistoriadores esa cuestión. La investi·
gación histórica sería, en efecto, conocimiento, presentación de datos
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razón? Porque eso mi~mo puede ,apreciars,e en El qtteso, una obra co~­
y explicaciones, pero el orden que se les da y los recursos que se .em- temporánea a la antenor y _muchlSlmO ~as c~lebrada. De hec~?· Gzo-
plean no son sólo elementos cognoscitivos. Pues bien, ni uno ni otro, chi es un texto poco conoc1do y I?oco dtfund1do ,en com~ar_ac10n ~o~
ni Ginzburg ni Levi, dicen palabra sobre este último aspecto estético las obras posteriores de C ar! o Gmzburg. Adernas!, este ult1_mo _m SI·
que se asocia al conocimiento pero que no es idéntico. A lo sumo, quiera alude a ese trabajo cuando aborda la cuestl_on del ~1stonador·
ambos remiten a Momigliano y en el caso de Levi introduciendo una narrador en «Microhistoria: dos o tres cosas» y ctta prectsamente la
péquefia matización en nota, aquella según la cual Momigliano insis- investigación sobre el molinero. · .
tiría «demasiado en la oposición entre verdad y retórica». lQué signi- Igualmente sorprendente resulta que Lev1 alud~ a una obra de
fica esto, qué significa «demasiado••? Ni lo explica aquí ni lo había Henry James (En la jmtla) para to~ar a s~ pr~tagomsta (una telegra·
h echo cuando, en una nota de otro texto de 1989 («Retorica e sto- fista) como metáfora sobre el ofic1o de htstonador. En este caso, se
. ~ia»), sostuviera esa misma idea. Es decir, nos hallamos ante un argu- trata de una cita de autoridad previsible, puesto que, cuando se ha
mento reiterado por Levi, un argumento que, según avanzamos o re- bla de la experimentación de! punto de ; ista, el prece~e?te m~s oh
trocedemos en su obra, p arece h aber sido y parece seguir siendo vio es este narrador. Como se recordara, James, descnb1a la. nov.cl.l
central, pero que no acaba de resolverse. De hecho, en la introduc- como una casa con múltiples ventanas o una !ampara que tlumt~,,
ción que hiciera en 1984 al libro de Franco Ramella, Terra e telaz~ Levi con diferentes focos de luz. Por eso, según la ventana que se csc_oJ.I
insiste en que la escritura de la histeria no es un problema formal, o según el foco que alumbre, la perspecti~a varía y la inform;~c~6n
externo, sino que depende dei tipo de argumentación que se emplee. que se obtiene cambia de acuerdo con qmen observa y la posu:1b11
Ahora bien, su respuesta no es mucho más clara allí, e incluso pare- que ocupa. Esa novela de Ja~es, ~ar~ada en ~ercera per~ona pcro rnn
ce contradictoria con lo defendido posteriormente, puesto que pare- el punto de vista del personaJe pnnctpal, esta protagomz~da pw '"' 1
ce poner de relieve el papel de la persuasión frente a la demostración humilde telegrafista londinense que recrea el m~ndo exten or, cl tlt· ~~~~
y, además, los riesgos de la retórica están ausentes, como ausentes es- clases altas, a partir de los telegramas que tramita. En su trah.IJO, riL1
tán White o Momigliano. reconstruye con los indícios que tiene a su ~lc~ce (las esca~." p.ll 1
D entro de esta argumentación, hay un elemento un tanto sor- bras de un telegrama) la vida elegante y las hts_tonas. de amor de tt llll'
prendente. Para ejemplificar el trato que los microhistoriadores dis- nes frecuentan la oficina post~l y de los destmatano~ de. los III Cil\.1
pensarían aLrd_ato, Levi ha citado Giochi di pazienza. Recordemos que jes. (Por qué utiliza Levi este eJemplo?_ P<:>rque, como el m tsmo scll.tl.l,
se trata de un libro verdaderamente experimental, en el sentido de esta telegrafista emprende un~ ta~ea stmtlar a la que. ,llevarfan :1 t .1b~
que subraya la presencia del observador, presencia que se haría evi- los microhistoriadores, es decLr, estos se basan tambten en una 111.1tt
dente hasta el punto de incorporar las incertidumbres, los errares, las ria prima escasa y fragmentaria, en lo que se conserva (~os clocumcu
conjeturas sucesivas y, en fin, los «andirivieni della ricerca». La obra, tos) y no se resignan a ignoraria todo del mundo exter!or, de 1~1odo
como hemos anticipado, es en realidad un comentaria histórico-filo- que' se ocupan de reconstruir aquello que gudo ocur_nr y la~ tnter
lógico sobre un tratado italiano del siglo XVI que se ocupa de la fi- pretaciones que le son más acordes. La alus10n _de Le~t se dettene cn
gura de Cristo. Para ello, los autores se sirven de una metáfora, la dei ese punto y eso permite que la reflexi~n s~ apltque sm problemas 3,
juego, que tiene dos vertientes. Por un lado, la connotación de regia, por ejemplo, El queso, en donde un ~tstonador-narrado_r recons~yc
es decir, hay un código fijado que no puede vulnerarse impunemen- el mundo vivido, percibido y fantaseadc;> por Menocchto a parttr de
te. Por otro, el sentido de diversión, esto es, la partida es observada esa documentación escasa y fragmentana con la qu e ~uent~. Ah~ra
por cada uno de los participantes desde su punto de vista y es expe- bien ni Levi cita la obra de Ginzburg ni completa la tdea tmpllctta
rimentada con placer por los jugadores. Justamente por eso, Ginzburg que 'hay en aquella novela (En la jaula). .
y Prosperi hablan de sí mismos, hablan del mito de la objetividad y En realidad, el ejemplo de la telegrafista es ambtva~ente. Por un
hablan, pues, de cómo enfrentao la escritura del texto divirtiéndose. lado, es una jovencita inquieta, inteli~en_te, que no se restgna a su .c~t~·
Tal y como está concebido, y por los comentarias que afiaden a la li- dición medíocre y que por tanto eJerctta su mente _con las yost~lh·
teralidad del citado tratado, el experimento recuerda ciertos hallazgos dades que el mundo exterior le ofrece. Sin embargo, SI es tan mqtuet_a,
!iterarias de Nabokov o de Borges. Ahora bien, no es esto lo que in- en parte se debe a que cultiva su i~aginación _con novelas de. medto
teresa; lo que motiva la cita de Levi es que Giochi sea un ejemplo ilus- penique, novelas prestadas que descnben fant~s~osam~nte esa vtda ele·
trativo de! «proceso de construcción de! razonamiento histórico». Aun gante a la que ella aspira y «(qué n o productra - d1ce el narrador-
así, que se tome ese libro como ejemplo puede sorprender. {Por qué
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la percepción embotada de una muchacha con un cierto tipo de alma en un bisnieto hallamos rasgos de un abuelo ? de un b~s.abuelo. Es
ai ser estimulada?». Lo que produce es conocimiento aproximado- y decir, éste es el modelo wittgeinsteiniano_ que Gmzbur~ _utiliza. El_p ro-
parcial de ese mundo externo, un conocimiento en ocasiones sor- pio Levi insiste sobre ello en l~ entrevtsta que Merzdrana pubh7aba
prendentemente fiel; pero también produce fantasías que no se co- en 1990: para Ginzburg, nos dlCe, conte~to alude a toda~ las sttua-
rresponden en absoluto con la realidad. De hecho, la conjetura más ciones culturalmente análogas en las que tiene lugar un fe~o~eno. En
importante, a la que dedica mayor esfuerzo, es a la vez la más fraca- efecto, tal y como veíamos al habl~r de. El queso y de f!zs~ona noctur-
sacia, puesto que al final es desmentida por quien conocía la historia na, la operación de Ginzburg consistía en establ~cer fihac10nes extra-
de primera mano. Es decir, la novela es una metáfora de la n ecesidad temporales y extraespaciales pa!a mostrar las, comente~ culturales que
de saber, de la necesidad de conjeturar acerca dei mundo que igno- subterrânea o explícitamente vmcula~an fenom~nos divers?s. . .
ramos, pero también es una alusión a la dificultad, a la ambigüedad El aspecto más curioso dei recorndo de Lev1 por la mtcrohistona
y a la escasez informativas que nos da nuestro punto de vista, pues- es quizá que, después de haber enumer~do los_ diversos ras~os q~e la
to que la joven telegrafista, creyendo disfrutar con <<el placer inofen- caracterizao, haya conseguido hacerlo sm al~dtr al texto ~as_ evtden-
sivo de saber•>, no sabía e inventaba parte ese mundo. te y esperado: El queso. De hecho, este olvtdo,_ q';le p~dna mterp~e­
Las últimas características descritas por Levi para la microhistoria tarse incluso en clave freudiana, resulta muy sxgmficativo y _permite
(los indícios, lo particular y el contexto) aparecen condensadas en ';Jfl releer las diferentes alusiones que hay en el texto a Carlo_Gm~burg:
breve párrafo en donde los indícios, como forma de conocimiento, la primera, a su libro sobre_ Piero della Francesca, para eJe_mp~Ificar,
permiten averiguar las características de lo particular, insertándolo en entre otros casos, la reducciÓn de escala; la segunda, a Gzockt, pa!a
el contexto dei que formaría parte. En realidad, en lo único que se ilustrar entre paréntesis una de las características del r;lato mtcrohis-
extiende es en la cuestión referida al contexto. Respecto a los otros tórico; la tercera, a «Indícios», porque allí se J?lanteana ,etyroblema
dos rasgos, no hay mayor desarrollo y hemos de suponer que son pro- de la descripción formal y científica de 1? p_artxcular; la ulttma, a <<El
blemas resueltos a partir de su reflexión sobre el contexto. Tal vez nombre y el cómo», precisamente para mdtcar en_ nota que ~e trat~
que se extienda sobre este último asunto se deba a la importancia que de un manifiesto inicial ya «superado en gran medt?a». Es dectr, Lev1
los microhistoriadores le dan. De hecho, el propio Ginzburg también no siempre cita lo m ás importante de la obra de Gm~bur~, Y aquell?
coincidía en subrayarla, puesto que sería lo único que identificada in- a lo que alude está en ocasiones fuera de su lug~r mas evtd~~te. Ast,
vestigaciones muy diversas (las de los microhistoriadores) realizadas a por ejemplo, e1 lector hubiera esperado que la cita de <<lndtciOS» hu-
partir de objetos muy variados. En Ginzburg resultaba sorprendente biera aparecido también en e1 momento en_ el que h a de exponer es_a
el relieve dado al contexto porque no lo había pensado como rasgo característica de la microhistoria que consiste en acceder ai conoci-
determinante de la corriente y sólo ai fin al lo incluía como atributo miento del pasado a través de indícios.
común. Además, tampoco explicaba el significado que para é! tenía En realidad, aunque Levi intente ofr~cer una paut~ cohercnt.e de
ese término. En cambio, Levi trata de aclarado y de sistematizar sus lo que la microhistoria significa par~ qutenes l,a practtcan, él tmsm?
usos. En general, por contexto podrían entenderse dos cosas. Por un no identifica completamente su trabaJo y sus metodos ~on los que _uu-
lado, y de manera más convencional, el espacio próximo en el que liza Ginzburg. Así, en las diversas entrevistas que Levi ha concedido,
sucede un hecho, espacio concebido como e1 sistema de significados acostumbra a marcar las diferencias qu_e los separ~n, la mayoría_ de
al que pertenece. De acuerdo con esta acepción espacio-temporal, el ellas de orden personal e intelectual. Levt suele a_duci~ que Carlo Gmz-
contex~o puede leerse de dos maneras: de una forma funcionalista-de- burg es un historiador inclasificable, un gran htstonador que, por_ su
terminista (lo particular queda explicado por lo general) o de una for- propia condición, no podría_ crear esc_uela. ~ás aún, en la e~trevista
ma microhistórica (lo particular revela, ai reducir la escala, las inco- que publicó la re~ista ~rgentt~a. Estudros Soetales en 199?, sug~ere que
herencias de lo general). Por otro, y en un sentido más heterodoxo, la «buena» histonografta se dtvtde en dos grandes cornent~s. la que
hallamos en Levi un concepto de contexto que podríamos decir que forman los historiadores <<éticos•> y aquella otra que const~tuyen los
está pensado ad hominem, aunque sin explicitar ese nombre. En este historiadores <<estéticos». Pues bien, él se incluye en _la pnmera Y a
caso, el contexto es un ejercicio de comparación y de vinculación de Ginzburg lo conceptúa de acuerdo con la segunda, JUn,to co~ •. por
elementos individuales, alejados en el tiempo y en el espacio, a los ejemplo, Robert Darnton. ~Qué deberíamos entender aqm por et~co Y
que se pone en relación por sim ilitudes indirectas, por analogías. Esto estético? Como suele ser habitual en Levi, sus s':gerentes expres i_0~1,es
es, son los parecidos de família en virtud de los cuales en un nieto o y sus brillan tes intuiciones n o siempre acaban temendo una defimc10n

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precisa. Según aõade, por estético habría que entender a aquel his_to· En realidad, eso se explica convenientemente por el hecho de que es
riador que siente sobre todo «la pasión dei juego intelectual». Por con· una práctica cuyas referencias teóricas son múltiples y heterogêneas.
tra, ético sería aquel investigador que sentiría sobre todo «la pasión Ahora bien, podríamos aiiadir, las prácticas se definen, y es aquí don-
moral». En todo caso, no deja de ser discutible tanto la inclusión de de está el problema. Como hemos visto, las incursiones de ambos por
uno y otro en cada uno de los bandos como el sentido que le da a ese camino de las definiciones no han sido muy fructíferas y, de ai·
esas expresiones. Empezando por esto último, lo estético no alude ne· gim modo, esa continua remisión a otro (Ginzburg a Levi y éste a Re·
cesariamente ai juego intelectual, sino a la búsqueda de la belleza for· vel) puede interpretarse bien como fracaso o bien como una pos.ici6n
mal. Más aún, la verdad puede ser perseguida a través dei juego inte· de comodidad: nosotros practicamos la microhistoria y no podemos
lectual, en el sentido que Ginzburg y Prosperi hacían en Giocbi o en o no necesitamos teorizar sobre ella o sistematizar sus hallazgos, mos
el sentid~ en el que lo emprende Sherlock Holmes. Por otra parte, tramos pero no explicamos. Sea como fuere, no parece lógico que. a
tanto Levt como Ginzburg comparten explícitamente la pretensión de la postre, haya de ser un historiador francês quien tenga que definir
lograr una comunicación óptima de sus resultados, por lo que su re· la corriente.
lación con el lector no es irrelevante y la forma con la que aquéllos Lo paradójico de esta solución no es, sin embargo, la nacionalidad
se transmiten cuida las técnicas de argumentación y la presentación de Revel, sino su adscripción evidente a los Annales. Es decir, lo que
dei material. Pero hay más, está la cuestión de la ética y de la pasión parecía un producto netamente italiano, una renovación exp erimcn·
moral. ~Q!té pasión moral es ésa? Levi no lo aclara: se limita a poner tada fuera de París, acabará siendo presentado, definido y rcdifundi·
como eJemplo de su ausencia la Historia Nocturna, donde sólo habría do desde las instituciones galas. En principio, a juicio de Jacques Rc
pasión por el funcionamiento de ciertas creencias, o Montaillou. Sea vel, e! interés de los historiadores franceses por la microhistorin :w
con:o fuere, sea cual sea e! sentido que pretenda darle a esa expresión, haría evidente sólo a partir de la traducción <<du granel livre de C iu
nadte puede negar que Carlo Ginzburg ha mostrado explicitamente su vanni Levi, L 'Eredità immateriale». Y ello por dos razones : p or l.1 f:d
pasión moral, aungue ésta quizá no coincida con la de Levi. ta de un programa teórico elaborado por parte de los micro histOt i.l
En suma, pues, hemos visto la dificultad insuperable que Levi tie- dores italianos y por la diversidad de sus prácticas. Pues bien , cl textu
ne para sistematizar, clasificar y definir la corriente de la microhistoria. al que nos remite Levi es precisamente la larga introducción que Revel
Más aún, por lo leído, se puede tener la impresión de que esos rasgos hace cuando Gallimard publica L'eredità bajo el título de Lr Pou1mtr
están entre los microhistoriadores, pero no sabemos si todos se repar· au vil/age (1989). Llama la atención en primer lugar que la traducci6n
ten por igual ni tampoco cuál es la definición precisa que tendrían. In· de un libro reciente exija un texto de presentación tan extenso cumu
cluso el propio Levi parece dudar de la «confianza» que merezca su el redactado por Revel, algo que no es habitual y que contrasta, JHII
exposición, confianza en el sentido de que aclare fielmente esas carac· ejemplo, con el caso espano!, donde la correspondiente versión no v.1
terísticas de grupo. Por eso, se escuda y se excusa calificando su texto precedida de prólogo alguno. Ese prólogo, titulado «L'histoire au ""'
como un autorretrato en el que el observador se incluye en lo obser· du sol>•, se extiende en pormenores diversos referidos a la microhis·
vado y en el que no habría suficiente distancia para apreciar perfiles toria, a su contextualización historiográfica y al ejemplo sobresalien lc
evidentes o no tan evidentes. Recordemos ahora que Ginzburg acaba- que representa el libro de Levi. A lo largo de nueve ap artados, Revel
ba su texto sobre la «Microhistoria: dos o tres cosas» aludiendo a esa muestra ai lector francês dicha corriente subrayando las diferenci:1s
misma idea, pero indicando que él no había sido capaz de llegar ai au- que tendría frente a los Annales, destacando asimismo el momento
torr:trato, porque_ ni siquiera el observador tendría una imagen fija que histórico en el que surge, esto es, el de las revisiones posteriores ai 68.
pudtera ser descnta establemente. Por eso, Ginzburg remitía a Levi. En cualquier caso, este texto introductorio sería reformulado poco dcs
Pero también este último reenvía al lector a otro lugar. Si se quiere co· puês para presentarlo al coloquio sobre «Anthropologie contempora i
nocer «el intento más coherente» de interpretación sobre la microhisto· ne et anthropologie historique» que, patrocinado por el Ministcrc de
ria, concluía Levi, se ha de acudir a Jacques Revel. tQ!té cabe pensar la Recherche et la Technologie y organizado por la EHES, se cclcbró
de esta afirmación? <Y dei hecho de que los principales microhistoria- en Marsella en 1992. Una de las secciones dei seminario se dedic6 a
dores esquiven esa definición precisa que les compete? la «Micro-histoire et micro-social» y los trabajos resultantes, una vez
corregidos y depurados, se publicaron en forma de libro en 1996 bajo
3. Según Levi, e incluso el propio Ginzburg podría asumirlo, no la dirección y presentación .dei propio Revel: ]eux d'tcbelles. La mir:m-
hay nada de casual en que la microhistoria carezca de textos teóricos. analyse à /'expérience. A ello hay que aõadir que la obra fue editada

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, to Revel conecta la renovación emprendida por los microhistoriado-
conjuntamente por Gallima_rd y Seuil, en la colección que comparten :_ re~ con la historia social más reciente, es decir, de lo que se trata es
bajo el rótulo de «H autes Etudes>>, ·' \ de establecer la posible relación entre el camb.io de escala y el. estu-
Tomemos esta última versión, que repite muchos d e los argu- dio de entidades sociales tales como las comumdades, las profeswnes,
mentos esbozados en aquel prólogo, pero que es más completa y que, las clases, etcétera. Y {cuál ha sido el resultado?, se pregunta. La adop-
además, es posterior ai trabajo que Levi dedicara a la microhistoria. ción de una perspectiva microhistórica, influenciada además por la óp·
Esa contribución lleva por título «Micro-analyse et construction du so- tica antropológica, ha supuesto replantear ~as categorias generales ~el
cial» y está dividida en ocho apartados en los cuales aborda las con- análisis social al confrontarias con el espac10 local y reformular la m·
secttencias teóricas de la perspectiva micro así como los desarrollos vestigación histórica en términos de proceso. _En ese sentido, el pes.o
historiográficos que la han permitido o que son su resultado. En la de la o bra de Thompson se haría bastante e':tdente: L~ ~onsecuencta
primera parte, se destaca la paradoja en la que se hallan inmersos los de todo ello es sobre todo privilegiar el estudw dei mdlVlduo, sus for-
microhistoriadores: mientras que, por un lado, la corriente es un lu- mas de agregación, los lenguajes de los que se sirve y que comparte,
gar en el que se han desarrollado importantes debates epistemoló- así como las identidades sociales a las que pertenece. En general, pues,
gicos, por otro, su trascendencia ha sido escasa, dada la falta de una estos cambios han conducido a diversas redefiniciones de la investi-
infraestructura institucional y programática que le diera resonancia. gación histórica, como por eje.mplo los que ti~nen :Iue ver con los
A pesar de haber contado con la colección «Microstorie» y con la re- sistemas clasificatorios, las nocwnes de estrategta soctal o de contex·
vista con la que comúnmente se les ha identificado (Q]taderni Storia), to y, finalmente, las escalas d e observación.
no hay un gran conocimiento de sus avances historiográficos o de sus En el sexto apartado, Jacques Revel reconduce estos h~llazgos a un
hallazgos teóricos. Probablemente, concluye, el hecho de ser sobre objeto histórico tradicional~ente asentado sob.re categonas generales
todo una práctica histórica ha acentuado esa condición. El segundo y sobre escalas de observacton macro; en particular, se refiere al Es-
·. apartado lo dedica a la contextualización historiográfica en la que, a tado moderno en Europa, entre los siglos XV y XIX. En realidad, este
su juicio, cabe incluir a los microhistoriadores. Para ello, nos habla apartado reemplaza ahora, en 1996, las páginas que en 1989 habí~ de-
de la historia social en Francia, la historia de los Annales y sus rela- dicado allibro de Levi y ai problema del poder. Una vez que ha eJem-
ciones con la sociología. En ese itinerario, la adopción de aproxima- plificado con un caso concreto el significado y el alcance de esta nue-
ciones macrosociales ha sido una: característica dominante y los re- va apuesta analítica, dedica el siguiente punto a subrayar uno de los
cursos técnicos empleados han facilitado la perspectiva cuantitativa y problemas con el que se enfrent~~ tanto los microhistoriadores com?
e1 intercambio interdisciplinario. En la tercera parte, Revel centra su sus críticos: el de la representatlVldad y, por tanto, el de la gen~~ah­
reflexión en lo que constituye el elemento más característico de la mi- zación de sus resultados. Sin embargo, Revel no aporta una vtstón
crohistoria: el cambio de escala. Ahora bien, para él, como para Ber- propia sobre este asunto, sino que remite ai texto ya _citado d~ Gren-
nard Lepetit, otro de los autores incluídos en jeux, Ia adopción de una di, ai paradigma indiciaria de Ginzburg y ~ _La b_erencta de Levt, y no
escala reducida es un síntoma de la crisis de confianza que habría sólo porque planteen teóricamente la cuest10n! smo porque la ~es.u el­
aquejado a los historiadores sociales. En ese sentido, ese cambio de en- ven en la práctica. Finalmente, Y, para concl~u su .ensayo, el ultuno
foqu e que predica la microhistoria no sería sino una expresión de un rasgo que aprecia en la renovacwn de estos mvesttgadores es el que
fenómeno más general. hace referencia a las técnicas narrativas. En concreto, según afirma,
En el cuarto apartado, y para explicitar en qué consiste la escala los microhistoriadores se plantearían explícitamente los pro~e.di~ien­
micro, presenta «quelques-uns des rares textes programmatiques qui tos de la exposición, del relato y, en fin, las formas de escr~b1r histo-
ont contribué à dessiner les contours et les ambicions du projet mi- ria, algo especialmente visible en algunas obras de Carlo Gmzburg Y
cro-historique». En ese sentido, la prehistoria de la corriente se re- en la ya citada de Giovanni Levi.
montaría a 1977, fecha en la que se publica un artículo de Edoardo En lo esencial este texto de Revel desarrolla, pues, los argumen-
Grendi titulado «Micro-analisi e storia sociale». A éste le seguiría otro tos que presentar~ en 1989 que, no. de?emos olvidar, son a l?s q~e
de Ginzburg y Poni que, en francés, llevaba por título «La micro-his- nos remite Levi. En efecto, en «L'htstotre au ras du sol», el lustona-
toire» y que no es otro que e[ que ya conocemos: «El nombre y el dor francés sintetizaba mejor los rasgos de la microhistoria. A su jui-
cómo». En ese ano, en 1979, detiene la prospección cronológica y las cio, había tres que podrían con~ide:arse C?J?O los más signifi~~tivos.
ventajas de ese nuevo enfoque las ilustra con algunos ejemplos, entre El primero de ellos era la consctencta exphctta de la construcc10n dei
ellos el de La herencia inmaterial de Giovanni Levi. En el siguiente pun-
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objeto, esto es, los microhistoriadores no tomarían la realidad como cuáles son las diferencias más notables que pueda haber entre su en·
si de un objeto dado se tratara, sino que, por el contrario, se la veJ'Ía sayo y el de Levi. Pues bien, al margen de alguna cuestión de deta·
como resultado de la elaboración dei observador, a partir de sus ins· lle las diferencias evidentes son tres.
trumentos cognoscitivos. El segundo rasgo distintivo, derivado dei an· 'La primera es la reiación contextual explícita que ha~a entre An-
terior, sería el de la dimensión experimental dei trabajo microhistóri· nales y la microhistoria. En ef~cto, .Rev~l otorga a la comente francc·
co, en el sentido de que obliga al historiador a tomar consciencia de sa un ascendiente sobre la mtcrohtsto~ta mayor del que hasta ahora
las condiciones de observación. Finalmente, el último aspecto que des- se le había reconocido, ai menos en la letra explícita de .Le.vi. Aho r.1
taca es nuevamente la atención expresa que los microhistoriadores bien, los párrafos que Revel ~e d~dica. sól? tienen por O~Jettvo cxpn:
prestarían a las formas argumentativas, a los modos de enunciación, so la identificación dei cambto lustonografico que llevana de la pct'
a las maneras de citar y, a la postre, a las metáforas que emplean cuan· pectiva macro a la ~icro, sin extenderse, por ejemplo. en los ~~~.l.t'll'
do escriben. Así pues, construcción, observación y argumentación se- los historiográficos o mcluso personales que se dan e~~e lo~ a~n.1ltst."
rían los tres ingredientes característicos de esta práctica o, mejor di- y los microhistoriadores. s~ sabe, y esto .es de domm!O publico, que
cho, la consciencia de esos tres procesos. El libro de Levi sería, a tanto Ginzburg como Lev1 han mantemdo ~s tr~chos contactos con
juicio de Revel, un ejemplo extraordinario de esa conjunción, hasta esta escueia francesa, que algunos de sus pnnctpales referentes hnn
el punto de ser la complejidad su guía de lectura. D e hecho, según sido y siguen siendo investi~adores ~om? Marc Bloch, qt~c :~ lgun~~
concluye, el libro de Levi podría ampararse bajo una máxima para· de sus maestros italianos (Deho Cantrmon o Franco Ventun) hnn t.lc\
dójica: <<pourquoi faire simple quand on peut faire compliqué?>>, es tacado precisamente por sus vínculos annalistas, aunquc hnynn . stdo
decir, como aclara inmediatamente, la tarea dei observador no es la críticos con la corriente, y que algunos de sus colegas más nt~rcu.•tlm
de leer la realidad que estudia con unos instrumentos que la simpli- son precisamente historiadores como Le G<;>f~, .R: vel, C htll'ltct, 1' 11 ~
fiquen, sino q ue se trata de enriqueceria introduciendo en el análisis tera. T ambién es sabido que algunas de .las .tmc~attvas ':':ls d~st.u .11!.1~
el mayor número de variables. de la historiografia italiana, como la S~or~a dt !t~lta (~e Etnnudt~ u Otttt
Así pues, {qué es lo que Revel aporta a una definición, en pala- derni storici, nacieron bajo la influencia 1mphc1ta e t~cluso hiiJn !.1 lll
bras de Levi, «más coherente» de la microhistoria? En principio, como vocación expresa de esa adhesión. Finalm~nte, con~1enc rccord.u q~u·
hemos visto, la mayor parte de los rasgos que da y de los argumen· el propio Ginzburg, junto con Carlo Pom, ya habta hecho mctlltUII
tos que desarrolla coinciden, con mayor o menor exactitud, con los deliberada de esa conexión en <<EI nombre y el cómo». Pero de todo
que enumera Giovanni Levi. Es más, aquello que podemos tomar eso, de esos vínculos personales e historiográficos, no habln Rcvd .
como justificaciones o racionalizaciones de Levi o de Ginzburg están La segunda diferencia más notable que pueda docu ment.~rsc cutt c
en el ensayo de Revel y éste las presenta como razonables, explicati· los trabajos de Revel y de Levi (y de Ginzburg, an.adiría!n?s) a In luu .•
vas o informativas. Una muestra de eso mismo - y no es la única- de definir la microhistoria es el peso dado al anturelattvts~o. Cumn
la tenemos en el ejemplo de los textos programáticos o teóricos de la hemos visto estes dos historiadores italianos habían mamfe~tado cu
microhistoria: Revel conviene con Levi en que si hay una falta evi· sus escritos 'que uno d~ los rasgos más visibles ~e esta corr!entc c~:'
dente de esos textos se debe principalmente ai carácter empírico dei ése precisamente. En dtcho contexto, ambos habtan mante111do. post
trabajo microhistórico, a su condición de práctica, en palabras dei se· ciones muy críticas con respecto a aquellos q~e, aun co~p.a~Ut:ndu
gundo. Más aún, ilustraciones o metáforas que una vez fueron afor· un espíritu analítico semejante, se habían deshzado, a su JUl~I O, P.or
tunadas, que una vez fueron hallazgos más o menos atinados para la la senda dei escepticismo. Así, Ginzburg .había marcado sus dt~tat~c~ns
descripción de la microhistoria, se reiterao cansina y previsiblemente. con White y Levi había h~cho lo pr~pto. ,c on Geertz. En pnnctpto,
Un solo ejemplo bastará: la cita de En la jaula, de Henry ]ames. No pues, a juzgar por el espac10 y !a ~e~1cac10n que uno y otro habí:ln
sólo es que Levi la repita en alguna o algunas de las entrevistas que otorgado a esa característica, sena logtco esperar que. Revel present:H.t
ha concedido, es que Revel la emplea como ilustración de lo que ya ese elemento como determinante en la configuración y desarroll~ de
es obvio, aceptando sin mayor problema el mismo sentido metafóri· la microhistoria. Sin embargo, eso no se produce. Más aún, el lu~to·
co que Levi Je había dado y que, como vimos, es más que discutible riador fra ncés no menciona en ningún momento tal preocupac16 n
por incompleto. Por tanto, si hay reiteraciones así, si hay repeticiones como aspecto que deba ser tenido en cuenta centralmente para en·
de rasgos, ejemplos y argumentos, cabe preguntarse qué aperta ahora tender lo que la corriente significa. .
Revel que no haya sido dicho ya; cabe preguntarse, si es que las hay, La tercera diferencia que hay entre el ensayo de Levt Y el de Re·
; '
256 . .:257
vel, y éste es el elemento más llamativo y nuevo, es la dei papel que nombre y el cómo», lo ••excepcional normal>• alude, en primer lugar,
el historiador francês otorga a Edoardo Grendi en la configuración a objetos de investigación extrafios que violentan las expectativas y
de lo que él mismo llama el programa de la microhistoria, un papel que permiten describir lo normal desde su reverso; en segundo lugar,
que, para mayor paradoja, se sabe y se conoce sobre todo por lo dicho alude también a aquella documentación más improbable que a la vez
por el propio Levi. Veámoslo. En la presentación dei volumen jeux es potencialmente más rica o informativamente más reveladora. tPor
d'échelles ya advertía Revel que esta corriente albergaba prácticas muy quê hay esa coincidencia en todos ellos a la hora de subrayar la efi-
diferentes y para corroborado remitía a un artículo de Edoardo Grendi, cacia, la elegancia y la ocurrencia de esta fórmula retórica que, como
artículo que se recogia en ese mismo volumen: «l'article d'E. Grendi apostillaba Ginzburg, se ha hecho famosa? Todo parece indicar que,
que nous avons choisi d'ajouter à ce dossier a, entre autres, le mérite o por objeto o por documento o por ambas cosas a la vez, lo ••ex-
de rendre compte de cette diversité et des clivages qui ont pu séparer cepcional normal» se acomoda bien ai tipo de investigación, de caso
les différentes pratiques de la micro·histoire». (~é artículo era éste? o de fuente que abordan.
El ensayo de Grendi, «Repenser la micro-histoire?», se aiiadía efecti- Es decir, Menocchio y e! exorcista que protagoniza La herencia in-
vamente como texto de cierre a los trabajos dei seminario francês, es material, Giovan Battista Chiesa, les sirven a sus mentores para, par-
decir, era una contribución ajena ai coloquio. En realidad, había sido tiendo de hechos y de indivíduos extraiios, mostrar las sociedades que
publicada en 1994 en alemán en un libro coordinado por Hans Me- los acogen o los excluyen y Ias ideas o las prácticas que comparten o
dick y dedicado a la microhistoria. lnmediatamente apareció en ita- rechazan. De este modo, se puede entender perfectamente por qué
liano en el número 86 de Quaderni Storici, donde también se repro- Ginzburg insistia en El queso en que «de la cultura de su época y de
ducían los otios textos que le acompafiaban en la versión alemana: su propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delírio" y en la fal-
«Microstoria: due o tre cose che so di lei», de Carla Ginzburg, y «Mi- ta de comunicación». Estas personajes no son, sin más, delirantes; son,
croanalisi e costruzione dei sociale••, de Jacques Revel. Esto es una eso sí, excepcionales, aunque a su través se expresa la normalidad de
prueba más de que, dada la escasez de textos programáticos o teóri- su época. Además, lo <<excepcional normal» en estos autores tiene que
cos sobre la corriente, los pocos que existen circulan profusamente en ver también con los documentos. Aunque las fuentes no sean equi-
recopilaciones diferentes y, por tanto, con instrucciones de lectura dis- valentes, al menos informativamente, lo cierto es que en ambos casos
tintas. derivao de procesos criminales emprendidos por los tribunales ecle-
<Cuál es el uso que hace Revel de Edoardo Grendi? Además de siásticos.
lo que sefiala en la presentación dei volumen, remitiendo ai artículo Ahora bien, Carla Ginzburg hace otro uso de la obra de Edoardo
que lo cierra, el ensayo dei historiador francês lo citaba, como vimos, Grendi, un uso que es más importante, menos instrumental, para lo
en dos ocasiones. La primera para destacar su condición de pionero, que ahora nos interesa. En su opinión, la que expresa en «Microhis-
en tanto responsable dei primer texto programático dei proyecto mi- toria: dos o tres cosas», a Grendi habría que atribuirle la difusión en
crohistórico. La segunda por ser el autor de una fórmula retórica con- la historiografia italiana de la expresión ••microanálisis». No obstante,
tradictoria, de un «élégant oxymoron: il proposait la notion "d'ex- la nueva etiqueta de ••microhistoria», cuya patemidad atribuye a Levi,
ceptionnel normal"». Por tanto, cabe preguntarse si la aparición de la habría reemplazado rápidamente y en ello, aiiadiríamos, tiene un
este historiador italiano es nueva o si, por el contrario, ya había sido importante papel la colección ••Miq:ostorie». Por tanto, si a Grendi
tenido en cuenta por Levi o Ginzburg en sus respectivos ensayos so- sólo hay que adjudicarle la autoría de una voz y de un oxímoron afor-
bre la microhistoria. Pues bien, Levi lo cita a propósito de ese mismo tunado, podríamos entender que ni Levi ni Ginzburg le den un lugar
oxím oron en una de las últimas notas de su texto, pero sin relacio- central en el itinerario de la corriente, a pesar de que, ai menos, e1
narlo directamente con el programa de la microhistoria. Por tanto, su primero acostumbre en sus entrevistas a reconocerle la tutela intelec-
uso es meramente instrumental, porque es autor de un oxímoron afor- tual que habría ejercido sobre su generación y sobre él en particular.
tunado que le permite ilustrar su argumento sobre las ••disonancias» Por su parte, no en el texto sino en la última nota de la versión ita-
que, a pesar de ser ••nímias, apareceu como indicadores de sentido». liana de ••Microstoria: due o tre cose» (pero no en la traducción cas-
Esta es, hay en los objetos de investigación fenómenos individuales tellana), Carla Ginzburg !e reconoce como otro de los estudiosos im-
o particulares cuya misma rareza puede describir en negativo lo nor- plicados en la creación y la difusión de la perspectiva micro, al tiempo
mal o lo general. Algo parecido puede documentarse en Carlo Ginz- que reclama explícitamente que se pronuncie y que dé su propia ver-
burg. Como nos advierte en «Microhistoria: dos o tres cosas» y en «El sión de todo ello. Sin embargo, no es eso lo que hace Revel, quien

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además de recoger los distintos usos que uno y otro han hecho de mismo título (microstoria) y los usos dei p refijo micro que encontra·
Grendi, sí que lo sitúa como referente central poniéndolo como ejem- mos en el texto. En realidad, Grendi emplea casi siempre la expresi6n
plo de la diversidad de las prácticas microhistóricas. Tal vez por eso, microanalisi y, en muy pocas ocasiones, la dei epígrafe que encabc.:r.n
el subtítulo de jeux introduce deliberadamente la expresión «micro· su ensayo. Este dato podemos tomado como indicio que confirma it.l
analyse», deudora de aquél. Veamos, pues, si en efecto hay que con- que el propio Ginzburg seõalaba ai respecto de Grendi y de la difu·
ceder a Grendi algún peso en esta reflexión historiográfica y, por tan· sión de las etiquetas que designaban esta corriente. De hecho, si Nl'
to, en la definición de dicho programa. repasa la producción anterior d e este· último historiador se ohsc1 v.1
cómo, efectivamente, siempre utiliza ese término. es decir, pnrcl'l' r 111
4. Aportemos algún dato biográfico que ayude a entender el papel pecinarse en una voz que no habría tenido el éxi to que su .1lt c1u.tll
que cabe atribuirle. Edoardo Grendi es un historiador modernista ita· va sí que había logrado. C:Es sólo una cuestión de nombres?
liano con una larga trayectoria profesiona!, una trayectoria en la que Según palabras de Grendi, la propuesta historiográfi ca clcl 111Ít tu
aquello que más sorprende es la diversidad de sus trabajos y la fun- análisis tiene un carácter colectivo, pero n o en el sentido de l.t t.u
ción de agitador cultural que ha desempenado en el media académi· mogeneidad, sino en el de su contrario. Por tanto, desde el print'ipiu,
co. Así, es autor de estudios sobre el movimiento obrero inglés, la so· no existiría ni una consciencia de escuela ni, menos aún, una ctiq\H't.l
ciedad victoriana y, especialmente, sobre la Liguria de los siglos XVI única que a todos englobara. Además, tampoco habría textos luml.t
y XVII. Esto último es lógico dado que h a estado ligado p rofesional- dores, ya fueran éstos de índole teórica o se tratara de invcs ti~.l l io11n
mente como docente a la Universidad de Gênova. En cambio, su an· ejemplares. El microanálisis sería así sólo una forma de c nt c ncl l'l In
tigua preocupación sobre la Gran Bretaõa hay que ponerla en relación historia como práctica, con una gran consciencia teóricn y t:o ll l.t l11h
con sus estancias en aquel país, en la London School of Economics. queda de resultados analíticos, como una forma de hcterodoxi.t r 11 1111
Eso explicaría también que haya ejercido como introductor en Italia país y en un media académico marcados por ideologismos c ldt·.tN p11
de figuras procedentes de la cultura anglosajona y, en especial, de la concebidas, en un país y en un medio académico propen so~ ,, lu qut•
antropología y de la historiografia inglesas, desde Karl Polanyi a Ed· Grendi llama la historia-síntesis. C:A qué se refiere con tal dcsÍ!\11111 u'111 i
ward Palmer Thompson. A todo ello habría que aõadir su activa par· Este asunto es tema antiguo y recurrente en su obra de conii OVI'I\111
ticipación en debates historiográficos muy variados, algunos de los y aparece abordado explicitamente en un artículo sobre la did.\t 111 .1
cuales él mismo ha promovido o provocado. Estas controversias esta· de la historia, aparecido en 1979 en Quaderni storici, y quc di o 111 Í)\1'11
ban referidas, por ejemplo, a la relación entre la didáctica y la investi· a un extensa y célebre polémica. Lo que alH deploraba eran l.t\ ll' llt
gación histórica o dedicadas a discutir sobre el análisis de la burgue· dumbres infundadas, las evidencias dei sentido comtm, que l.t lu ~ l u
sía emprendido por la escuela annalista (Ernest Labrousse y Adeline ria habría asumido tradicionalmente y, en particular, la nodbtl de· Jl'
Daumard). rarquía normativa y los usos teleológicos que se le asociaban . No pot
Éstos son sólo algunos p ocos datas de un itinerario académico mera coincidencia, pues, ese artículo se titulaba «Del senso co munc
muy amplio, con unos registros muy variados y en donde parece di- storiografico» y centraba sus críticas en su expresión máxima: c\ 111.1
fiei! hallar un hilo conductor que haga coherente esa trayectoria. Aho· nual, es decir, el libro de texto que ordenaba coherentementc tlll iti
ra bien, no nos interesa aquí desvelar su biografia intelectual, sino eva· nerario colectivo de aquellos hechos o procesos históricos que ~ó l u
luar ese papel que se le atribuye en la difusión de la perspectiva micro cobrarían significado desde un presente racionalizador y unitnrio. Sn
en la historiografia italiana. Y para ello nada m ejor que acudir a ese bre parecidos argumentos se extendería poco tiempo después, cn 191{ I ,
texto de Grendi que Revel incluye en jeux y que aco mpaõa al de en «Paradossi della storia contemporanea».
Ginzburg y otra vez al de! propio Revel en sus versiones alemana e Por tanto, el microanálisis era para él una forma de ser m ~s cxi
italiana. Es éste un texto en el que el historiador genovés parece res· gente con la investigación, de explorar objetos no (o mal) tratados p o 1
ponder finalmente a aquella demanda que el autor de El queso incluía la historiografía italiana. Con ello se evitarían esquemas interprctoti·
en la última nota de su ensayo «Microstoria: due o tre cose••. El tí· vos previas o modelos teóricos tomados normativamente. Edoardo
tulo del artícul o de Grendi es, como los de sus vecinos, ambíguo («Ri· Grendi contextualiza el origen de esa propuesta en los anos 70 y ccn
pensare la microstoria?») y, como los otros, es fruto dei encargo de tra su principal demanda en la reducción de la escala de observación.
H ans Medick para el volumen alemán que ya hemos citado. Un ele· Ese cambio de perspectiva permitirá ai historiador operar de modo ex·
mento significativo es, ya de entrada, el contraste que hay entre ese perimental, porque el nuevo tratamiento dei objeto le obligará a re·

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pensa~ también sus procedimientos categoriales. Según indicaba, la his- abordaba con cierta extensión las ideas de este escritor de origen hún-
toriografia del momento había abusado de determinados conceptos garo y, en particular, las que hacían referencia a los orígenes de la
hasta el punto de cosificarlos, hasta el punto de convertirlos en datos economía de mercado. En ese caso, Grendi ahondaba en la historici-
evidentes. Eran éstos, entre otros, los de Estado, família, mercado y dad de este sistema y mostraba con Polanyi que la idea misma de mer-
estratificación social, conceptos que solían emplearse descontextuali- cado autorregulado era una utopía de la modernidad y, como tal, am-
zados y. pensados en términos de modelo. En cambio, la propuesta bivalente. Esta es, se había constituido.como un horizonte normativo
de Grendi suponía utilizar esas categorías desdé otra perspectiva, una seguido con grandes costes. Lo interesante de la resefia, al margen de
que permitiera traducirlas al terreno de las relaciones interpersonales, sus contenidos, era que ponía de relieve el retraso con el que Polan-
lo cual obligaba, como es lógico, a reducir la escala de observación. yi había llegado a Italia y, más aún, la excepcionalidad de esa tra-
De hecho, en un temprano texto de 1977, en ese texto que citaba Re- ducción y de su mercado. Como apostillaba, la lectura de ese libro
vel y que llevaba por título «Micro-analisi e storia sociale», proponía italiano estaba condenada a ser durante un tiempo una experiencia
ya algo muy similar: el estudio microanalítico de aquellas formas de iniciática, privada, personal, rara, puesto que no respondía a las ex-
agregación social y política más reducidas y en las que se aprecian y pectativas editoriales y culturales del país. Por tanto, esa excepciona-
se ven inmediatamente las interacciones y la dinâmica de los com- lidad y su difusión acababan siendo obra del propio Grendi.
portamientos sociales, formas que, como la aldea, la ciudad, el barrio, Aiíos después, en 1978, este historiador retoma ese argumento y
la profesión, etcétera, permiten las reconstrucciones prosopográficas. publica un volumen dedicado íntegramente a Polanyi. Dall'antropolo-
A juicio de Grendi, este tipo de análisis no es, en principio, muy gia economica alfa microanalisi storica. Además, lo hace en una colección
diferente dei que ·habrían practicado los antropólogos sociales, al me- que recoge clásicos de la economía (Petty, Jevons, Keynes, etcétera}
nos en la tradición anglosajona. De hecho, el propio Giovanni Levi con la consciencia explícita de la condiciór. herética de aquél. El vo-
le reconocía como uno de los maestros de su generación porque les lumen era un análisis de sus escritos, un estudio del institucionalismo
había mostrado las ventajas cognoscitivas de esa disciplina, porque económico, una exégesis dei sustantivismo, pera sobre todo era una
les había sugerido la relación estrecha que podría establecerse entre presentación de Polanyi como referente dei microanálisis histórico,
historia y etnología. En efecto, sus diferentes trabajos remiten conti- como una herramienta teórico·conceptual muy adecuada para los his-
nuamente a una serie de autores que no son propiamente historiado- toriadores, elemento que no había aparecido en la reseõa de 1976. De
res y que, en su caso, le han servido para ir definiendo la forma de todos modos, si Polanyi era central para Grendi se debía a dos razo-
análisis de sus objetos. El peso dado a cada uno de ellos ha ido varian- nes. La primera, a la idea ya anticipada de la economía incorporada
do con el tiempo, incorporando a unos y relegando a otros de acuerdo en la sociedad, es decir, a la imposibilidad de separar en el pasado la
con los temas o con los cambias de orientación. A la altura de 1993, esfera económica de las relaciones sociales de las que dependía. Su
en su libra Il Cervo e la repubblica, y haciendo balance de cuáles habí- gran libra, La gran transformaci6n, ese libra que despertó la admiración
an sido los estímulos teóricos tempranos dei microanálisis histórico, de Levi, de Grendi y de otros historiadores en los anos 60 y 70, se
enumeraba los siguientes: el network ana{ysis, Karl Polanyi, Norbert dedicaba precisamente a mostrar en qué había consistido la ruptura
Elias y Fredrik Barth, a todo lo cual afiadía un etcétera sin ninguna de la modernidad: eJ liberalismo había definido una esfera económi-
nota que lo especificara. ca separada de la sociedad y, por tanto, de las interferencias seculares
De este conjunto de autores, aquel que mayor relevancia ha teni- que la habían caracterizado. La segunda razón de la centralidad de
do en su trayectoria intelectual ha sido Karl Polanyi. A este respecto Polanyi radicaba en los conceptos clave de los que se sirvió para es-
hay que recordar que ya en 1972, en su antología sobre L 'antropolo- tudiar el mercado: reciprocidad, redistribución e intercambio. Esas ca-
gitz economica, el referente central que le sirve para organizar el sus- tegorías le permitían distinguir momentos históricos diferentes a la
tantivismo es Polanyi. En aquel caso se trataba de distanciarse de la hora de analizar la transferencia de bienes económicos y la lógica im-
imagen tópica del homo oeconomicus y, por tanto, de presentar un aná- plícita en la que cada uno de ellos se apoyaba. Así, podía apreciarse
lisis de la acción social en el que la economía es un dato incorpora- el distinto papel desempenado por la economía familiar, por la co-
do a la sociedad. Así, en 1976, Edoardo Grendi resefiaba en las pági- munidad o el Estado y por los indivíduos como agentes económicos
nas de la Rivista Storica Italiana la traducción dei volumen más soberanos.
conocido de Polanyi, The Great Transfonnation (1944). Se trataba de Así pues, citando a Raymond Firth, otro de los grandes autores de
una larga recensión en la que, por primera vez, el historiador italiano la tradición antropológica que Grendi había antologado, el historia·

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dor italiano nos dice con toda claridad lo que le interesa de la c,on- kers, mediadores situados en los puntos de intersección de un sistemn
tribución de los antropólogos: es principalmente una investigación so- de relaciones. Esos actores sociales ocupan canales de comunicación,
cial hecha con un detallado trabajo de campo, hecha con una obser- trasmiten información y traducen mensajes culturales que se dan en-
vación analítica profunda y, de alguna forma, esa investigación puede tre esferas sociales diversas. Esos indivíduos, aõade Boissevain, lam
ser definida como microsociológica. Como puede observarse, Grendi poco estarían dotados de una racionalidad absoluta en el sentido de:
pone en relación la economia, la antropologia y la sociologia, dán- que puedan hacer valer únicamente !!1 provecho económico. Por cl
dose una gran libertad exegética, rompiendo límites disciplinarias y contrario, debe~ atenerse ai contexto cultural en el que se inscrt.lll y
subrayando la mirada analítica micro. En efecto, el trabajo de campo a las redes soctales a las que pertenecen, redes de las que obtienc:n
no seda en este caso una práctica exclusiva de la antropologia, sino ventaja o apoyo para sus iniciativas. Uno de los modelos posiblc:s dc:l
que, más en general, podría entenderse como un recurso de las cien- networ_k a!l~sis consistiría, pues, en tomar por objeto de invcstigac.:ión
cias sociales para abordar determinados objetos de investigación. Aho- a un tndtvtduo como centro de una red de relaciones que clcbcdn sc1
ra bien, el empirismo dei trabajo de campo y el detallismo de la pers- reconstruída y que obliga a partir de una perspectiva micro. No t:S ex·
pectiva micro se refuerzan con una componente teórica, con unas traõo que Grendi acabe citando en la misma nota a Barth y a Bois·
tradiciones conceptuales que se habrían elaborado ai estudiar la uni- sevain, dos autores que, con sus diferencias, le ofrecen un cjemplo de:
dad doméstica, la comunidad o el mercado. Por tanto, investigación cómo analizar los actos de los indivíduos cuando se quiere rcconslrui1
empírica y consciencia teórica, como diría Grendi aõos después, son la totalidad social o aquellos agregados en los que se intcgrnn. <1\s
los componentes de su propuesta. esta opción individualismo metodológico? La posición ele Grc11di pu•
AI lado de Polanyi, Grendi subraya también la relevancia que para rece haber variado con el tiempo y de h echo leyendo sus esc1ito~ IH 1
él tiene la obra de Barth. Este autor también había sido incluído en queda claro hasta qué punto rechaza abiertamente todas l r~s in1plic ,,
el citado volumen que dedicara a la antropologia. La importancia de ciones teórico-m etodológicas de esta corriente. En el fond o lo ~111r ,,
este etnólogo está en haber repensado ai actor social como empresa- él parece interesarle no es tanto la opción en sí misma cu tlnt o 11hw
rio. Ahora bien, no para fundamentar un concepto de racionalidad dar el estudio de los i!1dividuos en su contexto y, por tanto, .111.diz.u
absoluta, sino para apreciar cuáles son las estrategias que adoptan los las restricciones que coartan sus elecciones.
indivíduos, cuáles son las relaciones que se dan entre los grupos y, en De todos modos, si nos remontamos atrás en el tiempo y rcp.l\.1
fin, cuál es la intervención dei Estado y de la esfera política a la hora mos su producción, lo que llama la atención de aquella breve list.l c11
de manipular y controlar las redes sociales y la comunicación que se la que enumeraba sus referentes teóricos son otras dos cosas que, .1dc
da dentro de ellas. En la versión schumpeteriana, el empresario in- más, están en estrecha relación con esto último. Por un lado, la p1c
nova y cambia las rutinas desviándose dei contexto tradicional y nor- sencia de Norbert Elias; por otro, la ausencia de E. P. Thompson. En
mativo dei que partió. El empresario de Barth parte de ese contexto el primer caso, n os hallamos ante un autor muy apreciado por la his
manipulando sus recursos, justamente por estar en el centro de un toriografia modernista sobre el que Grendi ya se hab!a manifestado
proceso de transacciones entre el individuo y su ambiente. De este con anterioridad, en 1982, y que ha dejado huella implícita en sus in-
modo, obtendrá bienes económicos, pero también poder, status y pres- tervenciones teóricas o polémicas más conocidas. Así pues, que recu-
tigio de acuerdo con una lógica diferente de la dei provecho económi- rra finalmente y de manera expresa a este sociólogo alemán puedc de-
co, en la medida en que las jerarquías sociales intervienen en la adqui- berse a esa distancia creciente que el propio Grendi va marcando con
sición de esos bienes. En fin, el empresario de Barth es un manipulador respecto ai individualismo metodológico, distancia que cabe atribuir
que se sabe en el seno de una interacción social, que se sabe acultu- a la insatisfacción que le provoca la concepción dei homo clausus. Es
rado e interdependiente. Es decir, se trata de un homo oeconomictts muy decir, Elias aborda las relaciones sociales sirviéndose de un legado írc.:u·
alejado dei modelo clásico o neoclásico, o dei modelo formalista de diano, estudia las restricciones a las que se someten los individuas y
la antropologia. observa los resultados de aquellos procesos históricos que configuran
En ese mismo sentido puede entenderse la alusión que Grendi la sociedad moderna, que van más aliá de una perspectiva intencio·
hace ai network analysis en n Cervo. En la nota bibliográfica que acom- nal. Justamente por ·eso es por lo que Elias tiene una presencia ex-
paõa a esta referencia, el historiador italiano cita a Jeremy Boissevain. plícita en ese conjunto de estímulos teóricos dei microanálisis a la ma-
Este autor concibe también a los indivíduos como empresarios y ai nera de Grendi. En el segundo caso, por el contrario, se trata de un
igual que Barth los piensa como manipuladores, esto es, como bro- historiador anglosajón especialmente valorado por el investigador ita-

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liano, tanto porque había compartido un mismo objeto de invest~a­ ciones sociales. En este sentido, lo que hay que recordar de la pro·
ción (la clase obrera inglesa) cuanto porque es el propio Grendi qtüen puesta de Grendi es la voluntad de acercamiento a las otras discipli·
difunde y prologa la obra de Thompson aparecida en la colección nas sociales o, como él apostilla en Il Cervo, la necesidad que tendría
((Microstorie». el historiador de aculturarse en la teoría. Ahora bien, los referentes
The Making of the English Working Class fue traducida al italiano en enumerados, los estímulos teóricos a los que alude, se presentan como
1968 y, a juicio de Grendi, su temprano éx.ito ~n aquel pais se debió recursos generales dei microaná.lisis histórico, como elementos comu·
a dos razones. La primera, ai desarrollo de la historia social, ligada a nes de una opción colectiva, cuando en realidad reflejan sólo sus pre·
la renovación historiográfica de los anos 60; la segunda, al despliegue fe rencias. Por tanto, adoptar esta perspectiva m icroanalítica no tiene
de las reivindicaciones culturales de ciertos sujetos históricos que son por qué fundarse por necesidad en este o en aquel otro autor. Justa·
contemporáneas ai 68. En alguna m edida, esa difusión de Thompson mente por eso, antes que la lista propuesta, resulta mucho más reve·
en ltalia estuvo auspiciada por el propio Grendi y cuando en 1981 lador el etcétera que la completa, indicio probable de que la desper·
haga balance de las ventajas y de las insuficiencias de la obra dei his· sonalización de esos referentes, la generalización de los mismos, no
toriador inglés, subrayará principalmente tres elementos a su favor. El puede trasladarse a otros historiadores. En efecto, como admitirá fi.
prirnero de ellos es la ((anglicità>> de Thompson, esto es, esa tradición nalmente en <(Ripensare>>, la heterogeneidad de la perspectiva micro es
cultural en la que se reconocen los británicos y que no es otra que un dato de partida y a la vez constituye la historia particular de esta
la dei empirismo, una tradición originariamente nominalista, baco· opción. Más aún, algunas de sus páginas las dedicará precisamente a
niana después, destructora de universales y apegada· a lo concreto. El marcar las diferencias con respecto a Carlo Ginzburg.
segundo es el peso dado a la human agency, una acción humana con· Desde esta perspectiva, y volviendo a lo que manifiesta en «Ri·
textualizada y definida a partir de sus límites, con el fin de empren· pensare>>, Grendi reitera que lo más destacado de la mirada micro·
der un análisis circunstanciado de los comportamientos y de las de· analítica está en el relieve dado a las relaciones sociales y en la vo·
cisiones de los indivíduos. Finalmente, Thompson le permitiría a luntad de partir dei nombre propio para la reconstrucción de lo
Grendi destacar el proceso histórico dei capitalismo, es decir, cómo vivido, · todo ello en e! horizonte de una historia desde abajo. El pri·
los indivíduos y las clases se han ido formando adaptándose a los mer elemento ya habría sido destacado por la local history inglesa, una
cambias contemporáneos. Sin embargo, también le reprocha su esca· corriente que incluso había barajado el término micro-history para fi.
so apego por las ciencias sociales, la poca profundidad y el impresio· nalmeote descartaria por su aversión a las categorias, a las etiquetas.
nismo de sus categorías, así como el parco relieve dado a la esfera ex· El segundo elemento seria e! más novedoso, y lo subraya citando pre·
tra.intencional. Muchos anos después, en 1994, volverá sobre este autor cisamente «EI nombre y el cómo>>, el conocido texto de Ginzburg y
con motivo de su faJlecimiento y con el fin de valorar su obra. En Poni. A partir de esa alusión, Grendi distingue dos formas diferentes
ese momento, el juicio crítico de Grendi es aún más elogioso, hasta del procedirniento microanalítico. Una de tipo histórico-cultural que
el punto de considerado un héroe de nuestro tiempo, subrayando las ejemplifica inmediatamente en El queso. En este trabajo, Ginzburg se
influencias historiográ.ficas que habría ejercido entre sus contemporá· plantearía un problema historiográfico concreto (lo alto y lo bajo) para
neos. La valoración de Thompson, sefiala Grendi ahora, sería ambi- poder ilustrar así la cultura de una determinada época y no la de un
valente, pues por un lado su obra, intuitiva y empát.ica, se ha escrito grupo social particular. Frente a esta opción, la que Grendi defiende
como un gran fresco dickensiano, lo que ha dado vida y emotividad es la que pone el acento en lo <(social», es decir, aquella que recons·
a los caracteres y a las acciones que relata. Pero, por otro, su legado truye las redes de relaciones y que subraya las elecciones y las estra·
ha sido memorable por haber subrayado en el discurso histórico y en tegias individuales o colectivas (a la manera de los antropólogos so·
las ciencias sociales problemas tales como la cultura y la subjetividad, ciales, como ya hemos visto). En ese sentido, pues, Menocchio y su
a pesar de la hostilidad que siempre rnantuvo hacia el ((academic lan· mundo, es decir, las personas con las que se relaciona en su entorno
guage game». más cercano, podrían reconstruirse de dos maneras. O bien ai modo
En definitiva, al tomar dos autores tan distintos y concebidos de El queso, subrayando la condición excepcional dei molinero, o bien,
como referentes dei microanálisis, lo que Edoardo Grendi hace es con· como defiende Grendi, estudiando la red de relaciones personales que
ceder nuevamente un papel central a los indivíduos y a los grupos de es la que nos ha de permitir analizar esa trayectoria individual. Des·
los que formao parte, pero para inmediatamente limitar su acción al de esta segunda óptica, la elección de ejemplos excepcionales al modo
subrayar el peso dei contexto, de los recursos culturales y de las coer· de Ginzburg corre el riesgo de reducir el ámbito de conocimiento

266 267
de lo histórico, precisamente porque parece descartar al individ,uo en su artículo de 1977, donde la alusión es meramente margina l y se
corriente. refiere sólo a cierto tipo de documentos.
No obstante, el mayor éxito h a correspondido ai modelo cultural, El resto de su reflexión, la que se contiene en el ensayo ele 1994,
algo que él atribuye a la notable influencia que la antropología cul- refleja por ese y por otros motivos e! malestar que Grendi parece le
tural (simbólica e interpretativa) ha tenido en la historiografia recien- ner frente a los desarrollos de la microhistoria. Retomando las difc
te. Eso no significa, ai menos desde su punto de vista, que la antro- rencias que !e separan de la propuesta de Carlo Ginzburg, aduce 1111.1
pologia social no haya tenido desarrollos diversos y fructíferos. De y otra vez ejemplos y pruebas que confirmao la heterogeneidad de l u~
hecho, por ejemplo, Grendi repite su idea de que el sustantivismo eco- «microhistoriadores», dicho así, entre comillas. Por tanto, como W ll
nómico de Karl Polanyi fue, en principio, un referente capital de! pro· cluye, carecería de sentido emprender una operación de ve ri fi cam'111
yecto microanalítico, aunque, a su juicio, y a excepción dei libra de y de contrai de los rasgos de una escuela inexistente. Por d COJIII ,I
Levi, no haya tenido una aplicación sistemática en el terreno de la in- rio, cabría insistir en que representa sobre todo una via italintut h .111.1
vestigación histórica. Así pues, no ha de extraiiar que en los últimos la historiografía social más avan zada, una vía en la que tcndrlan .H o
afias los conceptos clave hayan cambiado y se haya pasado dei hino- modo dos propuestas: una de tipo cultural y otra de tipo soci,1l, como
mio producción/intercambio al de lenguaje/representación. así se refleja finalmente en los títulos publicados en la colccció n •Mi
En el caso italiano, Grendi considera que la inspiración micro· crostorie••. Por eso mismo, al reconocer ese dualismo inicin l y .11 l <'
analítica habría fructificado especialmente en la historia política y en conocerse implícitamente como representante máximo de 1111.1 dr lt ·.
el debate sobre la formación dei Estado. En este sentido, la influen· partes, le producen especial irritación los diagnósticos rcducl'ioiiÍNhiN,
cia antropológica se apreciada en su vertiente comunitaria ai hablar aquellos que entronizao a Carla Ginzburg como referente 11nil•o y 1111
de clientelas y mediadores, así como de las culturas coherentes o con· ginario de la microhistoria. En este sentido, tanto en cl texto ctllllll
tradictorias que h abría entre lo local y lo general. Así, el concepto de en la nota correspondiente, Grendi censura abicrtamcntc unn dr lm
prácticas sociales sería fundamen tal, porque alude a términos como libras que más ha contribuído a difundir en ambiente an gl o~.,Jc'm r•l,,
comunicación, cultura o colectividad, aunque al fmal remita nueva- corriente. Nos referimos a la antología editada por E. Mui1 y C: . R1111
mente a las relaciones. Es por eso por lo que en las fuentes judicia- giero, un libra que, a su juicio, es una suerte de celcbr.ICÍÓII ele· ( :.11
les y policiales puede hallarse no sólo a un individuo excepcional, sino lo Ginzburg, una celebración que, podríamos aiiadir, se hnce .n'111 1111b
también huellas y esquemas de prácticas colectivas que tienen a su patente e hiperbólica en la resefia que cl primero publicnm cou 11111
vez una extraordinaria relevancia simbólica. To do ello nos ohliga a tivo de la versión inglesa de Mitos en 1991. Más atm, segÍ111 c nut lu
tomar e! pasado no como algo evidente, sin o a concebir la historia ye, resulta fran camente córnico que se tome Bolonia comn Ulll,t clr
como una percepción de la alteridad de la experiencia pasada, a to- la microhistoria sobre la b ase indiciaria de que Ginzburg y Ec u '"·"'
mar el pasado como «un país extrafio». los dos autores italianos más conocidos en América y ambos .td c ll d~t
En este contexto, Grendi retoma el oxímoron ••excepcional nor- h ayan sido docentes en esa Universidad. De todos modos, el texto dr
mal>> que lo ha hecho célebre y que él había utilizado en ese artícu- Muir va más allá de lo que el propio Grendi sefiala. Asf, cunndo c•N
lo de 1977 aparecido en Q;taderni Storici. En aquel texto y en el que tablece la relación entre Eco y la microhistoria, indica cxplfcitnmcn lt·
ahora nos ocupa, la fórmula retórica le sirve sólo para caracterizar cier- que el héroe de El rzombre de la rosa, Guillermo de Baskcrville, mucN
to tipo de documentos: aquellos cuyo testimonio, a pesar de ser ex- tra la m ism a fascinación en la observación de huellas que los 1111
cepcional o justamente por eso, refleja una normalidad en negativo o crohistoriadores. Finalmente, concluye Muir, Ginzburg invoc.1 l'Ottt u
una normalidad que es tan evidente que suele pasar desapercibida. Por guía metodológica al famoso detective Sherlock Holmes, sob1c t iiY•'
eso mismo muestra su sorpresa por la sobrevaloración que se le h a horma está hecho en parte el Guillermo de Umberto Eco.
dado al citado oxímoron. Aunque Grendi no explica el porqué, lo En realidad, Edoardo Grendi pone de relieve una evidencia : cl dcs
cierto es que su juicio sobre los usos de ese tropa denota una inco- igual éxito de ambas formas de entender la microhistoria. Él rcconoc·c·
modidad evidente que podemos atribuir a dos razones. En primer lu- el mayor impacto qu e ha tenido la obra de Ginzburg y lo alribuyc,
gar, ai hecho de que sólo se le cite internacionalmente como autor sin inocencia alguna, a la sintonía que su propuesta h abría tenido cou
de esa fórmula retórica, probablemente difundida por la vía de Ginz- los avances más vistosos de la historiografía actual. Ese adjetivo co
burg y Poni. En segundo término, a que los usos d e lo «excepcional rresponde a1 propio Grendi y denota claramente lo que, a su juicio,
normal>> no correspondan, como hemos visto, a lo que él estableció hay de llarnativo, de aparente, de efectista, en el análisis de Ginzburg.

268 269
Se trata de una historia cultural en la que la expresividad y la rep.re- bién en este caso el desequilíbrio a su favor es evidente y la presen-
sentación son objetos de investigación, una historia cultural que, como cia de Grendi es marginal. Así se puede observar en el libro de Revel
apostilla, puede llevar en el extremo a la desaparición de la fuente do- ya citado, en donde nuevamente la huella de Ginzburg sobrepasa am-
cumental al convertirla en mero texto y a la liquidación de la reali- pliamente la de Grendi, a pesar de que a este último se le acoja y se
dad histórica en beneficio de la autorreferencialidad. Así pues, desde le traduzca. Además, no podemos olvidar que la historia cultural ha
su perspectiva, la m ejor manera de defenderse contra este relativismo tenido un gran relieve en Francia, sQbre todo por el impulso de Ro-
es integrando el estudio de las formas culturales en un análisis histó- ger Chartier, y a través de esta via se acrecienta también la influencia
rico-social más amplio y que, a la postre, las incluya. dei autor de El queso.
Esta última advertencia llama verdaderamente la atención, porque AI final, más aliá de esos ejemplos de una recepción, hay otras
parece u n recuerdo irónico de algunos de los asuntos que han abor- pruebas aún más determinantes. La principal de todas ellas, la tra-
dado Carla Ginzburg y Giovanni Levi con mayor perseverancia. Am- ducción de Ginzburg o, mejor, la traducción de casi todas sus obras
bos subrayaban el antiescepticismo y el antirrelativismo de sus pro- a diferentes idiomas. Como vimos, el éxito de El queso impulsó esas
puestas, o mejor, de lo que sería un rasgo característico de la práctica ediciones y las reimpresiones de sus libras. No ocurre lo rnismo con
microhistórica. No ocurre lo mismo con Grendi. Éste, que no había Grendi, quien además, como decía Giovanni Levi en una entrevista
dedicado páginas y páginas a enfrentarse con el relativismo, acaba aho- concedida en 1995 a la citada revista argentina Estudios Sociales, tiene
ra advirtiéndonos de ese riesgo, un riesgo evidente y característico de la ventaja de ser un historiador brillante e inteligente y el inconve-
cierta historia cultural. Por tanto, lo que este aspecto refleja es la dis- niente de ser «un personaje extrafio», de «carácter aristocrático», que
tancia que les separa y el modo diferente de abordar un mismo obje- escribe de «manera rebuscada» y cuyo «resultado es ilegible>>. Justa-
to, hasta el punto de que la caracterízación de la práctica microhistóri- mente lo contrario de lo que sucede con Ginzburg, quien, como he-
ca es muy distin ta y confirma la heterogeneidad que todos proclaman. mos visto, concede especial relevancia a la escritura de la obra his-
Así pues, si repasarnos los rasgos que unos y otros le han atribuído, tórica. En ese último sen tido, los textos de Grendi o los de otros
el único elemento que uniría a Ginzburg, Levi y Grendi sería el de la microhistoriadores no pueden compararse con El queso y los gusanos.
reducción de la escala de observación, sin que podamos ir más aliá ~Por qué razón? Porque éste está dotado de una consciencia retórica
en las afinidades o en las sintonias de grupo. En todo caso, todos que no se refleja en aquellos otros libras, aspecto que tiene que ver
ellos representao esa voluntad, puesta de manifiesto por Grendi, de con la construcción deliberada del texto, donde la dosificación de la
renovar la historiografia italiana. información y la intriga son determinantes. El resultado, más aliá de
los datas con los que Ginzburg cuenta, es un alto poder persuasivo
S. Ahora bien, esa constatación y la generalidad d e esos esfuer- y un éxito que no tiene parangón entre los textos de la microhistoria
zos colectivos no han tenido una acogida similar. La recepción inter- italiana. En efecto, su difusión sólo se puede comparar con otros li-
nacional de la microhistoria ha subrayado invariablemente la paterni- bras como, por ejemplo, el Montaillott, de Le Roi Ladurie; El regreso
clad de Ginzburg en la génesis de dicha práctica e incluso las diversas de Martin Guerre, de N. Z. Davis, o La gran matanza de gatos, d e
antologías acostumbran a reproducir casi exclusivamente sus textos. R. Darnton.
Así ocurre, por ejemplo, en el volumen anglosajón ya citado, el de (Q!Ié tienen en común todos ellos? Entre otras cosas, aquello que
Muir y Ruggiero, en donde o bien se reproduce a Ginzburg o bien los hace copartícipes dei éxito editorial es una form a consciente de
se incluyen aquellos artículos de otros autores que confirrnan la ver- escritura, una forma exhaustiva de explotación de la fuente y una for-
tiente cultural de la microhistoria, aunque también reproduce un tex- ma antropológica de observación dei objeto. Todo eso es lo que los
to de Grendi de 1981 . Ese énfasis es aún mayor en el caso del libra convierte en autores, autores en el sentido que Geertz le d a a la pala-
portugués titulado A micro-história, que recoge solamente ensayos di- bra apoyándose en Foucault y Barthes. En efecto, no son historiado-
versos de Carla Ginzburg, algunos de los cuales ni siquiera parecen res que acepten sin más los límites de su disciplina, no producen tex-
estar claramente relacionados con el tema. En el ejemplo &ancés, e1 tos sin más, convencionales, sino que, por el contrario, vulneran
nombre de Ginzburg tiene una presencia antigua porque, como vi- algunas de sus certidumbres y desplazan una parte de las evidencias
mos, algunos de sus textos más conocidos («El nombre» e «Indícios») que sus colegas asumen. Pero, además de ello, como sefialaba Clifford
se tradujeron tempranamente y, a la postre, toda su producción pos- Geertz en El antropólogo como atttor, todos harían una especie de his-
terior también lo seda. Por eso, y por sus relaciones con Annales, tam- teria etnografiada ai basar sus análisis en las revelaciones, en las ex-

270 271
periencias, de gentes que «estuvieron allí». Lo que ellos hacen, lo que entender también qué cosa sea o no sea la microhistoria, así como
convertida sus obras en historias etnografiadas, no se reduce al úso para averiguar el porqué dei escaso eco de otros microhistoriadores y
instrumental de la antropología, no se limita a importar conceptos o las razones de un éxito de ventas que ya no se ha repetido igual, ltt
categorías de aquella disciplina. Po r contra, lo verdaderamente sus- solución es, como hemos propuesto, volver ai principio, a ese texto
tantivo es la impresión que transmiten de «estar allí». y a sus claves de lectura. Volvamos con éste a ingresar en el laberin·
Como sabemos, hay determinadas disciplinas o profesiones en las to, volvamos ai punto de partida, que es también, como d edan Ginz
que e1 efecto presencial tiene un gran poder de convicción: el perio- burg y Prosperi, nuestra forma particular de comenzar a escribir.
dista que relata los hechos en el mismo escenario de lo ocurrido, el
antropólogo que hace etnografia entre los nativos de una tribu, etcé-
tera. El historiador clásico, el historiador de los griegos, empezó sien-
do también un testigo presencial o, ai menos, alguien que interroga-
ba a los actores principales. El resultado de esa interrogación era un
relato también presencial o, como mínimo, una narración que pro-
vocaba ese efecto en el auditoria. Pues bien, el avance de la histeria
en n uestro sigla, su m ayor rigor, se ha basado en una paradoja. De-
da Jacques Ranciere que esta disciplina habría padecido una parado-
ia referencial e inferencial en la medida en que una histeria más ri-
gurosa, más «científica», que aspira a ser más verdadera, habría ido
expulsan~o de su relato los ingredientes de verosimilitud que le han
sido característicos tradicionalmente. Objetos de conocimiento cons-
truidos con series estadísticas y que no son inmediatamente percepti-
bles o evidentes han convertido el referente histórico en un dato ex-
trafio, desprovisto de carnalidad, de visibilidad. En cambio, esa histeria
etnografiada - la histeria narrativa a la que aludía Lawrence Stone, la
gran obra histórica que depende dei genio individual dei historiador,
según Marrou- devuelve e1 protagonismo a los sujetos camales, vi-
sibles; a sujetos a los que les sucede algo, a sujetos que se enfrentan
bravamente a las restricciones, a los límites de su propio tiempo; a
sujetos, en fin, a los que hace hablar un narrador, un narrador que,
lejos de la omnisciencia, declara sus dudas. Con ello, el lector recu-
pera la verosimilitud que la histeria científica había desatendido, pero
recupera también el atractivo dei relato, que había sido cedido a otros
gén eros. Así pues, estos autores (y otros) afiaden verosimilitud a la ver-
dad que inspira la investigación histórica y con ello logran una mul-
titud de lectores. {No será acaso que han conseguido reunir en una
misma figura al historiador !iteraria y ai historiador científico que Lan-
glois y Seignobos daban por irreparablemente escindidos? ~No será
acaso, como confesaba el propio Ginzburg en una reciente entrevista
concedida a L 'Espresso, que obras de esta naturaleza hacen compati-
ble, o así lo parece, la subjetividad y la verdad sin comillas? Sin em-
bargo, cada uno de ellos lo hace de un modo distinto, esto es, cada
uno de ellos es un autor diferente que nos exige también un modo
de comprensión propio, dado que cada uno de ellos nos reta con sus
recursos, con sus modos de escritura. Para entender a Ginzburg y para

272 273
Bibliografía
El margen inferior de las páginas ejerce, en muchos eru·
ditos, una atracción que llega ai vértigo. Es absurdo lle·
nar los blancos, como lo hacen, con notas bibliográficas que
una lista puesta ai principio dei volumen, por lo general,
hubiese hecho innecesarias; o, aun peor, relegar allí, por pura
pereza, largos desarrollos cuyo sitio estaba indicado en
e! cuerpo mismo de la exposición, de mancra que es, a ve·
ces, en el sótano donde hay que buscar lo más útil de esas
obras.

MARC BLOCH

Las obras citadas lo son siempre en la versión utilizada. Cuando es im·


portante indicar la edición original, se consigna entre parén tesis. Cuando se
han utilizado otras versiones, se incluyen completas inmediatamente después
de la anotada en primer lugar. La:; obras !iterarias que incluímos son exclusi·
vamente aquellas que Ginzburg cita y que nosotros también hemos utilizado,
con lo que quedan fuera las otras referencias a narradores que aparecen en
nuestro texto.

1. ÜBRAS DE CARLO GINZBURG

«A proposito della raccolta dei saggi storici di Marc Bloch••, Studi Medievalí,
VI, (1965), págs. 335·353.
I benandanti, Turín, Einaudi, 1966·1972.
ll nícodemismo, Turín, Einaudi, 1970.
I costitutí di don Pietro Manelfi, Florencia, Sansoni Editore, 1970.
«Prefazione>>, en Bloch, M., Ire taumaturghi, Turín, Einaudi, 1973, págs. XI-XIX.
Con Adriano Prosperi, Giochi di pazienza, Turín, Einaudi, 1975.

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ediciones y reimpresiones consultadas: 1986, 1991, 1994 y 1996). toriográfico•>, Historia Social, núm. 10 (1991), págs. 63-70 (ed. original de
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dana Charuty y Daniel Fabre), L'Avenç, núm. 44 (1981), págs. 66-74. (Este <1ust One Witness», en Frietlander, S. (ed.), Probing tbe Limits of Repmm
texto es en realidad la introducción a la edición francesa de I bmandanti, tatio11, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1992, págs. 82-96. 1
aparecida un afio antes). «Réponse>> (a Carla Severi), L'Homme, núm. 121 (1992), págs. 175-177.
«Mostrare e dimostrare: risposta a Pinelli e altri critici», Q}tademi Storici, nú- <<Witches and Shamans>>, N ew Lefl ReviC'ltJ, núm. 200 (1993), págs. 75-85.
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presentación a cargo de Carlos A. Aguirre Rojas.) ""- <<L'occhio dello straniero>>, Passato e Presente, núm. 33 (1 994), págs. 97-103.
«Qli és Carla Ginzburg. Entrevista>>, Debats, núm. 1 (1982), págs. 108-109. «Micros to ria: due o tre cose che so di lei», Q}taderni Storici, núm. 86 ( 1994),
Pesquisa sobre Piero, Barcelona, Muchnik Editores, 1984 (ed. original de 1981). págs. 511-539 (hay una versión castellana, que no es totalmente id~ntic.1,
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